Un vistazo a los vestigios humanos del
amor
"Uno de los problemas
más urgentes con que se enfrenta la sociedad
contemporánea, una vez que se ha hecho consciente de la
‘fabulación’ del mundo operada por el sistema
media-ciencias
sociales, es el de redefinir su propia posición en
relación al mito, sobre
todo para no verse obligada a concluir (como hacen muchos), que
justamente en un reencuentro con el mito pueda
residir la respuesta apropiada a ‘qué significa
pensar’ en la condición de existencia
tardo-moderna".
Gianni Vattimo
Aunque la discusión se mantiene a esferas muy
altas de la intelectualidad mundial sobre si el cambio de una
época a otra está sucediendo, las ideas que se
vierten no dejan de asombrar a los que escuchamos los nuevos
términos que surgen para explicar las actuales condiciones
"postmodernas".
Es que la postmodernidad
abunda discursos
universitarios de Latinoamérica. Se habla de postmodernidad
como crítica a la modernidad; o de
postmodernidad
como actitud frente
a la modernidad. La
primera elaborada en rigor para descubrir y desenmascarar los
horrores de la modernidad en
decadencia (pienso en voz alta como la descripción de
hecatombes sociales); la segunda como revalorización de
formas de vida asumidas para enfrentar los desequilibrios de la
razón instrumental de occidente.
Abrimos puertas virtuales facilitadas por el internet, y descubrimos que
ya "todo está descubierto" como azaroso sofisma ideado
para idiotecer. Redundante suenan las palabras, pero quien se ha
preguntado alguna vez lo que significa intentar pensar fuera de
lo que ya está dado, sabrá que esas ideas carecen
de sentido. Y no puede ser de otra manera porque todavía
no están creados los códigos sociales que te
permitan releerte en esa otra realidad: la de tu
mente.
El discurso del
psicoanálisis no es casual ni irrelevante
cuando se quiere comprender que los deseos humanos van más
allá de las necesidades. Qué es la necesidad cuando
no necesitas nada. Pero siempre necesitas algo, siempre. De
ahí que no comprendamos hasta qué punto el consumo
dejará de ser tal. Y no es que vivamos inducidos
exógenamente a consumir. Si aceptamos esta
afirmación estamos desconocimiento y desvalorizando
nuestras capacidades humanas de pensar y sentir, y de optar y
rechazar. No hay una actitud
pavloriana per se.
Estamos imaginando escenarios que aún no son
transitables; pero que si son construidos desde la imagen
cyberespacial. Aquí está la confusión: hay
existencias que no existen, pero existen aunque no existan en la
realidad. ¿Metafísica? Tal vez más
allá. Se trata de un desborde de la realidad, no un cruce
dimensional del tiempo y el
espacio. Mas bien como un universo
comprimido que se sostiene en otro plano inhabitable: los bits.
Casi como la abstracción en el pensamiento,
una suerte de sistema irreal
hechura de un demiurgo terrenal.
Caminamos en un filo que soslaya los mitos para
transformarlos en realidades. El misticismo se convierte en un
nuevo mito. La
realidad no es realidad, concilia absurdos con lógicas,
desplaza imposibles a favor de posibles. Desmaterializa
pensamientos para construir ideas: degrada el poder real
para hacer un nuevo poder, que
controla mejor, que somete mejor, que reprime mejor.
Encadena la imaginación en pantallas virtuales
que disgregan la mente. Funde, sin reparos, los sentidos,
sentimientos y sueños en imágenes
virtuales que consumen el tiempo. Ya no
existe el ocio como virtud humana para rencontrarse con su
espacio vital: existe el ocio como ociosidad sesgada de vagancia
y pereza. La mente fue consumida, y con ella los sentidos:
ahora la máquina piensa y nos da pensando. Ojalá
nos encuentre las respuestas a la
pobreza.
Los medios
santifican verdades dudosas que proviene de voces "oficiales":
hacen a grupos
minoritarios -las castas, los oligarcas, los millonarios- la voz
de la opinión pública. Nos robaron la voz, para
colmo. Crean verdades en donde no hay, dicen lo que pasa cuando
no ocurre, desmienten a los que dicen la verdad, mantienen el
stablishment para su propio bien.
Y nos seducen, nos violan con imágenes y
mentiras, nos violentan la calma, nos indignan las conciencias.
Nos callan a la fuerza. Y
dicen que educan.
Mutilaron a golpes de imágenes
el placer de la seducción, obligándonos a creer que
el amor
consistía en meter y sacar, en preñar y parir. Que
el amor era
una traición: el dinero.
Aprendieron a simular y nos aprehendieron en la simulación, en la falsedad, en lo
efímero, banal, cruel, grotesco, aberrante… casi me
deshumanizan.
En todo este marasmo perdí la pista de la
seducción como acción del deseo supremo del
amor.
Creí que era cinematográfico en la postura del
galán. Infantilmente comprobé que inocente
olvidé hacer el
amor.
Reconstruyo algunos mitos para
reconstruirme humano. Devuelvo la máquina y la desacralizo
para que no me enferme más de lo estoy: moribundo en
el amor,
desalmado y desarmado en el deseo. Postmodernizo la
seducción con el fin de sentirme vivo en el amor,
porque vivo estoy de tanto que muero en el
trabajo.
Y para colmo me dolarizan la pobreza. Viva
el Ecuador… un
poco más, por favor.
Santiago Cruz
Licenciado en Comunicación Social
Quito