De las razones del guerrero
ilustrado
(Ensayo sobre
conflicto y
negociación entre identidades e instituciones)
Por: José Guillermo Anjel
R.
La verdad es una construcción humana que no termina. Somos
la suma y resultante de lo pasado. Lo que hoy es una verdad (una
verdad normativa, que nos permite entender y pactar nuestro
tiempo y
nuestro espacio), mañana sólo será parte de
una nueva verdad (de la que toque a ese espacio y a ese tiempo). El hombre se
define en la construcción permanente, de aquí que
toda verdad absoluta sea un freno al conocimiento y
a la tolerancia.
Definición previa:
Se entiende por conflicto la ruptura que se
da entre la identidad del
hombre y su
entorno real, legal e imaginario. También el
enfrentamiento entre las condiciones legales y las condiciones de
justicia. Y
por negociación, los pactos temporales entre las
identidades y las instituciones.
Acorde con las premisas anteriores, escribo este ensayo.
Introito:
Vivimos en un mundo conflictivo donde las
intolerancias y los fundamentalismos son cada vez más
crudos y agresivos (y las más de las veces legitimados por
los medios de
comunicación que encuentran en estos conflictos una
razón y expansión de su negocio). Y esta
confrontación (alimentada por un exceso de información que acaba generando caos),
entre fuerzas ortodoxas en sus principios e
imaginarios, tienen un punto de encuentro en la guerra armada
o legal y en la negociación. Negociación que si bien es cierto no
alcanza a dirimir y cancelar la totalidad del conflicto
(pues al momento de negociar son otros los actores y las variables
marginales que aparecen obedeciendo a nuevos intereses o a
posturas que no estuvieron presentes en la mesa de negociación), al menos lo atenúan
permitiendo una reorganización de las fuerzas y un
debate
posterior más civilizado, es decir, acorde con una
normatividad que permita una mejor visualización y
entendimiento del nuevo conflicto.
Porque los conflictos no
son mera reacción frente a una actualidad sino
raíces incompletas (bases resquebrajadas) de la identidad.
Con base en lo anterior, se hace necesario
entonces conocer, a más de la historia y sus razones
antropológicas, las posturas ideológicas de algunos
filósofos y actores de la guerra y del
estado,
clásicos y actuales, para tener una visión
más clara e intelectual del conflicto y la
negociación. Y, de acuerdo con estas
posturas, crear (con base en la suma teorética) una
posición más tolerante, creativa y negociadora en
torno a los
conflictos que
nos rodean, que evolucionan, que son el motor de la
historia y de la
identificación con ella. De aquí saldrán las
razones del guerrero ilustrado, entendiendo como tal aquel que ha
detenido el conflicto mediante una negociación, pero que
se mantiene alerta al cumplimiento que comprometieron los otros y
a su propio compromiso. El guerrero ilustrado es reflexivo y, en
esta reflexión, a veces descubre que hubo algo que no fue
tocado en la negociación, un territorio que se encuentra
desprotegido y necesita de su espada. Y de ahí nacen de
nuevo el hervor de su sangre guerrera y
los colores de su
bandera.
La búsqueda de la
identidad.
A. Todas las culturas fundamentan sus
crónicas iniciales en una Edad de Oro: la de la
armonía entre los hombres y su entorno. Algo así
como una enorme placenta donde flotaba la vida nutriéndose
de un exterior alimenticio que permitía el desarrollo
ordenado de los elementos que habitaban ese mundo placentario.
Hablan estas crónicas, escritas entre lo mítico y
el logos (o sea, confundiendo la razón con el imaginario),
de espacios libres de conflicto: el Paraíso, el Nirvana,
los países de jauja y los de Utopía etc, donde los
seres humanos hacían parte de una ley universal
única regida por la tolerancia
(habida en la identidad con
el orden natural) y el reconocimiento del espacio particular.
Algo así como la ley de la
gravitación universal descubierta por Newton y que
tanto influyó en el desarrollo de
la filosofía de la Ilustración. De acuerdo con estos
imaginarios, la vida era un todo ordenado regido por el
no-tiempo. Todo
sucedía, todo fluía, la muerte era
parte de la vida y se moría sin memoria.
Pero nada de lo anterior hace parte de lo probable
y, en términos antropológicos, podemos definir que
el inicio de las culturas es un sueño mil veces repetido e
imaginado para encontrar un sitio en el tiempo y el
espacio que legitime la identidad
inicial del colectivo. Identidad
primitiva que justifica una motivación
permanente de búsqueda de aquello que se perdió en
el momento en que la ley única,
la gran placenta, se rompió y acabó generando el
caos.
Los colectivos humanos occidentales fundamentan
sus principios de
identidad en libros
sagrados y en crónicas que les permiten racionalizar los
mitos
iniciales, los inicios probables y los imaginarios necesarios
para que la identidad se de como tal: ser escogidos por la
divinidad, no en términos míticos sino en calidad de logos
(razón). Estos libros y
crónicas plantean tiempos y espacios probables en la
historia, lo que
lleva a concebir una legitimación de los orígenes y
los principios a
través de los cuales se rigen estos indicios primarios. De
acuerdo con la Biblia, es Dios quien escoge a un pueblo (el
judío) y le da una legislación que lo legitima
delante de los demás grupos como
único y exclusivo. Leyes e
instrucciones para cumplirlas (la Toráh y la
Mishná) que diferencian y crean una identidad determinante
porque contienen en sí la percepción
de un yo (ser israelita) y la de un entorno nacional manejable
(Israel) entre lo
permitido y lo prohibido: alimentos, usos
de la tecnología y la tierra,
extensión territorial, ciudades y civilización. A
la vez que estructura una
sociedad civil
con principios
comunes pactados entre la comunidad y la
idea de Dios (los mandamientos): rituales, idioma,
prójimo, relaciones con los demás, lo que es
pecaminoso, lo que se debe exaltar. De igual manera, siguiendo el
modelo de la
obtención de una identidad que permita la construcción de una sociedad (en este
caso católica, universal), el Cristianismo
asume la redención y con base en ella crea un nuevo
pueblo, una nueva sociedad
teocrática-civil que, dadas las nuevas promesas y la
presencia de Jesús Cristo y sus palabras (los Evangelios),
se considera onfalós y de extensión mundial, es
decir, centro único en lo que todo confluye y a la vez
creciente de manera constante entre los demás pueblos.
Este nuevo pueblo de Dios, se construye sobre las
profecías del antiguo pueblo y los nuevos pactos morales
con otros pueblos (ver cartas de san
Pablo y actos de los apóstoles). El cristianismo
se plantea como una sociedad
multinacional, sin límites, reafirmando la existencia de
un Dios único y total que permite una identidad, no con un
territorio dado, sino con la totalidad del mundo. Sin embargo, la
raíz sigue siendo nacional ya que el pueblo de Israel, que es la
base, sigue existiendo en calidad de dador,
testigo y factor de conflicto en la idea que se tiene de Dios.
Finalmente, Mahoma, tomando las nociones de judaísmo y
cristianismo,
crea la identidad islámica y le da una razón de ser
a los árabes dispersos, que eran tribales y
nómades, más obedientes al mito que al
logos. Esta vez es una sociedad que se
somete de manera incondicional a Dios y, racionalizando la
mitología que se congregaba en la Meca (donde
existían 640 nichos con sus respectivos dioses), crea su
historia basada
en la historia de
judíos y cristianos, reconociendo algunos puntos y
enfrentándose a otros de manera radical. El factor de
conflicto, con la ordenación propuesta por Mahoma, se
acrecienta. Lo islámico se fundamenta en una identidad
profética jerárquica, es decir, en Mahoma como
último y verdadero profeta de Dios.
Es sabido que los modelos
semitas partieron de estructuras
identitarias babilónicas, sumerias y egipcias. Y que el
cristianismo
adoptó, para la configuración de su sociedad principios
helénicos y latinos y aun celtas (como aparece en la
construcción del demonio medioeval), a fin
de dotar a la identidad de una mayor amplitud. Estas identidades,
al igual que la verdad, se construyeron una encima de otra,
acordes con la racionalización que se fue haciendo del
mito y de
acuerdo con los sistemas de
creencias de las culturas donde se dieron. El pacto inicial,
entonces, se realizó sobre imaginarios y racionalismos en
torno a los
orígenes y a la identidad que estos generaban. Identidad
que permitía ser diferente de los otros pueblos pero
similares dentro de un mismo colectivo que buscaba el mayor bien
para sobrevivir dentro de un entorno debidamente controlado para
que, trabajado de acuerdo con el pacto social, asegurara la
consecución del ideal.
B. Las identidades, entonces, asumieron deberes y
derechos de
acuerdo con una visualización del mundo. Que esto, en
primera instancia, es la identidad: saber quién soy y
dónde estoy, qué papel juego en el
entorno y con relación a los orígenes, cómo
alterno con los demás y con lo mío. Y a qué
logros puedo acceder si cumplo con las normas pactadas.
La identidad perfila y prefigura, determina la acción ante
los hechos justificándola o castigándola.
También, la identidad me ubica dentro del grupo y
delante de las instituciones
mediante la jerarquización y el debido cumplimiento de las
leyes morales
o sea las que rigen sobre costumbres que el colectivo considera
como buenas y que, para mantenerse como tales, requieren de unas
normas que les
creen una limitación. La sociedad se crea, entonces,
dentro de unos límites que buscan el mayor bien y, con
base en la consecución del supremo bien, permiten el
ejercicio de la perfección o al menos de la
búsqueda de sus caminos. Baruj Spinoza sostenía en
el Tratado de la Reforma del Entendimiento que la
condición humana siempre está por encima de lo real
humano, o sea, somos pero sabemos que podemos ser mejores. Y esta
seguridad de
llegar a la perfección la genera la identidad con el
pasado, el ejercicio del presente y los ideales de
futuro.
Para dejar su condicionante de horda, el hombre se
detiene (se vuelve sedentario cuando deja su condición de
recolector y asume la de pastor y agricultor) y comienza a
reflexionar sobre lo que lo rodea. Y cuando el hombre
"quieto" hace un balance de lo realizado y establece un primer
método
para que los factores que le permiten la supervivencia se repitan
(los ciclos de las cosechas, las épocas de caza y pesca), asume
el inicio de su identidad. Ya no es sólo el hombre que
lucha y demuestra con la fuerza su
poder sobre
otros seres, tampoco el que enfrenta el temor a lo desconocido
lanzándose simplemente a él y asumiendo el azar. Y
su primera identidad es con los valores
que hacen posible la tribu: relaciones de parentesco, relaciones
cosmogónicas, relaciones históricas y de actitud
religiosa, actitudes
frente a la jerarquía (jerarquía que nace de
acuerdo con las obligaciones
pactadas con el colectivo y para beneficio de éste),
valores
paradigmáticos que permitan seguir principios sociales
etc. Ahora, estas relaciones con la tribu están cimentadas
en que es con una sola tribu, la suya, que es "única" y
centro del universo porque
desde allí se conoce y domina el entorno próximo,
único mundo posible. La posibilidad nace de que se lo
puede reconocer en el uso, leer en la reflexión e imaginar
en el ideal. La identidad genera un territorio limitado que
tendrá que defenderse contra los factores exógenos
que lo agredan, sean físicos o ideológicos. Es que
esta defensa procura seguridad, orden,
posibilidad de llegar al ideal del grupo y al del
individuo dentro del colectivo. Por esto se actúa contra
el extranjero, porque tiene una identidad extraña a la
pactada en la tribu, porque su valoración es incorrecta
frente a loa pactado en el colectivo.
La identidad es, redefiniéndola, el pacto
que el hombre hace
con sus creencias, con el entorno y con el colectivo donde se
encuentra con sus idénticos. Es decir, con lo que le es
común, por esto hablamos de comunidad. Es un
ejercicio de seguridad al
pensar, actuar e imaginar para ser debidamente aceptado. Y
también de trascender dentro de la escala de
reconocimiento que se haya elaborado entre sus idénticos.
Una escala limitada
para que no se desordene y que, volviendo a Spinoza,
estaría cifrada en la riqueza (logros materiales,
economía),
los honores (logros políticos) y el placer (permisiones
como pago a acciones bien
ejecutadas), y en lo que hay de permitido y prohibido en estos
tres conceptos. La identidad se da en la comunión con los
principios morales (de costumbres) y en la defensa contra todo
aquello que atente contra esa moralidad.
Pero como todos los entornos donde se dieron las
tribus son diferentes (lo que generó valoraciones
distintas en torno a la
condición y los condicionantes, es decir, una actitud
política),
la identidad es una particularidad que actúa más en
actitud
defensiva que de crecimiento. Esto debido al manejo de paradigmas, de
unos pocos datos muy claros
repetidos que me permitan una posición sin dudas frente a
mi y el medio, los orígenes y los sueños, las
instituciones
y las jerarquías. La identidad se defiende de aquello que
le podría estorbar para alcanzar el mayor bien (la
riqueza, los honores, el
conocimiento permitido). Y en esta lucha contra lo diferente,
la identidad A asume la intolerancia. Intolerancia que es
una ignorancia del otro, de B, y un deseo de sometimiento total
del otro, de B, a fin de que se identifique a fondo con el
paradigma A y
así, dejando de ser extraño el otro, B, sea otro
idéntico que no obstaculice el camino hacia los
imaginarios y determinantes de honor pactados. Con base en lo
anterior, podríamos establecer que la identidad,
más que un ejercicio de lo mío con lo que es
idéntico a mi, es la aseguración de que lo
prometido (el derecho habido con el deber cumplido) será
realidad en lo mío siempre y cuando me ajuste con el
sistema pactado.
No es de extrañar entonces que la identidad, a más
de asumir una moralidad, deba asumir una ética, un
comportamiento
en lo íntimo y lo social, en las acciones y la
revisión (auditoría) de esas acciones.
Vista así, la identidad (ejercicio de la ética)
vendría a ser un juicio permanente que se hacen entre
sí los componentes de un colectivo. Juicio donde se valora
demasiado la defensa de lo logrado por el grupo con base
en lo aprendido-permitido.
La identidad, esto que buscamos en la
generación de nación común y tiempo pasado
idéntico, donde los paradigmas se
demuestran como funcionales, es factor de conflicto. Y de
negociación. Es factor de conflicto, porque la realidad es
una apreciación pactada entre un colectivo que comparte
puntos de vista y valores
comunes para legitimar creencias y posibilidades de desarrollo. Es
mi realidad, nuestra realidad, la que defendemos como cierta y no
estamos dispuestos a cambiar (no estar dispuestos a cambiar
genera la intolerancia). Esta realidad tribal, de todas maneras
subjetiva, es la única y se opone a otras realidades
tribales, que son inciertas y falsas frente a mi realidad (suma
de imaginarios). Dos realidades enfrentadas generan conflicto. Y
a la vez producen un factor de negociación, en tanto que
cuando dos realidades encuentran puntos comunes, las diferencias
se hacen menores y el punto sobre el cual pactar está
mejor definido (en lo real-común). En este punto, aclaro
que la realidad es un imaginario construido de manera
aristotélica: a través de los sentidos (una
idea nominal, un concepto, una
definición que nos genere seguridad sobre
lo percibido). Esta realidad subjetiva (lo que sería el
mundo borgiano) nos permite conducirnos de manera debida por un
entorno conocido ejercitando la identidad. Identidad habida en
orígenes comunes, en idea nacional, o en el deseo de
asimilar una identidad que plantea una mejor solución para
el debido manejo del contexto en el que se es extranjero
(integracionistas, conversos, pueblos que buscan asimilarse a
otros, renegando de sus principios y valores, como
sucede con los hijos de andaluces y castellanos (charnegos en
Cataluña) que tratan de volverse catalanes, los latinos
que se sienten norteamericanos a pesar de que sus actitudes los
delatan, los españoles y portugueses que asimilan la
europeidad de nombre etc). Con relación a estos
últimos, hablaríamos de bi-identidad en conflicto
permanente entre el pasado y el presente. Serán los que
tendrán miedo y asumirán la creencia nueva con
mayor fe buscando legitimarse dentro de un entorno que los
diferencia. Esta bi-identidades, las del renegado, son las que
generan fanatismos y fundamentalismos. También ensimismes
y mundos imaginarios.
La lucha por el espacio
vital.
1. La historia inicial de los grupos humanos
está cifrada en los desplazamientos en busca de agua y algo
que comer, fueran frutos o animales. Esto
es, en la busca del mayor bien reflexionado obedeciendo al
instinto. Y también en la búsqueda de otros
grupos de
hombres que ya habrían logrado alguna forma de almacenamiento o
se habían hecho poseedores de un territorio fértil
donde abundaban los vegetales, los rebaños salvajes y la
pesca. O sea,
que ya tenían para sí el mayor bien buscado. En
estos desplazamientos, generadores de identidad, los hombres
asumen una idea nacional y religiosa.
Los hombres del desierto y de la estepa, de la
tundra y de las tierras agrias (también los de los mares
helados), carentes de todo y luchadores permanentes contra el
medio, violentos porque así lo exige su supervivencia, van
a entender que la suerte de su grupo se cifra
en la invasión, la guerra y el
pillaje. Ellos no almacenan porque no tienen que almacenar, no
construyen porque sus territorios (cambiantes y azarosos,
plagados de bestias que también son carroñeras o de
vientos que todo lo hielan) no permiten construcción alguna (salvo los caravansaris
y los medio-fuertes de maderas boscosas, que son construcciones
para protegerse temporalmente contra las fuerzas de la naturaleza).
Estos hombres de las tierras desiertas van con sus animales buscando
agua y pastos.
Y objetos que sean escasos y sirvan como base para alguna
negociación entre ellos. Quizás este haya sido el
origen de la valoración del oro y las piedras preciosas,
bienes no
comunes y por lo tanto, en términos económicos,
susceptibles de gran valor. Estos
hombres hórdicos, liderados por el más violento y
demencial, entienden el espacio vital en lo que la naturaleza provee
y otros almacenan. Su identidad está en la guerra, en
dioses terribles que admiran a los guerreros, en mujeres
imaginarias que proveen de vida permanente al grupo para que
éste no desaparezca. Son lectores de estrellas porque los
caminos del desierto se borran con el viento, el de las estepas
con las inundaciones, el del mar con apenas avanzar unos metros.
Y esta lectura del
cielo les permite ver una tierra plana
inagotable para sus caballos o barcos. Hay que ir más
allá (en América
nace el Perú de birú, birú, más
allá, más allá) donde algo encontraremos. Y
en este ir descubriendo y conquistando, dejan atrás la
relación con sus muertos y con su historia reflexionada.
Son hombres míticos, de leyenda, impermeables a
conocimientos que no sean los básicos. Traen consigo un
micro religión (conceptos elementales), una
legislación implacable (derecho positivo
pactado para que la horda no se desordene) que no permite
especulaciones y un deseo que llega a confundir los espacios de
la ida y de la muerte. Su
espacio vital es hasta donde sus ojos ven. Su lucha, hasta
más allá de lo que sus ojos han mirado. Por esta
razón son intolerantes, es que no van a ceder sobre lo que
presuponen. Y menos cuando su identidad crece en la medida en que
avanzan. Son los héroes que vencen en territorios
míticos para que nunca se racionalice su
acción.
2. A estos nómades devastadores, se oponen
los hombres vegetales, aquellos que lograron la suerte de un
valle propicio con agua y pastos,
con peces y
alimentos de
fácil reproducción, y allí se detuvieron y
construyeron. Su calidad de
sedentarios les permite la creación de un grupo ordenado,
con jerarquías e instituciones
básicas que permitan la supervivencia y el desarrollo del
colectivo. Estos hombres vegetales (que en el Génesis
aparecen representados por Abel, en contraposición a
Caín que es hórdico) actúan ya de manera
política y
su identidad se da en torno a una serie
de presupuestos
estudiados, explicados y pactados. Sus orígenes, nacidos
de la reflexión, son más claros y están
fortalecidos por la genealogía y las tradiciones que se
comunican de generación en generación.
También por la especulación en torno a sí
mismos, lo que les permite acrecentar la idea de identidad
nacional y política. Este
colectivo "vegetal" está fortalecido y sus
razones-nociones de realidad tienen raíces fuertes, lo que
les demanda la
estructuración de una defensa a fondo de lo creado. Viven
la
Organización, generan un pensamiento,
ordenan y valoran el mundo que conocen. Y se defienden de las
hordas que los atacan. Y esta defensa les dice que deben ampliar
las fronteras para crearse unos cinturones de seguridad que
permitan detener a los hombres del desierto antes de que lleguen
a los límites donde ya se visualiza el orden alcanzado por
la civilización (por la ciudad y las instituciones
políticas). De esta manera el hombre
vegetal, establecido en el orden, decide que sus límites
deben ampliarse y que debe llevar su modelo a otras
partes (la colonización) a fin de alejar a las hordas lo
más allá posible. Entonces nace el imperio, el
orden que avanza e impone unos criterios. Parodiando a Cayo Julio
César, de una acción buena (la sociedad ordenada)
ha nacido una acción mala (pero justificada en la defensa
de unos principios de grupo), el imperialismo.
Y así el espacio vital del hombre
vegetal, al igual que el del hombre de la
horda, se convierte en el mundo entero, acrecentando las ideas de
honores, riquezas y placer.
3. El espacio vital sería aquel territorio
necesario para que un colectivo se desarrolle económica y
políticamente y, resueltos los contenidos de una sociedad civil,
alcance el derecho a la pereza que, en palabras de Paul
Lafargué, no sería otra cosa que la
liberación del trabajo (que sería realizado por las
máquinas) y la adquisición de las dulzuras de la
filosofía. Hombres teorizando mientras los campos y los
bienes crecen.
Una utopía, es cierto, pero último y gran
imaginario de los pueblos que se enfrentan justificando su
necesidad de espacio vital. Todo lo hacemos por los hijos, para
que la nueva generación no sufra lo que han sufrido las
anteriores, decimos. Y de esta manera legitimamos el derecho a la
lucha, al avance, al expolio y al dominio sobre el
otro. Todo fundamentado en un espacio vital que se define en lo
político-etico, pero que logrado hay que defender y, para
la defensa, se hace necesario ampliar los límites
alcanzados a cómo de lugar para crear fronteras seguras,
es decir, espacios que no permitan que otros lleguen a deformar
lo creado, lo institucionalizado. Una forma moderna de lo antes
dicho serían las visas, arma legal que los países
desarrollados utilizan para alejar a los nuevos bárbaros:
los inmigrantes. También lo son las expulsiones, los
sitios seguros
(cárceles, manicomios etc), las deudas
externas…
El cuerpo como espacio
vital.
El grupo humano que se desplaza es la horda,
dirigida por un hombre fuerte
capaz de comer parte de sus enemigos para demostrar su ferocidad.
Hoy sabemos que los vikingos bebían en los cráneos
de sus enemigos y que una de las formas más claras de
canibalismo entre grupos africanos
y americanos consistía en comer parte de las
vísceras de un enemigo, en especial el hígado o el
corazón
de un guerrero destacado, para ganar su fuerza y
valentía. Y algo similar se sospecha de los hombres de la
Babilonia inicial y en los Celtas, en cuyas descripciones de vida
se fundamentarían los hombres medioevales para crearse una
idea del demonio, bestia nefanda y depredadora, poseedora de la
pestilencia y la confusión. De hecho, en la misma Divina
Comedia, Dante coloca a Belcebú en calidad de
caníbal: este señor de los demonios tiene por
encargo morder eternamente las carnes de Judas, castigando
así la traición del apóstol pelirrojo
(¿celta?). ¿Reminiscencias de la idea de
canibalismo que acreditarían los bárbaros,
herederos de la antigua religión? Así
mismo, en la Biblia, por ejemplo, se prohiben los sacrificios
humanos (¿habría que comer parte del sacrificado?)
y para reafirmar esta prohibición se habla del sacrificio
de Isaac donde Dios es el único dueño del cuerpo. Y
para acreditar su soberanía sobre la carne humana, exige la
circuncisión como pacto. De igual manera convierte a
Abraham en carne de pueblos y en pastor de rebaños. Desde
ese momento se alimentarán de carne animal. Ya en los
libros de
Moisés, se habla de comer animales
debidamente domesticados y quedan prohibidos todos aquellos que
podrían llevar a formas de degeneración y, por lo
tanto, al ritual caníbal. Los mitos griegos
hablan de Cronos que devoraba a sus propios hijos. Y si bien el
símil del tiempo con la vida es válido,
también lo es que legitima los actos caníbales
sumerios, traídos con las leyendas
llegadas por el hiperbóreo.
Ahora, el temor a ser comido o lleva a que las
hordas vivan asustadas y por esta razón, quizás,
sacrifican vidas a los dioses devoradores. Así se
adelantan al reclamo de las divinidades y al mismo tiempo los
guerreros se nutren de su propia carne, de la más joven,
para asistir fortalecidos a la batalla. Con base en los presupuestos
anteriores, nos encontramos con que parte del espacio vital por
conquistar, además del agua y los
alimentos
comunes, era el cuerpo del otro. De aquí que todas las
historias iniciales de los pueblos hablen de un enemigo que
devora carne humana. Para Aquiles era el cíclope, para
Simbad eran los hombres de las islas, para la cristiandad los
bárbaros (como aconteció con la idea que
León I tuvo de Atila), para los romanos los que estaban
más allá de las fronteras del imperio, para los
israelitas los adoradores de Baal etc. Cuidar el cuerpo contra
los dientes del enemigo o del mismo gobernante se
convirtió en una necesidad apremiante. De aquí que
la fabricación de armas de hierro y
cobre tuviera
la misma importancia que la fabricación de Armaduras. El
cuerpo, pues, entró en conflicto en calidad de objeto
a conquistar. Los griegos, en las olimpíadas, iniciaban
los juegos
levantando en una mano los testículos
de un toro. Rememoración tanática de lo que
acontecía en batalla con los
caídos.
En la actualidad, el cuerpo es usado por quienes
detentan el poder como
carne de cañón para resolver sus conflictos de
poder. Los
presidentes, los dictadores, los políticos, se apoderan de
los cuerpos jóvenes y los alientan a la muerte, los
motivan con discursos y
los envían a mil enfrentamientos. De alguna manera los
devoran. Y cuando ganan la batalla, son los grandes los que se
felicitan. Cuando la pierden, buscan fundirse en la masa vencida
para evadir responsabilidades. Como anota Arturo Pérez
Reverte, nunca hay reconocimiento para fiel
infantería.
Pero no sólo es un espacio vital en el
cuerpo del otro que va a la batalla. También notamos que
se busca un espacio vital en lo que el otro luce, en la forma
como se ve el otro, en los espacios sociales que el cuerpo del
otro ocupa en términos de jerarquización. Con base
en lo anterior asistimos a un deseo particular de espacio vital ,
al deseo de ser más que el otro a través del cuerpo
y de los sitios que ese cuerpo puede habitar. Esto ha generado lo
que llamaría un sentimiento de pobreza (que es
peor que la pobreza)
porque el otro no se reconoce en su identidad sino en los valores
que compara consigo mismo, es decir, se ve en el deseo del cuerpo
del otro y no en las posibilidades de su propio cuerpo. Ahora,
cuando el espacio vital planteado a través de la
comparación no se logra porque la imposibilidad
económica o política no lo
permiten, se retorna al cuerpo desnudo, al que es capaz de retar
a la vida a la vez que ejerce la ferocidad animal,
carnívora. Esto, quizás, podría dar luces
sobre los movimientos satánicos, que están
conformados por grupos que, al
verse impedidos de ejercer el cuerpo como espacio vital
identitario, asumen el cuerpo inicial, el del hombre de la horda
que todo lo definía en torno a la ferocidad.
Carecía de cuerpo, estaba conformado por la ira generada
por una supervivencia cada día más difícil.
Perdido el espacio del cuerpo, la rebelión es de esperar
Pero no una rebelión en términos políticos o
económicos, sino una rebelión contra lo que hace
sufrir, contra lo que carece de espacio.
La tierra y el
agua.
Además del cuerpo, signo del espacio vital
traducido en vida totémica (canibalismo) o en esclavitud
(trabajo duro, sistematizado y obligado para que otros ejercieran
mejor el cuerpo), estaban los ríos y los pastizales:
la tierra y
el agua. Quien
tenía agua,
tenía pastos y al haber verde abundarían los
animales. Se
sabe que las grandes culturas se han hecho a las orillas del agua
dulce. Egipto y el
Nilo, Babilonia y el Eufrates, Roma y el Tiber,
Los germanos y el Rhin etc. Pero no fueron hombres apacibles y
vegetales los que crearon estas culturas sino ejércitos
feroces que defendían a muerte los
territorios conquistados. Y que en los tiempos de sequía
avanzaban hacia otros territorios dispuestos a las mayores
barbaridades. La historia del hombre, antes que definirla por la
lucha de clases (que viene a ser un concepto de la
modernidad y
exclusivamente ciudadano o al menos civilizatorio), la
definiría por el avance de los ejércitos. Los
hombres han avanzado sobre el mundo empujados por el afán
de resolver sus necesidades vitales y por una idea
cosmogónica que les legitima el avance. El avance y el
enclave, que una vez detenido el ejército en un territorio
que le permite reorganizarse, lo conquistado a través e la
guerra
comienza a convertirse en una entidad política: el fuerte,
las alcazabas, los sitios amurallados. A partir de ahí
vendrán los palacios, los edificios que ocuparán
las instituciones, las casas y los espacios públicos etc,
o sea, el ejercicio de lo político mediante el
reconocimiento de derechos y la
discusión en el foro.
En términos éticos, ni la tierra ni
el agua ni el
aire pueden ser
de nadie. Estos tres elementos son básicos para nuestra
vida como seres orgánicos. La vida, tal como la conocemos,
depende del agua. Por esto el ruido
noticioso cuando encuentran agua o rastros de agua en
algún satélite o en cualquier planeta. Requerimos
de estos tres elementos imposibles de fabricar y reproducir para
determinar la realidad del espacio vital común a todos los
colectivos. Y sólo pertenece al hombre lo que construye
allí: las ciudades, los caravansaris, los barcos, los
puentes, los acueductos. Los inicios de la historia escrita nos
hablan de ciudades no de fronteras reales ni imaginarias. Nos
hablan de construcciones definidas y nombradas donde el hombre
crea civilización: Babilonia, Atenas, Jerusalén,
Roma…el resto
de la tierra era
una especie de ejido donde los rebaños y los sembrados se
daban para sustento de la comunidad. Claro
que el ejido hay que defenderlo. Y cuando la defensa es a
muerte, a los
defensores (o a los invasores victoriosos) se les paga con unos
derechos sobre un
trozo de tierra
determinado. Derechos que claudicaban en
un término de tiempo. Cayo Julio Cesar, por ejemplo,
pagaba a sus soldados con lo mejor de la tierra (con
sal, de ahí viene la palabra salario) para que
negociaran con ello. Luego les pagó con la tierra misma y
lo que es escaso en la tierra: oro. Y
en ese momento, en el que los hombres se adueñan de la
tierra y lo que es difícil de producir o encontrar en
ella, el espacio vital buscado (el agua, los
pastos) cobra otro significado. Los ejércitos no van ya
sólo por un espacio para sobrevivir sino por los logros
que se han creado en ese espacio al que van. Se legitima la paga
del soldado (el pillaje) y luego la patente de corso (el pillaje
de los piratas). Ya la lucha en términos de bienes
necesarios (el territorio con ventajas comparativas que permitan
un mejor desarrollo del
colectivo), y de aquellos que políticamente generan
honores: los bienes
fabricados, que aseguran una mayor vitalidad dentro del
territorio conquistado. En un comienzo los bienes tienen
calidad de fetiche (los lucen los vencedores), pero luego se
convierten en elementos para el desarrollo de la colectividad que
encuentra en ellos una mejor manera de sobrevivir, ya en
términos económicos (inicios de
industrializacíon) como políticos (cuando se
adquiere el
conocimiento y la información se utiliza como forma de
poder). Los
señores feudales buscaron el gran talismán, el
grial, que les diera ya un poder absoluto
sobre tierras, siervos y enemigos. Y en buena medida esto
justificó la demencia de las cruzadas, que también
sirvieron para que los señores feudales sacaran a los
indeseables de sus tierras, es decir, a los que no tenían
cómo responder a las cargas impositivas o a su presencia
activa en los ejércitos: los pobres y los enfermos o
deformes. Los sacaron con la promesa de riquezas y honores,
también de placeres indescriptibles habidos en otras
tierras y en otras aguas. No es de extrañar que en la
edad media se
criara la imaginación de occidente, tanta era la pobreza y el
miedo a que la tierra se estaba acabando, achiquitando,
comprimiéndose para dar cabida sólo a los escogidos
por los dioses y las walkirias. Ir por las riquezas del turco,
por los honores al lado del rey, si había suerte. O a la
gloria del cielo, si estaba escrito que debían morir. De
todas maneras, se había planteado una nueva
espacialidad.
La tierra cultivable y el agua (hoy
incluiríamos el aire), establecen
la lucha por el espacio vital. Pero a estos elementos hay que
agregarle los logros de la civilización, que
también se convierten en espacio de supervivencia. Esto
nos aclara aquello de que quien pierde una guerra la paga con
trabajo, ciencia y
pensamiento a
favor del vencedor. Cuando los nazis y los japoneses pierden
la segunda guerra
mundial (1939-45), los vencedores se reparten los
científicos, los inventos y los
estudios e investigaciones
de los vencidos. Con el plan Marshall,
los aliados reactivan los bienes de capital y las
infraestructuras para aprovechar la fuerza
laboral de los
países derrotados. De igual manera, también a
través de préstamos, aprovecharon a los
países que quisieron parecerse a los vencedores. La
sumisión es una forma de derrota. Y se paga. Desde los
tiempos de Roma, los
reyezuelos pagaron unas cargas impositivas importantes para ser
protegidos por las centurias imperiales. Protección que no
era otra cosa que pagar para no ser invadidos. O para no ser
olvidados por los logros de la
civilización.
A lo largo de la historia, la ética ha
nacido no de una reflexión individual sino como resultante
de la creación de una moral, de un
comportamiento
frente y entre los idénticos. Las grandes revoluciones, la
Francesa y la Norteamericana, plantearon unos principios de
comportamiento, unos deberes y unos derechos. Y se pactó
con la nueva moralidad para dar inicio a una sociedad mejor y
más justa. Con base en Hobbes (amigo
enemigo) y Rousseau
(contrato social),
en Locke (lo que es propio al hombre) y en Spinoza (la tolerancia), se
determinó una idea de sociedad civil.
Sociedad fundamentada en un Estado, es
decir, en una forma regida por leyes
susceptibles de todo control a fin de
evitar el caos. El Estado,
como pacto, la legislación como forma de mantener lo
pactado. Y con base en estos principios de igualdad
(aparece el ciudadano total, no el griego que sólo era
aquel que era hombre libre de nacimiento), se establecen unos
principios éticos y filosóficos, es decir, una
manera de pensar y comportarse delante de las distintas variables que
planteara el entorno y el individuo. Principios básicos
establecidos por los vencedores, por aquellos que habían
carecido de un espacio vital completo de acuerdo con el modelo
reflexionado y aceptado como bien mayor, donde se planteaban unos
elementos etico-primarios que mantienen vigente la óptima
vida del hombre en la tierra y haciendo uso del agua, de los
bienes producidos por el
conocimiento y del libre ejercicio de la identidad (la
tolerancia).
Principios óptimos para los vencedores, pero nocivos para
los vencidos que así vieron reducida su espacialidad.
Vencedores que fueron más y estuvieron mejor armados. De
aquí la copla aquella de "Y vinieron los sarracenos y nos
molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son
más que los buenos"…
La discusión ética
sobre los elementos básicos se da en que la tierra,
el agua y el
aire no son de
nadie. Pero me atrevo a pensar que no son de nadie que haya sido
vencido. Son los vencedores quienes se apropian de ellos
dándole un uso de cambio, muy
caro por cierto, para así ejercer su forma de dominio. Aclaro
que en términos éticos, la tierra construida
(sembrada, productiva, transformada en vivienda, pagadora de los
impuestos
debidos etc) es del constructor. Así como la
tubería y el tratamiento que lleva el agua deben ser
cobrados por aquel que presta el servicio. Son
suyos los medios de uso,
no el objeto usado. Sin embargo, la historia nos cuenta que los
vencedores se apoderan de los elementos básicos y los
hacen suyos en calidad de espacio vital. Y, como resultante, se
genera un conflicto donde los organismos que no tienen acceso a
ese espacio harán todo lo posible por volver a
conquistarlo. Es que en ellos les va la vida y la
legitimación de sus principios morales.
Acotación:………………………………………………………………………………………………….
En América
Latina, donde desde Pizarro (que midió sus posesiones
a ojo, llegando a tener tantas y de tal magnitud que le fue
imposible recorrerlas en vida) y Almagro (que llegó
atraído por el Perú ya no encontró nada para
repartir entre sus hombres) se ha dado una lucha cruenta por la
tierra. La historia nos habla de invasores e invadidos, de
desplazados y desplazadores. Muchas batallas por la tierra, por
la identidad, por la idea de una concepción del Estado. Y
mientras se da esta lucha, cada vez terminada, cada vez
reiniciada porque los condenados de la tierra se rebelan y van
por su parte (y algunos lo logran después de pactar
indultos), no existe una ética
clara sobre los elementos y su uso. La politiquería y los
intereses privados han superado la idea política, no
discutiéndola sino destruyéndola. Frente a las
ideas las armas, frente a
la lógica
las pistolas, delante de la razón la sinrazón, la
demencia y la desmesura fundamentado en un ejercicio
mítico: el derecho otorgado por los dioses, por los
señores de la tierra (guerreros), por la ilegitimidad de
los habitantes, lo que justifica la invasión. Dioses,
señores e ilegitimidades a las que se recurre en busca de
poder y no de ética ni de moral. Desde
este punto de vista, no sería válido todavía
analizar, entre nosotros, aquello que todavía no existe:
un uso de la tierra y el agua acorde con los estatutos e
instituciones de una real sociedad civil
pactada. De alguna manera continuamos en guerra desde el siglo 16
hasta hoy. Y donde hay guerra, los principios éticos
desaparecen, al igual que los principios básicos de
Estado.
Si existe una moralidad institucional, es decir
una real concepción del Estado que ve
en el ejercicio democrático cierto (no en la
democratería, que sólo admite elecciones pero no
una participación política efectiva), la
posibilidad de no recurrir a la violencia
legal , el uso ético de los elementos tierra agua
sería un factor de desarrollo. Pero en
Latinoamérica el Estado es
inmoral (llegando a legitimar la corrupción) y las clases intelectuales,
desesperadas frente a esta inmoralidad sostenida por aparatos
represivos, se vuelven amorales y se quedan en discusiones ajenas
a su entorno, evidenciando un coloniaje amplio de pensamiento. Y
una gran dependencia ideológica de la
metrópoli.
…………………………………………………………………………………………………………………
El espacio vital y la idea de
pecado.
El hombre diferencia su espacio de otros en
términos de moral.
Podría aseverar (y esto hace parte de la discusión)
que el espacio vital no es otra cosa que el espacio moral que se
plantea una comunidad
política, no en términos de Estado sino de
apreciación del contexto en el que vive. Y en esa
moralidad, establecida a través del ejercicio del
inconsciente colectivo y la tradición oral, asimilada en
la casa propia, en la de los familiares, en la de los vecinos y
en los primeros años de escolaridad, es donde se visualiza
el espacio necesario para ejercer la dignidad de vivir. Y es bajo
esta óptica
donde entra a definirse lo pecaminoso, entendiendo como pecado
aquella acción que va contra la costumbre determinada. O
que es desconocida dentro de la moral y,
por lo tanto peligrosa y atentadora contra los valores
establecidos por la colectividad.
Como he planteado, las culturas se definen en
calidad de escogidas, centros únicos, ombligos. Y quienes
no hacen parte de esa cultura,
serían los desamparados, aquellos sobre los que no pesa
una protección divina determinada o de un dios con
categoría de primero y único. Esos, los
desamparados, serían los pecadores, los que se hace
necesario ver mal para mantenerlos en línea. A lo largo de
la historia, los pecadores aparecen en la misma colectividad. Son
los que se oponen al sistema, los que
cuestionan, los que son diferentes. Pecan, se los señala,
se les hace un juicio y se les impone una pena. Si la cumplen, el
pecado queda sin efecto. Si persisten en el pecado, se los
expulsa de la comunidad. Estos
casos los ilustra la Biblia desde el principio (caso de
Adán y Eva), la expulsión de los judíos de
España
(de aquellos que no se quisieron convertir), la
Inquisición; la expulsión de la sinagoga de Baruj
Spinoza, Uriel D`Acosta y Juan del Prado; los anatemas de la
Iglesia, las
penas de destierro, el archipiélago de Gulag y "los
manicomios", la cancelación de los derechos civiles y las
listas negras en U.S.A. etc. Como puede apreciarse, han sido
muchos y variados los sistemas para
castigar y señalar a un pecador. Pero ellos (los pecadores
endógenos, a los que les asiste el derecho a la defensa)
no son como los pecadores exógenos, que son peores y
necesario combatir a sangre y fuego
porque han sido clasificados como bárbaros, como infieles,
como paganos. El pecado de los desamparados es atroz, por eso
encarnan las ideas del demonio. Y como son el diablo, la
comunidad legitima la guerra contra ellos. Desde Roma hasta
Goebbeles, el pecado de los desamparados está representado
por la diferencia. Las tropas de los césares luchaban
contra gentes deformes en términos míticos: gentes
de un solo ojo, de enormes colmillos, sin cabeza, con pies
enormes que les servían de sombrilla etc., de esa manera
sus batallas eran heróicas Toda esta imaginería de
la deformidad estuvo presente en la literatura medioeval y
renacentista (el Libro de las
Maravillas, los textos de Pigaffeta, algunos extractos del
libro de Marco
Polo, entre otros) y llegó a su cúlmen con la
propaganda
nazi, donde a los judíos, a los gitanos y a los
homosexuales se los mostraba como seres completamente degenerados
y enfermos. Y claro, estas imágenes
de la pestilencia y el pecado, lograron que el pueblo
alemán justificara el exterminio de estos
colectivos.
A través de la idea de pecado y de la lucha
necesaria contra los pecadores (representados en la diferencia,
como sucede con el latinoamericano feo), el espacio vital de una
comunidad se amplía justificando la invasión: in
contra el malo, sacarlo de sus tierras, borrarlo para que no se
multiplique, todo esto en nombre de unos principios comunitarios
que sólo entiende como bueno lo idéntico y como
malo lo diferente. Y es "obvio" le acaecen más cosas
atroces a "consecuencia" de su actividad pecaminosa. Sobre ellos
recae el castigo de la divinidad y, por extensión, la del
hombre. Basta ver lo que sucede con los enfermos de Sida y aquellos
que carecen de un techo y un reconocimiento social (los
"desechables", como cruelmente e intolerantemente se los
demomina). Desechables que están en el rango de los nuevos
bárbaros: pobres absolutos, drogadictos, inmigrantes,
enfermos mentales…
Los puros contra los impuros, de aquí que
con relación a estos últimos se acuñen
términos como limpieza y se justifiquen estas acciones como
necesarias para que la comunidad que limpia reafirme su
identidad. El caso de ku-klux-klan es bien ilustrativo. La raza
blanca, libre de pecado, contra los hombres negros,
representantes del diablo. Cuando la cruz arde, son los hombres
del clan quienes se purifican.
El espacio vital
nacional.
Hasta nuestros días, cuando ya el concepto de
nación hay que revisarlo porque muchas de sus premisas
iniciales ya no se cumplen, la nación de definía
como el espacio propio de una similitud racial, una religión e historia
comunes, una misma lengua y un
mismo gobierno. Con
base en estos principios se establecía la condición
nacional. Pero ya los nacionales no son los idénticos sino
los que tienen unos mismos derechos frente al estado. Son los
ciudadanos y las instituciones que los representan. Multiplicidad
de razas (en varios casos legitimadas con el mestizaje) conforman
una nación, al igual que variedad de religiones. Sin embargo, las
lenguas distintas dentro de una entidad nacional no están
legitimadas, dado que las lenguas resultan siendo el soporte de
las culturas y el elemento diferenciador (significados propios)
por excelencia (los enfrentamientos entre Itus y Tutsis, grupos
negros, lo confirman: sus lenguas son diferentes. Como son
distintas las lenguas de los castellanos y los vascos, las de los
catalanes y los gallegos, las de los bosnios y los servios –
enfrentados a través de lenguas religiosas- etc). Las
lenguas construyen el
conocimiento y el espacio vital nacional.
En primera instancia la lengua es
clánica (nominadora de objetos, sujetos y valores) y es
a través de ella como se crea el mytos y el logos, o sea
los principios religiosos y las razones del clan, que no son otra
cosa que la visualización y justificación del
espacio vital. La lengua es la
que permite la nominación y el significado primario (la
definición). La filosofía, además de un
ejercicio del pensamiento,
es una muestra
inteligente del lenguaje. Es
la palabra que crece, que define en otras instancias, que
significa, racionaliza y compara. Y al significar, racionalizar y
comparar, define la territorialidad de un colectivo. Y el
nacimiento del conflicto, que nace del enfrentamiento entre
significados y definiciones. La nación es una suma de
valores
construidos mediante un lenguaje. Y en
esos valores está la religión, la
historia, el pensamiento.
Incluso, dentro de una misma lengua madre,
se dan diferentes lenguajes (jergas, dialectos: lunfardo,
espanglish) o anexos a las lenguas o lenguas secundarias (un
islámico bosnio lee su religión en alifato,
un judío español recurre a sus ritos en hebreo, un
latino en los Estados Unidos
habla inglés
en la calle y castellano en la
casa o en su calle y lugares de reunión de
barrio).
La lengua habla
de los elementos que conforman la identidad y la nacionalidad. Y
por extensión el espacio vital necesario para que esa
nación se integre en instituciones políticas
y en conocimiento
común, o sea, en todo lo tocante a su concepción de
verdad. La nación es una verdad común de la que se
habla y se escribe, en la que se aprende y determinan diferencias
con el otro: pertenecer a una raza superior, a una
religión verdadera, a un pueblo elegido. Estas diferencias
son bidireccionales, pues un colectivo las asume como propias y
el otro se las acepta (coloniaje cultural) o se las combate como
reacción de dos verdades encontradas: pasa en el caso de
las subcomunidades (los campesinos frente a los citadinos. La
lengua, también, establece palabras para despreciar y
burlar al otro, para situarlo en condición de inferior
(payos, goim, infieles, paganos, indios, negros, charnegos,
sudacas, brutos etc). Y sobre la condición de inferioridad
del otro, que ya es parte de la percepción
nominada con el lenguaje,
se limita el ingreso a la nacionalidad. Y a la partición
debida de los bienes (en la idea de lo debido se mantiene latente
el conflicto).
Sin embargo, es también en el lenguaje
donde es posible crear la base de la tolerancia. El
ejercicio del diálogo, este situar palabras sobre la mesa
buscando puntos en común, amplia el espacio vital
nacional, no en términos de extensión sino de real
crecimiento y progreso. Porque no se trata de adquirir espacio
vital sino de poner a producir el que se tiene. No es el desierto
seco (con sus violencias) el que avanza y crece sino el desierto
que se siembra. De hecho, las naciones no son sujeto de espacio
sino de uso del espacio. Y el espacio vital es entendible bajo
supuestos de civilización, entendiendo por civilizado el
individuo que reflexiona y tolera, que pacta y logra del pacto un
bienestar común. Pero estos supuestos de
civilización, fundamentados en el lenguaje y
el
conocimiento que éste encierre, siguen enmarcados
dentro de la utopía Frente a lo que vemos hoy, pareciera
que el lenguaje
siguiera nominando y definiendo objetos de supervivencia y de
guerra. Y al otro en calidad de enemigo (los nuevos
bárbaros, "identificados" a través de la fealdad –
que es un subjetivismo- en el cuerpo y en el traje), enemigo que
se caracteriza porque es pobre y no carga consigo algo escaso
para intercambiar y que representa aquello a lo que tememos:
la
muerte.
Acotación:…………………………………………………………………………………………………
En América
Latina la formación de la nación todavía
está en proceso. Por
esta razón asistimos a un espacio vital entendido en la
búsqueda de espacio físico que asegure una tenencia
de la tierra y unas fronteras seguras contra aquellos que han
sido desplazados de sus territorios iniciales. Es espacio vital
para aplicar la violencia
legal (la del Estado a favor de unos pocos económicamente
estables) al inferior económico. Es conflicto sobre el que
se legisla y no se cumple. El lenguaje en
Latinoamérica es retórico y críptico, como
lo fue en España
hasta franco. Lenguaje que
permite todas las interpretaciones posibles y, por lo tanto,
todas las violentaciones. No hay ley, existe una
interpretación legal que se opone a lo que es justo
.
…………………………………………………………………………………………………………………
El espacio vital social.
Los seres humanos hemos construido sociedades
para lograr entendernos y entender lo que nos rodea. Y estas
sociedades
crecen mediante el debate (la
discusión política), los deberes pactados y los
derechos resultantes de ese cumplimiento. La sociedad es lo que
nos hace socios, partícipes y actuantes. También lo
que permite delinear un futuro colectivo. Las sociedades,
entonces, para poder funciona, establecen la ley, aquellas
normas
precisas (y pactadas como buenas) que definen la calidad del
comportamiento
dentro el entorno social. La ley establece las jerarquías,
las instituciones y las acciones
(previo conocimiento y
entrenamiento)
posibles para una optimización del espacio vital
construido: la sociedad, entendida a través de sus pactos
(sociedad
civil), de sus ritos (comportamiento
cívico – para sostener la imagen de la
sociedad y generar identidad- y urbanidad: comportamiento ritual
con el otro) y de sus logros. Podríamos decir entonces que
en el principio social fue la ley, la norma, nacida de unas
creencias comunes (de no haber sido así no se hubiera
podido pactar) y de unos intereses que delineaban progreso para
todo el colectivo.
Pero esa ley, en lugar de ser el fiel de la
balanza, se convirtió en paradigma. Y
que cada vez que se revisa, siempre llega tarde a la realidad que
acontece. Es que actúa sobre lo conocido y no sobre lo que
acontecerá. La ley no prevé que las costumbres son
mutantes, que la moral
varía (o témpora o mores) y al presentarse
estos cambios la ley deja su condición de línea
rectora para convertirse en objeto de represión bajo la
excusa de salvaguardar las costumbres. Costumbres que
varían y enfrentan espacios vitales sociales: lucha de
clases, violación de la ley, ruptura ética.
Parodiando a Rousseau,
podría decir que el hombre nace bueno, pero la estaticidad
de la ley lo corrompe. Y lo corrompe porque su espacio vital no
crece y entonces hay un ahogo y, como consecuencia, una salida
violenta.
La ciudad, símbolo y construcción de
la sociedad, se ha tenido siempre como un espacio de
protección. Ya en la antigüedad, los hombres se
refugiaban en las ciudades. Entraban allí y se ajustaban a
unos deberes (comportamiento, pagos de impuestos) y a
cambio
recibían la protección del señor de la
ciudad, afincado en un castillo elevado desde donde lo
podía dominar todo. Un todo era fácil de controlar
dentro de la muralla y desde las torres y las almenas. Pero
cuando la ciudad pierde su demarcación física, cuando
comienza a girar alrededor de una plaza (como en el caso de las
ciudades latinas, donde la ciudad crece alejándose del
poder central o se extiende siguiendo una calle (la ciudad
sajona, en la que sucede algo similar a la ciudad latina), el
control se hace
más difícil. En la ciudad primera comienzan a
construirse otras micro-ciudades, pero no aisladas de la ciudad
inicial sino creadas dentro de ellas. Esta unidades culturales
(no subculturas, como la intolerancia ha querido denominarlas),
se definen en condiciones sociales (clases), de oficios
(actividades industriales y comerciales), religiosas etc. y,
aunque hacen parte de la nacionalidad, tienden a separarse de
ella por su ejercicio de costumbres. La ley comienza a no ser
para todos, ya por desconocimiento de la ley (no hay presencia de
ella) o porque la ley desconoce las nuevas entidades sociales y
no actúa debidamente sobre ellas. O actúa dando lo
que en principio es básico (servicios
públicos, permisos de establecimiento), pero no
permitiendo que se avance para que eso básico se sostenga
y sea la base para el progreso de lo social (La educación se detiene,
las posibilidades de trabajo disminuyen, la protección
buscada cada vez es más escasa, el ejercicio del poder
más violento etc).
¿Por qué se viola la ley?
¿Por inconformidad?, ¿porque lo legal no es lo
justo? ¿Por qué el Estado
miente y destruye la moral con
sus actuaciones? Creo que la ley se violenta por enfermedad (en
el caso de los criminales natos), por iras mal contenidas (una
pelea, unos celos), por desesperación (no hubo otra
alternativa), por variadas situaciones se enfrenta un sujeto con
la ley (aquello de que la ocasión hace al ladrón
etc.) Pero, en el caso de conflicto, la ley se viola por estado
de pobreza y
desamparo, por agresión de las instituciones del Estado y
la sociedad establecida como legal y que atenta contra el
individuo. Y lo que es peor, por sentimiento de pobreza, lo que
hace ver peor la situación vivida. Aclaro: la pobreza es la
carencia, el sentimiento de pobreza es saber
que uso pocos mal utilizan lo que por derecho me pertenece y
ahora me hace falta: el espacio, los alimentos, el
descanso, la libertad, el
ejercicio del cuerpo, la belleza. También nace el
sentimiento de pobreza debido a
la incapacidad que tiene la mayoría de acceder a la
oferta cada
vez más creciente de bienes materiales que
trascienden lo básico y se fundamentan en deseos
psicológicos cada vez más laberínticos y
difíciles de satisfacer, y de sitios de honor. Antes de
que la sociedad luciera los bienes en la calle (cosa que
todavía no seda en el mundo islámico), el pobre
superaba su pobreza en el momento en que se sentía con lo
necesario básico. Y comenzaba su riqueza cuando agregaba
algo de más a lo necesario: dos gallinas, tres sombreros,
un pantalón de más, un par de monedas guardadas en
un frasco. El pobre mismo medía su riqueza en la
intimidad. Pero cuando ese pobre vio a otros que exageraban su
riqueza, que lucían lo innecesario, que gastaban a manos
llenas en escenarios nunca imaginados, el pobre asumió el
sentimiento de pobreza, la burla a sus esfuerzos, a su trabajo, a
sus sueños. Y se sintió más pobre de lo que
en realidad era. Entonces nació la ira y la
frustración. Y la violentación de la ley. Cuando
Trotsky asegura que el estado no
es otra cosa que el ejercicio desmesurado y legal de la violencia, su
posición nace de lo visto en la Rusia de los zares, de los
visto en Europa, de lo
visto en México.
Los poderosos desfilando por las calles para demostrar su poder
y, así, sembrar un sentimiento desmesurado de pobreza: la
humillación.
En la sociedad primaria conformada por principios
básicos, éstos comienzan a resquebrajarse cuando se
hace ostentación de la riqueza y de un poder que recuerre
cada vez más a la mentira. Al ser testigos de la riqueza
lucida, se cuestiona la ética de los que ostentan, la
moralidad (¿dónde queda la austeridad pactada para
tener siempre existencias comunitarias?), el ejercicio del poder.
Ya no es el héroe, es el dueño de los bienes de
capital o el
político corrupto que se ha nutrido de las arcas comunes.
Y si bien el hombre pobre, que es el más común y
numeroso en la sociedad (esa es la fuerza
productiva), se refugia en la religión o en sus micro
unidades culturales, evitando en lo posible asistir al desfile de
la ostentación, al final termina teniéndola en la
nariz. Ya no es el rico quien la ostenta, ahora es su vecino que
ha violado la ley y viene hasta él y luce los resultados
de esa violentación. Nada tenía que perder y ha
ganado. También la hija del vecino que permite que otros
violen la ley en ella, violación que le permite
ostentaciones. Y así muchos, ya en calidad de esclavos
serviles, de renegados del grupo, de espías en el grupo.
La micro unidad cultural, entonces, se reciente y trata de
defenderse de los elementos exógenos que la agreden. Pero
no es luchando contra los propios sino contra la causa prima, la
otra sociedad, la que no le ha permitido la intimidad alegre del
logro obtenido ni la belleza de la estética, la que le ha
señalado como siervo y con la riqueza le demuestra que
jamás podrá salir de ahí. Los grupos
sociales altos, apoyados por la legalidad, ejercen el
clasismo y el racismo,
establecen la estética y sofistican la idea de placer. Y
el marginal, responde con violación de la ley. Con
conocimiento
de esta situación, Rawls, en su propuesta de la justicia,
propone como solución la equidad, es decir, unos
principios igualitarios que acerquen a los hombres y no, como
sucede hoy, los alejen. Alejamiento que se produce cuando
aparecen la ostentación y el sentimiento de
pobreza.
Los miembros primarios de una sociedad, primero
los patricios y luego los plebeyos arribistas, acaban generando
un interés
propio sobre los intereses colectivos: esto lo da el ejercicio
del poder y el deseo de evadir deberes para sólo
usufructuar derechos. Quién más goza de derechos,
más poder representa. Y como para el ejercicio de un
país de jáuja personal es
necesario que los deberes los asuma otro, comienza la
explotación social. Explotación que aprovecha los
tiempos de escasez, cuando la mano de obra en oferta es
mayor que la demanda, para
establecer salarios
mínimos y así obtener unos niveles de rentabilidad
más altos para quienes contratan y reparten de acuerdo con
los presupuestos
legales. De esta manera, a más de trabajo, se logra
diferenciar mucho más las micro unidades culturales. En
este punto, la sociedad se divide en dos: la que ostenta la
riqueza y las que asume de manera más cruda el sentimiento
de pobreza. La ciudad poli-dividida, la sociedad desmoronada, el
conflicto en orden. Y en contra del poder, que ven como un
generador de males y no de bienes. Y este conflicto se convierte
en lucha de clases, en resentimiento, en enfrentamiento de
conocimientos, en diferencias de lenguaje, en
ideas encontradas y dispuestas al combate, a la búsqueda
de un espacio vital dentro del modelo social
que en lugar de brindar oportunidades las
quita..
En las sociedades de
los santos padres (los cuáqueros y otros similares), en el
ghetto judío, en la Antioquia austera y en la ciudad
islámica, la ostentación de la riqueza se llevaba a
cabo al interior del hogar, lejos de las miradas de otros. De
esta manera, el sentimiento de pobreza que pudiera recibir alguno
en la calle era mínimo. Y ese otro, que no era agredido
con la ostentación, se sentía en la posibilidad de
crecer. Además, existía un lugar donde todos eran
iguales: la sinagoga, la mezquita, el templo. Allí todos
eran iguales y sociales. Carentes del sentimiento de pobreza, el
orden tenía un sentido. Y hablo de orden en
términos de construcción social, de reconocimiento
en el otro y su trabajo. Pero esas fueron sociedades
extrañas, fundadas de acuerdo con una ética con
mano de hierro (muy
similares en su funcionamiento a las sociedades maffiosi), muy
distintas a la auto-estructuración social que habitamos
hoy. Auto-estructuración, digo, ya que la sociedad actual
se ha ido construyendo sobre interese propios y está
cifrada en la diferencia y en la conflictividad, y en paradigmas
legales y sociales que no se ajustan a la realidad de las micro
unidades culturales que ya son parte de la nueva sangre social, de
sus venas y arterias, de su cerebro. Las
sociedades cambian en la medida en que los individuos aumentan.
Ahora, si los que aumentan son los desprotegidos y los burlados,
la sociedad inicial está en peligro. Claro que por ahora
se defiende con la represión y los ejércitos
privados. Pero, ¿y cuando aumenten los pobres en la
puerta, señor conde? Que para acabar con todos no da el
tiempo…
Acotación:…………………………………………………………………………………………………
La sociedad es el modelo de
la familia y
no como hasta ahora se había pregonado, que la familia era
el modelo social. No lo es por la sencilla razón de que la
vida ya no se logra al interior del hogar sino fuera de
éste. No vivimos ya en casas que se auto abastecen, hoy es
necesario salir a abastecerse afuera. Y afuera es la lucha y el
conflicto, que unos lucen lo que otros ven con rabia. Y no es ira
nacida de la envidia sino de la valoración de lo lucido,
que a veces con el dinero que
vale un solo evento social se lograría la solución
esencial de los problemas
básicos de un colectivo. Decía hace unos
años Jaime Sanín Echeverri (hombre conservador y
cristiano, burgués y con buena posición
política) que la próxima revolución
la iban a hacer los capitalistas. Con esta palabras quería
decir: la base se tomará la cúpula, tanto la desea
y tanto castigo por ostentación y legalidad ha recibido de
ella. Y no se sabe qué pasara, porque los malos ejemplos
cunden. Malos ejemplos para los que se niegan a aceptar las
mutaciones que sufren las morales generales y las
micro.
El ejercicio del poder, cuando es desmesurado y no
está debidamente auditado, comienza a desconocer los
caminos éticos y morales pactados. Se miente y
engaña desde el poder y lo político se vuelve
politiquería. Y el concepto de lo
equitativo se pierde, generando otro concepto de
justicia.
Planteado en otros términos, frente a la inmoralidad, lo
justo se enfrenta lo legal. Y fundamentados en una justicia que
acrecienta el poder de la sociedad y el del Estado, el pacto
social se corrompe y se legitima lo inmoral (que es una forma
criminal) y la amoralidad ( desconocimiento intelectual
premeditado de la moralidad).
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El hombre en conflicto:
A. El problema básico del hombre
moderno, su motor de
conflicto, es la carencia de espacio vital para un debido
desarrollo de su identidad y de una moralidad que le permita
hacer de esta vida la mejor vida posible, no a través del
almacenamiento
desmesurado de bienes y dinero sino
mediante un pacto que le asegure su condición de ser
político, es decir, de poderse mover dentro de lo diverso
obteniendo lo necesario y sin ser agredido moral ni
legalmente. En otros términos, el hombre busca la
legitimación de su libertad, no
de manera anárquica ni de especulación, sino a
través del conocimiento
que le permita estar en la construcción de una verdad y en
los cimientos de una moral. El hombre requiere, más que
nunca, ser integrante de una nación que le asegure su
condición de ser humano. Y no lo que vemos hoy, gente a la
defensiva y al ataque.
Y este conflicto de la modernidad (o de la
posmodernidad,
si se quiere) es un conflicto social y urbano. Lo rural, aunque
en existe como clasificación geofísica, en
términos políticos ya es una mera referencia de la
historia. Aquella grandes sociedades rurales del siglo 19, ahora
son extensiones de la urbe, de la civitas. Tendríamos que
halar de lo rural-urbano. El mismo Estado, que es una
concepción urbana, dirime sobre estos sectores desde la
realidad ciudadana y no desde la realidad rural, obligando al
campesino a ser un ciudadano atrasado, pues lo estatal le llega
con criterios modernos sin que él (el campesino, el
inmigrante) haya asumido la modernidad. Lo
urbano implica actitudes y
tiempos urbanos para el Estado y su
gobierno, lo que
lleva que no se gobierne sobre la totalidad (que maneja otros
tiempos y otras espacialidades). Y esta urbanización de lo
político (sobre todo en Latinoamérica) ha llevado a
que se aplique la modernidad (lo
nuevo en términos globales y de metrópolis
desarrolladas) sin que se tenga un pensamiento actual ni una
educación
moderna que clarifique los nuevos conceptos o al menos la
visión urbana del Estado. El método
supera la aplicación. Y lo que es peor, como el método se
ajusta a una casuística determinada y particular, cuando
se aplica como fórmula global rebota. Es por esto que los
conflictos
siguen vivos y crecientes, porque son atacados con
genéricos y no con tratamientos locales y acordes con la
realidad.
La concepción de un mundo urbano,
cuando realmente las urbes siguen teniendo una buena cantidad de
micro culturas campesinas o que se mantienen como tales porque
las oportunidades soñadas no se dieron (frustración
de los inmigrantes, casi todos provenientes de pequeñas
aldeas, que al no lograr el objetivo de
ser ciudadanos se refugian en su moral anterior), crea un
enfrentamiento con la concepción de realidad que asume el
Estado. Y genera violencia en
la ciudad, porque la moralidad de lo rural-urbano (cifrada en
buena parte en supervivencias) es muy diferente a la moralidad de
lo urbano, donde la idea de progreso político y
económico excluye a la mayoría. Y esta
mayoría, para sobrevivir, viola la ley y genera violencia o
costumbres permisivas que acabarán legitimando ciertas
actitudes
cuasi delincuenciales, como aquellas de la que "el vivo vive del
bobo", lo que ya implica una permisividad que conduce al delito en calidad
de acto cuasi- heróico. Visto desde otro ángulo,
cuando el ejercicio urbano del poder excluye a un grupo (o lo
detiene), la inteligencia
práctica del excluido vuelve a los ejercicios primitivos
de la caza. Y en esta cacería (lograr lo que se pueda)
nace y se cría el conflicto. Nace y se cría con
base en una nueva moralidad, no aceptada por el Estado, pero
legitimada por la comunidad en la que se da.
Ahora, en este mundo urbano, el ser humano se
vuelve cada vez más anónimo y sus actos apenas si
se reconocen. Es masa productiva, masa desempleada, masa
deportiva, masa que se desplaza dentro de la urbe buscando
empleos adicionales que le permita superar el sentimiento de
pobreza. Y como el sentimiento se incrementa con las nuevas
ofertas y ostentaciones, las frustraciones son mayores y el
sentido de retaliación (resentimiento) social aumenta
porque la idea de progreso, desvirtuada por las tendencias
(paradigmas de
moda: dinero
fácil, reconocimiento fácil) que publicitan los
medios de
comunicación, minan la moralidad pactada de un
progreso continuado y no nacido del azar (como los medios lo
proponen: cantantes, futbolistas, artistas, argumentos de
telenovelas etc). Y este exceso de información (no de conocimiento) para el
consumo y
legitimación del ocio de las clases poderosas, que se
apoya en imaginarios ordinarios, es un ingrediente poderoso en la
situación y ubicación del hombre en
conflicto.
Acotación:………………………………………………………………………………………………….
La modernidad urbana
de América
latina, es una modernidad de
papel y avisos
luminosos. Esta modernidad, legitimada por la información natural (lo que exhibe delante
de nosotros) dentro de nuestra propia casa o en el entorno
cercano, nos muestra los
paradigmas a
seguir o al menos a desear; paradigmas la mayoría de las
veces inmorales (como se aprecian en los telenoticieros,
telenovelas y películas de violencia) y en algunos casos
amorales (cuando no se sujetan a la realidad pactada que
vivimos). En la urbe moderna latinoamericana, la
civilización la estamos confundiendo con libertad de
consumo, con
honores altamente perecederos, con crecimiento de una
minoría que ostenta el poder y la represión legal a
favor. Ya la urbe no es un centro donde se accede al conocimiento
(como lo era el siglo pasado), sino un centro donde se ofrecen
cosas para comprar, sitios para visitar, gente con poder que ver.
Y el sueño de un sitio donde trabajar, no se ve o requiere
de ayuda especializada (clientelismo) para conseguirlo. Nuestras
ciudades modernas dan miedo, para quien llega a ellas y para
aquel que las habita. Son un sitio donde el espacio vital se
reduce a la par que el poder se vuelve más ostentoso,
mentiroso y represivo. Y como anotara Octavio paz,
sólo crecen en miseria. Y en todos los conflictos que esta
genera.
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B. Pero el conflicto del hombre no es meramente
urbano, aunque su espacio urbano es el que lo lleva a
inmiscuirse en acciones conflictivas que, al crecer, se
convierten en conflictos nacionales. Y para controlarlos, es bien
sabido que la estrategia
política utilizada (para resolver conflictos internos) es
crear conflictos externos. Así, cuando la comunidad
desunida y conflictiva ve que está siendo agredida desde
el exterior, de inmediato se une, deja sus rencillas y asume el
reordenamiento moral. De esta manera las tensiones internas se
desplazan hacia el fantasma exógeno que la agrede. De esta
forma, el Estado represor se convierte en Estado conductor. Y
así asistimos a las guerras en el
Medio oriente, en la Ex Yugoslavia y en África. Y a las
que vendrán en nombre de los fundamentalismos religiosos y
políticos, del agua (a medidos de este siglo era el
petróleo), de la tierra y sus ventajas comparativas
(recursos y
reclamo de pago de deuda externa).
Estas guerras, que
comienzan siendo internas y nacidas a consecuencia del uso y
propiedad de
los bienes de capital (que
son los que generan el empleo y la
circulación de dinero), se
trasladan al exterior y, en a agresión de una
nación a otra, las frustraciones se subliman mediante el
uso de las armas. El en otro
nacional y agresor "justificado" (porque son ellos los que me
quitan el trabajo,
los que no me permiten vivir tranquilo, los que drogan a mis
hijos etc), se combate al Estado. Pero no se le dispara a
él sino a la proyección de él representada
por y en el otro. Combatiendo al malo señalado, combato a
mis temores y las acciones indebidas que el Estado tuvo para
conmigo. Esto en el caso de que el estado logre liderar la
acción hacia el exterior, que donde esto no se logre, la
acción se torna anárquica y revolucionaria (como
aconteció en la Rusia de 1905-17).
Decía Mijail Bakunin que una revolución
por de avanzada que sea, cuando se toma el poder, debe tornarse
conservadora para mantenerlo. Y bajo esta premisa, se legitima de
nuevo la represión. Y el hombre sigue en conflicto,
enfrentado al poder y a quienes lo representan, a las leyes que no
cubren con su acción a la totalidad y a las instituciones
que en lugar de ser políticas
se politizan. Y es esta politización (sinónimo de
ineficiencia y corrupción), la que alienta los
desplazamientos humanos y, en la actualidad, el mercado de las
armas. Porque
cuando el hombre se desplaza y termina viviendo en condiciones de
paria (amontonado, promiscuo, frustrado) asume su
condición de cazador primitivo y de jefe devorador de
elementos prohibidos o, al menos, de retador de ellos. Como en el
Señor de las Moscas, de William Golding, el ser humano,
cuando asume condiciones cuasi imposibles de vida, torna a la
horda y el liderazgo en
ella lo tienen quienes demuestran valor con las
armas y a la
vez asumen contacto con divinidades infernales que dotaran de
poder a la comunidad hórdica para ir contra aquellos que
la generaron. Comunidades así ya las vemos en América
Latina y en ciudades como Los Ángeles y New York
(también en otros sitios en Europa y Asia), donde los
desplazados sociales (desempleados, frustrados urbanos, enfermos
mentales permitidos, gente sin futuro, drogadictos y rechazados)
asumen el horror y lo acaban legitimando como moral
básica. Es que ya nada peor les puede
pasar.
C. La libertad es un
concepto que en ocasiones toma tinte de quimera: se lo puede
pronunciar, pero es muy difícil de concebir (Baruj Spinoza
habla de cómo podemos pronunciar círculo cuadrado,
pero nos es imposible entenderlo). Y en lo que toca al conflicto,
la libertad
social es algo que en lugar de facilitar la moral, la
agrede. La libertad está unida a la ley, esta regida por
ella. Y por los intereses de quienes se ajustan a lo legal. Por
ejemplo, yo soy libre de ir a trabajar, de encontrar un trabajo,
pero no tengo donde ir ni cómo ejercerlo. Soy libre de
ocupar un espacio, pero el espacio es de otro. Soy libre de
desplazarme, pero las fronteras detienen mi desplazamiento. Y
así a la N. En tiempos de la esclavitud negra
(también la hubo blanca, pero las condiciones
históricas y morales fueron distintas), el esclavo que era
liberado recibía la libertad con miedo. Sabía que
ya era libre, pero esa libertad le negaba el espacio y la
alimentación. Era libre, pero su
condición era la del otro, la del marginado, la del
sospechoso. Esto, que es historia, vuelve a repetirse no ya con
tintes raciales sino sociales: el desposeído es libre,
pero su libertad lo pone en problemas:
para los otros, los poseedores, es feo, sospechoso, ignorante,
peligroso. Entonces, para liberarse del problema, se convierte en
lo que el otro piensa de él. Y asume la condición
inmoral, conflictiva. Condición de la que los medios hablan
y exageran, llevándola a umbrales de heroicidad. Y cuando
aparece el héroe, nacen los mitos y
comienza a construirse una sub- moralidad que es aceptada y
legitimada por quienes encarnan el conflicto habido en la
aceptación de ser un problema. Y en esa sub- moralidad, se
ejerce la libertad de riesgo, que al
menos es una libertad que no se teme porque genera "honores" y
riquezas.
Es evidente que los medios de
comunicación, en su afán de informar a
cómo de lugar y con tintes novelísticos, han
ayudado a conformar y robustecer las morales de los sujetos en y
de conflicto, sobre todo entre los desprotegidos sociales que, al
informarse de las acciones atrevidas de sus héroes y
líderes, asumen un paradigma que
les dice que están en igualdad de
condiciones para lograr el objetivo, que
sólo se requiere decisión y valentía. Y, al
ismotiempo, los medios,
legitiman el poder del conflicto, llevando a que la sociedad
protegida (sino política al menos económicamente)
entre en posición defensiva, reafirmándose el
conflicto sobre el que se informa más de manera emocional
que racional. Y sobre el que se actúa ídem. Ernst
Cassirer, en El Mito del
Estado, asevera que los mitos entre
más irracionales (en el desarrollo del conflicto la
irracionalidad está presente) más credibilidad
tienen. Algo similar aseguraba Indro Montanelli en la Historia de
Roma: cuando se
reacionalizaron los mitos romanos,
comenzó la decadencia.
La visualización del conflicto. La
negociación.
A lo largo de este ensayo, he
sostenido la tesis de que
los conflictos nacen de la carencia de espacio vital y espacio
social, y de un ejercicio del poder fundamentado en la legalidad
y en la ostentación y no en la justicia. Con
Rawls, afirmo que todo conflicto es un problema de equidad y es
en busca de la equidad a donde deben apuntar los esfuerzos del
Estado si se quiere crear una identidad y una nación
sólida, ética y con una fuerte base moral . Y con
Baruj Spinoza, asumo que la tolerancia (la continuidad del
conocimiento en nosotros y en el otro) es única actitud
posible para delimitar el conflicto y reducirlo a un punto
controlable y funcional para las partes que
negocian.
En primera instancia, un conflicto se visualiza a
través de actores (agentes del conflicto), factores
(causas del conflicto), situaciones (realidades del conflicto) y
escenarios (espacios en conflicto). Y de un mapa histórico
que detente las raíces de la actitud
conflictiva, porque los conflictos no aparecen por
generación espontánea sino que tienen un soporte en
la historia de las partes que asumen la negociación. Las
causas, aunque a veces se las hace aparecer como coyunturales,
tienen un referente pasado: historia de los actores, un
inconsciente colectivo, una moralidad que se representa y otra
que fue representada (memoria e
incertidumbre), unos pactos éticos y unas rupturas habidas
en él y un lenguaje
utilizado como definición del mundo y su valoración
en el yo, el tú y el él. Y estas constantes de
análisis también tocan a la
situación y el escenario.
Un conflicto antes que visualizarlo como un
problema, es necesario verlo como la resultante de unos hechos
sucedidos, de un espacio vital violentado y de un pacto
ético roto. De lo contrario, será imposible
negociar en términos de tolerancia, entendiendo por
tolerancia en la negociación aquella actitud (virtud,
porque con base en ella se obtienen logros) que no asume verdades
absolutas. Las verdades absolutas (que filosóficamente no
lo son porque estarían negando la posibilidad de avanzar
en el conocimiento), han sido siempre factor de enfrentamiento
entre los hombres. La verdad, la debemos entender como un hilo
conductor de la moralidad de un colectivo, como un pacto de
realidad subjetiva que permite funcionar como motor de
costumbres y variables de
progreso. Ahora, esta verdad se comparte con base en la
tolerancia y al ser compartida se negocia para que las partes en
conflicto se nutran de ella (de la verdad mía y la del
otro). Con base en este presupuesto (la
verdad compartida), crearíamos las verdades normativas,
estas que dan una solución al conflicto porque nos
permiten acceder a una realidad común. Verdades normativas
que harían parte de un pacto ético para una moral
que vaya en beneficio de todos (y los que ellos representan en
términos de espacio y tiempo) los que se han sentado a
negociar y a compartir manejos políticos y ejercicio del
poder como soporte de Estado. Toda negociación, entonces
se fundamenta en un nuevo orden nacido del pacto y no de la
destrucción del otro ( ya la historia nos habla de los
fracasos de la paz de la victoria, donde los vencedores acaban
siendo asimilados de manera – las más de las veces brutal-
por los vencidos. Los bárbaros y Roma, los nuevos
bárbaros y Occidente).
La inteligencia
no es exceso de información sino buen manejo de la
información (convirtiéndola en conocimiento para la
solución de problemas) y
comprobación de ésta. Bertrand Russell, en El
Conocimiento Humano, determina que la idea de progreso se
fundamenta en el conocimiento positivo, en aquel que se sacude el
empirismo a
través de la comprobación de causas y efectos para
que las situaciones erradas no vuelvan a producirse. A lo largo
del tiempo histórico, hemos asistido al esquema ensayo error y
en la actualidad, dada la información acumulada, podemos
ya determinar las causas y razones que llevan al conflicto en el
hombre. Tenemos memoria e
imaginación. Y esto es lo que se requiere en una mesa de
negociación. Memoria, para
determinar orígenes y desarrollo del conflicto,
también de los pactos éticos y las instituciones
que hacen posible una moral. Imaginación, para creer en la
eticidad del otro. Eticidad que se dará si se cumplen los
pactos.
Acotación:………………………………………………………………………………………………….
En Latinoamérica, donde las negociaciones
tienen más publicidad que
contenido y los objetivos a
cumplir se confunden con deseos, el conflicto es creciente porque
lo negociado no se cumple como es debido. Y no se cumple porque
las leyes
están por debajo de los intereses personales y del Estado
mismo, que carece de medios
eficientes (políticos, económicos y represivos)
para cumplir con lo que pacta. Esta situación, nacida de
los primeros días de la conquista y la colonia, donde se
obedecía pero no se cumplía dada la incapacidad
para imponer la ley, sigue vigente hoy en día. En muchos
casos no se discute la buena fe de algunos gobernantes, pero son
sólo eso, buena fe. De aquí que sea la misma
sociedad civil (la Iglesia, los
ciudadanos) los que busquen una solución pactada a los
conflictos. Solución que se fundamente en lo justo y, como
resultado, se enfrenta a lo legal. Asistimos entonces un
círculo vicioso donde para cada solución existe un
problema, una discusión en torno a lo legal y a la
interpretación de lo legal, que cuando afecta al grupo
dominante, de inmediato genera reacción en términos
violentos.
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El mundo moderno, que cada vez más liberal
debería ser más permisivo (con base en Rorty y
Rawls), ha creado enormes conflictos como el generado por el
neo-liberalismo,
política
económica que tiene por objetivo
crecer los mercados de las
empresas
multinacionales a costa de las empresas
(desprotegidas técnica y financieramente) de las naciones
donde ingresan, lo que como consecuencia ha generado más
pobreza y desempleo. Y
más quiebras de estas mega empresas
colonizadoras, víctimas de su propia ofensiva comercial,
pues al empobrecer los mercados donde
actúan su inversión se viene al traste (la
desazón bursátil de 1998 nace de que las acciones
de estos emporios comerciales cayeron a consecuencia de carencia
de demanda para
su oferta). Como
respuesta al neoliberalismo, la Unión
Europea comienza a socializarse (Francia,
Alemania etc)
para detener al generador de conflictos y crear unas políticas
realmente liberales y justas que permitan el ejercitar una
equidad acorde con los nuevos presupuestos
morales y éticos: un espacio vital sin
agresión.
Toda negociación apunta a mejorar las
condiciones del individuo y del entorno. Y a sostenerlas. Cuando
esto se presenta, existe una sociedad civil y un real Estado que
vigila para que el pacto no se rompa, no reprimiendo sino
ajustándose a unas normas de
derecho
natural, es decir, adaptándose a la movilidad y
vitalidad de las costumbres. A la libertad que para el bien
común ejerce el individuo que accede todo el tiempo al
conocimiento (el guerrero ilustrado), el tolerante que se
reconoce en el otro en la construcción de la
verdad.
Fin.
Escrito en Medellín a finales de septiembre
de 1998. Y creyendo en las virtudes de la
tolerancia.
Autor:
Jose Guillermo Angel
jgangel[arroba]janua.upb.edu.co