Dentro del panorama de las literaturas de
Hispanoamérica, el origen de la argentina carece
de los rasgos amerindios que distinguen, por ejemplo, a las de
México y
el Perú. Los primeros registros son
crónicas de viajeros extranjeros: Ulrico Schmidel,
Martín del Barco Centenera y Ruy Díaz de
Guzmán. Luis de Tejeda, discípulo de Góngora
y San Juan de la Cruz, es el primer poeta
argentino.
Las letras de la época colonial o
virreinal -seudoclásica, barroca y épica- crecen al
amparo del fervor
independentista: Vicente López y Planes, Pantaleón
Rivarola y Esteban de Luca. Aparecen los esbozos de la gauchesca:
Bartolomé Hidalgo, Hilario Ascasubi y Estanislao del
Campo, un género nativo que alcanzará su
máxima expresión con la obra El gaucho
Martín Fierro, de José Hernández,
representativo del sentimiento y el carácter
nacionales.
La ruptura con la tradición
española, en favor del romanticismo
francés que postula el retorno a las fuentes
populares y al pasado medieval, permite que Esteban
Echeverría, su primordial epígono, sea el creador
del primer cuento local y
realista: El matadero, y del poema La cautiva, donde el escenario
de la pampa es primordial. Germina una literatura de madurez
intelectual y política.
A mediados del siglo XIX José
Mármol publica la primera novela argentina Amalia.
Mientras la poesía
decrece su espíritu combativo y se vuelve hacia lo
anecdótico y sentimental: Carlos Guido y Spano y Ricardo
Gutiérrez, las crónicas costumbristas: Vicente
Fidel López, Lucio V. Mansilla y Juana Manuela Gorriti y
las históricas: Bartolomé Mitre y Domingo F.
Sarmiento, testimonian el sentimiento de la
organización nacional.
De 1880 a 1900
La generación de 1880, traza
teórica y metódica de una literatura con
señales propias, acentúa la coloración
europeizante y la primacía cultural de Buenos Aires por
antonomasia. Todavía no son significativas las letras de
provincia. La corriente inmigratoria de variadaétnica
acentúa el cambio de la
gran aldea por la urbe cosmopolita. La poesía
es lírica e imprecatoria: Leopoldo Díaz y
Almafuerte; el ensayo es
un género reciente: José Manuel Estrada, Pedro
Goyena y Joaquín V. Gonzáles; la narrativa pendula
entre lo social y el costumbrismo: Miguel Cané, Eugenio
Cambaceres, Julián Martel, Francisco Sicardi y Carlos
María Ocantos.
Hacia final de siglo, de la mano y la letra de
Rubén Darío, surge el modernismo.
Preciosismo y simbolismo resumen la nueva estética, la que
dará la voz más alta de la poesía
argentina
contemporánea: Leopoldo Lugones, a quien se debe,
asimismo, el primer cuento de
ciencia
ficción en nuestra literatura. Lugones es el
paradigma que
cesura en dos campos la literatura argentina.
La voz de Lugones, entonces, resonará por
largo tiempo, pero,
lateralmente, surgen otras dos líneas de creación:
el criollismo, pontificador del realismo rural
con Horacio
Quiroga y Roberto J. Payró, y el sencillismo,
una poética de lo popular con Evaristo Carriego y
Baldomero Fernández Moreno.
Un intermedio crítico permite rescatar,
entre otros, el tradicionalismo de Ricardo Güiraldes y
Guillermo E. Hudson; el preciosismo de Enrique Larreta; y el
mester de juglaría de Enrique Banchs.
De 1900 a 1940
La primera generación consolidada dentro
de la literatura argentina es, sin duda, la de los
Martinfierristas (c. 1922). El movimiento
aporta una doctrina intelectual en la que confluyen sendas
corrientes representativas: la de Florida, adscripta al
ultraísmo con Oliverio Girondo, Jorge Luis
Borges,Leopoldo Marechal y Macedonio Fernández y la de
Boedo, impresionada por el realismo ruso
con Raúl González Tuñón, César
Tiempo y
Elías Catelnuovo. De todos ellos, sobrevive Ricardo E.
Molinari, de estilo clásico, lírica y
preciosista.
Al filo de esa década y comienzo de la
siguiente, se insertan los Novísimos, una promoción de poetas: Arturo Cambours
Ocampo, Carlos Carlino y José Portogalo, narradores:
Arturo Cerretani, Roberto Arlt, Luis María Albamonte y
Luis Horacio Velázquez y dramaturgos: Roberto Valenti,
Juan Oscar Ponferrada y Javier Villafañe. Este grupo postula
la reflexión filosófica del hombre y la
restauración de la escencia de la
argentinidad.
De 1940 a 1960
La Generación de 1940 se centra en la
poesía,
donde desarrolla lo descriptivo, lo nostálgico y lo
memorioso con Vicente Barbieri, Olga Orozco, León
Benarós y Alfonso Sola Gonzáles. Los narradores se
alinearon en el idealismo:
María Granata, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar
y Manuel Mujica Láinez y el realismo:
Ernesto L. Castro, Ernesto Sábato y Abelardo Arias con
algunos toques urbanos y costumbristas: Joaquín
Gómez Bas y Roger Plá. No abundan los ensayistas:
Antonio Pagés Larraya, Emilio Carilla y Luis Soler
Cañas.
Hacia 1950 surge otro hito: el
Neohumanismo, que es una respuesta al nuevo estado del
pensamiento de
postguerra. En un andarivel corren los vanguardistas: Raúl
Gustavo Aguirre, Edgar Bayley y Julio Llinás; en otro, los
existenciarios: José Isaacson, Julio Arístides y
MiguelÁngel Viola; más allá, quienes
concilian ambas tendencias con un soporte regionalista: Alfredo
Veirabé, Jaime Dávalos y Alejandro Nicotra. En los
narradores encontramos testimonios candentes de laépoca:
Beatriz Guido, David Viñas y Marco Denevi. Se percibe, en
la mayoría de estos escritores, una fuerte influencia de
la poesía
anglosajona e italiana.
De 1960 a 1990
Nueva cesura generacional en 1960. Las
influencias son heterogéneas: Sartre, Camus,
Eluard; algunos españoles, como Celaya; y connacionales
como Borges, Arlt,
Cortázar y Marechal. Dos tendencias se advierten: el
rastreo del tiempo
metafísico y la historicidad: Horacio Salas, Alejandra
Pizarnik y Ramón
Plaza y las convulsiones urbanas y sociales: Abelardo Castillo,
Marta Lynch y Manuel Puig. Los años setenta son oscuros
para la creación intelectual. El signo de laépoca
es el exilio: Juan Gelman y Antonio Di Benedetto o la muerte:
Roberto Santoro y Harolodo Conti.
Algunos poetas: Agustín Tavitiány
Antonio Aliberti, narradores: Osvaldo Soriano y Fernando
Sorrentino y ensayistas: Ricardo Herreray María Rosa Lojo
sobresalen entre las vicisitudes y renuevan el campo de las ideas
éticas y estéticas. Nuevamente son sus referentes
Eluard, Eliot, Montale y Neruda.
La década actual de los noventa
señala el reencuentro de los sobrevivientes de las
distintas generaciones, en una coalición intelectual de
revisión de valores y
textos, frente a un final de siglo enigmático pero
esperanzado.
Romanticismo
Frente al racionalismo
ilustrado y positivista que imperaba en la Europa del siglo
XVIII, el romanticismo
surgió, arrollador y vital, como un movimiento de
exaltación del hombre, la
naturaleza y
la belleza, y como expresión del espíritu de
rebeldía, libertad e
independencia
que dominó todas las áreas del pensamiento y
la creación artística a lo largo de la segunda
mitad del siglo XVIII y primera del siglo XIX.
El uso de la palabra romántico se
remonta al siglo XVII, época en que en Francia e
Inglaterra, se
aplicaba determinado tipo de creación poética -el
roman o romant-, heredera de los romances medievales y de los
cuentos y
baladas que florecieron en la Europa meridional
durante los siglos XVI y XVII. La fascinación por lo
misterioso y sobrenatural y la atmósfera de
fantasía y heroísmo que dominaban estas
composiciones enriquecieron el ámbito semántico del
término que, símbolo de la nueva estética,
encontró sus primeras manifestaciones, eminentemente
literarias, en los movimientos prerrománticos
británicos y alemanes de fines del siglo XVIII, para
alcanzar su máxima plenitud en toda Europa iniciado
ya el siglo siguiente. La segunda mitad del siglo XIX
marcaría el inicio de la decadencia general de los
postulados románticos, disgregados en una fase final de
eclécticismo.
Características generales
El romanticismo fue
una reacción frente a la tradición establecida;
propugnaba la emancipación del individuo, cuyos rasgos
particulares parecían correr el peligro de disolverse en
la colectivización social creciente. Lo subjetivo, lo
irracional y lo imaginativo empezaron a abrirse paso en un
movimiento que
planteó un giro total hacia lo humano, la naturaleza y la
belleza inalcanzable, ideal y sublime. Los artistas
románticos buscaron una huída de la realidad
circundante, en busca de los territorios menos explorados, dando
rienda suélta a la fantasía, la emoción y el
encuentro con la naturaleza y la
historia
remota.
En política se
desarrollaron vivamente los nacionalismos que buscaban los rasgos
peculiares de los pueblos y rechazaban la uniformidad del
dominio
imperial tal como había sido concebido por
Napoleón. En su reacción frente a la etapa
anterior, el romanticismo
planteó una ruptura con el equilibrio
racional y objetivo que
había establecido el clasicismo del siglo XVIII:
así, se planteaba una dualidad entre lo clásico y
lo romántico, que no sólo pertenece a un
período concreto de la
historia, sino
que es, más bien, una dualidad entre dos modos de ver el
mundo, dos mentalidades distintas.
Romanticismo Literario
La literatura hispanoamericana se hace
romántica por influjo de Europa. El 9 de
diciembre de 1824 se libra la batalla de Ayacucho, que
señala el fin de las guerras de
independencia
y, por ende, de la dominación española, y del
establecimiento de las repúblicas. Los territorios que la
Península poseía en América
-excepto Puerto Rico y
Cuba– nacen a
la vida libre y se definen desde el punto de vista
histórico, social y natural.
Desde la década del 10 hasta 1870, la
sociedad sufre
cambios de importancia: queda bolida la esclavitud y la
servidumbre de los indios; en el orden económico, se
implanta el sistema liberal;
se propician reformas educativas y se fundan escuelas; desde el
punto de vista filosófico, es decisiva la influencia de
Francia,
Inglaterra y
Alemania. El
siglo XIX está dominado por el positivismo
que sólo reconoce el método
experimental y acepta como verdadero lo que puede comprobarse
mediante la observación.
El Romanticismo,
primer movimiento
literario en la vida libre del Nuevo Mundo, llega a América
a través de dos vías:
– La del Atlántico, con el escritor
argentino Esteban Echeverría
(1805-1851);
– La del Pacífico, con los literarios
españoles Fernando Velarde (1821-1880) y José
Joaquín de Mora (1782-1864).
Esteban Echeverría viaja a París en
1825 con el objeto de iniciar estudios de Física, Química, Matemática
y otras ciencias, pero
se siente atraído por la literatura, especialmente por la
poesía que se cultiva en esa época y a ella se
entrega. Cuando regresa a Buenos Aires, en
1830, ya es un poeta que no oculta su admiración por
Chateaubriand, Lamartine y Víctor Hugo. Los jóvenes
que comulgan con la nueva orientación estética,
reciben de él un Romanticismo de sello
auténticamente francés.
Su poema Elvira o La novia del
Plata (1832) inagura el Romanticismo en las letras
argentinas, que no sólo se anticipan así a los
demás países de lengua
española, sino también a España, ya
que su primera obra romántica, El moro
expósito, de Ángel Saavedra Ramírez de
Baquedano, duque de Rivas (1791-1865), data de 1833. De la
Argentina, el movimiento se
extiende a Chile y al
Uruguay.
La segunda vía, la del Pacífico,
introduce un Romanticismo de signo español, José
Joaquín de Mora llega a la Argentina en 1826 y permanece
aquí hasta la caída de Rivadavia; va, entonces, a
Chile, desde
donde viaja a Bolivia;
más tarde, visita el Perú.
Sus Leyendas españolas, en las que
late el espíritu byroniano, son verdadero modelo para
sus émulos.
Velarde reafirma los principios de
Mora, pero, a diferencia de éste, es poeta grandilocuente
y desbordante, y se lo respeta y admira como
maestro.
Divulga su poesía en Cuba,
Perú, Ecuador, Bolivia,
Chile,
Colombia y
Guatemala, y,
muy pronto, se convierte en ídolo de la juventud.
Carlos Guido y Spano
(1827-1918)
Carlos Guido y Spano es el poeta que marca la
transición, en la Argentina, del Romanticismo al modernismo.
Vida
Nació en Bs. As. en 1827, y jóven
aún, viajó a Río de Janeiro, donde su padre
desempeñaba el cargo de enviado extraordinario y
plenipotenciario del Gobierno de
Rosas.
Allí comenzó su obra literaria.
Regresó a Bs. As., pero al poco tiempo
viajó a Francia, donde
había fallecido misteriosamente un hermano suyo.
Participó en las jornadas de la revolución
de 1848, en favor de los grupos
democráticos, viajó por Portugal, Inglaterra y
Francia y
regresó a su ciudad natal inmediatamente después de
la caída de Rosas.
Comenzó entonces su participación
en la vida cívica y pública, que en una oportunidad
lo forzó a exiliarse en Montevideo.
Contrajo nupcias con Sofía Hynes, y al
regresar a Bs. As., apoyó con sus escritos la
posición del Paraguay en
política
internacional, en contra de la actitud de
Mitre.
Editó su primer libro de
versos, Hojas al Viento (1871), actuó
meritoriamente en la lucha contra la epidemia de fiebre amarilla
(1871), perdió a su esposa y fue director del Archivo General
de la Nación.
Contrajo luego segundas nupcias con Micaela
Lavalle, sobrina del General Lavalle, y editó un libro de
prosas, Ráfagas (1879), en dos volúmenes,
que recogía toda su anterior obra periodística y de
ficción o ensayo.
Ocupó sucesivamente varios cargos
públicos, de relativa importancia, hasta que dió a
las prensas su segundo volúmen lírico, Ecos
Lejanos. Pocos años después, se jubiló
como funcionario del Estado, y se
retiró de la vida pública a causa de una enfermedad
que lo postró en su lecho durante casi un cuarto de
siglo.
Murió en Bs. As. en 1918, de 91
años de edad, rodeado del afecto de sus
conciudadanos.
La Poesía de Carlos Guido y
Spano
Carlos Guido y Spano asistió en vida a
todo el proceso de
desarrollo y
extinción del Romanticismo en la Argentina. Su
extraordinaria longevidad lo convirtió en
contemporáneo del Romanticismo, el realismo, la
literatura gauchesca, la generación del '80, y por
último, del modernismo.
Fué el testigo de casi un siglo entero de actividad
estética Argentina.
Iniciado tempranamente en la poesía -con
unas piezas en portugués perdidas- hizo traducciones y
escribió composiciones originales que publicó en
periódicos de la época.
Olegario Víctor Andrade
(1839-1882)
Andrade está considerado por algunos
críticos como el mayor poeta lírico del segundo
período romántico en la
Argentina.
Vida
Nació en Alegrete, Brasil en 1839,
hijo de padres argentinos, de modo que, después de la
caída de Rosas, le
correspondió la ciudadanía argentina por una
ley del
congreso (1857) que contempló en general los casos de
hijos de argentinos nacidos en la
expatriación.
Regresó con su familia a
Gualeguaychú, concurrió a una escuela de
primeras letras, donde reveló ya su precocidad literaria.
A los nueve años compuso una alocución
patriótica en la escuela, y
jóven aún, inició sus estudios de segunda
enseñanza en el colegio de Concepción del Uruguay, que
más tarde pasaría a denominarse Colegio Nacional
del Uruguay. Se
retiró de este establecimiento sin haber concluído
sus estudios, poco después de obtener el premio de
literatura, y elocuencia en un certámen
escolar.
Contrajo matrimonio con
una dama uruguaya, se inició como periodista profesional,
intervino en política a favor de
Urquiza, y por fin se trasladó a Bs. As., donde
continuó su carrera periodística.
Fundó y dirigió el periódico
"La Tribuna Nacional", y ese mismo año
escribió su poema más famoso, "El nido de
cóndores", que fue leído en una velada del
Teatro
Colón, realizada para promover la prepatriación de
los restos del gral. San Martín desde Francia.
Fué elegido después diputado por
Entre Ríos al congreso nacional, y al mismo tiempo que sus
compromisos cívicos, se siguió dedicando a las
letras y publicó otros tres cantos importantes: San
Martín: Canto lírico; Prometeo, y
Atlántida: Canto al porvenir de la raza latina en
América.
Murió víctima de un ataque
cerebral, pocos meses después de haber sido reelegido como
diputado nacional (1882).
El Poeta
Está considerado como un gran
lírico, y su figura ha sido colocada algunas veces al lado
de Echeverría y Mármol. Fue un artista de
precocidad excepcional en nuestro país, y cultivó
preferentemente los motivos históricos y
patrióticos, con los que se había iniciado en sus
años de estudiante. Pese a su exagerada entonación
declamatoria, son sin embargo versos de algún valor, o en
todo caso, deben ser considerados como el tributo juvenil al
aprendizaje.
Al venir a establecerse en Bs. As., se inicia la
segunda etapa de su poesía. Esta es la época de los
grandes cantos de Andrade, que lo llevaron a la
culminación de su fama y le valieron en algún
momento el calificativo de "poeta nacional", título que
era realmente excesivo para el artista, y que quizás por
eso mismo fue propuesto en otras oportunidades para Obligado,
Carlos Guido y Spano y Hernández.
Las obras poéticas de Andrade ocupan un
sólo volúmen.
Estilo
Casi todos estos poemas
están conseguidos en forma de arrebatos de
grandilocuencia. La tensa inspiración estalla de estrofa
en estrofa, con una suerte de desmesura que ha envejecido
notablemente a estas piezas. Parecía obsedido por lo
descomunal, por el gigantismo expresivo e imaginativo, y en no
pocos versos confunde lo grande con la
grandeza.
Andrade careció, evidentemente, de mesura
artística como para encausar en moldes más sobrios
y sugeridores las exresiones de su estro. Es, sin embargo, un
caso notable de fuerza
creadora, y es lástima que un completo ocio y una educación literaria
más cuidadosa no le hayan permitido colocarse en la
auténtica línea de Victor Hugo, que el poeta
argentino tanto se empeñó en
imitar.
Esteban
Echeverría
Esteban Echeverría fué el
introductor del romanticismo en hispanoamérica, el autor
del primer cuento
argentino, el ideólogo de la generación argentina
del '37, el más importante poeta del primer romanticismo
en el Río de la Plata, el introductor del tema del
desierto y del indio en la literatura argentina, y uno de los
mayores autores románticos en
hispanoamérica.
Nació en la ciudad de Buenos Aires en
1805 y falleció en la ciudad de Montevideo en
1851.
Domingo Faustino
Sarmiento
Sarmiento es el mayor prosista argentino del
siglo XIX. Fue, sobre todo, ensayista, y dentro de este
género, una figura de importancia
continental.
Nació en San Juan en 1811 y murió
en Paraguay en
1888.
Jorge
Isaacs
Isaacs es el autor de la más popular y
acaso la mejor novela
hispanoamericana del siglo XIX:
María.
Nació en Cali, Colombia en 1837.
Murió en Ibagué en 1895, a causa de una gran
enfermedad.