Simposio Nacional Sobre Democracia y Vida Cotidiana (México) (página 4)
Eduardo Rodríguez Villegas: Bueno sobre esto yo les sugeriría que no se hicieran preguntas, no estoy en posibilidad de contestarlas, este, solo voy a leer el resumen para que se sepa que es lo que aborda la ponencia y que es lo que esta trabajando actualmente el maestro Abraham Quiroz en la investigación: Se llama la Psicología nacional en la era del neoliberalismo, eh.
Una crisis tan profunda y tan generalizada como la que ha padecido México en los últimos 15 años, por necesidad ha tenido que trastocar las formas de integración, de cohesión y de relación que hemos tenido a lo largo de nuestra historia en calidad de comunidad nacional; pero también y sobre todo, ha tenido que llevarnos a la formación y hasta adopción, con cierto arraigo, de nuevos valores, representaciones e imágenes sociales, así como de actitudes, nociones y conceptos poco familiares a nuestra idiosincracia, en torno a lo que consideramos que es estrictamente mexicano y lo que somos nosotros mismos.
El hecho de que al país se le hayan impuesto, desde 1982, cambios radicales en la esfera de la política económica, ha significado para la mayoría de la población la necesidad de hacer cambios en sus maneras de percibir la realidad, sus modos de hacer las cosas, su identidad y su carácter. La globalización económica, sin embargo, por paradójico que ello parezca, ha favorecido al país en términos de que lo ha obligado a realizar reflexiones acerca de la circunstancia histórica que hemos estado viviendo y, por ende, a que revaloremos nuestras costumbres, gustos, modas, afectos e inclinaciones, en función de los intensos intercambios que se han tenido con la comunidad internacional.
Por lo pronto, podemos estar seguros de que a pesar de que la desregulación económica ha permeado en nuestro carácter y nuestra identidad nacionales, éstos no han logrado desdibujarse del todo; por el contrario, las filtraciones culturales que sufren desde el exterior y sobre todo desde el mundo desarrollado, son en realidad elementos novedosos que, al conjugarse con los atributos locales o nacionales, nutren a aquellos de manera importante, sin que eso signifique que hayamos perdido, o que estemos en peligro de perder los ejes centrales de nuestra idiosincracia. Si bien es cierto entonces que el sistema neoliberal ha generado cambios en la psicología nacional, también lo es que un poco antes (específicamente en 1968) se dio la ruptura más importante, dentro de la historia moderna del país, con el tipo de mentalidad conformista, con el carácter sumiso, con la condición de flojo, con la concepción derrotista y con el complejo de inferioridad que nos caracterizaron hasta entonces, según lo sostienen algunos caracterólogos de la época, entre otros Samuel Ramos, Octavio Paz, Santiago Ramírez e Iturriaga.
En nuestros días los motivos de cambio que animan a todos los mexicanos se ubican en un gran espectro de causas, y al igual que en el movimiento de 1968, el grueso de la población busca transformaciones no por algún "ismo" en particular, sino "por estímulos de conjunto, (que incluyen desde) el rechazo de injusticias obvias, la ansiedad de participación cívica, el hambre de modernidad política, (hasta) el hartazgo frente al anacronismo cultural sostenido por un "nacionalismo" (oficial) en el que nunca han creído, o apenas creen los gobernantes" (Monsiváis, 1993).
En medio entonces de una sociedad global que se moderniza día con día, que busca democratizar sus macro y microestructuras, que vive revueltas y anuncia rebeliones en contra del conservadurismo, del autoritarismo y del fundamentalismo en cualquiera de sus formas, el mexicano va cambiando poco a poco sus actitudes de indiferencia frente a lo que hace o deja de hacer el poder; se está volviendo más participativo y está potenciando, cada vez en mayor medida, su capacidad de conducción y de reconstrucción del país. Su psicología, en resumen, se encuentra en un proceso de transición, cuyas metas sólo son alcanzables a condición de que supere los principios del individualismo y del egoísmo en el que se sustenta la filosofía neoliberal. De modo que, o nos salvamos todos, o no hay más identidad nacional.
Eduardo Rodríguez (moderador):
Este es el resumen de la ponencia, a continuación el maestro Luis Felipe Larios Velarde de la Unison, va a presentar Una nueva democracia, una nueva comunicación social.
5.- "Una nueva democracia, una nueva comunicación social: el papel de los movimientos sociales"
Luis Felipe Larios Velarde (Universidad de Sonora)
¡Buenos días! antes que nada agradecer la acción del Comité Organizador de darnos esta oportunidad de estar por aquí con ustedes. La ponencia que estoy presentando deriva básicamente de dos cuestiones que mas o menos hemos estado trabajando durante los últimos años. En el caso de la labor docente en un curso de Sociología de la Comunicación, donde abordamos el fenómeno de la crisis de lo que es la crisis del Estado moderno mexicano, o de lo que ha tratado de hacer el Estado moderno, en el caso mexicano y las formas y comportamientos que frente a esa crisis la sociedad civil ha tomado y ha asumido durante este tiempo, particularmente el análisis se centra en lo que son los movimientos sociales. Esto por un lado, por otro lado, también lo que corresponde al terreno de la investigación, nosotros hemos estado realizando algunos trabajos relativos a movimientos sociales, específicamente a movimientos sociales que han tenido que ver con la Universidad de Sonora y en ese sentido estamos trabajando lo que ha sido en particular el movimiento mas reciente que cubre importancia inclusive a nivel nacional por su magnitud, que fue la modernización universitaria de 1991 a 1992.
Bajo esas consideraciones nuestro trabajo se titula UNA NUEVA DEMOCRACIA, UNA NUEVA COMUNICACIÓN SOCIAL, nomás que le falto agregar ahí el papel de los movimientos sociales y hemos dividido el trabajo, la ponencia en 4 grandes aspectos. Uno de ellos, donde estamos planteando lo que se entiende por democracia, el segundo relativo a la transición de la democracia esto ha sido debatido durante la ultima década y en particular en México en los últimos 5 o 6 años, el problema también de lo que es la democracia informativa como un tercer punto. Y como un último punto tratando de engarzar todos los anteriores el papel de los medios sociales en lo que es la construcción de la democracia. Entonces me voy a permitir leer el trabajo abordando el primer punto.
UN PROBLEMA LLAMADO DEMOCRACIA
Parece existir un consenso más o menos aceptado entre diversos estudiosos del sistema político nacional, que el Estado mexicano que derivó del movimiento revolucionario de 1910, muy poco tuvo que ver, desde sus orígenes, con un régimen democrático. Por la cabeza de Plutarco Elías Calles no pasó la idea de democracia al formar en 1929 el Partido Nacional Revolucionario (PNR), el antecesor de lo que hoy es el PRI, ni mucho menos a la hora de la elección presidencial del mismo año, cuando se puso en marcha la máquina del fraude electoral en contra del candidato opositor, José Vasconcelos. Desde entonces, podemos afirmar que nuestro país avanzó por los caminos opuestos para arribar a un Estado democrático moderno, a un real Estado de Derecho. En cambio, accedimos a un sistema autoritario, arbitrario, corporativo, el cual es controlado y dominado en gran medida y esto es una verdad de a kilo por lo que ha sido el poder ejecutivo federal, es decir, por el Presidente de la república de cada sexenio.
Ante la ausencia de la democracia – y de lo que implica la operación de sus reglas -, la vida política nacional se volvió, cada seis años, en una tragicomedia sujeta a los caprichos y desplantes del presidente en turno. Frases como "Arriba y Adelante"; "La Solución Somos Todos"; "Por la Renovación Moral de la Sociedad"; "Qué hable México"; "Él Sabe Cómo Hacerlo", parecen sintetizar las distintas versiones de una misma película puesta en cartelera desde hace 68 años, que muy bien pudiera llamarse esta película: "El poder autoritario tricolor" ¿valga la ironía no?. Expresiones como "el carro completo", "la cargada", "la unidad revolucionaria", "el dedazo", "el tapado", fueron desde ese entonces parte normal del lenguaje coloquial producto de ese ejercicio abusivo pues del poder, de ese autoritarismo a ultranza.
En esas circunstancias, cualquier iniciativa planteada por individuos o sectores de la sociedad mexicana de exigir libertades democráticas o de poner freno a la arbitrariedad de la autoridad, era vista por el gobierno como una amenaza al clima de "concordia" y "estabilidad" generado por el Estado revolucionario. De esa forma, cualquier brote de disidencia o de inconformidad, cualquier movilización independiente de grupos de ciudadanos, era duramente reprimida por el régimen, ya sea mandando asesinar a los dirigentes, o metiéndolos a la cárcel, u obligándolos a buscar el exilio. El movimiento estudiantil por ejemplo, de 1968 representa un claro ejemplo de la intolerancia vuelta razón de Estado en un régimen cuya esencia es, precisamente, la antidemocracia.
Dicho lo anterior, me parece que queda claro lo importante y urgente que representa para nuestro país el acceder a un sistema político democrático, más ahora que vivimos una profunda crisis económica que en lo social se ha traducido en un alarmante crecimiento de la población en condiciones de pobreza y de pobreza extrema. Además, hay que agregar a ese cuadro, el hecho de la descomposición de la "unidad revolucionaria" como se llaman los que están en el poder, descomposición marcada por los dos crímenes políticos sin resolver y por un ex presidente viviendo en el exilio. Las elecciones presidenciales de 1988 – con todas sus dudas -, obviamente, el levantamiento del EZLN en 1994 y la llegada de Ernesto Zedillo a la presidencia del país, a la par de la efervescencia de la movilización ciudadana ocurrida en distintos ámbitos de la sociedad, han hecho, junto con otros factores internos e internacionales, entre ellos claro esta el TLC que nuestro país haya entrado a un proceso de transición a la democracia, siendo parte irreversible ya de lo que el politólogo Samuel P. Huntington definió como "la tercera ola" de la democratización mundial, seguimos con el apartado.
UN PROBLEMA LLAMADO TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA
Toda transición es un proceso sumamente complejo. En situaciones de transición se enfrentan intereses que pugnan, unos por mantener en lo general el statu quo y otros por plantear la necesidad del cambio. Como lo ha expresado Arturo Sánchez Gutiérrez: "Si la transición a la democracia pudiera ser conducida completamente por un grupo político gobernante o un partido, dispuestos estos a perder sus espacios de poder en aras de la democratización, entonces dice este analista, hace tiempo que el mundo en pleno sería demócrata". Se cierra la cita. En efecto, parece claro que llevar a feliz puerto el ya irreversible ejercicio político de la transición a la democracia, de lo que ha sido el arcaico edificio autoritario nacional, mismo que en los últimos años ha padecido los efectos de una aguda crisis de legitimidad, de una pérdida de eficacia decisional del gobierno y de un incremento considerable de la movilización social conflictiva, parece una empresa nada fácil, ni de alternativas sencillas. No está por demás señalar que cualquier transición no es en sí mismo un proceso lineal, ni sigue parámetros establecidos, como tampoco puede ser copiada de las experiencias en otros países. Por ejemplo el caso de España es muy distinto al de Chile, como ambos también tienen mucho de diferente con respecto a la experiencia que estamos viviendo en nuestro país.
Revisando los acontecimientos políticos ocurridos en el país en nuestro estado, desde el inicio de la administración del presidente Ernesto Zedillo, resulta obligado hacernos la siguiente pregunta: ¿ Realmente México transita a un régimen democrático?, ¿realmente nuestro país va o se dirige a un Estado de pleno Derecho? Hay, pensamos, acciones y signos que desde las élites del poder, de sus sectores más duros, parecen ser mensajes directos de bloquear cualquier intento de avance democrático, parecen ser acciones de impedir a toda costa el que se llegue a una transición pactada por todas las fuerzas políticas que actúan en el sistema. A manera de ejemplo, observamos que en el discurso presidencial se apela a la "sana distancia" entre el gobierno y el partido de Estado, el PRI, pero en los hechos es el mismo presidente Zedillo el primer promotor de los candidatos priistas.
En ese sentido, diversos analistas han cuestionado de fondo el proceso de tránsito a la democracia. Es el caso por ejemplo de Sergio Zermeño que ha planteado que "la teoría del tránsito a la democracia" durante mucho tiempo se convirtió en una ideología esperanzadora para los países de América Latina, pero luego fue utilizada por los gobiernos neoliberales, particularmente el mexicano, para cubrir el caos del neoliberalismo y el rompimiento de las sociedades" fin de la cita. Por otro lado, para el politólogo César Cansino, es importante reconocer el hecho de que no todas las crisis autoritarias, como es el caso de la mexicana, han tenido como desenlace transiciones democráticas, y que en el caso pues, de la experiencia de nuestro país, se vive un proceso de liberación política, más que de democratización: "lo que se observa es un repliegue temporal del hegemonismo del régimen en favor de una ampliación gradual de derechos civiles y políticos. La élite política concede mayores espacios a la oposición, pero sin afectar las estructuras políticas del régimen que son pilares de su dominación" fin de la cita.
Seguramente podemos coincidir en la idea de que la democracia no se agota en la cuestión electoral, sin que esto signifique el minimizar las acciones que en ese campo se han dado pasos para implantar elecciones imparciales, libres y con equidad. Con ello simplemente queremos decir que es necesario superar el simplismo democrático o como lo ha dicho también otro analista, Jesús Silva-Herzog Márquez, "la democracia no se agota en las elecciones. Por más importante que sea este mecanismo, que en palabras de Popper, nos permite deshacernos de los gobernantes sin derramamiento de sangre, la democracia se extiende a múltiples espacios de la vida social. La democracia está en el equilibrio o la moderación de los poderes, la democracia esta en la dispersión regional del poder, la democracia esta en la estructuración de un sistema competitivo de partidos y también en el vigor y la autonomía de la sociedad civil; la democracia está en un régimen de legalidad y en la transparencia del poder. Por ello, dice Silva Herzog, podría decirse que, si la democracia está en muchas partes, la transición democrática está en muchos caminos" fin de la cita. De ahí, creemos nosotros pues, que el esfuerzo para acceder a un Estado Democrático – llegar a él y consolidarlo – implica en el caso mexicano, un hecho que exige la más amplia participación de la sociedad civil, y en particular, del creciente sector de los movimientos sociales. Para lograr eso, se necesita, de igual modo, abrir todos los espacios informativos y de comunicación al libre debate de las ideas y a la tolerancia en su exposición. Con esto pues, eh, pasamos al tercer punto que es:
UN PROBLEMA LLAMADO DEMOCRACIA INFORMATIVA
Sin duda, en el actual escenario de fin de siglo, donde el mundo se globaliza – el planeta visto como una aldea global -, donde lo regional importa mucho a lo internacional y viceversa, donde los consorcios económicos y los mercados comerciales rompen fronteras y soberanías de los llamados "Estados Nacionales", las tareas de la humanidad – de los gobiernos y de la sociedad de cada país – se complican por el aumento de la complejidad societal y por la aparición de nuevos problemas sociales, situación que ha traído consigo nuevas dificultades para el ejercicio pleno de la libertad de expresión, para el ejercicio de un efectiva democracia informativa. El hecho no puede ser por demás paradójico, ahora que hablamos de la sociedad de estos días, como la sociedad de la información y de la comunicación. Yo le pregunto a todos los aquí presentes: ¿ Realmente lo somos ? ¿ Aquí en México ?
El sistema político autoritario mexicano, desde sus orígenes, ha sido en cuerpo presente una constante negación a esa democracia informativa, enemigo declarado de todo periodismo independiente y libre. Como bien dice Fátima Fernández: "Podemos decir que el México del siglo XX, salvo sus primeros lustros, se caracteriza por tener un periodismo oficialista". La relación del gobierno-medios masivos de comunicación, ha sido la historia sin fin de componendas, casos de corrupción, compra de silencios y demás "técnicas" por demás conocidas de lo que es el aparato de persuación del poder estatal. Lo que nosotros observamos y podemos leer, lo que se plantea en los artículos 6º y 7º de la Constitución Política, ha sido prácticamente letra muerta a lo largo de décadas, y quienes se han atrevido a realizar un ejercicio ético e independiente en su labor informativa, han sufrido el acoso y la persecución del gobernante en turno.
Sin embargo, es justo reconocer que a pesar de lo difícil que ha resultado el poner en práctica una de las reglas de la democracia, esa regla que dice que para construir el consenso en la sociedad, pueden y deben confrontarse libremente, entre sí, todas las opiniones, existen en la sociedad mexicana un grupo de proyectos de comunicación y de comunicadores, que entienden la importancia de la apertura informativa como una condición necesaria para que nuestro país arribe a un sistema democrático. Como bien lo ha dicho Florence Toussaint, "la democracia no consiste únicamente en la posibilidad de ejercer el voto secreto y universal. Ésta va mucho más allá e incluye el ejercicio de la libertad de expresión para todos los sectores, independientemente de que estén organizados en partidos políticos la democracia, dice la investigadora, pasa entonces por la fractura del monopolio que existe en México, y esto es evidente en radio y televisión, la redistribución de éste y por un control social y legal diferente al actual" fin de la cita.
a) Quizá valga la pena insistir, a la luz de la experiencia nacional, sobre tres características que identifican a la democracia liberal: y que tienen que ver con la comunicación, que tienen que ver con la información. La primera de ellas, más allá de los partidos y de las elecciones intermitentes, los ciudadanos, tienen múltiples canales para la expresión y representación de sus intereses y valores, incluida una gama diversa de asociaciones autónomas, movimientos y grupos que tienen la libertad de formarse y unirse.
b) Además de la libertad de asociación y del pluralismo, existen fuentes alternativas de información, incluidos medios de comunicación independientes, a los que los ciudadanos tienen acceso sin trabas políticas.
c) Los individuos gozan de libertades considerables de creencia, opinión, discusión, expresión, publicación, reunión, manifestación y petición.
Bueno, tratando pues ya de resumir, el ultimo punto estaríamos nosotros hablando de lo que es la democracia, la comunicación y los movimientos sociales. Las sociedades latinoamericanas han sido complejas y ricas en la producción de movimientos sociales. En diversas épocas y en diversos países, la sociedad se ha movilizado en busca de mejores horizontes de bienestar social, planteando diferentes demandas de corte económico, político o social, sean éstas de corto o largo alcance. En un contexto de crisis, como la que ha vivido América Latina desde los ochentas – con lo que ya se decía aquí la famosa década pérdida – hasta lo que es hoy nuestros días, el escenario social se ha vuelto más complicado, de tal forma de que se han generado nuevos campos de conflicto y orientación de los actores sociales alcanzados por ella. El análisis de Sergio Zermeño planteado en su texto "La sociedad derrotada: el desorden mexicano del fin de siglo", a propósito de los saldos sociales de la crisis y del papel que en la misma han jugado los actores sociales, es por mucho crudo en su conclusión: dice Zermeño a medida que se ha ido imponiendo la política neoliberal en nuestro país, en esa medida han desaparecido los actores sociales y Zermeño lo refiere a lo que el llama (destrucción de espacios sociales, el aniquilamiento de identidades culturales, el desmantelamiento de organizaciones sindicales, cooperativas, etc.). Dice pues Zermeño, que el panorama en este sentido es sumamente desolador, en medio precisamente de un desorden que se ha vivido en América latina y es el caso de México, ocurrido pues a propósito de lo que ha sido la apertura comercial, la polarización del ingreso, la globalización de los mercados, la recomposición del capitalismo financiero a nivel mundial, como también derivado de la implantación de nuevas tecnologías en los procesos productivos, entre otros factores.
Sin embargo, creemos que la coyuntura por la que en estos momentos atraviesa la sociedad mexicana, es propicia para engarzar la movilización de diversos grupos de ciudadanos, las ya conocidas (Organizaciones No Gubernamentales, movimientos de deudores el caso específico de "DEL BARZÓN", grupos de defensores de derechos humanos, etc.), con la tarea de impulsar la emergencia de un nuevo orden democrático. O como lo ha planteado Alain Touraine en palabras del mismo: "la prioridad está en la construcción de un sistema político democrático y éste no puede existir sin la transformación de los excluidos y de las víctimas en movimientos activos que busquen ante todo una transformación radical del sistema político, es decir, la creación de una democracia representativa". Los conflictos sociales se han mantenido a la alza en los últimos dos años. La gestación de nuevos movimientos sociales se ha dado a lo largo y ancho del país. El Estado de Sonora no ha sido la excepción a esta tendencia. Nosotros creemos que la cultura política del ciudadano común, empieza a cambiar conforme se involucra en la movilización ciudadana, en la movilización social, ya sea la movilización que puede ser en el terreno del debate, en el terreno de la denuncia, que puede ser en un plantón, en una marcha, como lo que es en si mismo pues, la fuerza colectiva que significa cualquier movimiento social y donde el ciudadano común va aprendiendo que el poder de la sociedad civil es el poder real del cambio democrático, al cual creo que todas las fuerzas progresistas del país están hoy aspirando. Entonces con esto terminaríamos el trabajo, gracias.
6.- Identidad y carácter del mexicano antes de la crisis política de 1968
Abraham Quiroz Palacios (BUAP)
Lo acontecido en 1968 es, como muchos autores lo han afirmado ya, el parteaguas social y psicológico de la historia moderna del país; con la sangrienta represión con que enfrentó al movimiento estudiantil el entonces presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, terminó la ilusión generalizada que los mexicanos habían alimentado durante mucho tiempo acerca de los beneficios que en distintos planos les iba a traer la revolución de 1910; esta expectativa de bienestar económico y social logró crecer sobre todo a partir de la segunda postguerra, cuando México decidió adoptar un modelo de industrialización que, merced a su intensa publicidad terminó efectivamente tornárndose promisorio para la población, a la cual se hizo sentir que la llegada de sus frutos y bondades era inminente, pues se partía del hecho histórico -poco usual en el mundo capitalista-, de que por esos años se estaba logrando, con mucha consistencia, un alto crecimiento del producto interno bruto y una estabilidad que provocaba el asombro de propios y extraños, y que luego, por cierto, sería el objeto de presunciones por parte de las burguesías criollas, y de desmesurados halagos en las metrópolis imperiales.
Con 1968 terminó también, y esto es quizá uno de los aspectos fundamentales a destacar en este texto, toda una etapa histórica del psicología del mexicano, cuya mentalidad, hasta ese entonces, se caracterizó por ser políticamente conformista, y por añadidura, según lo apreciaron los filósofos de la época, estuvo acompañada de un abultado complejo de inferioridad, elementos estos que básicamente los portaban las denominadas "mayorías silenciosas", gente del pueblo que tiempos atrás se había destacado por una actitud rebelde y una indomable condición frente al poder de los amos y de los gobiernos, pero que al paso del tiempo y sobre todo con la industrialización del movimiento revolucionario de 1910, devino la cándida presa de la domesticación política que puso en macha, con pertinaz consecuencia, el partido dominante, utilizando para tal fin, como lo hace cualquier psicólogo social versado, recursos y mecanismos varios, que comprendían desde la simple y llana represión física, hasta el uso de esquemas más sofisticados que mucho tenían que ver con el condicionamiento -clásico y operante- y/o con la comunicación persuasiva, de tal manera que gracias a ellos el sistema político mexicano logró finalmente la sumisión de la sociedad (civil) frente al Estado. De aquí que nosotros afirmemos que, en cierto sentido, el primer psicólogo político que tuvo el país fue el PRI y no el Dr. Héctor Cappello.
Cabe aclarar, sin embargo, que este exitoso control que los gobiernos locales, los caciques regionales y los líderes venales ejercieron sobre las masas obreras, campesinas y populares, se debió a que ellos mismos permanentemente ofrecieron a estas sus oficios de gestores y/o de redentores, o como hoy se dice, debido a que lograron "venderles" la idea de que ellas solas y desamparadas, sin nadie que pudiera desempeñar el papel de puentes hacia esa especie de padre autoritario, pero bondadoso, que se llamaba gobierno, simplemente eran menos que nadie para conseguir un beneficio. Su identidad propia conseguida durante el período armando y reconquistada durante la ola del nacionalismo, se extravió, por tanto, muy tempranamente, poco tiempo después de las grandes movilizaciones de las movilizaciones que realizaran durante el cardenismo. Arnaldo Córdova (1974) lo relata de esta manera: "después de marzo de 1938, los grandes movimientos huelguísticos y las gigantescas manifestaciones que venían conmoviendo al país desde 1935 cesaron como por ensalmo, y comenzó a apoderarse de las conciencias la idea fraguada de antemano, de que una vez hechas las conquistas había que defenderlas y conservarlas. La época de las movilizaciones había pasado.
El régimen revolucionario había conseguido destruir a sus enemigos y la principal riqueza natural (las clases populares) estaba ahora bajo su control; (sin embargo), para las masas aquello no era sino el comienzo de un nuevo calvario" (p. 91, "La política de masas del cardenalismo", Ed. Era), pues una vez trabajadas las identificaciones entre los intereses de las masas y los del estado, el colofón inevitable era la integración de las corporaciones obreras, campesinas y populares al partido de la revolución mexicana (PRM), cuyos dirigentes en lo sucesivo hablarían en nombre de toda la sociedad.
En lenguaje conductista, se puede afirmar que la élite política de la época creó un ambiente social cargado al máximo de "contingentes punitivas" en el cual los líderes podían establecer con relativa facilidad los controles aversivos que ellos requerían (para "inducir a las personas a comportarse de una manera determinada") y un sistema de castigos con el cual podían que "las personas -realizarán- ciertos comportamientos" (Prieto, 1989, "La utopía Skinneriana: bases psicológicas", Consejo Nal. para la cultura y las artes y Amondadori, México, 1989, p. 72).
Como complemento a esto, casi resulta ociosos decir que la clase dominante jamás admitió discusiones o desacuerdos con el sistema y que, en todo caso aplicó a discreción severos y "ejemplares" castigos a todos aquellos que se atrevieron a participar en movimientos de protesta, de abierta rebelión o simplemente reivindicativos -políticamente inocuos-, que se gestaron al margen o con independencia del Estado, tal como lo ilustran, entre otros muchos, los casos del ametrallamiento a estudiantes de la Universidad Nicolaíta en 1949; la toma violenta que hizo el ejército del Politécnico Nacional en 1956; el encarcelamiento de los líderes del movimiento magisterial y ferrocarrilero en 1959; la matanza de ciudadanos, llevada a cabo por el ejército mexicano, en la Cd. de Chilpancingo, Gro., en 1960, y el asesinato, tan bien ejecutado por el mismo instituto armado, del dirigente campesino Rubén Jaramillo y de toda su familia en 1962.
Vale la pena comentar que al mismo tiempo que se va conformando esta subcultura de intolerancia política en el México postcardenista, los líderes oficiales van ensayando, cada vez con mayor frecuencia y hasta dejar completamente instaurada, la vergonzante práctica del acarreo de ciudadanos (e incluso de menores de edad) a las manifestaciones a los mítines y a todos los actos políticos que ellos mismos programaban para dar apoyo al "Señor Presidente" en turno, o a los candidatos que resultaran postulados por el propio partido de estado; sin que para ello encontraran resistencias significativas por parte de las masas; los mismos líderes volvieron también una costumbre deplorable el obligar a los asistentes -mediante un pase de lista riguroso- a escuchar la andanada de discursos de infernal retórica "revolucionaria" que pronunciaban para alertarlos acerca de los enemigos agazapados de México y para ofrecerles "el oro y el moro" a cambio, por supuesto, de que se comprometieran a mantener la compostura política que el sistema requería, que era nada menos que su actitud de indiferencia y su conducta de silencio frente a cualquier cosas que se le ocurriera hacer al poder.
De los emotivos discursos con que funcionarios y dirigentes embriagaban a sus muchedumbres, habrá que decir que no siempre estaban constituidos al cien por ciento de promesas puras y/o de puras evocaciones a los héroes, a los símbolos patrios o a las gestas históricas, sino que también, con cierta frecuencia, al estilo de un "refuerzo psicológico intermitente", iban acompañados de estímulos materiales o de recursos reales que se consideraban básicos para mantener el control (vgr. tierras, semillas, yuntas, títulos de propiedad, despensas, dinero en efectivo, etc.), y para permitir desde luego que las propias masas pudieran sobrevivir y pudieran mantener en lo más alto de su escala psicológica la expectativa del ascenso social, pero, sobre todo, para que pudieran refrendar su adhesión y su identificación con los representantes del poder y, por extensión, con el propio sistema político imperante. Esta puede ser la explicación central del conformismo y la sumisión políticos del pueblo mexicano.
En consecuencia, el Estado, como hemos visto ya, desde etapas muy tempranas descubrió , y manejó muy bien a través de métodos empíricos, el A, B, C, de los mecanismos psicológicos que permiten el control de las masas; la prueba de ello es que cada vez que tomo una decisión importante, digamos la de repartir la tierra en pequeñas parcelas -cosa que a partir del gobierno de Manuel Ávila Chamaco se hizo siempre a cuentagotas y sexenio tras sexenio-, no ignoró que con ella en realidad era imposible solucionar los problemas económicos de fondo que enfrentaban los hombres del campo, pero sí estaba seguro que con la misma buena medida les proporcionaría satisfacción a sus expectativas psicológicas y, de paso también, les contendría sus nuevos ímpetus revolucionarios que cotidianamente se engendraban por su insuperable miseria ancestral.
Dentro de esa misma intuición psicológica que caracterizó al Estado Mexicano acerca de cómo fijar los controles externos a la conducta de la sociedad -intuición que consiste en premiar y/o castigar el comportamiento de los demás, según emitan o no la respuesta del controlador-, puede decirse, de igual modo que, los regímenes de la etapa industrializadora tomaron decisiones claves -en especial las que tenían que ver con la nacionalización de algunos bienes– que terminaron reforzando el sentido de pertenencia y el proceso de identidad de los mexicanos con su país, aunque también sirvieron para que algunos líderes y gobernantes resaltaran su imagen personal; en aquella lógica pueden inscribirse decisiones tales como la de crear el Instituto Politécnico Nacional y la de construir Ciudad Universitaria para la UNAM; siendo justos, sin embargo, habrá que precisar que la motivación mayor para plasmar estas iniciativas provino de una necesidad general que tanto el Estado, como la sociedad civil sentían de que el país requería de opciones educativas a nivel superior, a efecto de formar a los técnicos calificados y a los profesionistas que pudieran hacer posible la independencia nacional, el progreso y la movilidad social, ideas de antaño, por cierto, habían operado como fuerzas motivantes del movimiento armado de 1910.
En resumen, estas y otras medidas que el Estado utilizó para hacer posible el control de las masas, pudo aplicarlas con facilidad debido a la corporativización que en paralelo hizo al aparato de estado de los sindicatos obreros, las organizaciones campesinas y los agrupamientos populares, lugar desde donde la clase política, la familia revolucionaria, los "cachorros" de la revolución, los presidentes "obreros de la paria" y los nacientes medios de comunicación de masas, alimentación oportuna y eficazmente la esperanza de que las bondades de justicia revolucionaria llegarían pronto a todos los estratos y clases sociales, sólo que ahora no por la vía armada, sino a través de una especie de revolución pasiva, al estilo Gramci, cuyo cumplimiento, coordinación y mando correrían a cargo del único partido político existente, que ya con antelación se había autoproclamado heredero único del movimiento de 1910.
Pero, volvamos a 1968, porque en él radica otro de sus importantes méritos que no hemos comentado y que es el relativo que con él se inicia una larga, compleja, dolorosa y contradictoria transición de nuestro país hacia lugares donde pudieran correr vientos de libertad, de justicia y de democracia; tal importante transición tiene su punto de arranque precisamente en el nuevo tipo de mentalidad que adquirieron los jóvenes estudiantes y, consecuentemente, en sus inolvidables revueltas antiautoritarias que llevaron a cabo. A esa nueva conciencia, como se probó más tarde, ellos ya nunca más renunciarían; su convicción democrática y su espíritu de lucha en contra del anacronismo estarían presentes, a partir de ese momento, en movimientos como el de 1971 de la Cd. de México, de la insurgencia sindical de los obreros electricistas en los años "70, el des feminismo, e incluso hasta en el surgimiento de las escuelas infantiles activas, que cuestionaban la estructura familiar tradicional (Hiriart, 1993), o en el de la ejemplar participación que la sociedad civil tuvo durante los sismos de 1985 y en las jornadas electorales de 1988 y 1994.
El movimiento de 1968, sin embargo, no estuvo motivado ni por una ideología comunista, ni por sentimientos apátridas, y menos por impulsos antiolímpicos -como pretendió hacer creer el gobierno de Díaz Ordaz-, sino más bien "por estímulos de conjunto, (que incluían) el rechazo de injusticias obvias, la ansiedad de participación cívica, el hambre de modernidad política (y también) el hartazgo ante el anacronismo cultural sostenido por un "nacionalismo" en el que nunca han creído o apenas creen los gobernantes" (Monsiváis, 1993, 125)
1968 es también, en el marco de la transcripción económica, el momento en que el modelo predominante (de tipo keynesiano, más sus ingredientes sui génesis que provenían del ideario de la revolución mexicana), a la vez que va mostrando signos de agotamiento, va permitiendo que otros elementos ajenos a él vayan cobrando relevancia dentro de sus propias entrañas, hasta que más tarde -en concreto a partir del gobierno de Miguel De La Madrid-, dan lugar a lo Villarreal (1985) denominó la contrarrevolución monetarista en México, mejor conocida en el lenguaje popular como el Neoliberalismo, cuyos efectos históricos- que a la fecha no hemos podido terminar su recuento-, han sido, en todos los sentidos y niveles, devastadores para el grueso de la población, y que por lo mismo ésta ha visto girar en 180 grados sus formas de relación tradicionales, sus efectos, sus actitudes y sus sentimientos, y se ha visto obligada también a abandonar algunos de sus valores fundamentales (vgr., la cooperación y la solidaridad colectivas) y a adoptar, a cambio, patrones extraños a su forma de ser (vgr., la competencia individual y el egoísmo). En resumen, el neoliberalismo, dicho en términos de Kurt Lewin, ha forzado a la población mexicana entera a hacer una reestructuración de su campo psicológico.
Empero, antes de pasar a señalar estos cambios, apuntemos que en la etapa histórica conocida como la del "milagro mexicano", las expectativas de alcanzar una modernización más o menos rápida eran, de entrada, evidentes en todos los sectores de la sociedad -muy a pesar de las desigualdades abismales que existían entre ellos-; y es que la demanda económica global presentaba una dinámica de cambio con pasos de gigante, a tal grado que "los fregaderos, los molcajetes, las hieleras, los braceros, los calzones de manta, los cántaros, los petates y) todas esas antiguallas intolerables pronto sólo podrán encontrarse -se decía- en los museos" (Carmona y otros, 1981, 26), y aunque es cierto que el excedente económico del país -cuyo crecimiento era uno de los más elevados del mundo- se estaba empleando de manera torcida en rubros no productivos tales como la construcción de "salas de cine, teatros, night clubs, campos de golf, discotheques, plazas de toros, estadios futbolísticos, etc." (ibid, 48), ello vino a cumplir, adicionalmente, una función de control fundamental que necesitaba el sistema, a saber la de proporcionar circo -como decían los romanos- a la gente que vivía en las áreas urbanas, para quien el entretenimiento, la diversión y la distracción se volvieron indispensables y concomitantes a su compromiso político.
Tan bien funcionó este mecanismo ideológico que todavía en día pueden percibirse ecos de los altos índices de popularidad que poseían ídolos como Pedro Infante, Pérez Prado, José Becerra, El Santo Enmascarado de Plata y otros muchos astros del cine, del ring y de la farándula, que vistos desde la perspectiva psicológica reflejaban en realidad los saludables estados anímicos del público en general en particular de las clases medias, los burócratas, los obreros y los emigrantes del campo, quienes empleaban su tiempo libre en eventos (lucha, toros, cabarets, etc.) donde podían dejar buena parte de sus energías, expresar sus emociones y hacer catarsis rigurosa, como a su vez lo hacían los estudiantes, maestros e intelectuales leyendo con regocijo a autores que examinaban y descubrían la unidad de las sociedades nacionales de América Latina, teniendo como marco de referencia la revolución cubana y la lucha contra la explotación imperialista y la opresión marcada por el subdesarrollo. "La literatura (de ese entonces fungía) como compromiso y utopía. Y le tocó a un grupo de escritores la fortuna o la desgracia de ver asumidas sus obras como modelos de conducta.." (Monsiváis, 1981, 1949).
Si esto acontecía digamos que de manera en los planos de la diversión y el esparcimiento, en la dimensión política las cosas no pintaban tan color de rosa como era la apariencia, porque si bien hasta el gobierno de Lázaro Cárdenas hubo entusiastas movilizaciones, gigantescas movilizaciones y huelgas de masas por rescatar los recursos de la nación, autoadministrar las empresas y hacer mejores conquistas laborales -cuestiones que de paso sirvieron para que las clases populares restablecieran la credibilidad en los "gobiernos de la revolución" y, sobre todo, revivieran con fuerza su esperanza de alcanzar -ahora sí- el histórico bienestar en el que tanto habían soñado-, lo cierto es que ya para entonces el partido oficial monopolizaba el quehacer y el poder políticos de la nación, practicaba el antidemocrático "carro completo" en los puestos de representación popular, se servía de las masas obreras, campesinas y populares que el cardenismo había organizado, y se autodesignaba heredero exclusivo de los postulados revolucionarios de 1910, lo que significaba que sus líneas de acción debían interpretarse, según sus propios voceros, como las únicas y por tanto las más convenientes para resolver las necesidades de México; y es que, a decir verdad, desde el momento en que el PNR (después PRM y luego PRI) se convierte en gobierno nacional, su ideología se vuelve abrazadora, su concepto de política tiende a arrasar cualquier intento que disidencia (de derecha o de izquierda) y el discurso oficial gira en torno a la idea de que "sólo el Estado tiene un interés general (y por lo mismo) no gobierna en beneficio de una sola clase, sino que tiene presentes los derechos de todas ellas, en la medida en que la ley los reconoce" (Cárdenas, 1974, citado en Córdova, A., "La política de masas del cardenismo", Era, México, 1974, pp. 180-181).
De este modo, la hegemonía del partido oficial se tomó indiscutible no sólo por los actos de autoridad que sus gobiernos ejercieron en contra de la población -mecanismo de poder que indudablemente contribuyó a la conformación de actitudes de sumisión- sino también porque sus representantes trabajaron, quizá sin prometérselo de manera consciente, una psicología política que se basó en el manejo de símbolos, de categorías y de procesos relacionados con la identidad nacional, el paternalismo, etc.
Los gobernantes priístas (no había otros) y su Estado, al pregonar que velaban por los intereses de todos los habitantes del país, sin importar que fueran estos ricos o pobres, campesinos o industriales, letrados o iletrados, se colocaban en una posición desde la que, con relativa facilidad, se arrogaban el derecho de hablar a nombre de todos, y al ubicarse así pretendieron situarse -nos dice Fuentes (1980, 67)- en el espacio puro, vacío e ilocalizable del centro, pues desde ahí todavía cree el PRI que "dirime, obsequia, advierte, cumple funciones de árbitro y padre benévolo de todos los mexicanos, sin distingo de clase o de ideología; levanta el templo de la unidad nacional, que es la iglesia que distribuye hostias a unos cuantos, tacos a la mayoría, sermones idénticos a todos, excomuniones a los descontentos, absoluciones a los arrepentidos, conserva el paraíso a los pudientes y le promete este a los desheredados".
Las caracterizaciones psicológicas
Estando ya institucionalizada la revolución y la sociedad mexicana ocupada en asimilar las nuevas normas y patrones de conducta resultantes de ella, algunos de los más conspicuos estudiosos del carácter y de la identidad nacionales -Samuel Ramos (1934), Díaz Guerrero (1949), Octavio Paz (1950), e Iturriaga (1951), entre otros-, llamaron la atención sobre la importancia de conocer los rasgos y atributos que nos caracterizaban como pueblo, y aún cuando sus descripciones y enfoques -teóricos y metodológicos- diferían entre sí, las temerarias opiniones que formularon acerca del mexicano quedaron registradas ya en las páginas de la psicología social nativa en calidad de estudios pioneros, sobre todo si tomamos en cuenta que por aquella época poco se sabía en nuestro país de esta importante ciencia del hombre y, consecuentemente, se ignoraba también todo el potencial explicativo que esta tiene a situaciones sociales complejas, como lo es la larga crisis que hemos vivido.
A propósito y antes de dar paso a los planteamientos de Samuel Ramos conviene advertir que Carlos Monsiváis (1983) ve una diferencia importante entre la psicología nacional de aquella época y la de nuestros años; sostiene que la primera se estructuró con base en múltiples proyectos personales, al modo burgués o al modo de la clase media en los grandes sectores; que en ella prevaleció una mentalidad de éxito y una gran expectativa de ascenso social; lo cual no era para menos, pues desde la perspectiva ideológica destacó el hecho de que por esos años fue cuando nació la televisión en nuestro país, y el momento en el que los concesionarios de ésta trabajaron mucho las ideas de unidad e identidad nacional (Cremoux, 1982) ligadas al progreso social; por esta razón se puede afirmar que en aquel entonces el sistema político descansó más en el consenso social que en el miedo y la resignación, como hoy en día aparentemente lo hace.
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