Resumen
Las artes plásticas cubanas padecen en este
primer período republicano del mismo de la sociedad
cubana, la frustración y el estancamiento, la mirada
mimética hacia un pasado colonial cercano, aunque hay
destellos de genialidad y rebeldía en algunas
individualidades que romperán con el hacer de la academia
decimonónica.
Desarrollo
Los artistas plásticos cubanos en las primeras
décadas del siglo XX están influidos en su
mayoría por el quehacer de la Academia de San Alejandro en
La Habana, en la que poco se ha cambiado en este tránsito
del decimonónico a la República. Los creadores
están formados en la técnica del realismo
romántico, apegado a la copia del natural y ajeno a las
inquietudes estética que se producen en Europa, cuyos
moldes más conservadores imitan.
Los pintores cubanos de más prestigio trabajan
básicamente para una élite conservadora que encarga
sobre todo, retratos en poses prefijadas y cuando quieren decorar
piensan en paisajes bucólicos de corte europeo o cubanos
idealizados.
La Academia de San Alejandro continúa formando
pintores de tendencia clásica, dirigida es esta
época por el cubano maestro Miguel Melero hasta su muerte
en 1908. En el claustro de esta escuela sobresalen reconocidos
artistas como Armando Menocal y Leopoldo Romañach,
formadores de buena parte de los pintores de esta primera
generación republicana.
En 1905 el Ateneo de La Habana organiza dos exposiciones
de pintura francesa que impactaron el ambiente artístico
de la ciudad. Eran originales que abarcaba diversas tendencias de
las escuelas francesas, aunque ninguno de la vanguardia
plástica que para esta fecha revolucionara la pintura
francesa y mundial. Obras de Paul Chabas, Gastón La
Touché, Raffaelli y Jean Paul Laurens, entre otros eran
los expositores que dejaron una apreciable huella en el
público y los artistas de la isla.
El gusto por lo bello y el contacto directo con el arte
francés, provoca un deseo de conocer más de cerca
los centros artísticos de Europa, un sacudimiento entre
los artistas, la intelectualidad y la élite consumidora,
preocupados ahora por actualizarse con los modos de la
«Belle Epoque», lo que trae consigo un mayor
interés por el diseño, la publicidad y el dibujo.
El mismo Ateneo de La Habana apadrina las primeras exposiciones
de dos artistas cubanos relevantes: Rafael Blanco(1885-1955) y
Conrado Massaguer(1889-1965), quienes en 1912 exponen sus
dibujos y caricaturas con símbolo del despertar de los
nuevos tiempos.
La Academia de San Alejandro en un intento por mantener
su predominio convoca, en el curso 1911-12, al Primer Concurso
por el Premio Nacional de pintura que se otorgaría a quien
reflejara de mejor manera el tema rural cubano. La escasa
participación de obras, seis en total, da la medida del
fracaso del concurso, aparte del ceñido tema que pretende
alentar un malgastado tópico, el campo a través de
la óptica idealizada de la élite, que solo quiere
ver recodo de montes con predominio del palmar, arroyos
murmuradores, bohíos idílicos y guajiros felices
que juegan gallos, cantan décima y aman a su mujer. El
premio fue para Armando Menocal, el pintor más
representativo de esta pintura académica, oficial,
clásica y bella donde no cabe lo feos, ni lo inoportuno,
su obra, "Amanecer en el sitio". Al año siguiente no se
entregó el premio por el desinterés de los
artistas.
El gobierno republicano creó en 1918, un
reglamento para otorgar becas de estudios artísticos,
estableciendo que la misma se otorgaría por concurso de
oposición. Estas becas eran por cinco años y
consistían en pensión de cien pesos mensuales
mientras se estudiaba en Madrid, Roma o París. Otras
instituciones y organismo crearon becas con lo que se creó
una corriente regular de artistas de Cuba en Europa.
Otra secuela de este resurgir estético en la isla
fue la preocupación por crear en La Habana un Museo
Nacional que recopilara no solo las piezas de valor
histórico, sino lo mejor de la creación
artística del país. La iniciativa parte del
periodista Mario Giral quien promueve la creación de esta
institución desde las páginas del diario, "La
Lucha" en 1910. La idea se concreta el 23 de febrero de 1913 al
crearse por Decreto de la Secretaría de Instrucción
Pública dicho museo que abrió sus puertas el 23 de
abril del propio año en una vieja casona colonial de La
Habana, teniendo como director al arquitecto Emilio
Herrera.
El Museo se convirtió en un almacén de
algunas obras de arte, reliquias históricas y piezas de
poco valor, todas guardadas y catalogadas de acuerdo a los
conocimientos museológicos de la época, con muy
poco apoyo oficial y una precariedad permanente que duró
décadas.
Otro estímulo para las artes plásticas
nacionales fue la creación de la Academia de Artes y
Letras en 1910, que acogía entre sus miembros a los
mejores artistas e intelectuales del país y valora lo
mejor de la creación artística de acuerdo a los
cánones del academicismo predominante.
Entre tanto el número de creadores
plásticos crece, las inquietudes estéticas maduran
al influjo de las exposiciones, la llegada de artistas
extranjeros a la isla, el estudio en Europa de algunos pintores y
escultores cubanos y la ampliación, aunque débil
del mercado del arte en Cuba. Este es el ambiente en el que surge
en 1915 la Asociación de Pintores y Escultores fundada por
el pintor Federico Edelman Pintó. Esta organización
tenía como premisa la organización anual de un
Salón en el que expondrían los artistas cubanos y
extranjeros de paso o radicados en la isla, a modo de estimular
la creación en pintura y escultura, ampliada poco
después a la caricatura.
Ese mismo año de 1915 se convocó el primer
Salón y a continuación el de los caricaturistas. El
país acogió muy bien la muestra, la prensa
divulgó el acontecimiento y reprodujo reseñas y
críticas de forma asidua mientras duró la
exposición, hecho que contribuyó a la
educación de un público y sienta las bases para los
cambios que sufrirán las artes plásticas cubanas en
la década del veinte. En los salones de la
Asociación junto a los establecidos pintores del
academicismo, expusieron figuras nuevas que enriquecieron las
artes plásticas cubanas: Rafael Blanco, Conrado Massaguer,
Víctor Manuel, Eduardo Abela, Juan José Sucre,
Armando Maribona y otros muchos que harían época en
Cuba.
La Asociación aglutinó a un buen
número de artistas, muchos de ellos jóvenes;
organizó clases nocturnas, conferencias, (…)
"valorizando la polémica y logrando el desarrollo de
una crítica severa, pero justa y sincera, que fue
orientando al público"[1]
El desarrollo de la pintura cubana es estos primeros
veinticinco años esta signada por la impronta de la
Academia San Alejandro y su enseñanza de una pintura
basada en los cánones académicos del romanticismo
con un mayor desarrollo del retrato, el paisajismo y la pintura
de temas históricos, basadas en temas cubanos. De esta
pintura Jorge Mañach diría: "Un arte nuestro
por la intención crítica y por los asuntos
(…) una pintura de un cubanismo
temático."[2]
Las dos figuras más sobresalientes en la pintura
de esta etapa fueron, Armando Menocal y Leopoldo Romañach,
pintores formados a fines del siglo XIX, cuyo quehacer
artístico influirá fuertemente en este
período y se adentrarían, aunque con menor fuerza,
en décadas posteriores. Ellos representan el romanticismo
decimonónico enraizado en Cuba.
Armando Menocal es el más apegado a la academia,
combatiente del Ejército Libertado Cubano, se hizo durante
la República pintor de temas históricos,
basándose en sus apuntes y dibujos hechos durante la
guerra o que le fueron contado posteriormente. En la época
de bonanza económica de la Danza de los Millones, fue casi
el "pintor oficial de la República" recibiendo encargos
del gobierno y de figuras importantes de la sociedad habanera.
Son muy conocidas sus pinturas alegóricas para el Palacio
Presidencial, la Universidad de La Habana y la Casa Quinta de
Rosalía Abreu, entre otras. Para el Palacio pintó
la alegoría de la República en el techo del
Salón de los Espejos y "La toma de Guimaro" (1918). Para
la Universidad pintó grandes paneles simbólicos en
el Aula Magna (1906) y para Rosalía Abreu pintó
"Combate de Coliseo" y "La toma de la Loma de San
Juan".
Dentro de esta temática histórica Menocal
creó su famoso cuadro, "La Muerte de Antonio Maceo"
(1906), que se conserva en el Palacio de los Capitanes Generales,
obra pintada con minuciosidad de historiador pero carente de vida
y emoción por el estatismo de las figuras. El detalle les
robo el alma a aquellas figuras. En el retrato encontró
Menocal desarrolla oficio y profesionalidad, era el pintor de
moda y con su pincel perpetua a innumerables personalidades
políticas, intelectuales, científicas o personajes
sociales.
Entre sus retratos destacan el de Enrique José
Varona, de impecable factura y colorido, el de José
Martí elogiado por la madre de este por la fidelidad
lograda a partir de un fotografía y el retrato de Dulce
María Borrero, en la que queda recogido el carácter
y la expresión de su rostro, todo un símbolo de la
mujer de sociedad en la época.
En cuanto al paisaje su trabajo no fue menos meritorio
poniendo énfasis en la calidad de su técnica, de
pocas variables, aunque puede reconocerse cierta tendencia
impresionista en el tratamiento y la pincelada en algunos de sus
paisajes.
Como profesor de San Alejandro y luego como director del
centro, desde 1927, contribuyó a difundir una
técnica de pintura desfasada y fría, pero que se
continuó haciendo durante largos años en Cuba bajo
la influencia de esta escuela y estos maestros.
Leopoldo Romañach (1862-1951) es el otro gran
pintor del período republicano, apegado a su línea
del romanticismo de academia, mostrando habilidad en su oficio y
una sensibilidad que encuentra sus mejores momentos en sus
paisajes cubanos y en los retratos.
El paisaje de Romañach capta la luz de Cuba
utilizando en este período las maneras atenuadas del
impresionismo español de Sorolla, principalmente en sus
marinas.
Su magisterio en San Alejandro fue importantísimo
formando alumnos que siguieron sus huellas, otros que
encontrarían su estilo en las escuelas europeas y un
tercer grupo que asimila las corrientes de las vanguardias para
revolucionar la pintura cubana.
La formación europea de muchos de los alumnos de
la Academia de San Alejandro consolida en ellos la impronta
academicista, sin encontrase con las nuevas tendencias
pictóricas que están presente en esos
países, principalmente en Francia, ellos buscan los
grandes temas naturalistas, las escenas de aldeas italianas, los
paisajes exóticos, el ambiente bucólico o la
simbología de una cultura clásica que le sale al
paso. Entre los pintores cubanos becados en Europa se destacan:
Manuel Vega, Ramón Loy, Antonio Rodríguez Morey,
Enrique Crucet, Manuel Mantilla, Esteban Valderrama, Esteban
Doménech, Mariano Miguel, Domingo Ramos, Luisa
Fernández Morell, Josefa Lamarque, Enrique Caravia,
Bencomo Mena y Armando Maribona, entre otros. Para este grupo y
otros no mencionados, los temas siguen siendo, el paisaje, los
retratos y la escenas épicas.
Se habla de una tendencia impresionista tardía en
la pintura cubana de esta etapa, se produce principalmente entre
los pintores de este grupo, que la conocieron durante sus
estudios en Europa. Pero sus características fundamentales
están dadas por un impresionismo de técnica,
dejando a un lado las sensaciones que el paisaje deja en sus
pupilas y que hicieron de esta escuela impresionista un momento
de cambio radical en la creación y percepción de la
pintura.
A este grupo de "impresionistas" cubanos los une el
apego al paisaje, el uso de los colores puros, con una pintura de
agradable colorido, pero superficial, con cierta dureza en las
líneas de contorno de las figuras por la difícil
convivencia de estas con los juegos de la luz, motivado por
cierta preocupación de los impresionistas cubanos por el
dibujo en detrimento de la frescura y ligereza de las vibraciones
y tonalidades de los reflejos cromáticos.
En este grupo se destacan, Esteban Doménech,
Mariano Miguel, Valderrama, Ramón Loy, Domingo Ramos,
Enrique Caravia, Enrique García Cabrera, Bencomo Mena,
Luisa Fernández y María Josefa Lamarque. Este grupo
ha captado numerosos paisajes cubanos famosos, («Valle de
Viñales» de Domingo Ramos) y personajes populares de
la isla, lo que unido a su técnica le garantizó una
relativa aceptación en el reducido mercado de arte
nacional. Con posterioridad a este período se
extendió esta influencia tardía del impresionismo
superficial en algunos pintores con clientela de
encargo.
Uno de estos pintores fue Esteban Valderrama, becado en
España y Francia donde perfecciona sus aptitudes. Alcanza
premios importantes, como el otorgado por la Academia de Artes y
letras de Cuba, por su tríptico «Fundamental»
(1917), acerca de costumbres campesinas; la Medalla de Oro en
Sevilla por su cuadro «Campesinos Cubanos» y algunos
más en exposiciones posteriores.
Valderrama se destaca en la pintura histórica,
donde al proyectar su obra se convierte en un documentalista
histórico, al copiar la realidad en sus mínimos
detalles, bien elaborada, pero carente de emoción, frenada
su mano y su imaginación. En estos temas sobresale su
cuadro «Muerte en Dos Ríos», la imagen
más recurrida al ilustrar este momento final de la vida
del Apóstol, a pesar de que el quemó el cuadro por
las críticas que recibió en el momento de su
presentación, quedaron las fotografías y la
leyenda.
El artista plástico más innovador de este
período fue Rafael Blanco Estera (1885-1955), dibujante
que parte de la caricatura pero que no se queda en ella. En su
obra hay un reflejo de lo cubano, más allá del
costumbrismo decimonónico, con una visión social y
estética que no se había alcanzado en las artes
plásticas de la isla. En sus dibujos está presente
el humor, a veces burlesco y satírico. Algunos
críticos opinan que es un impresionista que dibuja lo que
ve y lo que siente, sin complacencia, sin engañarse con
intenciones de bondad en una obra que galvaniza el
entendimiento.[3] Sus dibujos se caracterizan por
la economía de líneas y están llamados a
decir algo, en tanto el color tiende a resaltar las intenciones
del artista.
Blanco estudió pintura en la Academia San
Alejandro y fue un asiduo colaborador de la prensa de la
época con sus caricaturas y dibujos humorísticos de
un costumbrismo ácido y de compromiso político.
Expone en el Ateneo de La Habana y en la Academia de Artes y
Letras, y participa en los salones convocados por la
Asociación de Pintores y Escultores. En 1918 recibe ayuda
económica del estado para realizar estudios en Nueva York;
pasando luego una estancia en México.
El surgimiento artístico de Blanco coincide con
la renovación que está ocurriendo en el dibujo
comercial dentro del país. Su exposición personal
en el Ateneo y Círculo de La Habana, en 1912, fue un
suceso cultural que marcó el preludio renovador de las
artes plásticas cubanas, su amplia producción
artística que abarca pintura, dibujo humorístico y
caricatura se caracteriza por la crítica aguda e intensa
del contexto social cubano de estas dos primeras décadas
del siglo XX. Su signo distintivo la frescura de su obra que
preludia los cambios que en artes plásticas se
producirán en la segunda mitad de los años
veinte.
Dentro de esta misma línea renovadora el cartel
cubano se desarrolla acorde con las exigencias de la publicidad
comercial, cultural y política de la época,
asimilando las técnicas norteamericanas y abandonando poco
a poco las influencias europeas. El cartel se va transformando en
el principal elemento de propaganda y publicidad. Esta
última se transforma del bucolismo romántico que
resalta el paisaje cubano estereotipado y simplista de
bohíos, palmas, arroyos y guajiros; por una publicidad
pragmática más agresiva al estilo yanqui, de dibujo
llamativo, curvas precisas y limpias.
Se destacan como dibujantes de carteles y propagandas:
Rafael Lillo, quien trabaja con dibujos de líneas
elegantes; José Manuel y Ángelo Acosta,
introductores del modernismo europeo, con predominio de
ángulos y líneas rectas; Conrado Massaguer, creador
del "pasquín" o cartel político y renovador
gráfico en los anuncios publicitarios; Rogelio Dalmau,
Pedro Valer y Rafael Blanco, también aportaron lo suyo en
este momento renovador de la cartelística y la publicidad
en Cuba.
El dibujo humorístico cubano llega al siglo XX de
mano de Ricardo de la Torriente, creador de uno de los personajes
de más popularidad en este período, LIBORIO,
símbolo del pueblo cubano y caracterizado por su
derrotismo y el choteo criollo. Torriente sobresale por su
habilidad para explorar situaciones grotescas en el dibujo. Sin
una gran calidad estilística refleja en su semanario, "La
Política Cómica" los problemas sociales y
políticos del país.
Otros caricaturistas del período fueron del
Barrio y Henares. Del Barrio trabaja la caricatura personal a
partir de dibujar la cabeza enorme y el cuerpo pequeño de
sus representados, eran más que otra cosa, retrato
deformados, siguiendo la impronta de la prensa europea y
norteamericana de fines del siglo XIX y principios del XX. Esto
no quita a sus dibujos la frescura de su originalidad y la
impronta de sus rasgos sicológicos. Henares sigue la misma
línea pero es menos creativo con un dibujo más
estático.
Frente a este dibujo humorístico de entre siglos
en el que es notable la influencia extranjera, surge la primera
generación de caricaturistas cubanos, con un dibujo que
debe mucho al art-noveau, de trazos limpios y finos que
acentúan la calidad del conjunto. Sus principales
representantes fueron, Conrado Massaguer, Jaime Valls, Armando
Maribona y Rafael Blanco, este último con un estilo muy
personal que no le debe nada al art noveau. Completando el grupo
están otros dibujantes como, García Cabrera, Sirio,
Carlos Riverón, etc. Notable es la influencia que sobre
este grupo ejerció el catalán Luis Bagaría,
que visitó la isla en 1908.
Conrado Massaguer formado en el estilo de caricatura
norteamericana de inicios del siglo XX, debuta en la prensa de
Estados Unidos para luego publicar en los periódicos
cubanos a partir de la segunda década del siglo, creando
un estilo propio con personajes de difícil
imitación.
En la caricatura personal Massaguer fue de los mejores,
mezclando en su estilo el talento artístico, la elegancia
y el estudio de las líneas, centrando la caricatura no
solo en el rostro, sino en todo el cuerpo, revelando la
importancia que cada personaje le da a determinados
objetos.
Jaime Valls reelaboró el LIBORIO,
transformándolo de guajiro ingenuo en campesino vivaracho
integrado plenamente al pueblo. Desde el punto de vista
gráfico este nuevo Liborio, simplificado y verdaderamente
caricatura, servirá de patrón para representar al
pueblo cubano, aún muchos años después por
otros artistas.
Otro grande en la caricatura personal lo fue Armando
Maribona, certero e ingenioso en la captación del rasgo
preciso, dejando plasmado en pocas líneas cuerpo y alma.
Su arte se hizo internacional colaborando con periódicos y
revistas de América y Europa.
En cuanto a la escultura, tuvo poco destaque en estos
primeros años de la República, atenida a los
encargos monumentarios a los talleres europeos, principalmente de
Italia, que ejerce una fuerte influencia en los artistas de la
isla.
En estos primeros años republicanos sobresale el
escultor cubano José Vilalta y Saavedra (1862-1912),
radicado en Italia, desde donde cumple encargos públicos y
privados desde finales del siglo XIX. En estos inicios de siglo
su obra más relevante fue la estatua de José
Martí, develada en el Parque Central de La Habana en 1903,
obra caracterizada por la sencillez del tratamiento del personaje
y la serenidad de su rostro, en comparación con el
barroquismo que caracteriza a sus obras anteriores existentes en
Cuba y la famosa tumba de "La Milagrosa" (1909) en el cementerio
de Colón
De los escultores radicados en Cuba resalta Aurelio
Melero, escultor de talento que también incursionó
en la pintura y el dibujo. Con él se inicia un tema en la
escultura cubana que luego prolifera a lo largo del siglo XX con
mayor o menor suerte: los bustos de próceres, patriotas y
personalidades. Obra suya son, un busto de Felipe Poey y los
medallones de Máximo Gómez y José
Martí. Desarrolló una intensa labor docente en la
Academia Villate en la que inició a un grupo de
jóvenes, entre los que destacan Ramiro Ortiz, Ramón
Fernández y José Antonio Díaz.
En el primer salón de la Asociación de
Pintores y Escultores figuraron obras de Ramón
Fernández (busto de Raymundo Cabrera, busto de Pasteur y
cabeza de Montoso, esta última en bajo relieve)
Ramiro Ortiz presentó sus escultura en los
salones de 1918 y posteriores. En su obra se nota la
evolución del retrato escultórico académico
a la talla de la piedra con otros temas. Becado en Italia
perfecciona su arte para ser un artista en dominio de su
oficio.
El tercero de los discípulos de Melero,
José Antonio Díaz deja una escasa obra en la que se
aprecia el talento en desarrollo, truco por la prematura
muerte.
Esteban Betancourt (1893-1942), es un destacado escultor
camagüeyano formado en España e Italia. Dedicado a
las esculturas monumentarias dejó dispersa por el mundo la
muestra de su arte. Vivió un breve tiempo en Cuba dejando
una estatua en bronce de Manuel Ramón Silva en la ciudad
de Camagüey y un proyecto de monumento a Gertrudis
Gómez de Avellaneda.
Lucía Victoria Bacardí (1893-1988),
nació en Santiago de Cuba y fue de las primeras mujeres
dedicadas a la escultura en Cuba, formada en Europa y los estados
Unidos, presentó sus obras de tema figurativo en los
salones de la Asociación de Pintores y Escultores,
incursionando igualmente en el retrato, con un busto de "P.
Callejas", el medallón de su padre "Emilio Bacardí"
y el famoso "Martí", obra en la que la cabeza del
Apóstol emerge con fuerza expresiva con la frente
inclinada. Su obra más reconocida en la trilogía,
"Cabezas del Calvario" en la que representa la cabeza de Cristo
escoltada por los dos ladrones que le acompañaron en el
suplicio. Obra de gran tamaño concentra la
expresión en la terminación cuidadosa,
sobresaliendo la cabeza del ladrón no convexo por su
incredulidad al mirar a Jesús, todo captado con
magnificencia.
Rodolfo Hernández Giró (1881-1942),
también de Santiago de Cuba, realiza una prolífera
obra de variados temas. Estudio en Europa y asentó su
estudio en su ciudad natal desempeñando cátedra de
modelado y dibujo. Su obra va desde el monumento a la
alegoría, pasando por el busto, el relieve, medallas,
talla en madera, etc. Entre sus obras más conocidas
están, un bronce de Federico Capdevila, las
alegorías, "Santa Cecilia" y "Ecos"; un busto de
Hernández Miyares, la placa mortuoria del capitán
del buque "Virginius", Mr. Fry y un busto del músico
alemán Beethoven.
Otros escultores del período fueron, Alberto
Sabas, hábil en el desnudo y el retrato; Enrique
Saló, tallista en madera que trabajó el relieve;
Benito Paredes (1898-1974), especialista en los retratos de
busto; José Oliva Michelena (1881-1970), formado en Europa
y con una obra de calidad reconocida.
Estos primeros años de la República vieron
erigirse otros monumentos en La Habana y ciudades del interior
dedicados a próceres y figuras relevante de las letras,
las artes y las ciencias. En 1908 se emplaza en la Plaza de San
Juan de Dios una escultura de Miguel de Cervantes de Carlos
Nicoli, la de José de la Luz y Caballero, obra del
francés J. Lerieux, en la avenida del puerto. El relevante
monumento al General Antonio Maceo (1916), emplazado frente al
Malecón, obra del escultor italiano Doménico Bonni.
Otro italiano, Giovanni Nicolini, es el autor de una estatua de
mármol de José Martí, en la ciudad de
Cienfuegos (1906) y del monumento ecuestre del general
mambí Alejandro Ramírez emplazado en Paseo y
Calzada, Vedado, La Habana (1916).
La famosísima Alma Mater de la Universidad de La
Habana fue obra del checo Mario Kolbel en 1921 y la Glorieta que
cubre el muro donde fueron fusilados los estudiantes de medicina
en 1871 fue construida por suscripción popular por el
arquitecto Walfrido de Fuentes, también en
1921.
En cuanto al grabado, es la litografía la que
continúa un desarrollo notable, como base de la alta
demanda que de ella tenía la industria tabacalera en la
fabricación de marquillas, etiquetas y anillos, a lo que
se agrega la impresión de envolturas de chocolates, cajas
de fósforos y etiquetas variadas.
La Compañía Litográfica de La
Habana S.A., se funda en 1907 por la fusión de cuatro
empresas, "Guerra y Hnos.", "Estrugo y Maceda", "Rosendo
Fernández"" y "García y Hnos.". La nueva empresa
continua la tradición de calidad de la litografía
cubana con impresiones de hasta diecisiete colores.
La fotografía artística en este
período se caracteriza por el
"pictoralismo"[4], principalmente entre 1900 y
1907, aunque muchos fotógrafos siguieron esta línea
más allá de los años veinte. Era un estilo
fotográfico en correspondencia con el "arte-noveau", tan
de moda a principios del siglo XX.
El panorama estético de los primeros años
de la república era bastante sombrío, sobre todo
para las artes plásticas. Se ha creado una élite
conservadora, apegada a los moldes establecidos desde la
época colonial con predominio de los valores
estéticos europeos del decimonónico y reacia a la
aceptación de los nuevos rumbos estéticos. Una
élite que proponiéndoselo o no, responde a los
intereses de las clases dominantes, conservadoras y antinacional,
en la que lo nacional se resume en el tratamiento formal de los
temas históricos y en los valores de esos
grupos.
Autor:
Ramón Guerra Díaz
[1] Loló de la Torriente:
“Imagen en dos tiempos”. La Habana, 1982
[2] Jorge Mañach: “La pintura en
Cuba”. La Habana, 1924
[3] Loló de la Torriente: Imagen en
dos tiempos.
[4] El “pictoralismo” o
fotografía pictórica fue la acentuación de
los elementos pictóricos y expresivos nacidos de la
relación fotografía-pintura a partir del auge del
impresionismo.