El renacimiento es
una etapa histórica que, cuando menos, merece el
calificativo de sorprendente. Hay quienes opinan que su esplendor
es solamente el de los temas de la Edad Media
desarrollados en otro tono; otros piensan que es un simple
regreso a lo antiguo, con un poco de pedantería y sin
originalidad; algunos más creen que, en efecto, es una
vuelta a nacer, una eclosión de la luz y una
irrupción de oxígeno al interior de un
ámbito cultural agotado. Ernest Bloch afirma que se
trata:
del nacimiento de algo que el hombre no
había concebido hasta entonces, de la aparición de
figuras que jamás se habían visto en la tierra.
Ellas surgieron y realizaron su obra; era una primavera, un
nuevo comienzo
y cita, como traductora del sentimiento del
tiempo, una
frase del arquitecto Alberti:" El hombre fue
creado para actuar, la utilidad es su
destino". Añade otra expresión –de Hutten– para
completar el cuadro: " La ciencia
prospera, los espíritus chocan, vivir es un
placer."
Bloch nos dice que la consigna de la época es
trabajar, porque el hombre
nuevo ya no siente vergüenza de hacerlo:
El veto que la nobleza emitió contra el trabajo
–por considerarlo degradante y deshonroso– fue levantado; se
asiste al nacimiento del homo faber, quien sin conciencia plena
del cambio
ocurrido, transforma al mundo con su actividad.
A los ojos –marxistas y heterodoxos– de Bloch, el
fenómeno "renacimiento"
hunde sus raíces en la economía de la
época. Sin caer en el determinismo económico, es
preciso reconocer los nuevos hechos en este ámbito de la
vida humana. Es el inicio del capitalismo:
la burguesía citadina, aliada a la realeza,
que se encamina hacia el absolutismo,
pone fin al feudalismo
caballeresco. Triunfan los esfuerzos que, en Italia, durante
los siglos XIII y XIV, se tradujeron en revueltas de
artesanos… los Médici crean en Florencia el primer
banco. Las
empresas
manufactureras se imponen sobre las artesanales; se comienza a
calcular costos, puesto
que ya no sólo se trata de aprovisionar el mercado local,
sino de expedir productos a
puntos lejanos… el Renacimiento
parte de Italia. Ella
aporta dos hechos nuevos: la conciencia del
individuo que se desarrolla a partir de la economía capitalista
individual, frente al mercado cerrado
de las corporaciones; la impresión de inmensidad que
sustituye a la imagen del mundo
artificial y cerrado de la sociedad feudal y
teológica.
Es el tiempo de
Leonardo de Vinci, el de la multifacética musa; de
Cristóbal Colón y Magallanes. Es la victoria de
Copérnico y de su mirada sobre la naturaleza.
Cimabue, Giotto, Dante, Petrarca, Rafael, Miguel Angel,
Bruneleschi, Jan Van Eyck, Bramante, Giordano Bruno y Galileo,
Telesio, Pomponazzi, Campanella, Paracelso, Jacob Boehme, Francis
Bacon, Kepler, Newton,
Grocio, Bodino y Hobbes.
La conquista del mundo, de la naturaleza,
realiza rápidos progresos, la vida presente apasiona a los
hombres. ( Ortega y Gasset, al hablar de la reconquista
española contra los moros y describir los templos
almenados que edificaban los hombres de Fernando e Isabel,
comenta: " querían ganar el cielo sin perder la Tierra"),
el más allá palidece y esto ocasiona una inversión de valores. Bloch
concluye:
la filosofía del Renacimiento ha
servido, con frecuencia, como simple introducción al
capítulo principal ( de la filosofía burguesa)
consagrado a Descartes,
cuyo cogito ergo sum era presentado como la primera
piedra de una filosofía nueva. Esta manera de ver las
cosas es, empero, completamente falsa. Descartes tuvo
predecesores que fueron mucha más que
predecesores.
Maquiavelo es un hombre de esta
época. Si su vida, sus obras y los debates en torno a su obra
no plantearan el problema del fin y los medios, es
decir, el problema de las relaciones entre política y moral o
ética,
tal vez el estudio de este hombre no
merecería un esfuerzo mayor al de una hora de lectura
curiosa y poco o muy apasionada. Pero lo primero que hay que
decir, y de lo que " hay que persuadir a lo no-italianos", es que
se trata de problemas
mucho más complicados de lo que siempre se ha pensado al
plantearlos.
Las frases célebres a las que la ignorancia
disfrazada de erudición reduce el pensamiento de
Maquiavelo no son
las reglas de la política eterna. Es
necesario percatarse de que no sería posible explicar a
Maquiavelo si se
abstrae o separa su vida de sus obras. Y la vida de este hombre es una
de las más gravemente deterioradas por los
biógrafos que
suelen operar como si fuesen "cirujanos plásticos"
y no historiadores. Casi resulta paradógico, pues se trata
de un hombre que
enseñaba a preferir "la verdad de hecho de las
cosas".
De su vida se han hecho condenas o defensas y se ha
caído en el error de confundir los problemas de
Maquiavelo con
los que Maquiavelo
plantea a quien lo lee.
Además, en este caso como en otros
análogos, es preciso referirse a lo que el mismo dijo,
antes de juzgarlo. Haremos continuas citas. Lo cierto, para
comenzar, es que, pese al juicio final que estimamos acerca de su
obra, se trata de un personaje extraordinario,
cuyo pensamiento es
piedra de escándalo a cuatro siglos de distancia… un
hombre
honrado por Bacon y Spinoza; un hombre al que Voltaire hizo
refutar por Federico II; un hombre al que Kámenev y
Vichynsky citaron ante la barra de los procesos en
Moscú …
¿ A qué se debe esa permanencia, ese punto
de referencia constante, ese recurrir cíclico a Maquiavelo ? Tal
vez el fenómeno tenga su origen en la actualidad perenne
del problema del Estado, del
poder, del
vínculo entre gobernantes y gobernados, o de la
enunciación totalitaria –de derecha o de izquierda– de
la famosa "razón de Estado" que
sirve para justificar los excesos de cualquier poder
exacerbado contra las personas. ¿ Qué es esta
razón de Estado?
un concepto
híbrido en el que se mezcla todo lo que Maquiavelo
reveló acerca de la autonomía de la política y de los
estímulos que actúan sobre el príncipe y
sobre el Estado,
más la herencia
racionalista del despotismo ilustrado… La razón para
Maquiavelo, no es más que instrumento, rigor en la
acción, previsión, olfato político,
intelección de situaciones, astucia y no luz… es la que
afila a la fuerza; es
instrumento no guía.
Es Maquiavelo quien repite que, si los hombres
fueran buenos, el príncipe sería recto
también. Entonces es preciso plantearse una pregunta o,
mejor dicho, dar cabida a una sospecha. No sabemos si Maquiavelo
postula con pena la necesidad de la astucia y de la
crueldad calculada, o si, por el contrario, goza en modo
malsano al descubrir que la astucia y la violencia
se vuelven necesidad y, por tanto, están
permitidas y abren campo a ese combate perpetuo que Maquiavelo
parece amar como el clima en que su
propia virtú puede expresarse y
mejorarse.
En cualquier caso, como veremos, no es fácil
comprender, y mucho menos juzgar, a Maquiavelo. Menos aún
refutarlo –dice Georges Mounin–, aunque esta tarea es
algo
que todo el mundo ha soñado hacer, lo que
todo el mundo desea y, sin lugar a dudas, lo que es necesario
hacer.
Maquiavelo, como todos nosotros, estaba hecho –si se
nos permite emplear el término bíblico– de
tierra. Pero,
en realidad, como cada uno de nosotros, estaba hecho
de su tierra,
aquella en la que nació, en la que se han ido perdiendo a
lo largo de los siglos los restos de los suyos.
Nicolás Maquiavelo fue un florentino y, por
tanto, un italiano y un europeo. Veamos más de cerca,
pues, la tierra de
que estaba hecho este hombre, nacido en Florencia el 3 de Mayo de
1469, hijo de Bernardo y Bartolomea, hermano menor de Primavera y
Margarita.
Para entonces, Erasmo tenia dos años y Leonardo
de Vinci 17. Nicolás pasa su adolescencia
como testigo de acontecimientos notables. Ejemplo: el complot de
los Pazzi contra el nieto de Cosme de Médicis, el fracaso
de la conjura; la detención de los culpables y su tortura;
el cadáver de Jacobo Passi, arrastrado por Florencia atado
a la cuerda de la que fue colgado por los pies, del balcón
del Palacio Viejo, y luego arrojado al río
Arno.
Europa, entonces,
tiene nombres sonoros: España,
Francia,
Inglaterra y
Alemania. Los
españoles están en la fase definitiva de su lucha
contra os moros, que culmina en Granada en 1492. la
inquisición nace en 1481. Los Ingleses celebran el fin de
la guerra " de
las dos Rosas" y el
inicio de la dinastía Tudor, de la que formará
parte Enrique VIII. Los franceses están unidos bajo Luis
XI y se preparan para sus luego largas guerras en
Italia contra los
españoles, quienes los derrotan definitivamente en
Pavía en 1525, fecha en que Carlos V ya es Emperador de
Alemania y sus
soldados instalan establos en los templos de Roma. Los
alemanes –bajo el Sacro Imperio Romano
Germánico– son como los italianos pero sin Papa, es
decir, están divididos en pequeños Estados y los
gobierna un emperador sin poder real.
Lutero comienza su lucha en 1517, cuando Maquiavelo tiene 48
años.
A las puertas de esta Europa, los
otomanos, de quienes Maquiavelo sabrá poco. Sin embargo,
en el conjunto político mundial ocupan lugar importante y
se les teme, se comercia con ellos y no faltan voces que hasta
pidan una cruzada. Tienen buen ejército y poderosa marina,
bien implantados respectivamente en Belgrado (Yugoeslavia) y
Rodhas (Grecia), son
los dueños de Alejandría.
En cuanto a Italia, hacia
1490 no es más que una constelación de
pequeños Estados que se constituyen y se disuelven
constantemente. Un recuerdo de la época lo constituyen hoy
día la República de San Marino y el Principado de
Mónaco. pero lo mismo, o algo semejante, eran entonces
Boloña, Forli, Inola, Urbino, Mantua, Parma, Perugia,
Siena, Génova, Nápoles y Milán. En
términos generales, quedan cada vez menos comunas
medievales, verdaderas repúblicas.
Es la época de los condottieri, militares
por vocación y emprendedores de guerras a
destajo, quienes fácilmente mueven a sus tropas contra sus
propios pagadores y financieros con el objeto de apoderarse de
uno que otro Estado para su
provecho personal, aunque
fueran ya dueños de otro. Sicilia y Cerdeña
pertenecían a España
desde 1282. El ducado cuya capital era
Turín jamás se sintió italiano. Maquiavelo
escribe de este mundo atomizado:
La Iglesia nunca
fue lo bastante poderosa como para apoderarse de toda Italia, pero si
lo suficiente como para impedir a otro ocuparla. Por eso este
país no ha podido unificarse nunca bajo un
jefe.
Hay cinco estados mayores, astros de superior magnitud:
Venecia, Nápoles, Milán, Roma y
Florencia.
Venecia es todavía una "gran potencia". Su
"dogo" (dux) inamovible y su Gran Consejo le dan forma de
aristocracia añeja. Mounin hace notar que a ese Consejo
sólo tienen acceso los representantes de familias que ya
eran ricas en 1297. Venecia es dueña de buena parte de los
puertos del Adriático ubicados en la costa dálmata,
pero comienza a sentir los contragolpes de la llegada de los
turcos a Constantinopla y, más tarde, los de las nuevas
rutas al Asia y al Nuevo
Mundo. República marina agresiva, siempre ávida de
puertos, Venecia es temida, "es decir, odiada, por todos en
Italia".
En cuanto a Milán, es propiedad de
los Sforza, vencedores de los Visconti. Allí reina
Ludovico el Moro, quien anima a los franceses contra los
españoles. Es un Estado potente
y combativo, más rico económicamente que
Florencia.
En cuanto a Roma, capital de los
Estados Pontificios, debe recordarse que se encuentra bajo el
Papa Alejandro VI (Borgia) y que sus territorios van desde el Po
hasta Gaeta. Se trata de un Estado feudal de naturaleza
confusa, dentro del cual de hecho, "los miembros de las familias
nobles tienen tanto poder como son
capaces de imponer por la fuerza. Es una
de las épocas más tristes de la Iglesia
católica pues, como los recursos materiales del
papado se ven reducidos en toda Europa, y, al
mismo tiempo, las
ambiciones económicas no tienen freno,
se venden cada vez más todas las dignidades
pontificias, los cardenalatos –hasta en 100 mil ducados, y
más– y luego las indulgencias. Alejandro VI
llegará a hacer envenenar con cierta regularidad a uno u
otro cardenal cada vez que necesita 100 mil ducados, lo que
aprovecha también para confiscar, la noche misma del
deceso, toda la herencia en
dinero y
bienes que
encuentra en Roma.
El negocio es próspero y permite mantener
ejércitos que dan al Papa gran peso diplomático y
autoridad para
dirimir en su provecho, como árbitro, muchas querellas
italianas.
Nápoles, muerta ya la reina Juana, es un reino
ocupado por españoles. Impera una dinastía de
origen bastardo, encabezada por Fernando I ( Ferrante, hijo
natural de Alfonso el Magnánimo),
un monstruo de crueldad en un siglo en que la
marca es
difícil de batir.
Administrador
capaz, Fernando encarna al último Estado puramente feudal
de Italia y al
mayor peso militar en la balanza italiana, al menos
en los que toca a asuntos no marítimos.
Nos queda por ver Florencia, donde todas las antigua
estructuras
comunales son respetadas, pero donde la República –como
en su tiempo
decía Julio Cesar no era ya sino una palabra. Todas las
viejas formas estaban amañadas y arregladas para asegurar
la dominación de los Médicis, vieja familia que,
gracias a su dinero,
obtiene el poder con
Cosme el Viejo, a quien suceden Pedro el Gotoso y Lorenzo el
Magnífico. Este último fallece en 1492,
después de esforzarse, a punta de florines, por mantener
el equilibrio
entre los estados Italianos. Todo se arruinará por obra y
gracia de las tropas francesas.
Florencia expulsa luego a Pedro II de Médicis, a
quien considera culpable de haber defendido con demasiada
suavidad los intereses de la ciudad ante el Rey Carlos VIII de
Francia.
Entonces se restablece la república,
con una constitución reconocida por Jerónimo
Savonarola: aquella sobrevivirá al patíbulo del
monje y regirá a la ciudad hasta la caída de
Maquiavelo en 1512.
A partir del siglo XIII, en principio, Florencia es una
república. En la práctica, todas sus instituciones
funcionan en beneficio de los ricos, a pesar de las luchas de los
pobres. Ya desde la Edad Media,
Florencia conoce algo del "capitalismo".
La ciudad-Estado
juega un papel
importante en la elaboración y la exportación de seda y de lana y, sobre
todo, se vuelve un centro bancario. Apoyados por una red extraordinariamente
densa de filiales, los bancos
florentinos controlan una gran parte del comercio
mundial y, por sus préstamos a diversos soberanos, tienen
una importante fuerza
política.
¿ Qué hacen los Médicis para poder
controlar políticamente a una ciudad-Estado que se ha dado
instituciones
republicanas ? Algo simple: ubican en todos los puestos clave de
la administración republicana a personas que,
prácticamente, son empleados suyos. Luego ponen en marcha
las instituciones,
deterioradas por años de pugnas. Vale la pena mirar con
mayor atención estas instituciones
y su evolución, pues en el marco de ellas se
desarrollarán la actividad y la reflexión de
Maquiavelo. Interesan porque, aunque su funcionamiento parezca
complicado, y lo sea, su objetivo es
lograr la máxima garantía de que el poder no quede
en manos de una sola persona.
En primer lugar conviene aclarar que las llamadas
"repúblicas" no son, de ningún modo,
democráticas. En ellas quedan fuera del ámbito de
la toma de
decisiones todas las personas que hoy tenemos la costumbre de
agrupar bajo el nombre de "pueblo", es decir, obreros, artesanos,
pequeños comerciantes, campesinos y algunos profesionales.
Lorenzo el Magnífico –el más brillante de los
Médicis– decía de ese "pueblo" lo
siguiente:
No hay nada de genio en las gentes menudas que
trabajan con sus manos, y que no disponen del tiempo libre
necesario para cultivar su inteligencia.
El poder lo tiene la burguesía, pero no cualquier
tipo de burguesía, sino una curiosa mezcla que incluye
familias de la nobleza antigua y familias surgidas del pueblo,
casi en proporciones iguales. Los ciudadanos –los que tienen
derecho a intervenir en los asuntos públicos–, no son
todos burgueses. los burgueses no todos son ciudadanos. mandan
los "maestros de oficios", a través de sus corporaciones (
arti maggiori y arti minori), que son estructuras
profesionales y de castas privilegiadas, a las que se puede
pertenecer por herencia o
ejercicio. En la ciudad –60-80 mil habitantes– sólo hay
unos mil ciudadanos. Hay activos y pasivos, es decir, los
que pagan impuestos –y
pueden ejercer derechos– y los que no los
pagan y carecen de aquellos.
El poder se organiza en forma muy complicada. En tiempo
de Maquiavelo, por ejemplo, existe un Gran Consejo, del que
prácticamente forman parte todos los que tienen derechos ciudadanos. Debajo
de éste, se encuentra el Consejo de los 80, que, como es
lógico suponer, resulta más cómodo y
práctico para hacer frente a los asuntos corrientes que el
Gran Consejo. El gobierno se llama
Señoría. lo forman los representantes de las
arti maggiori, que en número de 9, se reúnen
con el Justicia,
representante supremo del Estado. Los nueve van rotando con una
periodicidad de dos meses. Para asegurar el sistema –cuyo
objetivo
muchas veces declarado es impedir que un ciudadano "se eleve por
encima de los demás"– la ley establece que
el jefe supremo de las fuerzas armadas no sea florentino, sino
"extranjero, noble y procedente de un país distante al
menos cuarenta leguas".
El sistema
está basado, hasta cierto punto, en la desconfianza y, por
esa razón, se postula que hay que hacer pasar por los
cargos públicos al mayor número posible de
ciudadanos activos.
para evitar alianzas hegemónicas, los sistemas de
elección para los cargos son de lo más sofisticado
y cambian al menor signo de descontento o sospecha. En todos se
combina la suerte con la elección. Por ejemplo, para una
función dada, todos los nombres de los aspirantes
elegibles se introducen en una bolsa, luego se extrae de ella un
número igual a dos o hasta cinco veces el necesario; de
éstos, se sortea un número determinado previamente
y, entre los que quedan, finalmente se elige. Además tanto
el Gran Consejo como el Consejo de los 80, rigen reglamentos
sumamente estrictos.
Maquiavelo era hijo de un notario medianamente
acomodado. la familia es
gibelina, pero luego se hace güelfa. El autor, en sus
Historias Florentinas, reflexiona sobre los cambios que las
revueltas constantes introducen en la vida social. No deja de ser
un tanto escéptico:
. . . el efecto más común de las
revoluciones que padecen los imperios es hacer pasar a
éstos del orden al desorden, para inmediatamente
después devolverlos al orden…
Quizá le faltó aclarar que el
primer orden es diverso al último y reflexionar sobre la
diferencia entre ambos.
Y Maquiavelo es testigo de no pocos cambios violentos. A
partir del siglo XIII, la ciudad es, en principio una
república. En la práctica, las instituciones
sirven a los más acomodados ( il popolo grasso ).
Los 80 del Consejo representan, en la vida común, los
intereses de la banca, el
comercio y la
industria, y,
en ocasiones, hasta de los del comercio en
pequeño y los artesanos. El Gran Consejo elige a los
magistrados que forman la Señoría, pero la dirección efectiva –el poder– está
en manos de aquellos 80.
¿ Cómo se llegó a esa
República ? Para saberlo, es preciso decir algo de los
Médicis, vieja familia de
agricultores toscanos que llegan a ser prósperos banqueros
en el crepúsculo de la Edad Media,
cuando las luchas entre partidos ya minaron las viejas estructuras
comunales y abren el camino al sólito "hombre
fuerte".
En la Florencia de los primeros años del siglo
XV, la fachada es republicana, pero el poder se ejerce en las
casas de la nueva aristocracia. Cosme el Viejo, abriendo sus
repletas arcas, se hace del mando hacia 1435. Comienzan
así tres siglos que verán Médicis en todas
las cortes de Europa y en el
trono pontificio. Un día, Cosme autoriza un
préstamo de cien ducados a un monje llamado Tommaso
Parentucelli. El riesgo dio
frutos: Parentucelli llegó a ser Papa ( Nicolás V )
y convirtió a los Médicis en banqueros de la Santa
Sede. En 1464, cuando muere Cosme, la Señoría hace
inscribir sobre su lápida: "Al Padre de la
Patria".
Lo sucede Pedro el Gotoso, su hijo, que no tiene la
energía de su padre, pero si una gran habilidad política. Vence a sus
opositores y ¡ no los condena a muerte!
Fallece en 1469. heredan el poder sus hijos Lorenzo y
Julián. Este tiene el título, aquel gobierna. En la
sombra, la conjura amenaza. Son sus competidores –los banqueros
Pazzi– quienes urden, con el apoyo del Papa Sixto IV ( quien
había quitado a los Médicis las finanzas
vaticanas), y del rey Ferrante de Nápoles. El 26 de abril
de 1478, en la catedral de Florencia, los conjurados atacan.
Muere Julián. Lorenzo se hace fuerte en la
sacristía.
El pueblo se entera y toma partido por los
Médicis. Lorenzo vence y la represión es feroz. El
joven banquero y amante de las artes retoma las riendas y, de
"primer ciudadano", se transforma en "Señor". Diez
espadachines selectos lo acompañan a todas partes.
Subordina a sí a la Señoría y a los
Consejos, a través de un consejo de 70 miembros, que
sólo dependen de él. Se adueña del poder
total en Toscana y emprende una obra diplomática notable.
Entre finanzas
privadas y administración
pública –imprecisos los límites entre ambas–
encuentra tiempo y dinero para
el amor, las
artes y el mecenazgo. Sus versos bastarían para asegurarle
la fama. Vibra en ellos
un apasionado anhelo de gozar el instante que huye;
es el reflejo de la actitud
pagana de la corte medicea, contra el que truena, desde el
púlpito de San Marcos, Fray Jerónimo
Savonarola.
Como ejemplo, citemos el primer pie de uno de sus
sonetos: Chi vuol esser lieto, sia, di doman non v'é
certezza. . . ( "Quien quiera ser feliz, séalo; del
mañana no hay certidumbre. . .").
Para entonces, la oposición comienza a cambiar de
aspecto. Los florentinos comienzan a dar oídas al fraile
dominico que denuncia la "dolce vita" de la corte
florentina, el paganismo, la asfixia de la libertad
ciudadana. Los médicis intentan acercarse al predicador y
tratar con él. Fray jerónimo es rígido; para
él, los Médicis son la causa del mal y deben irse,
porque el castigo de Dios está cerca:
. . . y tú, Florencia, que piensas
sólo en ambiciones y empujas a tus ciudadanos a
exaltarse, sabe que el único remedio que te queda es la
penitencia, porque el flagelo de Dios ya está
próximo.
En 1492 muere Lorenzo. En muchas ocasiones he
leído que Fray Jerónimo fue llamado a la cabecera
del moribundo y que se negó a darle la absolución.
Más que dato histórico es voz popular pero muestra el tenor
de la fama del fraile. En realidad, Lorenzo muere lamentando no
haber tenido tiempo para completar la biblioteca que
hoy lleva su nombre en Florencia.
La precoz muerte de
Lorenzo sume a la ciudad en el luto, a pesar de todo. En Italia,
se rompe el equilibrio
logrado por la paciente, sagaz y adinerada diplomacia del
Magnífico. Los franceses entran en Italia con su rey al
frente –Carlos VIII– y Pedro, primogénito y sucesor de
Lorenzo, cede y lo deja ocupar cuatro bastiones toscanos. Los
florentinos se enfurecen y expulsan a los Médicis de la
ciudad el 9 de noviembre de 1494. Fray Jerónimo no ceja, y
menos ahora cuando ve cumplidas sus predicciones
apocalípticas en buena parte. El pueblo — que ha vuelto a
organizarse en partidos– lo convierte en árbitro de la
situación. Savonarola promueve la reforma radical de las
leyes de la
ciudad: instaura un Monte de Piedad, legisla contra la
disolución moral,
organiza las "quemas de vanidades". Un día, entre el
entusiasmo de la multitud, proclama Rey de Florencia a
Jesucristo. Evidentemente el primer ministro era el
fraile.
El triunfo de Savonarola fue efímero. Las
facciones florentinas lo desbordaron y el Papa Alejandro VI
ayudó a que así fuese. Fray Jerónimo va a la
hoguera en la Plaza de la Señoría. No quiso
enardecer a la multitud en su favor. El proceso —
previa tortura– fue amañado. ( era axioma de la
época que dove il motivo di procedere non c'é,
bisogna fabricarlo, es decir, " donde no haya motivo para
proceder, hay que fabricarlo".) acusación capital:
haberse atribuido el don de profecía. Además:
herejía, cisma, rebeldía… diecisiete cargos. Un
eclesiástico le dice: " te separo de la Iglesia
militante. . . y de la triunfante". El fraile responde: "
Sólo de la militante; la otra no depende de ti". Reza el
Te Deum … antes que él muere fray Silvestre y fray
Domingo, sus hijos espirituales y seguidores. … Fray
Jerónimo pide a la multitud que ore por él … reza
el Credo … arde …
La recién renacida república de Florencia
vive un momento difícil y una situación
precaria.
Respecto de Fray Jerónimo, Maquiavelo
escribió en 1497 una carta en la que
refiere, con " amargo y desilusionado sarcasmo", algunas de las
homilías de Savonarola. Maquiavelo acusa al dominico de
haber querido hacer un partido político a partir de una
idea moral,
dividiendo a la humanidad en dos bandos: " uno que milita con
Dios, el suyo; y otro con el Diablo, el de sus adversarios. . ."
además, lo tacha de oportunista y le da, en El
Príncipe, el título de "profeta desarmado",
incapaz de construir algo durable, justamente porque no quiere
afrontar la realidad. Maquiavelo es un teórico del
triunfo, no del martirio. Savonarola dice a los hombres
cómo deben ser. Maquiavelo tratará de mostrarles
cómo son.
Cuando Savonarola muere, en 1498, el esplendor de
Florencia está opacado. La caída del fraile
ocasionó cambios en los puestos de la administración citadina. Los
"savonarolianos" pierden sus empleos. Maquiavelo, gracias a esto,
puede ser electo secretario de la Segunda Cancillería, una
especie de secretariado del Consejo de los Diez para la
Libertad de la
Paz. estos diez recibirían de la Señoría
ciertos poderes y ciertas misiones vinculadas con lo que hoy lo
estarían las secretarías de Relaciones Exteriores,
de Gobernación y de la Defensa en México.
Maquiavelo era algo así como el "oficial mayor" del
Consejo.
Rápidamente, Maquiavelo se ganó la
confianza del Consejo de los Diez, por su capacidad y
dedicación. Se le confían de inmediato misiones de
importancia, difíciles de ejecutar.
El mejor biógrafo de Maquiavelo –Pascale
Villari–, describe al autor que estudiamos con las siguientes
palabras:
De estatura mediana, figura delgada, con los ojos
brillantes, cabello oscuro, cabeza bien pequeña, nariz
ligeramente aquilina, labios apretados; todo denunciaba en
él al observador y al pensador muy agudo, pero no al
hombre capaz de ejercer gran influencia sobre los demás.
No podía evitar fácilmente la expresión
sarcástica que de continuo le andaba por los labios y los
ojos centelleantes y que le daba el aspecto de un calculador
frío y sagaz. . . Entregóse a servir a la
República con todo el entusiasmo de un viejo republicano
de la antigüedad inspirado por los recuerdos de Roma, pagana y
republicana. . .
¿ en qué consistió el trabajo del
secretariado de los Diez ? Concretamente, le tocaba redactar
numerosos textos, documentos y
cartas: ir al
"extranjero" para preparar el trabajo
ulterior de los diplomáticos florentinos y, en ocasiones,
con gran libertad de
acción –gracias a su amistad con Pier
Soderini, Justicia de
Florencia– a fungir prácticamente como embajador de la
República. Dado el deterioro de ésta –debido,
según Maquiavelo mismo, a la lucha constante entre
facciones, a la incapacidad de los italianos para unirse y al
papel nefasto
del papado– es poco lo que un negociador florentino puede
entonces ofrecer a la contraparte.
En esa época los diminutos Estados italianos son
incapaces de hacer frente solos a los grandes estados extranjeros
— como España y
Francia–, con
los que cada principado o ducado o república establece
alianzas efímeras. Entre tanto, Alejandro VI trata de
sacarle jugo a la situación para beneficiar a su hijo
César. En el seno de esta complicada y mutante urdimbre
política, Maquiavelo intentará salvaguardar los
intereses de Florencia, consciente de que no es fuerte. Una idea
yace en el fondo de su acción:
la ruina de Italia no tiene otra causa que el hecho
de haber descansado demasiados años en ejércitos
mercenarios.
El político florentino viajó cuatro veces
a Francia a
realizar diversas negociaciones, que van desde la petición
de subsidios, hasta el intento de disuadir a los franceses de
organizar un Concilio contra el Papa Julio II. Los viajes
ilustran al secretario de los Diez, quien escribe:
los príncipes deben hacer que otros ocupen
los puestos que generan rencores, y guardar para sí los
que generan agradecimiento.
también viaja a Bolzano y a Mantua para negociar
con el emperador alemán Maximiliano; a Trento y a
Innsbruck, con el mismo objeto. Son misiones cuya finalidad es
ganar tiempo y pagar el menor tributo que se pueda. Asimismo,
ejecuta dos misiones ante César Borgia. La segunda de
éstas fue tal vez la que dejó en Maquiavelo la
huella más honda. Los estudiosos de Maquiavelo se
preguntan y discuten hasta hoy si, en realidad, las misiones
fueron tres, pero coinciden en afirmar que el hijo del Papa
Alejandro VI inspiró al negociador florentino algunos de
los capítulos de El Príncipe,
particularmente el VII, en el que se encuentra todo lo que hoy
podría calificarse de "maquiavélico":
la justificación del crimen cuando se comete
de modo inteligente . . . el método
para deshacerse de una familia molesta,
el arte de comprar a
quienes no es posible matar ( el pueblo o los grandes) y, en
fin, la ferocidad bien lograda . . .
Maquiavelo desempeña otras misiones y da una
batalla política en Florencia para convencer a Soderini y
a la Señoría de la necesidad de constituir una
milicia florentina no mercenaria, que se funda en 1509 y cuya
instrucción queda a cargo del secretario. Al frente de
ellas entra a Pisa, ciudad vencida por los de
Florencia.
En la historia de ese tiempo,
escribe Mounin al esbozar un balance de la actuación
política de Maquiavelo, se trata
de un vencido, pero no de un fracasado. . . su
experiencia política es real, y no es la de un subalterno
ni la de un mediocre. Tiene valor pleno
para su época y aporta una innegable base experimental .
. . a sus teorías
políticas ulteriores.
Conviene, para cerrar el marco histórico de este
autor, ver el modo en que perdió el trabajo y
el poder. Los hechos se desarrollan en 1512. El Papa Julio II
trastoca las ligas y constituye una Santa Alianza con los
españoles contra los franceses, aliados tradicionales de
Florencia y amigos políticos de la República
preferidos por Maquiavelo. Venecia y Suiza colaboran con el Papa
y la derrota de los galos se consuma en Ravena. Florencia trata,
en vano, de permanecer neutral. Los "aliados" toman Prato, en
Toscana, donde cometen toda clase de tropelías. Los
confederados, para castigar la francofilia de la
República, deciden el regreso de los Médicis y
deponen a Pier Soderini, con la complicidad de las familias
ricas. Con él cae su hombre de confianza, Maquiavelo,
quien ve cómo los poderosos son capaces de cualquier trato
con el extranjero, aun en contra de su propia República,
con tal de salvar su situación de privilegio.
Maquiavelo dirá luego que su ex protector
–Soderini– fue demasiado honesto, bueno, paciente, legalista y
humano. Cuando murió Soderini, en 1525, Maquiavelo
escribió un epigrama en el que decía que, al ir
Soderini a tocar a las puertas del infierno, Satán lo
mandó, por "imbécil" al limbo, "con los
niños nacidos muertos".
También es cierto que Maquiavelo trató de
congraciarse son los Médicis con el objeto de conservar su
puesto, por medio de demostraciones de competencia
profesional "como consejero político". No lo logró,
pese a que dedicó El Príncipe al nuevo
Lorenzo de medicis que gobierna Florencia, sin el talento del
Magnífico, pero que será el padre de Catalina,
futura reina de Francia.
Primero lo dedica a Julián –que muere– y luego a
Lorenzo, pero en realidad ninguno de los dos lo pudo leer. El
Papa León X, tío de Lorenzo, recomienda a
éste rodearse de consejeros que "no sean muy valientes ni
muy inteligentes". El sobrino le hizo caso. El 7 de noviembre de
1512, la ruina política de Maquiavelo es
definitiva.
Para colmo, en 1513 es acusado de participar en una
conjura. Lo detienen, lo maltratan un poco y, finalmente, lo
someten a residencia fija en su propiedad de
San Casiano, a unos diez kilómetros de Florencia.
Allí, por medio de la escritura,
pasará a la posteridad gracias, sobre todo, a dos de sus
cuarenta obras: El Príncipe ( De Principatibus), un
manual acerca
de cómo obtener y conservar el poder, en el marco de una
lucha sin escrúpulos, y Discurso sobre la primera
década de Tito Livio, especie de tratado en torno a la manera
de triunfar en el marco de una política con apoyo del
pueblo.
Además, escribe El arte de la
guerra,
Historias florentinas, La Mandrágora, El asno de oro,
Cantos de carnaval, Vida de Castruccio Castracani, e
innumerables cartas e informes.
Los "Discursos"
constituyen un análisis sobre las mejores condiciones de
una reflexión acerca de los inicios de la historia romana. Maquiavelo
subraya el papel esencial
de los tribunos romanos, quienes supieron defender eficazmente al
pueblo de las agresiones de los poderosos. Destaca también
la importancia que tiene la posibilidad de acusar legalmente, con
la que el pueblo cuenta y que los tribunos pueden ejercer a
petición popular. El autor no duda en afirmar que la
grandeza de Roma se debió a estas formas de democracia,
que propiciaban la virtud pública y privada, y asegura que
la decadencia romana se explica por el abandono y el deterioro de
las antiguas prácticas de participación popular en
la toma de
decisiones. La elección de los magistrados garantizaba
el equilibrio
entre poderosos y débiles, que se limitaban y controlaban
de manera recíproca:
los magistrados, quienes no debían su
autoridad a la
herencia, ni a
la intriga, ni a la violencia,
sino al sufragio libre de sus conciudadanos, eran siempre hombres
superiores . . .
La frase está tomada del capítulo XX,
libro I de los
"Discursos",
donde Maquiavelo afirma que, gracias a los comicios, una
República puede asegurarse de que la gobernarán
perpetuamente sus hombres más virtuosos. En el
capítulo anterior, el autor había demostrado
cómo
un Estado que comienza de manera excelente puede
sostenerse bajo un príncipe débil, pero su
pérdida es inevitable cuando el sucesor de tal
príncipe es tan débil como el
primero.
El tema se repite en el libro II de
las Historias florentinas, de Maquiavelo, donde
éste describe las instituciones comunales de la antigua
Florencia republicana.
En cuanto a El príncipe, se trata de otro
tipo de reflexión, con base sobre todo en las experiencias
vividas por Maquiavelo y no tanto en las del pasado remoto. La
investigación pretende se lo más
objetivo
posible. El autor
estudia los diversos tipos de principados, las
maneras de adquirirlos, las ventajas y los inconvenientes que de
esto se espera obtener.
La obra contiene una larga serie de interrogantes cuyo
objetivo es
dividir el tema para irlo abordando paso a paso. ¿ Se
trata de un principado hereditario o conquistado recientemente ?
¿ Se obtuvo por las armas o por el
talento ? en el fondo,
jamás se plantea el problema de la
legitimidad del poder . . . y hay ( en el Príncipe y los
Discursos),
una unidad de inspiración y de investigación. En las dos obras, la
ideología implícita . . . es constante: igual
visión del juego de las
pasiones, igual teoría
de las vicisitudes de los Estados, igual gusto por la
política positiva. Sólo difieren las estrategias: en
El Príncipe, el instrumento del triunfo se
concentra en las manos de un individuo que reúne
virtú y fortuna . . . En los Discursos, el
control popular
–como se practicaba en Roma– engendra la virtud y, en
consecuencia, la fuerza del
Estado frente a sus enemigos. Sin embargo, en los dos casos, el
objetivo de
la política permanece constante: se trata de fortalecer al
Estado desarrollando su poderío y organizando las
modalidades del ejercicio del poder. Los dos esquemas no se
excluyen, representan dos posibilidades a las que, según
las situaciones, darán vida las
circunstancias.
En la Italia de aquellos tiempos, es lógico
suponer que aparecía más viable la hipótesis de El Príncipe que
la de los Discursos en la medida en que estaba más
vinculada al presente. Maquiavelo es "pragmático" y carece
de ilusiones. Por eso no teme jugar en todos los tableros. Se
trata
de un político, no de una conciencia
moral . . .
Cuando se describen, como él lo hace, los mecanismos del
poder, se deja a otros la preocupación de ser
puros.
Cabe decir, sin embargo, que ninguna de estas dos obras
se publicó en vida de su autor. Al final de sus
días, éste volvió a servir a los
Médicis (quienes le pagaron por las Historias
florentinas), poco antes de que éstos cayeran de nuevo en
1527. Ese mismo año murió él.
Es común afirmar que antes de Maquiavelo no hubo
ciencia
política y que la obra de éste representa una
verdadera novedad histórica. Bloch afirma que su
"extraña doctrina de la técnica del gobierno . . . es
cínica", y que el autor del El Príncipe
concibe la política como una ejecución "sobre el
teclado de la
fuerza bruta",
que produce, a pesar de éste, "un bello fragmento". En una
frase, para Bloch, Maquiavelo es el hombre para
quien el fin justifica los medios y su teoría
expresa un desprecio total del hombre.
Implacable, Bloch juzga que en la obra de Maquiavelo hay
una tendencia "que conduce directamente al facismo", en la medida
en que el autor que analizamos aconseja al gobernante mostrar
sólo la apariencia, y no el ser de lo que desea y en
proporción directa a un Estado cuya finalidad "no es hacer
feliz al pueblo sino evitar que haya problemas".
Sin embargo, Bloch reconoce que Maquiavelo proporciona
la receta de la interpretación del hecho
político, y es en este sentido –y no poniendo en
práctica su doctrina– que es necesario servirse de su
teoría.
Al llamar gato al gato, Maquiavelo actúa de manera muy
poco maquiavélica, porque el maquiavelismo exige
precisamente que se escondan las verdaderas motivaciones de la
acción política. . .
Maquiavelo es un analista y descriptor de la realidad
política, a la que estudia en términos de
relación de fuerzas al interior de un Estado. La
perspectiva es absolutamente moderna. Para él, ha
terminado el problema del derecho divino y la religión –a escala
política– es un instrumento de gobierno en manos
del príncipe.
No le preocupan los fines últimos de la humanidad
y la felicidad y la salvación son privadas. La
política será pues, una
actividad puramente terrestre, que se define
pragmáticamente por el fracaso o el éxito de un
proyecto, sin
intervención de juicios de valor.
Para la época, no es poco el "avance", sobre todo
si recordamos que, hacia 1516, Tomás Moro escribió
Utopía y Erasmo de Roterdam su Manual del
príncipe cristiano, donde se proponen, sostienen y
defienden visiones mucho más morales del mundo. Recordemos
a Moro y a su isla sin lugar ( U-topia) sometida a un
colectivismo virtuoso y eficaz. Y a Erasmo esforzándose
por probar que los principios
cristianos son mejores que la guerra, la
injusticia, las rapiñas y la mentira.
Maquiavelo es de otra especie. El reflexiona acerca de
un mundo en el que los poderes de la banca y el
comercio han
hecho olvidar los sueños; en el que se habla de hechos y
se realizan negociaciones de acuerdo con la balanza de fuerzas.
Sus compatriotas están seguros de que el
Papa es tan príncipe como cualquier otro, y le reprochan
–empero– utilizar su dimensión espiritual – religiosa en
beneficio de sus intereses privados. La política es una
actividad necesaria para que el Estado
propio y el hombre
individual sobrevivan en este mundo de lobos; es la respuesta a
una realidad innegable; el mundo está lleno de hombres
malvados y ambiciosos. Sin embargo, es sobre todo
contra Aristóteles que se quiere defender una
especie de primado de Maquiavelo en materia de
ciencia
política; contra Aristóteles, autor de la
Política. . . En efecto, en una carta del 26 de
agosto de 1513 . . . Maquiavelo escribe: " Yo no sé lo que
dice Aristóteles de las repúblicas
fragmentadas; pero sé lo que de ellas puede ser, lo que
es y lo que siempre ha sido. . .
De todos modos Mounin opina que es difícil pensar
que Maquiavelo no hubiese leído la Política
del estagirita, dado que esta obra, introducida en Italia desde
1429, fue traducida en la propia Florencia en 1492 por Leonardo
Bruni d'Arezzo, quien fue el predecesor inmediato de Marcello
Virgilio como secretario de la primera cancillería de la
República. Recordemos que, mientras Virgilio ocupaba tal
puesto, Maquiavelo era secretario de la segunda
cancillería. Villari insiste en la superioridad de su
biografiado sobre Aristóteles, pero como indica Mounin, lo
que habría que señalar es la diferencia con
Platón.
Mounin añade, por otra parte, que es, posible
rastrear en Maquiavelo rasgos del "positivismo
político" de Aristóteles, en una enorme serie de ideas,
preceptos y fórmulas típicas del griego
. . . la idea capital de que
hay gobernantes y gobernados, predestinados a sus respectivos
papeles por su propia naturaleza, la
idea de que, ante todo, es preciso evitar ultrajar a los
súbditos; la idea de que es necesario otorgar puestos de
compensación a quienes se excluye del poder principal; la
idea . . . de que es muy peligroso ampliar el derecho de
ciudadanía; la idea de que el príncipe debe
parecer dueño de ciertas cualidades . . . Todo el
libro VIII de
la Política (tradicionalmente considerado como
libro V), con
su examen de la revolución
de los Estados, y sobre todo con su retrato del tirano, recuerda
a cada instante a Maquiavelo . . . (quien) no es ni más
ni menos aristotélico que su tiempo . . .
Dante, Marsilio de Padua, Santo Tomás de
Aquino y Egidio Colonna influyen también sobre
Maquiavelo, con sus obras respectivas: De monarchia, Defensor
pacis, Comentario a la Política de Aristóteles y De
regimine principium ( de Santo Tomás, concluida por
Colonna). Habría que citar asimismo algunas obras que
aportan a la época ciertas "ideas flotantes" acerca de los
Estados nacionales, adversas a la teoría
de una monarquía universal del Papa o del Emperador. Y
tampoco podría soslayarse la teoría
de la recién llegada –la burguesía– cuya
primacía pretende probarse de muy diversas maneras: se
enfrentan, por ejemplo, los partidarios de los comerciantes
–como grupo social
con vocación– y sus adversarios. En consecuencia, hay
intentos de probar la calidad del
comerciante para gobernar. Debe añadirse aun a los
humanistas que subrayan la importancia de la historia y los factores
psicológicos, y que critican las fuentes: Y,
para terminar, es preciso afirmar que las teorías
de Maquiavelo deben mucho a la
diplomacia permanente de los burgueses de
Italia, creada por hombres prácticos, observadores y
realistas, quienes, en sus largas misiones, ya entonces semi –
permanentes, adquieren el hábito de anotar todo, analizar
todo y juzgar de todo desde el punto de vista de los negocios (los
primeros informes
diplomáticos datan de 1394, las primeras instrucciones
escritas a los embajadores, de 1409). No se trata de negar que
Maquiavelo hubiese dado un paso adelante, quizá incluso un
gran paso, en relación con todos. Es necesario solamente
conocerlos, y no menospreciarlos demasiado, para medir bien la
grandeza y la dirección de ese famoso
paso.
Maquiavelo mismo limita su campo de investigación al explicar que dejará
a un lado "las cosas que se han imaginado acerca del
príncipe" y que se ocupará sólo "de aquellas
que son verdaderas", las cuales ha aprendido "gracias a la larga
experiencia de las cosas modernas y la lectura
continua de las antiguas".
No sólo en El Príncipe aborda el
autor las cosas de este modo. También lo hace en los
Discursos, después de asegurar en la otra obra que
su intención es que El Príncipe no obtenga
"más alabanza ni honor que lo que le confiere la novedad y
la gravedad" de la materia que
trabaja.
Recordemos la introducción de los
Discursos, en cuya dedicatoria el autor insiste en que se
trata del fruto
de lo que ha podido aprender de las cosas del mundo,
gracias a una larga práctica y a la lectura
asidua.
Maquiavelo afirma que la naturaleza
envidiosa de los hombres transforma
todo descubrimiento en algo tan peligroso como las
aguas y las tierras desconocidas para el
navegante.
Pero ¿ cuál es el descubrimiento que
pregona?, ¿cuál es la nueva ruta que lo
llevará a realizar aquello "que puede redundar en
beneficio común de todos"?.
En uno y en otro caso, se habla de resultados de la
experiencia y de las lecturas, y se aborda la realpolitik,
es decir, el entrelazarse en la historia de hombres que
luchan apasionadamente por sus intereses. O, lo que es lo mismo,
Maquiavelo concibe a la historia como el
terreno
de experiencia a partir del cual se podrán
extraer las reglas de la acción
política
y se dispone a aplicar a la política
el método que
tiene buen éxito en las otras ciencias, es
decir, servirse de la experiencia de los antiguos para guiar a
los contemporáneos.
Maquiavelo mismo reprocha a los hombres de su tiempo el
que paguen mucho para adornar sus casas con recuerdos
artísticos del pasado, o con copias de obras antiguas
bellas, y no se preocupen por imitar la virtú de
quienes los precedieron. Cita el modo de proceder de juristas y
médicos, quienes recurren al pasado para justificar sus
sentencias y remedios y lamenta que,
para fundar una República, sostener Estados,
gobernar un reino, conducir una guerra,
dispensar justicia,
acrecentar un imperio, no se encuentra príncipe,
capitán, República ni ciudadano que recurran a los
ejemplos de la antigüedad.
Y ya se sabe, los que olvidan el pasado se ven obligados
a repetirlo. De tal ignorancia histórica proviene la
anaciclosis, la reinterpretación de las series de
hechos. Maquiavelo diagnostica la causa de tal
negligencia:
. . . se trata menos del estado de debilidad a que
nos han reducido los vicios de nuestra educación actual, que
de los males causados por esa pereza orgullosa que reina en la
mayor parte de los estados cristianos, que de la falta de un
verdadero conocimiento
de la historia, de cuya lectura no se
debe cosechar frutos, ni juzgar el sabor que contiene . .
.
Y se ofrece para aportar el remedio: escribir sobre la
primera década de Tito Livio y ayudar al lector a extraer
de esa narración los frutos necesarios para orientar, por
el pasado, la vida presente. De esta manera los modernos
podrán imitar a los antiguos. Esta invitación es,
en primer término, un
postulado típico del Renacimiento; la
antigüedad se nos propone no sólo como modelo para la
renovación de la arquitectura y de
la pintura, sino
también en materia
política; es necesario volver a la virtú
romana; no a la virtud cristiana, sino a una cualidad viril
que concierne al hombre . . . Maquiavelo la emprende contra la
virtud cristiana e incluso contra la Providencia, pues no ve
huella de la Providencia en el mundo, regido por un destino
ciego . . . (del cual) sólo puede salir gracias a la
virtú. La Providencia queda degradada . . .
el Príncipe es la Providencia. . .
Pero tal imitación no se reduce a un retorno puro
y simple al pasado. Se trata de una especie de "técnica",
de "ciencia"
apoyada sobre una "praxis" verificable, ya que se puede juzgar de
sus resultados en la historia. Esa ciencia es la
política, entendida como la medicina o la
jurisprudencia, que aportará las normas de la
acción eficaz. Claro que, para que se trate de una
ciencia, hay
que suponer un modus operandi constante que permita
elaborar leyes. Lo cual,
de algún modo, significaría también "que no
hay un real devenir". Sólo así podrán
aplicarse hoy las buenas recetas de ayer. El cambio real,
basado en el
conocimiento histórico que posea el príncipe,
dependerá de la virtú y de la "fortuna" de
éste, nueva especie de taumaturgo desfatalizador, que, por
conocerlas, puede alterar los engranes del destino. De alguna
manera, el príncipe coincide con el hombre excepcional de
Hegel, que, en
un momento dado, "encarna" el sentido de la historia y tiene
derecho a obrar más allá de la razón, porque
es el Espíritu en movimiento.
Y ya que hablamos de Hegel,
refirámonos a la "filosofía de la historia" de
Maquiavelo. Comencemos analizando un párrafo de los
"Discursos":
Quienquiera que compara el presente con el pasado,
ve que todas las ciudades y todos los pueblos han estado
siempre, y todavía están, animados por los mismos
deseos y las mismas pasiones. Así de fácil, por
medio de un estudio exacto y bien reflexionado del
pretérito, prever lo que debe suceder en una
república. Entonces es preciso utilizar los medios puestos
en obra por los antiguos, o, si no se encuentran, inventar
nuevos según la semejanza de los
acontecimientos.
Como puede verse, existe para el autor la posibilidad de
prever, siempre y cuando se conozca el pasado. Esto significa que
hay una especie de permanencia, de constante, en la naturaleza
humana y en la naturaleza a secas. Sólo que los hombres
–sobre todo los gobernantes– lo ignoran, para desgracia suya y
de sus semejantes. Se lee la historia poco y, quienes la
leen,
se derriten en el placer que les produce la variedad
de sucesos que presenta; no se les ocurre imitar las bellas
acciones: esta
imitación les parece difícil, e incluso imposible;
como si el cielo, el sol, los
elementos y los hombres hubiesen cambiado de orden, de movimiento y
de fuerza, y fuesen diferentes de lo que fueron.
Maquiavelo lamenta entonces que los florentinos hubiesen
olvidado la historia en 1494. De recordarla, habrían
comparado las circunstancias con otras análogas de Roma, y
no hubieran perdido el tiempo en reformas inútiles que los
condujeron en seguida a una situación casi igual a la que
pretendían superar. Les faltó "comparar", no
conocían la "ciencia" de la política. Olvidaron
que, si se reflexiona en torno "a la
marcha de las cosas humanas", se descubre que
el mundo permanece en el mismo estado en que se
halla todo el tiempo; que hay siempre la misma suma de bien y la
misma suma de mal: que ese bien y ese mal — empero– no hacen
otra cosa que recorrer diversos lugares, diferentes
regiones.
Este punto de vista de Maquiavelo parece indicar, como
lo hace ver de manera clara Hélene Védrine, que
todas las transformaciones se realizan al interior de un
círculo cuyo movimiento es
tan inmutable como el de los astros y lo que se necesita, si se
desea prever la aparición del acontecimiento, es "conocer
el punto de recorrido donde nos encontramos".
De aquí que Maquiavelo, conociendo la enfermedad
de un país cuyas glorias terminaron al disolverse el
Imperio Romano,
proponga meditar sobre el pasado a sus contemporáneos, de
manera que en éste encuentren el remedio positivo para
recuperar lo perdido. Resulta difícil entender por
qué un hombre del Renacimiento –época en la que la
conciencia de
asistir a una etapa histórica nueva es agudísima
(se descubre América, por ejemplo)–, parece incapaz de
recuperar la "vieja imagen de un
universo
eternamente igual a sí mismo más allá de las
vicisitudes de los acontecimientos", y de la historia como
ciencia rígida de predicción de las repeticiones,
especie de "futorología" que parece olvidar que, a partir
del pasado, sólo hay predicción precisa del futuro
si se presupone la pasividad total de los hombres. Al respecto,
Hanna Arendt escribe.
Los acontecimientos, por definición,
interrumpen los procesos. . .
rutinarios. El sueño del futurólogo sólo
podría realizarse en un mundo donde no pasara nunca nada.
Las predicciones del futuro suelen ser nada más
proyecciones de procedimientos y
procesos
actuales, es decir, de cosas que pasarán si los hombres
no actúan y con tal que no suceda nada
inesperado.
¿ Cómo es posible que un hombre del
Renacimiento olvide la "fecundidad de lo inesperado", de que
hablaba Proudhon y que impregnaba la vida, los hechos, de la
época? ¿ Cómo, en un siglo de
descubrimientos científicos, técnicos y
geográficos, Maquiavelo –que conoció a Leonardo de
Vinci– pudo suponer "ritmos" históricos determinables y
sufrir la fascinación de una ciencia de la
predicción? Hay algo de paradoja en el conjunto de
consejos a un príncipe y el fatalismo. A menos que, como
lo señala Bloch, el príncipe sea el destino, la
providencia laica.
Para comprender la dimensión de esta
maquiavélica paradoja, es preciso captar las relaciones
entre el hombre-Maquiavelo y su cultura. El
autor escribe en el siglo en que, por toda Europa, campea la
convicción de que el pasado tiene dimensiones
significativas de ejemplaridad. Este retorno a la antigüedad
no deja de tener algo de novedoso, prácticamente de
revolucionario e incluso de ligeramente subversivo, con respecto
a la actitud
medieval.
Se trata de "saltar" el hecho cristiano y recuperar a
los antiguos en su más pura originalidad, es decir, de
criticar, rechazar y superar la versión "cristianizada" de
la antigüedad que se ofreció casi durante mil
años a los hombres europeos, en aras de presentarles un
cristianismo
culturalmente integrado con aquella. El "bautizo" de los
clásicos fue también una deformación de los
mismos, independientemente de la intención y del acierto
con que se realizó. Vale la pena hacer notar que la
anaciclosis no es cristiana y que, vista más de
cerca, equivale a la negación de una afirmación
esencial al cristianismo:
la de que la historia humana fue transformada radicalmente por el
acontecimiento de Cristo.
Además, en estricta lógica,
sería preciso concluir la desaparición del cristianismo,
análoga a la de otras religiones. Los
averroístas de la escuela de Padua,
como Pomponazzi, así pensaban. Aun más,
si queda excluida la novedad absoluta, la
política puede tratarse "naturalmente", es decir, sin
referencia a otro orden.
Y, en esta línea la política tendrá
sus propias normas
independientes y su propia moralidad, sus leyes
autónomas para transformar a Italia en la maravillosa que
fue. Maquiavelo recuerda de nuevo el esplendor de la vieja
República de los tribunos y lo propone a sus
conciudadanos:
Es el bien general y no el interés
particular el que hace el poder de un Estado. . . no se ha visto
el bien público más que en las repúblicas. .
. Por el contrario bajo el gobierno de un
príncipe, lo más frecuente es que su interés
particular se encuentre en oposición con el
Estado.
Ya lo señalábamos, a los ojos de
Maquiavelo, todo es cíclico. La historia en un continuo ir
de mal a bien a mejor, y de mejor a pésimo; es un eterno
retorno que conduce siempre al deterioro, a la decadencia. Los
gobiernos se corrompen casi por necesidad histórica,
porque "ese es el círculo que los Estados están
destinados a recorrer". Maquiavelo nos da una especie de
descripción sintética de este proceso:
El azar dio nacimiento a todas las especies de
gobierno entre
los hombres. Los primeros habitantes eran pocos y vivieron
cierto tiempo dispersos, a la manera de los animales. La
acrecentarse el género humano, se sintió la
necesidad de reunirse y defenderse; para lograr tal objetivo de
manera óptima, se escogió al más fuerte, al
más valeroso; los demás lo pusieron a la cabeza y
prometieron obedecerlo. . . Se comenzó a saber entonces
lo que es bueno y honesto, y a distinguirlo de lo que es malo y
vicioso. Se vio a un hombre perjudicar a su benefactor. Dos
sentimientos se elevaron al instante en todos los corazones: el
odio por el ingrato, el amor por el
bueno. . . Para prevenir males semejantes, los hombres
decidieron hacer leyes y ordenar
castigos para quienes las contravinieron. Tal fue el origen de la
justicia.
En cuanto ésta fue conocida, influyó
sobre la elección del jefe. Se prefirió, no al
más fuerte ni al más valiente, sino al más
sabio y al más justo. Luego, como la soberanía se volvió hereditaria y
no por elección, los hijos degeneraron respecto de sus
padres. Lejos de tratar de imitar sus virtudes, hicieron
consistir el arte de ser
príncipes en la distinción por el lujo, la molicie
y el refinamiento en los placeres. De este modo, el
príncipe se atrajo pronto el odio común. Objeto de
abominación, sintió miedo, el temor le
dictó las precauciones y la agresión; se vio surgir
la tiranía: Tales fueron los inicios y las causas de los
desordenes, de las conspiraciones y de las conjuras contra los
príncipes. No fueron urdidas por almas débiles y
tímidas, sino por aquellos ciudadanos que, superando a
los demás en grandeza de alma, en riqueza y en valor, se
sentían más vivamente heridos por los ultrajes y
excesos del príncipe.
Bajo conductores tan poderosos, la multitud se
armó contra el tirano y, después de deshacerse de
él, se sometió a sus libertadores. Estos,
abominando hasta el nombre del príncipe, constituyeron un
nuevo gobierno. Al principio, por tener sin cesar el recuerdo de
la añeja tiranía, se les vió –fieles
observadores de las leyes que
habían establecido– preferir el bien público a su
propio interés;
administrar, proteger con el mayor cuidado a la república
y a los particulares. Los hijos sucedieron a los padres. Como no
conocían los cambios de la fortuna ni habían
sufrido sus reveses; como con frecuencia se sentían
molestos por la igualdad que
debe reinar entre ciudadanos, se les vió dedicarse a la
rapiña, a la ambición, al rapto de mujeres y, para
satisfacer sus pasiones, emplear la violencia
misma.
Pronto hicieron degenerar al gobierno de los mejores en
tiranía de los pocos. Estos nuevos tiranos sufrieron la
suerte del primero. El pueblo disgustado de su gobierno, se puso
a las órdenes de quien quisiera atacarlos: esta
disposición produjo en seguida un vengador que
encontró seguidores para destruir a los
tiranos.
El recuerdo del príncipe y de los males por
él ocasionados estaba todavía muy fresco para
pensar en restablecer el principado. Así, derrocada la
oligarquía, no se quiso volver al gobierno de un solo
golpe. Se decidió el gobierno popular y de este modo se
impidió que la autoridad
cayese en manos de un príncipe o de un número
reducido de grandes. Todos los gobiernos, cuando empiezan, tienen
algún freno; el Estado
popular se mantuvo durante un tiempo que nunca fue demasiado
largo y que, de ordinario, equivalió aproximadamente a la
vida de la generación que lo estableció. Luego se
llegó a una especie de licencia en la que se vulneraba
igualmente el bien público que el interés de
los particulares. Como cada individuo no oía más
que a sus pasiones, se cometían a diario mil injusticias.
Finalmente, presionado por la necesidad, o dirigido por los
consejos de un hombre de bien, el pueblo buscó los
medios para
escapar de esta licencia. Creyó encontrarlos en el regreso
al gobierno de uno solo. De aquí se volvió de nuevo
a la licencia, pasando por todos los grados previamente probados,
de la misma manera y por las mismas causas que
indicamos.
Este es el círculo que están destinados a
recorrer todos los Estados. Rara vez, es cierto, se les ve volver
a las mismas formas de
gobierno. Pero esto se debe a que su duración no es lo
suficientemente larga para sufrir todos los cambios. . . Los
diversos males que los corroen, los fatigan, les quitan poco a
poco fuerza y sabiduría, y pronto los someten a un Estado
vecino, cuya constitución todavía es sana. Pero
si pudieran salvarse de este peligro, se les vería girar
al infinito en el mismo círculo de
revoluciones.
Como se ve con claridad aquí, el cambio no es
más que un movimiento
circular de la necesidad. Toda novedad resultaría una
especie de ilusión ocasionada por nuestra manera
–imperfecta– de ver la sociedad. No
captamos aun la realidad total con suficiente claridad. Sin
embargo, como puede probarse con el mismo texto que
acabamos de citar, Maquiavelo se ve obligado a reconocer que la
historia no permite nunca observar un ciclo completo de
decadencia y resurgimiento, puesto que el deterioro de un
país lo lanza a las fauces de su vecino más sano.
Como se ve, si esto no sucediere veríamos la cadencia
perpetua de la vida, muerte y
resurrección de las sociedades.
Pero, como el modelo ideal
sufre algunas alteraciones, la percepción
no es completa.
¿ Qué hacer entonces para liberarse de
esta necesidad histórica ? ¿ Cómo romper el
círculo ? Todo indica que, a los ojos del autor, la
ruptura absoluta no es posible. Sólo puede aspirarse a
tomar algunas medidas que impidan la decadencia total. El margen
de libertad es
bastante estrecho y sólo existe por obra y gracia de la
ubicación diversa de las cantidades iguales de bien y de
mal, que varían de lugar en lugar. El político
deberá tomar esto en cuenta y obrar en consecuencia, pero
de manera distinta según el país de que se trate y
el momento en que éste se encuentre:
dos consideraciones importantes: la primera es que,
en una República corrompida, los medios de
obtener la gloria no son los mismos que en una República
que no está muerta polÍticamente; la segunda, que
es casi lo mismo, estriba en que los hombres deben –en su
conducta y sobre
todo para sus acciones
graves– observar su época y conformarse a ella. Todos
aquellos que, por una opción errónea o por
naturaleza, se apartan de esta norma, la mayor parte del tiempo
llevan una existencia miserable y ven hundirse todos sus
proyectos; por
el contrario, aquellos que se pliegan a sus tiempos, contemplan
el triunfo de sus diseños.
Así que, de algún modo, la rigidez de la
necesidad histórica puede flexibilizarse, si se toman en
cuenta las condiciones en que se realiza la acción. Ahora
bien, éstas implican una búsqueda no menos concreta
de soluciones
efectivas y no debe soslayarse que los hombres son malvados,
crueles y envidiosos. Habrá que tratarlos de acuerdo con
su naturaleza. Por eso el príncipe, al preguntarse
qué es mejor, ser amado o ser temido, sólo se
plantea un problema teórico. Debe, en consecuencia,
interrogarse in situ, de modo que la respuesta sea una
solución práctica:
Cada quien entiende que es muy laudable que el
príncipe mantenga su fe y viva de manera íntegra,
ajeno a las argucias y a las triquiñuelas. No obstante, la
experiencia de nuestro tiempo muestra que los
príncipes que se hacen grandes no tuvieron en gran cuenta
su fe y sí supieron ser astutos para apoderarse del
espíritu de los hombres. Estos príncipes superaron
a los que obraron con lealtad.
Es preciso, por lo tanto, saber que hay dos modos de
combatir. Uno, por medio de la ley; otro, por
medio de la fuerza. El primero es propio de los hombres; el
segundo, de las bestias. Pero como el primero frecuentemente no
basta, es necesario recurrir al segundo. Por eso el
prícipe necesita saber bien cómo ser humano y
cómo ser bestial. Esta norma le fue enseñada a los
príncipes con palabras veladas, por los autores antiguos.
. . (el autor se refiere a Aquiles educado por un centauro).
Esto no significa más que . . . lo uno sin lo otro no es
durable. Para que un príncipe pueda actuar como bestia,
debe escoger como modelos al
zorro y al león, porque éste no puede contra las
mallas ni aquel contra los lobos. Es preciso ser zorro para
conocer de redes y león para
atemorizar a los lobos. Quienes sólo son leones nada
saben . . . Si los hombres fueren todos gente de bien, mi
precepto sería vano. . . Y jamás le faltan a un
príncipe excusas para maquilar su falta de fe. . . Pero
le es preciso saber hacerlo, saber fingir y disfrazar. Y los
hombres son tan simples y obedecen tanto a las necesidades
presentes, que aquel que engañe encontrará siempre
alguno que se deje engañar.
Sin temor ni temblor, Maquiavelo indica en seguida al
príncipe, hablar de modo que a todos les parezca
oír y ver a un hombre misericordioso, fiel,
íntegro, religioso, porque el súbdito juzga con los
ojos y con las manos, pero poco siente, poco percibe el fondo de
lo que oye; no sabe escuchar. Pero el problema del
príncipe –vencer, mantener el Estado– es
más complejo. La astucia y la fuerza, necesaras, requieren
ser utilizadas por alguien que actúa "por medio de actos
queridos y reflexionados", es decir, por alguien con
virtú, a quien favorezca una especie de viento
histórico al que Maquiavelo llama
fortuna.
Estas dos nociones toman su significado del fondo de la
historia cíclica, tal como la concibe el autor.
Representan,
accidentes de la superficie del ser y,
prácticamente, trazan al margen donde se sitúa la
acción. Su juego crea el
acontecimiento, el hecho único que no se repetirá y
que no está predeterminado. La historia resulta de su
conjunción.
Veamos como Maquiavelo nos presenta estas dos nociones.
En El Príncipe, señala:
Sé que algunos opinaron y opinan que los
asuntos de este mundo están gobernados por Dios y por la
fortuna, de modo que los hombres, con toda su sabiduría,
no pueden alterarles el rumbo ni encontrarles remedio; si
así fuese, estimarían vano sudar para dominarlos
en lugar de dejarse gobernar por la suerte. Esta opinión
ha vuelto a obtener crédito
en nuestro tiempo, a causa de las revoluciones que se vieron y
se ven todos los días, las cuales rebasan toda conjetura
humana, de modo que, pensándolo, he aceptado tal
opinión. Sin embargo, para que nuestro libre arbitrio no
se extinga, estimo que es posiblemente verdadero que la fortuna
sea señora de la mitad de nuestras obras, pero que al
mismo tiempo, nos deje gobernar más o menos la otra
mitad. . . Ella demuestra su poderío donde no hay fuerza
alguna erigida para resistirla. . . Si consideráis a
Italia, sede de revoluciones. . . veréis un campo sin
torres ni murallas; si hubiese estado protegida por la
virtú conveniente. . . la crecida no hubiera
producido tan grandes revoluciones o no se hubiera dado. .
.
Así que el hombre tiene con que hacer frente a la
"fortuna", aunque sea en el ámbito reducido de esa mitad
de sus acciones que
no cae bajo el dominio de ella,
donde despliega su existencia nuestro libre albedrío.
Maquiavelo no piensa que todo sea cosa de fortuna. Critica
a quienes, como Plutarco, piensan que el imperio Romano
fue obra de ésta, más que de la
virtú:
Una República revive por la virtú
de un hombre o de una institución, afirma, y
añade:
las instituciones que devolvieron la vida a Roma fueron:
la ley que
creó a los tribunos del pueblo; la que nombró
censores y todas aquellas que se votaron en contra de la
ambición y la insolencia. para insuflar la vida de estas
instituciones, se requiere un hombre de corazón
que sepa imponer respeto a quien
pretende violarlas.
Y, con más claridad:
Muchos escritores, entre ellos Plutarco. . .
pensaron que la fortuna contribuyó más que la
virtú al crecimiento del imperio Romano.
Una de las razones más fuertes que aducen es la
confesión misma del pueblo de Roma, que, al erigir
más templos a la fortuna que a cualquier otro dios,
reconocía de este modo deberle todas sus victorias.
Parece que Tito Livio comparte esta opinión: rara vez hace
hablar a un romano de la virtú sin unirla a la
fortuna.
No sólo no es éste mi punto de vista,
sino que lo encuentro insostenible. En efecto, si bien no hay
república que hubiere obtenido tantas conquistas como
Roma, se reconoce que jamás se constituyó Estado
alguno con el objeto de realizar tanto como ella. Es al valor de sus
ejércitos que debió sus conquistas; pero las
conservó –como lo probaremos más adelante– por
su sabiduría de conducta, por el
carácter particular que le imprimió su primer
legislador. . .
Así es que Maquiavelo cree que esa mitad de cosas
que podemos decidir dependen de la virtú, y no
sólo eso, sino que piensa que esa virtú hace
aparecer y permite aprovechar las ocasiones favorables.
Así lo demuestra citando las victorias romanas sobre los
pueblos vecinos, que no osaban atacar a Roma solos, ni provocarla
con alianzas. La fortuna sonrió a los virtuosos romanos y
dejo al margen a los latinos, a los samnitas y a los toscanos.
Roma no combatió jamás en dos frentes y
logró siempre las más convenientes
alianzas:
. . . Considerad el orden de estas guerras y la
conducta de los
romanos: en todas, encontraréis su fortuna
acompañada de tanta sabiduría como
virtú; así descubriréis la
razón secreta de la fortuna. . .
Maquiavelo repasa diversos avatares de las distintas
guerras de
Roma con sus vecinos, con los galos, africanos, sardos e iberos,
y concluye:
Creo, pues, que la fortuna que secunda aquí a
los romanos habría secundado a cualquier príncipe
que se hubiese conducido como ellos y desplegado igual
virtú.
El autor completa su argumentación recordando con
qué decisión defendieron los vencidos su libertad, en
un vano intento de oponer resistencia a la
virtú/fortuna de los romanos, hecha de virtudes
guerreras y de buenas instituciones: No puede negarse que, en sus
análisis y conclusiones sobre la
virtú, Maquiavelo nos ofrece un ejemplo de claro
voluntarismo. pero no hay que olvidar que la voluntad se mueve en
el terreno de la mitad de las cosas. La otra mitad está
gobernada por la "fortuna".
Esta, a ojos de Maquiavelo, reviste –como la
virtú— diversas formas. En El Príncipe, se
nos habla de ella así:
. . . como es cambiante y los hombres permanecen
constantes, éstos son felices mientras coinciden con ella
e infelices si sucede lo contrario. . . Soy de la opinión
que es mejor ser audaz que prudente, pues la fortuna es mujer, y es
necesario, para tenerla sumisa, pegarle y golpearla. Y se ve
que, comúnmente, ella se deja más bien vencer por
quienes proceden así. . . Por eso es siempre amiga de los
jóvenes, pues, ellos le tienen menos respeto, son
más feroces y la mandan con mayor audacia.
Por supuesto que, si las maneras violentas no rinden
resultados, puede intentarse otro camino:
Repito, como verdad incontestable cuyas pruebas se
encuentran en toda la historia, que los hombres pueden seguir a
la fortuna y no oponérsele, urdir los hilos de su trama,
pero no romperlos. No por esto creo que deban ceder y
abandonarse. Ellos ignoran cuál es el objetivo de ella. Y
como ella sólo actúa por vías oscuras y
tortuosas, les queda esperanza. Dentro de tal esperanza, deben
encontrar la fuerza de no abandonar, en cualesquiera infortunio
o miseria que se encuentren.
Como se ve, Maquiavelo "pacta" con esta imprevisible
dama, con el fin de sugerir todos los caminos de una "praxis":
pegarle, esperar, utilizarla. El autor no discute el ser de la
fortuna, sino los comportamientos posibles respecto a ella. Todo
el secreto consistirá en no perder el
ánimo.
En cuanto a la virtú, el autor procede con
actitud
análoga. La virtú es sabiduría,
consistencia, valor y
talento bélico, obediencia. Arquetipo del dueño de
tal cúmulo es el romano –ciudadano, campesino y
soldado–, educado jerárquicamente y que, a la larga
deviene héroe, hombre de cualidades fuera de lo
común que "hace" el acontecimiento, que funda o reforma
Estados. Ahora bien, ¿qué puede el talento si falta
la fortuna? Nada, si ésta no da a aquel
la ocasión que les dio la materia donde
pudieran introducir la forma que les gustara; sin tal
ocasión, los talentos de sus espíritus se hubiesen
perdido y, sin su talento, la ocasión se hubiese
presentado en vano.
Y ¿qué es el talento? Al parecer,
éste se define sobre todo por
la capacidad de conservar el poder: los profetas
desarmados como Savonarola siempre mueren. En el límite
–y sobre todo en El Príncipe– la virtú se
asemeja más a la astucia para imponerse que a los
valores
morales. . . se despoja de todo su carácter
ético tradicional para reducirse a la sola búsqueda
de la eficacia.
Todo indica que Maquiavelo, en su búsqueda de una
"praxis" de la obtención y la conservación del
poder, encuentra dos caminos posibles. Uno, el de la genuina
virtud, que sólo puede ser válido en la genuina
República; se trata de la inteligencia y
el valor capaces de crear instituciones que tengan como
fundamento a un pueblo de alta calidad moral, a un
ejército disciplinado, popular y bien organizado, y a
instituciones populares que garanticen la vida colectiva contra
cualquier intento opresivo interno o proveniente del exterior. El
otro camino, el "moderno" — que es el efímero frente al
romano, durable– es el del éxito del príncipe
basado en la fuerza y la astucia, que cuenta con la corrupción
popular, los ejércitos mercenarios y las instituciones
decadentes como raíz.
Ya habíamos topado con "ser" y "parecer", par de
categorías típicamente "maquiavélicas". Es
fácil encontrarlas en los escritos de nuestro autor.
recordemos brevemente el capítulo VIII de El
Príncipe, donde Maquiavelo reconoce lo laudable que es el
hecho de que el gobernante se mantenga firme en su fe y la viva
de manera íntegra, alejado de trampas y astucias.
Allí mismo, el autor recuerda que, a pesar de lo
válido de este principio, la experiencia muestra que el
triunfo político va siempre unido a la traición, a
la deslealtad y a la triquiñuela. Es el capítulo
que hace referencia al centauro, al zorro, al león, a la
ley de la
fuerza, que incluye aquella frase:
si todos los hombres fueran gente de bien, mi
precepto sería nulo . . .
Es el capítulo donde se aconseja saber fingir y
disfrazar; donde se cita el ejemplo de Alejandro VI, quien juraba
y traicionaba juramentos con la mayor facilidad. Los
últimos párrafos son reveladores:
No es pues necesario que el príncipe tenga
todas las cualidades . . . pero sí que parezca tenerlas.
Incluso me atrevería a decir que, si las tiene y las
practica, esto le resulta dañino; en cambio,
aparentar que las posee le es provechoso; parecer
misericordioso, fiel, humano, íntegro, religioso y serlo,
pero recordando que, si es preciso no serlo, es preciso tener la
capacidad para poder ser lo contrario. Es necesario asimismo
notar que un príncipe –sobre todo si es nuevo– no puede
observar todo lo que permite ser estimado como hombre de bien,
porque se ve frecuentemente constreñido –para conservar
sus Estados–, a obrar contra su palabras, contra la caridad,
contra la humanidad, contra la religión. Por eso
debe tener el entendimiento listo para girar según los
vientos de la fortuna y la variación de las cosas. . . y,
como ya lo he dicho, no alejarse del bien –si puede– pero
saber entrar en el mal si hay necesidad. . . El Príncipe
debe cuidarse de que jamás salga de su boca frase que no
esté llena de las cinco cualidades citadas y de parecer,
a quien lo oiga y lo vea, todo misericordia, todo fidelidad,
integridad y religión. Y no hay
nada más necesario que aparentar poseer esta
última cualidad. . .
Así que el carácter ambiguo y cambiante de
los acontecimientos que son penetrados por la virtú
y la fortuna, obligan a la astucia, como táctica, a quien
desee obtener o conservar el poder. Hay "navaja libre" en
política. Se espera, se embosca, se soslaya, se disfraza,
se miente. Así, el adversario no puede prever. La mala fe
quebranta la capacidad de anticiparse del otro. Toda
táctica es buena si se inscribe dentro del sentido de la
intención final:
Como un ratón en el laberinto, el
político actúa la mayor parte del tiempo por
ensayos y
errores. Pero, más sutil que el animal, transforma la
situación en función de su propia estrategia.
Habrá disponible todo tipo de caretas: la de
zorro, la de león, la de padre, la de verdugo. . .
más teatro que
valores
morales. La vida es áspera y lo que cuenta es la
"bella figura". ¿Por qué ? Porque todo el mundo ve
lo que aparece y no lo que es. Además los pocos que
perciben el ser de las cosas resultan anulados por los
demás, mayoría a la que no se atreven a
contradecir. Maquiavelo ve con claridad que los que se quedan en
la epidermis maquillada de los príncipes "tienen de su
parte a la majestad del Estado, que los sostiene" y que, en
torno a las
acciones de
aquellos únicamente se juzga según el buen
éxito. Si la meta es
vencer, mantener, conservar el poder.
los medios
serán siempre estimados y dignos de alabanza, porque el
vulgo no juzga más de lo que ve. . . y en este mundo no
hay más que vulgo; la minoría no cuenta cuando la
mayoría tiene en quien apoyarse.
Maquiavelo dice a renglón seguido que un
príncipe de su tiempo –se refiere a Fernando el
Católico–
no habla más que de paz y de fe, aunque es
gran enemigo de la una y de la otra; si las hubiese respetado,
habría sido despojado tanto de su prestigio como de sus
Estados.
La conclusión se impone: aparecer y ser son dos
categorías sin peso propio. Ser es vencer. Gobierno, luego
existo. (Puede recordarse quem para Lenin, "el pueblo es
imbécil" y que los trabajadores no superarían la
mentalidad sumisa y la reivindicación salarial si los
"intelectuales burgueses" — estudiantes incluidos– no los
concientizan. las relaciones entre la ciudad celeste y la
ciudad terrestre son tema de meditación para ingenuos,
desocupados, frailes o inútiles. El que quiere ser
príncipe debe conocer muy bien el mecanismo de las
pasiones y los intereses que determinan la vida política
real de este mundo.
Esto no significa que las cosas vayan a ser
fáciles para el príncipe. Su "actuación"
exige una ruda disciplina y
capacidad para someterse a reglas rigurosas. Hélene
Védrine cita a Merleau-Ponty, quien asegura que Maquiavelo
es un pensador que toma en serio al otro. No para respetarlo,
educarlo o fascinarlo, "sino para seducirlo según las
más modernas reglas de la publicidad", para
lo cual se requiere aprender a "inventar la actitud del
sentido común". Ya no tendrá la menor importancia
lo que yo pienso del otro, "sino cómo me ve y me juzga".
No importa, pues, ser perfecto, sino lograr ser percibido como
tal, es decir, dominar "la técnica del ser visto". No
cuenta en absoluto que el otro sea persona, sino que
me vea como bueno. Dominar es hacer pasar una imagen,
organizar, organizar sistemáticamente la seducción
para presentarse como poseedor de aquello que el pueblo
–"malvado, inconstante, malo, cobarde, ingrato. . . "– quiere
ver en su jefe. En una palabra, actuar.
Pero no hay que confundirse. Maquiavelo sabe que no
basta que el príncipe parezca ser bueno, parezca tener
cualidades y no las tenga en absoluto. De ninguna manera, esto
sería a sus ojos vulgaridad, medianía e incluso
ridiculez. El verdadero "hombre grande" tiene las virtudes, pero,
a voluntad, puede no practicarlas si éstas ponen escollos
al buen éxito. Ser virtuoso es tener ese dominio
frío sobre sí mismo y sobre las cualidades propias,
al grado de utilizarlas.
El príncipe está obligado a actuar porque
el pueblo es tonto y está lleno de prejuicios y debe
mentir porque los hombres son malos. Resignación.
Así es para Maquiavelo la política, que sólo
puede ser juzgada conforme al criterio del triunfo. El vencedor
es siempre quien tenía la razón. El triunfador es
la razón en la historia y debe evitar, al precio que
sea, el odio y el menosprecio del pueblo. Para lograr esto,
recordará que no deben vulnerarse los sentimientos
populares más arraigados. A los ojos de Maquiavelo, el
gobernante jamás debe practicar el pillaje contra los
bienes o
contra las mujeres de los súbditos, porque
cuando no se priva a los hombres de sus bienes ni de
su honor, viven contentos, y no hay más quehacer que el
de combatir la ambición de unos pocos, cosa que
fácilmente y de variadas maneras puede
suprimirse.
Además, el príncipe debe esforzarse para
que sus acciones
reflejen grandeza, magnanimidad, gravedad, fuerza y
respecto de las intrigas privadas de sus
súbditos, hacer irrevocables sus sentencias; debe hacer
reinar acerca de si mismo opinión tal, que nadie piense en
engañarlo ni contrariarlo.
La clave es lograr el amor del
pueblo sin dejar de contar con su temor. Contra conspiraciones,
golpe a la cabeza. Pero no necesariamente sobre la de los
conspiradores, sino incluso contra la de los propios
colaboradores, comúnmente odiados por el pueblo. Debe
preferirse la amistad de los
soldados que la de la población. Y no cambiar de línea: el
pueblo cede ante la crueldad sabiamente empleada, sobre todo si
es rápida y eficaz. La lentitud no ayuda al
príncipe. Sus armas son la
debilidad de los hombres y la capacidad de usar astucia y fuerza
para mantenerlos débiles. Así, leemos en los
"Discursos":
Ya mostramos cuánta ventaja sacan los hombres
de la necesidad y cuántas acciones gloriosas se originan
en ella. Como lo han escrito algunos filósofos que han abordado la moral, las
manos y la lengua de los
hombres –esos dos nobles artífices de su grandeza– no
lo habrían llevado nunca a la perfección que vemos
sin el aguijón de la necesidad.
Maquiavelo aconseja a los jefes la técnica de la
victoria: convencer al soldado o al ciudadano de la necesidad de
su esfuerzo, y nunca ayudar a que el adversario sienta la
necesidad de pelear. No hay "dignidad natural" en el hombre. El
valor, la audacia, la virtud nacen de las circunstancias y, en
consecuencia, pueden "producirse" si se monta el escenario
preciso con la coreografía adecuada. Los combatientes
deben encontrarse en condición tal que no "vean"
más camino que el heroísmo y, por lo tanto, un buen
general los pondrá en tal condición. En cuanto a
la
moral:
los hombres sólo hacen el bien a la fuerza;
desde que tienen la poción y la libertad de hacer el mal
impunemente, no dejan de llevar a todas partes la turbulencia y
el desorden. Por eso se dice que la pobreza y la
carencia hacen a los industriosos y las leyes a los
buenos.
Como se ve, no se trata de una visión optimista.
El hombre es débil y tiende al mal, a la pereza, a la
cobardía. Sacarlo de tal estado sólo es posible por
dos rutas: la de las instituciones que constriñan o la de
las condiciones –reales o ficticias– que obliguen. La
virtud
se conquista directamente en el enfrentamiento mortal
con los acontecimientos… es imposible confiar en la bondad
humana.
Así pues, todo surge de la necesidad y, si
ésta no aparece, hay que hacerla aparecer, La capacidad de
hacer esto es también virtú del jefe,
cualidad que lo distingue y le permite descollar. Y esto no es
problema de violencia:
para elevarse de una condición mediocre a la
grandeza la astucia es más útil que la
fuerza.
Ser astuto es el secreto. Y la astucia es el instrumento
que hace del débil un fuerte, es la "utilización
racional de la fuerza". Astucia y fuerza reunidas, bien
dosificadas, armonizadas, crean el puente entre lo ideal y lo
real que, en aras del objetivo final –que es el triunfo–,
pueden cualquier cosa, pero deben parecer lo que convenga que
parezcan. Un error de destreza es el fracaso, es decir, el
mal.
por eso, el príncipe pobre es un pobre
príncipe y no debe hacer caso si le llaman ladrón,
pues éste es uno de los vicios que hacen
reinar,
aunque deba tener cuidado con los gastos para no
arruinarse y verse obligado al pillaje, que es dañino ,
como lo anotamos antes. El pillaje, por cierto, sólo es
válido –y prácticamente obligatorio– contra el
enemigo en guerra. Los
marxistas reprochan a Maquiavelo, en éste ámbito,
ocuparse poco de los mecanismos económicos.
De cualquier forma, la actitud de
Maquiavelo es de menosprecio hacia quienes logran favores por
obra y gracia de su dinero,
aunque, con espíritu típico de funcionario, no se
pregunte nada acerca de la base económica del sistema en que
vive. Basta el parecer. Tan es así que, en otros
dominios, sus consejos se mueven sobre el mismo
pentagrama.
El príncipe debe mostrar que ama la virtud y
conceder honores a quienes destacan en las artes. Recompensar el
talento viste. Premiar al capitán, al ministro, deja al
pueblo contento, pero hay que cuidarse. El receptor del premio
debe darse cuenta de que recibe una dádiva y de que su
sitio no es el de quien se la otorga. Como es lógico, la
actividad del príncipe generará envidia, por su
labor poco común. El poderoso derrotará al
envidioso si sabe usar dos armas: el miedo o
el asesinato. Maquiavelo no duda en utilizar la Biblia ( !
) en favor de su opinión y cita, en el capítulo XXX
del libro III de
los "Discursos", a Moisés, quien se vio constreñido
a hacer morir a infinidad de gente que se oponía, por
envidia, a sus proyectos, con el
objeto de asegurar la observación de la Ley contenida en
las tablas.
Para Maquiavelo, "envidioso" –y, por lo tanto,
"inmoral"– es todo aquel que se opone a los designios del
príncipe y éste debe recordar que es mucho
más seguro hacerse
temer que hacerse amar, pues el éxito de la mentira es
limitado. En fin, de la
personalidad del príncipe que traza Maquiavelo, se
desprenden los rasgos de una persona capaz
de
jugar constantemente en dos tableros: el del parecer,
conforme a la idea tradicional del príncipe bueno, y el
del ser sin escrúpulos en el momento
adecuado.
Lo importante es no llegar a ser odiado, y estar
sólo ante sí, libre de presiones que desvíen
el ideal: fundar una República o reformarla de manera
total, pero con uno mismo al frente.
Maquiavelo no es un simple apologista de la fuerza
bruta. Sería tonto en cierto sentido, no es tan
"maquiavélico", pues escribió El Príncipe.
Pero sí esboza una jerarquización de los medios,
aunque no da una receta universalmente válida. Todo
dependerá de las circunstancias. Por principio de cuentas, todo
aquello que pueda volverse contra el príncipe debe
evitarse. Representaría riesgos muy altos
y, en consecuencia, amenazaría el logro del objetivo. El
gobernante debe evitar el cinismo brutal, las torturas
inútiles el ultraje de las esposas ajenas. Toda crueldad
ostentosa e indiscriminada puede resultar dañina, pero no
toda crueldad es por sí misma condenable.
Sí hay un buen uso de la violencia, una
violencia
legítima: la que desarrolla el poderoso, la que ejerce el
Estado o que se ejerce en nombre del Estado. Rómulo hizo
bien en matar a Remo, porque así fortaleció su
poder y creó las condiciones para el futuro estado romano.
Maquiavelo no plantea la ilegitimidad de empresa
semejante, desde el punto de vista moral. Por el contrario afirma
únicamente la trascendencia del Estado, como puede verse
en El Príncipe, después de aquella apología
del parecer:
Que el príncipe se proponga el triunfo como
objetivo, el mantenimiento
del Estado como fin: los medios serán estimados como
honorables y alabados por todos; porque el vulgo sólo
juzga lo que ve y de lo que sucede; y en este mundo sólo
hay vulgo; el pequeño número no cuenta si la
mayoría tiene en que apoyarse.
En general, dice Maquiavelo, se prefiere a los amos
bondadosos, o al menos aparentemente buenos, que a los tiranos
sanguinarios. La violencia revierte contra quien la usa y, como
medio a emplear, debe ser objeto previo de reflexión y de
análisis circunstanciales.
Decidida la acción bélica, es preciso
efectuarla incluso en condiciones desventajosas porque vale
más tentar a la fortuna –que, después de todo,
puede ser favorable– que lograr por falta de decisión
una ruina cierta.
Y sobre todo, es preciso saber, prever, e intoxicar,
espiar y "desinformar" para que el enemigo,
creyendo conocer vuestro pensamiento,
se mueva de modo que lo evitéis fácilmente y que
os permita aplastarlo.
Y hay que saber callar y guardar secretos, para que
nadie conozca los proyectos del
príncipe.
Realizado por:
ANGEL RICARDO GUEVARA H.
ABRIL DE 1994.