Cómo adaptarnos a un mundo en
constante cambio
Spencer Johnson, M.D.
Una manera sorprendente de afrontar el cambio en
el trabajo y
en la vida privada.
Dedicado a un amigo el doctor Kenneth Blanchard, cuyo
entusiasmo por esta historia me animó a
escribir este libro y cuya
ayuda ha permitido que llegue a tantísimas
personas.
Los planes mejor trazados de los ratones y de las
personas a menudo se tuercen.
Robert Burns, 1759-1796
La vida no es un pasillo recto y fácil por que
viajamos libres y sin obstáculos, sino un laberinto de
pasajes en el que debemos hallar nuestro camino, perdidos y
confundidos, una y otra vez atrapados en un callejón sin
salida.
Pero, si tenemos fe, Dios siempre nos abrirá una
puerta que aunque tal vez no sea la que queríamos, al
final será buena para nosotros.
A. J. Cronin
La historia que hay
detrás del cuento
Kenneth Blanchard
Me encanta poder contaros
«la historia que hay detrás del cuento»
¿Quién se ha llevado mi queso?, porque eso
significa que el libro ya
está escrito y todos podemos acercarnos a él para
leerlo, disfrutarlo y comentarlo con los demás.
Esto es algo que yo siempre había querido que
ocurriera, desde la primera vez que Spencer Johnson, hace ya
años, me contó su fantástica historia del
«queso», antes de que escribiéramos juntos El
ejecutivo al minuto.*
Recuerdo que pensé lo bueno que era el relato y
lo útil que sería para mí desde aquel
momento.
¿Quién se ha llevado mi queso? Es un
cuento sobre
el cambio que
tiene lugar en un laberinto donde cuatro divertidos personajes
buscan «queso». El queso es una metáfora de lo
que uno quiere tener en la vida, ya sea un trabajo, una
relación amorosa, dinero, una
gran casa, libertad,
salud,
reconocimiento, paz interior, o incluso una actividad como correr
o jugar al golf.
Cada uno de nosotros tiene su propia idea de lo que es
el queso, y va tras él porque cree que la hace feliz. Si
lo consigue, casi siempre se encariña con él. Y si
lo pierde o se lo quitan, la experiencia suele resultar
traumática.
En el cuanto, el «laberinto» representa el
lugar donde pasas el tiempo en busca
de lo que deseas. Puede ser la
organización en la que trabajas, la comunidad en la
que vives o las relaciones que mantienes en tu vida.
Lo creas o no, este relato ha salvado carreras,
matrimonios e incluso vidas.
Uno de lo muchos ejemplos reales es el de Charlie Jones,
el respetado locutor de la cadena televisiva NBC, quien
confesó que escuchar el cuento ¿Quién se ha
llevado mi queso? Salvó su carrera.
Lo que ocurrió fue lo siguiente: Charlie se
había esforzado mucho y hecho un buen trabajo
retransmitiendo las pruebas de
atletismo de
unos Juegos
Olímpicos. Por eso, cuando su jefe le dijo que
había sido apartado de esa especialidad deportiva y que en
los siguientes Juegos
tendría que encargarse de las retransmisiones de natación y
saltos, se quedó muy sorprendido y se
enfadó.
Como no conocía tan bien esos deportes, se sintió
frustrado. El hecho de que no lo reconocieran que había
realizado una buena labor lo irritó. Le parecía
injusto, y la ira empezó a afectar todo lo que
hacía.
Entonces le contaron el cuento ¿Quién se
ha llevado mi queso?
Después de oírlo, se rió de
sí mismo y cambió de actitud.
Advirtió que lo único que había ocurrido era
que su jefe «le había movido el queso», y se
adaptó. Aprendió sobre esos dos nuevos deportes y, en el proceso,
descubrió que hacer algo nuevo lo
rejuvenecía.
Su jefe no tardó en reconocer su actitud y
energía nuevas y en aumentar sus retribuciones.
Disfrutó de más éxito
que nunca y se hizo una excelente reputación como
comentarista.
Esta es una de las innumerables historias reales que he
oído
acerca del impacto que ha tenido este cuento en muchas personas,
en todos los ámbitos de la vida, desde el profesional
hasta el amoroso.
Tengo tanta fe en la fuerza de
¿Quién se ha llevado mi queso? Que hace poco
regalé un ejemplar de una edición previa del libro
a todas las personas (unas 200) que trabajaban en nuestra
empresa.
¿Por qué?
Porque, como toda empresa que
aspire no sólo a sobrevivir, sino ha ser competitiva,
Blanchard Training & Development está cambiando
constantemente. Nos mueven «el queso» sin parar.
Mientras que en el pasado queríamos empleados leales, hoy
necesitamos personas flexibles que no sean posesivas con
«la manera de hacer las cosas
aquí».
*El ejecutivo al minuto, Grijalbo, Barcelona,
1995.
Y, como todos sabemos, vivir en una permanente catarata
de cambios suele ser estresante, a menos que las personas tengan
una manera de ver el cambio que las ayude a comprenderlo. Y
aquí es precisamente donde entra en acción el
cuento del «queso».
Cuando les hablé a mis amigos del cuento y lo
leyeron, casi noté que empezaban a desprenderse de
energía negativa. Una tras otra, todas las personas de
la empresa se
acercaron para darme las gracias por el libro y para decirme lo
mucho que les había a contemplar desde una perspectiva
diferente los cambios que se producen en nuestra empresa. Esta
breve parábola se lee en muy poco tiempo, pero su
impacto puede ser muy profundo.
El libro está dividido en tres partes. En la
primera, «La reunión», unos antiguos
compañeros de instituto hablan de cómo afrontan los
cambios que se producen en sus respectivas vidas. La segunda
parte es el cuento en sí, «El cuento: ¿Quien
se ha llevado mi queso?», y constituye el núcleo del
libro. En la tercera parte, «El debate»,
la gente comenta lo que el cuento ha significado para ella y
cómo va a utilizarlo en su trabajo y en su
vida.
Algunos lectores del manuscrito prefirieron detenerse al
final del cuento y no leer «El debate»,
a fin de interpretar el significado por sí mismos. Otros
disfrutaron leyéndolo
porque les estimuló a pensar cómo poner en
práctica en su situación lo que les había
enseñado el relato.
En cualquier caso, espero que cada vez que releas
¿Quién se ha llevado mi queso? Encuentres algo
nuevo y útil en el cuento, tal como me ocurre a mí,
y que esto te ayude a afrontar el cambio y a tener éxito,
sea lo que sea el éxito para ti.
Con mis mejores deseos, espero que disfrutes con lo que
encuentres. Ah, y recuerda: ¡muévete cuando se mueva
el queso!
KEN BLANCHARD
San Diego, 1998
¿Quien se ha llevado mi
queso?
En Chicago, un soleado domingo, hombres y mujeres
que habían ido juntos al instituto se reunieron para
almorzar tras haber asistido a un acto oficial en el centro la
noche anterior. Querían saber más cosas de la vida
de sus ex compañeros de clase. Después de muchas
bromas y una gran comida, entablaron una interesante
conversación.
Angela, que había sido una de las personas
más populares de la clase, dijo:
-La vida ha seguido una trayectoria muy distinta de la
que yo pensaba cuando íbamos al instituto. Han cambiado
muchas cosas.
-Es cierto- Convino Nathan.
Los demás sabían que Nathan había
continuado con el negocio familiar, que funcionaba como siempre,
y que desde que ellos recordaban estaba integrado en la comunidad. Por
eso los sorprendió verlo preocupado.
-Pero ¿habéis notado que cuando las cosas
cambian nosotros no queremos cambiar?
-prosiguió.
-Creo que nos resistimos al cambio porque cambiar nos da
miedo- apuntó Carlos.
-Tú eras el capitán del equipo de
fútbol, Carlos -dijo Jessica-. Nunca hubiera pensado que
algún día llegarías a hablar de
miedo.
Todos rieron al advertir que, aunque habían
tomado direcciones distintas (desde ser ama de casa hasta
trabajar de ejecutivo en una empresa),
experimentaban sensaciones similares.
Cada uno de ellos intentaba afrontar los cambios
inesperados que se estaban produciendo en su vida en los
últimos años. Y casi todos los asistentes
admitieron que no habían encontrado una buena manera de
hacerlo.
-A mí también me daban miedo los cambios
-intervino Miguel-. Cuando se produjo un gran cambio en nuestra
empresa, no supimos qué hacer. Seguimos actuando como
siempre y casi lo perdimos todo. Pero entonces me contaron un
cuento que lo cambió todo.
-¿En serio?- preguntó Nathan.
-Sí. El cuento alteró la manera en que yo
miraba los cambios, y a partir de ese momento las cosas mejoraban
rápidamente… En mi trabajo y en mi vida.
»Entonces divulgué el cuento entre algunas
personas de mi empresa, que hicieron lo propio con otras ajenas a
ella, y enseguida las cosas empezaron a funcionar mucho mejor
porque todos nos adaptamos mejor al cambio. Y muchos dicen lo
mismo que yo: que los ha ayudado en la vida privada.
-¿De qué cuento se trata?- Preguntó
Ángela.
-Se llama ¿Quién se ha llevado mi
queso?
Todos se echaron a reír.
-Me gustaría oírlo- dijo Carlos
-.¿Por qué no nos lo cuentas
ahora?
-Desde luego- respondió Michael-. Será un
placer para mí… No es demasiado largo.
Y Michael empezó a contar el cuento.
ÉRASE UNA VEZ un país muy lejano en
el que vivían cuatro personajes. Todos corrían por
un laberinto en busca del queso con que se alimentaban y que los
hacía felices.
Dos de ellos eran ratones, y se llamaban Oliendo y
Corriendo (Oli y Corri para sus amigos); los otros dos eran
personitas, seres del tamaño de los ratones, pero que
tenían un aspecto y una manera de actuar muy parecidos a
los de los humanos actuales. Sus nombres eran Kif y
Kof.
Debido a su pequeño tamaño, resultaba
difícil ver qué estaban haciendo, pero si mirabas
de cerca descubrías cosas asombrosas.
Tanto los ratones como las personitas se pasaban el
día en el laberinto buscando su queso favorito.
Oli y Corri, los ratones, aunque sólo
poseían cerebro de
roedores, tenían muy buen instinto y buscaban el queso
seco y curado que tanto gusta a esos animalitos.
Kif y Kof, las personitas, utilizaban un cerebro repleto
de creencias para buscar un tipo muy distinto de Queso -con
mayúscula-, que ellos creían que los haría
ser felices y triunfar.
Por distintos que fueran los ratones y las personitas,
tenían algo en común: todas las mañanas se
ponían su chándal y sus zapatillas deportivas,
salían de su casita y se precipitaban corriendo hacia el
laberinto en busca de su queso favorito.
El laberinto era un dédalo de pasillos y salas,
algunas de ellas contenían delicioso queso. Pero
también había rincones oscuros y callejones sin
salida que no llevaban a ningún sitio. Era un lugar en el
que les permitían disfrutar de una vida mejor.
Para buscar queso, Oli y Corri, los ratones, utilizaban
el sencillo pero ineficaz método del
tanteo. Recorrían un pasillo, y si estaba vacío,
daban vuelta y recorrían el siguiente.
Oli olfateaba el aire con su gran
hocico a fin de averiguar en qué dirección había que ir para
encontrar queso, y Corri se abalanzaba hacia allí. Como
imaginarán, se perdían, daban muchas vueltas
inútiles y a menudo chocaban contra las
paredes.
Sin embargo, Kif y Kof, las dos personitas, utilizaban
un método
distinto que se basaba en su capacidad de pensar y aprender de
las experiencias pasadas, aunque a veces sus creencias y emociones los
confundían.
Con el tiempo, siguiendo cada uno su propio
método, todos encontraron lo que habían estado
buscando: un día, al final de uno de los pasillos, en la
Central Quesera Q, dieron con el tipo de queso que
querían.
A partir de entonces, los ratones y las personitas se
ponían todas las mañanas sus prendas deportivas y
se dirigían a la Central Quesera Q. Al poco, aquello se
había convertido en una costumbre para todos.
Oli y Corri se despertaban temprano todas las
mañanas, como siempre, y corrían por el laberinto
siguiendo la misma ruta.
Cuando llegaban a su destino, los ratones se quitaban
las zapatillas y se las colgaban del cuello para tenerlas a mano
en el momento en que volvieran a necesitarlas. Luego, se
dedicaban a disfrutar de queso.
Al principio, Kif y Kof también iban corriendo
todos los días hasta la Central Quesera Q para paladear lo
nuevos y sabrosos bocados que los guardaban.
Pero, al cabo de un tiempo, las personitas fueron
cambiando de costumbres.
Kif y Kof se despertaban cada día más
tarde, se vestían más despacio e iban caminando
hacia la Central Quesera Q. Al fin y al cabo, sabían
dónde estaba el queso y cómo llegar hasta
él.
No tenían ni idea de la procedencia del queso ni
sabían quién lo ponía allí.
Simplemente suponían que estaría en su
lugar.
Todas las mañanas, cuando llegaban a la Central
Quesera Q, Kif y Kof se ponían cómodos, como si
estuvieran en su casa. Colgaban sus chándals, guardaban
las zapatillas y se ponían la pantuflas. Como ya
habían encontrado el queso, cada vez se sentían
más a gusto.
-Esto es una maravilla -dijo Kif-. Aquí tenemos
queso suficiente para toda la vida.
Las personitas se sentían felices y contentas,
pensando que estaban a salvo para siempre.
No tardaron mucho en considerar suyo el queso que
habían encontrado en la Central Quesera Q. Y había
tal cantidad almacenada allí que, poco después,
trasladaron su casa cerca de la central y construyeron una vida
social alrededor de ella.
Para sentirse más a gusto, Kif y Kof decoraron
las paredes con frases e incluso pintaron trozos de queso que los
hacían sonreír. Una de las frases
decía:
Tener queso te hace feliz.
En ocasiones, Kif y Kof llevaban a sus amigos a ver los
trozos de queso que se apilaban en la Central Quesera Q. Unas
veces los compartían con ellos y otras, no.
-Nos merecemos este queso -dijo Kif-. Realmente tuvimos
que trabajar muy duro y durante mucho tiempo para conseguirlo.
-Tras estas palabras, cogió un trozo y se lo
comió.
Después, Kif se quedó dormido, como
solía ocurrirle.
Todas las noches, las personitas volvían a casa
cargadas de queso, y todas las mañanas regresaban,
confiadas, a por más a la Central Quesera Q.
Todo siguió igual durante algún
tiempo.
Pero al cabo de unos meses, la confianza de Kif y Kof se
convirtió en arrogancia. Se sentían tan a gusto que
ni siquiera advertían lo que estaba ocurriendo.
El tiempo pasaba, y Oli y Corri seguían haciendo
lo mismo todos los días. Por la mañana, llegaban
temprano a la Central Quesera Q y husmeaban, escarbaban e
inspeccionaban la zona para ver si había habido cambios
con respecto al día anterior. Luego se sentaban y se
ponían a mordisquear queso.
Una mañana, llegaron a la Central Quesera Q y
descubrieron que no había queso.
No les sorprendió. Como habían notado que
las reservas de queso habían ido disminuyendo poco a poco,
Oli y Corri estaban preparados para lo inevitable e,
instintivamente, enseguida supieron lo que tenían que
hacer.
Se miraron el uno al otro, cogieron las zapatillas
deportivas que llevaban atadas al cuello, se las calzaron y se
las anudaron.
Los ratones no se perdían en análisis profundos de las cosas. Y tampoco
tenían que cargar con complicados sistemas de
creencias.
Para los ratones, tanto el problema como la
solución eran simples. La situación en la Central
Quesera Q había cambiado. Por lo tanto, Oli y Corri
decidieron cambiar.
Ambos asomaron la cabeza por el laberinto. Entonces, Oli
alzó el hocico, husmeó y asintió con la
cabeza, tras lo cual, Corri se lanzó a correr por el
laberinto y Oli lo siguió lo más de prisa que
pudo.
Ya se habían puesto en marcha en busca de queso
nuevo.
Ese mismo día, más tarde, Kif y Kof
hicieron su aparición en la Central Quesera Q. No
habían prestado atención a los pequeños cambios que
habían ido produciéndose y , por lo tanto, daban
por sentado que su queso seguiría allí.
La nueva situación los pilló totalmente
desprevenidos.
-¿Qué? ¿No hay queso? -gritó
Kif-. ¿No hay queso? -repitió muy enojado, como si
gritando fuese a conseguir que alguien se lo devolviera-.
¿Quién se ha llevado mi queso? -bramó,
indignado. Finalmente, con los brazos en jarras y el rostro
enrojecido de ira, vociferó-: ¡Esto no es
justo!
Kof sacudió negativamente la cabeza con gesto de
incredulidad. Él también había dado por
supuesto que en la Central Quesera Q habría queso, y se
quedó paralizado por la sorpresa. No estaba preparado para
aquello.
Kif gritaba algo, pero Kof no quería escucharlo.
No tenía ganas de enfrentarse a lo que tenía
delante, así que desconectó de la
realidad.
La conducta de las
personitas no era agradable ni productiva, pero sí
comprensible.
Encontrar queso no había sido fácil, y
para las personitas eso significaba mucho más que tener
todos los días la cantidad necesaria del mismo.
Para las personitas, encontrar queso era dar con la
manera de obtener lo que creían que necesitaban para ser
felices. Cada una tenía, según fueran sus gustos,
su propia idea de lo que significaba el queso.
Para algunas, encontrar queso era poseer cosas materiales.
Para otras, disfrutar de buena salud o alcanzar la paz
interior.
Para Kof, el queso significaba simplemente sentirse a
salvo, tener algún día una estupenda familia y una
confortable casa en la calle Cheddar.
Para Kif, significaba convertirse en un Gran Queso con
otros a su cargo y tener una hermosa mansión en lo alto de
las colinas Camembert.
Como el queso era muy importante para ellas, las dos
personitas se pasaron mucho tiempo diciendo qué hacer. Al
principio, lo único que se les ocurrió fue
inspeccionar a fondo la Central Quesera Q para comprobar si
realmente el queso había desaparecido.
Mientras que Oli y Corri ya se habían puesto en
marcha, Kif y Kof continuaban vacilando y titubeando.
Despotricaron y se quejaron de lo injusto que era todo
lo ocurrido, y Kof empezó a deprimirse. ¿Qué
sucedería si al día siguiente tampoco encontraban
el queso? Había hecho muchos planes para el futuro basados
en aquel queso…
Las personitas no daban crédito
a lo que veían. ¿Cómo podía haber
ocurrido aquello? Nadie las había avisado. No estaba bien.
Se suponía que esas cosas no tenían que
pasar.
Aquella noche, Kif y Kof volvieron a casa hambrientos y
desanimados; pero, antes de marcharse de la Central Quesera Q,
Kof escribió en la pared:
Cuanto más importante es el
queso
para uno, más se desea
conservarlo.
Al día siguiente, Kif y Kof salieron de sus
respectivas casas y volvieron a la Central Quesera Q, donde
esperaban encontrar, de una manera o otra, su queso.
Pero la situación no había cambiado: el
queso seguía sin estar allí. Las personitas no
sabían qué hacer. Kif y Kof se quedaron
paralizados, inmóviles como estatuas.
Kof cerró los ojos lo más fuerte que pudo
y se tapó los oídos con las manos. Quería
desconectar de todo. Se negaba a reconocer que las reservas de
queso habían ido disminuyendo de manera gradual. Estaba
convencido de que habían desaparecido de
repente.
Kif analizó la situación una y otra vez,
y, al final, su complicado cerebro dotado de un enorme sistema de
creencias empezó a funcionar.
-¿Por qué me han hecho esto? -se
preguntó-. ¿Qué está pasando
aquí?
Kof abrió los ojos, miró a su alrededor e
inquirió:
-Por cierto, ¿dónde están Oli y
Corri? ¿Crees que saben algo que nosotros no
sabemos?
-¿Qué quieres que sepan? -espetó
Kif en tono de desprecio-. No son más que ratones.
Reaccionan ante lo que ocurre. Nosotros somos personitas, somos
especiales. Tendríamos que ser capaces de dar con la
solución. Además, merecemos mejor suerte que ellos.
Esto no debería ocurrirnos, y si nos ocurre, al menos
tendríamos que recibir una compensación.
-¿Por qué tendríamos que recibir
una compensación? Kof.
-Porque tenemos derecho.
-¿Derecho a qué? -preguntó
Kof.
-Tenemos derecho a nuestro queso.
-¿Por qué? -insistió
Kof.
-Porque este problema no lo hemos causado nosotros
-respondió Kif-. Alguien ha provocado esta
situación y nosotros tenemos que sacar algún
provecho de ella.
-Tal vez sería mejor no analizar tanto la
situación. Lo que deberíamos hacer es ponernos en
marcha de inmediato y buscar queso nuevo -sugirió
Kof.
-Oh, no -repuso Kif-. Voy a llegar al fondo de todo
esto.
Mientras Kif y Kof seguían discutiendo lo que
debían hacer, Oli y Corri ya se habían puesto en
marcha y habían recorrido muchos pasillos, buscando queso
en todas las centrales queseras que encontraban en su
camino.
No pensaban en otra cosa que no fuera encontrar queso
nuevo.
Pasaron mucho tiempo sin encontrar nada hasta que, al
final, llegaron a una zona del laberinto en la que nunca
habían estado: la
Central Quesera N.
Al entrar profirieron un grito de alegría.
Habían encontrado lo que estaban buscando: una gran
reserva de queso.
No podía dar crédito
a sus ojos. Era la cantidad más grande de queso que los
ratones habían visto en toda su vida.
Mientras, Kif y Kof seguían en la Central quesera
Q evaluando la situación. Empezaban a sufrir los efectos
de la falta de queso. Cada vez estaban más frustrados y
enfadados, y se culpaban el uno al otro de la situación en
la que se hallaban.
De vez en cuando, Kof se acordaba de sus amigos los
ratones, y se preguntaba si Oli y Corri ya habrían
encontrado queso. Pensaba que debían estar pasando
momentos muy duros, porque correr por el laberinto siempre
conllevaba incertidumbre, pero también sabía que no
estarían en apuros mucho tiempo.
A veces, Kof imaginaba que Oli y Corri habían
encontrado queso nuevo y los veía disfrutar de él.
Pensaba en lo bien que le sentaría andar a la aventura por
el laberinto y encontrar un nuevo queso. Casi podía
saborearlo.
Cuando más clara era la imagen que Kof
tenía de sí mismo encontrando y probando el nuevo
queso, más ganas le entraban de marcharse de la Central
Quesera Q.
-¡Vámonos! -exclamó de
repente.
-No -replicó Kif rápidamente-. Estoy bien
aquí, es un lugar cómodo y conocido. Además,
salir ahí fuera es peligroso.
-No, no lo es -repuso Kof-. Hemos recorrido ya muchas
zonas del laberinto, y podemos hacerlo otra vez.
-Soy demasiado viejo para eso -dijo Kif-. Y no tengo
ningún interés en
perderme ni engañarme a mí mismo. ¿Tú
sí?
Estas palabras hicieron que Kof volviera a sentir miedo
al fracaso, y sus esperanzas de encontrar queso nuevo se
desvanecieron.
Así que las personitas siguieron haciendo todos
los días lo mismo que habían hecho hasta entonces:
ir a la Central Quesera Q, no encontrar queso y volver a casa,
llevando consigo sus desasosiegos y frustraciones.
Intentaron negar lo que estaba ocurriendo, pero cada vez
les costaba más conciliar el sueño, y por la
mañana tenían menos energía y estaban
más irritables.
Sus casas no eran los sitios acogedores que
habían sido. Las personitas sufrían de insomnio, y
cuando conseguían dormir tenían pesadillas en las
que no encontraban el queso.
Pero Kif y Kof seguían volviendo todos los
días a la Central Quesera Q y, una vez allí, se
limitaban a esperar.
-Sin nos esforzáramos un poco -dijo Kif-, tal vez
descubriríamos que en realidad las cosas no han cambiado
tanto. Es probable que el queso esté cerca. Quizás
está escondido detrás de la pared.
Al día siguiente, Kif y Kof volvieron con
herramientas.
Kif sujetó el cincel y Kof golpeó con el martillo
hasta que hicieron un agujero en la pared de la Central Quesera
Q. Miraron a través de él, pero no encontraron el
queso.
Se sintieron decepcionados, pero creían que
podían solucionar el problema. Por eso empezaban a
trabajar más temprano, lo hacían con más
ahínco y acababan más tarde, pero lo único
que consiguieron fue tener un enorme agujero en la
pared.
Kof empezó a comprenderla diferencia entre
actividad y productividad.
-Tal vez -dijo Kif-, lo único que
deberíamos hacer es quedarnos sentados y ver qué
pasa. Tarde o temprano, tendrán que volver a poner
queso.
Kof quería creer que Kif tenía
razón, así que todas las noches se iba a descansar
y a la mañana siguiente volvía con su amigo, de
mala gana, a la Central Quesera Q. Pero el queso seguía
sin aparecer.
Las personitas estaban cada vez más
débiles debido al hambre y al estrés.
Kof empezaba a cansarse de esperar que la situación
mejorase. Comenzaba a comprender que cuando más tiempo
estuvieran sin queso, peor se encontrarían.
Kof sabía que estaban perdiendo la
agudeza.
Finalmente, un día Kof empezó a
reírse de sí mismo.
«Mírate, Kof, mírate -se
decía-. Cada día hago las mismas cosas, una y otra
vez, y me pregunto por qué la situación no mejora.
Si esto no fuera tan ridículo, sería incluso
divertido. »
A Kof no le gustaba la idea de tener que correr de nuevo
por el laberinto, porque sabía que se perdería y no
tenía ninguna certeza de que fuera a encontrar más
queso, pero, al ver lo estúpido que se estaban volviendo
por culpa del miedo, tuvo que reírse de sí
mismo.
-¿Dónde has puesto nuestros
chándals y las zapatillas deportivas? -le preguntó
a Kif.
Tardaron mucho tiempo en dar con ellos porque, cuando
tiempo atrás habían encontrado queso en la Central
Quesera Q, los habían guardado al fondo del todo pensado
que ya no los necesitarían nunca más.
Cuando Kif vio a su amigo Poniéndose el
chándal, le preguntó:
-No irás a salir al laberinto otra vez,
¿verdad? ¿Por qué no te quedas aquí
conmigo, esperando que devuelvan el queso?
-Mira, Kif, no entiendes lo que pasa. Yo tampoco
quería verlo, pero ahora me doy cuenta de que ya no nos
devolverá aquel queso. Ese queso pertenece al pasado y ha
llegado la hora de encontrar uno nuevo.
-Pero ¿y si no hay más? -repuso Kif-. Y
aun en caso de que haya, ¿y si no lo
encuentras?
-No lo sé respondió Kof.
Se había formulado miles de veces esas dos
preguntas y empezó a sentir de nuevo el miedo que lo
paralizaba.
Luego empezó a pensar en encontrar un queso nuevo
y en todas las cosas buenas que eso
significaría.
Entonces hizo acopio de fuerzas y dijo:
-A veces, las cosas cambian y nunca vuelven a ser como
antes. Creo que estamos en una situación de este tipo,
Kif. ¡Así es la vida! La vida se mueve y nosotros
también debemos hacerlo.
Kof miró a su demacrado compañero e
intentó hacerlo entrar en razón, pero el miedo de
Kif se había convertido en ira y no quiso
escucharle.
Kof no quería ser brusco con su amigo, pero no
pudo evitar reírse de lo estúpidamente que ambos se
estaban comportando.
Mientras Kof se preparaba para salir, empezó a
sentirse más vivo al tomar conciencia de que
por fin era capaz de reírse de sí mismo, vencer el
miedo y seguir adelante.
-¡Ha llegado el momento de volver al laberinto!
-anunció.
Kif no se rió ni reaccionó.
Kof cogió una pequeña piedra afilada y
escribió un pensamiento
serio en la pared para que su amigo reflexionase sobre él.
Tal como tenía por costumbre, Kof incluso dibujó un
trozo de queso alrededor de las palabras con la esperanza de
hacer sonreír a Kif y de animarlo a buscar un nuevo queso,
pero su amigo no quiso mirar.
En la pared se leía:
Si no cambias,
te extingues.
A continuación, Kof asomó la cabeza y
observó el laberinto con ansiedad. Pensó en
cómo había llegado a aquella situación de
carencia de queso.
Había creído que posiblemente no hubiera
queso en el laberinto o que no iba a ser capaz de encontrarlo.
Aquellos pensamientos llenos de miedo lo estaban paralizando y
acabarían por matarlo.
Kof sonrío. Sabía que Kif se estaba
preguntando: «¿Quién se ha llevado mi
queso?», pero lo que él se preguntaba era:
«¿Por qué no me moví cuando lo hizo el
queso? ».
Al adelantarse en el laberinto, Kof miró hacia
atrás, consciente de la comodidad del espacio que dejaba,
y se sintió atraído hacia aquel territorio conocido
pese a que llevaba mucho tiempo allí sin encontrar
queso.
Kof se sentía cada vez más angustiado, y
se preguntó si realmente quería volver al
laberinto. Escribió una frase en la pared que tenía
delante y se quedó un rato mirándola.
¿Qué harías si no
tuvieras miedo?
Pensó en ello.
Sabía que, a veces, un poco de miedo es bueno.
Cuando tienes miedo de que las cosas empeoren si no haces algo,
el miedo puede incitarte a la acción. Pero, cuando te
impide hacer algo, el miedo no es bueno.
Miró hacia la derecha. Era una zona del laberinto
en la que nunca había estado y sintió
miedo.
Entonces, respiró hondo y se adentró en el
laberinto, avanzando con paso veloz hacia lo
desconocido.
Mientras intentaba encontrar el buen camino, lo primero
que pensó fue que tal vez se habían quedado
esperando demasiado tiempo en la Central Quesera Q. Hacía
tanto tiempo que no comía queso que se encontraba
débil. Recorrer el laberinto le exigió más
tiempo y esfuerzo de lo acostumbrado. Decidió que si
alguna vez volvía a pasarle algo perecido, se
adaptaría al cambio más deprisa. Eso
facilitaría las cosas.
«Más vale tarde que nunca», se dijo
con una exangüe sonrisa.
Durante las días sucesivos, Kof encontró
un poco de queso aquí y allá, pero no eran
cantidades que durasen mucho tiempo. Esperaba encontrar una buena
ración para llevársela a Kif y animarlo a que
volviera al laberinto.
Pero Kof todavía no había recuperado la
suficiente confianza en sí mismo. Tuvo que admitir que se
desorientaba en el laberinto. Las cosas parecían haber
cambiado desde la última vez que había estado
allí.
Justo cuando pensaba que había encontrado la
dirección correcta, se perdía en los
pasillos. Era como si diera dos pasos adelante y uno
atrás. Era todo un reto, pero tuvo que admitir que volver
a recorrer el laberinto en busca de queso no era tan terrible
como había temido.
Con el paso del tiempo, empezó a preguntarse si
la esperanza de encontrar queso nuevo era realista. ¿No
sería un sueño? De inmediato se echó a
reír, al darse cuenta de que llevaba tanto tiempo sin
dormir que era imposible que soñase.
Cada vez que empezaba a desalentarse, se recordaba a
sí mismo que lo que estaba haciendo, por incómodo
que le resultase en aquel momento, era mucho mejor que quedarse
de brazos cruzados sin queso. Estaba tomando las riendas de su
vida en vez de dejar simplemente que las cosas
ocurrieran.
Luego se recordó que si Oli y Corri eran capaces
de aventurarse, él también lo era.
Más tarde, Kof reconstruyó los hechos y
llegó a la conclusión de que el queso de la Central
Quesera Q no había desaparecido de la noche a la
mañana, como había creído al principio. En
los últimos tiempos, había cada vez menos queso y
además, el que quedaba, ya no sabía tan
bien.
Tal vez el queso había empezado a enmohecerse y
él no lo había notado. Tuvo que admitir, sin
embargo, que si hubiera querido se habría percatado de lo
que estaba ocurriendo. Pero no lo había hecho.
En aquel momento comprendió que el cambio no lo
habría pillado por sorpresa si se hubiera fijado en que
este iba produciendo gradualmente y lo hubiese previsto.
Quizás era eso lo que Oli y Corri habían
hecho.
Se detuvo a descansar, y escribió en la pared del
laberinto:
Huele el queso a menudo
para saber cuándo empieza a
enmohecerse.
Cuando llevaba sin encontrar queso durante un tiempo que
le pareció muy largo, Kof llegó a una inmensa
Central Quesera que tenía un aspecto prometedor. Pero
cuando entró sufrió una gran decepción al
ver que estaba totalmente vacía.
«Ya he tenido esta sensación de
vacío con demasiada frecuencia », pensó, con
ganas de abandonar la búsqueda.
A Kof empezaban a flaquearle las fuerzas. Sabía
que estaba perdido y temía no sobrevivir. Pensó en
dar marcha atrás y regresar a la Central Quesera Q. Al
menos, si lo conseguía y Kif estaba aún
allí, no se sentiría tan solo. Entonces
volvió a formularse la misma pregunta de antes:
«¿Qué haría si no tuviera
miedo?».
Tenía miedo más a menudo de lo que estaba
dispuesto a admitir. No siempre estaba seguro de
qué era lo que le daba miedo, pero el aquel estado de
debilidad supo que tenía miedo de seguir avanzando solo.
Kof no se percataba, pero se estaba quedando atrás por
culpa de sus miedos.
Se preguntó si Kif se habría movido o
seguiría paralizado por sus miedos. Entonces, Kof
recordó las ocasiones en que había sentido
más a gusto en el laberinto. Siempre había sido
estando en movimiento.
Escribió una frase en la pared, sabiendo que era tanto un
recordatorio para sí mismo como una señal por si su
compañero Kif se decidía a seguirlo:
Avanzar en una dirección nueva
ayuda a encontrar un nuevo queso.
Kof miró el oscuro corredor y fue consciente de
su miedo. ¿Qué le esperaba ahí dentro?
¿Estaba vacío? O peor aún:
¿había peligros escondidos? Empezó a
imaginar todo tipo de cosas aterradoras que podían
ocurrirle. Cada vez sentía más pavor.
Entonces se río de sí mismo.
Comprendió que lo único que hacían sus
miedos era empeorar las cosas. Por eso, hizo lo que hubiera hecho
de no tener miedo: avanzó en una nueva
dirección.
Cuando empezó a correr por el oscuro pasillo, una
sonrisa se dibujó en sus labios. Kof todavía no lo
comprendía, pero estaba descubriendo lo que alimentaba su
alma. Se sentía libre y tenía confianza en lo que
le aguardaba, aunque no supiera exactamente qué
era.
Para su sorpresa, vio que cada vez se lo pasaba
mejor.
«¿Por qué me siento tan bien? -se
preguntó-. No tengo ni una pizca de queso ni sé
hacia dónde voy.»
No tardó en comprender por qué se
sentía de aquel modo.
Y se entretuvo para escribir de nuevo en la
pared:
Cuando dejas atrás el miedo,
te sientes libre.
Kof comprendió que había sido prisionero
de su propio miedo. Avanzar en una dirección nueva lo
había liberado.
En ese momento notó la brisa que corría
por aquella parte del laberinto y la pareció refrescante.
Respiró hondo unas cuantas veces y se sintió
revitalizado. Después de haber dejado atrás el
miedo, todo resultó mucho más agradable de lo que
él había pensado que sería.
Hacía mucho tiempo que no se sentía de
aquella manera. Casi había olvidado lo divertido que
era.
Para que todo fuera aún mejor, Kof empezó
a hacer un dibujo en su
mente. Se veía con todo detalle y gran realismo,
sentado en medio de un montón de sus quesos favoritos,
desde el chedar hasta el brie. Se vio comiendo de todos los
quesos que le gustaban y disfrutó con lo que vio. Luego
imaginó lo felicísimo que lo harían todos
aquellos sabores.
Cuanto más clara veía la imagen del nuevo
queso, más real se volvía y más
presentía que iba a encontrarlo.
Kof escribió de nuevo en la pared:
Imaginarse disfrutando del queso nuevo
antes incluso de encontrarlo conduce hacia
él.
«¿Por qué no lo había hecho
antes?», se preguntó.
Entonces, echó a correr por el laberinto con
más energía y agilidad. Al poco localizó
otra Central Quesera en cuya puerta vio, con gran
excitación, unos pedacitos de un nuevo queso.
Vio tipos de queso que no conocía pero que
tenían un aspecto fantástico. Los probó y le
parecieron deliciosos. Comió de casi todos y se
guardó unos trozos en el bolsillo para más tarde y
quizá para compartirlos con su amigo Kif. Empezó a
recuperar las fuerzas.
Entró en la Central Quesera muy excitado, pero,
para su consternación, descubrió que estaba
vacía. Allí ya había estado alguien y
sólo había dejado unos pedazos pequeños del
nuevo queso.
Comprendió que si se hubiera movido antes, con
toda probabilidad,
habría encontrado allí más cantidad de
queso.
Kof decidió volver atrás y averiguar si
Kif estaba dispuesto a acompañarlo.
Mientras desandaba el camino, se detuvo y
escribió en la pared:
Cuanto antes se olvida el queso viejo,
antes se encuentra el nuevo queso.
Al cabo de un rato, Kof llegó a la Central
Quesera Q y encontró allí a Kif. Le ofreció
unos pedazos de queso, pero su amigo los
rechazó.
Kif le agradeció el gesto, pero dijo:
-No creo que me guste ese nuevo queso. No estoy
acostumbrado a él. Yo quiero que me devuelvan mi queso, y
no voy a cambiar de actitud hasta que eso ocurra.
Kof sacudió la cabeza, decepcionado, y
volvió a salir solo. Mientras regresaba al punto
más alejado del laberinto al que había llegado,
aunque echaba de menos a su amigo, le gustaba lo que iba
descubriendo. Incluso antes de encontrar lo que esperaba que
fuese una gran reserva de queso nuevo, si es que llegaba a
encontrarla, sabía que no era sólo tener queso lo
que le hacía sentirse feliz.
Se sentía feliz porque no lo dominaba el miedo y
porque le gustaba lo que estaba haciendo en aquellos
momentos.
Al darse cuenta de ello, no se sintió tan
débil como cuando estaba sin queso en la Central Quesera
Q. El mero hecho de saber que no permitía que el miedo lo
paralizase y que había tomado una nueva dirección
le daba fuerzas.
En esos instantes supo que encontrar lo que necesitaba
era sólo cuestión de tiempo. De hecho, ya
había encontrado lo que buscaba.
Sonrió y escribió en la pared:
Es más seguro buscar en
el laberinto que
quedarse de brazos cruzados sin queso.
Kof advirtió de nuevo, como ya había hecho
antes, que lo que nos da miedo nunca es tan malo como imaginamos.
El miedo que dejamos crecer en nuestra mente es peor que la
situación real.
Había temido tanto no encontrar queso que ni
siquiera se había atrevido a buscarlo. Sin embargo, desde
que había encontrado queso suficiente para sobrevivir. Y
esperaba encontrar más. Mirar hacia delante era
excitante.
Su antigua manera de pensar se había visto
afectada por temores y preocupaciones. Antes pensaba en la
posibilidad de no tener bastante queso o de que no le durase el
tiempo necesario. Solía pensar más en lo que
podía ir mal que en lo que podía ir
bien.
Pero eso había cambiado desde que dejó la
Central Quesera Q.
Antes pensaba que el queso no debía moverse nunca
de su sitio y que los cambios no eran buenos.
Ahora veía que era natural que se produjeran
cambios constantes, tanto si uno los esperaba como si no. Los
cambios sólo podían sorprenderte si no los
esperabas ni contabas con ellos.
Cuando advirtió que su sistema de
creencias había cambiado, hizo una pausa para escribir en
la pared:
Las viejas creencias no
conducen al nuevo queso.
Kof todavía no había encontrado nada de
queso, pero mientras corría por el laberinto pensó
en lo que había aprendido hasta entonces.
Advirtió que las nuevas creencias estimulan
conductas nuevas. Se estaba comportando de manera muy distinta
que cuando volvía día tras día a la misma
Central Quesera vacía.
Supo que, al cambiar de creencias, había cambiado
de forma de actuar.
Todo dependía de lo que decidiera creer.
Escribió de nuevo en la pared:
Cuando ves que puedes encontrar nuevo
queso y disfrutar de él, cambias de
trayectoria.
Kof supo que, si hubiera aceptado antes el cambio y
hubiese salido enseguida de la Central Quesera Q, ahora se
encontraría mucho mejor. Se sentiría más
fuerte física
y mentalmente y habría afrontado mejor el reto de buscar
un nuevo queso. En realidad, si hubiera previsto el cambio, en
vez de perder el tiempo negando que este se había
producido, probablemente ya habría encontrado lo que
buscaba.
Hizo acopio de fuerzas y decidió explorar las
zonas más desconocidas del laberinto. Encontró
pedazos de queso aquí y allá, y recuperó el
ánimo y la confianza en sí mismo.
Mientras pensaba en el camino que llevaba recorrido
desde que había salido de la Central Quesera Q, se
alegró de haber escrito frases en diversos puntos.
Esperaba que esas frases le indicaran el camino a Kif si este
decidía salir en busca de queso.
Se detuvo y escribió en la pared lo que llevaba
tiempo pensando:
Notar enseguida los pequeños cambios
ayuda
adaptarse a los cambios más grandes que
están por llegar.
En esos momentos, Kof ya se había liberado del
pasado y se estaba adaptando al futuro.
Avanzó por el laberinto con más
energía y a mayor velocidad. Y
al poco, lo que estaba esperando ocurrió.
Cuando ya le parecía que llevaba toda la vida en
el laberinto, su viaje (o al menos aquella parte del viaje)
terminó rápida y felizmente.
¡Encontró un nuevo queso en la Central
Quesera N!
Al entrar, se quedó pasmado por lo que vio.
Había las montañas más de queso que hubiera
visto jamás. No los reconoció todos, ya que algunos
eran totalmente nuevos para él.
Por unos momentos se preguntó si aquello era real
o sólo producto de su
imaginación, pero entonces vio a Oli y Corri.
Oli le dio la bienvenida con un movimiento de
la cabeza, y Corri lo saludó con la pata. Sus abultadas
barriguitas indicaban que llevaban allí mucho
tiempo.
Kof les devolvió el saludo y enseguida se puso a
probar sus quesos favoritos. Se quitó las zapatillas y el
chándal y lo dobló cuidadosamente, dejándolo
a su lado por si lo necesitaba de nuevo. Cuando hubo comido hasta
la saciedad, cogió un pedazo del nuevo queso y lo
alzó hacia el cielo en señal de brindis.
-¡Por el cambio!
Mientras saboreaba el nuevo queso, Kof pensó en
todo lo que había aprendido.
Se percató de que, mientras había tenido
miedo del cambio, se había aferrado a la ilusión de
un queso viejo que ya no existía.
¿Qué lo había hecho cambiar?
¿Había sido el miedo a morir de hambre?
«Bueno, eso también ha contribuido»,
se dijo Kof.
Entonces se echó a reír y se dio cuenta de
que había empezado a cambiar cuando había aprendido
a reírse de sí mismo y de lo mal que estaba
actuando. Advirtió que la manera más rápida
de cambiar es reírse de la propia estupidez.
Después de hacerlo, uno ya es libre y se puede seguir
avanzando.
Supo que había aprendido algo muy útil de
Oli y Corri, sus amigos los ratones, sobre el hecho de avanzar.
Los ratones llevaban una vida simple. No analizaban en exceso ni
complicaban demasiado las cosas. Cuando la situación
cambió y el queso se movió de sitio, ellos hicieron
lo mismo. Kof prometió no olvidar eso.
Entonces utilizó su maravilloso cerebro para
hacer algo que las personitas pueden hacer mejor que los ratones.
Reflexionó sobre los errores cometidos en el pasado y los
utilizó para trazar un plan para su
futuro. Supo que uno podía aprender a convivir con el
cambio.
Uno podía ser más consciente de la
necesidad de conservar las cosas sencillas, ser más
flexible y moverse más de prisa.
No servía de nada complicar las cosas o
confundirse a uno mismo con creencias que dan miedo.
Si uno advertía cuándo empezaban a
producir los cambios pequeños, estaría más
preparado para el cambio que antes o después seguramente
se produciría.
Kof se dio cuenta de que era necesario adaptarse de
prisa, por que si uno no lo hacía, tal vez no
podría adaptarse jamás.
Tuvo que admitir que el inhibidor más grande de
los cambios está dentro de uno mismo y que las cosas no
mejoran para uno mientras uno no cambia.
Pero lo más importante de todo era que, cuando te
quedabas sin el queso viejo, en otro lugar siempre había
un nuevo queso, aunque en el momento de la pérdida no lo
vieras. Y que te veías recompensado con ese queso nuevo
tan pronto como dejabas atrás los miedos y disfrutabas con
la aventura de la búsqueda.
Supo que el miedo es algo que uno debe respetar, ya que
te aparta del peligro verdadero, pero advirtió que casi
todos sus miedos eran irracionales y que lo habían
apartado del cambio, cuando lo que él realmente necesitaba
era cambiar.
Cuando se produjo el cambio, no le había gustado,
pero ahora comprendía que había sido una
bendición, ya que lo había llevado a encontrar un
queso mejor.
Incluso había encontrado una parte mejor de
sí mismo.
Mientras Kof pasaba revista a lo
que había aprendido, se acordó de su amigo Kif. Se
preguntó si habría leído algunas de las
frases que había escrito en las paredes de la Central
Quesera Q y del laberinto.
¿Habría decidido liberarse del miedo y
salir de la quesera? ¿Habría entrado en el
laberinto y descubierto que su vida podía ser
mejor?
Kof pensó en la posibilidad de volver a la
Central Quesera Q y tratar de encontrar a Kif, suponiendo que
diera con el camino de vuelta hacia allí. Si encontrara a
su amigo, tal vez podría enseñarle la manera de
salir del apuro. Pero después se dio cuenta de que
había intentado que su amigo cambiara.
Kif tenía que encontrar su propio camino,
prescindiendo de las comodidades y dejando los miedos
atrás.
Nadie podía hacerlo por él, ni convencerlo
de que lo hiciera. De una manera u otra, tenía que ver por
sí mismo las ventajas de cambiar.
Kof sabía que había dejado un buen rastro
por el camino para que Kif lo siguiera. Lo único que este
tenía que hacer era leer las frases que él
había escrito en la pared.
Se dirigió hacia la pared más grande de la
Central Quesera N y escribió un resumen de todo lo que
había aprendido. A continuación dibujó un
gran pedazo de queso alrededor de todos los pensamientos que se
le habían hecho evidentes, y sonrío al contemplar
el conjunto.
El cambio es un hecho
El queso se mueve
constantemente
Prevé el cambio
Permanece alerta a los movimientos del
queso
Controla el cambio
Huele el queso a menudo para saber si se
está enmoheciendo
Adáptate rápidamente al
cambio
Cuanto antes se olvida el queso viejo,
antes se disfruta del nuevo
¡Cambia!
Muévete cuando se mueva el
queso
¡Disfruta del
cambio!
Saborea la aventura y disfruta del nuevo
queso
Prepárate para cambiar
rápidamente y disfrutar otra vez
El queso se mueve
constantemente.
Kof advirtió lo lejos que había llegado
desde que saliera de la Central Quesera Q en la que había
dejado a Kif, pero supo que le sería fácil cometer
el mismo error si no estaba atento. Así pues, todos los
días inspeccionaba la Central Quesera N para saber en
qué estado se encontraba el queso. Iba a hacer todo lo
posible para impedir que el cambio lo pillase
desprevenido.
Aún quedaba mucho queso, pero Kof salía a
menudo al laberinto y exploraba nuevas zonas para estar en
contacto con lo que ocurría a su alrededor.
Advertía que era más seguro estar al corriente de
sus posibilidades reales que aislarse en su zona segura y
confortable.
De pronto le pareció oír ruido de
movimiento en el laberinto. El ruido era cada
vez más fuerte, y advirtió que se acercaba
alguien.
¿Sería Kif? ¿Estaría a punto
de doblar la esquina?
Kof rezó una oración y esperó, como
tantas veces había hecho, que su amigo finalmente hubiese
sido capaz de…
¡Moverse con el queso
y disfrutarlo!
Ese mismo día, más
tarde
Cuando Michael terminó de contar el
cuento, miró a su alrededor y vio que sus antiguos
compañeros de clase sonreían.
Algunos le dieron las gracias y le dijeron que les
había sido de gran utilidad.
-¿Y si nos encontráramos más tarde
y lo comentáramos? -propuso Nathan.
A todos les pareció bien la idea, y quedaron para
tomar algo juntos antes de cenar.
Esa noche, se reunieron en el bar de un hotel y
empezaron a bromear con la idea de buscar su «queso»
y verse metidos en el laberinto.
-Entonces, ¿qué personaje del cuento
seríais? ¿Oli, Corri, Kif o Kof? -preguntó
Angela a todo el grupo.
-Bueno, esta tarde he estado pensando en ello
-respondió Carlos-. Y he recordado que, antes de tener la
tienda de artículos deportivos, sufrí un duro
encuentro con el cambio. No fui Oli, porque no me lo olí y
no vi el cambio desde el principio. Y tampoco fui Corri, porque
no emprendí una acción de inmediato.
«Creo que fui más como Kif: quería
quedarme en el territorio conocido. La verdad es que no
quería afrontar el cambio. Ni siquiera quería
verlo».
Michael, que tenía la sensación de que
apenas había pasado tiempo desde que Carlos y él
fueran tan amigos en el instituto, le preguntó:
-¿A qué te refieres, Carlos?
-A un cambio inesperado de trabajo -respondió
este.
-¿Te despidieron? -preguntó Michael
soltando una carcajada.
-Bueno, digamos que quería salir en busca de
nuevo queso. Tenía buenas razones para creer que no se
produciría ningún cambio. Por eso, cuando este se
produjo me afectó muchísimo.
Algunos de sus compañeros de clase, que
habían estado callados desde el principio, se sintieron
más cómodos y empezaron a contar sus experiencias,
entre ellos Frank, que se había hecho militar.
-Kif me recuerda a un amigo mío -comentó-.
Su departamento iba a desaparecer, pero él se negaba a
verlo. Todos los días despedían a personal de su
sección. Todo el mundo le hablaba de las grandes
oportunidades que había en la empresa para
los que querían ser flexibles, pero él no
creía que debiera cambiar. Fue al único al que le
sorprendió la desaparición del departamento. Ahora
le está constando mucho adaptarse a un cambio que,
según él, no tenía que haberse
producido.
-Yo también era de las que creían que eso
no iba a pasarme a mí -dijo Jessica-, pero lo cierto es
que mi «queso» se ha movido, y más de una
vez.
Todos rieron excepto Nathan.
-Tal vez ese sea el meollo del asunto -dijo este
último-. Todos estamos expuestos al cambio. Me
gustaría que mi familia y yo
hubiéramos escuchado antes este cuento. Por desgracia, no
quisimos ver los cambios que se iban a producir en nuestro
negocio, y ahora ya es demasiado tarde. Hemos tenido que cerrar
varias tiendas.
Aquello sorprendió a sus amigos, ya que
creían que Nathan tenía la suerte de ser el
propietario de una empresa
segura con la que siempre podría contar.
-¿Qué ocurrió? -quiso saber
Jessica.
-De pronto, cuando montaron en la ciudad un
hipermercado, con sus enormes existencias y sus bajos precios,
nuestra cadena de pequeñas tiendas quedó obsoleta.
No pudimos competir con esa gran superficie. Ahora veo que, en
vez de reaccionar como Oli y Corri, reaccionamos como Kif. Nos
quedamos donde estábamos y no cambiamos. Intentamos no
hacer caso de lo que ocurría, y ahora tenemos problemas. Kof
había podido enseñarnos un par de
lecciones.
Laura, que en la actualidad era una importante mujer de negocios,
había escuchado con atención y decidió finalmente
intervenir en la conversación.
-Esta tarde, yo también he estado pensando en el
cuento que nos ha narrado Michael -dijo-. Me he preguntado
qué tengo que hacer para parecerme más a Kof y ver
cuáles son mis errores; reírme de mí misma;
cambiar y hacer mejor las cosas. Me gustaría saber una
cosa. ¿A cuántos de nosotros nos da miedo el
cambio?
Nadie respondió, por lo que Laura
sugirió:
-Que levante la mano quien tenga miedo del
cambio.
Sólo se alzó una.
-Bueno, parece que al menos hay una persona sincera
en el grupo
-prosiguió Laura-. Tal vez nos guste más la
pregunta siguiente: ¿cuántos de los que estamos
aquí piensa que los demás tienen miedo del cambio?
-Todos levantaron la mano y luego se echaron a reír-.
Bien, ¿y esto qué significa?
-Significa negación -respondió
Nathan.
-A veces ni siquiera somos consientes de que tenemos
miedo -admitió Michael-. Yo no sabía que lo
tenía. La primera vez que oí el cuento, lo que
más me gustó fue la pregunta:
«¿Qué harías si no tuvieras
miedo?».
-Lo que yo he sacado en claro del cuento -intervino
Jessica- es que los cambios se producen tanto si me dan miedo
como si me gustan.
»Recuerdo que, hace unos años, cuando mi
empresa vendía enciclopedias, una persona
intentó convencernos de que teníamos que editar
nuestra enciclopedia en CD y venderla
mucho más barata. El costo
sería menor, y mucha más gente podría
permitirse comprarla, pero todos nos resistimos a
ello.
-¿Por qué esa resistencia?
-quiso saber Nathan.
-Por que creíamos que la columna vertebral del
negocio era la red de vendedores, las
personas que vendían puerta a puerta. Mantener esa
red de vendedores
dependía de las elevadas comisiones que estos cobraban por
colocar en el mercado un
producto caro.
Llevábamos mucho tiempo funcionando así y
pensábamos que podía durar siempre.
-Ese era su «queso» -dijo Nathan.
-Sí, y queríamos aferrarnos a
él.
-Pensándolo ahora, de forma retrospectiva, veo
que no se trató sólo de que «nos movieran el
queso», sino de que el «queso» tiene vida
propia y, al final, se acaba. Y lo que ocurrió fue que
nosotros no cambiamos, pero un competidor sí lo hizo y
nuestras ventas cayeron
en picado. Hemos pasado una época muy difícil.
Ahora va a producirse otro gran cambio en la industria, y
en la empresa nadie quiere afrontarlo. No me gusta. Es posible
que pronto me quede sin trabajo.
¡Pues tendrás que salir al laberinto! -dijo
Carlos. Los demás rieron, Jessica incluida.
Carlos se volvió hacia ella y le dijo:
-Es importante ser capaz de reírse de uno
mismo.
-Eso es lo que más me ha impactado del cuento.
-terció Frank-. Yo me tomo demasiado en serio. Kof pudo
cambiar a partir del momento en que fue capaz de reírse de
sí mismo y de lo que estaba haciendo.
-¿Crees que Kif llega a cambiar y sale a buscar
queso nuevo? -preguntó Angela.
-Yo creo que sí -respondió
Elaine.
-Pues yo creo que no -dijo Cory-. Hay personas que nunca
cambian y pagan un precio muy
alto por ello. En mi práctica médica veo a gente
como Kif. Creen que tienen derecho a su «queso».
Cuando el queso se mueve, se sienten víctimas y culpan a
los demás. Se ponen enfermas con más frecuencia que
las personas que superan los miedos y siguen
avanzando.
-Me parece -dijo Nathan, en voz muy baja, como si
hablara consigo mismo- que la cuestión es:
«¿De qué debemos prescindir y qué
debemos seguir buscando?».
Transcurrieron unos minutos sin que nadie dijera
nada.
-Tengo que admitir -intervino finalmente Nathan- que
había visto lo que estaba ocurriendo en otras partes del
país, pero esperaba que a nosotros no nos
afectaría. Supongo que es mucho mejor iniciar el cambio
mientras uno todavía puede intentar reaccionar y adaptarse
a él. Tal vez deberíamos mover cada uno nuestro
propio queso.
-¿Qué quieres decir? -preguntó
Frank.
-No puedo dejar de preguntarme dónde
estaríamos hoy si hubiésemos vendido los terrenos
de nuestras pequeñas tiendas y hubiéramos
construido una gran superficie comercial para competir con las
mejores del sector -repuso Nathan.
-Tal vez sea el significado de lo que Kof
escribió en la pared -dijo Laura-. «Saborea la
aventura y muévete cuando se mueva el
queso.»
-Yo creo que algunas cosas no deberían cambiar
-terció Frank-. Por ejemplo, yo quiero aferrarme a mis
valores
básicos. Sin embargo, ahora veo que habría sido
mejor para mí si hubiese empezado mucho antes a moverme
cuando lo hizo el «queso».
-Michael, la historia del queso es muy interesante
-comentó Richard, el escéptico de la clase-, pero
¿cómo la aplicaste en el caso concreto de tu
empresa?
El grupo todavía no lo sabía, pero Richard
se estaba enfrentando a algunos cambios. Hacía poco que se
había separado de su mujer, y en esos
momentos intentaba equilibrar su carrera profesional con la
crianza de sus hijos adolescentes.
-Verán, yo pensaba que mi misión era
ir resolviendo los problemas
cotidianos a medida que surgían, cuando, en vez de eso,
tendría que haber mirado hacia el futuro al tiempo que
prestaba atención a la dirección que
estábamos tomando -replicó Michael-. Y sí,
claro que me dediqué a solucionar problemas, las
veinticuatro horas del día. La situación no era en
absoluto divertida. Vivía en un mundo de competencia
inexorable y no podía salirme de él.
»Sin embargo, después de escuchar
¿Quién se ha llevado mi queso? y ver cómo
cambia Kof, advertí que mi misión era
dibujar una imagen del «nuevo queso». Y conseguir que
esa imagen fuera tan clara y realista que tanto yo como las
personas con las que trabajaba pudiéramos disfrutar del
cambio y triunfar juntos.
-Es muy interesante -comentó Angela-. Porque,
para mí, el punto culminante de la historia es cuando Kof
deja atrás sus miedos y se visualiza encontrando el
«nuevo queso». Entonces, correr por el laberinto le
da menos miedo y disfruta haciéndolo. Y finalmente,
encuentra algo mejor.
Richard, que había permanecido con el entrecejo
fruncido durante toda la conversación,
comentó:
-Mi jefe no cesa de decirme que la empresa debe cambiar.
Creo que lo que en realidad me está diciendo es que yo
debo cambiar, pero yo me niego a hacerle caso. Creo que nunca he
sabido cuál es el «nuevo queso» hacia el que
quiere que me mueva. Ni tampoco en qué va a beneficiarme
ese cambio.
»Tengo que admitir que me gusta la idea de
visualizar un «nuevo queso» e imaginarse a uno mismo
disfrutando de él -dijo Richard con una leve sonrisa-. Eso
lo ilumina todo. Atenúa los miedos y hace que te sientas
más interesado en contribuir a que se produzca el cambio.
Tal vez pueda utilizar esta historia en casa
-añadió-. Al parecer, mis hijos creen que en su
vida no debería cambiar nada. Están enfadados.
Supongo que tienen miedo de lo que depara el futuro. Tal vez no
he hecho un dibujo
realista para ellos del «nuevo queso». Probablemente
porque ni yo mismo lo he visto todavía.
El grupo permaneció unos instantes en silencio y
algunos de sus miembros pensaron en su vida familiar.
-Bueno -intervino Elaine-, aquí casi todo el
mundo ha hablado del trabajo, pero a mí la historia me ha
hecho pensar en mi vida privada. Creo que mi relación
actual es «queso viejo», y está realmente
enmohecido.
-A mí me pasa lo mismo -dijo Cory riendo-.
Supongo que tengo que liberarme de una relación
negativa.
-O quizás el «queso viejo» sean
simplemente las actitudes
viejas -replicó Angela-. De lo que verdaderamente tenemos
que liberarnos es de la conducta que
sigue propiciando relaciones negativas. Y a partir de
aquí, avanzar hacia una manera mejor de pensar y de
actuar.
-¡Claro! -exclamó Cory-. ¡Tienes toda
la razón! El nuevo queso es una relación nueva con
la misma persona.
-Empiezo a pensar que esta historia tiene muchas
más lecturas de las que en un principio creía -dijo
Richard-. Me gusta la idea de liberarse de la conducta vieja en
vez de hacerlo de la relación. Repetir la misma conducta
dará siempre los mismos resultados.
»En vez de cambiar de trabajo, tal vez yo
podría ser una de las personas que ayuden a la empresa a
cambiar. Si lo hubiera hecho, de seguro que ahora tendría
un empleo mucho
mejor.
Entonces Becky, que vivía en otra ciudad pero
había vuelto a la suya para la reunión,
dijo:
-Mientras escuchaba el cuento y sus comentarios, he
tenido que reírme de mí misma. He sido como Kif
durante mucho tiempo, siempre dudando y vacilando y con miedo a
cambiar. No me había dado cuenta de que casi todos nos
pasa lo mismo. Me temo que he transmitido a mis hijos esa manera
de actuar sin saberlo siquiera. Si ahora pienso en ello, veo que
los cambios te llevan a un lugar nuevo y mejor, aunque cuando se
producen temes que no sea así.
»Recuerdo cuando nuestro hijo estaba estudiando el
segundo curso en la universidad.
Debido al trabajo de mi marido, tuvimos que dejar Illinois y
establecernos en Vermont. Nuestro hijo estaba muy triste por
tener que dejar a sus amigos. Además, era una estrella de
la natación y en Vermont no había
equipo de ese deporte. Se enfadó con
nosotros y nos culpó del traslado.
»Pero, al final, se enamoró de las
montañas de Vermont, aprendió a esquiar,
esquió con el equipo de la universidad y
ahora vive feliz en Colorado. Si hubiéramos escuchado
todos juntos el cuento del queso, mi familia se habría
ahorrado muchas tensiones.
-Cuando llegue a casa -dio Jessica-, se lo
contaré a los míos y les preguntaré a mis
hijos si creen que soy Oli, Corri, Kif o Kof, y quién
creen que son ellos. Podríamos hablar de lo que pensamos
que es el queso viejo en nuestra familia y de cuál
podría ser el nuevo queso.
-Es una buena idea -intervino Richard.
-Me parece que voy a ser más como Kof: me
moveré cuando se mueva el queso y disfrutaré de
él -comentó Frank-. Y voy a contarles esta historia
a mis hijos, que están preocupados porque tienen que dejar
el Ejército y por lo que el cambio supondrá para
ellos. Seguro que provoca interesantes discusiones.
-Sí, así fue tal como mejoramos la empresa
-dijo Michael-. Nos reunimos varias veces para discutir
qué habíamos sacado en claro de la historia del
queso y para decidir cómo podíamos aplicarla a
nuestra situación concreta. Estuvo muy bien porque pudimos
utilizar un lenguaje que
resultaba divertido para hablar del cambio. En realidad,
resultó muy efectivo. Sobre todo cuando lo divulgamos por
toda la empresa.
-¿Y eso? -quiso saber Nathan.
-Cuanto más nos bajamos en la escala
jerárquica de la organización, encontrábamos a
más personas que se sentían con menos poder. Era
comprensible que el cambio les diera mucho miedo, ya que
consideraban que se les imponía desde arriba. Por eso se
resistían a él. Dicho en pocas palabras: cuando el
cambio se impone, la gente se opone. Lo único que me queda
por decir es que ojalá hubiera conocido antes este
cuento.
-¿Por qué? -preguntó
Carlos.
-Porque -prosiguió Michael- cuando nos dispusimos
a cambiar, la empresa había llegado a un punto tal que
tuvimos que prescindir de muchos empleados, entre ellos algunos
amigos. Fue muy duro para todos. Sin embargo,
prácticamente todo el mundo, los que se quedaron y los que
se marcharon, dijo que el cuento del queso le había
ayudado a ver las cosas de otro modo y a adaptarse mejor a ellas.
Los que tuvieron que buscar un nuevo empleo dijeron
que al principio les resultó muy duro, pero que recordar
la historia les fue de gran ayuda.
-¿Qué fue lo que más los
ayudó? -preguntó Ángela.
-Una vez dejaron atrás el miedo -replicó
Michael-, me dijeron que lo mejor fue advertir que el mundo
estaba lleno de nuevo queso esperando que alguien lo encontrara.
Que formarse una imagen mental del nuevo queso hacía que
se sintieran mejor; en las entrevistas de
trabajo tenían más confianza en sí mismos, y
algunos encontraron un trabajo mejor.
-¿Y aquellos que se quedaron en tu empresa?
-preguntó Laura.
-Pues en vez de quejarse de los cambios que estaban
produciéndose -respondió Michael-, decían:
«Nos han movido el queso. Vamos a buscar uno nuevo».
De ese modo ahorramos mucho tiempo y redujimos las
tensiones.
»Al poco, las personas que se habían
resistido al cambio empezaron a verle las ventajas e incluso
colaboraron en la tarea de llevarlo a cabo.
-¿Por qué crees que ocurrió? -dijo
Cory.
-Creo que en gran parte se debió a la presión
que pueden ejercer los compañeros en una
empresa.
-¿Qué ocurre en casi todas las empresas cuando
es la dirección la que anuncia el cambio?
¿Qué opina la gente del cambio? ¿Qué
es una buena idea o una mala idea?
-Una mala idea -respondió Frank.
-Sí -convino Michael-. ¿Por
qué?
-Porque la gente quiere que las cosas sean siempre igual
y cree que el cambio le perjudicará -dijo Carlos-. Cuando
una persona lista dice que cambiar es mala idea, las demás
dicen lo mismo.
-Sí, tal vez no piensen lo mismo entre padres e
hijos -intervino Becky. Y luego preguntó-: ¿Fueron
muy distintas las cosas cuando la gente leyó el
cuento del queso?
-Cambiaron de inmediato. Porque nadie quería
parecerse a Kif -contestó Michael simplemente.
Todos rieron, incluido Nathan, que dijo:
-Ese es un punto interesante. En mi familia nadie
querrá parecerse a Kif. Es posible incluso que cambien.
¿Por qué no nos contaste esta historia en una
reunión anterior? Estoy convencido de que puede
funcionar.
-Cuando vimos lo bien que nos había funcionado a
nosotros -dijo Michael-, les pasamos la historia a algunas
personas con las que queríamos hacer negocios
porque sabíamos que en sus empresas
también estaban produciéndose cambios. Les
sugerimos que nosotros podíamos ser su «nuevo
queso», es decir, unos socios mejores con los que triunfar
juntos.
Eso le dio algunas ideas a Jessica y le recordó
que tenía que hacer unas llamadas para unas ventas a
primera hora mañana. Consultó el reloj y
dijo:
-Bueno, es el momento de que me vaya de esta Central
Quesera en busca de nuevo queso.
Todos echaron a reír y se despidieron. Muchos
querían seguir conversando, pero tenían que
marcharse. Al hacerlo, volvieron a agradecerle a Michael que les
hubiera contado el cuento.
-Me alegro mucho de que lo hayáis encontrado tan
útil -les dijo él- y espero que pronto
tengáis la oportunidad de compartirlo con
otros.
Fin
Atte: Ing. Ana E. Perez Piñon