Indice
1.
Introducción
2. El viaje de
Colón
3. El viaje de Kennedy
4. Las caras de América y la
luna
5. Conclusión
6. Bibliografía
Antes, ahora y siempre, el hombre es
la vanguardia de
un viaje que emprendió la vida entre los bordes de la
quimera.
La acción de viajar no es una propiedad
exclusiva del hombre y se
podría pensar, en un sentido amplio, en una
relación directa de esta acción con una característica esencial de la vida:
expandirse a lo largo y ancho de todo el planeta.
Al respecto, son numerosas las especies de animales que se
empeñan en viajes muy
arduos, en busca de alimentos.
Algunas por aire, por mar o
por tierra,
recorren prolongadísimas rutas hasta alcanzar su destino.
El caribú, un servido de América
del norte, recorre en ocasiones más de tres mil
kilómetros en búsqueda de comida, en un viaje que
es considerado el más largo de todos los viajes que
emprenden los animales terrestres.
El hombre, naturalmente, no escapa a este comportamiento. En la sociedades
primitivas, cuando reinaba el hambre, se
producían grandes desplazamientos bajo el mismo
denominador que rige la conducta de los
animales migratorios.
Ahora bien, la satisfacción de este deseo no siempre
aparece en el caso de la especie humana con la claridad que se
presenta en el resto del mundo animal. Los viajes en
búsqueda de una ciudad dorada, de un paraíso
perdido, ocultan, en el fondo, la misma causa: garantizar la
supervivencia de la especie sin los sobresaltos de la carencia de
alimentos o su equivalente simbólico más
emblemático: el oro.
En esta dirección, son incontables los viajes
acometidos por el hombre detrás de estas construcciones
míticas que en nuestra América poblaron la
imaginación de tantos viajeros, entre los cuales podemos
citar a todos aquellos que desafiaron la misteriosa Patagonia de
su tiempo,
tratando de hallar, como Mascardi, una imposible ciudad de los
Césares.
Vale la pena, en este punto, demorarnos en torno a lo que
sostiene Chardin en La visión del pasado. Él
postula que para captar la magnitud del hecho zoológico
humano es necesario analizar un atributo específico de la
humanidad que define como "la originalidad sorprendente de
nuestro grupo animal
(por) su poder en
verdad único de extensión y de invasión".
Por consiguiente, en este movimiento
expansivo de la vida, nuestra especie puede ser pensada como la
vanguardia de un viaje que comenzó hace millones de
años, cuando las primeras manifestaciones de la vida
irrumpieron en los océanos hasta alcanzar la complejidad
de nuestra arquitectura
biológica que nos permitió vencer las vallas de las
montañas, la infinitud de los mares, el calor de los
desiertos o el vacío del espacio
cósmico.
Martín Fernández de Navarrete (1765-1844),
en la introducción de su Colección de los
viajes y descubrimientos que hicieron por mar los
Españoles desde fines del siglo XV, sostiene que "el
origen de semejantes empresas fue
buscar un nuevo camino para la India
oriental, por donde traer con mayor facilidad y presteza las
ricas producciones que desde muy antiguo alimentaban el lujo de
los europeos" . Este objetivo,
político y económico, bajo la mirada de nuestros
tiempos, es el que con mayor precisión logramos recortar y
admitir del viaje de Cristóbal Colón.
Bajo una mirada similar, en El encubrimiento, Fernández
Retamar considera que "esta fecha (1492) resulta relevante porque
la llegada entonces a América de tres barquitos
españoles se inscribió dentro de un vasto proyecto que se
gestaba en la sociedad europea
de la época (…). Lo que estaba por brotar era el
capitalismo
(…) que requería para desarrollarse, dentro de otros
hechos, el inmisericorde pillaje del resto del planeta" .
Desde una perspectiva distinta, Mircea Eliade, sobre la base de
los propios diarios de viajes de Colón, piensa que el
genovés "no tenía duda alguna de que había
llegado muy cerca del Paraíso Terrenal. Creía que
las corrientes frías que encontró en el Golfo de
Paria se originaban en los cuatro ríos del Jardín
del Edén. Para Colón la búsqueda del
Paraíso Terrenal no era una quimera. (Y agrega) Europa
creía que había llegado el momento de renovar el
mundo cristiano y la verdadera renovación consistía
en volver al Paraíso (…)"
Luego de la muerte de
Colón, ya desatada con todo rigor la polémica
acerca de si su descubrimiento había sido producto o no
de la casualidad, se alinean, en defensa del almirante Fray
Bartolomé de las Casas, Gonzalo Fernández de
Oviedo, Francisco López de Gómora y su propio hijo,
Hernando Colón, entre otros, que en sus afanes
reivindicatorios fundan la causalidad del viaje en una
profetización hallada en los versos finales del acto II de
la tragedia Medea de Séneca: "Tiempos vendrán al
paso de los años en que suelte el océano las
barreras del mundo y se abra la tierra en
toda su extensión y Tetis nos descubra nuevos orbes y el
confín de la tierra ya no sea Tule" . Al margen de este
texto, como
prueba de esta causa escatológica del viaje a
América, el hijo de Colón escribió de su
puño y letra lo siguiente: "Esta profecía fue
cumplida por mi padre, el Almirante Cristóbal
Colón, en el año 1492" .
Desde esta lógica,
Colón era lisa y llanamente un elegido; o un poeta, como
señala Marañón, "que había
soñado con llegar a las tierras del Gran Can por un camino
ignoto, de misteriosos océanos, más allá de
los finisterres conocidos; (…) que no vino a buscar ni las
especies ni el oro (sino) la fruición pura de descubrir,
la alegría única de la conquista del más
allá (…) aunque no sirva para nada" .
Fernando Ainsa, en esta misma línea, señala que "el
encuentro del Nuevo Mundo no fue más que la
culminación del presentimiento de soñar despierto
que había recorrido la antigüedad en la Edad Media. En
efecto, entre los impulsos que determinaron la aparición
histórica de América, unos son terrestres y
prácticos –la ruta occidental hacia las Indias
Orientales y la búsqueda de una nueva ruta hacia las
especierías- y otros son el resultado de la
invención imaginativa, cuando no idealista del ser humano,
siempre preocupado por una dimensión que vaya más
allá de la realidad" .
En la carta dirigida
por Colón a los Reyes Católicos –In nomine
domini nostri Ihesu Christi- y que Fray Bartolomé de las
Casas integró en las relaciones del primer viaje, puede
leerse esta combinación de fines que señala Ainsa:
"…pensaron en enviarme a mí, Cristóbal
Colón, a las dichas partidas de Indias para ver los dichos
príncipes, y los pueblos y tierras, y la
disposición de ellas y de todo, y la manera que se pudiera
tener para la conversión dellas a nuestra santa fe, y
ordenaron que yo fuese por tierra al Oriente(…)" .
Estas certezas animaron el proyecto colombino. Así
quedó escrito, además, en el propio Libro de las
Profecías del Almirante, cuando éste afirma que el
fin del mundo sería precedido por la conquista del nuevo
continente, la conversión de los paganos y la
destrucción del Anticristo. Él mismo asumió
un papel
primordial en este drama fabuloso, histórico y
cósmico a la vez. Al dirigirse al príncipe Juan
exclamó: "Dios me ha hecho mensajero del nuevo cielo y de
la nueva tierra de los que habló en el Apocalipsis por
medio de San Juan, después de haber hablado de ellos por
boca de Isaías; y Él me señaló el
lugar donde encontrarlos" . El lugar era el oeste, pues como
sostiene Eliade, "no cabía duda que se debía al
hecho de que la Palabra de Dios, que había comenzado en el
Este, había ido avanzando gradualmente hacia el Oeste" y
que en ese punto, según Colón, "Vuestras Altezas
(deberán saber que está) la tierra la mejor y
más fértil y temperada y llana y buena que haya en
el mundo" .
En conclusión, el viaje del Gran Almirante expresa lo que
Ernst Bloch llama la mezcla ambigua de la búsqueda del oro
como
metal y de la Edad de Oro como paraíso perdido. Esto, a
nuestro juicio, determina las características de la empresa de
Colón, obligado a conciliar los intereses comerciales y
económicos de su viaje -estipulados en el contrato que
firmó con la Corona-, con los intereses
escatológicos de ese mismo viaje que nutrió, junto
con el concreto, las
dos caras de su proeza náutica.
Más de cincuenta mil personas estaban reunidas
aquel día en el estadio de fútbol de la Universidad Rice
de Houston para oír el gran desafío del Presidente
Kennedy de poner a un hombre en la luna. Era necesario
después de la crisis de
Cuba,
después del fracaso de Bahía de Cochinos,
después del Sputnik y Yuri Gagarin, recuperar el prestigio
y el respeto de los
Estados
Unidos; y el viaje tripulado a la luna era una forma de
devolverle ese prestigio y ese respeto a los norteamericanos. Por
eso no será necesario abundar en razones para fundar la
iniciativa del gobierno.
Joseph Sea, subdirector de los vuelos espaciales tripulados de la
NASA, había dicho durante aquellas jornadas -casi en la
misma clave que utiliza Marañón para referirse a
Colón- que "(…) uno de los motivos principales de los
vuelos espaciales tripulados es la necesidad de intentar lo
imposible" . Y desde luego, este era el discurso de
Kennedy: "Deseamos competir en la era espacial y deseamos ser los
primeros… Muchos se preguntan: pero ¿por qué
debemos viajar a la luna? ¿Por qué debe ser
ésta nuestra meta…? De igual manera se podría
preguntar: ¿por qué debemos escalar la
montaña más elevada? ¿Por qué hace 35
años emprendimos el vuelo trasatlántico?" .
Es evidente, en tal sentido, si anclamos nuestro análisis en el contexto histórico de
la guerra
fría, que el disparador del proyecto Apolo sólo
se explica acabadamente en aquellas circunstancias políticas
que desataron la decisión de Kennedy. Por ello, más
allá de todas las razones con las que se trataron de
relativizar las causas de fondo del proyecto lunar, éstas
nunca alcanzaron para vencer las voces críticas que
sostenían que un vuelo automático –mucho
más económico- podía deparar los mismos
resultados de un vuelo tripulado. En consecuencia, es relevante
el análisis de las respuestas de Kennedy a los
interrogantes de sus propios dichos: "(…) debemos escalar la
montaña más elevada por que está
allí. El espacio cósmico está allí y
nosotros lo escalaremos. Y la luna y los planetas
están allí y con ellos nuevas esperanzas de
conocimiento y
de paz. Por eso, ahora que desplegamos nuestras velas, rogamos la
bendición de Dios para la mayor y la más atrevida y
peligrosa de las aventuras del género
humano" .
La luna, luego de aquel anuncio "lanzado a la humanidad", dejaba
de ser un simple objeto de preocupación astronómica
para revelarse como "un espacio de nuevas esperanzas", de
posibilidades de "conocimiento y paz" y como réplica
debía ser dotada de un contenido con resonancias
míticas que justificasen la quema de riquezas que Adolf
Kozlik sostiene en El capitalismo del desperdicio como una de las
causas del extraordinario gasto que deparó el proyecto
Apolo. Para Koslik, la guerra
fría fue una pulseada entre dos bloques que "sin abandonar
las posibilidades de destrucción que ofrece el
armamentismo, buscó un nuevo campo que permitiese el
desperdicio y la destrucción de las mercancías
producidas(…) Y a continuación agrega:
"¿Hay algo más ilimitado que el espacio
cósmico? La conquista del espacio (por ello) se
presentó como la empresa ideal
para volatilizar la fuerza
productiva" .
Esta fue la razón de fondo de los Estados Unidos para
convertir en una carrera la exploración espacial que
comenzó el 4 de octubre de 1957, fecha en que la
Unión Soviética puso en órbita al primer
satélite artificial de la historia, el Sputnik 1,
absolutamente convencida de que la URSS no podría
soportar, en el largo plazo, una sangría de recursos como a
la que se vería inducida si se concretaba el Proyecto
Apolo.
Si Cólon viajó a América para procurar una
ruta comercial estratégica para una España
ávida de alcanzar nuevas y fabulosas riquezas, el programa para
enviar un hombre a la luna sirvió para quemar recursos que
podrían haber transformado la realidad económica de
los países más pobres o transformar los desiertos
en virtuales paraísos terrenales. Sin embargo, en su
trasfondo, la carrera emprendida entre los norteamericanos y la
Unión Soviética era la expresión de una
lucha, directamente vinculada con el reparto de los recursos de
los países más pobres. Y a tal punto es así,
que finalmente en la década de los ochenta, la URSS se
desbarrancó económicamente por el agotamiento que
implicó, entre otras cosas, esta pulseada por el
predominio en el espacio que Reagan llevó hasta el grado
de la locura con su Iniciativa de Defensa Estratégica,
conocida también como Guerra de las Galaxias, que puso fin
a una era.
4. Las caras de
América y la Luna
Podemos afirmar que en las causas del viaje de
Colón convergieron simultáneamente dos
propósitos: por un lado, obtener una ruta hacia las Indias
para obtener riquezas y por el otro, una motivación
escatológica para procurar la conversión "a nuestra
Santa Fe de los que allí se encontraran".
Llamativamente, el viaje a la luna también tuvo dos
objetivos. Ya
no se trataba de un viaje en busca de riquezas, al menos,
inmediatas. Por el contrario, como afirma Kozlik, la finalidad
era dilapidarlas en un proyecto que como el mismo Kennedy lo
definió produciría "nuevas esperanzas", pero a un
costo de miles y
miles de millones de dólares que invertidos de otro modo
hubieran cambiado la suerte de los hambrientos y pobres de todo
el mundo.
Si América resultó para Colón un espacio de
abundancia, de "árboles
los más hermosos que yo ví y tan verdes y con sus
hojas como los de Castilla" la luna, en cambio, fue el
espacio de la carencia, "un lugar que tiene su belleza, Buzz. Se
parece mucho al desierto de los Estados
Unidos".Nota
En las primeras líneas de esta
monografía hicimos referencia al deseo de
alimentarse que motivan los viajes emprendidos por las distintas
especies y que también está presente en el hombre.
¿Pero acaso el ser humano viaja tan sólo para
satisfacer este deseo primario?
Más allá de aquellos que jamás creyeron en
los argumentos de Kennedy, en cuanto a que el proyecto Apolo
estaba inspirado exclusivamente en la "posibilidad de
conocimientos", es evidente que se obtuvieron cientos de
resultados en el campo científico y tecnológico de
aplicación práctica. De este modo, el viaje a la
luna adquiere una significación posible. ¿Pero
ésta fue la causa?
Nosotros apuntamos el objetivo no siempre marcado de inducir a la
URSS a un gasto inverosímil hasta hacerla desbarrancar
económica y políticamente. Pero, ¿por
qué elegir la luna para competir en esta carrera; por
qué no haber elegido –por citar sólo un
ejemplo- un país pobre de toda pobreza y
disputar entre ambos quien lo convertía primero en un
Edén?
¿Por qué la luna? "Porque está allí y
no aquí; porque es un espacio de nuevas esperanzas"
(Kennedy).
El viaje hacia la tierra prometida
Fernando Ainsa, en su libro De la Edad de Oro a El Dorado, apunta
que "el hombre apenas expulsado del Paraíso terrenal ha
buscado la Tierra Prometida de Canaán. Gracias a la fuerza
que otorga la reminiscencia del pasado feliz se puede alimentar
la esperanza en el futuro" .
¿Es esta la razón profunda de los viajes del
hombre, incluso la de los turistas que para escapar de la
tensión de sus deseos insatisfechos, acumulados durante
todo el año, buscan en sus viajes "ese lugar" o "esa
tierra" donde es posible satisfacer aquellos deseos?
No queremos aventurar juicios concluyentes ni tampoco contamos
con espacio suficiente en estas páginas para brindarle al
lector mayores elementos de análisis. Pero, como
decía Chardin, el hombre, vértice de una flecha
imaginaria, está signado por el movimiento expansivo e
invasor de la vida. Cada uno de sus viajes, ambiguos todos y
ambivalentes, combinan la satisfacción de deseos
elementales –comunes al resto de los animales- con deseos
insatisfechos, deparados, en gran proporción, por la
ficción o el mito.
Aquella gran puesta en escena del viaje a la luna, con su
televisación en directo y los astronautas devenidos
actores, supo combinar también estos elementos. La
periodista Oriana Fallaci lo advirtió ese mismo
día: "La luna se convirtió en algo religioso y los
dos hombres se convirtieron en algo sagrado, símbolos de
todos nosotros, vivos o muertos, buenos o malos, estúpidos
o inteligentes, de todo nosotros que, peces,
buscamos siempre otras playas sin saber por qué" .
Y es posible que en la infinitud del cosmos, vuelvan a emerger
las tierras del Gran Can, Cipango, El Dorado o la Ciudad de los
Césares. Porque antes, ahora y siempre, el hombre es la
vanguardia de un viaje que emprendió la vida entre los bordes de la quimera.
6. Bibliografía
- AINSA, Fernando. De la Edad de Oro a El Dorado. Fondo
de Cultura
Económica, México, 1992. - CHARDIN, Theilard de. La visión del pasado.
Taurus, Madrid, 1962. - COLON, Cristóbal. Diarios. Ed. Cultura
Hispánica, Madrid, 1972. - COLON, Cristóbal. Textos y documentos
completos. Alianza Editorial, Madrid, 1992. - ELIADE, Mircea. La búsqueda. Ed.
Megápolis, Buenos Aires,
1971. - FALLACI, Oriana. En: Reportajes de la historia. Ed.
Planeta, Barcelona, 1972. - FERNÁNDEZ DE NAVARRETE, Marín. Viajes
de Colón. Ed. Porrúa, México,
1987. - FERNÁNDEZ RETAMAR, Roberto. En: El
Encubrimiento. Ed. IMFC, Buenos Aires, 1992. - KOZLIK, Adolf. El capitalismo del desperdicio. Ed.
Siglo XXI, México, 1968.
Autor:
Pedro Oscar Pesatti
Profesor en Letras