Fundador de los
Jesuitas
1491 – 1556
El camino espiritual de Ignacio de Loyola:
1491-1540.
(Esta narración de la vida de Ignacio se basa en
la "Autobiografía", un escrito dictado por el mismo
Ignacio a un compañero, tres años antes de su
muerte. Al
hablar, Ignacio se refiere siempre a sí mismo en tercera
persona como
"el peregrino").
de Loyola a Montserra
Ignacio un hidalgo, nacido en 1491 en la Casa solar de
Loyola, en el País Vasco, fue educado como un caballero en
la corte de España. En
su autobiografía resume sus primeros veintiséis
años de vida en una sola frase: "fue hombre dado a
las vanidades del mundo y, principalmente, se deleitaba en el
ejercicio de armas, con un
grande y vano deseo de ganar honra". El deseo de ganar honra,
llevó a Ignacio a Pamplona para defender esta ciudad
fronteriza, atacada por los franceses. La defensa era
desesperada, cuando, el 20 de mayo de 1521, Ignacio fue herido
por una bala de cañón que le quebró
totalmente una pierna, dejándole la otra malherida.
Pamplona e Ignacio con ella, cayeron en manos de los
franceses.
Los médicos franceses cuidaron a Ignacio y lo
enviaron a Loyola donde pasó por una larga convalecencia.
En este período de forzada inactividad pidió
libros para
leer y, por puro aburrimiento, aceptó los únicos
que se encontraban en la casa: un libro de la
Vida de los Santos y una Vita Christi. Entre lectura y
lectura, el
romántico caballero soñaba, unas veces, en imitar
los hechos de San Francisco o Santo Domingo y, otras, en lances
caballerescos en servicio de
una Señora de no vulgar nobleza". Transcurrido un tiempo,
cayó en la cuenta de que "había todavía esta
diferencia: que cuando pensaba en aquello del mundo, se deleitaba
mucho; mas cuando después de cansado lo dejaba,
hallándose seco y descontento; y cuando en. hacer todos
los demás rigores que veía haber hecho los santos,
no solamente se consolaba cuando estaba en los tales
pensamientos, más aun después de dejado, quedaba
contento y alegre… Se le abrieron un poco los ojos y
empezó a maravillarse de esta diversidad, y a hacer
reflexión sobre ella… poco a poco viniendo a conocer la
diversidad de los espíritus que se agitaban". Ignacio iba
descubriendo la acción de Dios en su vida, y su deseo de
honra se iba transformando en un deseo de entregarse
completamente a Dios, aunque estaba muy poco seguro de lo que
esto podría significar! "Mas todo lo que deseaba hacer,
luego como sanase, era la idea de Jerusalén… con tantas
disciplinas y tantas abstinencias, cuantas un ánimo
generoso, encendido de Dios, suele desear hacer".
Ignacio comenzó su viaje a Jerusalén tan
pronto como terminó su convalecencia. La primera parada
fue el famoso Monasterio de Montserrate. El 24 de marzo de 1522,
ofreció la espada y el puñal "delante el altar de
Nuestra Señora de Monserrate, a donde, tenía
determinado dejar sus vestidos y vestirse las armas de Cristo".
Pasó toda la noche en vela, con su bordón en la
mano. Desde Montserrate bajó a una ciudad llamada Manresa,
donde pensaba permanecer unos días. Estuvo allí
casi un año.
Manresa
Ignacio vivió como un peregrino mendigando para
satisfacer sus necesidades fundamentales, y gastando casi todo su
tiempo en la
oración. Al principio, los días pasaban llenos de
gran consolación y alegría; pero pronto la
oración se convirtió en un tormento y solamente
experimentaba fuertes tentaciones, escrúpulos, y tan gran
desolación que le venían pensamientos, "con gran
ímpetu, para echarse por un agujero grande que aquella su
cámara tenía". Finalmente, volvió la paz.
Ignacio reflexionaba en la oración sobre "el buen y mal
espíritu"" que estaban detrás de experiencias como
ésta, y comenzó a reconocer que su libertad para
responder a Dios era influenciada por estos sentimientos de
"consolación" y "desolación". "En este tiempo le trataba
Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un
niño, enseñándole".
El peregrino era cada vez más sensible a los
movimientos interiores de su corazón y
a las influencias exteriores del mundo que le rodeaba.
Reconocía a Dios revelándole su amor e
invitándole a una respuesta, pero también
sabía que su libertad para
responder a ese amor
podía ser ayudada o dificultada, según fuera la
forma como viviera esas influencias. Aprendió a responder
en libertad al
amor de Dios
luchando para remover los obstáculos de esa misma libertad. Pero
"el amor se
debe poner más en las. obras". La plenitud de libertad
llevaba inevitablemente a una total fidelidad; la respuesta libre
de Ignacio al amor de Dios
tomaba la forma de un servicio por
amor, una
total dedicación al servicio de
Cristo que, para el hidalgo Ignacio, era su "Rey". Puesto que era
una respuesta de amor, al amor de Dios, nunca podría basta
; la lógica
del amor pedía una respuesta siempre mayor
("magis").
Su conversión al servicio de
Dios, por amor, se confirmó en una experiencia que tuvo
lugar un día mientras descansaba a orillas del río
Cardoner. "Y estando allí sentado, se le empezaron a abrir
los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión,
sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas
espirituales como de cosas de la fe y de letras; y esto con una
ilustración tan grande, que le
parecían todas las cosas nuevas…
recibió una gran claridad en el entendimiento; de
manera que en todo el discurso de su
vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas
cuantas ayudas haya tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha
sabido, aunque las ayunte todas en uno, no le parece haber
alcanzado tanto como de aquella vez sola"'.
Ignacio anotaba sus experiencias en un pequeño
libro ; era
ésta una práctica que había comenzado ya en
su convalecencia en Loyola. Al principio, estas notas eran
solamente para su uso personal, pero
poco a poco vio la posibilidad de que pudieran tener una
aplicación más amplia. "Algunas cosas que observaba
en su alma y las encontraba útiles, le parecía que
podrían ser útiles también a otros, y
así las ponía por escrito". Había
descubierto a Dios y consiguientemente el sentido de la vida; y
aprovechaba cualquier oportunidad para llevar a otros a
experimentar el mismo descubrimiento. Conforme pasaba el tiempo, sus notas
fueron tomando forma más estructurada y llegar a ser la
base de un pequeño libro llamado
Ejercicios Espirituales, publicado para ayudar a otros a conducir
a hombres y mujeres a través de una experiencia de
libertad interior que lleva a un fiel servicio a los
demás.
De París a Roma
Este pequeño grupo de siete
compañeros se fue junto, en 1534, a una pequeña
capilla de un monasterio de Montmartre, en las afueras de
París, y el único sacerdote entre ellos -Pedro
Pablo- celebró una misa en la que todos ellos
consagraron sus vidas a Dios mediante los votos de pobreza y
castidad. Durante aquellos días "habían decidido
todos lo que tenían que hacer, esto es: ir a Venecia y
Jerusalén, y gastar su vida en provecho de las almas". En
Venecia los otros seis compañeros, Ignacio entre ellos,
fueron ordenados sacerdotes. Pero su decisión de ir a
Jerusalén no llegó a realizarse.
Las continuas guerras entre
cristianos y musulmanes hicieron imposible el viaje a
Jerusalén. Mientras esperaban que se suavizase la
situación y las peregrinaciones pudieran reanudarse, los
compañeros dedicaron su tiempo a
predicar, dar Ejercicios y trabajar con los pobres en los
hospitales. Finalmente, cuando había pasado un año
y el viaje a Jerusalén seguía siendo imposible,
decidieron "volver a Roma y
presentarse al Vicario de Cristo, para que los emplease en lo que
juzgase ser de mayor gloria Dios y utilidad de las
almas"".
Su resolución de ponerse al servicio del Santo
Padre significaba que podían ser enviados a cualquier
parte del mundo donde el Papa los necesitase; los "amigos
en el Señor" podrían ser dispersados. Sólo
entonces decidieron crear un vínculo permanente entre
ellos que los mantuviera unidos aunque estuvieran
físicamente separados. Añadirían el voto de
obediencia y quedarían así constituidos en una
Orden Religiosa.
Hacia el fin de su viaje a Roma en una
pequeña capilla, a la vera del camino, en el pueblo de La
Storta, Ignacio "fue muy especialmente visitado del
Señor… estando un día, algunas millas antes de
llegar a Roma, en una
Iglesia, y
haciendo oración, sintió tal mutación en su
alma y vio tan claramente que Dios Padre le ponía con
Cristo su Hijo, que no tendría ánimo para dudar de
esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo". Los
compañeros se convirtieron en Compañeros de
Jesús, para asociarse íntimamente al
trabajo redentor de Cristo resucitado, en y por la
Iglesia, que
actúa en el
mundo. El servicio de Dios en Cristo Jesús se
hizo servicio en la Iglesia y de
la Iglesia en su
misión
redentora.
En 1539 los Compañeros, diez ya, fueron
benignamente recibidos por el papa Paulo III, y la
Compañía de Jesús fue formalmente aprobada
en 1540; unos pocos meses después Ignacio fue elegido su
primer General.
La Compañía de Jesús asume el
apostolado
de la Educación: 1540-1556.
Aunque todos los primeros compañeros de Ignacio
eran graduados por la Universidad de
París, las instituciones
educativas no entraban dentro de los propósitos originales
de la Compañía de Jesús. Como se
describe en la "Fórmula" presentada a Paulo III para su
aprobación, la Compañía de Jesús fue
fundada "para dedicarse principalmente al provecho de las almas
en la vida y doctrina cristiana y para la propagación de
la fe mediante lecciones públicas y el servicio de la
Palabra de Dios, los Ejercicios Espirituales y obras de caridad,
y concretamente por medio de la instrucción de los
niños y de los ignorantes en el cristianismo,
y para espiritual consolación de los fieles oyendo sus
confesiones""'. Ignacio quería que los jesuitas se
mantuvieran libres para poder
desplazarse de un lugar a otro donde la necesidad fuera mayor; y
estaba convencido de que las instituciones
le fijarían en un lugar e impedirían su movilidad.
Pero los compañeros tenían sólo un
propósitos "servir y amar a su Divina majestad en todas
las cosas, estaban dispuestos a adoptar el medio que pudiera
mejor ayudar a cumplir este amor y servicio de Dios, en el
servicio a los demás.
Pronto aparecieron claros los resultados que
podrían obtenerse de la educación de la
juventud, y no
pasó mucho tiempo sin que los jesuitas se dedicasen a este
trabajo. Francisco Javier, escribiendo desde Goa, India, en
1542, se mostraba entusiasta de los resultados que los jesuitas
que enseñaban en el Colegio de San Pablo, estaban
obteniendo; Ignacio respondió animándoles en su
labor. Un Colegio había sido fundado en Gandía,
España,
para la educación de los que
se disponían a entrar en la Compañía de
Jesús; en 1546 comenzaron a admitirse otros jóvenes
de la ciudad, ante la insistente petición de sus padres.
El primer "Colegio de la Compañía", en el
sentido de una institución primariamente destinada a
seglares, fue fundado en Messina, Italia, solamente
dos años después. Y cuando se vio claro que la
educación
era, no solamente un medio apto para el desarrollo
humano y espiritual, sino también un instrumento
eficaz para la defensa de la fe, el número de
colegios
de la Compañía, comenzó a crecer
muy rápidamente: antes de su muerte en
1556, Ignacio había aprobado personalmente la
fundación de 40 colegios. Durante siglos, las
congregaciones religiosas habían contribuido al
desarrolló de la educación en
filosofía y teología. Para los miembros de esta
nueva Orden el extender su trabajo educativo a las humanidades e
incluso llevar colegios, era algo nuevo en la vida de la Iglesia, que
necesitaba una aprobación formal, mediante un decreto del
Papa.
Ignacio, entre tanto, se quedó en Roma y
dedicó los últimos años de su vida a
escribir las Constituciones de la nueva Orden
Religiosa.
Inspiradas por el mismo espíritu de los
Ejercicios Espirituales, las
Constituciones manifiestan la capacidad ignaciana
para compaginar los fines más idealistas con los medios
más concretos y realistas para alcanzarlos. La obra,
dividida en diez partes, es un manual de
formación para la vida de la
Compañía.
En su primer borrador, la Parte IV consistía en
unas directrices para la educación de los jóvenes
que debían ser formados para ser jesuitas. Como iba
aprobando fundaciones de nuevos Colegios, al tiempo que
escribía las Constituciones, Ignacio revisó
parcialmente la Parte IV para que incluyera los principios
educativos que debían guiar el trabajo que
iba a ser asumido en los Colegios. Esta Parte de las
Constituciones es, por lo tanto, la mejor fuente para conocer el
pensamiento
explícito y directo de Ignacio sobre el apostolado de la
educación, aunque fue en gran parte completada antes de
que él valorase el importante papel que iba
a representar la educación en el trabajo
apostólico de los jesuitas.
El preámbulo de lo Parte IV señala
así la finalidad : "siendo el scopo que derechamente
pretende la Compañía ayudar las ánimas suyas
y de sus próximos a conseguir el último fin para
que fueron criadas, y para esto, ultra del ejemplo de vida,
siendo necesaria doctrina y modo de proponerla…"
Las prioridades en la formación de los jesuitas
fueron también prioridades en la educación de la
Compañía : un énfasis en las humanidades que
debían preceder a la filosofía y a la
teología, un orden de progreso cuidadosamente observado en
el seguimiento de estas sucesivas ramas del saber, las
repeticiones de la materia, y una
participación activa de los propios estudiantes en su
educación. Debía emplearse mucho tiempo en
conseguir un buen estilo literario.
El papel del
Rector es esencial, como centro de autoridad,
inspiración y unidad. NO se trataba de métodos
pedagógicos nuevos ; Ignacio estaba familiarizado con la
falta de método,
con los métodos de
muchos colegios, y especialmente con la cuidadosa metodología de la Universidad de
París. El eligió y adaptó aquellos que le
parecieron más adecuados para los fines de la
educación jesuítica.
Hablando explícitamente acerca de los colegios
para seglares, en el capítulo 7o. de la Parte IV, Ignacio
particulariza sólo unos pocos puntos. Insiste, por
ejemplo, en que los estudiantes (en aquellos tiempos
prácticamente todos cristianos) "sean bien instruidos en
lo que toca a doctrina cristiana". También, de acuerdo con
el principio de la "gratuidad de los ministerios" en que no debe
cobrarse por la enseñanza. Quitando estos y otros
pequeños detalles, le parece suficiente que se aplique el
principio básico enunciado muchas veces en las
Constituciones : "y porque en particulares y personas, no
se descenderá aquí más a lo particular, con
decir que haya Reglas que desciendan a todo lo necesario en cada
Colegio". En una nota posterior añade una sugerencia : "de
la regla del Colegio de Roma se podrá acomodar a los otros
la parte que les conviene".
En su correspondencia, Ignacio prometió un
desarrollo
ulterior de las Reglas, o principios
básicos, que habrían de regir en todos los
colegios. Pero insistía en que no podría elaborar
estas Reglas hasta que pudiera deducirlas a partir de la
experiencia concreta de quienes estaban de hecho empeñados
en la labor educativa. Antes de haber podido cumplir esta
promesa, en la madrugada del 31 de julio de 1556, Ignacio
murió.
Ejercicios Espirituales
Los Ejercicios Espirituales no son un
simple libro de
lectura; son
guía para una experiencia, un compromiso activo que
capacita para un crecimiento en libertad y lleva a un servicio
fiel. La experiencia de Ignacio en Manresa puede ser una
experiencia personalmente vivida.
Toda persona, en los
Ejercicios, tiene la posibilidad de descubrir que,
aun siendo pecador o pecadora, es personalmente amada por Dios e
invitada a responder a su amor. En los Ejercicios, la respuesta
comienza con el reconocimiento del pecado y de sus consecuencias,
el convencimiento de que el amor de
Dios supera el pecado, y un deseo de este Amor perdonador y
redentor. La libertad de la respuesta es posible gracias a la
creciente capacidad, con la ayuda de Dios, de reconocer y
comprometerse en la lucha por superar los factores interiores y
exteriores que impiden una respuesta libre. Esta respuesta se
desarrolla positivamente por un proceso de
búsqueda y acogida de la voluntad de Dios Padre, cuyo amor
nos ha sido revelado en la persona y en la
vida de su Hijo Jesucristo, y de descubrir y elegir los modos
específicos de poner por obra este amoroso servicio de
Dios en el servicio activo a otros hombres y mujeres, en el
corazón
mismo de la realidad.
El Primer Ejercitante
Iñigo fue él primer ejercitante. Los
Ejercicios escritos por el fueron fruto de sus
experiencias personales en Manresa. Los escribió para
ayudar a los otros, comunicándoles las ideas y
sentimientos que a él le habían transformado. A los
que se decidirán a practicarlos y tendrán capacidad
para hacerlos en sus totalidad, les impondrá un mes de
intensa actividad, con cuatro o cinco horas diarias de
meditación, más los exámenes y reflexiones.
Todo regulado mediante normas bien
precisas : "adiciones, anotaciones, reglas", encaminadas a
conseguir el mayor fruto posible. El Santo no nos dice
cuándo hizo él los Ejercicios, pero
tenemos fundamento para pensar que fue en los últimos
meses tranquilos en Manresa. Aunque, si bien lo miramos, Los
Ejercicios comenzaron ya en Loyola.
No sabemos con certeza cuál fue el orden por el
que Iñigo experimentó en sí mismo los
diversos temas de los Ejercicios. A modo de
conjetura, podemos suponer que los practicó, en
líneas generales, tal como los dejó
escritos.
Su alma estaba bien preparada para recibir las luces del
Señor. En Montserrat se había purificado mediante
una confesión general que duró tres días. En
Manresa, la terrible prueba de los escrúpulos había
completado esta obra de purificación. Ahora su alma estaba
en paz. Podía dedicarse con todo sosiego a la
consideración de las cosas divinas.
Lo que él iba buscando desde Loyola era poner
orden en su vida. Ahora comprendió que lo primero que
necesitaba era conocer el fin para el que había sido
criado. En definitiva, se trataba de cumplir los designios de
Dios sobre él. Para cumplir la voluntad de Dios era
necesario, ante todo, conocerla. El obstáculo eran las
"aficiones desordenadas", que entenebrecen los ojos de la mente y
arrastran la voluntad hacia el pecado. Tendrían que luchar
contra estas aficiones desordenadas, para lo cual era necesario
vencerse a sí mismo. A ello le ayudarían los
Ejercicios cuyo título sintetiza todo su
contenido : "Ejercicios espirituales para vencer a sí
mismo y ordenar su vida, sin determinarse por afección
alguna que desordenada sea".
El trabajo que iba a emprender exigía una
voluntad generosa y decidida. Iñigo entró en los
Ejercicios "con grande ánimo y liberalidad con su Criador
y Señor".
Ante todo, se le presentó ante los ojos el
plan de Dios
sobre la creación : "el hombre es
criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro
Señor, y mediante esto salvar su alma". Las cosas de
la tierra han
de ayudarle para conseguir este fin. De donde se sigue que "tanto
ha de usar dellas cuando le ayuden para su fin, y tanto debe
quitarse dellas cuando para ello le impiden". Las verdades del
Principio y Fundamento son tan orientadoras para el ejercitante y
son un prólogo tan luminoso para la actividad que
desarrollará en el curso de los Ejercicios, que resulta
difícil pensar que en un documento tan importante no sea
de Manresa, por lo menos en una redacción rudimentaria. Con la experiencia
y con los estudios llegará Iñigo a darle la forma
perfecta y armónica que ahora tiene.
Frente a los planes de Dios se levanta la
rebelión de la criatura, es decir, el pecado. Iñigo
recorrió mentalmente el proceso de su
vida, evocando los pecados cometidos de año en año,
recorriendo los sitios y las casas donde había vivido, el
trato que había tenido con otros, los oficios que
había ejercido. Un doble sentimiento invadió su
alma : la vergüenza ante la fealdad de sus culpas, dolor por
haber ofendido a Dios. Pero el resultado no fue la
desesperación. "Imaginando a Cristo nuestro Señor
delante y puesto en cruz, hacer un coloquio, cómo de
Criador es venido a hacerse hombre, y de
vida eterna a muerte
temporal, y así a morir por mis pecados. Otros tanto,
mirando a mí mismo. Lo que hecho por Cristo, lo que hago
por Cristo, lo que debo hacer por Cristo". La vida de
Iñigo será una respuesta a esta triple
interrogación.
En otra meditación sobre los pecados, todo se
resuelve en un "coloquio de misericordia" , es decir, en un
recurso confiado y amoroso a la misericordia divina, refugio
único del pecador.
De esta primera parte o "semana" de los Ejercicios
salió ya Iñigo enamorado de Jesucristo, considerado
como libertador y redentor. No sólo no volverá a
ofenderle, sino que procurará seguirle. Cristo se le
presenta como rey, al que deberá obedecer y servir con
más fidelidad de la que ha tenido con los señores
de la tierra.
Jesús le llama para una gran empresa, que es
la de restaurar la humildad perdida. La santidad se le presenta
como la conquista de un reino, que debe conseguirse mediante la
victoria de todos los enemigos de los planes de Dios. Estos
enemigos los conocía muy bien Iñigo, porque otras
veces le habían vencido. Son la sensualidad y el amor carnal
y mundano. Iñigo se resuelve a participar con la mayor
generosidad en esta campaña. No tendrá que hacer
más que seguir los ejemplos de Jesús, que
irá delante de él. Su empeño
consistirá en conocer íntimamente a Jesucristo para
más amarle y seguirle. Meditando los pasos del Evangelio
desde la encarnación hasta la pasión y
resurrección de Jesús, penetró en "las
intenciones", es decir, en espíritu del divino Maestro y
en sus máximas, opuestas diametralmente a las del mundo :
pobreza y
humildad contra codicia y soberbia. Todo lo verá resumido
en el sermón del monte, cuando Iñigo se
abrazará con la pobreza actual
y con las humillaciones para imitar a Cristo pobre y humillado,
alistándose así debajo de su bandera.
Seguirá a Cristo en su pasión y muerte, para
participar también de la gloria de su
resurrección.
Al término de sus Ejercicios, Iñigo
tenía resuelto el problema de su vida. El servicio de Dios
será su ideal ; Jesucristo, su modelo ; el
ancho mundo, su campo de trabajo. Porque desde entonces ya no
será el peregrino solitario que medita y hace penitencia,
sino que se dedicará con todas sus fuerzas a " ayudar a
las almas", es decir, a llevar a los hombres al cumplimiento de
su destino.
Antes de salir de Manresa, podemos suponer que hizo su
última visita a la seo, a la iglesia de los dominicos y a
las ermitas donde había orado con tanta devoción.
Es probable que subiese también a Montserrat para
despedirse de la Virgen morena y de los monjes del monasterio. A
sus amigos maresanos les dejó lo poco que tenía :
su escudilla, el cordón con el que se había
ceñido y su sayal de peregrino. El se llevaba, en cambio, el
recuerdo imperecedero de lo mucho que había recibido en la
ciudad catalana. Había llegado allá como un
penitente recién convertido. Salía transformado en
un hombre
espiritual, lanzado a las grandes empresas de la
gloria de Dios a que estaba destinado, el germen de las cuales se
encerraba en los Ejercicios, hechos y escritos en
Manresa. Con el andar del tiempo, el nombre de Manresa.
Quedará universalmente ligado al recuerdo de San Ignacio.
Centenares de visitantes acudirán a orar en la Santa cueva
y Manresa será el nombre de no pocas casas de
oración.
El Sistema Educativo
de
La Compañía de Jesús
La "Ratio Studiorum"
(Razón de ser de los Estudios)
En los años siguientes a la muerte de
Ignacio, no todos los jesuitas estaban de acuerdo en que el trabajo en
los Colegios era una actividad propia de la
Compañía de Jesús; la disputa duró
hasta bien entrado el siglo XVII. Sin embargo, el compromiso de
los jesuitas en la enseñanza siguió creciendo a
ritmo rápido. De los cuarenta Colegios que Ignacio
había aprobado personalmente, treinta y cinco estaban
funcionando cuando él murió, aun cuando el
número total de miembros de la Compañía de
Jesús no había llegado todavía a los mil. En
el espacio de, cuarenta años, el número de Colegios
alcanzó los 245. El desarrollo
prometido de un documento que resumiera los principios
comunes a todos los colegios jesuíticos era ya una
necesidad práctica.
Los sucesivos Superiores de la Compañía
promovieron un intercambio de ideas basadas en experiencias
concretas, en forma tal que, sin faltar al principio de Ignacio
de atender las "circunstancias de tiempos, lugares y personas",
se pudieran desarrollar un curriculum
básico, y unos principios
pedagógicos generales que provinieran de esta experiencia
y fueran comunes a todos los Colegios de la
Compañía. Hubo, pues, un período de intenso
intercambio entre todos los Colegios.
Los primeros borradores de un documento común se
basaban, como Ignacio había deseado, en las "Reglas del
Colegio Romano". El General P. Rodolfo Aquaviva nombró una
comisión internacional formada por seis jesuitas; se
reunieron en Roma para adaptar y modificar estos borradores
provisionales, partiendo de la experiencia de las diversas partes
del mundo. En 1586 y, de nuevo, en 1591, este grupo
publicó borradores más completos que fueron
ampliamente difundidos para su comentario y corrección.
Sucesivo intercambio, reuniones de la comisión, y trabajo
de redacción
llevaron, finalmente, a la publicación de la
"Ratio Studiorum", el 8 de enero de 1599.
En su redacción final la "Ratio Studiorum" o
"Plan de
Estudios o Razón de ser de los Estudios", de los Colegios
Jesuíticos, es un manual para ayuda
de profesores y directivos en la marcha diaria del Colegio
;contiene una serie de "reglas" o directrices p4rácticas
que se refieren a materias como el gobierno general
del Colegio, la formación y distribución de profesores, los programas, o los
métodos de
enseñanza. Como la Parte IV de las Constituciones, no es
tanto un trabajo original, cuanto una buena colección de
los métodos
educativos más eficaces de aquel tiempo, experimentados y
adaptados a los fines de los Colegios de la
Compañía.
Hay pocas referencias explícitas a los principios
subyacentes que dimanan de la experiencia de Ignacio y sus
compañeros, y que se fijaron en los Ejercicios
Espirituales y en las Constituciones ; tales principios
habían sido expresados en las primeras versiones, pero
fueron sobreentendidos en la edición final de 1599. La
relación entre maestro y estudiante, por tomar solo un
ejemplo, debía reflejar la relación entre el que da
los Ejercicios y el que los recibe ; puesto que los autores de la
Ratio, así como la mayoría de los educadores de los
Colegios eran Jesuitas, esto podría fácilmente
presuponerse. Así y todo, aunque no se mencionase
explícitamente, el espíritu de la Ratio, como el
que inspiró los primeros Colegios Jesuíticos, era
expresión clara de la visión de Ignacio.
El proceso que
llevó a la redacción y publicación de la Ratio
produjo un sistema" de
Colegios, cuya fuerza e
influencia radicaba en el espíritu común,
que se había desarrollado en principios pedagógicos
comunes, basados en la experiencia y corregidos y adaptados por
medio de un constante intercambio. Fue el primer Sistema
Educacional de este tipo, que el mundo había
conocido.
El sistema se
desarrolló y enriqueció durante más de
doscientos años, pero tuvo un brusco y trágico
final. Cuando la Compañía de Jesús fue
suprimida por una Bula Pontificia en 1773, fue
prácticamente destruida una red de 845 instituciones
educativas extendidas por toda Europa, las
Américas, Asia y Africa. Solamente
unos pocos colegios de jesuitas quedaron en territorio
ruso, donde la supresión nunca llegó a tener
efecto.
Cuando Pío VII decidió restaurar la
Compañía de Jesús en 1814, una de las
razones que dio para su determinación fue que "la Iglesia
Católica puede gozar, de nuevo, del beneficio de su
experiencia educativa". El trabajo
educativo, de hecho, comenzó casi inmediatamente, y poco
después, en 1832, se publicó una edición
experimental revisada de la Ratio Studiorum, pero nunca fue
definitivamente aprobada. Las turbulencias de la Europa del siglo
XIX, marcada por revoluciones y frecuentes expulsiones de los
jesuitas de varios países -y, consiguientemente, de sus
Colegios- impidieron una renovación de la filosofía
y pedagogía de la educación
jesuítica. Con bastante frecuencia la
Compañía estaba dividida y sus instituciones
educativas eran utilizadas como apoyo ideológico de una u
otra parte de las naciones en guerra. A
pesar de todo, en medio de situaciones difíciles, los
Colegios de la Compañía comenzaron nuevamente a
florecer, de manera especial en las naciones, que entonces se
desarrollaban, de las Américas, India, y
Asia
Oriental.
El siglo XX, especialmente en los años
posteriores a la segunda guerra
mundial, trajo un espectacular aumento en el tamaño y
número de las instituciones
educativas de la Compañía. Los decretos de las
diversas Congregaciones Generales, particularmente las
aplicaciones del Concilio Vaticano II incorporadas al decreto 28
de la Congregación General 31, esparcieron las semillas de
un espíritu renovado. Hoy día, el apostolado
educativo de la Compañía se extiende a más
de 2.000 instituciones de una increíble variedad de tipos
y niveles. 10.000 jesuitas trabajan en estrecha
colaboración con casi 100.000 seglares para educar a
1.500.000 jóvenes y adultos en 56 países en todo el
mundo.
La educación de la Compañía hoy no
constituye ni puede constituir el "sistema"
unificado del siglo XVII; y, aunque no pocos principios de la
Ratio original conservan actualmente su validez, el curriculum y
la estructura
uniformes, impuestos a todos
los centros educativos del mundo, han sido sustituidos por las
distintas necesidades de las diferentes culturas y confesiones
religiosas y por el perfeccionamiento de los métodos
pedagógicos, que varían de una cultura a
otra.
Esto no significa que el "sistema" educativo de la
Compañía no sea ya una real posibilidad. El
espíritu común y la visión de Ignacio fueron
los que hicieron posible que los Colegios de los jesuitas del
siglo XVI desarrollaran unos principios y unos métodos
comunes; pero fue el espíritu común, unido a una
finalidad también común, lo que creó el
"sistema" escolar jesuítico del siglo XVII, tanto o
más que los principios y métodos más
concretos recogidos en la Ratio. Este mismo espíritu
común, juntamente con las finalidades básicas, los
objetivos y
las líneas de acción que se derivan de él,
pueden ser una realidad en todas las escuelas de la
Compañía hoy, en todos los países del mundo,
aun cuando las aplicaciones más concretas sean muy
diferentes y muchos de los detalles de la vida escolar vengan
determinados por factores culturales diversos y por otras
instancias exteriores.
Los Jesuitas
Los Jesuitas pertenecen a una Orden
Religiosa de la Iglesia Católica que ha ofrecido su
servicio apostólico de servicio a la fe cristiana durante
450 años. Los Jesuitas forman Comunidades de vida en todo
el mundo, frecuentemente alrededor del apostolado educativo.
Tienen también otros trabajos apostólicos ubicados
en Parroquias, Centros de Investigación, Casas de Ejercicios
Espirituales, Casas de Escritores, Centros de Servicio Social,
Medios de
Comunicación, Misiones, etc. y en donde un servicio
más sobresaliente pueda prestarse a los hombres y mujeres
necesitados de hoy. De una manera muy particular y recientemente
los Jesuitas se orientan en su trabajo apostólico en la
búsqueda y promoción de la justicia. En
este sentido, han organizado un trabajo particular con los
Refugiados del mundo y acompañan a aquellas personas que
han sido forzadas a dejar sus tierras y su
país.
San Ignacio de Loyola es el origen del tipo de
espiritualidad cristiana que ilumina la vida y obra de los
Jesuitas y por la cual son bien conocidos en el mundo.
La Compañía de Jesús está
organizada en el mundo a través de
Provincias o regiones que unifican el trabajo
apostólico de los Jesuitas y están bajo la dirección de un Superior llamado
Provincial. A nivel mundial están dirigidos
por un Superior llamado General.
Periódicamente, los Jesuitas se reúnen en Roma, la
sede central de la Orden, en un Cuerpo Legislativo, máximo
organismo de dirección de la Institución, llamado
Congregación General. En ella se estudian y
se disponen políticas
y opciones claras para el futuro apostólico de la
Orden.
Misión de los Colegios Jesuitas de Colombia
La Compañía de Jesús asume la tarea
educativa como una participación en la misión
evangelizadora de la Iglesia. Por esto, sus Centros ofrecen a la
sociedad una
clara inspiración cristiana e ignaciana, y un modelo de
educación personalizada, humanizadora y
liberadora.
Desde esta visión cristiana de la vida, la
Compañía de Jesús opta por la apertura de
los Centros a todas las clases
sociales sin discriminación alguna, aspirando a que los
medios de
financiación pública respondan por los costos educativos
reales de la educación.
Así mismo, plantea sus Colegios como Comunidades
Educativas, promoviendo con los miembros que la componen un
sistema responsable de participación, y compartiendo con
ellos su herencia
espiritual y educativa.
Los Colegios de la Compañía de
Jesús, atentos a la evolución de la Sociedad y a las
situaciones de creciente desnivel socio-económico, desean
una proclamación responsable del Evangelio, de modo que
éste ilumine los aspectos estructurales y culturales de la
sociedad, en
los que están incrustadas las raíces de la
injusticia.
La Compañía de Jesús consciente de
que no es posible el servicio de la fe sin promover la justicia,
entrar a las culturas y abrirse a la
comunicación interreligiosa, desea hacer de sus
Colegios ámbitos de diálogo, en los que se recojan
las inquietudes y planteamientos de la cultura, se
ofrezcan con honestidad y
rigor las respuestas de la fe y se ayude a las personas a madurar
con actitudes
profundas de diálogo.
La red de Colegios de ACODESI
educa aproximadamente en Colombia a 15.000
estudiantes de ambos sexos. El 95% de ellos continúan sus
estudios universitarios. Todos los Colegios son actualmente de
co-educación, es decir, educan hombres y mujeres en una
perspectiva de género que integra y dignifica la persona humana en
su misión,
sus funciones y la
expresión de su sexualidad.
Los Colegios jesuitas son instituciones de
educación privada. El último año los
Colegios Jesuitas aportaron en ayudas económicas a las
familias de los alumnos que lo necesitaban una suma de alrededor
de $ 350 millones de pesos. Los Educadores Jesuitas son alrededor
de 60 y los colaboradores apostólicos seglares alrededor
de 2.000 (la mayoría de tiempo completo al servicio de las
instituciones educativas).
En este contexto ACODESI ofrece servicios que
permiten a los miembros de los Colegios desarrollar la Cultura
Ignaciana y la Misión de
educar con excelencia en la formación de hombres y mujeres
competentes, conscientes, compasivos y comprometidos.
Inspirada por su Misión,
ACODESI pretende para su inmediato futuro los siguientes objetivos
generales :
- Favorecer la integración de sus Colegios e
instituciones para contribuir a la tarea de transformar las
estructuras
económicas, sociales, políticas y culturales, mediante "el
servicio a la fe y la promoción de la justicia",
inspirada en el amor
preferencial a los pobres. - Impulsar la formación de las personas que
constituyen la Comunidad
Educativa en cada institución, para que puedan
contribuir al mejoramiento de la calidad de
vida de las sociedades,
mediante la transformación de la realidad nacional,
hacia un nuevo orden social, basado en la solidaridad y
la justicia. - Propiciar la reflexión sobre la PedagogRa
Ignaciana en el que hacer educativo y su implementación
en cada una y en el conjunto de las entidades asociadas,
procurando que se unifiquen en el Proyecto
Educativo Institucional. - Intercambiar experiencias, conocimientos,
innovaciones y recursos para
lograr una mejor calidad de sus
instituciones coherente con el Proyecto de la
PedagogRa Ignaciana. - Asegurar una participación coordinada entre
los diferentes organismos, asociaciones, fundaciones e
instituciones relacionados con la tarea educativa de Colombia y de
América
Latina y en el ámbito internacional, que puedan
contribuir al logro de estos objetivos. - Participar activamente y vincularse a otras organizaciones
de educación católica y privada cuyos objetivos
sean afines a los propios.
Índice:
Capitulo I:
"De Loyola a Montserra"
Capitulo II:
"Manresa"
Capitulo III:
"De Jerusalén a París"
Capitulo IV:
"De París a Roma"
Capitulo V:
"La compañía de Jesús asume el
Apostolado de la Educación"
Capitulo VI:
"Ejercicios Espirituales"
Capitulo VII:
"El sistema educativo de la
compañía
de Jesús la "Ratio Studiorum"
Capitulo VIII:
"Los Jesuitas "
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