Anatomía del Tiburón blanco
Las
armas del
más extraordinario cazador del mar
Su robusta e
hidrodinámico cuerpo, unido a las impresionantes
mandíbulas repletas de afilados dientes, hacen del
tiburón blanco el mayor de los tiburones.
CABEZA
Con forma de torpedo, la cabeza culmina en un gran
hocico cónico, bajo el que se encuentra la boca, la cual
está bordeada de blanco. En la parte superior, un par de
agujeros conectan a través de sendos conductos con el
oído
interno, muy sensible. Dicha estructura
posee también el sistema
vestibular: una serie de canales semicirculares que proporcionan
el sentido del equilibrio
DIENTES
Tienen forma triangular y casi simétrica (a
diferencia de otros marrajos), y son muy grandes, sin
cúspides laterales y con los bordes serrados, siendo
más anchos los de la mandíbula superior. Su filo es
tal que pueden cortar una hoja de papel como lo
haría una navaja. No presentan desgaste porque se van
desprendiendo y reemplazando continuamente, de manera que a lo
largo de toda su vida el tiburón blanco puede desarrollar
miles de dientes.
Muchos tiburones poseen numerosos poros superficiales,
sobre todo el la parte cefálica, que esconden una
complicada estructura sensorial: están conectados por
medio de canales (bien aislados y llenos de una sustancia
conductora de la electricidad) a
una pequeña cámara interior (la ampolla) tapizada
de células
pilíferas y electrorreceptoras. Las ampollas de Lorenzini
suelen estar agrupadas y constituyen el sistema electrosensorial
–el sentido más misterioso- capaz de detectar los
campos eléctricos de bajísima intensidad que poseen
los seres vivos.
ALETA CAUDAL
A diferencia de la mayoría de tiburones, pero
como los marrajos y otros lámnidos, no presenta los
lóbulos muy distintos, si bien el superior es algo
más largo. Esta aleta caudal casi simétrica es el
auténtico propulsor del tiburón blanco, actuando
las demás a modo de timón o como
estabilizadores.
ALIMENTACIÓN
Superdepredador
El blanco es el mayor de los tiburones depredadores y su
esqueleto cartilaginoso reduce mucho su peso en
comparación con el óseo de la mayoría de
peces,
consiguiendo una notable mejora de la flotabilidad. Todo ello
–unido a su musculoso cuerpo hidrodinámico-
convierte al tiburón blanco en un acróbata marino
terrible. Tiene una longitud máxima de 6 m, siendo el
mayor de los tiburones depredadores. Un récord
histórico de 11 m se considera ahora desacreditado, aunque
sí se piensa que pueda existir alguna hembra vieja que se
acerque a los 10 metros.
Su dieta habitual incluye todo tipo de peces, tortugas y
calamares, aunque puede alimentarse de casi todo lo que se mueva
dentro del agua y cuyo
tamaño merezca el esfuerzo de capturarlo,
atreviéndose incluso con otros tiburones y posiblemente
también con ballenas pequeñas. Entre las
excepciones están los tiburones mayores y las ballenas,
así como las aves marinas y
las nutrias marinas, que son cazadas pero no ingeridas. Detecta a
sus presas con el oído y el olfato desde lejos, con la
vista cuando está cerca y con la sensibilidad
eléctrica en el último instante. Para encontrarse
con ellas patrulla sin descanso porque para respirar necesita
nadar constantemente. También caza focas, leones marinos,
otros pinnípedos de gran tamaño y ocasionalmente
cetáceos (sobre todo delfines). En
las áreas donde estas presas son abundantes, el
tiburón blanco con frecuencia desestima presas
pequeñas porque para saciarse debería capturar
muchas y, además, son más escurridizas. Prefiere
grandes animales que le
obliguen a pocos ataques y que le permitan permanecer luego un
largo período de tiempo sin
comer.
La técnica de ataque
Cuando se acerca a una presa, la boca del tiburón
se abre mucho y toda la parte cefálica sufre una gran
transformación: el hocico se dobla hacia arriba, la
mandíbula superior (muy flexible) se proyecta hacia
delante, los dientes se extienden hacia fuera. Los ojos, muy
vulnerables por su proximidad a las fauces de una víctima
que se debate entre
la vida y la muerte, se
protegen. Algunas especies giran el globo ocular hacia
atrás, mientras que muchas otras poseen un artilugio muy
eficaz: una membrana blanquecina se cierra como una persiana para
salvaguardar el sentido de la vista.
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