Indice
1.
Introducción
2. De qué hablamos cuando hablamos
de Paz
3. Algunas implicaciones del
concepto de paz en la educación
4. Cultura de paz y
educación: implicaciones mutuas
5.
Bibliografía
1. Introducción
"La educación del futuro
deberá ser una enseñanza primera y universal centrada en
la condición humana. Estamos en la era planetaria; una
aventura común se apodera de los humanos donde quiera que
estén. Estos deben reconocerse en su humanidad
común y, al mismo tiempo, reconocer
la diversidad cultural inherente a todo cuanto es humano" (Edgar
Morin, 1999)
Tal vez sea precisamente en el reconocimiento recíproco de
la condición humana donde reside el fundamento de una
cultura
universal, conformada colectivamente, que aspira a resolver las
problemáticas y retos del futuro desde una forma de
gobierno fundada
en la justicia. Por
otro lado, es evidente que la educación – cualquiera que
sea su definición o función
social establecida- es una tarea humana, centrada en el diálogo
entre los actores, dirigida a aquel aprendizaje que
favorece la comprensión del mundo, un mayor desarrollo de
la
personalidad de cada cual y la mejor forma posible de
utilizar las capacidades (individuales y colectivas) para abordar
con creatividad y
éxito
los problemas
reales de una sociedad sometida
a acelerados y constantes cambios.
Reconocernos en nuestra humanidad común y, al mismo
tiempo, reconocer la diversidad cultural inherente a todos
plantea diversas cuestiones que la educación debe
responder. Una de estas interrogantes es cómo llegar a ese
reconocimiento a través del diálogo como método
para tomar conciencia de
nuestra realidad común y a la vez diversa; y
también como condición necesaria para construir un
saber o conocimiento
útil. Es decir, cómo favorecer una educación
caracterizada por tres tipos de relaciones:
Dialógica
o comunicativa como instrumento de descubrimiento compartido del
saber;
Igualitaria como
intercambio de percepciones, emociones,
sentimientos e ideas de lo que somos y a lo que aspiramos, basado
este intercambio en el respeto de la
dignidad humana y en la diversidad cultural;
Contextual o
histórica que construye la realidad y sus posibilidades de
mejora partiendo de las preocupaciones reales de los que educan y
se educan.
Por otro lado, no podemos olvidar que ese saber
conveniente y perdurable fundado en el
conocimiento de la condición humana y de sus
posibilidades transformadoras, esencia básica de la
educación, está unido de manera inexorable al
universo de
los valores:
al modo cómo percibimos el mundo, lo organizamos y nos
situamos en él estableciendo un conjunto de reglas y
normas para
dirimir los conflictos de
relaciones que se dan en el mismo; y, codificando las prioridades
de nuestras acciones en
función del grado de satisfacción de nuestras
necesidades humanas básicas. Es por ello que la
educación no puede ni debe acontecer al margen de la
dimensión ética;
pues educar, según Victoria Camps (1994), es: " formar el
carácter, en el sentido más extenso
y total del término: formar el carácter para que se
cumpla un proceso de
socialización imprescindible, y formarlo
para promover un mundo más civilizado, crítico con
los defectos del presente y comprometido con el proceso moral de las
estructuras y
actitudes
sociales". ¿Cuáles deben ser los valores
mínimos universalizables y consensuados que posibilitan el
reconocimiento de lo que como seres humanos nos hace semejantes
y, a la vez, diferentes? Atendiendo a las cuestiones anteriores,
tres son pues, de partida, los desafíos que la sugerencia
de Morin nos plantea:
1/ Reflexionar sobre la mejor forma de poner la educación
al servicio de la
Humanidad, como meta, que recomienda una profunda
reflexión sobre la finalidad misma de la educación,
desde la perspectiva política de la
formación de una ciudadanía responsable, en un
mundo globalizado y en permanente cambio. Se
trataría, en primer lugar, de asegurar el pleno ejercicio
de los derechos
democráticos y la cohesión social a través
de la participación; las competencias
básicas para una ciudadanía informada y
responsable; la construcción de una cultura
científica para todos; el cultivo de los valores y
actitudes de aprecio de si mismo y de los otros, como base de la
convivencia y la paz; y los procedimientos
para seguir aprendiendo y accediendo al conocimiento a lo largo
de toda la vida. Por otro lado, esta educación debe
mantener un adecuado equilibrio
tanto en su dimensión humanista como
tecno-científica, considerando las necesidades de los
individuos y las demandas sociales. Y por último, la
revisión y actualización periódica del
currículo, en su concepción
más amplia, para permitir el desarrollo de las dimensiones
señaladas.
2/ Considerar la educación como un proceso caracterizado
por una especial relación comunicativa o aprendizaje
dialógico, sostenido por los principios de
igualdad y
no-discriminación cuyo fin no es
exclusivamente la transmisión de conocimientos, sino la
construcción colectiva de los mismos, desde el
reconocimiento y respeto a la diversidad, guiada por la
búsqueda de soluciones
reales y posibles a las problemáticas a las que las
sociedades,
según su contexto, deben dar respuesta. O dicho a la
manera de Adela Cortina (1996): "La educación del hombre y del
ciudadano ha de tener en cuenta, por tanto, la dimensión
comunitaria de las personas, su proyecto personal, y
también su capacidad de universalización, que debe
ser dialógicamente ejercida, habida cuenta que muestra saberse
responsable de la realidad, sobre todo de la realidad social,
aquel que tiene la capacidad de tomar a cualquier otra persona como un
fin, y no simplemente como un medio, como un interlocutor con
quien construir el mejor mundo posible".
3/ Enseñar la condición humana teniendo presente su
naturaleza
como unidad compleja que traducido al ámbito educativo
significa abordar la transversalidad como un elemento
diferenciador e innovador de una educación orientada por
una visión holística del ser humano y del mundo.
Visión que por la misma razón, en los niveles
más concretos de la educación, implica una organización escolar más abierta y
estrechamente coordinada con otros ámbitos sociales.
En síntesis,
se trata de recuperar el valor de la
humanidad a través de la educación para hacer
frente a los retos del futuro desde el aprendizaje de
una cultura universal. Pero no de una cultura cualquiera, sino
una cultura fundada en el conjunto de esos valores compartidos
por todos inspirados en un deber ético y una necesidad y
realidad social: convivir en paz.
Manifiesto de Sevilla
Diecisiete especialistas mundiales representantes de diversas
disciplinas científicas se reunieron en mayo de 1986 en la
capital
andaluza. Fruto de esta reunión es el llamado Manifiesto
de Sevilla que ha permitido avanzar en la concepción de
violencia al
considerarla como un ejercicio de poder,
refutando el determinismo biológico que trata de
justificar la guerra y a
legitimar cualquier tipo de discriminación basada en el
sexo, la raza
o la condición social. La violencia es, por consiguiente
evitable y debe ser combatida en sus causas económicas,
sociales y culturales. En el Manifiesto se declara que es
científicamente incorrecto: Afirmar que el ser humano haya
heredado de sus ancestros los animales la
propensión de hacer la guerra, puesto que es un
fenómeno específicamente humano, producto de la
cultura; Pretender que hemos heredado genéticamente la
propensión de hacer la guerra, puesto que la personalidad
está determinada también por el entorno social y
ecológico; Inscribir la violencia en la selección
realizada, a través de nuestra evolución
humana, a favor de un comportamiento
agresivo en detrimento de otros tipos de conducta posibles
como la cooperación o la ayuda mutua; Afirmar que la
fisiología neurológica nos obliga a
reaccionar violentamente, puesto que nuestros comportamientos
están modelados por nuestros tipos de acondicionamiento y
nuestros modos de socialización; Decir que la guerra es un
fenómeno instintivo que responde a un único
móvil, pues la guerra moderna pone en juego tanto la
utilización de una parte de las características personales (obediencia
ciega o idealismo) y
aptitudes sociales como el lenguaje
como planteamientos racionales (evaluación
de costes, planificación, tratamiento de la información).
2. De qué hablamos
cuando hablamos de Paz
El concepto de paz
ha estado ligado
de manera subordinada, en su primera aparición, al de la
guerra. Son pues conceptos coetáneos. Las propuestas
chinas de desarme- por ejemplo- datan de 546 a. C y son paralelas
a los intentos griegos de usar alianzas para terminar con las
guerras
internas y contener las externas (Heer,1979). Aunque es cierto
que la historia de la
humanidad está jalonada de hechos y documentos, hitos
del pensamiento
universal, que han ido constituyendo un cúmulo excelente
de ideas a favor de la paz, no es menos cierto también que
los grandes pensadores del pasado- filósofos, teólogos, juristas…,
tanto orientales como occidentales- han dedicado una atención sorprendentemente escasa a dichos
problemas desde un punto visto de una paz abierta y positiva.
(Cranston,1978).
Según las circunstancias de la época, los
desafíos presentes, las fuerzas dominantes o la dirección de las tendencias del pensamiento
religioso, filosófico o político, entre otros, la
humanidad ha ido construyendo una dimensión de la Paz que
en la actualidad está estrechamente unida a la
recuperación de la dignidad, y con los procesos de
cambio y transformación, en el ámbito personal,
social y estructural, que están implícitos en el
traspaso de una cultura de violencia a una cultura de paz (Fisas,
1998). En este sentido, las investigaciones
suelen referirse a la paz como la conjunción de
Desarrollo, Derechos humanos,
Democracia y
Desarme, mostrando que la ausencia de cualquiera de estas "D"
constituye un factor de violencia. La Paz es considerada, por
consiguiente, como el proceso de fortalecimiento de cada uno de
estos factores, estrechamente relacionados con el concepto de
seguridad humana.
Esta perspectiva actual supera la tendencia largamente sostenida
que defendía que la paz era la ausencia de guerra (paz
negativa), evolucionando hasta la noción actual del
término (paz positiva). La Paz está no sólo
relacionada con el fin de las hostilidades bélicas sino
con otros fenómenos estrechamente vinculados con la
violencia: la pobreza, las
carencias democráticas, el desarrollo de las capacidades
humanas, las desigualdades estructurales, el deterioro del
medio
ambiente, las tensiones y los conflictos étnicos, el
respeto a los derechos humanos…
La paz, bajo una u otra forma, definición o
proyección, siempre ha sido el pretexto de la mayor parte
de las acciones políticas
del ser humano; en cuyo nombre, también se han cometido
las mayores barbaries. No podemos olvidar, antes de nada, que el
propio concepto de paz, su naturaleza y dimensión, ha sido
diferente según las diversas culturas y civilizaciones.
Esto implica también hoy, si consideramos que no se siguen
en todos los lugares los mismos procesos de construcción
pacífica de las sociedades, que no podemos hablar de paz,
sino de las paces. Así a lo largo de la línea del
tiempo nos encontramos distintas versiones de "Paz" – eirene
griego, pax romana, santhi hinduista, ahimsa, paz jainista, la
paz taoista, shalom hebreo, pax hispánica, pax
americana… – con sus diferentes modos tanto de concebir y
organizar el mundo como de resolver y enfrentar los conflictos.
Concepciones de paz negativa como ausencia de guerra o de paz
positiva como construcción de la justicia social. La
perspectiva negativa de la paz ha conducido a confundir conflicto con
violencia. Esta confusión en la actualidad permanece en la
opinión popular y se mantiene en nuestro propio uso de la
lengua. El
diccionario de
la Lengua española define al término paz como
"situación y relación mutua de los que no
están en guerra" o "sosiego y buena correspondencia de
unos con otros, en contraposición a disensiones,
riñas y pleitos". Por su parte conflicto se define como
"lo más recio de un combate". No es extraño pues
que durante mucho tiempo los investigadores se dedicaran al
estudio de la guerra y de los conflictos
bélicos.
Investigación, educación y acción
para la paz
La Investigación para la paz, iniciada
después de la Segunda Guerra
Mundial, persigue la reducción de la violencia y busca
conocer los mecanismos y dinámica de los conflictos para encontrar
vías de solución pacífica a los mismos, a
través del estudio de los cambios de comportamiento de las
sociedades. Entre sus rasgos podemos destacar su carácter
normativo (posee un elevado contenido de juicios de valor y se
orienta hacia la acción en la elaboración de
políticas que exceden el marco académico);
interdisciplinario (utiliza los conocimientos de diversas
ciencias);
transdisciplinario (combina los medios propios
de cada disciplina
científica); institucional ( existen numerosos centros de
investigación en todo el mundo); y global (estudia
diferentes niveles y destinatarios que abordan las
problemáticas que afecta al conjunto de la humanidad). La
educación para la paz constituye, desde sus
orígenes, junto a la acción para la paz, uno de los
principales objetivos de
la Investigación para la paz. Y esto es así porque
se parte de la convicción de que la paz en sentido
positivo, como proceso íntimamente relacionado con los
avances de las sociedades, necesita métodos y
estudios científicos que analicen situaciones contrarias a
la cultura de la paz y aporten y orienten soluciones
(investigación); requiere la información y la
formación de la ciudadanía sobre las
problemáticas mundiales para buscar y trabajar en la
solución creativa y positiva de las mismas
(educación); y, exige la puesta en práctica de
medidas, recursos y
esfuerzos humanos que construyan la paz (acción).
Los trabajos pioneros de Johan Galtung han permitido un
mínimo de rigurosidad conceptual sobre lo que se entiende
por paz relacionada con la violencia y han significado una
referencia fundamental en la llamada Investigación para la
Paz. Para este autor la paz se define en términos de
ausencia de violencia. Así: "la violencia está
presente cuando los seres humanos se ven influidos de tal manera
que sus realizaciones efectivas, somáticas y mentales,
están por debajo de sus realizaciones potenciales"
(Galtung, 1985). La definición de violencia indicada tiene
la virtud de abarcar un conjunto amplio de fenómenos en
que las personas son (o se ven) imposibilitadas de realizarse en
los diferentes planos del desarrollo de su individualidad por
causas visibles (violencia directa) o menos visibles (violencia
estructural y violencia cultural) en estrecha relación con
el grado de satisfacción de las necesidades humanas
básicas.
Además de la caracterización de estos diferentes
tipos de violencia, la definición de Galtung posee una
virtud adicional: su definición de paz escapa a una
concepción lineal y unidimensional de la misma. No se
trata de saber si las sociedades se aproximan con mayor o menor
grado a un tipo ideal de paz, como una situación final o
estado, sino discernir en el presente cómo éstas
identifican y resuelven los tipos de violencia que generan o a
los que se enfrentan. La paz, por consiguiente, se construye; es
un proceso social permanente. El estudio empírico de la
paz significa, entonces, abandonar cualquier concepción
que suponga un estadio pacífico ideal. Por el contrario,
se trata también de identificar cuáles son los
espacios presentes de la violencia construidos
históricamente por las sociedades.
Es interesante notar el grado de ruptura del enfoque de Galtung
con los estudios más clásicos sobre la
temática de la paz. Para este autor el potencial para la
violencia, como para el amor,
está en la naturaleza humana, pero las circunstancias
condicionan la realización de ese potencial.
¿Cómo construir la paz? Es necesario, primero,
trazar el mapa de la violencia que Galtung relaciona con un
triángulo en cuya cúspide o vértice visible
se sitúa la violencia directa, real, ejercida, relacionada
proporcionalmente con los otros vértices (base) más
ocultos o menos visibles constituidos por la violencia cultural y
la violencia estructural. Esto implica que la paz debe
construirse en la cultura y en la estructura y
no sólo en la "mente humana" como se expresa en la Carta de
Constitución de la UNESCO, referido en otro
lugar. Y no basta, por otro lado, reconstruir sólo la paz
después de un conflicto bélico, porque si bien
puede evitarse la violencia directa, la más visible, deben
buscarse alternativas para transformar las estructuras y las
raíces de las mismas que se encuentran en la propia
cultura. La tesis que
mantiene Galtung (1998) es que "si las culturas y estructuras
violentas producen violencia directa, entonces tales culturas y
estructuras también reproducen la violencia directa".
¿Cómo salir de este círculo vicioso?. Para
Galtung la paz definida como la capacidad de manejar los
conflictos tiene dos soluciones: la política de la
democracia y la política de la noviolencia. Retornamos
pues a la concepción oriental de paz positiva y al
principio práctico jainista de ahimsa (no matar, no hacer
daño a ningún ser viviente) recogido por Gandhi por
"noviolencia" con el doble significado de respeto total a la
persona y como forma, en el ámbito político, de
lograr el cambio social.
En síntesis, según Fisas (1998): " Si la ausencia
de guerra podemos denominarla como paz negativa, la ausencia de
violencia equivaldría a paz positiva, en el sentido de
justicia social, armonía, satisfacción de las
necesidades básicas (supervivencia, bienestar, identidad y
libertad),
autonomía, diálogo, solidaridad,
integración y equidad". Como vemos la paz
"no puede consistir únicamente en la ausencia de
conflictos armados, sino que entraña principalmente un
proceso de progreso, de justicia y de respeto mutuo entre los
pueblos, destinado a garantizar la edificación de una
sociedad internacional en la que cada cual pueda encontrar su
verdadero lugar y gozar de la parte de los recursos intelectuales
y materiales del
mundo que le corresponde y que, la paz fundada en la injusticia y
la violación de los derechos humanos no puede ser duradera
y conduce inevitablemente a la violencia" (Resolución 11.1
Conferencia
General de UNESCO 1974).
La paz en su concepción actual es la suma de tres tipos de
paces: paz directa (regulación noviolenta de los
conflictos), paz cultural (existencia de valores mínimos
compartidos) y paz estructural (organización
diseñada para conseguir un nivel mínimo de
violencia y máximo de justicia social).
La existencia de un consenso y acuerdo conceptual que define la
paz en relación no con la guerra sino con la violencia,
significa la superación de la misma buscando sus
raíces profundas tanto en el plano más visible
(violencia directa) como en los más ocultos (violencia
cultural y violencia estructural): la paz es un proceso gradual y
permanente de las sociedades en el que poco a poco se instaura lo
que se llama justicia. Pero es necesario ser conscientes de que
la paz, en ese escenario, es un camino emprendido, repleto de
errores, de ensayos, de
búsquedas nuevas y creativas que tratan de superar los
retos del presente y anticiparse al futuro. Esas tentativas no
son siempre perfectas y, por consiguiente, no debemos caer en la
tentación de considerar la paz como una meta final, como
un estado inamovible, perpetuo. Muy al contrario, la paz es el
resultado de nuestras relaciones
humanas, pero no únicamente de estas relaciones,
porque la misma paz es un fenómeno a la vez interno y
externo al ser humano. Como fenómeno interno no basta con
conseguirla "en la mente de los hombres", sino también en
otros espacios: en la cultura, en las estructuras organizativas,
en la economía, en la dimensión
política y en lo social…. Pero a su vez también
en el plano más externo: en su dimensión
ecológica. De ahí que la paz tenga un enfoque
holístico, pues se trata de buscar una armonía, un
equilibrio tanto con nosotros mismos y con los demás, como
con el medioambiente. Esto revela la necesidad de un nuevo
empoderamiento pacifista guiado por un nuevo enfoque de lo que
entendemos por paz, pero no de paz como algo perfecto, acabado,
perpetuo, sino como un proceso imperfecto, inacabado. De
ahí que algunos investigadores, opten por la llamada paz
imperfecta que conlleva (Muñoz, 2001):
- una ruptura con las concepciones anteriores de la
paz como algo perfecto y no alcanzable en el día a
día; - el reconocimiento de las realidades,
prácticas y acciones pacifistas y sus capacidades para
actuar y transformar su entorno más
cercano; - la anticipación y planificación de
los posibles futuros conflictivos.
Si el concepto de paz positiva marcó una ruptura
con la noción tradicional estableciendo la relación
de paz no con la guerra sino con la violencia; la paz imperfecta
señala un avance por cuanto si bien reconoce la
imperfección de la condición humana, también
percibe que nuestras relaciones están caracterizadas por
decisiones y acciones guiadas, la mayoría de las veces,
por la regulación pacífica o noviolenta de los
conflictos lo que permite que los seres humanos en nuestras
continuas tentativas, procesos y ensayos tengamos cotidianamente
más momentos de paz que de violencia o de guerra. Para
percibir esos momentos es necesaria un actitud
positiva abierta y de encuentro con los "otros". Se trata de
comenzar a construir la paz desde los espacios más
próximos, desde nuestras experiencias personales y
sociales, porque como dice Raimundo Panikkar (1995) si queremos
la paz debemos prepararla nosotros mismos (Si vis pacem, para te
ipsum), porque los paradigmas de
paz anteriores han sido inútiles y se precisa "crear un
espacio donde la creatividad pueda desarrollarse, un espacio
donde las soluciones incluso parciales, relativas,
pequeñas e imperfectas, sean posibles". Esto implica una
nueva orientación epistemológica y didáctica que consiste en:
- Investigar "las características de los
momentos de paz reconociendo su carácter procesual y,
por consiguiente, imperfecto, en lugar de basar la
investigación en la guerra o la violencia"
(Martínez, V,2001); - Educar aprovechando como elemento esencial de nuestro
aprendizaje dialógico esas vivencias y experiencias
positivas que favorecen las relaciones humanas y que resuelven
de manera pacífica, casi siempre, nuestros conflictos de
intereses. Educación por consiguiente optimista, fundada
en el respeto compartido por la dignidad humana y por la
construcción colectiva de una ética mínima
sobre la que se sostiene la convivencia; - Actuar a favor de la construcción de la paz
desde los espacios más cercanos a los más
distantes, buscando el establecimiento de redes que posibiliten
transformaciones y cambios en todos los ámbitos a
través de la cooperación y su fuerza
sinérgica resultante.
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