- Las rupturas.
- Un nuevo paradigma: el
centro - Hacia una sacralización del
centro. - La caverna, todo un estilo de
vida
La descripción de la sociedad que
poco a poco se va construyendo y de su futuro mediato o inmediato
no se deja esperar. Desde el cine, la
música, la
literatura,
ensayos,
artículos, la prensa, autores
como Manuel Castells en su obra La Era de la Información, Telépolis del español
Javier Echeverría, La Red, Las cibersociedades y
otros textos, intentan dar cuenta de lo que está pasando y
hacia donde nos dirigimos.
La Caverna de José Saramago es una aproximación
desde la literatura para invitar a pensar en lo que plantea
dilemas tan profundos para todos los seres humanos, cuando desde
las lógicas del mercado, del
consumo y del
pragmatismo,
se generan nuevas formas de relaciones, de concepción del
mundo, de las personas, de los animales, de las
cosas, que sin darnos cuenta, plantean al hombre la
"naturalización" de un estado esclavo
de vida, en la que como en la obra de Platón,
algunos logran salir de la caverna y se dan cuenta, caen en la
cuenta a tiempo, que es
posible otro modo de vida, desde otra lógica
distinta a la que se impone y aparece tan evidente.
La constatación que se ha pasado de una sociedad
agraria-artesanal con unos ritmos, ritos y relaciones
específicamente identificables a sociedades
más industrializadas, altamente tecnificadas, de
velocidades impresionantes, ritmos de vida rápidos y
sensaciones de extrañamiento y desarraigo en las grandes
ciudades, es lo que se percibe en la historia de los
protagonistas.
Esta ruptura, ubica, o mejor, identifica dos espacios extremos
en los que se debate la vida
de los personajes. En un extremo, el campo, la vida agraria,
rupestre, lugar donde viven Cipriano, Marta, Marcial, Isaura,
Encontrado (el perro) y toda la cosmovisión que a partir
de la alteridad con este espacio se genera. En el otro extremo,
el Centro, lugar sospechoso, de las relaciones comerciales, del
consumo, de las jerarquizaciones y las lógicas simples
pero demoledoras ante cualquier asomo de lo humano y, mediando
entre uno y otro, las chabolas, cuyo crecimiento es cada vez
más vertiginoso y terminará por superar y aniquilar
lo poco que le queda a la vida cada vez más agónica
del campo, de lo natural.
Hay otros lugares medios entre
ambos extremos, lo que se conoce como el cinturón verde
(invernaderos), esos nuevos lugares donde se cultivan las
verduras y hortalizas que en forma aséptica y tecnificada
van a parar a las grandes tiendas y supermercados del gran centro
comercial. Y, el cinturón industrial, lugar de la producción y de la contaminación donde probablemente se
elabora el plástico,
digno sustituto del barro, y por el que a causa de su
aparición le ha traído como consecuencia a esta
familia de
alfareros, la desaparición forzosa en un nuevo esquema en
donde "quien no se ajusta no sirve".
Esta percepción
de fragmentación y ruptura queda planteada en diversos
hechos y constataciones en el hilo de toda la obra. Desde el
comienzo, Saramago, cuando está definiendo los personajes,
relata que Marcial, el esposo de Marta, trabaja como guarda en el
centro y refiriéndose a Marta para hacerla aparecer en
escena, dice: " sólo disfruta de la presencia del marido
en la casa y en la cama seis noches y tres días en cada
mes".
El centro divide paulatinamente la vida afectiva, las
responsabilidades de quienes allí laboran, hace que cada
vez más, éstos dediquen mucho tiempo y trabajo a la
estructura y
solo quede un mínimo de espacio para la intimidad, la
expresión de los afectos y los gestos de ternura que el
autor se esmera en poner en sus protagonistas (el abrazo de
Marcial a su suegro Cipriano, los besos y diálogos
afectuosos de Cipriano con su hija Marta, la relación
entre Marcial y Marta, el amor que
surge entre Cipriano e Isaura, la consideración sobre la
suerte del perro Encontrado, etc.), son todos, gestos, que entran
en profunda contradicción y es evidente su carencia en las
escenas y relaciones que se plantean cuando se tiene como
telón de fondo el Centro.
Otros elementos muestran que definitivamente un estilo de vida
y de relaciones se acaba para dar paso a un nuevo sistema y modo de
relación. Ya no quedan muchos alfareros, Cipriano y su
hija Marta son los últimos herederos de esta
tradición, así parecen ellos constatarlo "nadie
quiere ser alfarero", todos, o casi todos, anhelan vivir en el
Centro, el trabajo de
alfarero se torna inútil puesto que cesa la demanda de su
producto, que
ya no es consumible.
Así las cosas, la existencia de Cipriano deja de tener
justificación suficiente, al menos, esta es la
sensación que experimenta cuando se le van agotando los
intentos fallidos que realiza por mantener un nexo con el Centro.
Esta es la percepción generalizada en muchos oficios y
artes que dejando de ser "productivas" y rentables para un
sistema, van a parar simplemente como oficios de museo que evocan
nostálgicamente otras épocas y lugares.
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