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Maquiavelo




Enviado por latiniando



    El renacimiento es
    una etapa histórica que, cuando menos, merece el
    calificativo de sorprendente. Hay quienes opinan que su esplendor
    es solamente el de los temas de la Edad Media
    desarrollados en otro tono; otros piensan que es un simple
    regreso a lo antiguo, con un poco de pedantería y sin
    originalidad; algunos más creen que, en efecto, es una
    vuelta a nacer, una eclosión de la luz y una
    irrupción de oxígeno al interior de un
    ámbito cultural agotado. Ernest Bloch afirma que se
    trata:

    del nacimiento de algo que el hombre no
    había concebido hasta entonces, de la aparición de
    figuras que jamás se habían visto en la tierra.
    Ellas surgieron y realizaron su obra; era una primavera, un
    nuevo comienzo

    y cita, como traductora del sentimiento del
    tiempo, una
    frase del arquitecto Alberti:" El hombre fue
    creado para actuar, la utilidad es su
    destino". Añade otra expresión –de Hutten– para
    completar el cuadro: " La ciencia
    prospera, los espíritus chocan, vivir es un
    placer."

    Bloch nos dice que la consigna de la época es
    trabajar, porque el hombre
    nuevo ya no siente vergüenza de hacerlo:

    El veto que la nobleza emitió contra el trabajo
    –por considerarlo degradante y deshonroso– fue levantado; se
    asiste al nacimiento del homo faber, quien sin conciencia plena
    del cambio
    ocurrido, transforma al mundo con su actividad
    .

    A los ojos –marxistas y heterodoxos– de Bloch, el
    fenómeno "renacimiento"
    hunde sus raíces en la economía de la
    época. Sin caer en el determinismo económico, es
    preciso reconocer los nuevos hechos en este ámbito de la
    vida humana. Es el inicio del capitalismo:

    la burguesía citadina, aliada a la realeza,
    que se encamina hacia el absolutismo,
    pone fin al feudalismo
    caballeresco. Triunfan los esfuerzos que, en Italia, durante
    los siglos XIII y XIV, se tradujeron en revueltas de
    artesanos… los Médici crean en Florencia el primer
    banco. Las
    empresas
    manufactureras se imponen sobre las artesanales; se comienza a
    calcular costos, puesto
    que ya no sólo se trata de aprovisionar el mercado local,
    sino de expedir productos a
    puntos lejanos… el Renacimiento
    parte de Italia. Ella
    aporta dos hechos nuevos: la conciencia del
    individuo que se desarrolla a partir de la economía capitalista
    individual, frente al mercado cerrado
    de las corporaciones; la impresión de inmensidad que
    sustituye a la imagen del mundo
    artificial y cerrado de la sociedad feudal y
    teológica.

    Es el tiempo de
    Leonardo de Vinci, el de la multifacética musa; de
    Cristóbal Colón y Magallanes. Es la victoria de
    Copérnico y de su mirada sobre la naturaleza.
    Cimabue, Giotto, Dante, Petrarca, Rafael, Miguel Angel,
    Bruneleschi, Jan Van Eyck, Bramante, Giordano Bruno y Galileo,
    Telesio, Pomponazzi, Campanella, Paracelso, Jacob Boehme, Francis
    Bacon, Kepler, Newton,
    Grocio, Bodino y Hobbes.

    La conquista del mundo, de la naturaleza,
    realiza rápidos progresos, la vida presente apasiona a los
    hombres. ( Ortega y Gasset, al hablar de la reconquista
    española contra los moros y describir los templos
    almenados que edificaban los hombres de Fernando e Isabel,
    comenta: " querían ganar el cielo sin perder la Tierra"),
    el más allá palidece y esto ocasiona una inversión de valores. Bloch
    concluye:

    la filosofía del Renacimiento ha
    servido, con frecuencia, como simple introducción al
    capítulo principal ( de la filosofía burguesa)
    consagrado a Descartes,
    cuyo cogito ergo sum era presentado como la primera
    piedra de una filosofía nueva. Esta manera de ver las
    cosas es, empero, completamente falsa. Descartes tuvo
    predecesores que fueron mucha más que
    predecesores.

    Maquiavelo es un hombre de esta
    época. Si su vida, sus obras y los debates en torno a su obra
    no plantearan el problema del fin y los medios, es
    decir, el problema de las relaciones entre política y moral o
    ética,
    tal vez el estudio de este hombre no
    merecería un esfuerzo mayor al de una hora de lectura
    curiosa y poco o muy apasionada. Pero lo primero que hay que
    decir, y de lo que " hay que persuadir a lo no-italianos", es que
    se trata de problemas
    mucho más complicados de lo que siempre se ha pensado al
    plantearlos.

    Las frases célebres a las que la ignorancia
    disfrazada de erudición reduce el pensamiento de
    Maquiavelo no son
    las reglas de la política eterna. Es
    necesario percatarse de que no sería posible explicar a
    Maquiavelo si se
    abstrae o separa su vida de sus obras. Y la vida de este hombre es una
    de las más gravemente deterioradas por los
    biógrafos que
    suelen operar como si fuesen "cirujanos plásticos"
    y no historiadores. Casi resulta paradógico, pues se trata
    de un hombre que
    enseñaba a preferir "la verdad de hecho de las
    cosas".

    De su vida se han hecho condenas o defensas y se ha
    caído en el error de confundir los problemas de
    Maquiavelo con
    los que Maquiavelo
    plantea a quien lo lee.

    Además, en este caso como en otros
    análogos, es preciso referirse a lo que el mismo dijo,
    antes de juzgarlo. Haremos continuas citas. Lo cierto, para
    comenzar, es que, pese al juicio final que estimamos acerca de su
    obra, se trata de un personaje extraordinario,

    cuyo pensamiento es
    piedra de escándalo a cuatro siglos de distancia… un
    hombre
    honrado por Bacon y Spinoza; un hombre al que Voltaire hizo
    refutar por Federico II; un hombre al que Kámenev y
    Vichynsky citaron ante la barra de los procesos en
    Moscú …

    ¿ A qué se debe esa permanencia, ese punto
    de referencia constante, ese recurrir cíclico a Maquiavelo ? Tal
    vez el fenómeno tenga su origen en la actualidad perenne
    del problema del Estado, del
    poder, del
    vínculo entre gobernantes y gobernados, o de la
    enunciación totalitaria –de derecha o de izquierda– de
    la famosa "razón de Estado" que
    sirve para justificar los excesos de cualquier poder
    exacerbado contra las personas. ¿ Qué es esta
    razón de Estado?

    un concepto
    híbrido en el que se mezcla todo lo que Maquiavelo
    reveló acerca de la autonomía de la política y de los
    estímulos que actúan sobre el príncipe y
    sobre el Estado,
    más la herencia
    racionalista del despotismo ilustrado… La razón para
    Maquiavelo, no es más que instrumento, rigor en la
    acción, previsión, olfato político,
    intelección de situaciones, astucia y no luz… es la que
    afila a la fuerza; es
    instrumento no guía.

    Es Maquiavelo quien repite que, si los hombres
    fueran buenos, el príncipe sería recto
    también. Entonces es preciso plantearse una pregunta o,
    mejor dicho, dar cabida a una sospecha. No sabemos si Maquiavelo
    postula con pena la necesidad de la astucia y de la
    crueldad calculada, o si, por el contrario, goza en modo
    malsano
    al descubrir que la astucia y la violencia

    se vuelven necesidad y, por tanto, están
    permitidas y abren campo a ese combate perpetuo que Maquiavelo
    parece amar como el clima en que su
    propia
    virtú puede expresarse y
    mejorarse.

    En cualquier caso, como veremos, no es fácil
    comprender, y mucho menos juzgar, a Maquiavelo. Menos aún
    refutarlo –dice Georges Mounin–, aunque esta tarea es
    algo

    que todo el mundo ha soñado hacer, lo que
    todo el mundo desea y, sin lugar a dudas, lo que es necesario
    hacer.

    Maquiavelo, como todos nosotros, estaba hecho –si se
    nos permite emplear el término bíblico– de
    tierra. Pero,
    en realidad, como cada uno de nosotros, estaba hecho

    de su tierra,
    aquella en la que nació, en la que se han ido perdiendo a
    lo largo de los siglos los restos de los suyos.

    Nicolás Maquiavelo fue un florentino y, por
    tanto, un italiano y un europeo. Veamos más de cerca,
    pues, la tierra de
    que estaba hecho este hombre, nacido en Florencia el 3 de Mayo de
    1469, hijo de Bernardo y Bartolomea, hermano menor de Primavera y
    Margarita.

    Para entonces, Erasmo tenia dos años y Leonardo
    de Vinci 17. Nicolás pasa su adolescencia
    como testigo de acontecimientos notables. Ejemplo: el complot de
    los Pazzi contra el nieto de Cosme de Médicis, el fracaso
    de la conjura; la detención de los culpables y su tortura;
    el cadáver de Jacobo Passi, arrastrado por Florencia atado
    a la cuerda de la que fue colgado por los pies, del balcón
    del Palacio Viejo, y luego arrojado al río
    Arno.

    Europa, entonces,
    tiene nombres sonoros: España,
    Francia,
    Inglaterra y
    Alemania. Los
    españoles están en la fase definitiva de su lucha
    contra os moros, que culmina en Granada en 1492. la
    inquisición nace en 1481. Los Ingleses celebran el fin de
    la guerra " de
    las dos Rosas" y el
    inicio de la dinastía Tudor, de la que formará
    parte Enrique VIII. Los franceses están unidos bajo Luis
    XI y se preparan para sus luego largas guerras en
    Italia contra los
    españoles, quienes los derrotan definitivamente en
    Pavía en 1525, fecha en que Carlos V ya es Emperador de
    Alemania y sus
    soldados instalan establos en los templos de Roma. Los
    alemanes –bajo el Sacro Imperio Romano
    Germánico– son como los italianos pero sin Papa, es
    decir, están divididos en pequeños Estados y los
    gobierna un emperador sin poder real.
    Lutero comienza su lucha en 1517, cuando Maquiavelo tiene 48
    años.

    A las puertas de esta Europa, los
    otomanos, de quienes Maquiavelo sabrá poco. Sin embargo,
    en el conjunto político mundial ocupan lugar importante y
    se les teme, se comercia con ellos y no faltan voces que hasta
    pidan una cruzada. Tienen buen ejército y poderosa marina,
    bien implantados respectivamente en Belgrado (Yugoeslavia) y
    Rodhas (Grecia), son
    los dueños de Alejandría.

    En cuanto a Italia, hacia
    1490 no es más que una constelación de
    pequeños Estados que se constituyen y se disuelven
    constantemente. Un recuerdo de la época lo constituyen hoy
    día la República de San Marino y el Principado de
    Mónaco. pero lo mismo, o algo semejante, eran entonces
    Boloña, Forli, Inola, Urbino, Mantua, Parma, Perugia,
    Siena, Génova, Nápoles y Milán. En
    términos generales, quedan cada vez menos comunas
    medievales, verdaderas repúblicas.

    Es la época de los condottieri, militares
    por vocación y emprendedores de guerras a
    destajo, quienes fácilmente mueven a sus tropas contra sus
    propios pagadores y financieros con el objeto de apoderarse de
    uno que otro Estado para su
    provecho personal, aunque
    fueran ya dueños de otro. Sicilia y Cerdeña
    pertenecían a España
    desde 1282. El ducado cuya capital era
    Turín jamás se sintió italiano. Maquiavelo
    escribe de este mundo atomizado:

    La Iglesia nunca
    fue lo bastante poderosa como para apoderarse de toda Italia, pero si
    lo suficiente como para impedir a otro ocuparla. Por eso este
    país no ha podido unificarse nunca bajo un
    jefe.

    Hay cinco estados mayores, astros de superior magnitud:
    Venecia, Nápoles, Milán, Roma y
    Florencia.

    Venecia es todavía una "gran potencia". Su
    "dogo" (dux) inamovible y su Gran Consejo le dan forma de
    aristocracia añeja. Mounin hace notar que a ese Consejo
    sólo tienen acceso los representantes de familias que ya
    eran ricas en 1297. Venecia es dueña de buena parte de los
    puertos del Adriático ubicados en la costa dálmata,
    pero comienza a sentir los contragolpes de la llegada de los
    turcos a Constantinopla y, más tarde, los de las nuevas
    rutas al Asia y al Nuevo
    Mundo. República marina agresiva, siempre ávida de
    puertos, Venecia es temida, "es decir, odiada, por todos en
    Italia".

    En cuanto a Milán, es propiedad de
    los Sforza, vencedores de los Visconti. Allí reina
    Ludovico el Moro, quien anima a los franceses contra los
    españoles. Es un Estado potente
    y combativo, más rico económicamente que
    Florencia.

    En cuanto a Roma, capital de los
    Estados Pontificios, debe recordarse que se encuentra bajo el
    Papa Alejandro VI (Borgia) y que sus territorios van desde el Po
    hasta Gaeta. Se trata de un Estado feudal de naturaleza
    confusa, dentro del cual de hecho, "los miembros de las familias
    nobles tienen tanto poder como son
    capaces de imponer por la fuerza. Es una
    de las épocas más tristes de la Iglesia
    católica pues, como los recursos materiales del
    papado se ven reducidos en toda Europa, y, al
    mismo tiempo, las
    ambiciones económicas no tienen freno,

    se venden cada vez más todas las dignidades
    pontificias, los cardenalatos –hasta en 100 mil ducados, y
    más– y luego las indulgencias. Alejandro VI
    llegará a hacer envenenar con cierta regularidad a uno u
    otro cardenal cada vez que necesita 100 mil ducados, lo que
    aprovecha también para confiscar, la noche misma del
    deceso, toda la herencia en
    dinero y
    bienes que
    encuentra en Roma.

    El negocio es próspero y permite mantener
    ejércitos que dan al Papa gran peso diplomático y
    autoridad para
    dirimir en su provecho, como árbitro, muchas querellas
    italianas.

    Nápoles, muerta ya la reina Juana, es un reino
    ocupado por españoles. Impera una dinastía de
    origen bastardo, encabezada por Fernando I ( Ferrante, hijo
    natural de Alfonso el Magnánimo),

    un monstruo de crueldad en un siglo en que la
    marca es
    difícil de batir
    .

    Administrador
    capaz, Fernando encarna al último Estado puramente feudal
    de Italia y al

    mayor peso militar en la balanza italiana, al menos
    en los que toca a asuntos no marítimos.

    Nos queda por ver Florencia, donde todas las antigua
    estructuras
    comunales son respetadas, pero donde la República –como
    en su tiempo
    decía Julio Cesar no era ya sino una palabra. Todas las
    viejas formas estaban amañadas y arregladas para asegurar
    la dominación de los Médicis, vieja familia que,
    gracias a su dinero,
    obtiene el poder con
    Cosme el Viejo, a quien suceden Pedro el Gotoso y Lorenzo el
    Magnífico. Este último fallece en 1492,
    después de esforzarse, a punta de florines, por mantener
    el equilibrio
    entre los estados Italianos. Todo se arruinará por obra y
    gracia de las tropas francesas.

    Florencia expulsa luego a Pedro II de Médicis, a
    quien considera culpable de haber defendido con demasiada
    suavidad los intereses de la ciudad ante el Rey Carlos VIII de
    Francia.
    Entonces se restablece la república,

    con una constitución reconocida por Jerónimo
    Savonarola: aquella sobrevivirá al patíbulo del
    monje y regirá a la ciudad hasta la caída de
    Maquiavelo en 1512.

    A partir del siglo XIII, en principio, Florencia es una
    república. En la práctica, todas sus instituciones
    funcionan en beneficio de los ricos, a pesar de las luchas de los
    pobres. Ya desde la Edad Media,
    Florencia conoce algo del "capitalismo".
    La ciudad-Estado

    juega un papel
    importante en la elaboración y la exportación de seda y de lana y, sobre
    todo, se vuelve un centro bancario. Apoyados por una red extraordinariamente
    densa de filiales, los bancos
    florentinos controlan una gran parte del comercio
    mundial y, por sus préstamos a diversos soberanos, tienen
    una importante fuerza
    política.

    ¿ Qué hacen los Médicis para poder
    controlar políticamente a una ciudad-Estado que se ha dado
    instituciones
    republicanas ? Algo simple: ubican en todos los puestos clave de
    la administración republicana a personas que,
    prácticamente, son empleados suyos. Luego ponen en marcha
    las instituciones,
    deterioradas por años de pugnas. Vale la pena mirar con
    mayor atención estas instituciones
    y su evolución, pues en el marco de ellas se
    desarrollarán la actividad y la reflexión de
    Maquiavelo. Interesan porque, aunque su funcionamiento parezca
    complicado, y lo sea, su objetivo es
    lograr la máxima garantía de que el poder no quede
    en manos de una sola persona.

    En primer lugar conviene aclarar que las llamadas
    "repúblicas" no son, de ningún modo,
    democráticas. En ellas quedan fuera del ámbito de
    la toma de
    decisiones todas las personas que hoy tenemos la costumbre de
    agrupar bajo el nombre de "pueblo", es decir, obreros, artesanos,
    pequeños comerciantes, campesinos y algunos profesionales.
    Lorenzo el Magnífico –el más brillante de los
    Médicis– decía de ese "pueblo" lo
    siguiente:

    No hay nada de genio en las gentes menudas que
    trabajan con sus manos, y que no disponen del tiempo libre
    necesario para cultivar su inteligencia.

    El poder lo tiene la burguesía, pero no cualquier
    tipo de burguesía, sino una curiosa mezcla que incluye
    familias de la nobleza antigua y familias surgidas del pueblo,
    casi en proporciones iguales. Los ciudadanos –los que tienen
    derecho a intervenir en los asuntos públicos–, no son
    todos burgueses. los burgueses no todos son ciudadanos. mandan
    los "maestros de oficios", a través de sus corporaciones (
    arti maggiori y arti minori), que son estructuras
    profesionales y de castas privilegiadas, a las que se puede
    pertenecer por herencia o
    ejercicio. En la ciudad –60-80 mil habitantes– sólo hay
    unos mil ciudadanos. Hay activos y pasivos, es decir, los
    que pagan impuestos –y
    pueden ejercer derechos– y los que no los
    pagan y carecen de aquellos.

    El poder se organiza en forma muy complicada. En tiempo
    de Maquiavelo, por ejemplo, existe un Gran Consejo, del que
    prácticamente forman parte todos los que tienen derechos ciudadanos. Debajo
    de éste, se encuentra el Consejo de los 80, que, como es
    lógico suponer, resulta más cómodo y
    práctico para hacer frente a los asuntos corrientes que el
    Gran Consejo. El gobierno se llama
    Señoría. lo forman los representantes de las
    arti maggiori, que en número de 9, se reúnen
    con el Justicia,
    representante supremo del Estado. Los nueve van rotando con una
    periodicidad de dos meses. Para asegurar el sistema –cuyo
    objetivo
    muchas veces declarado es impedir que un ciudadano "se eleve por
    encima de los demás"– la ley establece que
    el jefe supremo de las fuerzas armadas no sea florentino, sino
    "extranjero, noble y procedente de un país distante al
    menos cuarenta leguas".

    El sistema
    está basado, hasta cierto punto, en la desconfianza y, por
    esa razón, se postula que hay que hacer pasar por los
    cargos públicos al mayor número posible de
    ciudadanos activos.

    para evitar alianzas hegemónicas, los sistemas de
    elección para los cargos son de lo más sofisticado
    y cambian al menor signo de descontento o sospecha. En todos se
    combina la suerte con la elección. Por ejemplo, para una
    función dada, todos los nombres de los aspirantes
    elegibles se introducen en una bolsa, luego se extrae de ella un
    número igual a dos o hasta cinco veces el necesario; de
    éstos, se sortea un número determinado previamente
    y, entre los que quedan, finalmente se elige. Además tanto
    el Gran Consejo como el Consejo de los 80, rigen reglamentos
    sumamente estrictos.

    Maquiavelo era hijo de un notario medianamente
    acomodado. la familia es
    gibelina, pero luego se hace güelfa. El autor, en sus
    Historias Florentinas, reflexiona sobre los cambios que las
    revueltas constantes introducen en la vida social. No deja de ser
    un tanto escéptico:

    . . . el efecto más común de las
    revoluciones que padecen los imperios es hacer pasar a
    éstos del orden al desorden, para inmediatamente
    después devolverlos al orden…

    Quizá le faltó aclarar que el
    primer orden es diverso al último y reflexionar sobre la
    diferencia entre ambos.

    Y Maquiavelo es testigo de no pocos cambios violentos. A
    partir del siglo XIII, la ciudad es, en principio una
    república. En la práctica, las instituciones
    sirven a los más acomodados ( il popolo grasso ).
    Los 80 del Consejo representan, en la vida común, los
    intereses de la banca, el
    comercio y la
    industria, y,
    en ocasiones, hasta de los del comercio en
    pequeño y los artesanos. El Gran Consejo elige a los
    magistrados que forman la Señoría, pero la dirección efectiva –el poder– está
    en manos de aquellos 80.

    ¿ Cómo se llegó a esa
    República ? Para saberlo, es preciso decir algo de los
    Médicis, vieja familia de
    agricultores toscanos que llegan a ser prósperos banqueros
    en el crepúsculo de la Edad Media,
    cuando las luchas entre partidos ya minaron las viejas estructuras
    comunales y abren el camino al sólito "hombre
    fuerte".

    En la Florencia de los primeros años del siglo
    XV, la fachada es republicana, pero el poder se ejerce en las
    casas de la nueva aristocracia. Cosme el Viejo, abriendo sus
    repletas arcas, se hace del mando hacia 1435. Comienzan
    así tres siglos que verán Médicis en todas
    las cortes de Europa y en el
    trono pontificio. Un día, Cosme autoriza un
    préstamo de cien ducados a un monje llamado Tommaso
    Parentucelli. El riesgo dio
    frutos: Parentucelli llegó a ser Papa ( Nicolás V )
    y convirtió a los Médicis en banqueros de la Santa
    Sede. En 1464, cuando muere Cosme, la Señoría hace
    inscribir sobre su lápida: "Al Padre de la
    Patria".

    Lo sucede Pedro el Gotoso, su hijo, que no tiene la
    energía de su padre, pero si una gran habilidad política. Vence a sus
    opositores y ¡ no los condena a muerte!
    Fallece en 1469. heredan el poder sus hijos Lorenzo y
    Julián. Este tiene el título, aquel gobierna. En la
    sombra, la conjura amenaza. Son sus competidores –los banqueros
    Pazzi– quienes urden, con el apoyo del Papa Sixto IV ( quien
    había quitado a los Médicis las finanzas
    vaticanas), y del rey Ferrante de Nápoles. El 26 de abril
    de 1478, en la catedral de Florencia, los conjurados atacan.
    Muere Julián. Lorenzo se hace fuerte en la
    sacristía.

    El pueblo se entera y toma partido por los
    Médicis. Lorenzo vence y la represión es feroz. El
    joven banquero y amante de las artes retoma las riendas y, de
    "primer ciudadano", se transforma en "Señor". Diez
    espadachines selectos lo acompañan a todas partes.
    Subordina a sí a la Señoría y a los
    Consejos, a través de un consejo de 70 miembros, que
    sólo dependen de él. Se adueña del poder
    total en Toscana y emprende una obra diplomática notable.
    Entre finanzas
    privadas y administración
    pública –imprecisos los límites entre ambas–
    encuentra tiempo y dinero para
    el amor, las
    artes y el mecenazgo. Sus versos bastarían para asegurarle
    la fama. Vibra en ellos

    un apasionado anhelo de gozar el instante que huye;
    es el reflejo de la actitud
    pagana de la corte medicea, contra el que truena, desde el
    púlpito de San Marcos, Fray Jerónimo
    Savonarola.

    Como ejemplo, citemos el primer pie de uno de sus
    sonetos: Chi vuol esser lieto, sia, di doman non v'é
    certezza
    . . . ( "Quien quiera ser feliz, séalo; del
    mañana no hay certidumbre. . .").

    Para entonces, la oposición comienza a cambiar de
    aspecto. Los florentinos comienzan a dar oídas al fraile
    dominico que denuncia la "dolce vita" de la corte
    florentina, el paganismo, la asfixia de la libertad
    ciudadana. Los médicis intentan acercarse al predicador y
    tratar con él. Fray jerónimo es rígido; para
    él, los Médicis son la causa del mal y deben irse,
    porque el castigo de Dios está cerca:

    . . . y tú, Florencia, que piensas
    sólo en ambiciones y empujas a tus ciudadanos a
    exaltarse, sabe que el único remedio que te queda es la
    penitencia, porque el flagelo de Dios ya está
    próximo.

    En 1492 muere Lorenzo. En muchas ocasiones he
    leído que Fray Jerónimo fue llamado a la cabecera
    del moribundo y que se negó a darle la absolución.
    Más que dato histórico es voz popular pero muestra el tenor
    de la fama del fraile. En realidad, Lorenzo muere lamentando no
    haber tenido tiempo para completar la biblioteca que
    hoy lleva su nombre en Florencia.

    La precoz muerte de
    Lorenzo sume a la ciudad en el luto, a pesar de todo. En Italia,
    se rompe el equilibrio
    logrado por la paciente, sagaz y adinerada diplomacia del
    Magnífico. Los franceses entran en Italia con su rey al
    frente –Carlos VIII– y Pedro, primogénito y sucesor de
    Lorenzo, cede y lo deja ocupar cuatro bastiones toscanos. Los
    florentinos se enfurecen y expulsan a los Médicis de la
    ciudad el 9 de noviembre de 1494. Fray Jerónimo no ceja, y
    menos ahora cuando ve cumplidas sus predicciones
    apocalípticas en buena parte. El pueblo — que ha vuelto a
    organizarse en partidos– lo convierte en árbitro de la
    situación. Savonarola promueve la reforma radical de las
    leyes de la
    ciudad: instaura un Monte de Piedad, legisla contra la
    disolución moral,
    organiza las "quemas de vanidades". Un día, entre el
    entusiasmo de la multitud, proclama Rey de Florencia a
    Jesucristo. Evidentemente el primer ministro era el
    fraile.

    El triunfo de Savonarola fue efímero. Las
    facciones florentinas lo desbordaron y el Papa Alejandro VI
    ayudó a que así fuese. Fray Jerónimo va a la
    hoguera en la Plaza de la Señoría. No quiso
    enardecer a la multitud en su favor. El proceso —
    previa tortura– fue amañado. ( era axioma de la
    época que dove il motivo di procedere non c'é,
    bisogna fabricarlo,
    es decir, " donde no haya motivo para
    proceder, hay que fabricarlo".) acusación capital:
    haberse atribuido el don de profecía. Además:
    herejía, cisma, rebeldía… diecisiete cargos. Un
    eclesiástico le dice: " te separo de la Iglesia
    militante. . . y de la triunfante". El fraile responde: "
    Sólo de la militante; la otra no depende de ti". Reza el
    Te Deum … antes que él muere fray Silvestre y fray
    Domingo, sus hijos espirituales y seguidores. … Fray
    Jerónimo pide a la multitud que ore por él … reza
    el Credo … arde …

    La recién renacida república de Florencia
    vive un momento difícil y una situación
    precaria.

    Respecto de Fray Jerónimo, Maquiavelo
    escribió en 1497 una carta en la que
    refiere, con " amargo y desilusionado sarcasmo", algunas de las
    homilías de Savonarola. Maquiavelo acusa al dominico de
    haber querido hacer un partido político a partir de una
    idea moral,
    dividiendo a la humanidad en dos bandos: " uno que milita con
    Dios, el suyo; y otro con el Diablo, el de sus adversarios. . ."
    además, lo tacha de oportunista y le da, en El
    Príncipe
    , el título de "profeta desarmado",
    incapaz de construir algo durable, justamente porque no quiere
    afrontar la realidad. Maquiavelo es un teórico del
    triunfo, no del martirio. Savonarola dice a los hombres
    cómo deben ser. Maquiavelo tratará de mostrarles
    cómo son.

    Cuando Savonarola muere, en 1498, el esplendor de
    Florencia está opacado. La caída del fraile
    ocasionó cambios en los puestos de la administración citadina. Los
    "savonarolianos" pierden sus empleos. Maquiavelo, gracias a esto,
    puede ser electo secretario de la Segunda Cancillería, una
    especie de secretariado del Consejo de los Diez para la
    Libertad de la
    Paz.
    estos diez recibirían de la Señoría
    ciertos poderes y ciertas misiones vinculadas con lo que hoy lo
    estarían las secretarías de Relaciones Exteriores,
    de Gobernación y de la Defensa en México.
    Maquiavelo era algo así como el "oficial mayor" del
    Consejo.

    Rápidamente, Maquiavelo se ganó la
    confianza del Consejo de los Diez, por su capacidad y
    dedicación. Se le confían de inmediato misiones de
    importancia, difíciles de ejecutar.

    El mejor biógrafo de Maquiavelo –Pascale
    Villari–, describe al autor que estudiamos con las siguientes
    palabras:

    De estatura mediana, figura delgada, con los ojos
    brillantes, cabello oscuro, cabeza bien pequeña, nariz
    ligeramente aquilina, labios apretados; todo denunciaba en
    él al observador y al pensador muy agudo, pero no al
    hombre capaz de ejercer gran influencia sobre los demás.
    No podía evitar fácilmente la expresión
    sarcástica que de continuo le andaba por los labios y los
    ojos centelleantes y que le daba el aspecto de un calculador
    frío y sagaz. . . Entregóse a servir a la
    República con todo el entusiasmo de un viejo republicano
    de la antigüedad inspirado por los recuerdos de Roma, pagana y
    republicana. . .

    ¿ en qué consistió el trabajo del
    secretariado de los Diez ? Concretamente, le tocaba redactar
    numerosos textos, documentos y
    cartas: ir al
    "extranjero" para preparar el trabajo
    ulterior de los diplomáticos florentinos y, en ocasiones,
    con gran libertad de
    acción –gracias a su amistad con Pier
    Soderini, Justicia de
    Florencia– a fungir prácticamente como embajador de la
    República. Dado el deterioro de ésta –debido,
    según Maquiavelo mismo, a la lucha constante entre
    facciones, a la incapacidad de los italianos para unirse y al
    papel nefasto
    del papado– es poco lo que un negociador florentino puede
    entonces ofrecer a la contraparte.

    En esa época los diminutos Estados italianos son
    incapaces de hacer frente solos a los grandes estados extranjeros
    — como España y
    Francia–, con
    los que cada principado o ducado o república establece
    alianzas efímeras. Entre tanto, Alejandro VI trata de
    sacarle jugo a la situación para beneficiar a su hijo
    César. En el seno de esta complicada y mutante urdimbre
    política, Maquiavelo intentará salvaguardar los
    intereses de Florencia, consciente de que no es fuerte. Una idea
    yace en el fondo de su acción:

    la ruina de Italia no tiene otra causa que el hecho
    de haber descansado demasiados años en ejércitos
    mercenarios.

    El político florentino viajó cuatro veces
    a Francia a
    realizar diversas negociaciones, que van desde la petición
    de subsidios, hasta el intento de disuadir a los franceses de
    organizar un Concilio contra el Papa Julio II. Los viajes
    ilustran al secretario de los Diez, quien escribe:

    los príncipes deben hacer que otros ocupen
    los puestos que generan rencores, y guardar para sí los
    que generan agradecimiento.

    también viaja a Bolzano y a Mantua para negociar
    con el emperador alemán Maximiliano; a Trento y a
    Innsbruck, con el mismo objeto. Son misiones cuya finalidad es
    ganar tiempo y pagar el menor tributo que se pueda. Asimismo,
    ejecuta dos misiones ante César Borgia. La segunda de
    éstas fue tal vez la que dejó en Maquiavelo la
    huella más honda. Los estudiosos de Maquiavelo se
    preguntan y discuten hasta hoy si, en realidad, las misiones
    fueron tres, pero coinciden en afirmar que el hijo del Papa
    Alejandro VI inspiró al negociador florentino algunos de
    los capítulos de El Príncipe,
    particularmente el VII, en el que se encuentra todo lo que hoy
    podría calificarse de "maquiavélico":

    la justificación del crimen cuando se comete
    de modo inteligente . . . el método
    para deshacerse de una familia molesta,
    el arte de comprar a
    quienes no es posible matar ( el pueblo o los grandes) y, en
    fin, la ferocidad bien lograda . . .

    Maquiavelo desempeña otras misiones y da una
    batalla política en Florencia para convencer a Soderini y
    a la Señoría de la necesidad de constituir una
    milicia florentina no mercenaria, que se funda en 1509 y cuya
    instrucción queda a cargo del secretario. Al frente de
    ellas entra a Pisa, ciudad vencida por los de
    Florencia.

    En la historia de ese tiempo,
    escribe Mounin al esbozar un balance de la actuación
    política de Maquiavelo, se trata

    de un vencido, pero no de un fracasado. . . su
    experiencia política es real, y no es la de un subalterno
    ni la de un mediocre. Tiene valor pleno
    para su época y aporta una innegable base experimental .
    . . a sus teorías
    políticas ulteriores.

    Conviene, para cerrar el marco histórico de este
    autor, ver el modo en que perdió el trabajo y
    el poder. Los hechos se desarrollan en 1512. El Papa Julio II
    trastoca las ligas y constituye una Santa Alianza con los
    españoles contra los franceses, aliados tradicionales de
    Florencia y amigos políticos de la República
    preferidos por Maquiavelo. Venecia y Suiza colaboran con el Papa
    y la derrota de los galos se consuma en Ravena. Florencia trata,
    en vano, de permanecer neutral. Los "aliados" toman Prato, en
    Toscana, donde cometen toda clase de tropelías. Los
    confederados, para castigar la francofilia de la
    República, deciden el regreso de los Médicis y
    deponen a Pier Soderini, con la complicidad de las familias
    ricas. Con él cae su hombre de confianza, Maquiavelo,
    quien ve cómo los poderosos son capaces de cualquier trato
    con el extranjero, aun en contra de su propia República,
    con tal de salvar su situación de privilegio.

    Maquiavelo dirá luego que su ex protector
    –Soderini– fue demasiado honesto, bueno, paciente, legalista y
    humano. Cuando murió Soderini, en 1525, Maquiavelo
    escribió un epigrama en el que decía que, al ir
    Soderini a tocar a las puertas del infierno, Satán lo
    mandó, por "imbécil" al limbo, "con los
    niños nacidos muertos".

    También es cierto que Maquiavelo trató de
    congraciarse son los Médicis con el objeto de conservar su
    puesto, por medio de demostraciones de competencia
    profesional "como consejero político". No lo logró,
    pese a que dedicó El Príncipe al nuevo
    Lorenzo de medicis que gobierna Florencia, sin el talento del
    Magnífico, pero que será el padre de Catalina,
    futura reina de Francia.
    Primero lo dedica a Julián –que muere– y luego a
    Lorenzo, pero en realidad ninguno de los dos lo pudo leer. El
    Papa León X, tío de Lorenzo, recomienda a
    éste rodearse de consejeros que "no sean muy valientes ni
    muy inteligentes". El sobrino le hizo caso. El 7 de noviembre de
    1512, la ruina política de Maquiavelo es
    definitiva.

    Para colmo, en 1513 es acusado de participar en una
    conjura. Lo detienen, lo maltratan un poco y, finalmente, lo
    someten a residencia fija en su propiedad de
    San Casiano, a unos diez kilómetros de Florencia.
    Allí, por medio de la escritura,
    pasará a la posteridad gracias, sobre todo, a dos de sus
    cuarenta obras: El Príncipe ( De Principatibus), un
    manual acerca
    de cómo obtener y conservar el poder, en el marco de una
    lucha sin escrúpulos, y Discurso sobre la primera
    década de Tito Livio
    , especie de tratado en torno a la manera
    de triunfar en el marco de una política con apoyo del
    pueblo.

    Además, escribe El arte de la
    guerra,
    Historias florentinas, La Mandrágora, El asno de oro,
    Cantos de carnaval, Vida de Castruccio Castracani,
    e
    innumerables cartas e informes.

    Los "Discursos"
    constituyen un análisis sobre las mejores condiciones de
    una reflexión acerca de los inicios de la historia romana. Maquiavelo
    subraya el papel esencial
    de los tribunos romanos, quienes supieron defender eficazmente al
    pueblo de las agresiones de los poderosos. Destaca también
    la importancia que tiene la posibilidad de acusar legalmente, con
    la que el pueblo cuenta y que los tribunos pueden ejercer a
    petición popular. El autor no duda en afirmar que la
    grandeza de Roma se debió a estas formas de democracia,
    que propiciaban la virtud pública y privada, y asegura que
    la decadencia romana se explica por el abandono y el deterioro de
    las antiguas prácticas de participación popular en
    la toma de
    decisiones. La elección de los magistrados garantizaba
    el equilibrio
    entre poderosos y débiles, que se limitaban y controlaban
    de manera recíproca:

    los magistrados, quienes no debían su
    autoridad a la
    herencia, ni a
    la intriga, ni a la violencia,
    sino al sufragio libre de sus conciudadanos, eran siempre hombres
    superiores . . .

    La frase está tomada del capítulo XX,
    libro I de los
    "Discursos",
    donde Maquiavelo afirma que, gracias a los comicios, una
    República puede asegurarse de que la gobernarán
    perpetuamente sus hombres más virtuosos. En el
    capítulo anterior, el autor había demostrado
    cómo

    un Estado que comienza de manera excelente puede
    sostenerse bajo un príncipe débil, pero su
    pérdida es inevitable cuando el sucesor de tal
    príncipe es tan débil como el
    primero.

    El tema se repite en el libro II de
    las Historias florentinas, de Maquiavelo, donde
    éste describe las instituciones comunales de la antigua
    Florencia republicana.

    En cuanto a El príncipe, se trata de otro
    tipo de reflexión, con base sobre todo en las experiencias
    vividas por Maquiavelo y no tanto en las del pasado remoto. La
    investigación pretende se lo más
    objetivo
    posible. El autor

    estudia los diversos tipos de principados, las
    maneras de adquirirlos, las ventajas y los inconvenientes que de
    esto se espera obtener.

    La obra contiene una larga serie de interrogantes cuyo
    objetivo es
    dividir el tema para irlo abordando paso a paso. ¿ Se
    trata de un principado hereditario o conquistado recientemente ?
    ¿ Se obtuvo por las armas o por el
    talento ? en el fondo,

    jamás se plantea el problema de la
    legitimidad del poder . . . y hay ( en el Príncipe y los
    Discursos),
    una unidad de inspiración y de investigación. En las dos obras, la
    ideología implícita . . . es constante: igual
    visión del juego de las
    pasiones, igual teoría
    de las vicisitudes de los Estados, igual gusto por la
    política positiva. Sólo difieren las estrategias: en
    El Príncipe, el instrumento del triunfo se
    concentra en las manos de un individuo que reúne

    virtú y fortuna . . . En los Discursos, el
    control popular
    –como se practicaba en Roma– engendra la virtud y, en
    consecuencia, la fuerza del
    Estado frente a sus enemigos. Sin embargo, en los dos casos, el
    objetivo de
    la política permanece constante: se trata de fortalecer al
    Estado desarrollando su poderío y organizando las
    modalidades del ejercicio del poder. Los dos esquemas no se
    excluyen, representan dos posibilidades a las que, según
    las situaciones, darán vida las
    circunstancias.

    En la Italia de aquellos tiempos, es lógico
    suponer que aparecía más viable la hipótesis de El Príncipe que
    la de los Discursos en la medida en que estaba más
    vinculada al presente. Maquiavelo es "pragmático" y carece
    de ilusiones. Por eso no teme jugar en todos los tableros. Se
    trata

    de un político, no de una conciencia
    moral . . .
    Cuando se describen, como él lo hace, los mecanismos del
    poder, se deja a otros la preocupación de ser
    puros
    .

    Cabe decir, sin embargo, que ninguna de estas dos obras
    se publicó en vida de su autor. Al final de sus
    días, éste volvió a servir a los
    Médicis (quienes le pagaron por las Historias
    florentinas), poco antes de que éstos cayeran de nuevo en
    1527. Ese mismo año murió él.

    Es común afirmar que antes de Maquiavelo no hubo
    ciencia
    política y que la obra de éste representa una
    verdadera novedad histórica. Bloch afirma que su
    "extraña doctrina de la técnica del gobierno . . . es
    cínica", y que el autor del El Príncipe
    concibe la política como una ejecución "sobre el
    teclado de la
    fuerza bruta",
    que produce, a pesar de éste, "un bello fragmento". En una
    frase, para Bloch, Maquiavelo es el hombre para
    quien el fin justifica los medios y su teoría
    expresa un desprecio total del hombre.

    Implacable, Bloch juzga que en la obra de Maquiavelo hay
    una tendencia "que conduce directamente al facismo", en la medida
    en que el autor que analizamos aconseja al gobernante mostrar
    sólo la apariencia, y no el ser de lo que desea y en
    proporción directa a un Estado cuya finalidad "no es hacer
    feliz al pueblo sino evitar que haya problemas".
    Sin embargo, Bloch reconoce que Maquiavelo proporciona

    la receta de la interpretación del hecho
    político, y es en este sentido –y no poniendo en
    práctica su doctrina– que es necesario servirse de su
    teoría.
    Al llamar gato al gato, Maquiavelo actúa de manera muy
    poco maquiavélica, porque el maquiavelismo exige
    precisamente que se escondan las verdaderas motivaciones de la
    acción política. . .

    Maquiavelo es un analista y descriptor de la realidad
    política, a la que estudia en términos de
    relación de fuerzas al interior de un Estado. La
    perspectiva es absolutamente moderna. Para él, ha
    terminado el problema del derecho divino y la religión –a escala
    política– es un instrumento de gobierno en manos
    del príncipe.

    No le preocupan los fines últimos de la humanidad
    y la felicidad y la salvación son privadas. La
    política será pues, una

    actividad puramente terrestre, que se define
    pragmáticamente por el fracaso o el éxito de un
    proyecto, sin
    intervención de juicios de valor.

    Para la época, no es poco el "avance", sobre todo
    si recordamos que, hacia 1516, Tomás Moro escribió
    Utopía y Erasmo de Roterdam su Manual del
    príncipe cristiano
    , donde se proponen, sostienen y
    defienden visiones mucho más morales del mundo. Recordemos
    a Moro y a su isla sin lugar ( U-topia) sometida a un
    colectivismo virtuoso y eficaz. Y a Erasmo esforzándose
    por probar que los principios
    cristianos son mejores que la guerra, la
    injusticia, las rapiñas y la mentira.

    Maquiavelo es de otra especie. El reflexiona acerca de
    un mundo en el que los poderes de la banca y el
    comercio han
    hecho olvidar los sueños; en el que se habla de hechos y
    se realizan negociaciones de acuerdo con la balanza de fuerzas.
    Sus compatriotas están seguros de que el
    Papa es tan príncipe como cualquier otro, y le reprochan
    –empero– utilizar su dimensión espiritual – religiosa en
    beneficio de sus intereses privados. La política es una
    actividad necesaria para que el Estado
    propio y el hombre
    individual sobrevivan en este mundo de lobos; es la respuesta a
    una realidad innegable; el mundo está lleno de hombres
    malvados y ambiciosos. Sin embargo, es sobre todo

    contra Aristóteles que se quiere defender una
    especie de primado de Maquiavelo en materia de
    ciencia
    política; contra Aristóteles, autor de la
    Política. . . En efecto, en una carta del 26 de
    agosto de 1513 . . . Maquiavelo escribe: " Yo no sé lo que
    dice Aristóteles de las repúblicas
    fragmentadas; pero sé lo que de ellas puede ser, lo que
    es y lo que siempre ha sido. . .

    De todos modos Mounin opina que es difícil pensar
    que Maquiavelo no hubiese leído la Política
    del estagirita, dado que esta obra, introducida en Italia desde
    1429, fue traducida en la propia Florencia en 1492 por Leonardo
    Bruni d'Arezzo, quien fue el predecesor inmediato de Marcello
    Virgilio como secretario de la primera cancillería de la
    República. Recordemos que, mientras Virgilio ocupaba tal
    puesto, Maquiavelo era secretario de la segunda
    cancillería. Villari insiste en la superioridad de su
    biografiado sobre Aristóteles, pero como indica Mounin, lo
    que habría que señalar es la diferencia con
    Platón.

    Mounin añade, por otra parte, que es, posible
    rastrear en Maquiavelo rasgos del "positivismo
    político" de Aristóteles, en una enorme serie de ideas,
    preceptos y fórmulas típicas del griego

    . . . la idea capital de que
    hay gobernantes y gobernados, predestinados a sus respectivos
    papeles por su propia naturaleza, la
    idea de que, ante todo, es preciso evitar ultrajar a los
    súbditos; la idea de que es necesario otorgar puestos de
    compensación a quienes se excluye del poder principal; la
    idea . . . de que es muy peligroso ampliar el derecho de
    ciudadanía; la idea de que el príncipe debe
    parecer dueño de ciertas cualidades . . . Todo el
    libro VIII de
    la Política (tradicionalmente considerado como
    libro V), con
    su examen de la revolución
    de los Estados, y sobre todo con su retrato del tirano, recuerda
    a cada instante a Maquiavelo . . . (quien) no es ni más
    ni menos aristotélico que su tiempo . . .

    Dante, Marsilio de Padua, Santo Tomás de
    Aquino y Egidio Colonna influyen también sobre
    Maquiavelo, con sus obras respectivas: De monarchia, Defensor
    pacis, Comentario a la Política de Aristóteles y De
    regimine principium
    ( de Santo Tomás, concluida por
    Colonna). Habría que citar asimismo algunas obras que
    aportan a la época ciertas "ideas flotantes" acerca de los
    Estados nacionales, adversas a la teoría
    de una monarquía universal del Papa o del Emperador. Y
    tampoco podría soslayarse la teoría
    de la recién llegada –la burguesía– cuya
    primacía pretende probarse de muy diversas maneras: se
    enfrentan, por ejemplo, los partidarios de los comerciantes
    –como grupo social
    con vocación– y sus adversarios. En consecuencia, hay
    intentos de probar la calidad del
    comerciante para gobernar. Debe añadirse aun a los
    humanistas que subrayan la importancia de la historia y los factores
    psicológicos, y que critican las fuentes: Y,
    para terminar, es preciso afirmar que las teorías
    de Maquiavelo deben mucho a la

    diplomacia permanente de los burgueses de
    Italia, creada por hombres prácticos, observadores y
    realistas, quienes, en sus largas misiones, ya entonces semi –
    permanentes, adquieren el hábito de anotar todo, analizar
    todo y juzgar de todo desde el punto de vista de los negocios (los
    primeros informes
    diplomáticos datan de 1394, las primeras instrucciones
    escritas a los embajadores, de 1409). No se trata de negar que
    Maquiavelo hubiese dado un paso adelante, quizá incluso un
    gran paso, en relación con todos. Es necesario solamente
    conocerlos, y no menospreciarlos demasiado, para medir bien la
    grandeza y la dirección de ese famoso
    paso.

    Maquiavelo mismo limita su campo de investigación al explicar que dejará
    a un lado "las cosas que se han imaginado acerca del
    príncipe" y que se ocupará sólo "de aquellas
    que son verdaderas", las cuales ha aprendido "gracias a la larga
    experiencia de las cosas modernas y la lectura
    continua de las antiguas".

    No sólo en El Príncipe aborda el
    autor las cosas de este modo. También lo hace en los
    Discursos, después de asegurar en la otra obra que
    su intención es que El Príncipe no obtenga
    "más alabanza ni honor que lo que le confiere la novedad y
    la gravedad" de la materia que
    trabaja.

    Recordemos la introducción de los
    Discursos, en cuya dedicatoria el autor insiste en que se
    trata del fruto

    de lo que ha podido aprender de las cosas del mundo,
    gracias a una larga práctica y a la lectura
    asidua.

    Maquiavelo afirma que la naturaleza
    envidiosa de los hombres transforma

    todo descubrimiento en algo tan peligroso como las
    aguas y las tierras desconocidas para el
    navegante.

    Pero ¿ cuál es el descubrimiento que
    pregona?, ¿cuál es la nueva ruta que lo
    llevará a realizar aquello "que puede redundar en
    beneficio común de todos"?.

    En uno y en otro caso, se habla de resultados de la
    experiencia y de las lecturas, y se aborda la realpolitik,
    es decir, el entrelazarse en la historia de hombres que
    luchan apasionadamente por sus intereses. O, lo que es lo mismo,
    Maquiavelo concibe a la historia como el
    terreno

    de experiencia a partir del cual se podrán
    extraer las reglas de la acción
    política

    y se dispone a aplicar a la política

    el método que
    tiene buen éxito en las otras ciencias, es
    decir, servirse de la experiencia de los antiguos para guiar a
    los contemporáneos.

    Maquiavelo mismo reprocha a los hombres de su tiempo el
    que paguen mucho para adornar sus casas con recuerdos
    artísticos del pasado, o con copias de obras antiguas
    bellas, y no se preocupen por imitar la virtú de
    quienes los precedieron. Cita el modo de proceder de juristas y
    médicos, quienes recurren al pasado para justificar sus
    sentencias y remedios y lamenta que,

    para fundar una República, sostener Estados,
    gobernar un reino, conducir una guerra,
    dispensar justicia,
    acrecentar un imperio, no se encuentra príncipe,
    capitán, República ni ciudadano que recurran a los
    ejemplos de la antigüedad.

    Y ya se sabe, los que olvidan el pasado se ven obligados
    a repetirlo. De tal ignorancia histórica proviene la
    anaciclosis, la reinterpretación de las series de
    hechos. Maquiavelo diagnostica la causa de tal
    negligencia:

    . . . se trata menos del estado de debilidad a que
    nos han reducido los vicios de nuestra educación actual, que
    de los males causados por esa pereza orgullosa que reina en la
    mayor parte de los estados cristianos, que de la falta de un
    verdadero conocimiento
    de la historia, de cuya lectura no se
    debe cosechar frutos, ni juzgar el sabor que contiene . .
    .

    Y se ofrece para aportar el remedio: escribir sobre la
    primera década de Tito Livio y ayudar al lector a extraer
    de esa narración los frutos necesarios para orientar, por
    el pasado, la vida presente. De esta manera los modernos
    podrán imitar a los antiguos. Esta invitación es,
    en primer término, un

    postulado típico del Renacimiento; la
    antigüedad se nos propone no sólo como modelo para la
    renovación de la arquitectura y de
    la pintura, sino
    también en materia
    política; es necesario volver a la
    virtú
    romana; no a la virtud cristiana, sino a una cualidad viril
    que concierne al hombre . . . Maquiavelo la emprende contra la
    virtud cristiana e incluso contra la Providencia, pues no ve
    huella de la Providencia en el mundo, regido por un destino
    ciego . . . (del cual) sólo puede salir gracias a la
    virtú. La Providencia queda degradada . . .
    el Príncipe es la Providencia. . .

    Pero tal imitación no se reduce a un retorno puro
    y simple al pasado. Se trata de una especie de "técnica",
    de "ciencia"
    apoyada sobre una "praxis" verificable, ya que se puede juzgar de
    sus resultados en la historia. Esa ciencia es la
    política, entendida como la medicina o la
    jurisprudencia, que aportará las normas de la
    acción eficaz. Claro que, para que se trate de una
    ciencia, hay
    que suponer un modus operandi constante que permita
    elaborar leyes. Lo cual,
    de algún modo, significaría también "que no
    hay un real devenir". Sólo así podrán
    aplicarse hoy las buenas recetas de ayer. El cambio real,
    basado en el
    conocimiento histórico que posea el príncipe,
    dependerá de la virtú y de la "fortuna" de
    éste, nueva especie de taumaturgo desfatalizador, que, por
    conocerlas, puede alterar los engranes del destino. De alguna
    manera, el príncipe coincide con el hombre excepcional de
    Hegel, que, en
    un momento dado, "encarna" el sentido de la historia y tiene
    derecho a obrar más allá de la razón, porque
    es el Espíritu en movimiento.

    Y ya que hablamos de Hegel,
    refirámonos a la "filosofía de la historia" de
    Maquiavelo. Comencemos analizando un párrafo de los
    "Discursos":

    Quienquiera que compara el presente con el pasado,
    ve que todas las ciudades y todos los pueblos han estado
    siempre, y todavía están, animados por los mismos
    deseos y las mismas pasiones. Así de fácil, por
    medio de un estudio exacto y bien reflexionado del
    pretérito, prever lo que debe suceder en una
    república. Entonces es preciso utilizar los medios puestos
    en obra por los antiguos, o, si no se encuentran, inventar
    nuevos según la semejanza de los
    acontecimientos.

    Como puede verse, existe para el autor la posibilidad de
    prever, siempre y cuando se conozca el pasado. Esto significa que
    hay una especie de permanencia, de constante, en la naturaleza
    humana y en la naturaleza a secas. Sólo que los hombres
    –sobre todo los gobernantes– lo ignoran, para desgracia suya y
    de sus semejantes. Se lee la historia poco y, quienes la
    leen,

    se derriten en el placer que les produce la variedad
    de sucesos que presenta; no se les ocurre imitar las bellas
    acciones: esta
    imitación les parece difícil, e incluso imposible;
    como si el cielo, el sol, los
    elementos y los hombres hubiesen cambiado de orden, de movimiento y
    de fuerza, y fuesen diferentes de lo que fueron.

    Maquiavelo lamenta entonces que los florentinos hubiesen
    olvidado la historia en 1494. De recordarla, habrían
    comparado las circunstancias con otras análogas de Roma, y
    no hubieran perdido el tiempo en reformas inútiles que los
    condujeron en seguida a una situación casi igual a la que
    pretendían superar. Les faltó "comparar", no
    conocían la "ciencia" de la política. Olvidaron
    que, si se reflexiona en torno "a la
    marcha de las cosas humanas", se descubre que

    el mundo permanece en el mismo estado en que se
    halla todo el tiempo; que hay siempre la misma suma de bien y la
    misma suma de mal: que ese bien y ese mal — empero– no hacen
    otra cosa que recorrer diversos lugares, diferentes
    regiones.

    Este punto de vista de Maquiavelo parece indicar, como
    lo hace ver de manera clara Hélene Védrine, que
    todas las transformaciones se realizan al interior de un
    círculo cuyo movimiento es
    tan inmutable como el de los astros y lo que se necesita, si se
    desea prever la aparición del acontecimiento, es "conocer
    el punto de recorrido donde nos encontramos".

    De aquí que Maquiavelo, conociendo la enfermedad
    de un país cuyas glorias terminaron al disolverse el
    Imperio Romano,
    proponga meditar sobre el pasado a sus contemporáneos, de
    manera que en éste encuentren el remedio positivo para
    recuperar lo perdido. Resulta difícil entender por
    qué un hombre del Renacimiento –época en la que la
    conciencia de
    asistir a una etapa histórica nueva es agudísima
    (se descubre América, por ejemplo)–, parece incapaz de
    recuperar la "vieja imagen de un
    universo
    eternamente igual a sí mismo más allá de las
    vicisitudes de los acontecimientos", y de la historia como
    ciencia rígida de predicción de las repeticiones,
    especie de "futorología" que parece olvidar que, a partir
    del pasado, sólo hay predicción precisa del futuro
    si se presupone la pasividad total de los hombres. Al respecto,
    Hanna Arendt escribe.

    Los acontecimientos, por definición,
    interrumpen los procesos. . .
    rutinarios. El sueño del futurólogo sólo
    podría realizarse en un mundo donde no pasara nunca nada.
    Las predicciones del futuro suelen ser nada más
    proyecciones de procedimientos y
    procesos
    actuales, es decir, de cosas que pasarán si los hombres
    no actúan y con tal que no suceda nada
    inesperado.

    ¿ Cómo es posible que un hombre del
    Renacimiento olvide la "fecundidad de lo inesperado", de que
    hablaba Proudhon y que impregnaba la vida, los hechos, de la
    época? ¿ Cómo, en un siglo de
    descubrimientos científicos, técnicos y
    geográficos, Maquiavelo –que conoció a Leonardo de
    Vinci– pudo suponer "ritmos" históricos determinables y
    sufrir la fascinación de una ciencia de la
    predicción? Hay algo de paradoja en el conjunto de
    consejos a un príncipe y el fatalismo. A menos que, como
    lo señala Bloch, el príncipe sea el destino, la
    providencia laica.

    Para comprender la dimensión de esta
    maquiavélica paradoja, es preciso captar las relaciones
    entre el hombre-Maquiavelo y su cultura. El
    autor escribe en el siglo en que, por toda Europa, campea la
    convicción de que el pasado tiene dimensiones
    significativas de ejemplaridad. Este retorno a la antigüedad
    no deja de tener algo de novedoso, prácticamente de
    revolucionario e incluso de ligeramente subversivo, con respecto
    a la actitud
    medieval.

    Se trata de "saltar" el hecho cristiano y recuperar a
    los antiguos en su más pura originalidad, es decir, de
    criticar, rechazar y superar la versión "cristianizada" de
    la antigüedad que se ofreció casi durante mil
    años a los hombres europeos, en aras de presentarles un
    cristianismo
    culturalmente integrado con aquella. El "bautizo" de los
    clásicos fue también una deformación de los
    mismos, independientemente de la intención y del acierto
    con que se realizó. Vale la pena hacer notar que la
    anaciclosis no es cristiana y que, vista más de
    cerca, equivale a la negación de una afirmación
    esencial al cristianismo:
    la de que la historia humana fue transformada radicalmente por el
    acontecimiento de Cristo.

    Además, en estricta lógica,
    sería preciso concluir la desaparición del cristianismo,
    análoga a la de otras religiones. Los
    averroístas de la escuela de Padua,
    como Pomponazzi, así pensaban. Aun más,

    si queda excluida la novedad absoluta, la
    política puede tratarse "naturalmente", es decir, sin
    referencia a otro orden.

    Y, en esta línea la política tendrá
    sus propias normas
    independientes y su propia moralidad, sus leyes
    autónomas para transformar a Italia en la maravillosa que
    fue. Maquiavelo recuerda de nuevo el esplendor de la vieja
    República de los tribunos y lo propone a sus
    conciudadanos:

    Es el bien general y no el interés
    particular el que hace el poder de un Estado. . . no se ha visto
    el bien público más que en las repúblicas. .
    . Por el contrario bajo el gobierno de un
    príncipe, lo más frecuente es que su interés
    particular se encuentre en oposición con el
    Estado.

    Ya lo señalábamos, a los ojos de
    Maquiavelo, todo es cíclico. La historia en un continuo ir
    de mal a bien a mejor, y de mejor a pésimo; es un eterno
    retorno que conduce siempre al deterioro, a la decadencia. Los
    gobiernos se corrompen casi por necesidad histórica,
    porque "ese es el círculo que los Estados están
    destinados a recorrer". Maquiavelo nos da una especie de
    descripción sintética de este proceso:

    El azar dio nacimiento a todas las especies de
    gobierno entre
    los hombres. Los primeros habitantes eran pocos y vivieron
    cierto tiempo dispersos, a la manera de los animales. La
    acrecentarse el género humano, se sintió la
    necesidad de reunirse y defenderse; para lograr tal objetivo de
    manera óptima, se escogió al más fuerte, al
    más valeroso; los demás lo pusieron a la cabeza y
    prometieron obedecerlo. . . Se comenzó a saber entonces
    lo que es bueno y honesto, y a distinguirlo de lo que es malo y
    vicioso. Se vio a un hombre perjudicar a su benefactor. Dos
    sentimientos se elevaron al instante en todos los corazones: el
    odio por el ingrato, el amor por el
    bueno. . . Para prevenir males semejantes, los hombres
    decidieron hacer leyes y ordenar
    castigos para quienes las contravinieron. Tal fue el origen de la
    justicia.

    En cuanto ésta fue conocida, influyó
    sobre la elección del jefe. Se prefirió, no al
    más fuerte ni al más valiente, sino al más
    sabio y al más justo. Luego, como la soberanía se volvió hereditaria y
    no por elección, los hijos degeneraron respecto de sus
    padres. Lejos de tratar de imitar sus virtudes, hicieron
    consistir el arte de ser
    príncipes en la distinción por el lujo, la molicie
    y el refinamiento en los placeres. De este modo, el
    príncipe se atrajo pronto el odio común. Objeto de
    abominación, sintió miedo, el temor le
    dictó las precauciones y la agresión; se vio surgir
    la tiranía: Tales fueron los inicios y las causas de los
    desordenes, de las conspiraciones y de las conjuras contra los
    príncipes. No fueron urdidas por almas débiles y
    tímidas, sino por aquellos ciudadanos que, superando a
    los demás en grandeza de alma, en riqueza y en valor, se
    sentían más vivamente heridos por los ultrajes y
    excesos del príncipe.

    Bajo conductores tan poderosos, la multitud se
    armó contra el tirano y, después de deshacerse de
    él, se sometió a sus libertadores. Estos,
    abominando hasta el nombre del príncipe, constituyeron un
    nuevo gobierno. Al principio, por tener sin cesar el recuerdo de
    la añeja tiranía, se les vió –fieles
    observadores de las leyes que
    habían establecido– preferir el bien público a su
    propio interés;
    administrar, proteger con el mayor cuidado a la república
    y a los particulares. Los hijos sucedieron a los padres. Como no
    conocían los cambios de la fortuna ni habían
    sufrido sus reveses; como con frecuencia se sentían
    molestos por la igualdad que
    debe reinar entre ciudadanos, se les vió dedicarse a la
    rapiña, a la ambición, al rapto de mujeres y, para
    satisfacer sus pasiones, emplear la violencia
    misma.

    Pronto hicieron degenerar al gobierno de los mejores en
    tiranía de los pocos. Estos nuevos tiranos sufrieron la
    suerte del primero. El pueblo disgustado de su gobierno, se puso
    a las órdenes de quien quisiera atacarlos: esta
    disposición produjo en seguida un vengador que
    encontró seguidores para destruir a los
    tiranos.

    El recuerdo del príncipe y de los males por
    él ocasionados estaba todavía muy fresco para
    pensar en restablecer el principado. Así, derrocada la
    oligarquía, no se quiso volver al gobierno de un solo
    golpe. Se decidió el gobierno popular y de este modo se
    impidió que la autoridad
    cayese en manos de un príncipe o de un número
    reducido de grandes. Todos los gobiernos, cuando empiezan, tienen
    algún freno; el Estado
    popular se mantuvo durante un tiempo que nunca fue demasiado
    largo y que, de ordinario, equivalió aproximadamente a la
    vida de la generación que lo estableció. Luego se
    llegó a una especie de licencia en la que se vulneraba
    igualmente el bien público que el interés de
    los particulares. Como cada individuo no oía más
    que a sus pasiones, se cometían a diario mil injusticias.
    Finalmente, presionado por la necesidad, o dirigido por los
    consejos de un hombre de bien, el pueblo buscó los
    medios para
    escapar de esta licencia. Creyó encontrarlos en el regreso
    al gobierno de uno solo. De aquí se volvió de nuevo
    a la licencia, pasando por todos los grados previamente probados,
    de la misma manera y por las mismas causas que
    indicamos.

    Este es el círculo que están destinados a
    recorrer todos los Estados. Rara vez, es cierto, se les ve volver
    a las mismas formas de
    gobierno. Pero esto se debe a que su duración no es lo
    suficientemente larga para sufrir todos los cambios. . . Los
    diversos males que los corroen, los fatigan, les quitan poco a
    poco fuerza y sabiduría, y pronto los someten a un Estado
    vecino, cuya constitución todavía es sana. Pero
    si pudieran salvarse de este peligro, se les vería girar
    al infinito en el mismo círculo de
    revoluciones.

    Como se ve con claridad aquí, el cambio no es
    más que un movimiento
    circular de la necesidad. Toda novedad resultaría una
    especie de ilusión ocasionada por nuestra manera
    –imperfecta– de ver la sociedad. No
    captamos aun la realidad total con suficiente claridad. Sin
    embargo, como puede probarse con el mismo texto que
    acabamos de citar, Maquiavelo se ve obligado a reconocer que la
    historia no permite nunca observar un ciclo completo de
    decadencia y resurgimiento, puesto que el deterioro de un
    país lo lanza a las fauces de su vecino más sano.
    Como se ve, si esto no sucediere veríamos la cadencia
    perpetua de la vida, muerte y
    resurrección de las sociedades.
    Pero, como el modelo ideal
    sufre algunas alteraciones, la percepción
    no es completa.

    ¿ Qué hacer entonces para liberarse de
    esta necesidad histórica ? ¿ Cómo romper el
    círculo ? Todo indica que, a los ojos del autor, la
    ruptura absoluta no es posible. Sólo puede aspirarse a
    tomar algunas medidas que impidan la decadencia total. El margen
    de libertad es
    bastante estrecho y sólo existe por obra y gracia de la
    ubicación diversa de las cantidades iguales de bien y de
    mal, que varían de lugar en lugar. El político
    deberá tomar esto en cuenta y obrar en consecuencia, pero
    de manera distinta según el país de que se trate y
    el momento en que éste se encuentre:

    dos consideraciones importantes: la primera es que,
    en una República corrompida, los medios de
    obtener la gloria no son los mismos que en una República
    que no está muerta polÍticamente; la segunda, que
    es casi lo mismo, estriba en que los hombres deben –en su
    conducta y sobre
    todo para sus acciones
    graves– observar su época y conformarse a ella. Todos
    aquellos que, por una opción errónea o por
    naturaleza, se apartan de esta norma, la mayor parte del tiempo
    llevan una existencia miserable y ven hundirse todos sus
    proyectos; por
    el contrario, aquellos que se pliegan a sus tiempos, contemplan
    el triunfo de sus diseños.

    Así que, de algún modo, la rigidez de la
    necesidad histórica puede flexibilizarse, si se toman en
    cuenta las condiciones en que se realiza la acción. Ahora
    bien, éstas implican una búsqueda no menos concreta
    de soluciones
    efectivas y no debe soslayarse que los hombres son malvados,
    crueles y envidiosos. Habrá que tratarlos de acuerdo con
    su naturaleza. Por eso el príncipe, al preguntarse
    qué es mejor, ser amado o ser temido, sólo se
    plantea un problema teórico. Debe, en consecuencia,
    interrogarse in situ, de modo que la respuesta sea una
    solución práctica:

    Cada quien entiende que es muy laudable que el
    príncipe mantenga su fe y viva de manera íntegra,
    ajeno a las argucias y a las triquiñuelas. No obstante, la
    experiencia de nuestro tiempo muestra que los
    príncipes que se hacen grandes no tuvieron en gran cuenta
    su fe y sí supieron ser astutos para apoderarse del
    espíritu de los hombres. Estos príncipes superaron
    a los que obraron con lealtad.

    Es preciso, por lo tanto, saber que hay dos modos de
    combatir. Uno, por medio de la ley; otro, por
    medio de la fuerza. El primero es propio de los hombres; el
    segundo, de las bestias. Pero como el primero frecuentemente no
    basta, es necesario recurrir al segundo. Por eso el
    prícipe necesita saber bien cómo ser humano y
    cómo ser bestial. Esta norma le fue enseñada a los
    príncipes con palabras veladas, por los autores antiguos.
    . . (el autor se refiere a Aquiles educado por un centauro).
    Esto no significa más que . . . lo uno sin lo otro no es
    durable. Para que un príncipe pueda actuar como bestia,
    debe escoger como modelos al
    zorro y al león, porque éste no puede contra las
    mallas ni aquel contra los lobos. Es preciso ser zorro para
    conocer de redes y león para
    atemorizar a los lobos. Quienes sólo son leones nada
    saben . . . Si los hombres fueren todos gente de bien, mi
    precepto sería vano. . . Y jamás le faltan a un
    príncipe excusas para maquilar su falta de fe. . . Pero
    le es preciso saber hacerlo, saber fingir y disfrazar. Y los
    hombres son tan simples y obedecen tanto a las necesidades
    presentes, que aquel que engañe encontrará siempre
    alguno que se deje engañar.

    Sin temor ni temblor, Maquiavelo indica en seguida al
    príncipe, hablar de modo que a todos les parezca
    oír y ver a un hombre misericordioso, fiel,
    íntegro, religioso, porque el súbdito juzga con los
    ojos y con las manos, pero poco siente, poco percibe el fondo de
    lo que oye; no sabe escuchar. Pero el problema del
    príncipe –vencer, mantener el Estado– es
    más complejo. La astucia y la fuerza, necesaras, requieren
    ser utilizadas por alguien que actúa "por medio de actos
    queridos y reflexionados", es decir, por alguien con
    virtú, a quien favorezca una especie de viento
    histórico al que Maquiavelo llama
    fortuna.

    Estas dos nociones toman su significado del fondo de la
    historia cíclica, tal como la concibe el autor.
    Representan,

    accidentes de la superficie del ser y,
    prácticamente, trazan al margen donde se sitúa la
    acción. Su juego crea el
    acontecimiento, el hecho único que no se repetirá y
    que no está predeterminado. La historia resulta de su
    conjunción.

    Veamos como Maquiavelo nos presenta estas dos nociones.
    En El Príncipe, señala:

    Sé que algunos opinaron y opinan que los
    asuntos de este mundo están gobernados por Dios y por la
    fortuna, de modo que los hombres, con toda su sabiduría,
    no pueden alterarles el rumbo ni encontrarles remedio; si
    así fuese, estimarían vano sudar para dominarlos
    en lugar de dejarse gobernar por la suerte. Esta opinión
    ha vuelto a obtener crédito
    en nuestro tiempo, a causa de las revoluciones que se vieron y
    se ven todos los días, las cuales rebasan toda conjetura
    humana, de modo que, pensándolo, he aceptado tal
    opinión. Sin embargo, para que nuestro libre arbitrio no
    se extinga, estimo que es posiblemente verdadero que la fortuna
    sea señora de la mitad de nuestras obras, pero que al
    mismo tiempo, nos deje gobernar más o menos la otra
    mitad. . . Ella demuestra su poderío donde no hay fuerza
    alguna erigida para resistirla. . . Si consideráis a
    Italia, sede de revoluciones. . . veréis un campo sin
    torres ni murallas; si hubiese estado protegida por la
    virtú conveniente. . . la crecida no hubiera
    producido tan grandes revoluciones o no se hubiera dado. .
    .

    Así que el hombre tiene con que hacer frente a la
    "fortuna", aunque sea en el ámbito reducido de esa mitad
    de sus acciones que
    no cae bajo el dominio de ella,
    donde despliega su existencia nuestro libre albedrío.
    Maquiavelo no piensa que todo sea cosa de fortuna. Critica
    a quienes, como Plutarco, piensan que el imperio Romano
    fue obra de ésta, más que de la
    virtú:

    Una República revive por la virtú
    de un hombre o de una institución, afirma, y
    añade:

    las instituciones que devolvieron la vida a Roma fueron:
    la ley que
    creó a los tribunos del pueblo; la que nombró
    censores y todas aquellas que se votaron en contra de la
    ambición y la insolencia. para insuflar la vida de estas
    instituciones, se requiere un hombre de corazón
    que sepa imponer respeto a quien
    pretende violarlas.

    Y, con más claridad:

    Muchos escritores, entre ellos Plutarco. . .
    pensaron que la fortuna contribuyó más que la
    virtú al crecimiento del imperio Romano.
    Una de las razones más fuertes que aducen es la
    confesión misma del pueblo de Roma, que, al erigir
    más templos a la fortuna que a cualquier otro dios,
    reconocía de este modo deberle todas sus victorias.
    Parece que Tito Livio comparte esta opinión: rara vez hace
    hablar a un romano de la virtú sin unirla a la
    fortuna.

    No sólo no es éste mi punto de vista,
    sino que lo encuentro insostenible. En efecto, si bien no hay
    república que hubiere obtenido tantas conquistas como
    Roma, se reconoce que jamás se constituyó Estado
    alguno con el objeto de realizar tanto como ella. Es al valor de sus
    ejércitos que debió sus conquistas; pero las
    conservó –como lo probaremos más adelante– por
    su sabiduría de conducta, por el
    carácter particular que le imprimió su primer
    legislador. . .

    Así es que Maquiavelo cree que esa mitad de cosas
    que podemos decidir dependen de la virtú, y no
    sólo eso, sino que piensa que esa virtú hace
    aparecer y permite aprovechar las ocasiones favorables.
    Así lo demuestra citando las victorias romanas sobre los
    pueblos vecinos, que no osaban atacar a Roma solos, ni provocarla
    con alianzas. La fortuna sonrió a los virtuosos romanos y
    dejo al margen a los latinos, a los samnitas y a los toscanos.
    Roma no combatió jamás en dos frentes y
    logró siempre las más convenientes
    alianzas:

    . . . Considerad el orden de estas guerras y la
    conducta de los
    romanos: en todas, encontraréis su fortuna
    acompañada de tanta sabiduría como
    virtú; así descubriréis la
    razón secreta de la fortuna. . .

    Maquiavelo repasa diversos avatares de las distintas
    guerras de
    Roma con sus vecinos, con los galos, africanos, sardos e iberos,
    y concluye:

    Creo, pues, que la fortuna que secunda aquí a
    los romanos habría secundado a cualquier príncipe
    que se hubiese conducido como ellos y desplegado igual
    virtú.

    El autor completa su argumentación recordando con
    qué decisión defendieron los vencidos su libertad, en
    un vano intento de oponer resistencia a la
    virtú/fortuna de los romanos, hecha de virtudes
    guerreras y de buenas instituciones: No puede negarse que, en sus
    análisis y conclusiones sobre la
    virtú, Maquiavelo nos ofrece un ejemplo de claro
    voluntarismo. pero no hay que olvidar que la voluntad se mueve en
    el terreno de la mitad de las cosas. La otra mitad está
    gobernada por la "fortuna".

    Esta, a ojos de Maquiavelo, reviste –como la
    virtú— diversas formas. En El Príncipe, se
    nos habla de ella así:

    . . . como es cambiante y los hombres permanecen
    constantes, éstos son felices mientras coinciden con ella
    e infelices si sucede lo contrario. . . Soy de la opinión
    que es mejor ser audaz que prudente, pues la fortuna es mujer, y es
    necesario, para tenerla sumisa, pegarle y golpearla. Y se ve
    que, comúnmente, ella se deja más bien vencer por
    quienes proceden así. . . Por eso es siempre amiga de los
    jóvenes, pues, ellos le tienen menos respeto, son
    más feroces y la mandan con mayor audacia.

    Por supuesto que, si las maneras violentas no rinden
    resultados, puede intentarse otro camino:

    Repito, como verdad incontestable cuyas pruebas se
    encuentran en toda la historia, que los hombres pueden seguir a
    la fortuna y no oponérsele, urdir los hilos de su trama,
    pero no romperlos. No por esto creo que deban ceder y
    abandonarse. Ellos ignoran cuál es el objetivo de ella. Y
    como ella sólo actúa por vías oscuras y
    tortuosas, les queda esperanza. Dentro de tal esperanza, deben
    encontrar la fuerza de no abandonar, en cualesquiera infortunio
    o miseria que se encuentren.

    Como se ve, Maquiavelo "pacta" con esta imprevisible
    dama, con el fin de sugerir todos los caminos de una "praxis":
    pegarle, esperar, utilizarla. El autor no discute el ser de la
    fortuna, sino los comportamientos posibles respecto a ella. Todo
    el secreto consistirá en no perder el
    ánimo.

    En cuanto a la virtú, el autor procede con
    actitud
    análoga. La virtú es sabiduría,
    consistencia, valor y
    talento bélico, obediencia. Arquetipo del dueño de
    tal cúmulo es el romano –ciudadano, campesino y
    soldado–, educado jerárquicamente y que, a la larga
    deviene héroe, hombre de cualidades fuera de lo
    común que "hace" el acontecimiento, que funda o reforma
    Estados. Ahora bien, ¿qué puede el talento si falta
    la fortuna? Nada, si ésta no da a aquel

    la ocasión que les dio la materia donde
    pudieran introducir la forma que les gustara; sin tal
    ocasión, los talentos de sus espíritus se hubiesen
    perdido y, sin su talento, la ocasión se hubiese
    presentado en vano.

    Y ¿qué es el talento? Al parecer,
    éste se define sobre todo por

    la capacidad de conservar el poder: los profetas
    desarmados como Savonarola siempre mueren. En el límite
    –y sobre todo en El Príncipe– la virtú se
    asemeja más a la astucia para imponerse que a los
    valores
    morales. . . se despoja de todo su carácter
    ético tradicional para reducirse a la sola búsqueda
    de la eficacia.

    Todo indica que Maquiavelo, en su búsqueda de una
    "praxis" de la obtención y la conservación del
    poder, encuentra dos caminos posibles. Uno, el de la genuina
    virtud, que sólo puede ser válido en la genuina
    República; se trata de la inteligencia y
    el valor capaces de crear instituciones que tengan como
    fundamento a un pueblo de alta calidad moral, a un
    ejército disciplinado, popular y bien organizado, y a
    instituciones populares que garanticen la vida colectiva contra
    cualquier intento opresivo interno o proveniente del exterior. El
    otro camino, el "moderno" — que es el efímero frente al
    romano, durable– es el del éxito del príncipe
    basado en la fuerza y la astucia, que cuenta con la corrupción
    popular, los ejércitos mercenarios y las instituciones
    decadentes como raíz.

    Ya habíamos topado con "ser" y "parecer", par de
    categorías típicamente "maquiavélicas". Es
    fácil encontrarlas en los escritos de nuestro autor.
    recordemos brevemente el capítulo VIII de El
    Príncipe, donde Maquiavelo reconoce lo laudable que es el
    hecho de que el gobernante se mantenga firme en su fe y la viva
    de manera íntegra, alejado de trampas y astucias.
    Allí mismo, el autor recuerda que, a pesar de lo
    válido de este principio, la experiencia muestra que el
    triunfo político va siempre unido a la traición, a
    la deslealtad y a la triquiñuela. Es el capítulo
    que hace referencia al centauro, al zorro, al león, a la
    ley de la
    fuerza, que incluye aquella frase:

    si todos los hombres fueran gente de bien, mi
    precepto sería nulo . . .

    Es el capítulo donde se aconseja saber fingir y
    disfrazar; donde se cita el ejemplo de Alejandro VI, quien juraba
    y traicionaba juramentos con la mayor facilidad. Los
    últimos párrafos son reveladores:

    No es pues necesario que el príncipe tenga
    todas las cualidades . . . pero sí que parezca tenerlas.
    Incluso me atrevería a decir que, si las tiene y las
    practica, esto le resulta dañino; en cambio,
    aparentar que las posee le es provechoso; parecer
    misericordioso, fiel, humano, íntegro, religioso y serlo,
    pero recordando que, si es preciso no serlo, es preciso tener la
    capacidad para poder ser lo contrario. Es necesario asimismo
    notar que un príncipe –sobre todo si es nuevo– no puede
    observar todo lo que permite ser estimado como hombre de bien,
    porque se ve frecuentemente constreñido –para conservar
    sus Estados–, a obrar contra su palabras, contra la caridad,
    contra la humanidad, contra la religión. Por eso
    debe tener el entendimiento listo para girar según los
    vientos de la fortuna y la variación de las cosas. . . y,
    como ya lo he dicho, no alejarse del bien –si puede– pero
    saber entrar en el mal si hay necesidad. . . El Príncipe
    debe cuidarse de que jamás salga de su boca frase que no
    esté llena de las cinco cualidades citadas y de parecer,
    a quien lo oiga y lo vea, todo misericordia, todo fidelidad,
    integridad y religión. Y no hay
    nada más necesario que aparentar poseer esta
    última cualidad. . .

    Así que el carácter ambiguo y cambiante de
    los acontecimientos que son penetrados por la virtú
    y la fortuna, obligan a la astucia, como táctica, a quien
    desee obtener o conservar el poder. Hay "navaja libre" en
    política. Se espera, se embosca, se soslaya, se disfraza,
    se miente. Así, el adversario no puede prever. La mala fe
    quebranta la capacidad de anticiparse del otro. Toda
    táctica es buena si se inscribe dentro del sentido de la
    intención final:

    Como un ratón en el laberinto, el
    político actúa la mayor parte del tiempo por
    ensayos y
    errores. Pero, más sutil que el animal, transforma la
    situación en función de su propia estrategia.

    Habrá disponible todo tipo de caretas: la de
    zorro, la de león, la de padre, la de verdugo. . .
    más teatro que
    valores
    morales. La vida es áspera y lo que cuenta es la
    "bella figura". ¿Por qué ? Porque todo el mundo ve
    lo que aparece y no lo que es. Además los pocos que
    perciben el ser de las cosas resultan anulados por los
    demás, mayoría a la que no se atreven a
    contradecir. Maquiavelo ve con claridad que los que se quedan en
    la epidermis maquillada de los príncipes "tienen de su
    parte a la majestad del Estado, que los sostiene" y que, en
    torno a las
    acciones de
    aquellos únicamente se juzga según el buen
    éxito. Si la meta es
    vencer, mantener, conservar el poder.

    los medios
    serán siempre estimados y dignos de alabanza, porque el
    vulgo no juzga más de lo que ve. . . y en este mundo no
    hay más que vulgo; la minoría no cuenta cuando la
    mayoría tiene en quien apoyarse.

    Maquiavelo dice a renglón seguido que un
    príncipe de su tiempo –se refiere a Fernando el
    Católico–

    no habla más que de paz y de fe, aunque es
    gran enemigo de la una y de la otra; si las hubiese respetado,
    habría sido despojado tanto de su prestigio como de sus
    Estados.

    La conclusión se impone: aparecer y ser son dos
    categorías sin peso propio. Ser es vencer. Gobierno, luego
    existo. (Puede recordarse quem para Lenin, "el pueblo es
    imbécil" y que los trabajadores no superarían la
    mentalidad sumisa y la reivindicación salarial si los
    "intelectuales burgueses" — estudiantes incluidos– no los
    concientizan. las relaciones entre la ciudad celeste y la
    ciudad terrestre son tema de meditación para ingenuos,
    desocupados, frailes o inútiles. El que quiere ser
    príncipe debe conocer muy bien el mecanismo de las
    pasiones y los intereses que determinan la vida política
    real de este mundo.

    Esto no significa que las cosas vayan a ser
    fáciles para el príncipe. Su "actuación"
    exige una ruda disciplina y
    capacidad para someterse a reglas rigurosas. Hélene
    Védrine cita a Merleau-Ponty, quien asegura que Maquiavelo
    es un pensador que toma en serio al otro. No para respetarlo,
    educarlo o fascinarlo, "sino para seducirlo según las
    más modernas reglas de la publicidad", para
    lo cual se requiere aprender a "inventar la actitud del
    sentido común". Ya no tendrá la menor importancia
    lo que yo pienso del otro, "sino cómo me ve y me juzga".
    No importa, pues, ser perfecto, sino lograr ser percibido como
    tal, es decir, dominar "la técnica del ser visto". No
    cuenta en absoluto que el otro sea persona, sino que
    me vea como bueno. Dominar es hacer pasar una imagen,
    organizar, organizar sistemáticamente la seducción
    para presentarse como poseedor de aquello que el pueblo
    –"malvado, inconstante, malo, cobarde, ingrato. . . "– quiere
    ver en su jefe. En una palabra, actuar.

    Pero no hay que confundirse. Maquiavelo sabe que no
    basta que el príncipe parezca ser bueno, parezca tener
    cualidades y no las tenga en absoluto. De ninguna manera, esto
    sería a sus ojos vulgaridad, medianía e incluso
    ridiculez. El verdadero "hombre grande" tiene las virtudes, pero,
    a voluntad, puede no practicarlas si éstas ponen escollos
    al buen éxito. Ser virtuoso es tener ese dominio
    frío sobre sí mismo y sobre las cualidades propias,
    al grado de utilizarlas.

    El príncipe está obligado a actuar porque
    el pueblo es tonto y está lleno de prejuicios y debe
    mentir porque los hombres son malos. Resignación.
    Así es para Maquiavelo la política, que sólo
    puede ser juzgada conforme al criterio del triunfo. El vencedor
    es siempre quien tenía la razón. El triunfador es
    la razón en la historia y debe evitar, al precio que
    sea, el odio y el menosprecio del pueblo. Para lograr esto,
    recordará que no deben vulnerarse los sentimientos
    populares más arraigados. A los ojos de Maquiavelo, el
    gobernante jamás debe practicar el pillaje contra los
    bienes o
    contra las mujeres de los súbditos, porque

    cuando no se priva a los hombres de sus bienes ni de
    su honor, viven contentos, y no hay más quehacer que el
    de combatir la ambición de unos pocos, cosa que
    fácilmente y de variadas maneras puede
    suprimirse
    .

    Además, el príncipe debe esforzarse para
    que sus acciones
    reflejen grandeza, magnanimidad, gravedad, fuerza y

    respecto de las intrigas privadas de sus
    súbditos, hacer irrevocables sus sentencias; debe hacer
    reinar acerca de si mismo opinión tal, que nadie piense en
    engañarlo ni contrariarlo.

    La clave es lograr el amor del
    pueblo sin dejar de contar con su temor. Contra conspiraciones,
    golpe a la cabeza. Pero no necesariamente sobre la de los
    conspiradores, sino incluso contra la de los propios
    colaboradores, comúnmente odiados por el pueblo. Debe
    preferirse la amistad de los
    soldados que la de la población. Y no cambiar de línea: el
    pueblo cede ante la crueldad sabiamente empleada, sobre todo si
    es rápida y eficaz. La lentitud no ayuda al
    príncipe. Sus armas son la
    debilidad de los hombres y la capacidad de usar astucia y fuerza
    para mantenerlos débiles. Así, leemos en los
    "Discursos":

    Ya mostramos cuánta ventaja sacan los hombres
    de la necesidad y cuántas acciones gloriosas se originan
    en ella. Como lo han escrito algunos filósofos que han abordado la moral, las
    manos y la lengua de los
    hombres –esos dos nobles artífices de su grandeza– no
    lo habrían llevado nunca a la perfección que vemos
    sin el aguijón de la necesidad.

    Maquiavelo aconseja a los jefes la técnica de la
    victoria: convencer al soldado o al ciudadano de la necesidad de
    su esfuerzo, y nunca ayudar a que el adversario sienta la
    necesidad de pelear. No hay "dignidad natural" en el hombre. El
    valor, la audacia, la virtud nacen de las circunstancias y, en
    consecuencia, pueden "producirse" si se monta el escenario
    preciso con la coreografía adecuada. Los combatientes
    deben encontrarse en condición tal que no "vean"
    más camino que el heroísmo y, por lo tanto, un buen
    general los pondrá en tal condición. En cuanto a
    la
    moral:

    los hombres sólo hacen el bien a la fuerza;
    desde que tienen la poción y la libertad de hacer el mal
    impunemente, no dejan de llevar a todas partes la turbulencia y
    el desorden. Por eso se dice que la pobreza y la
    carencia hacen a los industriosos y las leyes a los
    buenos.

    Como se ve, no se trata de una visión optimista.
    El hombre es débil y tiende al mal, a la pereza, a la
    cobardía. Sacarlo de tal estado sólo es posible por
    dos rutas: la de las instituciones que constriñan o la de
    las condiciones –reales o ficticias– que obliguen. La
    virtud

    se conquista directamente en el enfrentamiento mortal
    con los acontecimientos… es imposible confiar en la bondad
    humana.

    Así pues, todo surge de la necesidad y, si
    ésta no aparece, hay que hacerla aparecer, La capacidad de
    hacer esto es también virtú del jefe,
    cualidad que lo distingue y le permite descollar. Y esto no es
    problema de violencia:

    para elevarse de una condición mediocre a la
    grandeza la astucia es más útil que la
    fuerza.

    Ser astuto es el secreto. Y la astucia es el instrumento
    que hace del débil un fuerte, es la "utilización
    racional de la fuerza". Astucia y fuerza reunidas, bien
    dosificadas, armonizadas, crean el puente entre lo ideal y lo
    real que, en aras del objetivo final –que es el triunfo–,
    pueden cualquier cosa, pero deben parecer lo que convenga que
    parezcan. Un error de destreza es el fracaso, es decir, el
    mal.

    por eso, el príncipe pobre es un pobre
    príncipe y no debe hacer caso si le llaman ladrón,
    pues éste es uno de los vicios que hacen
    reinar,

    aunque deba tener cuidado con los gastos para no
    arruinarse y verse obligado al pillaje, que es dañino ,
    como lo anotamos antes. El pillaje, por cierto, sólo es
    válido –y prácticamente obligatorio– contra el
    enemigo en guerra. Los
    marxistas reprochan a Maquiavelo, en éste ámbito,
    ocuparse poco de los mecanismos económicos.

    De cualquier forma, la actitud de
    Maquiavelo es de menosprecio hacia quienes logran favores por
    obra y gracia de su dinero,
    aunque, con espíritu típico de funcionario, no se
    pregunte nada acerca de la base económica del sistema en que
    vive. Basta el parecer. Tan es así que, en otros
    dominios, sus consejos se mueven sobre el mismo
    pentagrama.

    El príncipe debe mostrar que ama la virtud y
    conceder honores a quienes destacan en las artes. Recompensar el
    talento viste. Premiar al capitán, al ministro, deja al
    pueblo contento, pero hay que cuidarse. El receptor del premio
    debe darse cuenta de que recibe una dádiva y de que su
    sitio no es el de quien se la otorga. Como es lógico, la
    actividad del príncipe generará envidia, por su
    labor poco común. El poderoso derrotará al
    envidioso si sabe usar dos armas: el miedo o
    el asesinato. Maquiavelo no duda en utilizar la Biblia ( !
    ) en favor de su opinión y cita, en el capítulo XXX
    del libro III de
    los "Discursos", a Moisés, quien se vio constreñido
    a hacer morir a infinidad de gente que se oponía, por
    envidia, a sus proyectos, con el
    objeto de asegurar la observación de la Ley contenida en
    las tablas.

    Para Maquiavelo, "envidioso" –y, por lo tanto,
    "inmoral"– es todo aquel que se opone a los designios del
    príncipe y éste debe recordar que es mucho
    más seguro hacerse
    temer que hacerse amar, pues el éxito de la mentira es
    limitado. En fin, de la
    personalidad del príncipe que traza Maquiavelo, se
    desprenden los rasgos de una persona capaz
    de

    jugar constantemente en dos tableros: el del parecer,
    conforme a la idea tradicional del príncipe bueno, y el
    del ser sin escrúpulos en el momento
    adecuado.

    Lo importante es no llegar a ser odiado, y estar
    sólo ante sí, libre de presiones que desvíen
    el ideal: fundar una República o reformarla de manera
    total, pero con uno mismo al frente.

    Maquiavelo no es un simple apologista de la fuerza
    bruta. Sería tonto en cierto sentido, no es tan
    "maquiavélico", pues escribió El Príncipe.
    Pero sí esboza una jerarquización de los medios,
    aunque no da una receta universalmente válida. Todo
    dependerá de las circunstancias. Por principio de cuentas, todo
    aquello que pueda volverse contra el príncipe debe
    evitarse. Representaría riesgos muy altos
    y, en consecuencia, amenazaría el logro del objetivo. El
    gobernante debe evitar el cinismo brutal, las torturas
    inútiles el ultraje de las esposas ajenas. Toda crueldad
    ostentosa e indiscriminada puede resultar dañina, pero no
    toda crueldad es por sí misma condenable.

    Sí hay un buen uso de la violencia, una
    violencia
    legítima: la que desarrolla el poderoso, la que ejerce el
    Estado o que se ejerce en nombre del Estado. Rómulo hizo
    bien en matar a Remo, porque así fortaleció su
    poder y creó las condiciones para el futuro estado romano.
    Maquiavelo no plantea la ilegitimidad de empresa
    semejante, desde el punto de vista moral. Por el contrario afirma
    únicamente la trascendencia del Estado, como puede verse
    en El Príncipe, después de aquella apología
    del parecer:

    Que el príncipe se proponga el triunfo como
    objetivo, el mantenimiento
    del Estado como fin: los medios serán estimados como
    honorables y alabados por todos; porque el vulgo sólo
    juzga lo que ve y de lo que sucede; y en este mundo sólo
    hay vulgo; el pequeño número no cuenta si la
    mayoría tiene en que apoyarse.

    En general, dice Maquiavelo, se prefiere a los amos
    bondadosos, o al menos aparentemente buenos, que a los tiranos
    sanguinarios. La violencia revierte contra quien la usa y, como
    medio a emplear, debe ser objeto previo de reflexión y de
    análisis circunstanciales.

    Decidida la acción bélica, es preciso
    efectuarla incluso en condiciones desventajosas porque vale
    más tentar a la fortuna –que, después de todo,
    puede ser favorable– que lograr por falta de decisión
    una ruina cierta.

    Y sobre todo, es preciso saber, prever, e intoxicar,
    espiar y "desinformar" para que el enemigo,

    creyendo conocer vuestro pensamiento,
    se mueva de modo que lo evitéis fácilmente y que
    os permita aplastarlo.

    Y hay que saber callar y guardar secretos, para que
    nadie conozca los proyectos del
    príncipe.

    Realizado por:

    ANGEL RICARDO GUEVARA H.

    ABRIL DE 1994.

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