Resumen: En este trabajo me
refiero al proyecto de
creación del Museo de la Inmigración, en el
Antiguo Hotel de Inmigrantes de Puerto Madero, y presento
testimonios tomados de libros,
diarios y otras fuentes, a fin
de demostrar la reiterada presencia de la institución en
la literatura
argentina (desde
1880 hasta nuestros días), en el periodismo y
en el recuerdo de quienes se hospedaron allí.
En su conocido ensayo
Cómo fue la Argentina 1516-1972 (Plus Ultra,
1972), el historiador Exequiel César Ortega sostiene que
"La inmigración jugó importante papel ya a
mediados de esta etapa del ’80 al ’30. En ciudad y
campaña, en oficios diversos que abarcaron la agricultura y
la naciente industria; e
incluso se dieron lugares como ejemplos de cuánto
podía una colonización bien planeada…". Comenta
qué sucedió con los inmigrantes llegados a nuestra
tierra: "El
medio nuestro los asimiló bien pronto y sus descendientes
inmediatos se sintieron integrantes ‘de la
tierra’. A menudo ascendieron de Status, integraron
profesiones, comercio e
industria; impulsaron los nuevos partidos
políticos mayoritarios".
El gobierno de esa
época "En lo social favorecería cada vez más
la inmigración, sobre todo la europea en general, perdidas
bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en
particular. Inmigración que cubriese las necesidades
crecientes de mano de obra ciudadana y sobre todo rural, mediante
la colonización y la ocupación de dependencia o el
arrendamiento y la mediería".
A criterio de Ortega, el régimen se caracterizaba
por complementos que radicaban en los aspectos culturales; se
refiere a la "Universalidad y amplitud de conocimientos y
contenidos de cultura
generales, universales; huida de la religiosidad excesiva;
aspectos prácticos y utilitarios; enseñanza difundida de tipo
enciclopedista-informativa, apta para todos, incluso sin chocar a
los diferentes credos y formas de la
inmigración".
Hubo "paz, pan y trabajo" para quienes llegaron a la
Argentina: "se dio una limitada o encauzada movilidad social, con
grupos
mayoritarios en condiciones de locación de servicios,
incluyéndose la gran inmigración y descendientes
inmediatos, salvo una minoría de entre ellos, que
proporcionó estratos de clase media comercial, profesional
y propietaria".
En cuanto a la composición de la sociedad,
señala: "La mayoría empero pertenecía a los
grandes estratos derivados de niveles humildes
‘criollos’ (a los que pronto habrán de sumarse
los provenientes de inmigraciones interiores provincianas), o
derivados de inmigración creciente, de poco antes, los
‘hijos de gringos’, con ocupaciones manuales en su
casi totalidad, salvo las excepciones ya aludidas de
comerciantes, estancieros y profesionales, ‘hijos de
gringos con plata’".
-2- Muchos extranjeros, al llegar a
nuestro país, se alojaron en los Hoteles de Inmigrantes. Estos fueron varios,
a lo largo del tiempo. Para
saber sobre ellos contamos, fundamentalmente, con dos libros, el
de Jorge Ochoa de Eguileor y Edmundo Valdés, Donde
durmieron nuestros abuelos. Los Hoteles de Inmigrantes de la
Ciudad de Buenos Aires (Centro Internacional para la
Conservación del Patrimonio
Argentino) y el de Graciela Swiderski y Jorge Luis Farjat, Los
antiguos Hoteles de Inmigrantes (Arte y Memoria
Audiovisual, 2000).
La revista
Todo es Historia, que dirige Félix Luna,
dedicó su número 398 (Septiembre de 2000) a los
inmigrantes, en coincidencia con la muestra de Casa
FOA en el Hotel de Puerto Madero. En dicha revista se recuerda
que, en 1898, "se creó la Dirección Nacional de Inmigración,
construyéndose y habilitándose el complejo edilicio
formado por el definitivo Hotel de Inmigrantes, el Hospital, el
desembarcadero y la infraestructura de lo que es hoy la
Dirección Nacional de Migraciones". Esa Dirección,
"con todas sus oficinas y dependencias anexas, funciona
actualmente en el amplio complejo edilicio que
simultáneamente con el Hotel de Inmigrantes, se
construyera a comienzos de este siglo, más precisamente en
la Av. Antártida Argentina 1355, en terrenos otrora
ganados al río, donde, desde 1911 funcionan las oficinas
dedicadas a la inmigración, espacios inertes,
acompañantes inmóviles de toda la historia migratoria de la
Argentina de los últimos 80 años".
Magdalena Insausti es la autora del libro
Argentina, un país de inmigrantes (Dirección
Nacional de Migraciones, 1998). Escribió asimismo "Hotel
de Inmigrantes Un proyecto colosal para la gran Argentina",
incluido en esta entrega de la revista de Luna. Allí nos
dice: "Como pocos lugares en nuestro país, el conjunto de
edificios denominados Hotel de Inmigrantes, expresa el testimonio
tangible de la historia
argentina del siglo XX. Su construcción se relaciona con los avatares
políticos de principios de
siglo; la escrupulosa economía de la
inmigración que se trasluce en la
administración del Hotel; las estrategias
migratorias que se cumplieron hasta en la revisión de los
equipajes; las colonias en el interior y el traslado de los
inmigrantes; la filosofía política que subyace
en los escritos de Juan Alsina, Juan P. Ramos y otros. Los
múltiples destinos del hotel se vinculan asimismo a las
exigencias o paradojas de nuestra historia. Así, fue sede
del Regimiento 1° de Infantería de Marina, oficinas de
Y.P.F., hogar escuela de la
Fundación Eva
Perón, o escuela de inmigrantes".
En el trabajo
"Monumentos de la ciudad de Buenos Aires"
también se proporciona información sobre el Hotel: "A fines del
siglo XIX el progreso de la Argentina era acompañado por
el crecimiento de la inmigración. El Estado
requería respuestas prácticas para ordenar
el
impacto inmigratorio. La política de balance
entre la asistencia social al inmigrante y los intereses y
control del
Estado, tuvo
como emblema al ‘Hotel de Inmigrantes’, concebido
como una unidad funcional, administrativa, social,
económica que ordenaría y regularía la
llegada y distribución de los
inmigrantes".
En ese mismo texto se
recuerda la historia del complejo edilicio: "Las obras del Hotel
se adjudicaron en 1905 a los constructores Udina y Mosca, de
origen italiano. (…) En enero de 1911, el complejo fue
inaugurado por el Presidente Sáenz Peña. El
edificio del Hotel, replanteado por el arquitecto Juan Kronfuss,
se terminó en 1912." Y albergó a miles de
inmigrantes, hasta que "El declive de la inmigración desde
principios de los ’50 señaló el fin de la
historia del hotel".
En una nota referida al Hotel de Puerto Madero,
publicada en la revista del diario La Nación en 1998, Laura S. Casanovas
afirma que "se dio el nombre de Hotel de Inmigrantes al complejo
edilicio que debía contribuir a un mejor control
administrativo por parte del Estado, a otorgar asistencia
social al inmigrante y a operar como ícono
propagandístico en los folletos que se distribuían
en el Viejo Continente". "El proyecto –agrega Casanovas-
comprendía una serie de construcciones o pabellones
dispuestos alrededor de una plaza central. A lo largo de la
costa, el desembarcadero; sobre el frente, la dirección y
oficinas de trabajo; a continuación, los lavaderos, y
cerrando el perímetro, el edificio de los dormitorios y el
comedor. Fue este último el que por sus diferencias con el
resto, tanto por el diseño
como por el volumen,
adquirió con el tiempo el nombre del conjunto: Hotel de
Inmigrantes, como se lo denomina en la actualidad".
La autora nos habla de un día en este
establecimiento, cuya construcción finalizó en
1912: "La rutina estructuraba la vida del hotel. Las celadoras
despertaban temprano en la mañana a los inmigrantes. Luego
del desayuno, las mujeres lavaban la ropa en los lavaderos y
cuidaban a los niños,
mientras los hombres tramitaban su colocación en las
oficinas de trabajo. El servicio de
comedor se ordenaba en dos turnos de hasta mil personas cada uno.
Los niños recibían a las tres de la tarde la
merienda y a partir de las siete quedaban abiertos los
dormitorios. Además, se enseñaba el uso de
maquinarias agrícolas para los hombres, de labores
domésticas para las mujeres".
En El diario íntimo de un
país (La Nación, 1999), Hugo E.
Ratier se refiere a la institución, que albergaba y
contenía a los recién llegados: "Para un campesino
europeo –dice- el desembarco en esta Babel del Plata
podía resultar traumático. La emigración
significó un paso más en el irreversible camino de
la urbanización, que se inicia en el puerto de salida.
Allí
establecen los primitivos lazos de solidaridad entre
aquellos que van a emprender la aventura transatlántica.
Como en el tiempo de los esclavos negros, haber llegado en el
mismo barco creaba vínculos. Ya en tierra, el Estado
argentino ofrecía alojamiento en el Hotel de Inmigrantes,
salvo a aquellos que venían contratados por empresas. Luego
vendría la inserción en el trabajo".
La historiadora Nélida Boulgourdjian-Toufeksian
afirma en Los armenios en Buenos Aires (Centro
Armenio, 1997) que "El Hotel de Inmigrantes no estaba abierto a
los pueblos asiáticos. Sin embargo, en la Lista de
Pasajeros de 1923 se detectó que los armenios fueron
interrogados acerca de su interés en
ingresar en él y que un escaso número
aceptó. Más allá de ser o no admitidos, la
existencia de redes formales e informales
facilitó la ubicación de los inmigrantes y
limitó el ingreso en el Hotel de Inmigrantes".
En su artículo, Casanovas nos da una buena
noticia: "Afortunadamente, el proyecto de transformarlo en museo
está en marcha. (…) El proyecto, que reviste una enorme
trascendencia cultural, no es nuevo". Recuerda cómo
surgió la idea: "Todo comenzó en 1983, cuando a
instancias de las colectividades de inmigrantes de nuestro
país, el Ministerio del Interior emitió una
resolución por la cual encomendó a la
Dirección Nacional de Migraciones realizar un estudio de
factibilidad de creación de un museo, que reviviera
las circunstancias del hecho histórico de la
inmigración en la Argentina. Dos años
después, una segunda resolución creó, en el
ámbito de la Dirección Nacional de Migraciones, un
área responsable del Museo, Archivo y
Biblioteca de
la Inmigración. En 1990, mediante un decreto, se
declaró Monumento Histórico Nacional al edificio
del ex Hotel de Inmigrantes y el año último (1997)
el Ministerio del Interior desarrolló el programa Complejo
Museo del Inmigrante, con dependencia funcional de la
Dirección de Migraciones. Serán sede del museo el
hotel y las dos plazoletas aledañas. Los edificios
restantes continuarán funcionando como dependencias de la
Dirección Nacional de Migraciones". Ese programa
está dirigido por el ya mencionado profesor Jorge Ochoa de
Eguileor y la arquitecta Graciela Seró Mantero.
. Los nietos de quienes vivieron en este hotel sus
primeros días americanos podrán conocer, al fin,
las paredes entre las que se hablaba de tantos sueños e
ilusiones.
En algunos libros hemos encontrado testimonios acerca de
la existencia de esta institución. Ellos, de diversa
índole, nos hablan de la presencia del Hotel de
Inmigrantes y de su importancia en la comunidad.
Aparece en páginas de Antonio Argerich. A este
escritor, acérrimo enemigo de la inmigración, que
vivió entre 1855 y 1940, Luis Soler Cañás lo
recuerda como "el olvidado
precursor de la novela
naturalista en la Argentina". Escribió
¿Inocentes o culpables? (Hyspamérica,
1995), obra en la que plantea el dilema del determinismo y el
libre albedrío. De ella se dijo que "no es más que
una torpe historia de un inmigrante italiano, con la que se
propone probar cuántos daños puede acarrear a la
sociedad argentina la inmigración de gentes de razas
inferiores".
En esta novela, publicada
por primera vez en 1884, alude al establecimiento que albergaba a
los extranjeros que no tenían trabajo al desembarcar.
Afirma Argerich: "Al salir del Hotel de los Inmigrantes se
juntó con una manada de compañeros que
seguían la vía pública por la mitad de la
calle. Había hecho relación con estos sus paisanos
y todos á la vez buscaban trabajo". Se refiere
agresivamente a quienes de allí salían,
asemejándolos a animales, recurso
que también utiliza Cambaceres (En la
sangre, Plus Ultra, 1980) al describir a los
inmigrantes.
Alberto Gerchunoff menciona el Hotel en su
"Autobiografía", "escrita en París en 1914 y
publicada por primera vez en 1952" (Milá, 2001). En ese
texto recuerda que "Del Hotel de Inmigrantes, de Buenos Aires,
nos llevaron a Moisés Ville en la provincia de Santa Fe.
Es la primera de las colonias fundadas por el Barón
Hirsch". Habían llegado al Hotel provenientes de Tulchin,
Rusia, "Una ciudad sórdida y triste, sin alumbrado ni
aceras, cuyo lujo arquitectónico se reducía al
palacio semiderruído de los condes de Bazá y a un
edificio llamado La Buena, sitio de paseos
dominicales".
Los personajes de La logia del umbral
(Milá, 2001), de Ricardo Feierstein lo describen como un
edificio "enorme, vetusto, dividido en muchas habitaciones. Con
largas mesas y bancos
laterales". Se refieren a los inmigrantes como "cientos y cientos
de bocas hambrientas. (…) sin idioma, cansados, confundidos" y
recuerdan que allí les dieron "pan y carne, en platos de
lata. (…) Y algunos religiosos (…) no querían comer.
Decían que la carne era treif, impura. Que no era
para nosotros, judíos de fe". "Pero bien que
extrañamos esos almuerzos cuando fuimos hacia el campo
–agrega otro. Días y días casi sin masticar.
Los niños enfermaban…"
Un pionero holandés menciona en sus memorias al
Hotel. Dice el diario Clarín del 2 de febrero de
2002: "En mayo de 1889, el vapor Leerdam trajo a los primeros
inmigrantes holandeses a la Argentina. En este barco
llegó, a los 10 años, Diego Zijlstra, quien en su
libro, Cual ovejas sin pastor, recuerda su llegada:
‘Desde el vapor hasta la costa tuvimos que navegar en
lancha y carro unos diez kilómetros soplando un viento de
invierno que nos penetraba hasta la médula de los huesos. Ya
estábamos en la tercera semana de junio… Verano en el
hemisferio Norte. Pero invierno aquí… Engarrotados de
frío y medio hambrientos pisamos por fin tierra argentina.
Desde Buenos Aires, y previo paso por el Hotel de Inmigrantes,
un
grupo llegó en tren hasta Tres Arroyos, mientras
que otros se instalaron en Cascallares, en la llamada Colonia del
Castillo‘ ".
La rutina diaria de la institución es evocada en
el relato Stéfano, de María Teresa Andruetto
(Sudamericana, 2001). En esa obra, la autora narra: "El hotel
está a pocos pasos de la dársena; tiene largos
comedores y un sinfín de habitaciones. Les ha tocado un
dormitorio oscuro y húmedo. En la puerta, un cartel dice:
Se trata de un sacrificio que dura poco. (…) Los
dormitorios de las mujeres están a la izquierda, pasando
los patios. Por la tarde, después de comer y limpiar,
después de averiguar en la Oficina de
Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con
sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han
conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura,
a los dados o a las bochas".
El angel del capitán. Biografía del
capitán croata Miro Kovacic (Corregidor, 1996), es el
título de uno de los libros de Chuny Anzorreguy. Al final
del mismo, relata el narrador: "Fuimos a vivir al Hotel de
Inmigrantes. Dejamos allí nuestros petates. Unos bolsos,
un baúl…, y salimos a caminar. Como en Trieste. Pero la
sensación era diferente. Caminábamos con alas en
los pies".
María del Carmen García es autora de los
"cuentos de
gringos" que se encuentran reunidos en el volumen titulado
Cuentos de criollos y de gringos (Vinciguerra, 1996),
publicado en colaboración con Fanny Fasola Castaño,
quien escribió los cuentos de criollos. En uno de los
textos allí reunidos, la autora presenta a unos asturianos
que "Se acomodaron en una pieza de pensión en La Boca,
paso obligado para todo humilde recién llegado,
después del Hotel de Inmigrantes y antes de alcanzar el
soñado terrenito propio".
Patricio Pron, escritor santafesino, seleccionó
para integrar una antología (De manos
abiertas, Tu Llave, 1992) un cuento en el
que menciona un hotel anterior al que conocemos. El protagonista
de "La espera" "era porteño. Había nacido
allá por 1908 en La Boca, en el Hotel de Inmigrantes, un
día de lluvias frías. Sus padres, llegados hacia
días de Cataluña, le habían transmitido casi
sin saberlo esa sensación de ya no pertenecer a ninguna
parte, ni a Cataluña ni a Buenos Aires". El edificio al
que Pron se refiere ha sido adquirido recientemente por la
Fundación Andreani para la construcción de su nueva
sede.
Historiadores, memoriosos y quienes estuvieron
hospedados allí evocan dicha institución en el
periodismo gráfico y en material de diversa índole.
En el propio Hotel, un panel reproduce las palabras del polaco
Pablo Novak, tomadas del audiovisual sobre la institución.
Este hombre,
llegado a la Argentina en 1949 recuerda los
magníficos asados que se hacían al mediodía
y agradece las que califica como sus primeras buenas comidas en
toda la vida.
En 1998, el Buenos Aires Herald llegó a
sus primeros 122 años, y los conmemoró publicando
"The Argentine Mosaic. Who we are and how we got here", un
suplemento dedicado a la historia de las colectividades que
habitan el país. En el trabajo referido a los irlandeses,
Michael John Geraghty relata un lamentable suceso en el que se
menciona el Hotel. En 1889 arribó el SS City of
Dresden, con alrededor de dos mil pasajeros. "The episode
was a total fiasco. When the ship docked, the Hotel de
Inmigrantes was full and the parched, starving passengers were
forced to sleep in the open". Estos inmigrantes fueron
finalmente destinados a Naposta, cerca de Bahía Blanca,
desde donde en 1891 quinientos veinte colonos regresaron a Buenos
Aires, "broken in spirit, uterly destituted". Los adultos
quedaron librados a su suerte; los niños fueron enviados
al Irish Girl’s Orphanage y a la primera Fahy
School.
En el diario La Prensa, José Arias
expresó en el mes de noviembre de 1998: "Quiero dejar
aquí constancia del trato y de la atención que las autoridades tenían
con los inmigrantes. Nos daban comidas sanas y abundantes; para
dormir, camas limpias y cómodas; en mi caso han pasado
sesenta y ocho años, yo entonces tenía trece, pero
nunca podré olvidar mi paso por el Hotel de Inmigrantes. Y
como si esto fuera poco las autoridades de inmigración le
sacaban el pasaje a destino y se lo pagaban, y hasta lo
acompañaban hasta las estaciones, por lo menos en mi
caso".
Días después, Marta B. de Pellegrini
envía al matutino una carta motivada
por el mensaje de Arias. En ella escribe: "Llegar a un lugar
donde todo era desconocido, la tierra, el idioma, la gente,
predisponía en nosotros a aumentar la incertidumbre, hasta
que fuimos llevados al Hotel de Inmigrantes. Era una especie de
oasis, donde nos agruparon según la nacionalidad y, ya con
el ánimo calmado, empezamos a mirar la realidad de esta
suerte de tierra prometida. Nos mantuvimos durante dos
semanas en las que el hoy llamado ‘viejo hotel’
sirvió de nexo entre lo trágico y conocido, que
había quedado atrás, y lo nuevo y desconocido que
teníamos por delante. No creo que haya en el mundo otro
refugio semejante para recibir y albergar a los
inmigrantes".
En 1999, La Prensa editó un suplemento
para celebrar su 130° aniversario. En él se recuerdan
los hechos fundamentales que tuvieron lugar durante las
décadas que van de 1869 al año mencionado. Entre
estos hechos, se encuentra al arribo masivo de inmigrantes a
nuestro país y su alojamiento en el Hotel. Así lo
describe Sergio Limiroski en "Y entonces llegaron Ellos": "Luego
de pisar tierra y registrar su apellido –por lo general mal
escrito- en la aduana, aquellas
familias, de rostros duros de hambre y cansancio, eran alojadas
en un viejo edificio de Retiro, que en 1911 se transformó
en Hotel de Inmigrantes. Muchos de estos niños de
las
familias, hoy convertidos en abuelos, recuerdan al viejo
hotel –que funcionó hasta 1952- con aquellos largos
tablones donde se comía, los tarros de metal con que se
tomaba la leche, las
camas marineras donde se dormía, mientras esperaban que
sus padres consiguieran el trabajo que les permitiera
quedarse".
Susana Aguad, escritora, recordó al Hotel en
octubre de 1999 en su texto "Al bajar del barco", publicado en el
diario Clarín en la sección referida a las
calles de Buenos Aires. En agosto de 2001 salió en la
revista dominical de La Nación un anticipo del
libro que la fotógrafa María Zorzon
publicará sobre sus antepasados friulanos. En esta nota se
narra un episodio vinculado al hotel, relatado por Juan Faccioli,
uno de los "integrantes de aquella primera migración
que dejaron testimonios escritos": "Según Faccioli, al
llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban
destinados al Territorio Nacional del Chaco, donde les
darían tierras que estaban habitadas por
aborígenes: algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero
luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y
aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una
colonia que se formaría del otro lado del arroyo El
Rey".
Juan Carlos Marina tenía diecinueve años
cuando presenció, el 17 de diciembre de 1939, el
hundimiento del Graf Spee, acorazado alemán
"destinado a hundir buques que llevaban alimentos de
acá para Europa", que se
encontraba en el Río de la Plata. El 3 de marzo de 2002,
Marina relató a El Tiempo de Azul, sus recuerdos de
aquella jornada memorable; en su relato se refirió al
Hotel de Inmigrantes: "a las ocho de la noche de ese día
lo hundió el mismo comandante, la misma
tripulación. Un capitán, que después
vivió en La Falda, Córdoba, fue el encargado de
ponerle tres cargas de dinamita. Sacaron la pólvora de los
cartuchos de las balas, formaron tres paquetes explosivos y los
pusieron uno en la popa, otro en las máquinas y
otro en la proa. Después el comandante hizo bajar a toda
la tripulación a los remolcadores y desde una lancha fue
el que accionó la percusión de los explosivos.
Todos se salvaron y fueron al Hotel de Inmigrantes de Buenos
Aires".
Es en ese establecimiento donde el comandante toma una
trágica decisión: "de acuerdo a las órdenes
de Hitler
tenía que salir a presentar batalla. Pero eso era un
suicidio. Fue
tan impresionante que después de hundirlo, el comandante
se pegó un tiro en el Hotel de Inmigrantes".
Otras fuentes se suman a la literatura y el periodismo
para evocar al Hotel. Por ejemplo, el folleto informativo del
museo histórico Juan Szychowski, de la ciudad de
Apóstoles, Misiones, que incluye una referencia a la
institución. Hablando de un contingente de polacos que
desembarcó en nuestro país, dice el autor: "Luego
de permanecer algún tiempo en el legendario ‘Hotel
de Inmigrantes’ arribaron al puerto de Posadas, y desde
ahí marcharon a pie durante
varios días hasta la recién fundada
Colonia de Apóstoles, recorriendo los 80 km que los
separaban de su destino tras los carros que transportaban sus
pocas pertenencias".
La transmisión oral tiene gran importancia en
esta clase de evocaciones. En mi familia, como en
tantas otras, el Hotel es recordado con gratitud. Uno de mis
abuelos se hospedó en 1905 en el Hotel de Inmigrantes de
La Boca. Su muerte
temprana me privó de este testimonio que hubiera sido para
mí el más preciado.
Los testimonios que transcribo también son
historia. Cuando el Hotel abre sus puertas a las nuevas
generaciones, descendientes de aquellos que tuvieron tanto
valor y tanta
nostalgia, nos permiten conocer a la institución, cuya
transformación en museo nos llena de orgullo, pues a
muchos, nos habla de nuestra sangre, y a
todos, de nuestro pasado como nación.
(Este artículo fue publicado parcialmente en el
diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, el 24
de junio de 1999).
Lic. María González
Rouco
María González Rouco, nieta de
gallegos de Lugo y de La Coruña, es licenciada en Letras
por la Universidad de
Buenos Aires (1984) y periodista matriculada (1990). Ha publicado
trabajos sobre la inmigración de ese origen en los diarios
La Prensa, La Capital de Mar del Plata, La Nueva
Provincia de Bahía Blanca y El Tiempo de Azul,
entre otros.