Indice
1.
Introducción
2.
Bibliografía
1. Introducción
El hombre siente
hoy en día en forma aguda la oposición entre el
inmenso progreso de la técnica y la evidente deficiencia
moral de la
humanidad. Cuanto más se acelera el primero, más se
agranda la brecha entre el querer y el poder. La
crueldad de las guerras y las
revoluciones en el curso del siglo XX evidencia claramente que
el hombre no
ha progresado moralmente. El hecho de que, por ejemplo, medio
siglo después de la segunda guerra
mundial, la humanidad no llega a establecer una
situación de paz duradera, constituye por si sola una
demostración elocuente de la impotencia de los
responsables.
En la actualidad estamos asistiendo a un espectáculo
perturbador: atentados terroristas, rumores de guerra
nuclear, bacteriológica, etc. Estas locuras bélicas
pretenden llevar a la humanidad hacia el holocausto final, aunque
hasta los niños
de las escuelas primarias tienen conciencia cabal
de que una tercera guerra mundial,
jamás permitiría vencedores, vencidos ni neutrales.
Toda la vida del planeta desaparecería y la que llegara a
sobrevivir, clamaría por la muerte.
Frente a ese espectáculo, nace en nosotros el sentimiento
del absurdo. La tecnología, en vez de
dar seguridad,
inspira un terror y una incertidumbre que socava la fuerza.
El progreso de la técnica, que ha sacado al hombre de su
aislamiento de otros tiempos, conduciéndolo
mecánicamente hacia la uniformidad, le reclama, bajo la
amenaza de un cataclismo, una urgente y radical
rejerarquización de los
valores.
El hombre
contemporáneo concentra sus esfuerzos sobre el desarrollo y
la
educación del intelecto. Es por la continuidad de ese
desarrollo que
el hombre deviene lo que se llama un "intelectual". Sin embargo,
los recursos del
intelecto, que le permiten hacer milagros en el dominio de
la ciencia
racional están limitados a eso. Los trabajos de Kant y de Virshow
han demostrado que el campo de acción del intelecto humano
está, por así decir, rodeado de un muro
impenetrable.
Mientras la instrucción es el centro de las preocupaciones
de las familias y de los poderes públicos, el desarrollo
de la emotividad, está casi totalmente librado al azar. En
la civilización contemporánea esto lleva a un
extraordinario empobrecimiento de la vida afectiva. La vida
emotiva, privada de una formación metódica, es para
el hombre una fuente de imprevistos raramente agradables y menos
todavía felices y cuyas consecuencias son, en general,
difíciles de llevar. No es exagerado decir que la vida
emotiva ocupa en la
personalidad del hombre la posición de pariente pobre.
Y, sin embargo, es solo por el desarrollo apropiado de esta
esfera que el hombre puede abrir una nueva fuente de
energía moral, cuya
necesidad para él es tan apremiante. Por ello, debe
descubrir rápidamente un método
práctico para educar positivamente la vida emotiva de los
seres humanos y de esta forma alcanzar un equilibrio
entre el plano moral y el progreso técnico. Una forma
posible de lograr este objetivo es
orientar los esfuerzos de los artistas hacia un ideal moral
común.
El arte es por
excelencia un fenómeno de sociabilidad, puesto que
está fundado en las leyes de la
simpatía y de la transmisión de ideas, emociones,
sentimientos y sensaciones.
La historia nos
enseña el efecto civilizador de las artes sobre las
sociedades, o
a veces, por el contrario, sus efectos de disolución
social. Si un Napoleón arrastró voluntades, un
Beethoven no lo hizo menos.
Los móviles que empujan a las masas a la acción,
permanecen a menudo en estado latente
en el "inconsciente colectivo de los pueblos", durante siglos,
incluso milenios. Los elementos de estos móviles pueden
acumularse allí en formas de recuerdos crepusculares de
brillantes victorias, aspiraciones o desquites después de
los fracasos o rebeliones. Aunque borrada de la memoria
directa de los pueblos, la conciencia-reminiscencia de estas aspiraciones
personales permanece en los recónditos lugares de la mente
del ser humano. Y en parte constituye lo que llamamos, en el
más amplio sentido, el "espíritu de los pueblos".
Cuando aparece un artista o un líder
que encarna esa parte del inconsciente colectivo, comunica a las
fuerzas latentes que encierra, si apela a ellas, un carácter
dinámico; y si las masas lo siguen, es porque cada uno
responde de hecho al llamado desde las profundidades de su propio
inconsciente.
El arte nace con la
reflexión, la cual se encarga de decodificar los recuerdos
individuales o colectivos. El recuerdo de lo que ha experimentado
o visto antes de ser artista de profesión, es el piso
más sólido sobre el que trabaja el artista. Las
emociones y
los sentimientos pueden ser alterados por la profesión,
pero no los recuerdos, en especial, los que corresponden a la
niñez o la juventud.
Estos guardan toda su lozanía y es con estos materiales,
con los que el artista construye sus mejores obras.
Goethe decía: "Precisamente por la realidad es como el
poeta se manifiesta, si sabe discernir en un sujeto vulgar un
lado interesante". El realismo bien
entendido consiste en tomar de las representaciones de la vida
habitual lo interesante, despojándolo de las asociaciones
vulgares, disociando lo real de lo trivial. Se trata de devolver
la frescura a sensaciones marchitas, de encontrar algo nuevo en
la vida de todos los días, de hacer brotar lo imprevisto
de lo habitual, y para ello el único medio verdadero es
profundizar lo real, ir más allá de las superficies
en que se detienen habitualmente nuestras miradas, rasgar el velo
formado por la confusa trama de todas nuestras asociaciones
cotidianas que nos impide ver los objetos tal como son.
Vivimos en un período de hiperintelectualismo. Se
sobreestima la instrucción, la
organización racional, la inteligencia
concreta que ofrece resultados inmediatos, tangibles, y se
descuida la vida interior, el estudio de uno mismo. Los artistas,
demasiado centrados en las producciones de los grandes maestros,
pierden de vista las fuentes a las
que han recurrido y que hacen pasar sus obras por un continuo
soplo vital. A menudo creen haber creado, mientras que no han
hecho más que imitar. Ignorando las leyes de la vida,
las representaciones de los maestros son adaptadas a su propio
nivel. Es necesario vincular el arte a estas "fuentes vivas"
y reaccionar contra todo lo que tiende a apartarlo de estas leyes
naturales, materiales y
espirituales.
Sucede también con demasiada frecuencia, que formas
creadas por los maestros han sido empleadas y explotadas teniendo
en cuenta la creación formal, privada de la vida que las
engendró; y algunos teóricos, colmados de
espíritu científico, se han considerado autorizados
para deducir leyes sólo de las fórmulas, sin tener
en cuenta la vida que éstas ocultan.
No siempre es fácil obtener de las "fuentes vivas" un
beneficio inmediato para el arte y por ende para la sociedad, pero
los grandes maestros lo han logrado. No es, sin embargo, un
privilegio reservado únicamente a los grandes creadores,
aunque les ha sido otorgado gracias a su amor a la
vida, su perseverancia y sinceridad.
De acuerdo a Platón,
los griegos adoptaron la música como parte
esencial de la educación debido a
que inspira amor a lo
noble y odio a lo mezquino, aunque reconocían que para
alcanzar tal fin, debía haber detrás de ello un
propósito moral. Sólo llamaban música a los sonidos
que provocaban los sentimientos morales más elevados,
llegando, como dice Platón, al
alma para educarla en la virtud. Los demás sonidos no se
llamaban música, sino amusia.
Actualmente se sabe que determinadas obras musicales nos
sugestionan para sentir y pensar según sus características. Una marcha fúnebre
nos entristece, una marcha guerrera excita el ánimo. El
ritmo influye, principalmente sobre nuestra fisiología. En la antigüedad los
agricultores y sobre todo los marineros, cantaban canciones cuyo
ritmo preciso debía regular sus movimientos y así
facilitar el
trabajo.
Se sabe, por otro lado, que a través de haces de colores, o por el
colorido de un ambiente se
puede, por ejemplo, provocar disposiciones anímicas de
alegría o tristeza, acelerar o decrecer el rendimiento en
el
trabajo.
Los mensajes
subliminales también pueden afectar nuestros
pensamientos o emociones por medio de estímulos visuales y
/ o auditivos. Al haberse comprobado esto, se redactaron leyes
para su prohibición. La palabra subliminal (del
latín: sub: bajo y limen: umbral), se refiere a la
transmisión de un mensaje destinado a llegar al oyente
justo por debajo del umbral de su conciencia. Muchos conocedores
del tema han calificado a este fenómeno, como una
invasión o violación de la conciencia;
término adecuado, si tomamos en cuenta que una parte de
nuestra mente recibe mensajes que escapan a los sentidos
externos y penetran en el inconsciente invadiendo su
intimidad.
Los colores y los
sonidos poseen de por sí y aisladamente un significado
simbólico que obra aparte de la intención
artística. Cada uno tiene un carácter
propio, y representa una fuerza que la
misma naturaleza coloca
en una relación simpática con ciertas disposiciones
de ánimo.
Pitágoras enseñó a sus discípulos a
curar enfermedades
por medio de sonidos, y les mostró la relación que
existía entre la belleza de las formas geométricas,
los astros, los colores y las notas musicales.
Las teorías
de Platón y Pitágoras, que relacionaban el equilibrio de
las proporciones musicales con el ánimo, se extendieron
durante el medioevo en la arquitectura, y
la proporción áurea se reflejó en muchos
edificios. Los artistas de esa época tenían muy
presente la correspondencia entre las diferentes artes, y era muy
frecuente que planteamientos musicales, arquitectónicos y
pictóricos se relacionaran entre sí.
Los artistas actuales deberían investigar estas
teorías, las cuales tenían como
motor principal
la
educación moral y espiritual de los pueblos. A este
respecto, un trabajo muy importante fue realizado a principios del
siglo XX por Saint-Yves D` Alveydre. Su obra lleva el
título "El arqueómetro". Esta reintegra todas las
artes a una síntesis
común y, al mismo tiempo, da la
clave de las adaptaciones religiosas y científicas de la
antigüedad. "El Arqueómetro" aporta una guía
para construir conforme a nuevas reglas; es una invitación
al trabajo con medios nuevos.
Deja a cada artista toda su originalidad, dándole una base
científica.
El fondo vivo del arte está constituido por ideas, y
después por emociones, sentimientos y sensaciones.
Transmitir verdades o ideas consideradas como verdades con un
propósito moral o espiritual estéticamente, es el
objeto del arte en estos tiempos. Lo que lo anima en esas
circunstancias son las emociones, los sentimientos y las
sensaciones que despiertan las verdades o ideas que ocupan
nuestra atención en el transcurso del proceso. Las
ideas simples son las más difíciles de captar por
causa de la extrema complejidad de la mente que nos incita a
complicarlo todo. Sin embargo, las ideas y las fórmulas
simples son las que más importan en la vida. Las emociones
como movimientos en si, sin contenido, no son objeto de la
creación artística.
El mundo en que vivimos tiene necesidad de belleza para no caer
en la desesperanza. La belleza llama a lo trascendente y es en
cierto sentido la expresión visible del bien. A este
respecto escribe Platón: "la potencia del bien
se ha refugiado en la naturaleza de lo
bello". La belleza moral es dictada y apreciada por la conciencia
y se refleja en la intención de las acciones
personales.
Las artes plásticas contemporáneas tienen sin duda
un lugar asegurado en la historia, ya que se
desentienden de todo lo superfluo y falso para aprisionar la
belleza de las formas nuevas por un camino simple y claro. Pero
junto con todas estas expresiones de la belleza, han proliferado
una multitud de obras que en no pocos casos, lejos de expresar
belleza, sólo muestran desorden y el absurdo de la vida de
sus autores. Estos "artistas", instalan en el arte los
símbolos de lo negativo, es decir el terror, la vulgaridad
y la fealdad física y espiritual,
que quiere rostros y cuerpos deformados hasta la monstruosidad. Y
no sólo pactan con la fealdad, sino que la admiran si es
estilizada. La búsqueda de estos "artistas", no es
más la de la belleza o la verdad, sino la de lo nuevo a
cualquier precio,
¡tan grande es el miedo a ser sobrepasado!.
Es una pena ver como un desenfrenado afán de
originalidad y libertad de
expresión frustra a noveles artistas,
encerrándolos en una factura
absurda y sin sentido, que más que belleza denota
"anormalidad psíquica". Tal originalidad, en la
mayoría de los casos, no es sino un recurso para suplir la
ausencia de poder de
creación. De hecho vemos cuan rápidamente envejecen
ciertas realizaciones de la arquitectura, la
pintura, la
literatura y la
música contemporáneas, ya que no condicen con
nuestra época ni llegan al alma del hombre actual.
Más aún, pareciera que muchas obras de hoy se
presentan como mucho más viejas y anticuadas que las obras
clásicas y, en forma general, las antiguas ubicadas en su
época, conservan una perenne y fresca hermosura. El objeto
del arte, que exterioriza las fealdades, las miserias y las
limitaciones, es el de provocar principalmente "sensaciones
intensas" para obtener rápidamente el éxito
por la curiosidad, la piedad, la risa o el escándalo.
Además de promover lo más bajo de la naturaleza
humana, es evidente que la vista constante de cuerpos, rostros
deformados y miseria moral, no podría tener otro efecto
que aumentar la fealdad psíquica y física del hombre
actual y de las generaciones futuras. El "arte" de los
símbolos de lo negativo, aumenta el número de
inadaptados sociales, incita a la delincuencia,
al alcoholismo y
a los estupefacientes que culminan con el suicidio moral en
un cuerpo viviente.
Lo mismo sucede en la música contemporánea, donde
en algunos casos se prescinde no sólo de la
melodía, sino también del ritmo y de la
armonía; todos los elementos carecen de unidad y se
presentan como una desenfrenada irrupción de ruidos. Al no
representar ninguna norma vital, estos "sistemas"
musicales se prestan a la expresión de sentimientos y de
estados de alma morbosos. Para justificar tales obras, sus
autores y críticos dicen que ellas son la expresión
del alma contemporánea, insegura y atormentada, sin fe ni
esperanza.
La música moderna popular, producto de
consumo
masivo, en general, ha abusado excesivamente de los valores
plásticos
(relaciones sutiles entre los elementos agógicos y
dinámicos ayudados por el timbre), entregándose a
veces a evocaciones fisiológicas de una vulgaridad
desvergonzada. Sus ritmos producen frecuentemente una
excitación corporal, que de la alegría o la simple
satisfacción puede llegar hasta la embriaguez, lo que
provoca un desdoblamiento de la personalidad.
Estos ritmos, muchas veces van acompañados por cantos que
expresan ideas, sentimientos o estados anímicos negativos,
causando desequilibrio nervioso en el estado
físico y mental del hombre. Como decía
Stéphen-Chauvet : "Resulta de ello una verdadera ebriedad,
con exaltación sensorial, exaltación de la
imaginación y disgregación de la
personalidad. Esta, en efecto, se transforma y se fusiona con
la de los compañeros y la de los espectadores, y en
consecuencia, se convierte en un simple elemento de una entidad
colectiva episódica: una multitud en estado de
embriaguez saltarina". En definitiva, convierte a los oyentes que
se prestan a ello, a los jóvenes principalmente, en
autómatas, porque en ese momento se paraliza el proceso mental
de su conciencia. Llegado a ese punto, se los puede inducir
fácilmente hacia el sexo, el
alcohol, la
droga,
etc.
El origen de este tipo de "música" se encuentra
en las tribus africanas, lo mismo que los ritmos sincopados, que
se utilizan en el vudú, tal como se practica en
Haití, dentro de un repertorio completo de ritos de
copulación, encantamientos y conjuros. De ahí
fueron obtenidos, con el fin de reproducir lo más
fielmente posible, los ritmos sucesivos que conducirán a
los oyentes a un placer sexual completo.
La intensidad del sonido elevada a
20 decibeles sobre el límite de tolerancia del
oído
humano, es un asalto deliberado y directo sobre la persona. El fin
perseguido es exaltarla y paralizar su conciencia,
sumergiéndola en un océano sonoro.
El arte en general, persigue dos fines distintos: por un lado
trata de producir sensaciones y por otra parte, fenómenos
de inducción psicológica conducentes a
ideas, sentimientos y emociones. Estos fenómenos de
inducción, son los que hacen al arte
expresivo. Si el arte se refiriese sólo a provocar
sensaciones, su dominio
podría limitarse a un sistema de reglas
técnicas.
Es menester en el arte preservar ante todo la vida, y no la
perfección del detalle. Buen número de profesores
han insistido en el valor de la
conciencia de los detalles de la técnica. Muchos han ido
demasiado lejos, alentando una actitud
cerebral desfavorable para la práctica artística.
Aquellos que tienden únicamente a la técnica pura,
pierden de vista el sentido profundo del arte. A menudo el
virtuosismo tan solo compensa la falta de vida interior, y crea
asociaciones superficiales y automatismos nefastos para la
comprensión de la obra. Ahora, la técnica tomada
como medio y no como fin, es de un gran valor ya que
apela a cualidades estimables y hasta necesarias:
precisión, voluntad, resistencia,
búsqueda de la perfección aunque sólo sea
formal; exige flexibilidad, fuerza y memoria.
El arte, tiene como último fin producir la
convicción, tal como la elocuencia, y el medio más
sencillo para conseguirlo es siendo veraz. El artista es libre de
mentir, pero en nuestros días, donde prevalece el
espíritu crítico, la falsedad se hace visible y
quita fuerza a las representaciones evocadas. La ficción
se tolera sólo cuando expresa una idea verdadera. El tema
manifiesta el espíritu que creó la obra entera. El
poder del idealismo
existe bajo la condición de que no se apoye en la
ficción, sino sobre una aspiración intensa y
perdurable. El lenguaje
del arte que resiste el paso de los siglos, es una forma de
oración que testimonia y da fe de las creencias del hombre
en cada momento histórico.
Sólo un ideal moral o espiritual puede expresar
en el Arte la esencia de la vida. Pero es necesario para ello
"creer en la vida". La rectitud moral, la humildad, la
concentración espiritual, el alejamiento de los goces de
los sentidos y
del atractivo de las cosas materiales que distraen y perturban la
simplicidad del corazón,
constituyen el mejor medio para la maduración del artista.
La creación y el grado de sensibilidad artística,
no son el resultado de un momento esporádico de
exaltación emotiva o espiritual, sino de la experiencia y
de la organización de la vida del artista.
Todo arte verdadero tiene sobre la sensibilidad un efecto
tónico y reactivo, enciende en el alma la alegría,
es decir, el sentimiento de la fuerza acrecentada. Nos da
también el sentimiento inmediato de la vida más
intensa y expansiva a la vez. La contemplación del arte
verdadero, acompañada por una simultánea
introspección y proseguida con un espíritu que
podría calificarse de religioso, sería un poderoso
factor para el mejoramiento de la raza humana en todos los
niveles. Y cuanto más elevado sea el nivel de
contemplación, más grande será la influencia
de este factor. No podría dudarse que a la larga, las
impresiones producidas en las mujeres embarazadas por la belleza
artística tendrían efecto sobre sus hijos.
Es preciso entonces que los artistas de todo el mundo se unan en
un esfuerzo solidario para proyectar estéticamente ideas o
verdades conducentes a una vida moral y espiritual más
elevada, que despierten en la sociedad
emociones y sentimientos superiores. Y deben hacerlo con
alegría al servicio de la
causa, subordinando a esta sus propios intereses. Esta
última condición es imperativa.
La meta sólo puede ser alcanzada por un trabajo
metódico y continuo. La particularidad de esos esfuerzos
está colocada bajo el signo del despertar de la
afectividad del artista, por un trabajo consciente sobre si
mismo. Este despertar, esta llama, es la condición expresa
y el punto de partida hacia el éxito.
Sin embargo, este trabajo sobre si, teniendo por meta la evolución moral y espiritual de él
mismo y de la sociedad, no puede ser cumplido en el vacío,
es decir, no puede ser realizado por medios
egoístas. Si permanece sin aplicación
práctica, esta fuerza de tensión encendida se
disipará. Porque toda fuerza exige un punto de
aplicación definido, sin lo cual ella se descompone y
dispersa. Para que esa fuerza pueda ser aplicada, el artista debe
ser útil. Es así que comenzará su tarea, es
decir que pasará de las palabras y las aspiraciones a los
actos.
Las repercusiones imaginables de su aplicación
oportuna serían: en primer lugar, la violencia en
todas sus formas se hallaría evidentemente rechazada hacia
la inmoralidad. Sanaría poco a poco a los individuos y a
los pueblos, tanto si su mal es el complejo de inferioridad o de
superioridad, y condenaría en forma definitiva al
prejuicio racial.
Juiciosamente aplicado ese principio impediría a los
"Poderes del mundo" –ciertos medios industriales y
financieros- comprometer a los pueblos en la guerra.
Además al estigmatizar el prejuicio racial, rebajando la
soberbia de algunos, no resentirá más el orgullo de
otros, y un equilibrio natural tenderá así a
reestablecerse.
Actualmente es necesario que los gobiernos instauren un
"Ministerio", o una "Facultad", que estudie las influencias
fisiológicas y psicológicas del arte, en donde
también se formen y desarrollen científicamente las
aptitudes emotivas, es decir la vida del corazón y
de los sentimientos.
Toda nuestra educación está
orientada hacia el desarrollo del intelecto, y deja la
formación de la emotividad librada al azar. No es para
sorprenderse, entonces, que con la edad, abandonado a su suerte,
la esfera afectiva del hombre degenere de más en
más. Porque lo que no crece y se desarrolla cae, por este
hecho en la degeneración. No es exagerado decir que las
emociones negativas constituyen el principal factor del
envejecimiento y después de la muerte,
generalmente prematura de los seres humanos. Los efectos directos
de las emociones negativas son siempre destructores, atentan
contra la salud,
provocan discordia en las familias y dan a las masas humanas
impulsos que las empujan a excesos, guerras o
revoluciones.
En la hora actual no faltan los medios materiales para
organizar racionalmente la vida política y social de
la humanidad y alcanzar una paz duradera, porque esos medios
están allí; lo que falta en este campo es la
inteligencia
profunda de las cosas y una conciencia planetaria. La clave para
cambiar favorablemente esta situación se halla en
"promover lo bello del arte", con el fin de elevar la moral y el
espíritu de los seres humanos, para hacer frente a las
contingencias actuales y superarlas. Precisamente en ese sentido
Dostoievski ha dicho que "la belleza salvará al
mundo".
Los medios masivos de comunicación, que han acercado el arte y
principalmente la música a millones de seres, pueden
prestar una ayuda substancial a la causa, si cumplen con su
misión
más noble y elevada que es la "fecundación del alma". Estos medios
influyen poderosamente en las masas, y, en general, los gustos de
éstas dependen, entre otros factores, de lo que se fija en
su conciencia por la repetición. Los medios masivos de
comunicación deberán entonces
reconocer sus obligaciones
frente a la comunidad, y
asumir nuevas responsabilidades a favor de la educación de
las masas.
Es urgente la necesidad de un equilibrio internacional en el
plano moral y espiritual, en esta era caracterizada por la
superabundancia de las fuentes de energía, que haga
racional y eficaz la
organización de la sociedad humana a escala
planetaria. La no realización de este equilibrio
culminaría con un desgarramiento del alma colectiva de la
humanidad entera, a instancia de divisiones parciales que ya se
producen en diferentes partes del mundo y de lo que somos
testigos, víctimas o artesanos desde la primera guerra
mundial. La llave de la paz real y de la prosperidad depende
de este equilibrio que debe ser buscado y encontrado en el plano
moral y espiritual. Inmenso es el esfuerzo a realizar para
conjurar ese destino y corto el tiempo para
llevarlo a buen término. Si no se logra rápidamente
un equilibrio, nos espera el cataclismo final.
MAIL
salvenalplaneta[arroba]yahoo.com.ar
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BASURCO Francisco: El canto cristiano en la tradición
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JUAN PABLO II: Carta del Santo
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MOURAVIEFF, Boris: Gnosis Tomo II.
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RIEMANN, Hugo: Estética musical.
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SCHONFIELD, Hugh: El nuevo testamento original.
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STRAWINSKY, Igor: Poética musical.
TOBAR , Dolores: El rock es en verdad
portador de mensajes
subliminales.
VEGA, Carlos: La ciencia del
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WIBBERLEY, Brian: Música y religión.
WILLEMS, Edgar: El ritmo musical.
WILLEMS, Edgar: El valor humano en la educación
musical.
WILLEMS, Edgar: Las bases psicológicas de la
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WOODWORTH, Wallace: El mundo de la música.
Autor:
Daniel.