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Día de los Muertos




Enviado por gonzalez1010



    Indice
    1.
    Introducción

    2. Origen del día de los muertos
    en México

    3. El culto a los muertos en otras
    culturas

    4. La celebración en la
    actualidad

    5. La Calaca

    1.
    Introducción

    El Día de los Muertos se celebra en México el
    2 de noviembre. En este día, las familias mexicanas van a
    los panteones, visitan las tumbas de sus familiares, las limpian
    y tal vez pintan las lápidas, ponen flores, especialmente
    flores de muerto (zempasuchil o maravillas) y
    encienden velas.
    También en sus casas, las familias mexicanas hacen altares
    especiales, dedicados a sus familiares muertos. Los altares
    pueden ser desde muy sencillos hasta muy elaborados, usualmente
    llenos de objetos que daban placer en vida a la persona
    muerta,  incluyendo la comida y bebida favorita. Los altares
    dedicados a las animas de los niños
    muertos incluyen juguetes, dulces y otras golosinas.
    El Día de los Muertos se celebra en México el
    2 de noviembre. En este día, las familias mexicanas van a
    los panteones, visitan las tumbas de sus familiares, las limpian
    y tal vez pintan las lápidas, ponen flores, especialmente
    flores de muerto
    (zempasuchil o maravillas) y encienden velas.
    También en sus casas, las familias mexicanas hacen altares
    especiales, dedicados a sus familiares muertos. Los altares
    pueden ser de muy sencillos a muy elaborados, usualmente llenos
    de objetos que daban placer en vida a la persona
    muerta,  incluyendo la comida y bebida favorita. Los altares
    dedicados a las ánimas de los niños
    muertos incluyen juguetes, dulces y otras golosinas.
    Los altares u "ofrendas"
    también contienen objetos de figuras de azúcar
    o "alfeñique." Estos objetos pueden ser animalitos como
    borregos, platos de comida en miniatura (enchiladas de mole),
    ataúdes, a veces con calacas, y por supuesto, calaveras. Estas
    calaveras se
    hacen con una mezcla de agua hervida,
    azúcar
    glasé y limón, vaciado en unos moldes de barro,
    remojados en agua. Se
    decoran las calaveras con papel
    metálico para los ojos y un tipo de betún colorado
    para el cabello. Se pueden  escribir nombres en las
    calaveras, y los niños mexicanos, muchas veces,
    intercambian estas calaveras con sus amigos.
    También hay papel picado
    en las ofrendas. Esta
    arte de papel
    picado en México es una tradición muy antigua. El
    pueblito de San Salvador Huixcolotla, estado de
    Puebla, tiene fama por su arte fino de
    papel picado.  Aunque el papel picado se usa como
    decoración en muchas fiestas mexicanas como bodas y
    bautizos, también este tipo de decoración, con
    temas del Día de los Muertos, es muy popular.

    2. Origen del día de
    los muertos en México

    La fiesta que celebramos los días 1 y 2 de
    Noviembre tiene orígenes prehispánicos. En todas
    las culturas del México antiguo (Mayas, Olmecas,
    Mexicas, etc.) la muerte
    ocupaba un lugar muy importante. Los antiguos mexicanos, igual
    que en las culturas europeas y orientales, pensaban que el
    Espíritu de los hombres era inmortal, esto es, que
    existía un lugar a donde iban a parar las almas de los
    muertos. Los Nahuas o Mexicas llamaron Mictlán a ese
    lugar.
    A pesar de la similitud con la creencia cristiana, existen
    diferencias importantes. Una de ellas es que al Mictlán
    van todos los muertos sin importar como se portaron en este mundo
    (es decir, no existía el concepto de
    "buenos" y "malos", por lo tanto no se trataba de premios y
    castigos). Sin embargo, no todos los muertos eran iguales. Muchos
    de ellos se convertían en dioses, según hubiera
    sido su muerte. Los
    guerreros muertos en combate, se convertían en aves de
    plumaje muy colorido, que tenían la misión de
    acompañar al sol en su recorrido diario, especialmente al
    amanecer y en el atardecer.

    Las mujeres que morían en su primer parto,
    recibían el nombre de Cihuateteo, y también
    tenían un lugar especial en el Mictlán. De esa
    manera los Mexicas rendían homenaje, tanto a la guerra como a
    la fertilidad (no debemos olvidar que fueron una
    civilización fundamentalmente guerrera). Los sacrificios
    humanos, también tenían una función
    ritual. Los prisioneros de guerra eran
    sacrificados porque pensaban que el sol necesitaba
    alimentarse con sangre para que
    tuviera la energía necesaria para que continuara su
    movimiento.
    Pero el viaje a Mictlán era peligroso. Los muertos
    tenían que atravesar un río muy profundo, escalar
    montañas, pelear con fieras salvajes, etc. Por eso, cuando
    moría una persona era enterrada con un ofrenda, que
    consistía en cuchillos de obsidiana, comida y bebida
    suficiente para el viaje, un perro que los acompañara, y
    si el muerto era un personaje importante, lo enterraban con
    algunos sirvientes.
    Durante la colonia, los misioneros cristianos trataron de
    erradicar esta costumbre. Lo único que consiguieron fue
    modificarla. La hicieron coincidir con la fiesta religiosa de
    "Todos los Santos".
    Pero en la conciencia de los
    indígenas quedaron restos de su tradición original.
    La celebración actual conserva todavía el concepto de que
    los muertos no "mueren", sino que solamente se fueron a vivir a
    otro lado, y pueden recorrer el camino de regreso si tienen la
    comida suficiente para soportar la caminata. Por eso se ponen
    ofrendas en las casa. Es una forma de estimular a los seres
    queridos para que vengan a visitarnos de vez en cuando (esta es
    una idea que se contrapone con la idea universal de que los
    muertos "asustan". Las personas que amamos cuando vivían
    jamás podrán hacernos daño, y la mejor
    manera de recordarlas es invitándola a comer lo que a
    ellas más les gustaba. Esto sólo se da en
    México).
    La muerte es
    el destino inexorable de toda vida humana y es natural que nos
    asuste y angustie su realidad, sobre todo cuando vemos de cerca
    el peligro de morir o cuando afecta a nuestros seres
    queridos.
    Este resumen dedicado a la celebración del Día de
    Muertos tiene el propósito de acercar a niños y
    adultos con la idea de la muerte, para
    que la vayan aceptando como parte inevitable de la vida humana,
    conocer cómo algunas culturas antiguas también
    hacían ritos sobre la muerte; y fortalecer el carácter
    desde el punto de vista religioso.
    Además, espero pueda ayudar a entender mejor la
    sensibilidad mexicana, nuestra manera tan particular entender y
    dar sentido a la celebración del Día de
    Muertos.
    Más que el hecho de morir, importa más lo que sigue
    al morir. Ese otro mundo sobre el que hacemos representaciones,
    costumbres y tradiciones que se convierten en culturas, todas de
    igual importancia, pues ante el camino desconocido que la muerte
    nos señala, sólo es posible imaginarla con
    símbolos.

    3. El culto a los muertos en
    otras culturas

    En las culturas antiguas como la China y
    Egipcia el culto a los muertos es un símbolo de unidad
    familiar. Les rendían culto construyendo templos y
    pirámides.
    En la cultura China
    por ejemplo, en los aniversarios, se quemaba incienso, se
    encendían candelas y colocaban ofrendas de alimentos sobre
    un altar. Eran los días en los que se recordaba las
    grandes deudas que se tenían con los antepasados.
    Los antiguos egipcios creían que el individuo tenía
    dos espíritus. Cuando fallece, uno va al más
    allá y el segundo queda vagando en el espacio, por lo que
    tiene necesidad de comer. Consideraban que este espíritu
    vivía en el cuerpo que ellos cuidadosamente habían
    embalsamado, de esta manera el espíritu podía
    seguir existiendo. Este espíritu era quien recibía
    las ofrendas.

    Los Aztecas Y El
    Culto A La Muerte
    La fiesta de muertos está vinculada con el calendario
    agrícola prehispánico, porque es la única
    fiesta que se celebraba cuando iniciaba la recolección o
    cosecha. Es decir, es el primer gran banquete después de
    la temporada de escasez de los meses anteriores y que se
    compartía hasta con los muertos.
    En la cultura
    Náhuatl se consideraba que el destino del hombre era
    perecer. Este concepto se detecta en los escritos que sobre esa
    época se tienen. Por ejemplo, existe un poema del rey y
    poeta Netzahualcóyotl (1391-1472): Somos mortales / todos
    habremos de irnos, / todos habremos de morir en la tierra… /
    Como una pintura, /
    todos iremos borrando. / Como una flor, / nos iremos secando /
    aquí sobre la tierra… /
    Meditadlo, señores águilas y tigres, / aunque
    fuerais de jade, / aunque fuerais de oro, / también
    allá iréis / al lugar de los descansos. / Tendremos
    que despertar, / nadie habrá de quedar.
    Este sentimiento de la representación del destino se debe
    entender en el sentido de que el pueblo azteca se
    concebían como soldados del Sol, cuyos ritos
    contribuían a fortalecer al Sol-Tonatiuh en su combate
    divino contra las estrellas, símbolos del mal y de la
    noche o de la oscuridad. Los aztecas
    ofrecían sacrificios a sus dioses y, en justa
    retribución, éstos derramaban sobre la humanidad la
    luz o el
    día y la lluvia para hacer crecer la vida.
    El culto a la muerte es uno de los elementos básicos de la
    religión
    de los antiguos mexicanos. Creían que la muerte y la vida
    constituyen una unidad. Para los pueblos prehispánicos la
    muerte no es el fin de la existencia, es un camino de
    transición hacia algo mejor.
    Esto salta a la vista en los símbolos que encontramos en
    su arquitectura,
    escultura y cerámicas, así como en los cantos
    poéticos donde se evidencia el dolor y la angustia que
    provoca el paso a la muerte, al Mictlán, lugar de los
    muertos o descarnados que esperan como destino más benigno
    los paraísos del Tlalocan.

    [Atado de Caña]

    [Mictlantecuhtli]

    [Momia prehispánica]

    Los aztecas dividían el tiempo
    en siglos de 52 años. Al final de cada ciclo,
    celebraban una ceremonia llamada "la atadura de los
    años". En la escultura, cada ciclo está
    representado por un "atado de cañas". Este atado
    esculpido en piedra simboliza el fin de un cliclo
    azteca.

    Mictlantecuhtli era el dios de los muertos. Los
    que morían de muerte natural iban al
    "Mictlan"

    Los habitantes de mesoamérica
    creían que después de morir,
    continuarían viviendo en otro modo. los muertos
    eran enterrados con toda case de objetos que pudieran
    serles útil en su viaje al Mictlan.

    El sacrificio de muerte no es un propósito
    personal; la
    muerte se justifica en el bien colectivo, la continuidad de la
    creación; importa la salud del mundo y no
    entraña la salvación individual. Los muertos
    desaparecen para volver al mundo de las sombras, para fundirse al
    aire, al fuego y
    a la tierra;
    regresa a la esencia que anima el universo.
    Los sacrificios humanos se consideran como el tributo que los
    pueblos vencedores pagaban a sus dioses, y ellos a su vez
    alimentaban la vida del universo y a su
    sociedad.
    Por otro lado, cuando alguien moría, organizaban fiestas
    para ayudar al espíritu en su camino. Como en la antigua
    cultura
    egipcia, los antiguos mexicanos enterraban a sus muertos
    envueltos en un "petate", les ponían comida para cuando
    sintieran hambre, ya que su viaje por el Chignahuapan (del
    náhuatl: nueva apan, en el río; o "sobre los nueve
    ríos"), parecido al purgatorio, era muy difícil de
    transitar porque encontrarían lugares fríos y
    calurosos.

    4. La celebración en
    la actualidad

    Esta celebración conserva mucha de la influencia
    prehispánica del culto a los muertos, las encontramos en
    Tláhuac, Xochimilco y Mixquic, lugares cercanos a la
    ciudad de México. En el estado de
    Michoacán las ceremonias más importantes son las de
    los indios purépechas del famoso lago de Pátzcuaro,
    especialmente en la isla de Janitzio. Igualmente importantes son
    las ceremonias que se hacen en poblados del Istmo de Tehuantepec,
    Oaxaca y en Cuetzalán, Puebla.
    Sobre sus altares encienden velas de cera, queman incienso en
    bracerillos de barro cocido, colocan imágenes
    cristianas: un crucifijo y la virgen de Guadalupe. Ponen retratos
    de sus seres fallecidos. En platos de barro cocido se colocan los
    alimentos,
    estos son productos que
    generalmente ahí se consumen, platillos propios de la
    región. Bebidas embriagantes o vasos con agua, jugos de
    frutas, panes de muerto, adornados con azúcar roja que
    simula la sangre. Galletas,
    frutas de horno y dulces hechos con calabaza.

    Sentido Mexicano De La Muerte
    En el México contemporáneo tenemos un sentimiento
    especial ante el fenómeno natural que es la muerte y el
    dolor que nos produce. La muerte es como un espejo que refleja la
    forma en que hemos vivido y nuestro arrepentimiento. Cuando la
    muerte llega, nos ilumina la vida. Si nuestra muerte carece de
    sentido, tampoco lo tuvo la vida, "dime como mueres y te
    diré como
    eres".
    Haciendo una confrontación de los cultos
    prehispánicos y la religión cristiana,
    se sostiene que la muerte no es el fin natural de la vida, sino
    fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección son
    los estadios del proceso que
    nos enseña la religión Cristiana. De acuerdo con el
    concepto prehispánico de la muerte, el sacrificio de la
    muerte -el acto de morir- es el acceder al proceso
    creador que da la vida. El cuerpo muere y el espíritu es
    entregado a Dios (a los dioses) como la deuda contraída
    por habernos dado la vida.
    Pero el cristianismo
    modifica el sacrificio de la muerte. La muerte y la
    salvación se vuelven personales, para los cristianos el
    individuo es el que cuenta.
    Las creencias vuelven a unirse en cuanto que la vida sólo
    se justifica y trasciende cuando se realiza en la muerte. La
    creencia de la muerte es el fin inevitable de un proceso natural.
    Lo vemos todos los días, las flores nacen y después
    mueren. Los animales nacen y
    después mueren. Nosotros nacemos, crecemos, nos
    reproducimos en nuestros hijos, después nos hacemos viejos
    y morimos. A menudo en un accidente perdemos a nuestros seres
    queridos, un amigo, un hijo o un hermano. Es un hecho que la
    muerte existe, pero nadie piensa en su propia muerte. En las
    culturas contemporáneas la "muerte" es una palabra que no
    se pronuncia. Los mexicanos tampoco pensamos en nuestra propia
    muerte, pero no le tenemos miedo porque la fe religiosa nos da la
    fuerza para
    reconocerla y porque quizas también somos un poco
    indiferentes a la vida, supongo que así es como nos
    justificamos.
    El desprecio, el miedo y el dolor que sentimos hacia la muerte se
    unen al culto que le profesamos. Es decir, que la muerte puede
    ser una venganza a la vida, porque nos libera de aquellas
    vanidades con las que vivimos y nos convierte, al final, a todos
    por igual en lo que somos, un montón de huesos.
    Entonces la muerte se vuelve jocosa e irónica, la llamamos
    "calaca", "huesuda", "dentona", la "flaca", la "parca". Al hecho
    de morir de damos definiciones como "petatearse", "estirar la
    pata", "pelarse" morirse. Estas expresiones son permiten jugar y
    en tono de burla hacer refranes y versos.
    En nuestros juegos
    está presente con las calaveritas de azúcar o
    recortes de papel, esqueletos coloridos, piñatas de
    esqueletos, títeres de esqueletos y cuando hacemos
    dibujos en
    caricaturas o historietas.

    El altar para el difunto.
    En algunos hogares de México es costumbre poner el altar
    de muertos.
    Antiguamente se ponía en la sala de la casa, a la vista de
    los visitantes y amigos. Hoy en día los podemos encontrar
    en el área más íntima de la casa.
    La ofrenda del día de muertos es la esperanza viva de
    convivir al menos por un día con quienes desde lejos, de
    un lugar muy lejano y remoto, se les permite regresar a la
    tierra,
    aquí, a esta tierra de sabores, olores, colores, sonidos
    y texturas… donde tienen que reaprender los sentidos y
    experiencias que ya no les son útiles, o al menos,
    compartir con nuestros elementos, aquellos que seguramente
    también tuvieron alguna vez como nosotros, y es nuestra
    forma, única posible conocida, de asegurar la
    comunión en la festividad.
    Por eso el color amarillo de
    la flor de zempaxochitl, para que puedan verlo con su
    mínima vista, y es entonces el camino de flores la
    guía primera que conduce al convite en la casa, donde el
    altar espera su llegada. Y necesario es también reconocer
    el olor de la propia casa, para que se sientan a gusto, para que
    se identifiquen y puedan disfrutar la estancia en el lugar de sus
    recuerdos. Por eso se recurre al uso del somerio o incienso, que
    debe ser encendido desde la propia casa y fundir ambos olores,
    para luego ser llevado al exterior, y así evitar que se
    pierda en el camino que ha de traerle de vuelta al hogar. Se dice
    además que el olfato es el único de los sentidos que
    se utilizan en el más allá, y se desarrolla para
    facilitar el regreso guiado por el aroma de la propia
    vivienda.
    Pero no es solo el recuerdo de los sentidos y la vida terrena lo
    que permite la comunión. Es también necesario
    recordarles el mundo tal y como ellos lo conocieron, el mundo que
    abandonaron, tan lleno de materia, tan
    sensorial.
    Se requiere la presencia entonces de los cuatro elementos con los
    que todo está formado, en conjunción: Agua, tierra,
    viento y fuego. Ninguna ofrenda puede estar completa si falta
    alguno de estos elementos, y su representación
    simbólica es parte fundamental de la ofrenda.
    El agua,
    fuente de vida, en un vaso para que al llegar puedan saciar su
    sed, después del largo camino recorrido. El pan, elaborado
    con los productos que
    da la tierra, para que puedan saciar su hambre. El viento, que
    mueve el papel picado y de colores que
    adorna y da alegría a la mesa. El fuego, que todo lo
    purifica, y es en forma de veladora como invocamos a nuestros
    difuntos al encenderla y decir su nombre.
    Luego, presentar los manjares que se preparan especialmente es el
    ágape en mayor esplendor de toda la fiesta. Dependiendo de
    los recursos y la
    zona geográfica, rondan los tamales y los buñuelos,
    el café y
    el atole, los frijoles y las corundas, el mole y las enchiladas,
    comida que el difunto acostumbraba y "que no se te vaya a olvidar
    aquel guisado que tanto le gustaba a tu abuelo, ya ves que
    siempre se lo hemos puesto en su altar". Hay que servir los
    alimentos calientes, para que despidan más olor, y puedan
    así disfrutar del banquete.
    No puede faltar la foto de la abuela, el sombrero del tío
    o la sonaja con la que el bebe no jugó. Calaveras de
    azúcar con los nombres de los convidados y calabaza en
    tacha, dulce típico de la época. Imágenes
    de santos, para que los acompañen y guíen por el
    buen camino de regreso.
    Para los niños, dulces y fruta, para los adultos, cigarros
    y tequila. Para todos, la esperanza de tenerlos en la mesa una
    vez más, compartiendo un breve instante de tiempo, de
    nuestro tiempo como nosotros al fin lo conocemos…

    5. La
    Calaca

    La muerte no siempre es solemnidad, se juega con ella,
    "…se invita a la "calaca" para que sea nuestra burla con versos
    que satirizan a todo y a todos"
    También nos la comemos en las calaveritas de
    azúcar que traen los nombres de las futuras
    víctimas, o bien saboreamos los huesos de la
    "pelona" sopeados en un espeso chocolate cuando comemos el pan de
    muertos. Las calaverias de azucar son las
    que se colocan en los altares, es común que en este
    día se hagan regalos de esta clase.
    El Día de Muertos es una celebración anual de
    raíces prehispánicas y modalidad cristiana, que se
    lleva a cabo el día 2 de noviembre para conmemorar a los
    fieles difuntos. Aunque presenta múltiples manifestaciones
    según la región en que se practique, es muy
    común encontrar en los hogares mexicanos altares que
    permanecen varios días, adornados con papel picado y
    flores de cempasúchil, en los que se colocan,
    además de velas y veladoras, imágenes de santos o
    de difuntos y ofrendas consistentes en platillos típicos
    de la zona (tamales, moles, atoles y en general todos aquellos
    que prefirieron los difuntos). Esta tradición se basa en
    la creencia de que en esta época del año las
    "almas" de los muertos pueden visitar a sus parientes de este
    mundo; las luces de las veladoras hacen las veces de faros que
    guían a cada una hasta su altar respectivo, para que al
    llegar a éste pueda consumir lo que se les ha
    preparado.

    Se cree que si se prueban los alimentos una vez que el
    "alma" ha visitado su altar, éstos carecen de olor o de
    sabor, debido a que el espíritu ha consumido su "esencia".
    A los panteones también se llevan alimentos, flores de
    cempasúchil y veladoras que se colocan sobre las tumbas,
    con el mismo sentido que en los altares
    domésticos.

    A pesar de tener como base la celebración
    cristiana de Todos Santos y los Fieles Difuntos, esta
    tradición parece conservar elementos de las ceremonias
    indígenas de los meses ochpaniztli y teotleco, durante las
    cuales se ofrendaban a los manes flores de cempasúchil y
    tamales de maíz, en
    una época del año en que acaban de levantarse las
    cosechas: fines de octubre y principios de
    noviembre. Hoy, al igual que en tiempos prehispánicos, se
    lleva a cabo esta celebración de manera festiva, pues
    conlleva la idea de renovación de la fertilidad. Se
    concede cierta "libertad de
    carnaval", ostensible en muchas obras del arte popular,
    así como en las "calaveras" , pequeños versos
    satíricos en que los temas centrales son la política y los
    políticos, los personajes populares y los amigos, siempre
    acompañados por "la pelona", "la flaca" u otros
    epítetos de la muerte, que nunca aparece con un tinte
    macabro. Además, en esos días se consume "pan de
    muerto", hogazas de forma semiesférica adornadas con
    "huesos" y "lágrimas" de la misma pasta; dulce de calabaza
    y "calaveras" de azúcar que llevan nombres propios y son
    un regalo común.

     

     

     

    Autor:

    Maribel Gonzalez Campos

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