El diálogo se
inicia presentando a Sócrates y
a Glaucón en el Pireo, luego de asistir a las fiestas de
la Diosa Bendis o Atenea. En la ciudad se encuentran con
Polemarco, quien estaba acompañado por Adimanto, Nicerato
y algunos otros que también regresaban de las
fiestas.
Polemarco invita a Sócrates a
su casa, quien acepta.
En la casa Sócrates, se encuentra con
Céfalo, quien lo saluda cordialmente. Sócrates
demuestra mucho agrado por poder
conversar con alguien de su experiencia en la vida y le pregunta,
como considera a la ancianidad.
Céfalo, le responde, que si bien lo
acompañan algunos deterioros, estos le traen algunas
recompensas y agrega que no saber tolerar la vejez depende
no de los males humanos, sino del carácter.
Sócrates opina que si bien su vejez es
buena, lo que influye es su riqueza.
El anciano, le contesta, que la riqueza tiene sus
ventaja que es la de pagar deudas, tanto a los dioses como a los
hombres. Pero no es la cuestión de la riqueza o de
la pobreza la
que preocupa a los hombres, sino la conciencia de
haber sido justo o injusto durante su vida.
Sócrates expresa:
"Pero, ¿es propio definir la
justicia
haciéndola consistir simplemente en decir la verdad y en
devolver a cada cuál lo que de él hemos recibido?
¿O no es ello justo o injusto según las
circunstancias?"
Céfalo acepta lo expresado por Sócrates, y
son interrumpidos por Polemarco, exponiendo lo que dijo el poeta
Simónides:
"Es propio de la justicia
devolver a cada uno lo suyo."
Céfalo, pide retirarse, ya que debe terminar sus
sacrificios, dejando a su hijo para continuar con el diálogo.
Sócrates acepta que Polemarco continúe con
el diálogo y además le solicita que explique lo que
expresó Simónides, puesto que el no lo ha
comprendido.
Luego de un extenso diálogo socrático,
Polemarco modifica la definición dada anteriormente y
dice, Justicia es hacer el bien al amigo que es bueno y
perjudicar al enemigo que es malo.
Trasímaco interrumpe el diálogo y le pide
enérgicamente a Sócrates que termine de hacer
preguntas y obtener respuestas, sin dar nunca ninguna
opinión.
"¡Exijo una contestación
precisa!"
Sócrates sorprendido y algo asustado trata de
calmarlo y le dice que si tiene una definición de que es
la justicia, dé su opinión.
Explica que no dirá nada hasta que no reciba su
dinero. A tal
solicitud Glaucón y los demás están
dispuestos a pagarle, con tal de escucharla.
Trasímaco dice:
"Sostengo yo, que la justicia no es otra cosa que lo que
conviene al más fuerte."
Sócrates, le dice, que no entiende si puede
explicarlo.
Trasímaco, molesto por sus preguntas y su
constante pedido de aclaración accede y explica; que
algunas ciudades se rigen por tiranías, democracias o
aristocracias y que esta tiene el poder de
dictar las leyes que les
convienen a cada uno. Y su pensamiento es
que todas las ciudades, la justicia no es sino conveniencia del
gobierno
establecido y éste es el que tiene el poder.
Sócrates y Trasímaco luego de un largo
diálogo acuerdan que:
El arte de la
medicina consiste
no en negociar sino en curar a los enfermos .El pilotaje de un
barco, se define no por ser el piloto simplemente un marino, sino
el que ejerce el mando en la nave.
En relación a la conveniencia de las diferentes
artes, Sócrates realiza su análisis.
Las diferentes artes no ordenan lo conveniente para
ellas mismas, sino para otros. Por lo tanto, la medicina busca lo
conveniente, no para sí mismo, sino para el enfermo. Del
mismo modo, el patrón del barco no ordena lo conveniente
para sí, sino para la tripulación
entera.
En conclusión, nadie que tiene gobierno (sea el
arte que sea)
en cuanto gobernante ordena lo conveniente para sí mismo,
sino lo conveniente para el gobernado.
Trasímaco, descalificándolo, le contesta
que así como no se engordan las ovejas para otros, tampoco
se practica la justicia en beneficio de los demás, sino de
uno mismo.
Además según su opinión la
injusticia es sabiduría y virtud, sobre todo cuando es
perfecta y subyuga ciudades y naciones.
Sócrates, le responde:
"De igual modo, antes de haber resuelto la primera
cuestión que nos planteamos, es decir, en qué
consiste la justicia, la dejé de lado y me lancé al
examen de si era vicio e ignorancia o sabiduría y virtud;
y al plantearse después la cuestión de si la
justicia es más ventajosa que la injusticia,
abandoné la segunda y
me lancé en pos de esta última. De suerte
que en todo el curso de nuestro diálogo he llegado a la
conclusión de que nada sé. En, efecto, no sabiendo
lo que es la justicia, mal puedo saber si es o no una virtud, y
si el que la posee es feliz o desgraciado."
Quién inicia este diálogo es
Glaucón, que no aprueba la retirada de Trasimaco, ni
tampoco que Sócrates no exprese una definición
precisa de lo que es la justicia.
Luego de esta explicación describe tres clases de
bienes que se
persiguen como; la alegría, los placeres sin mezcla de mal
y la gimnasia, la
curación de una enfermedad, el ejercicio de la medicina y
cualquier otra profesión lucrativa, de estos
últimos podría decirse que son penosos, pero
útiles.
Sócrates, reconoce estos bienes, pero
le aclara que no entiende que se propone. Glaucón, le
pregunta, en cual de ellos ubicaría la
justicia.
Sócrates, le dice:
"Por supuesto que en la mejor, o sea, entre aquellos
bienes que hay que amar por sí mismos y por sus
consecuencias, si quiere uno ser feliz."
Glaucón, le explica, a Sócrates que va a
elogiar la vida del injusto y al hacerlo quiere demostrarle de
qué modo quiere oírle atacar la injusticia y alabar
la justicia.
Comienza su exposición
sobre la naturaleza y el
origen de la justicia, la cual dio origen a las leyes y a las
convenciones. Prosiguió planteando que la experiencia
estaría a favor de lo afirmado por Trasímaco.
Mencionan la leyenda del anillo de Giges y plantea:
…"Como dicen los defensores de la doctrina que
expongo, todo hombre cree,
con razón, que la injusticia es más útil que
la justicia."
Cuál sería la conducta del
hombre, si
según la experiencia general, parecería que la
injusticia y la justicia sólo deberían apreciarse
de acuerdo con los resultados favorables o desfavorables que
proporcionan.
Sócrates tenía el propósito de
contestarle, pero su hermano Adimanto tomó la palabra y
dijo:
"¿Crees tú Sócrates, que la
cuestión ha sido suficientemente debatida?"
Sócrates y Adimanto acuerdan, que supla a su
hermano en lo que haya omitido. Este expresa que por las
costumbres de la religión popular,
desde los tiempos de Homero y
Hesíodo hasta la actualidad el injusto, logra hacer
olvidar sus crímenes mediante espléndidos
sacrificios y oraciones. Los poetas y escritores están de
acuerdo en afirmar que la virtud es honorable, pero que casi
siempre va acompañada de sufrimientos; mientras que el
vicio, a pesar de que se conviene en considerarlo deshonroso, es
ciertamente agradable.
Explica, las consecuencia que se deducirá de todo
esto, y es que el joven inteligente llegará a la
conclusión de que su felicidad radica en practicar la
injusticia y evadir sus posibles consecuencias desagradables,
utilizando la astucia o buscando una adecuada asociación
que lo proteja.
Aclara además, que existen entidades políticas
que lo defenderán, y puede también, mediante
regalos, eludir la aplicación de la ley. En cuanto a
la religión,
en caso de que existieran dioses, éstos no se interesan
por los seres humanos.
Adimanto, prosigue con su diálogo aclarando que
tanto Trasímaco o cualquier otro, podrían alegar
sobre la justicia y la injusticia, tergiversando la esencia de
una y otra. Pero, que espera de Sócrates, el elogio de la
justicia y la condena de la injusticia, que les haga ver los
efectos que una y otra, producen en quienes las posean, por ser
la una un bien y la otra un mal.
Sócrates elogia a los hermanos por sus
exposiciones y luego de un diálogo con estos les
dice:
"Si admites una justicia para el individuo,¿no
admites también otra justicia para la ciudad
entera?"
Sócrates, les dice, que primero examinará
como se aplica la justicia en al Estado. Para
ello utilizará el ejemplo, de seguir el crecimiento en una
ciudad típica o modelo, a fin
de descubrir mejor dónde radican la justicia y la
injusticia. Aspira a la presentación de un gobierno que
sea por sí mismo la encarnación de lo justo.
Gradualmente, Sócrates, explica la concepción del
Estado
perfecto. Una organización social simple, reducida a lo
mínimo.
La ciudad se basa en el principio de la
especialización de modo que el hombre deje
de ser solitario y obtenga y preste ayuda. Requiere para su
funcionamiento la especialización en el trabajo.
El Estado se
agrandará y necesitará de más territorio por
lo que esta ciudad ideal no queda excluida de la posibilidad de
la guerra, que
puede surgir en cualquier momento. Entonces será preciso
que los soldados, en esta organización del Estado, sean
especialistas; además de tener en cuenta sus dotes
naturales, se los adiestrará en forma adecuada.
Según ello pregunta:
"¿Será fácil encontrar una mejor
que la establecida entre nosotros desde hace largo tiempo y que
consiste en educar el cuerpo por la gimnasia y el
alma por la música?"
Su diálogo continúa enunciando que cosas
le serán permitidas a los guerreros y cuales no. A tal
punto que acomodarían los poemas de
Homero para
que los maestros los utilicen solo con el fin de educar
guardianes piadosos y semejantes a los dioses en tanto que la
naturaleza
humana lo permita.
"Estas son- dije- las normas de las
narraciones sobre los dioses que, según nuestro parecer,
conviene que oigan o no oigan desde la infancia los
que han de honrar a esos mismos dioses y a sus padres y apreciar
sobremanera la amistad"
En su educación se
deberán censurar los mitos y
fábulas
ya que se las considera como mentiras y que presentan a los
dioses y a los héroes llorando, riéndose
incorrectamente, mintiendo, utilizando un lenguaje
injusto y lamentándose, las cuales son peligrosas. Se les
leerán los pasajes, en que los héroes aparecen
leales, valientes, templados, desinteresados y dóciles a
sus jefes, los cuales serán sus modelos.
No admitirán en el Estado a
los poetas. Se los despedirá pero, antes se les
rendirá un homenaje con perfumes y guirnaldas..
Siguiendo con el plan de educar a
sus soldados, Sócrates, le pregunta a Adimanto:
"¿No debemos examinar ahora el carácter
del canto y de la melodía?
Adimanto acepta, pero Glaucón riéndose, le
expresa a Sócrates no está en condiciones de
responder aunque lo sospecha.
Sócrates, le replica que hay en un punto que
sí puede responderle ,en que la melodía está
compuesta por tres elementos: letra, armonía y
ritmo.
La regla a la que arriban es, que la armonía y el
ritmo respondan a las palabras y estén a ellas
subordinadas, porque a una narración simple le corresponde
una armonía sencilla y varonil que penetre el alma de los
guerreros y el ritmo deberá expresar lo mismo.
El sentimiento de lo bello es el que deben cultivar
desde muy temprano y desenvolver en el alma de los
jóvenes, para que aprendan, no solo a amar la belleza,
sino también ponerse con ella en el más perfecto
acuerdo.
Luego, Sócrates, le plantea:
"Después de la música, la educación
gimnástica ha de formar a los jóvenes."
Aceptando la necesidad de una gimnasia desde la infancia y el
curso de la vida, que ejercite el cuerpo una vez cultivada el
alma, sin exceso y de una alimentación sin
condimentos, los cuales traen desarreglos y enfermedades.
Sócrates aclara que cuando un Estado necesita
médicos y jueces para remediar los desórdenes del
cuerpo y del alma, es una señal de que el Estado carece de
fuerza..Sí, es necesario aceptar la
medicina en casos de necesidad y jueces para los casos de
diferencias entre unos y otros, pero debe estar compuesta de
ancianos dotados de almas virtuosas y buena las que no
tendrán dificultad para para arreglar los conflictos.
Acuerdan, que deben evitar el abuso de la música,
para no afeminar las almas y el exceso de ejercicios
físicos para no lograr temperamentos brutales. Es
necesario un acuerdo armonioso entre lo físico y lo
moral de los
guerreros para lograr una educación
adecuada.
Sócrates afirma:
"En nuestra ciudad, Glaucón, nos será
siempre necesario un gobernante que reúna estas
condiciones, si queremos que subsista su organización
política."
Para esto, Sócrates, propone como condiciones que
los gobernantes deben ser los ancianos, entre ellos los mejores
guardianes y que luego de un examen, sea el más dispuesto
para cumplir con lo que es útil para la ciudad.
Propone además un régimen conveniente de
vida y alojamiento.En primer lugar, ninguno tendrá nada
que le pertenezca, excepto los objetos de primera necesidad;
segundo, ninguno tendrá casa donde no pueda entrar todo el
que quiera. En cuanto a sus alimentación
recibirán de los demás ciudadanos aquellos que
puedan necesitar como recompensa de la defensa que les prestan,
sin que nada les sobre, ni les falte. Harán vida en
común y sus comidas serán colectivas, como soldados
en campaña.
Ellos, entre todos los ciudadanos, son los únicos
que no podrán tocar ni oro ni plata, ni entrar en casas
donde los haya, ni llevarlos sobre sí, ni beber en vasos o
manejar utensilios de oro y plata. De
esta manera podrán salvarse ellos y ser la
salvación de la ciudad.
"Tales razones me han llevado a determinar el
alojamiento de los guardianes y de cuanto debe
pertenecerles.
¿Conviene dictar una ley que lo
sancione?
-Sin duda -respondió Glaucón.
Adimanto, realiza la objeción que estos
guerreros, privados de todos los bienes que se refieren a
la
vida, más semejante a auxiliares a sueldo, sin
otra misión que
defenderla, no será muy dichosa.
Sócrates responde:
"Sí , y además no ganan más paga
que el sustento, pues aparte de é1 no reciben salario alguno,
a
diferencia de los otros ciudadanos, de modo que no
pueden salir de la ciudad por su propio placer, ni gastar
el dinero con
cortesanas, ni emplearlo, aunque lo quisieran, en tantas cosas en
que lo usan aquellos que son tenidos por dichosos."
Expresa que quizá puede ser feliz, pero que de
todos modos esto nada importa. Al constituirlos en guardianes de
la ciudad, no es su felicidad la que se tiene en cuenta, sino el
bien de la ciudad. El interés de
algunos no merece ninguna consideración cuando se trata
del interés
general. Tan pronto como éste se halle asegurado, cada uno
gozará, según su ocupación, de la felicidad
que esté naturalmente unida a ella. Lo importante es que
cada ciudadano y cada clase se mantenga en su puesto.
A este fin se fijaran las leyes contra la opulencia y la
pobreza
,contra la extensión de los límites
del Estado, contra las innovaciones en la educación y sobre
los hábitos y costumbres de los jóvenes. Aclara que
una generación bien formada y educada proporcionará
mejores padres para la próxima. Por lo tanto no creen
necesario dictar leyes sobre los convenios de compra y venta, sobre las
injurias, las demandas de justicia y los nombramientos de jueces,
sobre la fijación de impuestos y lo
relativo al mercado urbano o
marítimo y otras cosas semejantes.
A partir de aquí, Sócrates, expresa que ha
quedado fundada la ciudad y si está bien constituida debe
tener todas las virtudes: la prudencia, el valor, la
templanza y la justicia.
Según Sócrates:
" La ciudad que hemos descrito me parece en verdad
prudente, por ser acertada en sus deliberaciones."
La prudencia se encuentra en la ciudad, en los
gobernantes y que entre todas las ciencias es la
única que merece llamarse prudencia.
" En cuanto a la cualidad que se llama valor, y a la
parte de la ciudad en que reside, no me parece difícil
descubrirlo."
El valor se encuentra en la misma clase de ciudadanos,
los guardianes, por la educación que han recibido y es una
cualidad propia de la ciudad.
"Dos cualidades quedan aun por descubrir en la ciudad,
la templanza y, por último, la justicia, que es el
objetivo de
nuestras investigaciones.
Aquí, Sócrates, explica que la templaza
consiste en la armonía entre la prudencia y el valor,
está entre lo menos bueno y lo mejor por naturaleza que
hay en la ciudad o en una persona. Luego de
un largo diálogo llegan a la conclusión que la
justicia, consiste en ocuparse únicamente de los propios
asuntos. Es el origen de las tres virtudes: prudencia, valor y
templanza, es decir la virtud que concurre con las otras a la
perfección de la ciudad. Si sucediera lo contrario, la
usurpación de los derechos del otro, eso es
injusticia.
Sócrates dice:
"Si la idea de justicia, tal como acabamos de exponerla,
se aplica a cada hombre en particular, y la seguimos reconociendo
como justicia, tendremos necesariamente que aceptarla, pues,
¿qué más podríamos decir? EI caso
contrario, seguiremos investigando por otro lado. Pero, de
momento, terminemos la investigación en que venimos
ocupándonos persuadidos de que nos sería más
fácil reconocer la justicia en el hombre si
antes procuramos observarla en un modelo
más grande que la contenga. Ahora bien, nos pareció
que ese modelo más grande era la ciudad, y la fundamos lo
más
perfecta posible porque sabíamos que la justicia
se encontraría en una ciudad bien organizada. Traslademos,
pues, al individuo lo que descubrimos allí; si existe
paridad entre una y otro, todo andará bien; pero si
encontramos alguna diferencia en el individuo volveremos de nuevo
a la ciudad para profundizar nuestra investigación, puede que al compararlos y
al frotarlos, por así decirlo, una con el otro, logremos
que brille la justicia como surge el fuego de dos leños
secos, y una vez que se manifieste podamos confirmarla en
nosotros mismos."
Estas virtudes, son necesarias también para la
perfección del individuo. Se comprueba por la existencia
en el alma de tres facultades que corresponden a las tres clases
que forman el Estado. Resulta obvio que el carácter que
atribuimos a una comunidad es el
resultado de lo que son sus integrantes. Lo difícil es
determinar si obramos movidos por tres principios
diferentes o por uno solo, esto es, si el alma, toda entera,
interviene en cada uno de nuestros actos.
Si hubiera conflicto
entre la razón y el apetito, el coraje, a no ser que el
alma esté pervertida, se inclinará por la
razón. La unidad del alma se demuestra mediante varios
ejemplos, de modo que las virtudes quedan definidas en sus
relaciones con el individuo, a la manera de cómo se
aplicaron en el Estado. La justicia consiste en que cada una de
las facultades cumpla en el alma y en el individuo con la
función
que le ha sido asignada. La injusticia se deriva del no
cumplimiento de las funciones
adecuadas y propias.
Por lo tanto, justicia es armonía y salud del alma, mientras que
injusticia es enfermedad y discordia. Esta es la respuesta al
problema con que se había iniciado el diálogo. Si
la vida no vale la pena de vivirse cuando el cuerpo está
enfermo, mucho menos cuando está enferma el alma. Una vez
llegado a este punto, Sócrates propone que se revisen los
modelos de
degeneración tanto en el Estado como en el hombre, a fin
de comparar su infelicidad con la felicidad del hombre justo y
del Estado ideal.
Luego de un diálogo que mantienen entre Adimanto,
Polemarco y Glaucón, puestos de acuerdo, le dicen a
Sócrates que no han tratado el tema de las mujeres y los
hijos.
Sócrates, expresa, que deberán volver a
tratar un asunto que tendrían que haberse ocupado
antes:
"Para hombres nacidos y educados como los que hemos
descrito no hay, en mi opinión, otra recta norma de
posesión y trato de las mujeres y de los hijos que la que
se deduce de hacerlos seguir el camino que trazamos al principio.
Comparamos a esos hombres, creo, con los guardianes de un
rebaño."
Sócrates, opina, que las mujeres y los niños
de los guardianes se convierten en bienes comunes. En primer
lugar enseña que las mujeres poseen las mismas capacidades
que los hombres, aunque generalmente en grado menor; por lo
tanto, nada se opone a que participen de la misma
educación y ocupaciones que los guardianes. Hombres y
mujeres pueden colaborar y trabajar para el mismo fin.
Con miras a un más seguro éxito
de las tareas y objetivos
propios de los guardianes, propicia una especie de matrimonio
común, que mejoraría la raza, libraría a las
mujeres de obligaciones
insignificantes y contribuiría a una más completa
unidad y armonía de sentimientos en el Estado.
Sócrates pronuncia en general los ideales, tanto
en arte como en política, que sean o
no completamente realizables .
Se trata de una ciudad ideal o modelo, en la cual se
supone que todo es perfecto porque sus diversas partes
contribuyen al debido equilibrio,
contra aquellos que la critican desde una realización
concreta en un mundo de seres imperfectos que no se ajustan ni
pueden ajustarse a su cumplimiento integral.
A continuación, Sócrates, se propone
averiguar que defectos impiden las otras ciudades el ser
gobernadas como la que plantea y cual es el cambio que
debe introducir para que se asemejen a lo que han
organizado.
" En tanto que los filósofos no reinen en las ciudades, o en
tanto que los que ahora se llaman reyes y soberanos no sean
verdadera y seriamente filósofos, en tanto que la autoridad
política y la filosofía no coincidan en el mismo
sujeto, de modo que se aparte por la fuerza del
gobierno a la multitud de individuos
que hoy se dedican en forma exclusiva a la una o a la
otra, no habrán de cesar, Glaucón, los males de las
ciudades, ni tampoco, a mi juicio, los del género
humano, y esa organización política cuyo plan hemos
expuesto no habrá de realizarse, en la medida de lo
posible, ni verá jamás la luz del sol. He
aquí lo que desde hace tanto tiempo vacilaba
en decir por darme cuenta de que repugna a la opinión
general. Para la mayoría de las personas, en efecto, es
difícil concebir que la felicidad pública y privada
no pueda alcanzarse en una ciudad diferente de la
nuestra."
Glaucón alaba a su maestro y continúan con
el diálogo en el cual distingue tres clases de hombres :
los ignorantes, que no saben nada; los que creen saber, que en
lugar de ciencia tienen
opiniones, porque se dejan llevar por apariencias; los
filósofos, aquellos que se aplican a la
contemplación de la esencia de las cosas. Los
filósofos se interesan por el ser, son los únicos
que poseen la ciencia de
lo bello, del bien, de lo justo y de lo injusto.
Sobre este supuesto se basa la afirmación de que
los filósofos tienen que ser gobernantes o los gobernantes
filósofos, si se quiere que tal clase de Estado exista en
el mundo.
"En fin Glaucón, después de muchas
dificultades y de una discusión bastante laboriosa, hemos
establecido la diferencia entre los filósofos y los que no
lo son".
Según expresa Sócrates, el gobierno, no se
confiará a ciegos conductores de ciegos, sino solamente a
los que posean ideales claros; aunque se ha de procurar
también que no les falte experiencia.
Los amantes de la verdadera filosofía
están destinados al gobierno del Estado ideal, porque se
consagran a las ideas abstractas y a una concepción
sistemática y coherente de la vida.
El diálogo se desarrolla luego con la
objeción de que la mayoría de los que se llaman
filósofos no son capaces de gobernar ni aptos para ello.
La culpa no está en la filosofía. Muchas son sus
virtudes, pero también se halla expuesta a
múltiples tentaciones: la riqueza, la belleza, etc., o el
halago de la multitud.
No considera verdaderos filósofos a aquellos cuya
ciencia
consiste en conocer y complacer los instintos, los gustos de la
multitud heterogénea que se reúne para satisfacer
sus instintos, opinando sobre ciencia,
pintura, música o política.
Es así como la filosofía, abandonada por
los verdaderos sabios, cae en poder de personas indignas,
deslumbradas por los hermosos nombres que se le aplican y sus
brillantes apariencias. Por descalificada que esté,
comparada con otras profesiones, proporcionará
todavía gran prestigio entre los hombres
La consagración exclusiva a la filosofía
será la recompensa y el coronamiento de una vida empleada
en servicios
militares y políticos en el Estado. Ésta es la
clase de hombres que debe ejercer el gobierno para que se
organice una ciudad perfecta, tanto entre los griegos como entre
los bárbaros. El filósofo está por encima de
los celos y la envidia: por tener sus ojos fijos en los modelos
celestes, se esforzará como gobernante en reproducir, con
los materiales de
la vida, aquella imagen del hombre
que Homero presenta como semejante a un dios. Su reino en
la tierra
puede parecer un sueno, pero no es totalmente
imposible.
Puesto que el filósofo es la piedra angular del
nuevo listado, su formación será objeto de
especiales cuidados.
No basta el método,
que se aplica generalmente, de definir las tres virtudes en
relación con las tres facultades del alma. Hay un camino
más largo que están obligados a seguir, aquellos
que quieren lograr el más elevado de todos los
conocimientos, esto es, la idea del Bien. El bien es la base de
la ciencia, la
ética y
la política. El hombre común se maneja con
conocimientos prácticos pero el filósofo tiene que
estar en condiciones de explicar razonadamente por qué es
"bueno" o deseable ser valiente, casto, etc.
Tal razón se basa a la postre en una
concepción del sumo bien. La actitud del
filósofo en relación al sumo bien, según
Platón,
se resume en poseer un concepto
adecuado, estar en condiciones de definirlo, demostrar su
superioridad con argumentos y defenderlo contra los opositores y,
por último, en poder deducir sistemática Y
evidentemente sus consecuencias éticas y
prácticas
Sócrates, utiliza una comparación explicar
que los que viven en este mundo se parecen a seres encerrados en
una caverna, donde se hallan encadenados contra un fuego que arde
a sus espaldas, de modo que sólo contemplan las sombras
que pasan por delante, proyectadas por objetos que se mueven
entre ellos y el fuego. Al sostener los hombres comunes que las
sombras son la realidad, se oponen a los
filósofos
empeñados en contemplar el reino del día y
de la brillante luz, causa
última de todo. Quien haya logrado esta superación,
no apreciará en lo más mínimo la
sabiduría que afirman poseer los moradores de la
caverna.
Es preciso que la inteligencia,
contrariamente a lo que enseñan los sofistas, pase de las
sombras a la realidad. Desde la juventud debe
aspirarse a este fin mediante la represión de la
naturaleza sensible y la elevación de la mente a
realidades más elevadas. Por eso, la ciudad ideal no tiene
que ser gobernada por los que se demoran en lo sensible, sino por
los filósofos que han visto la verdad, el verdadero
Sol.
Tal es la condición del Estado perfecto: los
gobernantes no han de buscar el gobierno con miras al provecho
propio; en cambio,
condescienden a hacerse cargo del mismo, renunciando a su pesar a
una vida más elevada.
Sócrates plantea la educación que deben
recibir:
"Será pues necesario dedicarlos desde la infancia
al estudio de los números, de la geometría
y de toda la educación propedéutica que debe
impartirse antes que la dialéctica, pero sin obligarlos a
aprender por la fuerza."
Describe luego las ciencias a que
debe consagrarse el que está destinado a gobernar el
Estado. Se trata de elevarlo de la zona de las tinieblas a la
realidad. La aritmética es la ciencia más adecuada
para ello, y
también aquellas otras relacionadas con la
aritmética, como la geometría,
plana y sólida, y la astronomía.
Presentan contradicciones aparentes que invitan a la
reflexión; presuponen y desarrollan la facultad de
concebir abstracciones y razones en forma consecuente, lo cual es
indispensable para
la aprehensión del "bien".
Pero estos estudios no son sino preparatorios para la
dialéctica, que corona la educación propia del
filósofo. Es la única que nos proporciona una
visión sinóptica de todo saber.
El filósofo debe ser capaz, al renunciar a las
imágenes sensibles y a las hipótesis, de elevarse, por medio de las
ideas puras de la razón, a la idea del bien (pues
éste es el más elevado principio)y de allí
descender a lo particular de los sentidos. La
dialéctica es la única ciencia que busca la verdad
por sí misma, sin motivos ulteriores.
La más elevada educación debe reservarse a
los que se mostraron más capaces y dignos de aquella
durante la juventud; de
lo contrario, la filosofía quedará expuesta al
ridículo y a la vergüenza. En la infancia, la
instrucción será grata, algo así como un
juego para
discernir la capacidad natural de los niños.
Durante los
años consagrados a los ejercicios
gimnásticos, se deben intercalar estudios más
severos. Sólo a los veinte años se llevará a
cabo una selección
de los mejores discípulos, con la supervisión de la relación y
conexión de los estudios ya realizados. Finalmente, a los
treinta años tiene que hacerse una selección
definitiva, de la cual surjan los que se consagrarán a la
dialéctica. Siguiendo este proceso
selectivo, no se corre el peligro de perturbar la moral y la
religión al discutirse sus problemas por
mentes inmaturas. Una inteligencia
sobria y desarrollada no se intoxicará con discusiones,
sino que distinguirá entre la investigación de la
verdad y una heurística capciosa. Cinco años se
consagrarán al estudio de la
dialéctica. A Los treinta y cinco años,
quienes hayan completado estos estudios, de nuevo
descenderán a la "caverna" y participarán durante
quince años en las tareas de la paz y de la guerra.
Aquellos que surjan triunfantes, a la edad de cincuenta
años, se convertirán en los verdaderos gobernantes
y guardianes del Estado. Fijos sus ojos en la idea y modelo del
bien, procurarán realizarlo en su propia vida y en el
gobierno de la ciudad, dedicándose principalmente a la
filosofía, pero participando también en el servicio del
Estado. Así, una vez muertos, partirán a la isla de
bendición y recibirán los honores debidos a los
dioses.
Glaucón, exclamó:
"¡Sócrates, los gobernantes cuya imagen acabas de
esculpir son de una belleza perfecta!"
Sócrates a partir de esto le aclara que no solo
se refiere a gobernantes sino también a gobernantas, las
cuales hayan sido dotadas de aptitudes apropiadas.
Sócrates, le aclara a, Glaucón, las cosas
que han admitido para que la ciudad esté bien organizada,
en las deben ser comunes las mujeres, los hijos, la
educación, las ocupaciones de los gobernantes.
Para llegar a su perfección es más
evidente si la compara con especies de gobierno degenerativas o
inferiores. Genéricamente se reducen a cuatro: la
timocracia, la oligarquía, la democracia y
la tiranía.
Sócrates, desde el Estado ideal o aristocracia,
muestra
cómo, por sucesivas corrupciones, se desciende a la
tiranía. Todo esto con miras a resolver la cuestión
que se ha planteado previamente: la relativa felicidad del hombre
justo o del injusto. El entendimiento, explica, no alcanza a
comprender las causas de la degeneración, si desconoce
aquella enseñanza de las musas de que todo lo que
tiene un principio está sometido también a un fin.
En el Estado perfecto, por descuido o por imposibilidad de
control de los
guardianes, pueden surgir personas ineptas para el gobierno. Si
llegan a gobernar, vigilarán menos la pureza del
Estado.
En su fuero íntimo anidará un anhelo de
riquezas y de lujo que hasta entonces sólo se
reprimió por miedo a la ley y no por una verdadera
vocación filosófica.
La timocracia, entonces, engendra la oligarquía.
Es una forma de gobierno en la cual los ricos mandan, desplazando
a los pobres. Hay una oposición fatal entre la virtud y
las riquezas; cuanto más se estiman las riquezas, menos se
aprecia la virtud. El afán de riqueza suscita la violencia, y
unos pocos, en perjuicio de la mayoría, se convierten en
dueños del Estado. Para asegurar sus privilegios se valen
de las armas, y los
ciudadanos desposeídos viven expuestos a su capricho. Si
la oligarquía conserva cierta respetabilidad aparente y no
abusa en exceso de su situación, es por miedo a peores
consecuencias.
El abuso de las riquezas provoca la democracia.
Ansiosos de aumentar sus ganancias, los oligarcas ignoran la
existencia de hombres valientes que se hallan sumidos en una
desesperada pobreza. No
existe ley alguna que prohíba la indebida
adquisición de riquezas. Los que están al frente
del Estado se entregan a los placeres hasta que los pobres, que
llegan a observarlos de cerca, comprenden que si no se apoderan
del gobierno es porque no quieren.
Esto basta para que estalle la revolución. Triunfante el pueblo, se
establece la democracia, luego de eliminar algunos ricos y
obligar a los restantes a vivir en pie de igualdad.
Sócrates, expresa:
"Ahora bien, ¿cómo se administran estas
gentes?¿Qué sistema de
gobierno constituyen? Porque es evidente que al hombre que se
parece a él podremos llamarlo
democrático."
Plantea que como el hombre es libre, en la democracia,
cada uno hace lo que le place y por eso, exhibe una infinita
variedad de tipos de hombres y mujeres. No se exige cultura
ninguna ni especial preparación para llegar a ser
gobernante; además expresa que, basta con que se afirme
ser amigo del pueblo.
El demócrata típico, con todo, es aquel
que, una vez vencidos los fuertes impulsos de su juventud, busca
establecer una total igualdad entre
las diversas inclinaciones –buenas y malas- de su
alma.
Acuerdan, Sócrates y Glaucón:
"Ahora nos queda por tratar la más hermosa forma
de gobierno y el hombre más hermoso, o sea la
tiranía y el tirano."
El exceso de libertad
engendra la tiranía. Intoxicada por el abuso, la
democracia denigra a los que quieren que se observen la ley y el
orden. Desaparece toda disciplina y
subordinación, hasta el extremo de que no hay respeto por
ninguna ley, ya sea escrita o impuesta por la tradición.
En medio de esa anarquía los más
enérgicos y laboriosos se presentan ante el
pueblo, como los defensores de sus derechos. De ese medio surge
el conductor o jefe. Amenazado por los que disfrutan del
gobierno, corre el peligro de ser asesinado, en caso de no
convertirse en un lobo dispuesto a defenderse en cualquier forma.
El pueblo, halagado por sus promesas, le presta su
adhesión y lo protege Se impone, entonces, sobre sus
enemigos, que se ven obligados a descerrarse, si no quieren
sufrir la muerte. AI
principio de su gobierno, el tirano es cauto, pródigo en
sonrisas y promesas. Pero, una vez afirmado en el poder, provoca
guerras para
que el pueblo comprenda que necesita un dirigente, si no quiere
exponerse al peligro de perder la libertad. Si
alguien se opone a sus pretensiones, es eliminado. Es así
como el Estado se priva de los mejores ciudadanos y el tirano
utiliza los servicios de
personas ruines. Día tras día necesitará
más guardias y mercenarios, gente que lo rodee y proteja,
obedeciendo incondicionalmente a sus caprichos. Durante un
tiempo, se comportará con cierta aparente honestidad, hasta
el día en que exprima a1 pueblo para que soporte y pague
sus propios caprichos y los de la banda que lo rodea.
El tirano se transforma en un déspota
licencioso.
El diálogo se inicia con la descripción del tirano. Este se vale del
artificio, el fraude, la
violencia,
todos los medios le
parecen acertados para llegar al fin que se propone.
La ciudad tiranizada es la peor; lo mismo pasa con el
tirano.
Sócrates, les pregunta, si el tirano no es el
más desgraciado porque su alma esta sometida a las peores
pasiones. Un alma en estas condiciones ignora lo que quiere
realmente. A pesar de que es incapaz de gobernarse a sí
mismo, se ve obligado a gobernar a los demás. Es un
esclavo y un cobarde, desconfiado, sin amigos, sin
alegría, una maldición para sí y para el
mundo.
Continúa expresando, que cuando los deseos
pertenecen a las partes del alma codiciosa y ambiciosa se dejan
guiar por la razón y por el
conocimiento, en tanto, cuando el alma toda obedece a la
parte filosófica y no se produce rebelión esta
puede gozar de los placeres.
A partir de esto puede proclamar quien es el gobernante
más feliz. El verdadero aristócrata o
filósofo, que empieza por reinar sobre sí mismo. Y
el más miserable es el tirano, reverso del
filósofo, esclavo de sus pasiones, que intenta esclavizar
a los demás.
Una segunda razón abona la mayor felicidad del
que primeramente ha aprendido a gobernarse a sí mismo; y
es que el amante de la sabiduría, en cuanto hombre, ha
experimentado y sabe en qué consisten los deleites de
los sentidos y
la ambición.. Además, el filósofo enriquece
su experiencia con otros dos criterios de su sano juicio: la
inteligencia y el discurso de la
razón o el logos.
Finalmente, como tercer argumento, expone la falta de
solidez y la relatividad de los goces inferiores. El hambre y la
sed son indicios de la debilidad del cuerpo, así como la
estupidez y la ignorancia son indicios
de una especie de vacío del alma. Pero el cuidado
del alma participa más de la verdad y proporciona un
deleite mucho más auténtico que los placeres
insatisfactorios de los sentidos.
El alma del filósofo, en la cual las facultades
disfrutan del placer propio de cada una de ellas, obtiene el
verdadero placer al realizar las funciones que le
son propias.
El sabio conserva la armonía en su alma, mediante
el buen orden de las facultades. Gozará del don de la
verdadera ponderación
Sócrates expresa:
"-Y en verdad, aunque me atengo a muchas razones para
creer que estamos fundando la ciudad más
perfecta posible, lo afirmo, sobre todo, al considerar
nuestro reglamento sobre la poesía.
-¿Qué reglamento?
-preguntó.
-El que no admite en forma alguna que sea imitativa.
Ahora, después de haber precisado con claridad las
diferentes partes del alma, esta prohibición me parece de
una necesidad mas absoluta y evidente."
Aquí vuelve a remitirse lo que trató en
los libros II y
III. Por eso, al referirse a la poesía,
expresa que los únicos poemas que
deben admitirse son los himnos en honor a los dioses y los
elogios de los grandes hombres.
Al final del diálogo señala cuál
será el destino de los justos y de los injustos. La mayor
recompensa
para la virtud consiste en la inmortalidad.
La justicia, como ha demostrado antes, recibe ya su
recompensa por sí misma en este mundo; pero todavía
le aguarda una zona de fe y confianza, el premio definitivo. Para
que lo ultimo resulte comprensible, expone el mito de Er.
Los tiranos y responsables de injusticias reciben el castigo
merecido por sus actos.
Según se deduce de la fábula, todas las
almas son iguales; serán durante su existencia terrena lo
que ellas
elijan. Por orden, cada una de ellas expresa su
preferencia; pero, incluso para la última en elegir, si lo
sabe hacer con discreción, se le presenta una vida amable.
De esta preferencia previa depende la suma de bienes y de males
que le esperan.
Sócrates, le pide a Glaucón que le preste
atención, reconociendo:
El alma, es lo bastante fuerte para tolerar todos los
bienes y todos los males; sin embargo, guiada por la
inteligencia, debe seguir el camino del bien y practicar la
justicia, para que cada uno sea el mejor amigo de sí mismo
y de los dioses, haciéndose acreedor a una verdadera
inmortalidad.
Lilia Paris