Los Padres, los amigos, los maestros, la gente de la
calle, nos van mostrando el mundo desde que nacemos. La madre
pone el pecho en la boca del recién nacido, y éste
chupa, se alimenta, y recibe al mismo tiempo una
caricia. Lo viste, lo arropa, y el niño vive esas prendas
como abrigo. Agitan ante él el juguete. Le impiden acercar
la mano a una llama, o se quema con ella, y entran en el
horizonte de su vida la prohibición, el dolor, el peligro.
Intenta el niño levantar una mesa, y descubre el peso
–y la impotencia-. Se da un golpe contra la pared y cuenta
con la resistencia de
las cosas. Lo amenazan jovialmente y aprende a distinguir entre
lo serio y la broma. Le cuentan cosas, y descubre que antes que
él había otros, y sucesos que no eran suyos. Le
prometen algo, y se pone a esperar en el futuro. Lo elogian o le
regañan, y el niño empieza a darse cuenta de que
hay lo bueno y lo malo, la aprobación y la
desaprobación. Le reprochan haber hecho algo que no ha
hecho, y tropieza con la injusticia. Lo engañan, y ve que
junto a la verdad, en la cual vivía sin saberlo, hay la
falsedad o la mentira. Empieza a explorar la casa, el
jardín, las calles del pueblo o de la ciudad, el campo, y
ve que hay "más allá", que el mundo es abierto,
dilatado, desconocido, atractivo, peligroso, hermoso o feo.
Distingue muy pronto dos formas de los "otros": hombres, mujeres;
y muy poco después una tercera forma: los "semejantes",
los niños, a diferencia de los "mayores".
Le hablan y oye hablar. Distingue voces, y los tonos, y
sabe cuándo se dirigen a él o no. Le gustan
más o menos: se siente atendido, acariciado, mimado,
reprendido, olvidado. Va entendiendo "de qué se trata";
luego, lo que se dice. Conoce algunas palabras, y otras que no;
adivina su significado unas veces, otras quedan oscuras. Empiezan
a "enseñarle" cosas: a andar, a comer, a vestirse, a
pronunciar, a mover las manos, a jugar, a hacer las cosas "bien",
a saludar, a contar, luego a leer, a escribir, a rezar, a
callarse, a esperar, a obedecer, a resignarse. Y luego, noticias,
informaciones, ritos, ciencias.
Casi toda la vida va regida por esas formas que nos han
sido "inyectadas" por los demás, conocidos o desconocidos,
sobre todo al verlos vivir ante nosotros. Estamos en la creencia
de que las cosas son "así", de que hay que hacer tales o
cuales cosas, de que podemos contar con ellas de cierta manera.
Nuestros deseos, nuestros proyectos, nos
llevan a hacer algo de acuerdo con esas líneas de conducta.
Solamente cuando tropezamos con algo imprevisto, cuando las cosas
no se comportan como esperábamos, cuando alguien se
enfrenta con nosotros, no podemos seguir viviendo
espontáneamente. Nos paramos. ¿A qué? A
pensar.
Lo primero que hacemos es ver si alguien sabe qué
hay que hacer. Si no lo encontramos, recordamos lo que
sabemos, lo que hemos aprendido, los conocimientos
adquiridos, para ver si nos sirven, si nos permiten salir del
apuro. Un tercer paso es tratar de conseguir más
conocimientos, preguntar a otros maestros, otros libros, otras
ciencias.
Pero puede ocurrir que, entre tantos saberes, nos
encontremos perdidos, en la duda. No sabemos qué hacer, no
sabemos qué pensar. Ha aparecido ante nosotros algo
nuevo, con lo cual no contábamos. O lo que
creíamos o pensábamos choca con lo que vemos;
¿cómo decidir? O, finalmente, sabemos muchas cosas,
estamos rodeados de objetos, recursos,
aparatos, pero nos preguntamos ¿qué es todo esto?
¿Qué sentido tiene? ¿Qué es esto que
llamamos vivir, y para qué, y hasta cuándo?
¿Y después, que podemos esperar?
El nacimiento de la
filosofía
Cuando el hombre
primitivo estaba agobiado por las dificultades, cuando le era
difícil seguir viviendo, comer, beber, abrigarse,
calentarse, defenderse de las intemperies, de las fieras, del
miedo a lo desconocido, no tenía respiro para hacerse
preguntas. No solo cada día, cada hora tenía su
afán. Y no sabía casi nada. Pero cuando, al cabo de
los siglos, el hombre
consiguió alguna riqueza, cierta seguridad,
instrumentos que le permitieron desarrollar una técnica,
noticias y conocimientos, cuando su memoria no fue
sólo suya y la de sus padres, sino la de la tribu o la
ciudad o el país –una memoria
histórica-, cuando hubo autoridades y mando y alguna forma
de derecho y estabilidad, consiguió el hombre
holgura, tiempo libre, se
pudo divertir, cantar, tocar algún instrumento, bailar,
componer versos, dibujar o esculpir, levantar edificios que no
eran sólo cobijo, sino que debían ser hermosos,
inventar historias, y a veces representarlas. Y entonces, en esa
vida más compleja, mas atareada y a la vez con más
calma, sintió sorpresa, la admiración, el asombro,
la extrañeza: ante lo bello, lo magnífico, lo
misterioso, lo horrible. Y empezó a lanzar sobre el mundo
una mirada abarcadora, que en lugar de fijarse en tal cosa
particular contemplaba el conjunto: y al entrar en sí
mismo, al ensimismarse como decimos con una maravillosa
palabra en español, empezó a atender al conjunto de
su vida y a preguntarse por ella. Así nació, seis o
siete siglos antes de Cristo, en Grecia, una
nueva ocupación humana, una manera de preguntar, que vino
a llamarse filosofía.
Hay un paralelismo entre lo que ocurrió a la
humanidad entonces y lo que ocurre al hombre y a
la mujer cuando
llega a cierta altura de su vida. Todavía es mayor el
paralelismo si se piensa que no todos los pueblos han cultivado
la filosofía, y que sólo algunos hombres se hacen
esas preguntas. Los demás siguen viviendo sin claridad, o
se contentan con la certidumbre que da la acción, o
aquella otra en que se está por una creencia, o con otra
distinta que dan los conocimientos, las ciencias
particulares, que nos enseñan tantas cosas. Hoy, tantas
que nadie las sabe, que, por tanto, funcionan para cada hombre como
otra forma de creencia: creemos que se saben todas esas cosas,
que las sabe la ciencia.
Pero ¿quién es la
ciencia?
Para que alguien se haga las preguntas de la
filosofía hace falta que se den varias condiciones. 1) Que
se sienta perdido, que no sepa qué hacer o qué
pensar, que no sepa a qué atenerse. 2) Que los conocimiento
particulares no lo saquen de su duda, no le den una certeza
suficiente, porque lo que necesita saber es qué es todo
esto, quién soy yo, qué será de mí 3)
Que tenga la esperanza de poder
encontrar respuesta a esas preguntas, de poder salir
él mismo de la duda. Lo cual quiere decir: 4) Que suponga
que esas preguntas pueden tener respuesta, que tienen sentido. Y
finalmente: 5) Que el hombre
perdido y lleno de dudas tiene algún medio de interrogar a
la realidad y obligarla a manifestarse y responder, a ponerse en
claro, a manifestar la verdad. Ese medio es lo que se suele
llamar pensamiento o razón.
La vida
humana
" Ya se han escrito todas las buenas máximas,
solo falta ponerlas en práctica.", lo decía
Pascal.
Siempre mi vida ha girado en un constante aprendizaje de
aplicación de la filosofía en la vida. Pero resulta
que eso es tan extraño, complejo y misterioso que llamamos
filosofía se parece mucho a lo que todos los hombres hacen
todos los días desde el principio del mundo. Por lo
cuál, tal vez no sea tan extraño, y desde luego es
algo muy propio del hombre.
Yo me encuentro en el mundo, rodeado de cosas,
haciendo algo con ellas, "viviendo". Cuándo caigo en la
cuenta de eso, llevo ya mucho tiempo viviendo,
es decir, que mi vida ha empezado ya, no he asistido a su
comienzo. Entre las cosas que encuentro está mi propio
cuerpo, que se presenta como una cosa más, que me gusta
más o menos, que funciona bien o mal, que no he elegido.
Es cierto que me acompaña siempre, que lo llevo siempre
"puesto", que lo que le pasa me interesa y me afecta, que por
medio de él veo, toco, me relaciono con todas las cosas;
que por él esta aquí estoy yo aquí, y que
gracias a él cambio de
lugar.
Y también encuentro eso que llaman las
"Facultades psíquicas": la inteligencia,
la memoria, la
voluntad, el carácter. A lo mejor mi inteligencia
es buena para algo, pero mala para otras cosas; o recuerdo bien
los versos y mal los números de teléfono; o
tengo voluntad débil, o mal genio. Nada de eso he elegido,
nada de eso soy yo, sino que es mío, como el país o
la época en que he nacido, la familia a
la que pertenezco, mi condición social,
etc.
Con todo eso que encuentro a mi
disposición, bueno o malo, tengo que hacer mi vida, tengo
que elegir en cada momento lo que voy a hacer, quién voy a
ser. Lo más grave es que la parte más
interesante del mundo no está presente, no dispongo
de ella, porque lo que elijo es quién voy a ser
mañana, y el mañana no existe; existirá…
mañana; es el futuro. Y el futuro es inseguro, incierto,
está oculto.
¿Qué hacer?, ¿Que
elegir?, ¿Que camino tomar?, no tengo más
remedio que tratar de ver juntas todas mis posibilidades, para
poder elegir
entre ellas. Y, ¿Cómo elegiré? depende
de quién quiero ser, de mi proyecto. Es
decir, que tengo que imaginarme primero como tal persona, como tal
hombre o
mujer, y ese
proyecto
imaginario es el que, ante las posibilidades que tengo ante
mí, decide. Dicho con otras palabras, para vivir tengo que
ponerme ante todo a pensar, a imaginarme a mi mismo y ver en su
conjunto el mundo. Por eso, el gran filósofo
español José Ortega y Gasset hablaba de la
razón vital, sin la cuál no puedo vivir porque solo
puedo vivir pensando, razonando.
Vemos ahora que la filosofía no es más
que hacer a fondo, con rigor, con un método
adecuado eso que todos hacemos a diario para poder vivir
humanamente. Los individuos y los pueblos y las épocas que
filosofan viven con mayor claridad, no se dejan arrastrar,
saben lo que hacen, tienen una iluminación superior a
los demás. Y tienen también la audacia de creer que
ellos mismos pueden intentar buscar la verdad, orientarse por si
mismos cumpliendo las reglas de método,
del camino que puede conducir a ese descubrimiento. La
consecuencia es que el que filosofa pretende ser más el
mismo, más de verdad, ser lo que se llama más
auténtico.
La historia de la
filosofía
Es larga y compleja la historia de la
filosofía. Iniciada en Grecia a fines
del siglo 7 o a comienzos del 6ª. De C. (Tales de Mileto,
Anaximandro, Anaxímenes, Parménides,
Heráclito, Empédocles, Anaxágoras,
Demócrito, Sócrates),
llevada a su perfección por Platón y
Aristóteles, desarrollada luego, en
Grecia y en
Roma
(Séneca, Marco Aurelio, Plotino), cristianizada luego,
sobre todo en San
Agustín, y en la Edad Media
(San Anselmo, San Buenaventura, Santo Tomás de
Aquino, Escoto, Ockam), sin olvidar a los judíos
(Maimónides) o musulmanes (Avicena, Averroes,
Ebenjaldún), continuada en el Renacimiento
por Nicolás de Cusa, Luis Vives, Erasmo, Giordano Bruno,
llevada a nuevo esplendor por Descartes,
Spinoza, Leibniz, Bacon, Locke, Hume; Zubiri, Wittgenstein y
tantos otros, esa historia ha sido vista a
veces como una historia de errores de la
mente humana; pero no es así.
Hay una continuidad y coherencia en la historia de la
filosofía, que hace que los verdaderos filósofos se entiendan, aunque cada uno
tenga que formular el problema a su manera propia, desde su punto
de vista personal, que no
excluye forzosamente los otros, porque las perspectivas reales
son muchas y complementarias. Un gran filósofo dijo: "Todo
lo que un hombre ha
visto es verdad". Quería decir que la falsedad viene
sólo de lo que cada uno añade a lo que
verdaderamente ha visto; y ahí es donde puede producirse
la contradicción y la discordia. La historia entera de la
filosofía es el camino de la mente humana para conocer la
realidad, para aproximarse a ella y descubrirla, rectificar los
errores e integrar la visión personal con las
de los demás.
La visión
responsable
Ante una cosa, el filósofo no se pregunta,
como el científico, por sus propiedades particulares
–mineral, vegetal, animal, cuerpo celeste, echo
psíquico o histórico, forma social o política, ley, enfermedad,
obra literaria o artística, etcétera-; se pregunta
por lo que tiene de realidad, es decir, por el tipo de realidad
que le corresponde. No es lo mismo una piedra o un pino o un
caballo, o bien el número 7, o el triángulo
isósceles, o la raíz cuadrada de 2; o una sirena o
un centauro; o un soneto; o Don Quijote; o
Cervantes; o Dios.
El filósofo se pregunta cuál es el
puesto que en la realidad tiene cada uno de esos objetos,
dónde hay que ponerlo, cuáles son sus atributos y
su manera de comportarse y cómo se lo puede conocer. Y
tiene que preguntarse igualmente por la realidad en su conjunto,
por su estructura,
las jerarquías o grados de realidad que hay dentro de
ella, las relaciones o conexiones entre todas las cosas que son
en un sentido o en otro, reales.
Se puede pensar que la filosofía es muy
difícil, que no se puede comprender, que sólo muy
pocas personas la entienden. No es así; hemos visto que en
el fondo es lo que todos los hombres hacemos todo el tiempo; si es
así, ¿cómo no vamos a comprender eso que sin
darnos cuenta hacemos?
Cuando se es muy joven, no se comprende la
filosofía, pero no porque sus razonamientos sean muy
complicados –los de las matemáticas suelen ser más
difíciles- sino porque el niño no ve el problema,
no ve en que consiste la pregunta. Cuando se llega a la primera
juventud se
puede entender, y el joven que "ve" la filosofía suele
entusiasmarse. Los discípulos de Sócrates y
Platón
eran muchachos muy jóvenes. Y es mejor acercarse a la
filosofía con frescura, con inocencia, sin saber nada,
dispuesto a abrir los ojos y mirar.
La única dificultad que tiene la
filosofía es que tiene una estructura, un
orden, distinto del que tienen otras ciencias, por
ejemplo la matemática. Ésta tiene una estructura
lineal: si un libro de
matemáticas tiene veinte teoremas, necesito
entender los tres primeros para entender el cuarto, pero no
necesito saber el quinto; cada uno se apoya en los anteriores,
pero no en los posteriores, y se estudian y aprenden linealmente.
En la filosofía, las verdades se apoyan unas en otras,
mutuamente. Si se lee la primera página de un escrito
filosófico, no se la comprende íntegramente; al
leer la segunda la primera empieza a aclararse, y así
sucesivamente; la comprensión total de la primera
página no se logra hasta que se ha llegado a la
última. Ésta estructura
circular (o espiral) es lo que se llama sistema: un
conjunto de verdades, cada una de las cuáles esta
sostenida y probada por todos los demás.
Por esto es un error, cuando se lee un libro
filosófico, no pasar del principio hasta haberlo entendido
perfectamente: no se entenderá nunca. Hay que seguir,
recibiendo nuevas aclaraciones a medida que se avanza, hasta el
final. Las iluminaciones se van sucediendo, se van viendo nuevas
conexiones, se descubren relaciones inesperadas, y por eso
la lectura de
un libro
filosófico es apasionante, como la de una buena novela.
Esta comparación no es justificada: la
filosofía es una teoría
dramática, una aventura humana, del hombre que filosofa
creadoramente o del lector que revive esa teoría.
No se entiende nada humano más que contando una historia,
y la filosofía tiene ese elemento dramático o
novelesco, que la hace plenamente inteligible. La dificultad de
la filosofía reside en esa estructura:
una vez reconocida y aceptada, resulta ser lo verdaderamente
inteligible; lo que de verdad se comprende; a su lado, todas las
demás formas de intelección carecen de
última claridad.
A la filosofía le corresponde la evidencia.
Nada es filosóficamente entendido sino se ve que es
así, que tiene que ser así. Y ésta evidencia
tiene que renovarse en cada momento, si se trata de una
comprensión filosófica. Supongamos que un profesor
demuestra perfectamente en la pizarra que los tres ángulos
de un triangulo valen dos rectos, o el teorema de
Pitágoras, o la regla de la división. Si se nos
pregunta porque es así, porque aquello es válido,
contestaremos que "está demostrado", que un profesor nos
lo demostró de manera concluyente cuando
estudiábamos en el colegio o el instituto. No nos
acordamos de la demostración, pero recordamos
perfectamente que el profesor la dio de manera convincente.
¿Vale esto en filosofía? No. Esta evidencia debe
estar renovándose en cada instante, tiene que estar
presentando sus títulos de justificación; no se
puede aceptar nada por autoridad
–ni siquiera por el recuerdo de la evidencia, por la
evidencia pasada-, sino por la evidencia actual.
Por eso la filosofía puede definirse como la
visión responsable: es una visión, algo que en cada
momento se esta viendo; pero no basta; es una visión que
se justifica, que muestra sus
razones, que "responde" de lo que ve y responde a las
preguntas.
Las preguntas
radicales
La filosofía se hace las preguntas
radicales, aquellas que necesitamos responder para estar en
claro, para saber a qué atenernos, para orientarnos sobre
el sentido del mundo y de nuestra vida, para saber quiénes
somos y qué tenemos que hacer y qué podemos
esperar, qué será de nosotros. Entre muchas
certezas y conocimientos, necesitamos una certidumbre radical,
tenemos que buscarla, si queremos vivir como hombres
lúcidamente, y no a ciegas o como
sonámbulos.
Se dirá: ¿Es que podemos alcanzar esa
certidumbre? ¿Es posible ese saber superior y más
profundo, ese núcleo del pensamiento
filosófico que se llama metafísica? No sabemos si
es posible: sabemos que es necesario, que lo necesitamos para
vivir.
Las ciencias son
diferentes. Un problema científico que no tiene
solución no es un problema. En filosofía, no. En
primer lugar, porque no se sabe si acaso pueda tener
solución con otro método,
planteado de otra manera mejor; en segundo lugar, porque la
filosofía no necesita tener éxito: tiene que
enfrentarse con sus problemas, no
puede contenerse con eliminarlos. Es la condición de la
vida humana; el hombre no
necesita tener éxito, le basta con intentar hacer, lo
mejor posible, lo que debe hacer. La filosofía no puede
renunciar a sus problemas
fundamentales, porque entonces renuncia a si misma, deja de ser
filosofía (es lo que le pasa a gran parte de lo que hoy se
llama filosofía).
No hace falta ser un filosofo creador, original,
para tener acceso a la filosofía.
El que lee filosóficamente a un
filósofo, o lo escucha, repiensa su filosofía, se
la apropia, la hace suya. Repite dentro de sí mismo el
movimiento
mental que llevó al filósofo a preguntarse algunas
cosas, que lo condujo con un método
riguroso de evidencia en evidencia, a ciertas visiones: soluciones o
un nuevo planteamiento más adecuado del
problema.
El filósofo es un hombre audaz, que se
atreve a enfrentarse con la realidad, interrogarla, levantar el
velo que la cubre y tratar de ponerla de manifiesto, hacerla
patente. Por eso, la tentación del filósofo es
soberbia. Pero si es verdadero filósofo, tendrá que
llegar a una profunda humildad: primero, porque tendrá
conciencia de que
la realidad es problemática, que ninguna verdad la agota
que cuando dice "A es B", no quiere decir "A es B y nada
más", sino que su propia visión se podrá y
deberá integrar con otras, que no se excluyen
forzosamente; segundo, porque lo que hace no es dictar a la
realidad cómo es o debe ser, sino al contrario. Ver
cómo es, reconocer que es así, aceptarlo. La
filosofía requiere el valor de
enfrentarse con la realidad –toda realidad, sin
amputaciones ni exclusiones, en todo su problematismo-, pero
significa la aceptación de la realidad, el sometimiento a
una verdad que el filósofo no produce ni impone, sino
descubre.
Los otros conocimientos, las otras ciencias, la
experiencia de la vida, las crisis
históricas, todo eso lleva al hombre a algunas preguntas
esenciales que van más allá, que no tienen
respuestas prácticas ni dentro de cada una de las ciencias
positivas. Hay problemas que
no tienen su lugar en la física, la psicología o la
historia; pero son problemas para
el físico, el psicólogo o el historiador, para el
hombre que cada uno de ellos es (como para el hombre de la
calle). Esas mismas ciencias plantean un problema que excede de
ellas mismas: ¿cuál es su puesto en el conjunto del
saber? Y ¿cuál es la realidad de su objeto? El
físico estudia la naturaleza, la
mide, descubre sus leyes; pero no se
pregunta qué es la naturaleza o por
qué hay naturaleza. La
pregunta por la realidad histórica no es tema de la
historia. Las ciencias particulares dan por supuesto su objeto
(por eso se llaman ciencias positivas), pero el hombre no puede
dar nada por supuesto si quiere tener una ultima claridad. Esa es
la función, la exigencia de la
filosofía.
Por otra parte, la filosofía no empieza
nunca en cero. No solo parte de innumerables noticias,
experiencias, conocimientos, sino que descansa sobre un subsuelo
de creencias, se inicia en una situación social,
histórica, personal que
condiciona el horizonte de los intereses, las curiosidades, las
inquietudes; que hace que un filosofo mire en una u otra dirección, que eche de menos, claridad
sobre unas cosa y no sobre otras. La filosofía tiene
siempre, para emplear una expresión de Ortega, una
"prefilosofía" que normalmente olvida y deja a su
espalda.
Hay que aclarar este importante cuestión. La
idea de una filosofía sin supuestos, que no parta de otros
saberes, que empiecen en cero, como antes dije, es completamente
ilusoria. Pero si la filosofía olvida todo eso, no tiene
plena realidad, no se aclara sobre si misma, no es estrictamente
filosófica. Tiene que contar con todo eso que es su punto
de partida que la condiciona, pero tiene que dar razón de
ello, es decir, justificar filosóficamente. Nada de eso
será filosofía hasta que la filosofía lo
absorba, lo ilumine, justifique, y así lo eleve hasta el
nivel de la filosofía misma.
En este sentido, toda filosofía es
histórica, esta "a la altura del tiempo", es la
propia de cada época. Y no puede olvidar que lleva dentro
toda las demás del pasado, que a llegado a ese nivel, es
un proceso sin el
cual se la podría entender. La filosofía no es
separable de su historia, pero esta remite al presente: nos
obliga a hacer filosofía, por que todas las demás,
de pretérito, no nos sirve, no son suficientes, porque
están pensadas en situaciones distintas de la nuestra,
porque no se enfrentan, al menos de manera adecuada, con nuestros
problemas,
aquellos que nos obligan a filosofar. La filosofía del
pasado no queda arrumbada o rechazada: queda absorbida,
incorporada en la actual; el filósofo filosofa con todos
los demás que lo han precedido, y no puede reducirse a
ninguno.
La verdad de la
vida
"Una vida no examinada (es decir, sin filosofia) no
es vividera para el hombre", decía Platón.
"Todas las ciencias son más necesarias que la
filosofía-decía Aristóteles-; superior, ninguna." La
filosofía "no sirve para nada", y por eso no sirve a
nadie: es la ciencia de
los hombres libres. "Si la sabiduría es Dios, el verdadero
filósofo es el amador de Dios", decía San
Agustín. Y Spinoza la ve como amor Dei
intellectualis. "amor
intelectual a Dios". Y Ortega, en su primer libro.
Definía la filosofía como la "ciencia
general del amor".
Esa conexión entre amor y
filosofía es esencial, porque la filosofía busca la
conexión general de todas las cosas-eso es precisamene la
razón-, y eso es obra del amor. Por eso
la filosofía consistió, desde el principio, en la
máxima dilatación del espíritu, hasta llegar
a preguntarse por el todo. ¿Qué es todo esto? Por
este camino se llegó a descubrir la naturaleza,
más allá de cada cosa,y como principio de
explicación de ellas (la naturaleza de las
cosas). La idea cristiana de creación llevó a ver
el mundo como criatura, con una realidad fundada en la de Dios
creador. La evidencia del carácter único e
irreductible de eso que llamamos "yo" llevó al pensamiento
moderno (Descartes y
sus continuadores) al idealismo, a
la afirmación del yo pensante como la realidad primaria,
de quién serían "ideas" todas las cosas. Pero
nuestro tiempo ha visto que, si bien es verdad que nada puedo
saber sin mí, sin ser yo testigo de los demás. Yo
no me encuentro nunca solo, sino rodeado de cosas, en un mundo,
haciendo algo con él, algo que se llama vivir. Y al vivir
encuentro, de una manera o de otra, todo lo que hay, presente y
manifiesto o latente y oculto, accesible o inaccesible, desde mi
propio cuerpo y las cosas que me rodean hasta Dios, del cual
encuentro en mi vida al menos la noticia o
revelación.
La filosofía es el descubrimiento de un
horizonte de preguntas ineludibles. Volverse de espaldas a ellas
es renunciar a ver, aceptar una ceguera parcial, contentarse con
lo penúltimo. Significa, pues, la filosofía un
incalculable enriquecimiento del mundo. Es además una
disciplina
moral: la
exigencia de no engañarse, de no aceptar como evidente lo
que no lo es. (Sin que esto quiera decir que hay que rechazar lo
que no es evidente, porque muy pocas cosas lo son.) Es sobre
todo, una llamada a la lucidez, a ese "señorío de
la luz sobre las
cosas y sobre nosotros mismos", de que hablaba Ortega. Y con
ello, una llamada a la autenticidad, a la verdad de la vida, a
ser cada uno quien verdaderamente pretende ser.
El último fruto de la filosofía es la
aceptación del destino libremente elegido, eso que se
llama vocación.
Bibliografía consultada:
- Los estudios de un joven de hoy, de la Editorial
Fundación Universidad–Empresa, Madrid
1982. - Diccionario de la Lengua
Española. - El libro de la
virtudes, Javier Vergara Editor, Buenos Aires,
1995. - Platón, Diálogos, Porrúa,
México, 1976. - Ser hombre, de Elías M.
Zacarías. - Fundamentos de Filosofía, Madrid
1986 - Las Virtudes Fundamentales, Josef Pieper, Ed.
Rialp, Madrid, 1988. - Filosofía Cristiana, José M. De
Torre, Ediciones Palabra, S.A.,Madrid, 1982.
Trabajo enviado por:
José Luís Dell'Ordine