Traducción de Ana Díaz
Soler, Madrid, Taurus, 1998.
- Angel Vivas
- La política
vídeo-plasmada - Racionalidad y
postpensamiento - Homo videns. La sociedad
teledirigida - Gloria Cardenal
Sanabria - El concepto de
"mundialización" - Mundialización y
cultura
Dice Ortega, en La rebelión de las masas, que "lo
característico del momento es que el alma
vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el
derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera". Dicha
aseveración, escrita a finales de la década de los
veinte, se ratificaba a mediados del siglo, cuando
aparecía el aparato creador y recreador, por excelencia,
de las masas: la
televisión.
A partir de ese hecho, Giovanni Sartori advierte: un
mundo concentrado sólo en el hecho de ver es un mundo
estúpido. El homo sapiens, un ser caracterizado por la
reflexión, por su capacidad para generar abstracciones, se
está convirtiendo en un homo videns, una criatura que mira
pero que no piensa, que ve pero que no entiende.
El proceso
comienza desde la infancia. La
televisión
es la primera escuela del
niño, en donde se educa con base en imágenes
que le enseñan que lo que ve es lo único que
cuenta. Así, la función
simbólica de la palabra queda relegada frente a la
representación visual . El niño aprende de la
televisión antes que de los libros: se
forma viendo y ya no lee. Dicha formación va atrofiando su
capacidad para comprender, pues su mente crece ajena al concepto -que se
forma y desarrolla mediante la cultura
escrita y el lenguaje
verbal-. De esta manera, "Los estímulos ante los cuales
responde cuando es adulto son casi exclusivamente
audiovisuales".
Dejando a un lado la función de entretenimiento
que la televisión tiene, Sartori se concentra en su labor
formativa. No es el homo ludens el que le interesa, sino el homo
videns. Si el niño crece junto al televisor, su
concepción del mundo se vuelve una caricatura; conoce la
realidad por medio de sus imágenes y la reduce a
éstas. Su capacidad de administrar los acontecimientos que
lo rodean está condicionada a lo visible: su capacidad de
abstracción (de trascender, por decirlo de algún
modo, lo que le dicta el ojo) es sumamente pobre, "no sólo
en cuanto a palabras, sino sobre todo en cuanto a la riqueza de
significado". La imagen no tiene
contenido cognoscitivo, es prácticamente ininteligible. El
acto de ver anula, en este caso, el de pensar. El concepto queda
sumergido entre colores, formas,
secuencias y ruidos de fondo. En tanto que la asimilación
de una palabra requiere del conocimiento
de un lenguaje y de
una lengua, la
imagen, por su parte, se procesa automáticamente: se ve, y
con eso es suficiente.
Por supuesto, Sartori no ignora las repercusiones
políticas que acarrea el surgimiento del
homo videns. Si es cierto que la democracia es
el gobierno-de la
opinión, y que los medios
(especialmente la televisión) son, en gran medida,
formadores y transmisores de la misma, entonces la importancia
que adquieren como instrumentos de y del poder es
enorme.
En el mundo del homo videns no hay más autoridad que
la de la pantalla: el individuo sólo cree en lo que ve (o
en lo que cree ver). Sin embargo, la imagen también
miente; puede falsear los hechos con la misma facilidad que
cualquier otro medio de comunicación, con la diferencia de que, "la
fuerza de la
veracidad inherente a la imagen hace la mentira más eficaz
y, por tanto, más peligrosa". Además, la propia
naturaleza del
espacio televisivo tiende, irremediablemente, a descontextualizar
las imágenes que transmite, pues mientras se ocupa de las
últimas noticias y de las imágenes más
escandalosas, margina otros aspectos que aunque pueden ser
más importantes que los que se ven, no son,
plásticamente, tan atractivos. Lo inquietante es, pues,
que el poder de la evidencia visible es contundente, ésta
siempre dice lo que tiene que decir: su veredicto es
irrefutable.
Asimismo, el hecho de que la televisión lo
convierta todo en espectáculo, atropella la posibilidad
del diálogo:
la pantalla, simplemente, no tiene interlocutores. La imagen no
discute, decreta; es, al mismo tiempo, juicio y
sentencia. Lo cual es aún más grave si se piensa
que la televisión tiene, por lo mismo, cierta preferencia
por el ataque y la agresividad, pues pueden ser, en sí,
visuales; en tanto que la defensa o la inteligencia
requieren, por su parte, de un discurso que
para el ojo desnudo es aburrido e indescifrable. Quien es acusado
por los medios, es, en la mente del público, culpable
inmediatamente.
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