En esta monografía
me ocupo de la nostalgia que sintieron por su tierra la
mayoría de los inmigrantes que llegaron a nuestro
país entre 1870 y 1950, tomando como fuente testimonios
literarios y periodísticos.
Más allá de los logros obtenidos en la
nueva tierra, la
nostalgia acompaña siempre al inmigrante. La
evocación de la tierra
natal se asocia, generalmente, a la de la infancia, en
la que quien emigró se sentía protegido, a pesar de
la pobreza o
las guerras que
pudieran apenarle. La nostalgia por el país de origen se
trasunta en relatos, canciones, comidas típicas,
costumbres, tradiciones que se heredan imbuidas por ese
sentimiento.
A ella se refirió Ernesto
Sábato, en "La memoria de
la tierra",
discurso
pronunciado al recibir en 1999 la ciudadanía italiana y la
Medalla de Oro a la Cultura
Italiana en la Argentina. Dijo
en esa oportunidad: "Yo fui el décimo hijo de una familia de once
varones a quienes, junto con el sentido del deber y el amor a
estas pampas que los habían cobijado, nuestros padres nos
transmitieron la nostalgia de su tierra lejana". El sentimiento
se transforma en literatura: "Ese desgarro,
esa nostalgia del inmigrante le he volcado en un personaje de
Sobre héroes y tumbas, el viejo D’Arcángelo,
que extrañaba su viejo terruño, sus costumbres
milenarias, sus leyendas, sus
navidades junto al fuego". Y se asocia a una etapa de la vida:
"¿Cómo no comprender la nostalgia del viejo
D’Arcángelo? A medida que nos acercamos a la muerte nos
acercamos también a la tierra, pero no a la tierra en
general sino a aquel ínfimo pedazo de tierra en que
transcurrió nuestra infancia.
Así también mi padre, descendiente de esos
montañeses italianos acostumbrados a las asperezas de la
vida, en sus años finales, para defenderse de lo
irremediable con el humilde recurso del recuerdo, evocaba la
Paola de su infancia. Aquella misma Paola de San Francesco, donde
un día se enamoró de mi madre" (1).
Rigueto, un personaje de José Luis Cassini,
también se enamoró en Italia, y a causa
de ese amor,
decidió emigrar. "Es un viejito dulcemente flaco y de una
mirada insostenible; un océano de tristeza se adivina
queriendo salírsele por los ojos. Cuando el sol declina,
afila su guadaña a golpe de martillo, como le
enseñaron los piamonteses en la guerra. Ya
nadie lo sabe; él mismo ha olvidado que es el dueño
del conventillo y de la primera usina eléctrica del
pueblo. Pero a veces toma unos vinos en los que remoja tiras de
pan y recuerda lejanos ensueños: Casuchas al pie de una
montaña; el tallercito de su padre, el sastre; la tarde en
que Blanca dijo que sí, que correspondía a su
amor
adolescente y aceptaba casarse" (2).
En el tango "La
Violeta", de Nicolás Olivari, también es el vino el
compañero en la nostalgia. Dice del inmigrante: "Con el
codo en la mesa mugrienta/ y la vista clavada en un
sueño,/ piensa el tano Domingo Polenta/ en el drama de su
inmigración. Y en la sucia cantina que
canta/ la nostalgia del viejo paese/ desafina su ronca garganta/
ya curtida de vino carlon" (3). El investigador Sergio Pujol
analiza ese sentimiento en los tangos: "se ha insistido en que
ese aire
quejumbroso del tango-canción no es ajeno a los italianos
nostálgicos, tan afines a la cultura
operística y a las canzonettas" (4).
La ginebra consuela a un siciliano. Don Pico Sanzone,
personaje de Gabriel Báñez, salía de noche
con un vagón negro; "lo que en verdad ocurría era
que Sanzone sacaba el fúnebre para emborracharse y
terminar descarrilado en alguna curva. Mataba la nostalgia de
Sicilia con ginebra y manivela, y terminaba llorando como un
chico hasta que los compañeros lo sacaban de la cabina y
se lo llevaban a dormir la mona ‘Su la vía sento
macanudo’, gemía mientras era arrastrado"
(5).
La nostalgia aparece asimismo en el poema del
marplatense Eduardo Martín La Rosa, "El sueño de
don Juan (un inmigrante)", atenuada por el reencuentro con su
familia: "Te
cautivó esta ciudad virgen./ El sol dibujando
caminos de plata/ sobre el mar./ Sus campos y montañas
tapizados de pino./ El desarraigo fue menos doloroso!. (…)
Mirabas el mar… Siempre… el mar./ Hasta que una inolvidable
noche/ desembarcaron los tuyos (6)".
En Santo Oficio de la Memoria, de Mempo
Giardinelli, la nostalgia no está referida a un lugar,
sino a los hijos pequeños que una madre debió
dejar. Narra el hijo mayor, refiriéndose al padre:
"Llegaron casados, ya. Conmigo. El decidió que Vincenzo y
Nicola se quedaran allá. Luego los buscaría, dijo.
No atendió el llanto de Angela. No escuchó las
razones de nadie. Nunca. (…) El sabía cuanto
sufría ella por los hijos que dejaron en Italia, pero
jamás hizo nada por traerlos. Cómo un hombre puede
ser así, es algo que yo no me explico. Fue terrible, eso".
Otro personaje relata que el hombre
también pensaba en i bambini: soñaba que en la
nueva casa "habría rosas en los
floreros y comerían bien, tres veces al día, o
cuatro, con todos los chicos, porque iban a traer a Vincenzo y a
Nicola de Italia. El país progresaba a pesar de todo, y
él también" (7).
En la novela En la
sangre de
Cambaceres, la inmigrante siente más nostalgia por el hijo
argentino que por la familia
dejada en la tierra natal: "-¿A Italia yo… dejarte a ti,
mi hijito, irme tan lejos enferma y sola… estás loco,
muchacho… y si me muero y si no te vuelvo a ver?…"
(8).
"Regresar, sin embargo, no redime de la nostalgia",
afirma Mónica López Ocón en "Interior
italiano", uno de los textos ganadores en el certamen convocado
por la Asociación Premio Grinzane Cavour y los diarios
Clarín y La Repubblica. ""La nostalgia no se
cura porque sólo se curan los males
–continúa- y mi nostalgia figura en el inventario de los
bienes
heredados. A su vez, alguien la heredará de mí"
(9).
En el Viejo Continente se sabía de la
aflicción que sentían quienes emigraban. Elizabide,
personaje de Pío Baroja, "había gastado casi entero
su escaso capital en sus
correrías por América, de periodista en un pueblo, de
negociante en otro, aquí vendiendo ganado, allá
comerciando en vinos". Próximo a casarse con la hija de un
estanciero uruguayo, "sintió la nostalgia de su pueblo,
del olor a heno de sus montes, del paisaje brumoso de la tierra
vascongada". Así fue que "se embarcó en un
transatlántico, y después de saludar
cariñosamente la tierra hospitalaria de América, se volvió a España"
(10).
En Asturias, Valentín Andrés Alvarez
escribe qué sucedería si todos los asturianos
nostálgicos cumplieran su deseo: "Puede asegurarse que si
un buen día todos los asturianos realizasen el
sueño de regresar a la ‘Tierrina’, no
cabrían en ella; habría que ensanchar las ciudades,
aumentar las villas y multiplicar las aldeas; y si trajesen
consigo las riquezas que poseen, Asturias sería,
además de la tierra más poblada, la más
rica" (11).
Se titula precisamente "Nostalgia" uno de los cantos del
poema "Cuando mi padre habló de su infancia", de
José González Carbalho. En ese texto enumera
las posesiones que el niño inmigrante tenía en
Galicia: un río, un monte, un horizonte, su perro y sus
canciones. En América, ya nada tiene de eso, y se lamenta:
"Ay, el dueño de valles/ y misteriosos bosques/ por el que
andaba yo/ mi perro y mis canciones./ Mis canciones que vuelven
sólo para que llore/. Mi perro ya olvidado/ de obedecer al
nombre./ Yo, que perdí mis cielos, / ¡y soy tan
pobre!" (12).
También descendiente de gallegos, María
Rosa Lojo nos dijo en un reportaje: "En casa se hablaba de
España
como del ‘paraíso perdido’, al que mis padres
siempre quisieron regresar" (13). Los gallegos que presenta en
Canción perdida en Buenos Aires al
oeste sufrían el desarraigo que los
acompañaría hasta el final de sus días. Dice
la narradora que, en su hogar argentino, "era el sol de la casa
nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre,
silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi
padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido.
La mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre,
sólo mi padre recitaba, tácitamente, como para
sí: ‘Donde yo me he criado…’ Y ya no
escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma
nebulosa de un mito siempre
repetido, desesperado y patético como una plegaria
inútil. La única plegaria que papá se
permitía decir" (14).
Otros gallegos, los padres de Esther Goris,
también sentían nostalgia por su tierra. Dice la
hija: "De chica, escuché tanto a mis padres añorar
su tierra gallega, que, a fuerza de ser
tan nombrada, Galicia se convirtió para mí en una
región mítica" (15).
En "Tríptico a Galicia", Enrique Urbina
García canta la nostalgia del inmigrante de esa
región: "Y aquel que por Vigo, apabulló su sombra;/
en su misterio –pompas de luna- ocultará olvido/ y
por las vides de Galicia como raíz sangrante/
tendrá su mente endulzando retornos válidos. (…)
Todo el que con un gallego trata, alcanza/ sólo un poco lo
que el corazón de
ese hombre/
desparrama, porque el amor, vive
en su España" (16).
José Tomás Oneto escribe en "La
‘morriña’ de Compostela": "aquí, en
nuestro suelo, los hijos
de esa Galicia emigrada, con su corazón
hipotecado, seguirán escuchando las campanadas
gallegas. Y no habrá ningún gallego que deje de
oírlas, aunque lo crean loco. Y soñarán con
su tierra lejana, con las siete estrellas que conforman la
guardia de honor del Cáliz, consagrado con la Hostia, en
el escudo de Galicia. (…) Y habrá quien sienta el rumor
de zuecos paisanos en las rúas de Santiago, y las charlas
de los viejos menestrales, y verá con nostalgia
cómo se vuelve calle el camino… Entonces,
entornarán los ojos húmedos con la imagen del
Finisterre, esa proa de Galicia hacia el universo,
verdadero trampolín de sus sueños emigrantes…."
(17).
Así soñaba el gallego en el poema de
García Lorca: "¡Triste Ramón de
Sismundi!/ Sinteu a muiñeira d’agoa/ mentre sete
bois da lúa/ pacían na sua lembranza./ Foise para
veira do río,/ veira do Río da Prata./ Sauces e
cabalos múos/ creban o vidrio das
ágoas./ Non atopou o xemido/ malencónico da gaita,/
non viu o imenso gaitero/ con boca frolida d’alas;/ triste
Ramón de
Sismundi,/ veira do Río da Prata,/ viu na tarde
amortecida/ bermello muro de lama" (18).
Es ese sentimiento el causante de que Rubén
Benítez haya escrito La pradera de los asfódelos.
Sobre el origen de esta obra, nos dijo el escritor: "Lo
sentí como una necesidad. Tal vez por haber pertenecido a
un núcleo de inmigrantes que desde la infancia me
transfirieron sus vivencias y sus nostalgias por la tierra
lejana. El tiempo, la
muerte de casi
todos ellos, incorporó a ese sentimiento la idea de
caducidad que convierte a cada ser humano en un emigrante de la
vida, de este escenario que también ama. Creo que ambas
perspectivas se mezclan y fluyen como temas paralelos"
(19).
Acerca de la nostalgia, expresa un personaje en la
novela: "En
ningún lugar se está mejor que aquí, en
nuestro pueblo, donde vivieron nuestros antepasados. Estamos
hechos para esta tierra que es la única porción del
mundo que en verdad nos pertenece y no para aquellas soledades
donde el pesar y la tristeza oprimen el corazón". En
América, "durante un año trabajé muy duro en
la salina, ahorrando céntimo tras céntimo, hasta
que pude pagarme el regreso. Volví como había ido.
Nada le debo a aquella tierra. Sólo el desengaño.
Aquí está nuestro pueblo, el terruño de
nuestros abuelos, la finca de mi padre. Dos veces, hija,
lloré en mi vida. Cuando me di cuenta de lo lejos que
había quedado mi pueblo y cuando regresé a
él" (20).
Para conjurar la nostalgia, algunos inmigrantes traen de
su tierra algo que les resulta especialmente querido: un retrato,
un mantón, fotos… O el
olivo que la española plantó en el fondo de su
casa, en el cuento "Don
Paulino", de Marita Minellono (21).
Formar una familia en la nueva tierra puede ser un
paliativo para la nostalgia. Lo expresa, acerca de su abuela
española, el fotógrafo Fernando de la Orden, quien
dice que cuando la anciana mira la fotografía
de su familia: "para ella debe ser impresionante ver la foto, y
saber que ella y el abuelo crearon toda esa gente, esta vida. En
ese sentido, creo que no piensa en la familia que
dejó en España, sino en la que está
acá. Y somos todos tan unidos también por la
abuela" (22).
La nostalgia parece ser una excusa en el cuento de
Patricio Pron. Un español
muere a poco de llegar a la Argentina. El
hijo pregunta por qué murió. " ‘Porque sus
ojos estaban acostumbrados a mirar el cielo azul de
Cataluña’ le dijo su madre, y a Juan Vera le
bastó esa mentira para confirmarse, sereno, que Dios lo
había olvidado" (23).
Sin duda mató la nostalgia a los personajes del
cubano Miguel Barnet. Cuenta el protagonista de Gallego: "No era
yo de los más desgraciados. Hubo quien se envenenó
por carecer de numerarios para regresar a España. Lucrecia
Fierro se enterró en la barriga un cuchillo de picar
huesos y
salió por toda Diecisiete echando sangre, hasta que
la cogieron ya muertecita. Y un afilador llamado Manuel Ruiz,
como yo, se subió a una mesa y puso la cabeza en un
ventilador de aspas grandes para que la llevara de un tajo. Se
hizo magulladuras graves y luego confesó que había
recibido una carta de su
hermano donde éste le comunicaba la mala nueva de la muerte de
su madre" (24).
La nostalgia no aflige sólo a los latinos. Andrew
Graham Yooll afirma que los escoceses son "unos
melancólicos de su tierra. Partían porque su
país los expulsaba y se refugiaban en éste
añorando sus pagos. A pesar de esta añoranza,
sabían que su lamento sería inútil, ya que
jamás tendrían la oportunidad de volver a sus
montañas. De esta manera, tanto los irlandeses como los
escoceses se reunían en las respectivas fechas de sus
comunidades para cantar, emborracharse y llorar por sus aldeas
perdidas, asumiendo como podían a éste como su
lugar de residencia" (25).
En abril de 1929, una inmigrante irlandesa imaginada por
Delaney escribe a una inmigrante que recaló en Nueva York.
Le cuenta que el té es el único sedante para sus
angustias y le pregunta si recuerda la bahía de Galway "y
aquel hermoso y triste ‘Lament of the Irish
Inmigrant’. Agrega: "Enseñé la canción
a mis alumnos más avanzados pero me parece que no llegaron
a captar su verdadero sentido". A vuelta de correo, la amiga le
pregunta: "¿Tendrá algo que ver con tu nostalgia
esa desértica inmensidad que llamas Pampa?"
(26).
La nostalgia que siente una niña belga aparece en
Virgen, de Gabriel Báñez. La pequeña
está en el confesionario: "quiso hablar pero no pudo,
temblaba de pies a cabeza. (…) Sarita entonces hipó y
empezó a largar un llanto tranquilo, suave, como si una
memoria se
pusiera a llorar. (…) llegaron más frases en
borbotón y ningún pecado. Salió entonces del
banquillo y se asomó: Sarita seguía hipando y
hablando en francés con tanta compulsión que no
advirtió que el cura la levantaba de un brazo y la
sacudía. Estaba confesando toda su vida, de Bruselas a
Ensenada, y era un desahogo tan intenso que nada ni nadie
podía detenerla. El sacerdote la miraba pasmado, los
brazos en cruz, y si bien no entendía nada,
entendía que no había mucho que entender. No era el
único caso, había visto muchos otros
idénticos y aún peores. Algunos se mareaban en los
barcos, otros en la nueva tierra firme. Pero era más sano
vomitar comida que idioma, el padre Bernardo Benzano lo
sabía mejor que nadie: los mareos de la nostalgia resultan
incurables"(27).
En Aventuras de Edmund Ziller, de Pedro Orgambide, el
narrador recuerda a su abuelo oriundo de Odessa, "al pobre abuelo
loco, al chiflado que vivía en un triste y oscuro cuartito
cercano a la terraza, donde, a los cinco años yo lo vi sin
comprender la tempestad y el desgarramiento del exilio", "oculto
por la enfermedad y la locura del mundo que arrastra a los
hombres lejos de su tierra, y que un día los devuelve,
créame, como olas a la playa" (28).
La nostalgia aparece vinculada en "Balada para un padre
ausente, poema de Enrique Novick, a una fotografía: "Foto/ amarillenta,/ apenas
velada/ por las lágrimas/ secas/ de exilio/ y silencio:/
mi padre, una/ aldea/ lejana,/ su tiempo" (29). Pero
también puede asociarse a otras sensaciones. En una
entrevista,
Jack Fuchs afirma: "siempre vuelvo a Lodz; el olor de una comida
o el perfume de la primavera en Polonia me traen nostalgias del
chico que fui" (30).
…..
La nostalgia los embargaba. Lo dice Cristina Assennato
en "País de inmigrante": "-porque comimos el pan triste/ y
la sal quemó ciertas noches/ porque tu hijo y el
mío/ caben en el proyecto del
pájaro/ y están allí reunidos/ en la curva
del trigo,/ en el signo abierto de la gran ciudad" (31).
Aún así, contribuyeron al engrandecimiento de la
nación
que los recibió.
- Sábato, Ernesto: "La memoria
de la tierra", en La Nación, 5 de diciembre de
1999. - Cassini, José Luis: "El mar en los ojos", en
Rotary Club de Ramos Mejía. Comisión de
Cultura. 1994. - Olivari, Nicolás: "La violeta", citado por
Cirigliano, Gustavo, en "Disquisiciones tangueras", El
Tiempo, Azul, 30 de septiembre de 2001. - Pujol, Sergio A.: "Diáspora y
bandoneón", en Clarín, Buenos Aires,
29 de noviembre de 1998. - Báñez Gabriel: Virgen. Barcelona,
Sudamericana, 1998. - La Rosa, Eduardo Martín: "El sueño de
don Juan (un inmigrante)", en La Capital, Mar del Plata,
10 de septiembre de 2000. - Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
Buenos Aires, Seix-Barral, 1991. - Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1968. - López Ocón, Mónica: "Interior
italiano", en Clarín, Buenos Aires, 8 de
septiembre de 2001. - Baroja, Pío: "Elizabide el vagabundo", en
Cuentos. Madrid, Alianza, 1994. - Alvarez, Valentín Andrés: Asturias.
Citado por Méndez Muslera, Luciano, en "Asturias en la
emigración", www.telepolis.com: - Requeni, Antonio: Un poeta arxentino en Galicia:
González Carbalho. Separata del Boletin Galego de
Literatura." - González Rouco , María: "María
Rosa Lojo: la inmigración gallega", en El
Tiempo, Azul 17 de marzo de 1991. - Lojo, María Rosa: Canción perdida en
Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero Editor,
1987. - Goris, Esther: "Galicia, tierra añorada", en
Clarín, Buenos Aires, 5 de diciembre de
1999. - Urbina García, Eugenio: "Tríptico a
Galicia", en La Capital, Mar del Plata, 28 de febrero de
1999. - Oneto, José Tomás: "La
‘morriña’ de Compostela", en
Clarín, Buenos Aires, 25 de julio de
1976. - García Lorca, Federico: "Cantiga do neno da
tenda", en Alposta, Luis: Lorca en lunfardo. Buenos Aires,
Corregidor, 1996. - González Rouco, María: "Rubén
Benítez. El regreso a la entrañable tierra", en
El Tiempo, Azul 10 de septiembre de 1989. - Benítez, Rubén: La pradera de los
asfódelos. Bahía Blanca, Siringa,
1989. - Minellono, Marita: "Don Paulino", en Reunión.
Buenos Aires, Corregidor, 1992. - Guerriero, Leila: "Pan & Manteca", en La
Nación Revista, Buenos Aires, 5 de
mayo de 2002. - Pron, Patricio: "La espera", en De manos abiertas.
Buenos Aires, Tu Llave, 1992. - Barnet, Miguel: Gallego. Madrid, Alfaguara,
1986. - Roca, Agustina: "Peripecias británicas", en
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Buenos Aires, Grupo Editor
Latinoamericano, 1994. - Báñez, Gabriel: op. cit.
- Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos
Aires, Editorial Abril, 1984. - Novick, Enrique: "Balada para un padre ausente", en
La Prensa, 10 de enero de 1999. - Pogoriles, Eduardo: "Volver a las raíces", en
Clarín, Buenos Aires, 13 de agosto de
2001. - Assenato, Cristina: "País de inmigrante", en
El Tiempo, Azul, 21 de febrero de 1999.
Trabajo enviado por
Lic. María González
Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
Profesional Matriculada