- Primeras campañas
- Los planes expansionistas de Francia
- El avance francés y la batalla del 5 de mayo
- La Ocupación de la capital por los franceses
- Establecimiento del imperio de Maximiliano
- Juárez y la defensa de la soberanía
- La resistencia militar mexicana
- La retirada francesa y la victoria de las fuerzas liberales
- Bibliografía
Destruida la alianza formada en Londres entre Inglaterra, España y Francia, y dado que esta última potencia tenía planes ulteriores, tales como intervenir en la política mexicana imponiendo un gobierno extraño y aprovechando su influencia y apoyo en la obtención de amplios beneficios, principalmente económicos, los comisionados franceses, auxiliados por monarquistas y conservadores mexicanos, se aprestaron a actuar. En vez de retirarse hasta Paso Ancho, como se habían comprometido por los preliminares de La Soledad, se quedaron en Córdoba, pretextando que el gobierno juarista que afirmaba era el de la minoría opresiva, trataba, a base de un sistema de terror sin ejemplo, impedir el régimen que anhelaba. También señalaban que no se retiraría, pues tenía que proteger a sus soldados enfermos que se halaban en varios hospitales, y los cuales se habían comprometido a prestar auxilio y a otorgarles toda suerte de protección el general Ignacio Zaragoza, que había sido nombrado jefe de las armas mexicanas. Lorencez, aconsejando por Saligny y Almonte, y desacuerdo con las instrucciones del emperador surgidas de falsas informaciones trataba a toda costa subir las tropas a la meseta, tanto para preservarlas de las fiebres tropicales como para impresionar a la población a través de un avance fácil y victorioso. Creía, además, que ese hecho obligaría a la población moderada a decidirse a desconocer la administración juarista y a darse una forma de gobierno diferente, eligiendo también un jefe que podría ser el general Almonte y no Doblado, destacado liberal en quien se había pensado en vísperas de los preliminares de La Soledad.
Primeras campañas
Confiando Lorencez en esos planes, el día 19 de abril, a las tres de la tarde, marchó hacia el altiplano acompañado de Saligny y de Almonte. Con un contingente de 6,000 soldados bien dispuestos, Lorencez avanzó hacia Orizaba, llegando a Fortín a media tarde. Las hostilidades empezaban al rimper los franceses los tratados. Zaragoza, que estaba en Orizaba con 4,000 hombres y ocho cañones, se retiró hacia Las Cumbres, paso obligado hacia el altiplano. En Orizaba, Lorencez recibió nuevos refuerzos dirigidos por los coroneles L´Herillier y Gambier, quienes llevaron el peso de la primera fase de la campaña, y se aprestó a iniciar el ascenso hacia las grandes ciudades, Puebla y México. El 27 de abril por la mañana, acompañado por el ave negra de Saligny y por Almonte. Inició su marcha sobre Puebla. La víspera escribía, lleno de soberbio optimismo, al ministro de la Guerra párrafos reveladores del complejo de superioridad de todos los europeos.
Transponer Las Cumbres de Acultzino representó una primera etapa. Zaragoza se dispuso a hacerle frente, después de haber desviado a fuerzas reaccionarias de Zuloaga y otros jefes que venían a auxiliare a los franceses. Con 4,000 hombre, de los cuales sólo la mitad actuó, divididos en cinco brigadas de infantería, tres baterías de montaña de seis piezas y 200 caballeros, Zaragoza, auxiliado por el coronel Días, trató de impedir el avance del enemigo. Los batallones de cazadores, compañías de zuavos e infantes de marina lograron ampararse de varias alturas tras duros ataques a la bayoneta u desalojar a las fuerzas mexicanas, que se replegaron a San Agustín del Palmar. Los invasores penetraron hasta la Cañada de Ixtapan. El 1 de mayo, reunidos todos los contingentes y eufóricos antes las promesas de Saligny de que Puebla les recibirían con lluvia de flores, los invasores marchó hacia la ciudad de los Ángeles.
Zaragoza había reunido en Puebla a sus tropas, ordenado se levantaran barricadas en las calles y planeando hacer su defensa amparándose en tres eminencias que rodean la ciudad y en las que existían fortificaciones de cierta importancia: las de los cerros de San Juan, Guadalupe y Loreto. Sus tropas, cercanas a los 12,000 hombres debido a los refuerzos recibidos, estaban dirigidas por los gerentes, con 1,200 soldados y dos baterías de campaña, defendáis las alturas y fue quien llevó el peso de la batalla y a quien se debió el triunfo, auxiliado heroicamente por todo sus compañero, dirigidos certeramente por el general Ignacio Zaragoza.
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