Hace unos cuantos años atrás, cuando
apenas tendría unos seís años de edad fui de
paseo a El Bucaral. Era un caserío pequeño de
escasas contadas casas. Tenía dos entradas; una quedaba
cerca de que Nanda, un pequeño restaurant con sabor
pueblerino, en el propio pueblo de Cabure. Pero esta entrada yo
le tenía terror, porque era muy oscura, silenciosa,
solitaria y tenebrosa. La sombra caracterizaba el lugar, las
ceibas espinosas no permitían la entrada de los rayos del
sol, al lado izquierdo se podían observar las
lápidas verde ceniciento del cementerio viejo y un
minúsculo riachuelo empapaba el camino de piedras que
había sido construído por los esclavos en la
época de la colonia.
La otra entrada estaba ubicada a pocos minutos de donde
yo vivía, era un caminito que no tenía más
de un paso de ancho y fue el que escogimos para realizar el viaje
por la cercanía con la casa nuestra.
Un lote de viviendas, en donde vivía la maestra
Elita, y mí madrina Carmen; quedaban de espaldas a la
montaña en donde el pequeño camino color ocre y
polvoriento estaba inclinado como quien desea robarle un beso a
la luna, sus orillas estaban decoradas por una hierba de baja
longitud que mí abuela Julla denominaba
"chacu-chacu".
Serían las diéz u once de la mañana
cuando decidimos emprender nuestro viaje. La altura de la primera
colina hacía estragos en nuestros cuerpos, mi frente era
un manantial de sudor salado, que se deslizaba por mí cara
algo mugriento por el polvo, habían muchos excrementos de
asno, algunos aún frescos y otros ya casi convertidos en
ceniza amarillenta.
Yo vestía un suéter color crema, estampado
con algunas figuras raras, me lo había confeccionado
Alida, la tía que me consentía algunas veces cuando
yo cometía alguna falta. Llevaba un short verde oscuro con
unas mísceras rayas vino tinto, que tenía una
hebilla metálica con dos pistolas cinceladas. Esa ropa la
había estrenado un día santo, en una de las
procesiones de semana santa.
Julla iba delante de mí, indicando la vía.
Le deciamos Majulla por cariño, una señora
estricta, de caracter fuerte,
intenso y de poco sentido de humor. Ella se encargaba de
cuidarnos y enviarnos a la escuela mientras
mí mamá estaba trabajando.
Seguimos ascendiendo y nos topamos con El Rey del Barro,
un señor bajito, callado y de tez morena, fue bautizado
con ese nombre por Seferino, en alusión al trabajo que
desempeñaba. El iba escuchando un radio de color
rojo, logré darme cuenta que era similar al que
tenía mi abuela en casa, donde ella escuchaba novelas y el
noticiero de la estación Noti-Rumbo.
EL Rey del Barro no nos saludó, venía
descendiendo de El Bucaral, con la mirada fija en el camino y con
su radio "Riviera" cerro abajo.
En la cima del primer ascenso había una curva
cerrrada a mano izquierda y en la parte baja se dejaba ver una
pequeña casa de bahareque y techo de zinc, donde
vivían una señoras que mi familia llamaba
"las negritas", eran de piel morena y
la casa parecía una guardería, motivado a la gran
cantidad de niños
que pude observar.
Yo me divertía agarrando pequeñas piedras
que habían sido apartadas del centro del camino por el
frecuente andar de los moradores del lugar, estas las iba
lanzando a mi alrededor mientras caminaba. Mi abuela
volvió la cabeza y con cara de muy pocos amigos, me
dijo;
- Tenga juicio! Cuidado le pega una pedrada a
alguien.
Yo no le contesté una palabra, pero
inmediátamente después, dejé caer
sigilósamente al piso el puñado de piedras que
llevaba en mi mano.
Desde mucho antes de mi nacimiento había estado
escuchando historietas preñadas de fantasía y
ciencia
ficción, muchas de ellas crecieron y se reprodujeron en
los pueblos a raíz de la inocencia e ignorancia de sus
habitantes. En su gran mayoría estas historias
tenían un perfíl religioso orientado a lo
mágico y a lo paranormal. Pero esta situación no
fue corregida por los "conocedores" de la materia. Ellos
pudieron guiarnos por el camino de la verdad y alejarnos de esas
creencias wiccanas, todos aquellos domingos donde el factor
común en la misa, después del repique de campanas,
era la crítica y el chismorreo, acentuado en su
máxima expresión por las señoras de cartera
y colorete que aparentaban ser las más religiosas del
pueblo, por lavarle la sotana al cura, por aportar una buena
contribución y por su condición social.
Yo había escuchado mucho acerca del mal de ojo y
por supuesto que no estaba exento del miedo y la angustia que
esto repercutía en todos los lugareños. De acuerdo
a los comentarios que había logrado escuchar, esta
enfermedad, mal, hechizo, que se yo!, no tenía cura desde
el punto de vista médico. Decían que los doctores
no le encontraban nada en los exámenes al enfermo y por lo
general este presentaba un cuadro clínico de altas
fiebres, vómitos y
algunos hasta diarrea. El afectado era enviado urgente a que un
brujo o curandero, este rezaba cuatro tonterías y
encomendaba su ritual a un santo llamado Jorge y por lo general
le daba algo a tomar al enfermo. De esta forma si el enfermo
sobrevivía a la infección que seguramente
poseía, daba como resultado una mayor creencia en lo
paranormal. Si el enfermo no tenía un poco de suerte y
moría, el curandero se cubría diciendo,
- Me lo trajeron muy tarde y era un mal de ojo de los
más bravos.
Historias de este tipo deambulaban por las calles,
caminos y atajos de los pueblos, solo eran bisutería
verbal. Viendolas desde otro punto de vista representaban el
folclor de los pueblos, heredado de nuestros ancestros, posterior
a la colonización.
Pero no todo era tan malo, habían herramientas
para defendernos de esa simpleza, una de ellas era colocarle a
los bebés un brazalete hecho con varias cositas raras;
semillas de una planta conocida como peonía y otra
llamada, lágrimas de San Pedro, además, no
podía faltar la manito en forma de puño de piedra
de azabache, entre otras cosas.
Los indios Guajiros tenían tremendo negocio,
vendían plástico
negro y pregonaban que era piedra, inclusive calgaban en sus
maletines, una manito rota, con una fisura en el centro. Ellos
indicaban que la misma había pertenecido a un niño,
y que la piedra se había roto antes de que el mal le
hiciera daño.
Los conquistadores se aprovecharon de nuestros indios
cambiandoles espejitos o cualquier otra estupidéz por oro
o piedras preciosas, a nosotros o a nuestros padres les
tocó pagar dinero por
bagatela incrustada en un hilo, a fin de no morir a consecuencia
del influjo maléfico que podía ejercer una persona sobre
otra, mirándola de cierta manera, mejor conocido en el
argot popular como mal de ojo.
Una vez yo escuché que la persona que
cometía ese mal, solo lo realizaba si a ella le gustaba la
persona a quién se iba a afectar, o algo en particular de
esa persona. Otra cosa, era común que dijeran que si un
niño era muy bonito debía protegerse porque alguien
con facultades para ejecutar tal mal, podía interesarse en
la criatura. Esas frases quedaron impresas en un rincón de
mí mente.
En El Bucaral vivía una señora que de
acuerdo a las malas lenguas, ella podía hacer ese
maleficio.
Ese día mí abuela y yo, pasamos por el
frente de su casa, yo estiré el cuello tratando de
observar algo raro dentro de la misma, pero mis intentos fueron
inútiles, solo se veía humo procedente de un
fogón de leña, que salía por una abertura
hecha en la parte alta de la pared de la cocina. Era imposible
caminar y al mismo instante determinar si había algo
extraño dentro de aquella misteriosa casa, esto aunado a
que debía hacerlo sin que mí abuela se diera
cuenta, y a su vez, yo iba lleno de cobardía.
Seguimos caminando y pasamos por la casa del
señor Juán Culón, luego con cierta cautela
pasamos por el frente de la casa de una señora que
decían que era loca. Por fin! a unos pocos pasos
después, podíamos ver la casa de la señora
Mercedes; donde ibamos a comprar algunas frutas, verduras y
legumbres.
Ahora si se consideraba que estabamos en la
montaña, el canto de los pájaros se dejaba escuchar
de todas direcciones, muchos sonidos de animales que no
supe identificar en ese momento andaban jugueteando a lo lejos
entre los gigantescos árboles
y se notaba la diferencia que el aire era
más acogedor y puro.
Los pueblos montaña arriba tienen el privilegio
de tocar las nubes y por eso se pueden conseguir frutas frescas,
enormes, con olor puro, carente de pesticida y con el color
natural que se ha extraviado con el comercio a
gran escala.
A lo lejos, el valle lucía engalanado por los
cañaverales, que proveían de materia prima
al trapiche de El Bucaral, una pequeña industria en
pleno corazón
del bosque.
En casa de la señora Mercedes tenían
muchas plantas de
naranjas, aguacates y bananas. Observé algunos
contenedores que llamaban "pipas" llenos de frijoles y otros con
maíz.
En el piso de tierra
mantenían verduras como yucas, ñames y ocumos. En
una cesta grande hecha de bejucos tenían mangos y al fondo
en una mesa donde estaba un molino de moler maíz, un
recipiente casi lleno de tomates tipo cereza, que aún
permanecían húmedos por el rocío
mañanero.
Julla estubo platicando con la señora Mercedes
por largo rato, hablaban de cosechas y de algunos problemas ya
solventados, ellas eran buenas amigas y por eso mí abuela
de vez en cuando la visitaba, a pesar de lo lejos que
vivía. Escuché cuando Julla dijo que había
pensado ir a casa de la señora Celsa Castillo, casa
ubicada en la parte alta del caserio, pero ella se
arrepintió porque eran como las tres de la tarde y
debíamos regrezar a casa antes de que oscureciera. En ese
momento entró Rao, el hijo de la señora Mercedes.
Era un joven de mediana estatura, usaba un sombrero de paja,
caminaba velózmente y hablaba con voz alta, tanto que
parecía que gritaba cuando decía algo. El trajo
algunas cosas que mí abuela había solicitado y
otras que la señora le iba a regalar.
Tomamos las bolsas y nos despedimos. El esposo de la
señora Mercedes me dió unos trocitos de
caña, que él mismo había pelado y que
había cortado por la mitad para que yo me los fuera
comiendo por el camino. Cuando el señor me los
entregó, mí abuela me dijo
- Como se dice
A lo que yo respondí, enseguida.
- Dios se lo pague
Ellos salieron a despedirnos a la cerca, hecha de
estacas y alambre de púa. No obstante, al rato de habernos
ido, ellos permanecían parados en el mismo lugar, yo
miré varias veces para atrás y todavía
retirádamente se podía ver el vestido morado claro
de la señora Mercedes que se movía al compás
del viento y al señor con pantalón azul y guayabera
blanca.
El camino iba quedando atrás, nos estaba
rindiendo el tiempo porque
veniamos bajando, aunque las bolsas eran algo pesadas. El jugo
que le extraía a la de caña de azucar, me
hizo olvidar que un tramo de la ruta estaba marcado para
mí, con un cartél imaginario que denotaba, que
había un peligro eminente, sinónimo de residencia
del mal, de hechicería, de sortilegio.
La bolsa que llevaba en mí espalda, ahora la
sentía más pesada, mi vista iba clavada en la
vía, mientras mantenía el paso. De pronto cuando
voltié la cara a la derecha, ella estaba ahí!
Mí mente no lo quiso creer, por lo tanto cerré los
ojos y enseguida los abrí de nuevo, lleno de miedo y
temor.
Sin darme cuenta había olvidado que iba a pasar
por el frente de la casa de la señora que hacía mal
de ojo, pero ya era demasiado tarde para pensar que hacer,
así que mí subconsiente se encargaría de la
situación y actuaría como culebra
cascabél.
Mi rostro cambió de color, un escalofrío
recorrió mi cuerpo que repercutió hasta en mi
cabello, estoy casi seguro que los
interiores que mí mamá me había comprado y
que portaba ese día, sufrieron una mancha grande. Estaba
prendido de terror motivado a que yo creía todo lo que
mí mamá y mí tía me decían,
ellas siempre aseveraban que yo era muy bonito. Madre es madre,
solo ellas podían afirmar algo de ese calibre.
Pero el factor belleza en ese instante estaba en
mí contra, porque esa señora malvada me
podía ejercer un hechizo. Ella estaba de pie, diagonal a
su casa, recostada en un viejo horcón de la empalizada. Lo
que me separaba de ella eran escasos metros, así que
actué de inmediato, evitando darle terreno al enemigo.
Levanté la mirada y la observé fijamente, mientras
hacía muecas horribles con mi rostro; fruncí la
frente, oprimí uno de mis ojos, torcí a un lado el
labio de abajo y le enseñé los dientes de mí
máxilar superior, a fin de que ella me viera bien feo, no
se interesara en mí y por lo tanto, no me echara mal de
ojo.
…///…
Todo eso lo hice en segundos, mientras pasaba por el
frente de aquella casa. Mí abuela ni cuenta se dió
de lo que había sucedido. La señora no
emitió ningún comentario en mí contra, por
las muecas que le hice. Pero en mi mente quedó labrada la
imagen de
aquella mujer de piel
blanca, de más de medio siglo de vida, que lucía un
vestido rosado estampado, de cabello negro, peinado hacia
atrás con una cola de caballo y que mucho tiempo
protagonizó mis pesadillas.
Mucha gente en esa época fue acusada de haber
hecho algún mal, injustamente. Quizás solo fue
coincidencia de su visita o interrelación con la persona
antes de que esta presentara síntomas de alguna
enfermedad, estas pudieron haber sido extrañas para
ciertos médicos, motivado a sus escasos o inexistentes
equipos de diagnóstico, así como
también, la carestía de especialistas en el campo
de la medicina al
alcance o a la orden de la población. Donde se vieron más
afectadas aquellas zonas lejanas o apartadas de las
metrópolis.
Es importante citar que en paises super desarrolados y
con alto índice de población, no protegen a sus
bebés de esta clase de actos malignos, y a nadie se le
eschucha diciendo que su niño está enfermo o que
murió, a consecuencia de un mal de ojo.
Esta historia sucedió a
mediados de los años setenta, en aquellos días los
lugareños creyeron cualquier tontería que era
divulgada, esas historias fueron repetidas por otros y en su gran
mayoría aumentadas o torcidas, de acuerdo a las
fantasías de cada individuo que las pregonaba, creando a
su vez monstruosos mitos y leyendas, que
todavía en nuestros días atemorizan a mucha
gente.
Realmente, el problema es que vivimos rodeados de
superticiones y estas hacen mayor eco cuando se tiene alguna
adversidad, es habitual que le atribuyan cualquier mal, bien sea
físico, psíquico o económico, a cualquier
fenómeno sin explicación racional.
Yo, gracias a Dios sobreviví, no hablo de que
sobreviví a un mal de ojo, quiero decir con esto, que no
me enfermé y no me tocó ser sanado por
ningún brujo o curandero; de lo contrario, no lo estubiese
contando, porque lo más seguro es que fuera uno más
del lote del inventario en
algún cementerio, o viviera con una parálisis
parcial o total a causa de los estragos de las altas fiebres, sin
medicina. Pero si hubiese adquirido un mal de estos y por obra
del espiritu santo me hubiese curado, el que se hubiese llevado
los aplausos, hubiese sido el curandero y sus poderes
paranormales, por lo tanto, yo estubiese hoy en día,
creyendo que el Chupa Cabras existe o en cualquier otra
bobería.
Fin
Nota: Escrito en USA en Enero del 2002
Glosario
Guayabera: Chaquetilla o camisa másculina
de tela ligera que se usa por fuera del
pantalón.
Cascabél: Reptíl ofidio escamoso y
venenoso.
Ñame: Tobérculo comestible,
parecido a la batata. Verdura
Ocumo: Tobérculo comestible, Verdura que
crece generalmente en partes húmedas, como las orillas de
los ríos.
Colorete: Cosmético, por lo general de
color rojo o rosado que se utiliza para dotar de color las
mejillas.
Bejuco: Planta tropical cuyos tallos, largos,
delgados, y flexibles se emplean para fabricar tejidos o para
jugar a que eres Tarzán en los ríos.
Chupa cabras: Monstruo creado de la
fantasía, es relacionado con el propio
Satanás.
Realizado por: Apolinar José
Velazco
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