Podría dar la impresión de que la parte
proporcional de espacio que rodea nuestro planeta, puede acoger
de forma inagotable las incipientes ciudades espaciales que hasta
hace apenas unos pocos años, pertenecían
exclusivamente al mundo del cine y de
la
ciencia-ficción. Podría incluso dar la
impresión de que la proliferación de restos
espaciales, satélites,
plataformas científicas y diferente instrumentación desechada en el frío
espacio por los científicos astronáuticos tiene
vía libre en la inmensidad del universo, pero
esto no es verdaderamente así y si lo creyéramos de
esta manera, seríamos desde luego, unos ilusos. La corteza
espacial que rodea nuestro planeta tiene una órbita propia
que atrapa de forma irremediable toda aquella chatarra espacial
que se vuelve inservible para los astronautas una vez
están en el exterior. Esta chatarra no deja de producir
una fuerte contaminación espacial que también
se traduce en contaminación medioambiental cuando estos
restos, o sus consecuentes elementos tóxicos, se deslizan
paulatinamente hacia nuestro planeta. Según hemos sabido
siempre, nuestra atmósfera terrestre
es la campana de protección perfecta ante cualquier
actividad perjudicial para el ser humano ya que su
composición evita la entrada de cualquier elemento
perjudicial para la vida. Se podría decir pues que es
esta, más que otra, la principal causante de que la vida
en nuestro planeta haya podido evolucionar a través de
miles de años, teniendo en comparación con otros
planetas,
sólo unos cuantos cambios evolutivos importantes.
Aún así, el hecho de que la gravedad siempre venza,
hace que los elementos ajenos al estado natural
de su órbita, tales como meteoritos o los citados
residuos, sean arrastrados hacia el interior como atraídos
por la fuerza
inconmensurable de un gigantesco imán, que no deja de ser
otro que el núcleo terrestre. De esta forma, se mantiene
la vida, pero también corremos el riesgo de
colisionar en cualquier momento con cualquiera de los elementos
espaciales que rodean nuestro universo,
incluidos obviamente, los restos tecnológicos espaciales.
Si a esto le sumamos el hecho de que no sólo no se ha
estudiado seriamente la forma de eliminar estos residuos, si no
que campan a sus anchas y de forma arbitraria por el espacio, nos
daremos cuenta del peligro real que corre nuestro
planeta.
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