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Los Sentidos




Enviado por plober



     Los receptores
    sensoriales

    Los receptores sensoriales son células
    que se adaptaron a captar información externa (por ejemplo, ver el
    exterior)e información interna (por ejemplo sentir
    acidez). Estas células
    deben captar el estímulo, "codificarlo" al lenguaje de
    impulsos nerviosos y enviarlos al SN para que pueda ser procesado
    y ser útil para el organismo.

    Los receptores pueden ser, o bien neuronas modificadas
    (células
    sensoriales primarias) o bien células no
    nerviosas (células
    sensoriales secundarias), que se comunican con neuronas. Las
    células sensoriales secundarias se concentran
    frecuentemente en los órganos sensoriales.

    Los receptores se pueden clasificar en:

    Quimiorreceptores (cuando su fuente de información son las sustancias
    químicas –gusto; olfato-), mecanorreceptores
    (cuando su fuente de datos proviene de
    información tipo mecánico –
    contacto/no contacto; vibraciones; texturas-). Hay
    mecanorreceptores especializados; como los
    estatorreceptores, que brindan información sobre el equilibrio, o
    los fonorreceptores que brindan información sobre
    vibraciones sonoras. Los termorreceptores perciben el
    calor o el
    frío, y los fotorreceptores se especializan en
    percibir la energía electromagnética.

    Otra forma de clasificarlos es según la
    posición que ocupen;

    Los interoceptores transmiten sensaciones como el
    hambre, la sed o el dolor visceral. Están ubicados en los
    vasos sanguíneos y en las vísceras.

    Los propioceptores reciben información del
    interior del cuerpo, como el oído interno, o los
    músculos. Transmiten información de la
    posición del cuerpo con respecto al campo gravitatorio y
    con respecto a sí mismo (flexión de una
    articulación, por ejemplo).

    Los exteroceptores reciben información del
    exterior del organismo. Lo ponen en contacto con el medio que lo
    rodea.

    Quimiorrecepción

    Los quimiorreceptores se agrupan en especial en la
    mucosa olfatoria y en las papilas gustativas de la lengua.

    Gusto

    El gusto actúa por contacto de sustancias
    químicas solubles con la lengua. El ser
    humano es capaz de percibir un abanico amplio de sabores como
    respuesta a la combinación de varios estímulos,
    entre ellos textura, temperatura,
    olor y gusto.

    La superficie de la lengua se
    halla recubierta por la mucosa lingual, en la que se encuentran
    pequeñas elevaciones cónicas llamadas papilas. Las
    principales son las papilas caliciformes y fungiformes, que
    mediante unos órganos microscópicos denominados
    botones perciben los sabores; y las papilas filiformes y
    coroliformes, que son sensibles al tacto y a las temperaturas.
    Los botones constan de células de sostén y
    células gustativas, que poseen cilios o pelos comunicados
    al exterior a través de un poro y conectados con numerosas
    células nerviosas que transmiten la sensación del
    gusto al bulbo raquídeo. Considerado de forma aislada, el
    sentido del gusto sólo percibe cuatro sabores
    básicos: dulce, salado, ácido y amargo; cada uno de
    ellos es detectado por un tipo especial de papilas
    gustativas.


    Las casi 10.000 papilas gustativas que tiene el ser humano
    están distribuidas de forma desigual en la cara superior
    de la lengua, donde
    forman manchas sensibles a clases determinadas de compuestos
    químicos que inducen las sensaciones del gusto. Por lo
    general, las papilas sensibles a los sabores dulce y salado se
    concentran en la punta de la lengua, las
    sensibles al agrio ocupan los lados y las sensibles al amargo
    están en la parte posterior.

    Los compuestos químicos de los alimentos se
    disuelven en la humedad de la boca y penetran en las papilas
    gustativas a través de los poros de la superficie de la
    lengua, donde entran en contacto con células sensoriales.
    Cuando un receptor es estimulado por una de las sustancias
    disueltas, envía impulsos nerviosos al cerebro. La
    frecuencia con que se repiten los impulsos indica la intensidad
    del sabor; es probable que el tipo de sabor quede registrado por
    el tipo de células que hayan respondido al
    estímulo.

    Luego de una exposición prolongada a determinado
    sabor, las papilas gustativas se saturan, y dejan de mandar
    información, por lo cual, al cabo de un tiempo
    determinado se deja de percibir el sabor.


    Olfato

    Con el olfato se perciben las sustancias químicas
    volátiles transportadas por el aire.

    La nariz, equipada con nervios olfativos, es el
    principal órgano del olfato. Los nervios olfativos son
    también importantes para diferenciar el gusto de las
    sustancias que se encuentran dentro de la boca. Es decir, muchas
    sensaciones que se perciben como sensaciones gustativas, tienen
    su origen, en realidad, en el sentido del olfato. Por otro lado,
    la percepción de olores está muy
    relacionada con la memoria;
    determinado aroma es capaz de evocar situaciones de la infancia,
    lugares visitados o personas queridas.

    Ciertas investigaciones
    indican la existencia de siete olores primarios: alcanfor,
    almizcle, flores, menta,
    acre y podrido. Estos
    olores primarios corresponden a siete tipos de receptores
    existentes en las células de la mucosa olfatoria. Las
    investigaciones sobre el olfato señalan que
    las sustancias con olores similares tienen moléculas del
    mismo tipo. Estudios recientes indican que la forma de las
    moléculas que originan los olores determina la naturaleza del
    olor de esas moléculas o sustancias. Se piensa que estas
    moléculas se combinan con células
    específicas de la nariz, o con compuestos químicos
    que están dentro de esas células.

    Las sustancias químicas entran por las fosas
    nasales, cuyos techos están tapizados por la pituitaria,
    que además de calentar el aire que se
    dirige a los bronquios, tiene una región de 1
    cm2 de color amarillo.
    Esta región es tiene células epiteliales de
    sostén y, entre ellas, los quimiorreceptores, que son
    también llamados células de Schultze. Las
    células de Schultze son neuronas bipolares cuyas dendritas
    terminan en forma de cilias que se orientan hacia la cavidad
    nasal. Los axones atraviesan la lámina cribosa del
    etnoide, para llegar a los bulbos olfatorios (derecho e
    izquierdo).

    Mecanorreceptores

    Hay mecanorreceptores especializados que nos permiten
    mantener el equilibrio y
    poder
    oír. Ambos tipos están ubicados en el
    oído.

    Oído

    El
    oído se divide en tres partes;

    • Oído externo

    Comprende el pabellón auricular o auditivo – la
    "oreja"- (lóbulo externo del oído) y el conducto
    auditivo externo, que mide tres centímetros de longitud.
    El conducto auditivo medio posee pelos y glándulas
    secretoras de cera.

    Su función es canalizar y dirigir las ondas sonoras
    hacia el oído medio.

    • Oído medio

    Es un conducto estrecho, o fisura, que se extiende unos
    quince milímetros en un recorrido vertical y otros quince
    en recorrido horizontal

    Es hueco, lleno de aire, limitando
    de un lado por el tímpano y del otro por la ventana oval y
    la ventana redonda, que lo comunican con el oído interno.
    Está en comunicación directa con la nariz y la
    garganta a través de la trompa de Eustaquio, que permite
    la entrada y la salida de aire del
    oído medio para equilibrar las diferencias de
    presión entre éste y el exterior.

    Hay una cadena formada por cuatro huesos
    pequeños y móviles (huesecillos) que atraviesa el
    oído medio. Estos cuatro huesos reciben
    los nombres de martillo, yunque, lenticular y estribo. Los cuatro
    conectan acústicamente el tímpano con el
    oído interno, transmitiendo las vibraciones del
    tímpano amplificadas a la fenestra ovalis.

    • Oído interno

    El oído interno o laberinto se encuentra en el
    interior del hueso temporal que contiene los órganos
    auditivos y del equilibrio,
    que están inervados por los filamentos del nervio
    auditivo. Está lleno de líquido y tiene tres
    cavidades: el vestíbulo, dividido en dos
    partes, utrículo y sáculo; los tres canales
    semicirculares
    , órgano del sentido del equilibrio,
    (están llenos de endolinfa); y el caracol o
    cóclea
    , largo tubo arrollado en espiral donde se
    encuentran las células receptoras de los sonidos,
    provistas de cilios, cada una de las cuales está adaptada
    para la recepción de sonidos de un tono
    determinado.

    Las fibras nerviosas que salen del caracol y de los
    canales semicirculares se reúnen para formar el nervio
    acústico, que sale del sáculo por un tubo que
    atraviesa el hueso temporal hasta la cavidad craneana.

    Cómo se oye

    Las
    ondas sonoras, en
    realidad cambios en la presión del aire, son
    transmitidas a través del canal auditivo externo hacia el
    tímpano, en el cual se produce una vibración. Estas
    vibraciones se comunican al oído medio mediante la cadena
    de huesecillos (martillo, yunque y estribo) y, a través de
    la ventana oval, hasta el líquido del oído interno.
    El movimiento de
    la endolinfa que se produce al vibrar la cóclea, estimula
    el movimiento de
    un grupo de
    proyecciones finas, similares a cabellos, denominadas
    células pilosas. El conjunto de células pilosas
    constituye el órgano de Corti. Las células pilosas
    transmiten señales directamente al nervio auditivo, el
    cual lleva la información al cerebro. El
    patrón de respuesta de las células pilosas a las
    vibraciones de la cóclea codifica la información
    sobre el sonido para que
    pueda ser interpretada por los centros auditivos del cerebro.

    El rango de audición, igual que el de
    visión, varía de unas personas a otras. El rango
    máximo de audición en el hombre
    incluye frecuencias de sonido desde 16
    hasta 28.000 ciclos por segundo. El menor cambio de tono
    que puede ser captado por el oído varía en
    función del tono y del volumen. Los
    oídos humanos más sensibles son capaces de detectar
    cambios en la frecuencia de vibración (tono) que
    correspondan al 0,03% de la frecuencia original, en el rango
    comprendido entre 500 y 8.000 vibraciones por segundo. El
    oído es menos sensible a los cambios de frecuencia si se
    trata de sonidos de frecuencia o de intensidad bajas.

    La sensibilidad del oído a la intensidad del
    sonido
    (volumen)
    también varía con la frecuencia. La sensibilidad a
    los cambios de volumen es mayor
    entre los 1.000 y los 3.000 ciclos, de manera que se pueden
    detectar cambios de un decibelio. Esta sensibilidad es menor
    cuando se reducen los niveles de intensidad de sonido.

    Las diferencias en la sensibilidad del oído a los
    sonidos fuertes causan varios fenómenos importantes. Los
    tonos muy altos producen tonos diferentes en el oído, que
    no están presentes en el tono original. Es probable que
    estos tonos subjetivos estén producidos por imperfecciones
    en la función natural del oído medio. Las
    discordancias de la tonalidad que producen los incrementos
    grandes de la intensidad de sonido, es
    consecuencia de los tonos subjetivos que se producen en el
    oído. Esto ocurre, por ejemplo, cuando el control del
    volumen de un
    aparato de radio está
    ajustado. La intensidad de un tono puro también afecta a
    su entonación. Los tonos altos pueden incrementar hasta
    una nota de la escala musical;
    los tonos bajos tienden a hacerse cada vez más bajos a
    medida que aumenta la intensidad del sonido. Este efecto
    sólo se percibe en tonos puros. Puesto que la
    mayoría de los tonos musicales son complejos, por lo
    general, la audición no se ve afectada por este
    fenómeno de un modo apreciable. Cuando se enmascaran
    sonidos, la producción de armonías de tonos
    más bajos en el oído puede amortiguar la percepción
    de los tonos más altos. El enmascaramiento es lo que hace
    necesario elevar la propia voz para poder ser
    oído en lugares ruidosos.

    Equilibrio

    Los canales semicirculares y el vestíbulo
    están relacionados con el sentido del equilibrio. En
    estos canales hay pelos similares a los del órgano de
    Corti, y detectan los cambios de posición de la
    cabeza.

    Los tres canales semicirculares se extienden desde el
    vestíbulo formando ángulos más o menos
    rectos entre sí, lo cual permite que los órganos
    sensoriales registren los movimientos que la cabeza realiza en
    cada uno de los tres planos del espacio: arriba y abajo, hacia
    adelante y hacia atrás, y hacia la izquierda o hacia la
    derecha. Sobre las células pilosas del vestíbulo se
    encuentran unos cristales de carbonato de calcio, conocidos en
    lenguaje
    técnico como otolitos y en lenguaje
    coloquial como arenilla del oído. Cuando la cabeza
    está inclinada, los otolitos cambian de posición y
    los pelos que se encuentran debajo responden al cambio de
    presión. Los ojos y ciertas células sensoriales de
    la piel y de
    tejidos
    internos, también ayudan a mantener el equilibrio; pero
    cuando el laberinto del oído está dañado, o
    destruido, se producen problemas de
    equilibrio. Es posible que quien padezca una enfermedad o un
    problema en el oído interno no pueda mantenerse de pie con
    los ojos cerrados sin tambalearse o sin caerse.

    Termorrecepción (y mecanorrecepción
    otra vez)

    El Tacto

    El tacto, en realidad, puede recibir dos tipos de datos;
    temperatura y
    presión, porque tiene termorreceptores y
    mecanorreceptores.

    A través del tacto, el cuerpo percibe el contacto
    con las distintas sustancias, objetos, etcétera. Los
    receptores se estimulan ante una deformación mecánica de la piel y
    transportan las sensaciones hacia el cerebro a
    través de fibras nerviosas. Los receptores se encuentran
    en la epidermis, que es la capa más externa de la piel, y
    están distribuidos por todo el cuerpo de forma variable,
    por lo que aparecen zonas con distintos grados de sensibilidad
    táctil en función del números de receptores
    que contengan.

    Existe una forma compleja de receptor del tacto en la
    cual los terminales forman nódulos diminutos o bulbos
    terminales; a este tipo de receptores pertenecen los
    corpúsculos de Pacini, sensibles a la presión, que
    se encuentran en las partes sensibles de las yemas de los dedos.
    El tacto es el menos especializado de los cinco sentidos, pero a
    base de usarlo se puede aumentar su agudeza; como los ciegos,
    para leer las letras del sistema
    Braille.

    Corpúsculos de Pacini

    Están ubicados en la zona profunda de la
    piel,
    sobre todo en los dedos de las manos y de los pies, pero
    son poco abundantes

    Se tratan de dendritas encapsuladas en clavas
    (células de la neuroglia) rodeada de tejido
    conectivo fibroso.

    Detecta presiones y deformaciones de la
    piel, y
    sus estímulos duran poco

    Terminaciones nerviosas libres

    Están en casi todo el cuerpo, sólo
    son dendritas que se ramifican entre las células
    epiteliales. Se especializan en percibir
    dolor

    Terminaciones nerviosas de los pelos

    Sensibles al contacto, como pueden ser los bigotes
    de un gato (en realidad sucede con la mayoría de los
    pelos)

    Corpúsculos de Meissner

    Se encuentran en las papilas dérmicas,
    abundantes en el extremo de los dedos, los labios, la
    lengua, etc. Se ubican en la zona superficial de la piel.
    Están especializadas en el tacto fino.

    Corpúsculos de Krause,

    Presentes en la superficie de la dermis y
    sensibles al frío, se ubican en especial en la
    lengua y los órganos sexuales. Son dendritas
    ramificadas y encapsuladas.

    Corpúsculos de Rufini

    Poco numerosos, alargados y más profundos
    que los de Krause, sensibles al calor

    El sistema en el que
    se basa el tacto es que cualquier deformación de la piel
    comprime corpúsculos, que envía el impulso al
    SN.

    Fotorrecepción

    La vista

    El ojo es el órgano de la visión en los
    seres humanos y en los animales. Los
    ojos de las diferentes especies varían desde las estructuras
    más simples, capaces de diferenciar sólo entre la
    luz y la
    oscuridad, hasta los órganos complejos que presentan los
    seres humanos y otros mamíferos, que pueden distinguir
    variaciones muy pequeñas de forma, color,
    luminosidad y distancia. En realidad, el órgano que
    efectúa el proceso de la
    visión es el cerebro; la
    función del ojo es traducir las vibraciones
    electromagnéticas de la luz en un
    determinado tipo de impulsos nerviosos que se transmiten al
    cerebro.

    El ojo humano

    El ojo
    en su conjunto, llamado globo ocular, es una estructura
    esférica de aproximadamente 2,5 cm de diámetro con
    un marcado abombamiento sobre su superficie delantera. La parte
    exterior, o la cubierta, se compone de tres capas de tejido: la
    capa más externa o esclerótica tiene una
    función protectora y se prolonga en la parte anterior con
    la córnea transparente; la capa media o úvea
    tiene a su vez tres partes diferenciadas: la coroides –
    muy vascularizada – continúa con el cuerpo ciliar,
    formado por los procesos
    ciliares, y a continuación el iris, que se extiende
    por la parte frontal del ojo. La capa más interna es la
    retina, sensible a la luz.

    La córnea es una membrana resistente, compuesta
    por cinco capas, a través de la cual la luz penetra en el
    interior del ojo. Por detrás, hay una cámara llena
    de un fluido claro y húmedo (el humor acuoso) que separa
    la córnea de la lente del cristalino. En sí misma,
    la lente es una esfera aplanada constituida por un gran
    número de fibras transparentes dispuestas en capas.
    Está conectada con el músculo ciliar, que tiene
    forma de anillo y la rodea mediante unos ligamentos. El
    músculo ciliar y los tejidos
    circundantes forman el cuerpo ciliar y esta estructura
    aplana o redondea la lente, cambiando su longitud
    focal.

    El iris es una estructura
    pigmentada suspendida entre la córnea y el cristalino y
    tiene una abertura circular en el centro, la pupila. El
    tamaño de la pupila depende de un músculo que rodea
    sus bordes, aumentando o disminuyendo cuando se contrae o se
    relaja, controlando la cantidad de luz que entra en
    el ojo.

    Por detrás de la lente, el cuerpo principal del
    ojo está lleno de una sustancia transparente y gelatinosa
    (el humor vítreo) encerrado en un saco delgado que recibe
    el nombre de membrana hialoidea. La presión del humor
    vítreo mantiene distendido el globo ocular.

    La retina es una capa compleja compuesta sobre todo por
    células nerviosas. Las células receptoras sensibles
    a la luz se encuentran en su superficie exterior detrás de
    una capa de tejido pigmentado. Estas células tienen la
    forma de conos y bastones y están ordenadas como los
    fósforos de una caja. Situada detrás de la pupila,
    la retina tiene una pequeña mancha de color amarillo,
    llamada mácula lútea; en su centro se encuentra la
    fóvea central, la zona del ojo con mayor agudeza visual.
    La capa sensorial de la fóvea se compone sólo de
    células con forma de conos, mientras que en torno a ella
    también se encuentran células con forma de
    bastones. Según nos alejamos del área sensible, las
    células con forma de cono se vuelven más escasas y
    en los bordes exteriores de la retina sólo existen las
    células con forma de bastones.

    El nervio óptico entra en el globo ocular por
    debajo y algo inclinado hacia el lado interno de la fóvea
    central, originando en la retina una pequeña mancha
    redondeada llamada disco óptico. Esta estructura
    forma el punto ciego del ojo, ya que carece de células
    sensibles a la luz.

    Funcionamiento del ojo

    En
    general, los ojos de los animales
    funcionan como unas cámaras fotográficas sencillas.
    La lente del cristalino forma en la retina una imagen invertida
    de los objetos que enfoca y la retina se corresponde con la
    película sensible a la luz.

    Como ya se ha dicho, el enfoque del ojo se lleva a cabo
    debido a que la lente del cristalino se aplana o redondea; este
    proceso se
    llama acomodación. En un ojo normal no es necesaria la
    acomodación para ver los objetos distantes, pues se
    enfocan en la retina cuando la lente está aplanada gracias
    al ligamento suspensorio. Para ver los objetos más
    cercanos, el músculo ciliar se contrae y por
    relajación del ligamento suspensorio, la lente se redondea
    de forma progresiva. Un niño puede ver con claridad a una
    distancia tan corta como 6,3 cm. Al aumentar la edad del
    individuo, las lentes se van endureciendo poco a poco y la
    visión cercana disminuye hasta unos límites de unos
    15 cm a los 30 años y 40 cm a los 50 años. En los
    últimos años de vida, la mayoría de los
    seres humanos pierden la capacidad de acomodar sus ojos a las
    distancias cortas. Esta condición, llamada
    presbiopía, se puede corregir utilizando unas lentes
    convexas especiales.

    Las diferencias de tamaño relativo de las
    estructuras
    del ojo originan los defectos de la hipermetropía o
    presbicia y la miopía o cortedad de vista.

    Debido a la estructura
    nerviosa de la retina, los ojos ven con una claridad mayor
    sólo en la región de la fóvea. Las
    células con forma de conos están conectadas de
    forma individual con otras fibras nerviosas, de modo que los
    estímulos que llegan a cada una de ellas se reproducen y
    permiten distinguir los pequeños detalles. Por otro lado,
    las células con forma de bastones se conectan en grupo y
    responden a los estímulos que alcanzan un área
    general (es decir, los estímulos luminosos), pero no
    tienen capacidad para separar los pequeños detalles de la
    imagen visual.
    La diferente localización y estructura de estas
    células conducen a la división del campo visual del
    ojo en una pequeña región central de gran agudeza y
    en las zonas que la rodean, de menor agudeza y con una gran
    sensibilidad a la luz. Así, durante la noche, los objetos
    confusos se pueden ver por la parte periférica de la
    retina cuando son invisibles para la fóvea
    central.

    El mecanismo de la visión nocturna implica la
    sensibilización de las células en forma de bastones
    gracias a un pigmento, la púrpura visual o rodopsina,
    sintetizado en su interior. Para la producción de este pigmento es necesaria la
    vitamina A y su deficiencia conduce a la ceguera nocturna. La
    rodopsina se blanquea por la acción de la luz y los
    bastones deben reconstituirla en la oscuridad, de ahí que
    una persona que entra
    en una habitación oscura procedente del exterior con luz
    del sol, no puede ver hasta que el pigmento no empieza a
    formarse; cuando los ojos son sensibles a unos niveles bajos de
    iluminación, quiere decir que se han adaptado a la
    oscuridad.

    En la capa externa de la retina está presente un
    pigmento marrón o pardusco que sirve para proteger las
    células con forma de conos de la sobreexposición a
    la luz. Cuando la luz intensa alcanza la retina, los
    gránulos de este pigmento emigran a los espacios que
    circundan a estas células, revistiéndolas y
    ocultándolas. De este modo, los ojos se adaptan a la
    luz.

    Nadie
    es consciente de las diferentes zonas en las que se divide su
    campo visual. Esto es debido a que los ojos están en
    constante movimiento y
    la retina se excita en una u otra parte, según la
    atención se desvía de un objeto a otro. Los
    movimientos del globo ocular hacia la derecha, izquierda, arriba,
    abajo y a los lados se llevan a cabo por los seis músculos
    oculares y son muy precisos. Se ha estimado que los ojos pueden
    moverse para enfocar en, al menos, cien mil puntos distintos del
    campo visual. Los músculos de los dos ojos funcionan de
    forma simultánea, por lo que también
    desempeñan la importante función de converger su
    enfoque en un punto para que las imágenes
    de ambos coincidan; cuando esta convergencia no existe o es
    defectuosa se produce la doble visión. El movimiento
    ocular y la fusión de
    las imágenes
    también contribuyen en la estimación visual del
    tamaño y la distancia.

    Estructuras protectoras

    Diversas estructuras,
    que no forman parte del globo ocular, contribuyen en su
    protección. Las más importantes son los
    párpados superior e inferior. Estos son pliegues de piel y
    tejido glandular que pueden cerrarse gracias a unos
    músculos y forman sobre el ojo una cubierta protectora
    contra un exceso de luz o una lesión mecánica. Las pestañas, pelos cortos
    que crecen en los bordes de los párpados, actúan
    como una pantalla para mantener las partículas y los
    insectos fuera de los ojos cuando están abiertos.
    Detrás de los párpados y adosada al globo ocular se
    encuentra la conjuntiva, una membrana protectora fina que se
    pliega para cubrir la zona de la esclerótica visible. Cada
    ojo cuenta también con una glándula o
    carúncula lagrimal, situada en su esquina exterior. Estas
    glándulas segregan un líquido salino que lubrica la
    parte delantera del ojo cuando los párpados están
    cerrados y limpia su superficie de las pequeñas
    partículas de polvo o cualquier otro cuerpo
    extraño. En general, el parpadeo en el ojo humano es un
    acto reflejo que se produce más o menos cada seis
    segundos; pero si el polvo alcanza su superficie y no se elimina
    por lavado, los párpados se cierran con más
    frecuencia y se produce mayor cantidad de lágrimas. En los
    bordes de los párpados se encuentran las glándulas
    de Meibomio que tienen un tamaño pequeño y producen
    una secreción sebácea que lubrifica los
    párpados y las pestañas. Las cejas, localizadas
    sobre los ojos, también tienen una función
    protectora, absorben o desvían el sudor o la lluvia y
    evitan que la humedad se introduzca en ellos. Las cuencas
    hundidas en el cráneo en las que se asientan los ojos se
    llaman órbitas oculares; sus bordes óseos, junto al
    hueso frontal y a los pómulos, protegen al globo ocular
    contra las lesiones traumáticas producidas por golpes o
    choques.

    Bibliografía:

    Encarta 98

    Enciclopedia Santillana

    Libro Biología 4 de
    Santillana (4to año Secundario)

     

     

    Autor:

    Pablo Bernard, 17 años

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