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Liberalismo




Enviado por latiniando



    INTRODUCCION:

    El liberalismo se
    presenta en la historia política
    constituyendo una nueva versión de sociedad, la
    sociedad
    liberal, sobre la que se construye lo político y cuyos
    cuadros pueden ser encerrados en las nociones básicas del
    individualismo y libertad.

    Este trabajo fue construido sobre dos bases: la
    histórica y la de contenido. En la primera analizo la
    raíz del Liberalismo y
    en la segunda trato de desarrollar su postura.

    INDICE:

    Como surgió el
    Liberalismo

    John Locke

    Caracteres principales del
    liberalismo

    Concepción
    filosófica

    Ideología Liberal

    Lo postivo del liberalismo

    EL
    LIBERALISMO

    Como surgió el
    Liberalismo

    El liberalismo
    surge como la síntesis de varios elementos: el inmovilismo
    de la economía medieval, el antropocentrismo
    renacentista, el racionalismo y
    el utilitarismo, el protestantismo, que van conjugándose y
    adaptándose recíprocamente durante varios siglos.
    Pero los factores que actúan como catalizadores de
    realidades e ideologías heterogéneas y divergentes
    serán la concepción antropológica
    individualista y la de una libertad
    absoluta y omnímoda.

    JOHN LOCKE

    La palabra liberalismo es
    multívoca y encubre una serie de contenidos de
    carácter político, social y económico, que
    muchas veces nuclea a hombres que se encuentran en posiciones
    totalmente discrepantes.

    Hay un liberalismo
    filosófico, liberalismo económico, liberalismo
    político, neo-lieralismos. En la Historia de las ideas y de
    las realizaciones políticas
    argentinas, en la década del 80, se enfrentaron un tipo de
    liberalismo LAICISTA – sostenido por Eduardo WILDE – y el
    roquismo; y otro tipo de liberalismo sostenido por ESTRADA,
    ACHAVAL y GOYENA, muy distinto por cierto, al
    primero.

    De allí, que al hablar de LOCKE – a quien
    se considera en general como padre del liberalismo- debamos
    precisar qué tipo de liberalismo es el preconizado por
    LOCKE. Hemos visto la línea absolutista, que se encuentra
    representada por los Estuardos, JACOBO I, CARLOS I, CARLOS II y
    finalmente, el último JACOBO II. Y también por los
    escritores que avalan las tesis
    absolutistas como FILLMER y HOBBES.

    En 1688 se produce la disposición del
    último Estuardo. Jacobo II encontró grandes
    resistencias
    en Inglaterra por su
    absolutismo, y
    también por su catolicismo. Finalmente llega a Inglaterra
    GUILLERMO de ORANGE -que viene de Holanda- que es yerno de Jacobo
    II, y se produce así, esta revolución
    que los ingleses denominan "gloriosa" o "revolución
    sin sangre"; que
    significaba la consolidación del liberalismo
    político en Inglaterra, o
    mejor aún, la confirmación de la supremacía
    del Parlamento frente a las prerrogativas de la Corona. Esta
    revolución
    de 1688, significa prolongar esa vieja línea inglesa que
    se remonta a la Edad Media, y
    que tuvo una clara expresión en 1215 al suscribirse
    la Carta
    Magna; y que periódicamente se pone de manifiesto a
    través de la suscripción de Bills of Wrights. Los
    privilegios que primero se defienden contra la Corona o contra
    determinados sectores, paulatinamente van transformándose
    en DERECHOS
    INDIVIDUALES para toda la población. Todavía, en 1688, hay
    discriminaciones

    -particularmente con los católicos que son
    minoría-, pero poco a poco, esta corriente liberal
    irá propendiendo la preservación de los derechos individuales para
    todos los habitantes de gran Bretaña. Este es el
    liberalismo de LOCKE. El liberalismo que afirma la existencia de
    derechos
    individuales anteriores al Estado;
    liberalismo que es la antítesis del
    absolutismo.
    Liberalismo que encuentra su pontífice, su justificador,
    su gran sistematizador, en JOHN
    LOCKE.

    En 1688, Locke se encuentra en el exilio en
    Holanda. En 1689, cuando la hija de Jacobo I viaja a Inglaterra para
    ser coronada con Guillermo de Orange, va en el mismo barco
    John Locke
    quien trae en sus maletas dos ensayos
    inéditos, uno sobre el entendimiento humano; el otro se
    titula "Dos tratados sobre el
    Gobierno Civil".
    En estos libros, Locke
    pone de manifiesto la promiscua influencia que en él han
    ejercido distintas corrientes doctrinarias. Locke estudió
    en la Universidad de
    Oxford. En el siglo XVII, la enseñanza se impartía
    todavía, según cánones rigurosamente
    escolásticos. Además, si leemos este pequeño
    libro de
    Locke, "Dos tratados sobre el
    Gobierno Civil",
    o mejor dicho "Segundo ensayo sobre
    el Gobierno Civil",
    porque al primero ya no se lo edita, por cuanto se trata
    simplemente de una refutación a Fillmer, que hoy no tiene
    importancia. Si lo leemos veremos que periódicamente Locke
    cita a Hooker. Y Hooker es justamente un Tomista anglicano
    inglés
    que se opuso al absolutismo de
    Fillmer. Así, a través de Hooker, Locke se vincula
    a la vieja tradición populista del medioevo
    -particularmente a la sistematización de Santo Tomás de
    Aquino-. Como consecuencia de esta influencia medieval
    manifiesta, en Locke se advierten las limitaciones éticas
    al ejercicio del poder; que son
    por cierto ajenas a la línea absolutista de Hobbes. Pero
    al mismo tiempo, Locke –
    que ha residido en Holanda- ha recibido también el impacto
    de la nueva filosofía de DESCARTES, de
    la crítica a la teoría
    del conocimiento
    tradicional, Locke en su ensayo sobre
    el entendimiento humano, es un precursor del posterior empirismo
    inglés,
    que tiene expositores como HUME, y que paulatinamente va
    evolucionando hacia un pragmatismo,
    hacia un utilitarismo, hacia un hedonismo.

    En Locke, hay una dosis de pesimismo en cuanto a
    la posibilidad de conocer el mundo del espíritu. Es un
    psicologismo precursor -como dijéramos- de ese empirismo
    prototípico de Hume.

    Y aquí, al computar estas dos influencias,
    encontramos desde ya una contradicción importante en el
    pensamiento de
    Locke, porque la lectura de
    su "Ensayo sobre
    el Gobierno Civil"
    nos revela la existencia de limitaciones éticas de gran
    envergadura, que son como el sostén de todos sus tratados. Hay una
    constante afirmación de la prioridad de la ley natural y de
    la moral. Y
    realmente, para hablar de ley natural y de
    moral es
    necesario tener una epistemología optimista, una
    gnoseología que nos permita conocer las cosas en sí
    mismas, conocer pautas de verdad, y no exclusivamente adherirnos
    a una fenomenología que nos impida conocer
    ontológicamente las cosas en sí mismas. Salvo que
    lleguemos a esta ética
    práctica, a través de un juicio práctico, al
    estilo de KANT. Lo cierto
    es que el posterior empirismo
    inglés,
    evoluciona más bien hacia un hedonismo, hacia un
    egoísmo, hacia el cálculo
    del placer como elemento único para distinguir el bien
    individual.

    En Locke, aún cuando le falta una adecuado
    sustento filosófico, sin embargo, las limitaciones de
    carácter ético se encuentran presentes a lo largo
    de toda su obra.

    Locke toma como punto de partida una
    noción, una ficción política compartida
    por los voluntaristas: el ESTADO DE
    NATURALEZA,
    el estado
    pre-social, el estado
    pre-político. Y esto, porque Locke es profundamente
    individualista; y considera que incluso el acceso a la
    politicidad se opera como consecuencia de un acto de voluntad
    libre.

    Los hombres – en este estado de
    naturaleza-
    viven en situación relativamente feliz. Es un estado de
    naturaleza que
    difiere del descrito por Hobbes. La
    antropología de Locke no es tan pesimista
    como la de Hobbes. Este
    pretendía que "el hombre es
    un lobo para el hombre".
    Tampoco incurre Locke, en las desviaciones mitológicas de
    Rousseau sobre
    la bondad del hombre en
    el estado de
    naturaleza. La
    concepción de Locke es una concepción
    judeocristiana. El hombre
    tiene una naturaleza
    caída, como consecuencia del pecado original. Y los
    hombres – en el estado de
    naturaleza – viven en situación de relativa felicidad y
    son titulares de derechos individuales, que
    Locke – en su libro – a
    veces engloba bajo en término PROPERTY, que mal traducido
    figura en la edición castellana, como "propiedad". El
    mismo en otras páginas aclara que en esta palabra
    involucra: derecho a la vida, derecho a la seguridad,
    derecho a las libertades individuales y el derecho a la propiedad.

    Con relación a la propiedad
    inmueble, dice que también ante la primitiva
    no-ocupación, el hombre ha
    cercado y ha mezclado su trabajo personal con
    la tierra,
    generándose así el derecho de propiedad. Por
    cierto, descarta que este derecho de propiedad
    podrá ser compartido por muchos.

    Todo esto nos indica que Locke tenía una
    noción no-absoluta e ilimitada del derecho de propiedad,
    no obstante ser – como es – el padre del
    liberalismo.

    Los hombres pues, para preservar y disfrutar
    mejor de estos derechos individuales,
    resuelven abandonar la etapa pre-social y pre-política, formulando
    así un contrato
    multilateral que es distinto al de Hobbes y al de
    Rosseau. Porque aquí, los hombres no se alienan, no se
    enajenan totalmente, no entregan la totalidad de los derechos
    individuales.

    La única atribución que los hombres
    entregan, es esa de repeler mediante la fuerza, la
    agresión ajena. Es el PODER
    COACTIVO, que pasará ahora a ser patrimonio del
    Estado que se
    forma en este contrato
    multilateral. Justamente, para garantizar la segura
    represión de la violación de los derechos
    individuales. Y, aunque Locke no distingue claramente dos etapas
    contractuales, como los neo-escolásticos españoles
    – particularmente MARIANA, implícitamente surge en sus
    capítulos, la existencia de esos dos períodos. El
    primero, un contrato
    multilateral para formar la comunidad
    política.
    El segundo, un pacto bilateral con obligaciones
    recíprocas para gobernantes y gobernados, tendiente a
    determinar quién ha de ejercer el poder
    estatal.

    Hemos visto que los hombres han salido del
    estado de
    naturaleza para mejor preservar los derechos individuales. Y
    aquí es interesante señalar que el aspecto negativo
    – si se quiere – del liberalismo primigenio, no es justamente la
    afirmación de los derechos individuales; sino la ausencia
    de una clara noción – en Locke – de bien común. Y
    en este sentido, no aprovecha cabalmente las enseñanzas de
    Sto. Tomás de Aquino, a pesar de conocerlas por su
    formación escolástica. Hay en Locke, una presencia
    constante de la Justicia
    conmutativa, que regula las relaciones entre los ciudadanos. Y
    también la Justicia
    distributiva conforme a la cual, la autoridad
    está facultada para imponer determinadas sanciones – por
    ejemplo – a los transgresores. Pero se encuentra ausente una
    clara sistematización de la JUSTICIA
    LEGAL, que hoy se denomina Justicia
    Social. Y que ya Sto. Tomás la distingue en su
    clasificación tripartita de la Justicia. Si
    leemos algunos escritos del Papa Pío XI, o la
    encíclica "Pacem in Terris" de Juan XXIII, veremos que
    desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia se
    dice que en nuestro tiempo se
    considera logrado el bien común cuando se encuentran
    preservados y garantizados los derechos y los deberes de la
    persona
    humana.

    Pero la diferencia grande entre la
    posición del liberalismo primigenio y esta otra
    posición, radica en que aquí, estos derechos
    personales y sociales, son encarados en función del bien
    común. Para ello, el gobernante es un servidor de la
    comunidad; es
    alguien que debe promover el bien común.

    En el liberalismo primigenio de Locke, el
    gobernante ha recibido exclusivamente la facultad de reprimir las
    violaciones que los hombres hagan, de los derechos individuales
    del prójimo. Locke no está diseñando el
    esquema del estado gendarme, del estado policía; del
    estado arquetípico del Liberalismo; que no interviene ni
    en lo económico ni en lo social, que cuida el orden en las
    calles. Y en esta perspectiva preserva la existencia de los
    bienes
    particulares, tal cual se encuentran. Y esto, en la
    práctica, se traduce en el disfrute de esos derechos
    individuales, exclusivamente por el sector que de hecho puede
    ejercerlos.

    En cambio, en la
    perspectiva de Juan XXIII, – o en la anterior de Pío XI –
    estos derechos personales y sociales son concebidos en forma
    integral para todos. Y el gobernante no tiene un simple rol de
    espectador – como en el primigenio liberalismo – sino que
    actúa en función de ese principio de subsidiaridad,
    que nítidamente ya, describe Pío XI en
    "Quadragessimo anno", conforme al cual, el estado interviene de
    manera supletoria para promover, para coordinar, para suplir la
    iniciativa privada de las personas y de los grupos; en orden
    siempre, al bien común. Hay allí, una clara
    visión de la Justicia Legal y del bien común, que
    se encuentran por momentos esbozados por Locke, pero no
    ahondados. Al menos, los seguidores y continuadores del
    liberalismo, teóricamente

    – porque en la práctica esto no fue siempre
    aplicable – preconizaron este estado gendarme; el estado que no
    interviene ni en lo económico ni en lo educacional, ni en
    lo social.

    Locke, a diferencia de Rosseau, advierte la
    posibilidad de que quien ejerza el poder, en
    lugar de promover el respeto a los
    derechos individuales tal cual están, se transforme en
    tirano. Y aquí estamos nuevamente en el plano de las
    influencias tomistas. Incluso por momentos Locke utiliza el mismo
    léxico – cuando habla de que sedicioso es, en estos casos,
    no quien resiste al tirano sino el propio tirano -. Y Locke
    está pensando aquí posiblemente en Carlos II o en
    Jacobo II, y está procurando legitimar la revolución
    de 1688. Locke afirma nítidamente, pues, el derecho de
    resistencia
    contra los distintos órganos en que se organiza el
    poder. Porque
    en Locke ya hay un preanuncio de la división de funciones, que
    luego va a diseñar Montesquieu.
    Habla de un Poder
    Legislativo que debe procurar – dice – la libertad; de
    un Poder
    Ejecutivo, que será ejercido por el rey y de un Poder
    Federativo que ubica también en la persona del
    rey.

    Locke admite la posibilidad de que el rey se
    transforme en tirano, en cuyo caso, agotados los medios
    humanos, los hombres pueden apelar al cielo; así llama
    él al derecho de resistencia. E
    implícitamente lo admite contra el Parlamento, porque
    afirma que éste está sujeto a las determinaciones
    inviolables de la ley natural. En
    esta perspectiva, Locke resuelve la problemática de estado
    y derecho, siguiendo esa vieja tradición, que se remonta a
    los estoicos romanos, afirmando la prioridad del derecho. La
    existencia de normas
    éticas – porque el derecho en la perspectiva del hombre es una
    rama de la ética –
    irrenunciables, que deben ser observadas por los gobernantes.
    Lamentablemente su débil gnoseología y epistemología, favorecerá la
    evolución en Inglaterra de
    este liberalismo

    -no en función de pautas éticas-
    sino más bien, en función del egoísmo y del
    placer.

    La influencia de Locke, ha sido profunda y
    manifiesta. Además de ser el padre del liberalismo, es el
    padre y el propulsor del constitucionalismo. Porque el
    constitucionalismo es una corriente jurídica y política, que
    propende a la preservación de los derechos individuales, a
    cuyo efecto recurre a la sanción de CÓDIGOS en los
    cuales se declaran inviolables esos derechos y en los que se
    establecen una división de las funciones, para
    evitar que se entronice el despotismo. Locke, pues, es el padre
    del constitucionalismo de Occidente. Su influencia en los EE.UU.,
    para uno de cuyos estados proyectó incluso, un esbozo de
    constitución, es manifiesta. La
    declaración de la independencia,
    cuyo texto se
    atribuye a Jefferson, está redactada en términos
    que nos recuerdan de manera casi literal la obra de Locke. La
    Constitución de Philadelfia de 1787
    también es recipiendaria de su influencia. La
    Declaración de los Derechos del Hombre y del
    Ciudadano de 1789, también nos pone de relieve la
    presencia de Locke en el pensamiento
    francés precursor de este movimiento.

    Claro está que la revolución
    de 1688 en Inglaterra, fue eminentemente política. "La
    Historia Inglesa
    – dice Garcia Pelayo – es un cauce a través del cual pasa
    la vida". Y "los movimientos, con frecuencia se realizan no para
    abandonar un cauce, sino para retornar a una cauce abandonado". Y
    aquí, en este caso, los ingleses procuraban reencontrarse
    con esa vieja tradición jalonada por sucesivos bills of
    rights. Los ingleses tuvieron una noción de la libertad, muy
    concreta. Libertades específicas: libertad de
    reunión, libertad de palabra, libertad de movimiento;
    libertades concretas. Esta afirmación de la libertad
    frente al absolutismo,
    al trasladarse a Francia,
    adquiere contornos distintos; justamente porque el absolutismo
    había prendido allí tan fuertemente, que se
    había quebrado ya el vinculo con la vieja libertad
    populista de la Edad Media.
    Así, explicablemente, los escritos de los franceses
    precursores de la Revolución
    Francesa se vinculan más bien a una libertad abstracta
    un tanto distante y diferente de las libertades concretas de los
    anglosajones.

    En la Revolución
    Francesa se adorará a la nueva Diosa Razón. Con
    la Revolución triunfa:

    • El liberalismo como
      ideología
    • El capitalismo
      económico como sistema
    • El laicismo como
      espíritu

    Cuando se habla hoy de "liberalismo" se
    está incluyendo las tres cosas.

    Sin embargo, en la Declaración de los
    Derechos del Hombre y del
    Ciudadano, advertimos la afirmación del derecho a la vida,
    a la seguridad, a la
    libertad, a la resistencia, a la
    opresión, en términos similares a los
    diseñados por Locke. Claro está que en esta
    Declaración de los Derechos del Hombre y del
    Ciudadano, se advierten las dos influencias no distinguidas por
    los contemporáneos: en un sentido, este liberalismo
    precursor del constitucionalismo – que en Occidente
    después evoluciona paulatinamente y se transforma de
    constitucionalismo individual, en constitucionalismo social; y
    que acuerda entonces, ahora sí, al estado, un rol
    supletorio para la promoción del bien común -. Pero
    tanto el constitucionalismo individual, como el
    constitucionalismo social, tienen en común, la
    afirmación de derechos personales anteriores al estado: la
    afirmación de que el derecho precede al estado. En la
    Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, se
    encuentra también presente la otra influencia; la
    influencia absolutista que en Rosseau se disfraza de democracia; y
    que en los sucesos posteriores a la Declaración de los
    Derechos del Hombre y del Ciudadano prevaleció a
    través de los jacobinos, que dieron a Francia un
    baño de sangre, en nombre
    de la voluntad general. También hemos indicado que en el
    s. XX – esta corriente absolutista y democratista – evoluciona y
    es – a decir de George Burdeau – el "back ground" de las llamadas
    democracias populares. Rosseau, es pues, el precursor – en el s.
    XVIII – del marxismo-leninismo. Y Locke y Montesquieu,
    son los precursores del constitucionalismo de
    Occidente.

    Caracteres principales del
    liberalismo

    1. Individualismo. Opone a la
      concepción comunitaria cristiana medieval el culto de
      la
      personalidad. El individuo aparece en el nominalismo y en
      la Reforma protestante con su famoso "libre examen"que luego
      será la "libertad de conciencia".
    2. Aurtonomismo moral. Se relativiza la
      ética
      y se subjetiviza el juicio moral. En el
      fondo el liberalismo esconde un gran escepticismo respecto de
      la verdad. El valor
      absoluto deja de ser el Ser (la Verdad) para pasar a la
      Libertad.
    3. La bondad natural del hombre.
      Antropológicamente, el liberalismo postulará con
      Rousseau la
      teoría del "buen salvaje" y
      extrapolará el mal de la sociedad.
    4. El racionalismo
      laicista
      .La verdadera fuente de luz y progreso
      será la razón y no la fe.
    5. El utopismo o la creencia en el nuevo
      paraíso terrenal
      . La idea de un estadio feliz se
      traslada del comienzo de la humanidad al futuro. Pero esto
      exige un nuevo mesianismo. Y ese mesianismo tienen un motor: La
      Libertad. Cuando el hombre
      sea libre e instruido podrá construir "el paraíso
      de aquende". Es el "despotismo ilustrado" del liberalismo.
      Así se expresa su utopismo agresivo, típico de
      las ideologías modernas.
    6. El contractualismo social. Lo social no
      es una realidad natural en el hombre. Se origina en un contrato.
    7. El democratismo. Si los hombres son
      iguales y naturalmente buenos, si al origen de la sociedad hay
      simplemente un contrato, es
      obvio que nadie puede arrogarse el poder político. Pero
      la sociedad no
      -hoy por hoy- no puede existir son gobierno, y por
      lo tanto sin poder o soberanía
      política.

    Concepción
    filosófica

    El liberalismo es una doctrina filosófica y
    política que se caracteriza por ser una concepción
    individualista, en otras palabras, es una
    concepción para la cual el individuo y no los grupos
    constituyen la verdadera esencia; citando nuevamente a
    García Pelayo: "Los valores
    individuales son superiores a los colectivos y el individuo
    decide su destino y hace historia".

    En su aspecto predominantemente
    filosófico, el liberalismo es una posición
    intelectual que basa exclusivamente en la fuerza de la
    razón la posibilidad de interpretar los fenómenos,
    con autonomía de todo principio que se considere absoluto
    o superior. Particularmente por este aspecto -desvincular al
    individuo de toda instancia sobrenatural- ha sido motivo de
    condenaciones pontificias.

    Puede, empero, hablarse también más
    específicamente de un liberalismo
    político

    -sin desconocer en éste aquella influencia
    política-, que centra su punto de vista en las relaciones
    entre los individuos y el Estado; o de un liberalismo
    económico, referido a la limitación de los
    controles de la economía.

    Ideología Liberal

    En realidad lo que en filosofía pretenden
    los naturalistas o racionalistas, eso mismo pretenden en la moral y en
    la política los fautores del Liberalismo, los cuales no
    hacen sino aplicar a las costumbres y acciones de la
    vida los principios
    sentados por los partidarios del naturalismo. Ahora bien; lo
    principal de todo el naturalismo es la soberanía de la razón humana que,
    negando a la divina y eterna la obediencia debida, y
    declarándose a sí misma sui juris, se hace a
    sí propio sumo principio, y fuente y juez de la verdad.
    Así también los discípulos del Liberalismo,
    pretenden que en el ejercicio de la vida ninguna potestad divina
    haya que obedecer, sino que cada uno es la ley para
    sí, de donde nace esa moral que
    llaman independiente que, apartando a la voluntad, bajo pretexto
    de libertad, de la observancia de los preceptos divinos, suelen
    conceder al hombre una licencia sin límites. Fácil
    es adivinar a dónde conduce todo esto, especialmente al
    hombre al que vive en sociedad. Porque una vez restablecido y
    persuadido que nada tiene autoridad
    sobre el hombre, síguese no estar fuera de él y
    sobre él la causa eficiente de la comunidad y
    sociedad
    civil, sino en la libre voluntad de los individuos, tener la
    potestad pública su primer origen en la multitud, y
    además, como en cada uno la propia razón es
    único guía y norma de las acciones
    privadas, debe serlo también la de todos para
    todos.

    El poder es proporcional al número, la
    mayoría del pueblo es la autora de todo derecho
    y obligación.
    Pero bien claramente resulta de lo dicho cuán repugnante
    sea todo esto. A la razón repugna en efecto sobremanera,
    no sólo a la naturaleza del hombre, sino a la de todas las
    cosas creadas, el querer que no intervenga vínculo alguno
    entre el hombre o la sociedad civil y
    Dios, Creador, y por tanto Legislador Supremo y Universal, porque
    todo lo hecho tiene forzosamente algún lazo para que lo
    una con la causa que lo hizo y es cosa conveniente a todas las
    naturalezas, y aun pertenece a la perfección de cada una
    de ellas, el contenerse en el lugar y el grado que pide el orden
    natural, esto es, que lo inferior se someta y deje gobernar por
    lo que es superior.

    Es además esta doctrina
    perniciosísima, no menor a las naciones que a los
    particulares. Y en efecto, dejando el juicio de lo bueno y
    verdadero a la razón humana sola y única,
    desaparece la distinción propia del bien y del mal; lo
    torpe y lo honesto no se diferenciarán en realidad, sino
    según la opinión y juicio de cada uno; será
    lícito cuando agrada y, establecida una moral, sin
    fuerza casi
    para contener y calmar los perturbados movimientos del alma,
    quedará naturalmente abierta la puerta a toda corrupción.

    En cuanto a la cosa pública, la facultad de
    mandar se separa del verdadero y natural principio, de donde toma
    toda la vida para obrar el bien común; y la ley establece lo
    que se ha de hacer y omitir, se deja al arbitrio de la multitud
    más numerosa, lo cual es una pendiente que conduce a la
    tiranía.

    Rechazado el imperio de Dios en el hombre y en la
    sociedad, es consiguiente que no hay públicamente religión alguna, y se
    seguirá la mayor incuria en todo lo que se refiere a la
    Religión.
    Y asimismo, armada la multitud con la creencia de su propia
    soberanía, se precipitará
    fácilmente a promover turbulencias y
    sediciones.

    Los fautores del Liberalismo, que dan al Estado
    un poder despótico y sin límites y pregonan que
    hemos de vivir sin tener para nada en cuenta a
    Dios…

    (León XIII, Libertas,
    19).

    Es imprescindible que el hombre se mantenga
    verdadera y perfectamente bajo el dominio de Dios;
    por tanto no puede concebirse la libertad del hombre, si no
    está sumisa y sujeta a Dios y a su voluntad. Negar a Dios
    este dominio o no
    querer sufrirlo no es propio del hombre libre, sino del que abusa
    de la libertad para rebelarse; en esta disposición de
    ánimo es donde propiamente se fragua y completa el vicio
    capital del
    Liberalismo. El cual tiene múltiples formas, porque la
    voluntad puede separarse de la obediencia debida a Dios, o los
    que participan de su autoridad, no
    del mismo modo ni en un mismo grado.

    Están los que dicen que conviene someterse
    a Dios, Creador y Señor del mundo, y por cuya voluntad se
    gobierna toda la naturaleza; pero audazmente rechazan las
    leyes, que
    exceden la naturaleza, comunicadas por el mismo Dios en puntos de
    dogma y de moral, o al
    menos aseguran que no hay por qué tomarlas en cuenta
    singularmente en las cosas públicas.

    De esta doctrina mana, como de origen y principio,
    la perniciosa teoría
    de la separación de la Iglesia y del
    Estado; siendo por el contrario, cosa patente, que ambas
    potestades, bien que diferentes en oficios y desiguales por su
    categoría, es necesario que vayan acordes en sus actos y
    se presten mutuos servicios.

    Muchos pretenden que la Iglesia se
    separe del Estado toda ella y en todo; de modo que en todo el
    derecho público, en las instituciones,
    en las costumbres, en las leyes, en los
    cargos de Estado, en la educación de la
    juventud, no
    se mire a la Iglesia
    más que como si no existiese; concediendo a lo más
    a los ciudadanos la facultad de no tener religión, si les
    place, privadamente. Contra esto tienen toda su fuerza los
    argumentos con que refutamos la separación de la Iglesia y del
    Estado, añadiendo ser cosa aburridísima que el
    ciudadano respete a la Iglesia y el Estado la
    desprecie.

    Otros no se oponen, ni podrían oponerse, a
    que la Iglesia exista, pero le niegan la naturaleza y los
    derechos propios de sociedad perfecta, pretendiendo no competirle
    hacer leyes, juzgar,
    castigar, sino sólo exhortar, persuadir y aun regir a los
    que espontáneamente se le sujetan. Así adulteran la
    naturaleza de esta sociedad divina, debilitan y estrechan su
    autoridad, su
    magisterio, toda su eficacia,
    exagerando al mismo tiempo la
    fuerza y
    potestad del Estado hasta el punto de que la Iglesia de Cristo
    quede sometida al imperio y jurisdicción del Estado, no
    menos que cualquier asociación voluntaria de los
    ciudadanos.

    Ningún tiempo hay que
    pueda estar sin religión, si verdad,
    sin justicia, y como estas cosas supremas y santísimas han
    sido encomendadas por Dios a la tutela de la Iglesia, nada hay
    tan extraño como el pretender de ellas que sufra con
    disimulación lo que es falso o injusto, o sea conveniente
    en lo que daña a la religión.

    La encíclica Rerum novarum,
    efectivamente, al vacilar los principios del
    liberalismo, que desde hacía tiempo
    venían impidiendo una labor eficaz de los gobernantes,
    impulsó a los pueblos mismos a fomentar más
    verdadera e intensivamente una política social.
    (Pío XI, Quadragersimo anno, 27).

    Para explicar como el comunismo ha
    conseguido ser aceptado sin examen por tan grande muchedumbre de
    obreros, conviene recordar qué estos ya estaban preparados
    por el abandono religioso y moral en que habían sido
    dejados por la economía liberal. Con
    los turnos de trabajo dominical no se daba a los obreros tiempo
    para satisfacer los más grandes deberes religiosos en los
    días festivos, y no se pensó en construir iglesias
    junto a las fábricas ni en facilitar la acción del
    sacerdote, antes, por el contrario, se continuó
    promoviendo positivamente el laicismo. Y no es de extrañar
    que en el mundo ya ampliamente descristianizado se difunda el
    error comunista.

    Y mientras el Estado, durante el siglo XIX, por
    una soberbia exaltación de la libertad, consideraba como
    único fin suyo el tutelar la libertad con el derecho,
    León XIII le avisó que también era deber
    suyo aplicarse a la previsión social, cuidando el
    bienestar de todos los desheredados, con una amplia
    política social y con la creación de un derecho del
    trabajo.

    León XIII al dirigir su encíclica al
    mundo, señaló a la conciencia de los
    cristianos los errores y peligros de una materialista
    concepción del socialismo, las
    consecuencias fatales del liberalismo económico, tan
    frecuentemente despreciativo, olvidadizo o incomprensivo de los
    deberes sociales, y expuso con claridad maestra y maravillosa
    precisión los principios que
    eran necesarios y adecuados para mejorar -gradual y
    pacíficamente- la suerte material y espiritual del
    obrero.

    En el campo social la desfiguración de los
    designios de Dios se ha llevado a cabo en la misma raíz,
    deformando la imagen divina del
    hombre. A su real fisonomía de criatura, que tiene origen
    y destino en Dios, se ha sustituido con el falso retrato de un
    hombre autónomo en la conciencia,
    legislador incontrolable en sí mismo, irresponsable hacia
    sus semejantes y hacia el complejo social, sin otro destino fuera
    de la tierra, sin
    otro fin que el goce de los bienes
    finitos, sin otra norma que la del hecho consumado y de la
    satisfacción indisciplinada de sus
    concupiscencias.

    De aquí ha nacido y se ha consolidado
    durante varios lustros, en las más variadas aplicaciones
    de la vida pública y privada, aquel orden excesivamente
    individualista, que hoy está en grave crisis casi
    por todas partes. Pero nada mejor han aportado los sucesivos
    innovadores, los cuales, partiendo de las mismas premisas
    erróneas y torciendo por otro camino, han conducido a
    consecuencias no menos funestas, hasta la total subversión
    del orden divino, el desprecio de la dignidad de la persona humana,
    la negación de las libertades más sagradas y
    fundamentales, el predominio de una sola clase sobre las otras,
    la servidumbre de toda persona y cosa al
    Estado totalitario, la legitimación de la violencia y el
    ateísmo militante.

    Tampoco apoya el cristianismo
    la ideología liberal, que cree exaltar la libertad
    individual sustrayéndola a toda limitación,
    estimulándola con la búsqueda exclusiva del
    interés
    y del poder, y considerando las solidaridades sociales como
    consecuencias más o menos automáticas de
    iniciativas individuales y no ya como fin y motivo primario del
    valor de
    la
    organización social.

    Por otra parte se asiste a una renovación
    de la ideología liberal. Esta corriente se apoya en el
    argumento de la eficiencia
    económica, en la voluntad de defender al individuo contra
    el dominio cada
    vez más invasor de las organizaciones, y
    también frente a las tendencias totalitarias de los
    poderes políticos. Ciertamente hay que mantener y
    desarrollar la iniciativa personal. Pero
    los cristianos que se comprometen en esta línea,
    ¿no tienden a idealizar al liberalismo? Ellos
    querrían un modelo nuevo,
    más adaptado a las condiciones actuales, olvidando
    facilmente que en su raíz misma el liberalismo
    filosófico es una afirmación errónea de la
    autonomía del individuo en su actividad, sus motivaciones,
    el ejercicio de su libertad. Por todo ello, la
    ideología liberal
    requiere un atento discernimiento
    por parte de los cristianos.

    Lo positivo del
    Liberalismo

    El liberalismo es una postura esencialmente
    errónea pero que en la medida qie matiza esos errores
    puede accidentalmente producir efectos
    aceptables.

    El capitalismo
    aún en su versión liberal ha incrementado la
    productividad
    económica.

    El democratismo, una mayor participación,
    responsabilidad e instrucción del pueblo es
    un bien para ese pueblo y para la sociedad.

    CONCLUSION:

    Toda concepción, teoría
    política tiene como punto de partida el concepto del
    Hombre. Santo Tomás dijo que según se piense acerca
    del fin hombre se pensará el fin de la teoría
    política.

    El Liberalismo tiene una característica muy peculiar, reduce toda la
    realidad al sujeto. El hombre es la causa, el principio y el
    término de toda la actividad creadora. De esta forma se lo
    eleva al sujeto a un podio que no le corresponde, el de
    autosuficiente. Es un humanismo ateo,
    niega la existencia de todo lo sobrenatural (a pesar de que se
    puede deducir por sentido común que existe un ordenador)
    por ende niega a Dios creador y providente. No hay otra vida que
    no sea la terrenal, además agrega que la Iglesia se
    equivoca constantemente.

    Para el liberalismo el hombre se desarrolla
    cuando expande su riqueza… tal vez se sientan complacidos
    materialmente pero el espíritu tendrá en su cuenta
    una gran deuda.

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