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Conflicto y negociación: El guerrero ilustrado




Enviado por jgangel



    De las razones del guerrero
    ilustrado

    (Ensayo sobre
    conflicto y
    negociación entre identidades e instituciones)

    Por: José Guillermo Anjel
    R.

    La verdad es una construcción humana que no termina. Somos
    la suma y resultante de lo pasado. Lo que hoy es una verdad (una
    verdad normativa, que nos permite entender y pactar nuestro
    tiempo y
    nuestro espacio), mañana sólo será parte de
    una nueva verdad (de la que toque a ese espacio y a ese tiempo). El hombre se
    define en la construcción permanente, de aquí que
    toda verdad absoluta sea un freno al conocimiento y
    a la tolerancia.

    Definición previa:

    Se entiende por conflicto la ruptura que se
    da entre la identidad del
    hombre y su
    entorno real, legal e imaginario. También el
    enfrentamiento entre las condiciones legales y las condiciones de
    justicia. Y
    por negociación, los pactos temporales entre las
    identidades y las instituciones.
    Acorde con las premisas anteriores, escribo este ensayo.

    Introito:

    Vivimos en un mundo conflictivo donde las
    intolerancias y los fundamentalismos son cada vez más
    crudos y agresivos (y las más de las veces legitimados por
    los medios de
    comunicación que encuentran en estos conflictos una
    razón y expansión de su negocio). Y esta
    confrontación (alimentada por un exceso de información que acaba generando caos),
    entre fuerzas ortodoxas en sus principios e
    imaginarios, tienen un punto de encuentro en la guerra armada
    o legal y en la negociación. Negociación que si bien es cierto no
    alcanza a dirimir y cancelar la totalidad del conflicto
    (pues al momento de negociar son otros los actores y las variables
    marginales que aparecen obedeciendo a nuevos intereses o a
    posturas que no estuvieron presentes en la mesa de negociación), al menos lo atenúan
    permitiendo una reorganización de las fuerzas y un
    debate
    posterior más civilizado, es decir, acorde con una
    normatividad que permita una mejor visualización y
    entendimiento del nuevo conflicto.
    Porque los conflictos no
    son mera reacción frente a una actualidad sino
    raíces incompletas (bases resquebrajadas) de la identidad.

    Con base en lo anterior, se hace necesario
    entonces conocer, a más de la historia y sus razones
    antropológicas, las posturas ideológicas de algunos
    filósofos y actores de la guerra y del
    estado,
    clásicos y actuales, para tener una visión
    más clara e intelectual del conflicto y la
    negociación. Y, de acuerdo con estas
    posturas, crear (con base en la suma teorética) una
    posición más tolerante, creativa y negociadora en
    torno a los
    conflictos que
    nos rodean, que evolucionan, que son el motor de la
    historia y de la
    identificación con ella. De aquí saldrán las
    razones del guerrero ilustrado, entendiendo como tal aquel que ha
    detenido el conflicto mediante una negociación, pero que
    se mantiene alerta al cumplimiento que comprometieron los otros y
    a su propio compromiso. El guerrero ilustrado es reflexivo y, en
    esta reflexión, a veces descubre que hubo algo que no fue
    tocado en la negociación, un territorio que se encuentra
    desprotegido y necesita de su espada. Y de ahí nacen de
    nuevo el hervor de su sangre guerrera y
    los colores de su
    bandera.

    La búsqueda de la
    identidad.

    A. Todas las culturas fundamentan sus
    crónicas iniciales en una Edad de Oro: la de la
    armonía entre los hombres y su entorno. Algo así
    como una enorme placenta donde flotaba la vida nutriéndose
    de un exterior alimenticio que permitía el desarrollo
    ordenado de los elementos que habitaban ese mundo placentario.
    Hablan estas crónicas, escritas entre lo mítico y
    el logos (o sea, confundiendo la razón con el imaginario),
    de espacios libres de conflicto: el Paraíso, el Nirvana,
    los países de jauja y los de Utopía etc, donde los
    seres humanos hacían parte de una ley universal
    única regida por la tolerancia
    (habida en la identidad con
    el orden natural) y el reconocimiento del espacio particular.
    Algo así como la ley de la
    gravitación universal descubierta por Newton y que
    tanto influyó en el desarrollo de
    la filosofía de la Ilustración. De acuerdo con estos
    imaginarios, la vida era un todo ordenado regido por el
    no-tiempo. Todo
    sucedía, todo fluía, la muerte era
    parte de la vida y se moría sin memoria.

    Pero nada de lo anterior hace parte de lo probable
    y, en términos antropológicos, podemos definir que
    el inicio de las culturas es un sueño mil veces repetido e
    imaginado para encontrar un sitio en el tiempo y el
    espacio que legitime la identidad
    inicial del colectivo. Identidad
    primitiva que justifica una motivación
    permanente de búsqueda de aquello que se perdió en
    el momento en que la ley única,
    la gran placenta, se rompió y acabó generando el
    caos.

    Los colectivos humanos occidentales fundamentan
    sus principios de
    identidad en libros
    sagrados y en crónicas que les permiten racionalizar los
    mitos
    iniciales, los inicios probables y los imaginarios necesarios
    para que la identidad se de como tal: ser escogidos por la
    divinidad, no en términos míticos sino en calidad de logos
    (razón). Estos libros y
    crónicas plantean tiempos y espacios probables en la
    historia, lo que
    lleva a concebir una legitimación de los orígenes y
    los principios a
    través de los cuales se rigen estos indicios primarios. De
    acuerdo con la Biblia, es Dios quien escoge a un pueblo (el
    judío) y le da una legislación que lo legitima
    delante de los demás grupos como
    único y exclusivo. Leyes e
    instrucciones para cumplirlas (la Toráh y la
    Mishná) que diferencian y crean una identidad determinante
    porque contienen en sí la percepción
    de un yo (ser israelita) y la de un entorno nacional manejable
    (Israel) entre lo
    permitido y lo prohibido: alimentos, usos
    de la tecnología y la tierra,
    extensión territorial, ciudades y civilización. A
    la vez que estructura una
    sociedad civil
    con principios
    comunes pactados entre la comunidad y la
    idea de Dios (los mandamientos): rituales, idioma,
    prójimo, relaciones con los demás, lo que es
    pecaminoso, lo que se debe exaltar. De igual manera, siguiendo el
    modelo de la
    obtención de una identidad que permita la construcción de una sociedad (en este
    caso católica, universal), el Cristianismo
    asume la redención y con base en ella crea un nuevo
    pueblo, una nueva sociedad
    teocrática-civil que, dadas las nuevas promesas y la
    presencia de Jesús Cristo y sus palabras (los Evangelios),
    se considera onfalós y de extensión mundial, es
    decir, centro único en lo que todo confluye y a la vez
    creciente de manera constante entre los demás pueblos.
    Este nuevo pueblo de Dios, se construye sobre las
    profecías del antiguo pueblo y los nuevos pactos morales
    con otros pueblos (ver cartas de san
    Pablo y actos de los apóstoles). El cristianismo
    se plantea como una sociedad
    multinacional, sin límites, reafirmando la existencia de
    un Dios único y total que permite una identidad, no con un
    territorio dado, sino con la totalidad del mundo. Sin embargo, la
    raíz sigue siendo nacional ya que el pueblo de Israel, que es la
    base, sigue existiendo en calidad de dador,
    testigo y factor de conflicto en la idea que se tiene de Dios.
    Finalmente, Mahoma, tomando las nociones de judaísmo y
    cristianismo,
    crea la identidad islámica y le da una razón de ser
    a los árabes dispersos, que eran tribales y
    nómades, más obedientes al mito que al
    logos. Esta vez es una sociedad que se
    somete de manera incondicional a Dios y, racionalizando la
    mitología que se congregaba en la Meca (donde
    existían 640 nichos con sus respectivos dioses), crea su
    historia basada
    en la historia de
    judíos y cristianos, reconociendo algunos puntos y
    enfrentándose a otros de manera radical. El factor de
    conflicto, con la ordenación propuesta por Mahoma, se
    acrecienta. Lo islámico se fundamenta en una identidad
    profética jerárquica, es decir, en Mahoma como
    último y verdadero profeta de Dios.

    Es sabido que los modelos
    semitas partieron de estructuras
    identitarias babilónicas, sumerias y egipcias. Y que el
    cristianismo
    adoptó, para la configuración de su sociedad principios
    helénicos y latinos y aun celtas (como aparece en la
    construcción del demonio medioeval), a fin
    de dotar a la identidad de una mayor amplitud. Estas identidades,
    al igual que la verdad, se construyeron una encima de otra,
    acordes con la racionalización que se fue haciendo del
    mito y de
    acuerdo con los sistemas de
    creencias de las culturas donde se dieron. El pacto inicial,
    entonces, se realizó sobre imaginarios y racionalismos en
    torno a los
    orígenes y a la identidad que estos generaban. Identidad
    que permitía ser diferente de los otros pueblos pero
    similares dentro de un mismo colectivo que buscaba el mayor bien
    para sobrevivir dentro de un entorno debidamente controlado para
    que, trabajado de acuerdo con el pacto social, asegurara la
    consecución del ideal.

    B. Las identidades, entonces, asumieron deberes y
    derechos de
    acuerdo con una visualización del mundo. Que esto, en
    primera instancia, es la identidad: saber quién soy y
    dónde estoy, qué papel juego en el
    entorno y con relación a los orígenes, cómo
    alterno con los demás y con lo mío. Y a qué
    logros puedo acceder si cumplo con las normas pactadas.
    La identidad perfila y prefigura, determina la acción ante
    los hechos justificándola o castigándola.
    También, la identidad me ubica dentro del grupo y
    delante de las instituciones
    mediante la jerarquización y el debido cumplimiento de las
    leyes morales
    o sea las que rigen sobre costumbres que el colectivo considera
    como buenas y que, para mantenerse como tales, requieren de unas
    normas que les
    creen una limitación. La sociedad se crea, entonces,
    dentro de unos límites que buscan el mayor bien y, con
    base en la consecución del supremo bien, permiten el
    ejercicio de la perfección o al menos de la
    búsqueda de sus caminos. Baruj Spinoza sostenía en
    el Tratado de la Reforma del Entendimiento que la
    condición humana siempre está por encima de lo real
    humano, o sea, somos pero sabemos que podemos ser mejores. Y esta
    seguridad de
    llegar a la perfección la genera la identidad con el
    pasado, el ejercicio del presente y los ideales de
    futuro.

    Para dejar su condicionante de horda, el hombre se
    detiene (se vuelve sedentario cuando deja su condición de
    recolector y asume la de pastor y agricultor) y comienza a
    reflexionar sobre lo que lo rodea. Y cuando el hombre
    "quieto" hace un balance de lo realizado y establece un primer
    método
    para que los factores que le permiten la supervivencia se repitan
    (los ciclos de las cosechas, las épocas de caza y pesca), asume
    el inicio de su identidad. Ya no es sólo el hombre que
    lucha y demuestra con la fuerza su
    poder sobre
    otros seres, tampoco el que enfrenta el temor a lo desconocido
    lanzándose simplemente a él y asumiendo el azar. Y
    su primera identidad es con los valores
    que hacen posible la tribu: relaciones de parentesco, relaciones
    cosmogónicas, relaciones históricas y de actitud
    religiosa, actitudes
    frente a la jerarquía (jerarquía que nace de
    acuerdo con las obligaciones
    pactadas con el colectivo y para beneficio de éste),
    valores
    paradigmáticos que permitan seguir principios sociales
    etc. Ahora, estas relaciones con la tribu están cimentadas
    en que es con una sola tribu, la suya, que es "única" y
    centro del universo porque
    desde allí se conoce y domina el entorno próximo,
    único mundo posible. La posibilidad nace de que se lo
    puede reconocer en el uso, leer en la reflexión e imaginar
    en el ideal. La identidad genera un territorio limitado que
    tendrá que defenderse contra los factores exógenos
    que lo agredan, sean físicos o ideológicos. Es que
    esta defensa procura seguridad, orden,
    posibilidad de llegar al ideal del grupo y al del
    individuo dentro del colectivo. Por esto se actúa contra
    el extranjero, porque tiene una identidad extraña a la
    pactada en la tribu, porque su valoración es incorrecta
    frente a loa pactado en el colectivo.

    La identidad es, redefiniéndola, el pacto
    que el hombre hace
    con sus creencias, con el entorno y con el colectivo donde se
    encuentra con sus idénticos. Es decir, con lo que le es
    común, por esto hablamos de comunidad. Es un
    ejercicio de seguridad al
    pensar, actuar e imaginar para ser debidamente aceptado. Y
    también de trascender dentro de la escala de
    reconocimiento que se haya elaborado entre sus idénticos.
    Una escala limitada
    para que no se desordene y que, volviendo a Spinoza,
    estaría cifrada en la riqueza (logros materiales,
    economía),
    los honores (logros políticos) y el placer (permisiones
    como pago a acciones bien
    ejecutadas), y en lo que hay de permitido y prohibido en estos
    tres conceptos. La identidad se da en la comunión con los
    principios morales (de costumbres) y en la defensa contra todo
    aquello que atente contra esa moralidad.

    Pero como todos los entornos donde se dieron las
    tribus son diferentes (lo que generó valoraciones
    distintas en torno a la
    condición y los condicionantes, es decir, una actitud
    política),
    la identidad es una particularidad que actúa más en
    actitud
    defensiva que de crecimiento. Esto debido al manejo de paradigmas, de
    unos pocos datos muy claros
    repetidos que me permitan una posición sin dudas frente a
    mi y el medio, los orígenes y los sueños, las
    instituciones
    y las jerarquías. La identidad se defiende de aquello que
    le podría estorbar para alcanzar el mayor bien (la
    riqueza, los honores, el
    conocimiento permitido). Y en esta lucha contra lo diferente,
    la identidad A asume la intolerancia. Intolerancia que es
    una ignorancia del otro, de B, y un deseo de sometimiento total
    del otro, de B, a fin de que se identifique a fondo con el
    paradigma A y
    así, dejando de ser extraño el otro, B, sea otro
    idéntico que no obstaculice el camino hacia los
    imaginarios y determinantes de honor pactados. Con base en lo
    anterior, podríamos establecer que la identidad,
    más que un ejercicio de lo mío con lo que es
    idéntico a mi, es la aseguración de que lo
    prometido (el derecho habido con el deber cumplido) será
    realidad en lo mío siempre y cuando me ajuste con el
    sistema pactado.
    No es de extrañar entonces que la identidad, a más
    de asumir una moralidad, deba asumir una ética, un
    comportamiento
    en lo íntimo y lo social, en las acciones y la
    revisión (auditoría) de esas acciones.
    Vista así, la identidad (ejercicio de la ética)
    vendría a ser un juicio permanente que se hacen entre
    sí los componentes de un colectivo. Juicio donde se valora
    demasiado la defensa de lo logrado por el grupo con base
    en lo aprendido-permitido.

    La identidad, esto que buscamos en la
    generación de nación común y tiempo pasado
    idéntico, donde los paradigmas se
    demuestran como funcionales, es factor de conflicto. Y de
    negociación. Es factor de conflicto, porque la realidad es
    una apreciación pactada entre un colectivo que comparte
    puntos de vista y valores
    comunes para legitimar creencias y posibilidades de desarrollo. Es
    mi realidad, nuestra realidad, la que defendemos como cierta y no
    estamos dispuestos a cambiar (no estar dispuestos a cambiar
    genera la intolerancia). Esta realidad tribal, de todas maneras
    subjetiva, es la única y se opone a otras realidades
    tribales, que son inciertas y falsas frente a mi realidad (suma
    de imaginarios). Dos realidades enfrentadas generan conflicto. Y
    a la vez producen un factor de negociación, en tanto que
    cuando dos realidades encuentran puntos comunes, las diferencias
    se hacen menores y el punto sobre el cual pactar está
    mejor definido (en lo real-común). En este punto, aclaro
    que la realidad es un imaginario construido de manera
    aristotélica: a través de los sentidos (una
    idea nominal, un concepto, una
    definición que nos genere seguridad sobre
    lo percibido). Esta realidad subjetiva (lo que sería el
    mundo borgiano) nos permite conducirnos de manera debida por un
    entorno conocido ejercitando la identidad. Identidad habida en
    orígenes comunes, en idea nacional, o en el deseo de
    asimilar una identidad que plantea una mejor solución para
    el debido manejo del contexto en el que se es extranjero
    (integracionistas, conversos, pueblos que buscan asimilarse a
    otros, renegando de sus principios y valores, como
    sucede con los hijos de andaluces y castellanos (charnegos en
    Cataluña) que tratan de volverse catalanes, los latinos
    que se sienten norteamericanos a pesar de que sus actitudes los
    delatan, los españoles y portugueses que asimilan la
    europeidad de nombre etc). Con relación a estos
    últimos, hablaríamos de bi-identidad en conflicto
    permanente entre el pasado y el presente. Serán los que
    tendrán miedo y asumirán la creencia nueva con
    mayor fe buscando legitimarse dentro de un entorno que los
    diferencia. Esta bi-identidades, las del renegado, son las que
    generan fanatismos y fundamentalismos. También ensimismes
    y mundos imaginarios.

    La lucha por el espacio
    vital.

    1. La historia inicial de los grupos humanos
    está cifrada en los desplazamientos en busca de agua y algo
    que comer, fueran frutos o animales. Esto
    es, en la busca del mayor bien reflexionado obedeciendo al
    instinto. Y también en la búsqueda de otros
    grupos de
    hombres que ya habrían logrado alguna forma de almacenamiento o
    se habían hecho poseedores de un territorio fértil
    donde abundaban los vegetales, los rebaños salvajes y la
    pesca. O sea,
    que ya tenían para sí el mayor bien buscado. En
    estos desplazamientos, generadores de identidad, los hombres
    asumen una idea nacional y religiosa.

    Los hombres del desierto y de la estepa, de la
    tundra y de las tierras agrias (también los de los mares
    helados), carentes de todo y luchadores permanentes contra el
    medio, violentos porque así lo exige su supervivencia, van
    a entender que la suerte de su grupo se cifra
    en la invasión, la guerra y el
    pillaje. Ellos no almacenan porque no tienen que almacenar, no
    construyen porque sus territorios (cambiantes y azarosos,
    plagados de bestias que también son carroñeras o de
    vientos que todo lo hielan) no permiten construcción alguna (salvo los caravansaris
    y los medio-fuertes de maderas boscosas, que son construcciones
    para protegerse temporalmente contra las fuerzas de la naturaleza).
    Estos hombres de las tierras desiertas van con sus animales buscando
    agua y pastos.
    Y objetos que sean escasos y sirvan como base para alguna
    negociación entre ellos. Quizás este haya sido el
    origen de la valoración del oro y las piedras preciosas,
    bienes no
    comunes y por lo tanto, en términos económicos,
    susceptibles de gran valor. Estos
    hombres hórdicos, liderados por el más violento y
    demencial, entienden el espacio vital en lo que la naturaleza provee
    y otros almacenan. Su identidad está en la guerra, en
    dioses terribles que admiran a los guerreros, en mujeres
    imaginarias que proveen de vida permanente al grupo para que
    éste no desaparezca. Son lectores de estrellas porque los
    caminos del desierto se borran con el viento, el de las estepas
    con las inundaciones, el del mar con apenas avanzar unos metros.
    Y esta lectura del
    cielo les permite ver una tierra plana
    inagotable para sus caballos o barcos. Hay que ir más
    allá (en América
    nace el Perú de birú, birú, más
    allá, más allá) donde algo encontraremos. Y
    en este ir descubriendo y conquistando, dejan atrás la
    relación con sus muertos y con su historia reflexionada.
    Son hombres míticos, de leyenda, impermeables a
    conocimientos que no sean los básicos. Traen consigo un
    micro religión (conceptos elementales), una
    legislación implacable (derecho positivo
    pactado para que la horda no se desordene) que no permite
    especulaciones y un deseo que llega a confundir los espacios de
    la ida y de la muerte. Su
    espacio vital es hasta donde sus ojos ven. Su lucha, hasta
    más allá de lo que sus ojos han mirado. Por esta
    razón son intolerantes, es que no van a ceder sobre lo que
    presuponen. Y menos cuando su identidad crece en la medida en que
    avanzan. Son los héroes que vencen en territorios
    míticos para que nunca se racionalice su
    acción.

    2. A estos nómades devastadores, se oponen
    los hombres vegetales, aquellos que lograron la suerte de un
    valle propicio con agua y pastos,
    con peces y
    alimentos de
    fácil reproducción, y allí se detuvieron y
    construyeron. Su calidad de
    sedentarios les permite la creación de un grupo ordenado,
    con jerarquías e instituciones
    básicas que permitan la supervivencia y el desarrollo del
    colectivo. Estos hombres vegetales (que en el Génesis
    aparecen representados por Abel, en contraposición a
    Caín que es hórdico) actúan ya de manera
    política y
    su identidad se da en torno a una serie
    de presupuestos
    estudiados, explicados y pactados. Sus orígenes, nacidos
    de la reflexión, son más claros y están
    fortalecidos por la genealogía y las tradiciones que se
    comunican de generación en generación.
    También por la especulación en torno a sí
    mismos, lo que les permite acrecentar la idea de identidad
    nacional y política. Este
    colectivo "vegetal" está fortalecido y sus
    razones-nociones de realidad tienen raíces fuertes, lo que
    les demanda la
    estructuración de una defensa a fondo de lo creado. Viven
    la
    Organización, generan un pensamiento,
    ordenan y valoran el mundo que conocen. Y se defienden de las
    hordas que los atacan. Y esta defensa les dice que deben ampliar
    las fronteras para crearse unos cinturones de seguridad que
    permitan detener a los hombres del desierto antes de que lleguen
    a los límites donde ya se visualiza el orden alcanzado por
    la civilización (por la ciudad y las instituciones
    políticas). De esta manera el hombre
    vegetal, establecido en el orden, decide que sus límites
    deben ampliarse y que debe llevar su modelo a otras
    partes (la colonización) a fin de alejar a las hordas lo
    más allá posible. Entonces nace el imperio, el
    orden que avanza e impone unos criterios. Parodiando a Cayo Julio
    César, de una acción buena (la sociedad ordenada)
    ha nacido una acción mala (pero justificada en la defensa
    de unos principios de grupo), el imperialismo.
    Y así el espacio vital del hombre
    vegetal, al igual que el del hombre de la
    horda, se convierte en el mundo entero, acrecentando las ideas de
    honores, riquezas y placer.

    3. El espacio vital sería aquel territorio
    necesario para que un colectivo se desarrolle económica y
    políticamente y, resueltos los contenidos de una sociedad civil,
    alcance el derecho a la pereza que, en palabras de Paul
    Lafargué, no sería otra cosa que la
    liberación del trabajo (que sería realizado por las
    máquinas) y la adquisición de las dulzuras de la
    filosofía. Hombres teorizando mientras los campos y los
    bienes crecen.
    Una utopía, es cierto, pero último y gran
    imaginario de los pueblos que se enfrentan justificando su
    necesidad de espacio vital. Todo lo hacemos por los hijos, para
    que la nueva generación no sufra lo que han sufrido las
    anteriores, decimos. Y de esta manera legitimamos el derecho a la
    lucha, al avance, al expolio y al dominio sobre el
    otro. Todo fundamentado en un espacio vital que se define en lo
    político-etico, pero que logrado hay que defender y, para
    la defensa, se hace necesario ampliar los límites
    alcanzados a cómo de lugar para crear fronteras seguras,
    es decir, espacios que no permitan que otros lleguen a deformar
    lo creado, lo institucionalizado. Una forma moderna de lo antes
    dicho serían las visas, arma legal que los países
    desarrollados utilizan para alejar a los nuevos bárbaros:
    los inmigrantes. También lo son las expulsiones, los
    sitios seguros
    (cárceles, manicomios etc), las deudas
    externas…

    El cuerpo como espacio
    vital.

    El grupo humano que se desplaza es la horda,
    dirigida por un hombre fuerte
    capaz de comer parte de sus enemigos para demostrar su ferocidad.
    Hoy sabemos que los vikingos bebían en los cráneos
    de sus enemigos y que una de las formas más claras de
    canibalismo entre grupos africanos
    y americanos consistía en comer parte de las
    vísceras de un enemigo, en especial el hígado o el
    corazón
    de un guerrero destacado, para ganar su fuerza y
    valentía. Y algo similar se sospecha de los hombres de la
    Babilonia inicial y en los Celtas, en cuyas descripciones de vida
    se fundamentarían los hombres medioevales para crearse una
    idea del demonio, bestia nefanda y depredadora, poseedora de la
    pestilencia y la confusión. De hecho, en la misma Divina
    Comedia, Dante coloca a Belcebú en calidad de
    caníbal: este señor de los demonios tiene por
    encargo morder eternamente las carnes de Judas, castigando
    así la traición del apóstol pelirrojo
    (¿celta?). ¿Reminiscencias de la idea de
    canibalismo que acreditarían los bárbaros,
    herederos de la antigua religión? Así
    mismo, en la Biblia, por ejemplo, se prohiben los sacrificios
    humanos (¿habría que comer parte del sacrificado?)
    y para reafirmar esta prohibición se habla del sacrificio
    de Isaac donde Dios es el único dueño del cuerpo. Y
    para acreditar su soberanía sobre la carne humana, exige la
    circuncisión como pacto. De igual manera convierte a
    Abraham en carne de pueblos y en pastor de rebaños. Desde
    ese momento se alimentarán de carne animal. Ya en los
    libros de
    Moisés, se habla de comer animales
    debidamente domesticados y quedan prohibidos todos aquellos que
    podrían llevar a formas de degeneración y, por lo
    tanto, al ritual caníbal. Los mitos griegos
    hablan de Cronos que devoraba a sus propios hijos. Y si bien el
    símil del tiempo con la vida es válido,
    también lo es que legitima los actos caníbales
    sumerios, traídos con las leyendas
    llegadas por el hiperbóreo.

    Ahora, el temor a ser comido o lleva a que las
    hordas vivan asustadas y por esta razón, quizás,
    sacrifican vidas a los dioses devoradores. Así se
    adelantan al reclamo de las divinidades y al mismo tiempo los
    guerreros se nutren de su propia carne, de la más joven,
    para asistir fortalecidos a la batalla. Con base en los presupuestos
    anteriores, nos encontramos con que parte del espacio vital por
    conquistar, además del agua y los
    alimentos
    comunes, era el cuerpo del otro. De aquí que todas las
    historias iniciales de los pueblos hablen de un enemigo que
    devora carne humana. Para Aquiles era el cíclope, para
    Simbad eran los hombres de las islas, para la cristiandad los
    bárbaros (como aconteció con la idea que
    León I tuvo de Atila), para los romanos los que estaban
    más allá de las fronteras del imperio, para los
    israelitas los adoradores de Baal etc. Cuidar el cuerpo contra
    los dientes del enemigo o del mismo gobernante se
    convirtió en una necesidad apremiante. De aquí que
    la fabricación de armas de hierro y
    cobre tuviera
    la misma importancia que la fabricación de Armaduras. El
    cuerpo, pues, entró en conflicto en calidad de objeto
    a conquistar. Los griegos, en las olimpíadas, iniciaban
    los juegos
    levantando en una mano los testículos
    de un toro. Rememoración tanática de lo que
    acontecía en batalla con los
    caídos.

    En la actualidad, el cuerpo es usado por quienes
    detentan el poder como
    carne de cañón para resolver sus conflictos de
    poder. Los
    presidentes, los dictadores, los políticos, se apoderan de
    los cuerpos jóvenes y los alientan a la muerte, los
    motivan con discursos y
    los envían a mil enfrentamientos. De alguna manera los
    devoran. Y cuando ganan la batalla, son los grandes los que se
    felicitan. Cuando la pierden, buscan fundirse en la masa vencida
    para evadir responsabilidades. Como anota Arturo Pérez
    Reverte, nunca hay reconocimiento para fiel
    infantería.

    Pero no sólo es un espacio vital en el
    cuerpo del otro que va a la batalla. También notamos que
    se busca un espacio vital en lo que el otro luce, en la forma
    como se ve el otro, en los espacios sociales que el cuerpo del
    otro ocupa en términos de jerarquización. Con base
    en lo anterior asistimos a un deseo particular de espacio vital ,
    al deseo de ser más que el otro a través del cuerpo
    y de los sitios que ese cuerpo puede habitar. Esto ha generado lo
    que llamaría un sentimiento de pobreza (que es
    peor que la pobreza)
    porque el otro no se reconoce en su identidad sino en los valores
    que compara consigo mismo, es decir, se ve en el deseo del cuerpo
    del otro y no en las posibilidades de su propio cuerpo. Ahora,
    cuando el espacio vital planteado a través de la
    comparación no se logra porque la imposibilidad
    económica o política no lo
    permiten, se retorna al cuerpo desnudo, al que es capaz de retar
    a la vida a la vez que ejerce la ferocidad animal,
    carnívora. Esto, quizás, podría dar luces
    sobre los movimientos satánicos, que están
    conformados por grupos que, al
    verse impedidos de ejercer el cuerpo como espacio vital
    identitario, asumen el cuerpo inicial, el del hombre de la horda
    que todo lo definía en torno a la ferocidad.
    Carecía de cuerpo, estaba conformado por la ira generada
    por una supervivencia cada día más difícil.
    Perdido el espacio del cuerpo, la rebelión es de esperar
    Pero no una rebelión en términos políticos o
    económicos, sino una rebelión contra lo que hace
    sufrir, contra lo que carece de espacio.

    La tierra y el
    agua.

    Además del cuerpo, signo del espacio vital
    traducido en vida totémica (canibalismo) o en esclavitud
    (trabajo duro, sistematizado y obligado para que otros ejercieran
    mejor el cuerpo), estaban los ríos y los pastizales:
    la tierra y
    el agua. Quien
    tenía agua,
    tenía pastos y al haber verde abundarían los
    animales. Se
    sabe que las grandes culturas se han hecho a las orillas del agua
    dulce. Egipto y el
    Nilo, Babilonia y el Eufrates, Roma y el Tiber,
    Los germanos y el Rhin etc. Pero no fueron hombres apacibles y
    vegetales los que crearon estas culturas sino ejércitos
    feroces que defendían a muerte los
    territorios conquistados. Y que en los tiempos de sequía
    avanzaban hacia otros territorios dispuestos a las mayores
    barbaridades. La historia del hombre, antes que definirla por la
    lucha de clases (que viene a ser un concepto de la
    modernidad y
    exclusivamente ciudadano o al menos civilizatorio), la
    definiría por el avance de los ejércitos. Los
    hombres han avanzado sobre el mundo empujados por el afán
    de resolver sus necesidades vitales y por una idea
    cosmogónica que les legitima el avance. El avance y el
    enclave, que una vez detenido el ejército en un territorio
    que le permite reorganizarse, lo conquistado a través e la
    guerra
    comienza a convertirse en una entidad política: el fuerte,
    las alcazabas, los sitios amurallados. A partir de ahí
    vendrán los palacios, los edificios que ocuparán
    las instituciones, las casas y los espacios públicos etc,
    o sea, el ejercicio de lo político mediante el
    reconocimiento de derechos y la
    discusión en el foro.

    En términos éticos, ni la tierra ni
    el agua ni el
    aire pueden ser
    de nadie. Estos tres elementos son básicos para nuestra
    vida como seres orgánicos. La vida, tal como la conocemos,
    depende del agua. Por esto el ruido
    noticioso cuando encuentran agua o rastros de agua en
    algún satélite o en cualquier planeta. Requerimos
    de estos tres elementos imposibles de fabricar y reproducir para
    determinar la realidad del espacio vital común a todos los
    colectivos. Y sólo pertenece al hombre lo que construye
    allí: las ciudades, los caravansaris, los barcos, los
    puentes, los acueductos. Los inicios de la historia escrita nos
    hablan de ciudades no de fronteras reales ni imaginarias. Nos
    hablan de construcciones definidas y nombradas donde el hombre
    crea civilización: Babilonia, Atenas, Jerusalén,
    Roma…el resto
    de la tierra era
    una especie de ejido donde los rebaños y los sembrados se
    daban para sustento de la comunidad. Claro
    que el ejido hay que defenderlo. Y cuando la defensa es a
    muerte, a los
    defensores (o a los invasores victoriosos) se les paga con unos
    derechos sobre un
    trozo de tierra
    determinado. Derechos que claudicaban en
    un término de tiempo. Cayo Julio Cesar, por ejemplo,
    pagaba a sus soldados con lo mejor de la tierra (con
    sal, de ahí viene la palabra salario) para que
    negociaran con ello. Luego les pagó con la tierra misma y
    lo que es escaso en la tierra: oro. Y
    en ese momento, en el que los hombres se adueñan de la
    tierra y lo que es difícil de producir o encontrar en
    ella, el espacio vital buscado (el agua, los
    pastos) cobra otro significado. Los ejércitos no van ya
    sólo por un espacio para sobrevivir sino por los logros
    que se han creado en ese espacio al que van. Se legitima la paga
    del soldado (el pillaje) y luego la patente de corso (el pillaje
    de los piratas). Ya la lucha en términos de bienes
    necesarios (el territorio con ventajas comparativas que permitan
    un mejor desarrollo del
    colectivo), y de aquellos que políticamente generan
    honores: los bienes
    fabricados, que aseguran una mayor vitalidad dentro del
    territorio conquistado. En un comienzo los bienes tienen
    calidad de fetiche (los lucen los vencedores), pero luego se
    convierten en elementos para el desarrollo de la colectividad que
    encuentra en ellos una mejor manera de sobrevivir, ya en
    términos económicos (inicios de
    industrializacíon) como políticos (cuando se
    adquiere el
    conocimiento y la información se utiliza como forma de
    poder). Los
    señores feudales buscaron el gran talismán, el
    grial, que les diera ya un poder absoluto
    sobre tierras, siervos y enemigos. Y en buena medida esto
    justificó la demencia de las cruzadas, que también
    sirvieron para que los señores feudales sacaran a los
    indeseables de sus tierras, es decir, a los que no tenían
    cómo responder a las cargas impositivas o a su presencia
    activa en los ejércitos: los pobres y los enfermos o
    deformes. Los sacaron con la promesa de riquezas y honores,
    también de placeres indescriptibles habidos en otras
    tierras y en otras aguas. No es de extrañar que en la
    edad media se
    criara la imaginación de occidente, tanta era la pobreza y el
    miedo a que la tierra se estaba acabando, achiquitando,
    comprimiéndose para dar cabida sólo a los escogidos
    por los dioses y las walkirias. Ir por las riquezas del turco,
    por los honores al lado del rey, si había suerte. O a la
    gloria del cielo, si estaba escrito que debían morir. De
    todas maneras, se había planteado una nueva
    espacialidad.

    La tierra cultivable y el agua (hoy
    incluiríamos el aire), establecen
    la lucha por el espacio vital. Pero a estos elementos hay que
    agregarle los logros de la civilización, que
    también se convierten en espacio de supervivencia. Esto
    nos aclara aquello de que quien pierde una guerra la paga con
    trabajo, ciencia y
    pensamiento a
    favor del vencedor. Cuando los nazis y los japoneses pierden
    la segunda guerra
    mundial (1939-45), los vencedores se reparten los
    científicos, los inventos y los
    estudios e investigaciones
    de los vencidos. Con el plan Marshall,
    los aliados reactivan los bienes de capital y las
    infraestructuras para aprovechar la fuerza
    laboral de los
    países derrotados. De igual manera, también a
    través de préstamos, aprovecharon a los
    países que quisieron parecerse a los vencedores. La
    sumisión es una forma de derrota. Y se paga. Desde los
    tiempos de Roma, los
    reyezuelos pagaron unas cargas impositivas importantes para ser
    protegidos por las centurias imperiales. Protección que no
    era otra cosa que pagar para no ser invadidos. O para no ser
    olvidados por los logros de la
    civilización.

    A lo largo de la historia, la ética ha
    nacido no de una reflexión individual sino como resultante
    de la creación de una moral, de un
    comportamiento
    frente y entre los idénticos. Las grandes revoluciones, la
    Francesa y la Norteamericana, plantearon unos principios de
    comportamiento, unos deberes y unos derechos. Y se pactó
    con la nueva moralidad para dar inicio a una sociedad mejor y
    más justa. Con base en Hobbes (amigo
    enemigo) y Rousseau
    (contrato social),
    en Locke (lo que es propio al hombre) y en Spinoza (la tolerancia), se
    determinó una idea de sociedad civil.
    Sociedad fundamentada en un Estado, es
    decir, en una forma regida por leyes
    susceptibles de todo control a fin de
    evitar el caos. El Estado,
    como pacto, la legislación como forma de mantener lo
    pactado. Y con base en estos principios de igualdad
    (aparece el ciudadano total, no el griego que sólo era
    aquel que era hombre libre de nacimiento), se establecen unos
    principios éticos y filosóficos, es decir, una
    manera de pensar y comportarse delante de las distintas variables que
    planteara el entorno y el individuo. Principios básicos
    establecidos por los vencedores, por aquellos que habían
    carecido de un espacio vital completo de acuerdo con el modelo
    reflexionado y aceptado como bien mayor, donde se planteaban unos
    elementos etico-primarios que mantienen vigente la óptima
    vida del hombre en la tierra y haciendo uso del agua, de los
    bienes producidos por el
    conocimiento y del libre ejercicio de la identidad (la
    tolerancia).
    Principios óptimos para los vencedores, pero nocivos para
    los vencidos que así vieron reducida su espacialidad.
    Vencedores que fueron más y estuvieron mejor armados. De
    aquí la copla aquella de "Y vinieron los sarracenos y nos
    molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son
    más que los buenos"…

    La discusión ética
    sobre los elementos básicos se da en que la tierra,
    el agua y el
    aire no son de
    nadie. Pero me atrevo a pensar que no son de nadie que haya sido
    vencido. Son los vencedores quienes se apropian de ellos
    dándole un uso de cambio, muy
    caro por cierto, para así ejercer su forma de dominio. Aclaro
    que en términos éticos, la tierra construida
    (sembrada, productiva, transformada en vivienda, pagadora de los
    impuestos
    debidos etc) es del constructor. Así como la
    tubería y el tratamiento que lleva el agua deben ser
    cobrados por aquel que presta el servicio. Son
    suyos los medios de uso,
    no el objeto usado. Sin embargo, la historia nos cuenta que los
    vencedores se apoderan de los elementos básicos y los
    hacen suyos en calidad de espacio vital. Y, como resultante, se
    genera un conflicto donde los organismos que no tienen acceso a
    ese espacio harán todo lo posible por volver a
    conquistarlo. Es que en ellos les va la vida y la
    legitimación de sus principios morales.

    Acotación:………………………………………………………………………………………………….

    En América
    Latina, donde desde Pizarro (que midió sus posesiones
    a ojo, llegando a tener tantas y de tal magnitud que le fue
    imposible recorrerlas en vida) y Almagro (que llegó
    atraído por el Perú ya no encontró nada para
    repartir entre sus hombres) se ha dado una lucha cruenta por la
    tierra. La historia nos habla de invasores e invadidos, de
    desplazados y desplazadores. Muchas batallas por la tierra, por
    la identidad, por la idea de una concepción del Estado. Y
    mientras se da esta lucha, cada vez terminada, cada vez
    reiniciada porque los condenados de la tierra se rebelan y van
    por su parte (y algunos lo logran después de pactar
    indultos), no existe una ética
    clara sobre los elementos y su uso. La politiquería y los
    intereses privados han superado la idea política, no
    discutiéndola sino destruyéndola. Frente a las
    ideas las armas, frente a
    la lógica
    las pistolas, delante de la razón la sinrazón, la
    demencia y la desmesura fundamentado en un ejercicio
    mítico: el derecho otorgado por los dioses, por los
    señores de la tierra (guerreros), por la ilegitimidad de
    los habitantes, lo que justifica la invasión. Dioses,
    señores e ilegitimidades a las que se recurre en busca de
    poder y no de ética ni de moral. Desde
    este punto de vista, no sería válido todavía
    analizar, entre nosotros, aquello que todavía no existe:
    un uso de la tierra y el agua acorde con los estatutos e
    instituciones de una real sociedad civil
    pactada. De alguna manera continuamos en guerra desde el siglo 16
    hasta hoy. Y donde hay guerra, los principios éticos
    desaparecen, al igual que los principios básicos de
    Estado.

    Si existe una moralidad institucional, es decir
    una real concepción del Estado que ve
    en el ejercicio democrático cierto (no en la
    democratería, que sólo admite elecciones pero no
    una participación política efectiva), la
    posibilidad de no recurrir a la violencia
    legal , el uso ético de los elementos tierra agua
    sería un factor de desarrollo. Pero en
    Latinoamérica el Estado es
    inmoral (llegando a legitimar la corrupción) y las clases intelectuales,
    desesperadas frente a esta inmoralidad sostenida por aparatos
    represivos, se vuelven amorales y se quedan en discusiones ajenas
    a su entorno, evidenciando un coloniaje amplio de pensamiento. Y
    una gran dependencia ideológica de la
    metrópoli.

    …………………………………………………………………………………………………………………

    El espacio vital y la idea de
    pecado.

    El hombre diferencia su espacio de otros en
    términos de moral.
    Podría aseverar (y esto hace parte de la discusión)
    que el espacio vital no es otra cosa que el espacio moral que se
    plantea una comunidad
    política, no en términos de Estado sino de
    apreciación del contexto en el que vive. Y en esa
    moralidad, establecida a través del ejercicio del
    inconsciente colectivo y la tradición oral, asimilada en
    la casa propia, en la de los familiares, en la de los vecinos y
    en los primeros años de escolaridad, es donde se visualiza
    el espacio necesario para ejercer la dignidad de vivir. Y es bajo
    esta óptica
    donde entra a definirse lo pecaminoso, entendiendo como pecado
    aquella acción que va contra la costumbre determinada. O
    que es desconocida dentro de la moral y,
    por lo tanto peligrosa y atentadora contra los valores
    establecidos por la colectividad.

    Como he planteado, las culturas se definen en
    calidad de escogidas, centros únicos, ombligos. Y quienes
    no hacen parte de esa cultura,
    serían los desamparados, aquellos sobre los que no pesa
    una protección divina determinada o de un dios con
    categoría de primero y único. Esos, los
    desamparados, serían los pecadores, los que se hace
    necesario ver mal para mantenerlos en línea. A lo largo de
    la historia, los pecadores aparecen en la misma colectividad. Son
    los que se oponen al sistema, los que
    cuestionan, los que son diferentes. Pecan, se los señala,
    se les hace un juicio y se les impone una pena. Si la cumplen, el
    pecado queda sin efecto. Si persisten en el pecado, se los
    expulsa de la comunidad. Estos
    casos los ilustra la Biblia desde el principio (caso de
    Adán y Eva), la expulsión de los judíos de
    España
    (de aquellos que no se quisieron convertir), la
    Inquisición; la expulsión de la sinagoga de Baruj
    Spinoza, Uriel D`Acosta y Juan del Prado; los anatemas de la
    Iglesia, las
    penas de destierro, el archipiélago de Gulag y "los
    manicomios", la cancelación de los derechos civiles y las
    listas negras en U.S.A. etc. Como puede apreciarse, han sido
    muchos y variados los sistemas para
    castigar y señalar a un pecador. Pero ellos (los pecadores
    endógenos, a los que les asiste el derecho a la defensa)
    no son como los pecadores exógenos, que son peores y
    necesario combatir a sangre y fuego
    porque han sido clasificados como bárbaros, como infieles,
    como paganos. El pecado de los desamparados es atroz, por eso
    encarnan las ideas del demonio. Y como son el diablo, la
    comunidad legitima la guerra contra ellos. Desde Roma hasta
    Goebbeles, el pecado de los desamparados está representado
    por la diferencia. Las tropas de los césares luchaban
    contra gentes deformes en términos míticos: gentes
    de un solo ojo, de enormes colmillos, sin cabeza, con pies
    enormes que les servían de sombrilla etc., de esa manera
    sus batallas eran heróicas Toda esta imaginería de
    la deformidad estuvo presente en la literatura medioeval y
    renacentista (el Libro de las
    Maravillas, los textos de Pigaffeta, algunos extractos del
    libro de Marco
    Polo, entre otros) y llegó a su cúlmen con la
    propaganda
    nazi, donde a los judíos, a los gitanos y a los
    homosexuales se los mostraba como seres completamente degenerados
    y enfermos. Y claro, estas imágenes
    de la pestilencia y el pecado, lograron que el pueblo
    alemán justificara el exterminio de estos
    colectivos.

    A través de la idea de pecado y de la lucha
    necesaria contra los pecadores (representados en la diferencia,
    como sucede con el latinoamericano feo), el espacio vital de una
    comunidad se amplía justificando la invasión: in
    contra el malo, sacarlo de sus tierras, borrarlo para que no se
    multiplique, todo esto en nombre de unos principios comunitarios
    que sólo entiende como bueno lo idéntico y como
    malo lo diferente. Y es "obvio" le acaecen más cosas
    atroces a "consecuencia" de su actividad pecaminosa. Sobre ellos
    recae el castigo de la divinidad y, por extensión, la del
    hombre. Basta ver lo que sucede con los enfermos de Sida y aquellos
    que carecen de un techo y un reconocimiento social (los
    "desechables", como cruelmente e intolerantemente se los
    demomina). Desechables que están en el rango de los nuevos
    bárbaros: pobres absolutos, drogadictos, inmigrantes,
    enfermos mentales…

    Los puros contra los impuros, de aquí que
    con relación a estos últimos se acuñen
    términos como limpieza y se justifiquen estas acciones como
    necesarias para que la comunidad que limpia reafirme su
    identidad. El caso de ku-klux-klan es bien ilustrativo. La raza
    blanca, libre de pecado, contra los hombres negros,
    representantes del diablo. Cuando la cruz arde, son los hombres
    del clan quienes se purifican.

    El espacio vital
    nacional.

    Hasta nuestros días, cuando ya el concepto de
    nación hay que revisarlo porque muchas de sus premisas
    iniciales ya no se cumplen, la nación de definía
    como el espacio propio de una similitud racial, una religión e historia
    comunes, una misma lengua y un
    mismo gobierno. Con
    base en estos principios se establecía la condición
    nacional. Pero ya los nacionales no son los idénticos sino
    los que tienen unos mismos derechos frente al estado. Son los
    ciudadanos y las instituciones que los representan. Multiplicidad
    de razas (en varios casos legitimadas con el mestizaje) conforman
    una nación, al igual que variedad de religiones. Sin embargo, las
    lenguas distintas dentro de una entidad nacional no están
    legitimadas, dado que las lenguas resultan siendo el soporte de
    las culturas y el elemento diferenciador (significados propios)
    por excelencia (los enfrentamientos entre Itus y Tutsis, grupos
    negros, lo confirman: sus lenguas son diferentes. Como son
    distintas las lenguas de los castellanos y los vascos, las de los
    catalanes y los gallegos, las de los bosnios y los servios –
    enfrentados a través de lenguas religiosas- etc). Las
    lenguas construyen el
    conocimiento y el espacio vital nacional.

    En primera instancia la lengua es
    clánica (nominadora de objetos, sujetos y valores) y es
    a través de ella como se crea el mytos y el logos, o sea
    los principios religiosos y las razones del clan, que no son otra
    cosa que la visualización y justificación del
    espacio vital. La lengua es la
    que permite la nominación y el significado primario (la
    definición). La filosofía, además de un
    ejercicio del pensamiento,
    es una muestra
    inteligente del lenguaje. Es
    la palabra que crece, que define en otras instancias, que
    significa, racionaliza y compara. Y al significar, racionalizar y
    comparar, define la territorialidad de un colectivo. Y el
    nacimiento del conflicto, que nace del enfrentamiento entre
    significados y definiciones. La nación es una suma de
    valores
    construidos mediante un lenguaje. Y en
    esos valores está la religión, la
    historia, el pensamiento.
    Incluso, dentro de una misma lengua madre,
    se dan diferentes lenguajes (jergas, dialectos: lunfardo,
    espanglish) o anexos a las lenguas o lenguas secundarias (un
    islámico bosnio lee su religión en alifato,
    un judío español recurre a sus ritos en hebreo, un
    latino en los Estados Unidos
    habla inglés
    en la calle y castellano en la
    casa o en su calle y lugares de reunión de
    barrio).

    La lengua habla
    de los elementos que conforman la identidad y la nacionalidad. Y
    por extensión el espacio vital necesario para que esa
    nación se integre en instituciones políticas
    y en conocimiento
    común, o sea, en todo lo tocante a su concepción de
    verdad. La nación es una verdad común de la que se
    habla y se escribe, en la que se aprende y determinan diferencias
    con el otro: pertenecer a una raza superior, a una
    religión verdadera, a un pueblo elegido. Estas diferencias
    son bidireccionales, pues un colectivo las asume como propias y
    el otro se las acepta (coloniaje cultural) o se las combate como
    reacción de dos verdades encontradas: pasa en el caso de
    las subcomunidades (los campesinos frente a los citadinos. La
    lengua, también, establece palabras para despreciar y
    burlar al otro, para situarlo en condición de inferior
    (payos, goim, infieles, paganos, indios, negros, charnegos,
    sudacas, brutos etc). Y sobre la condición de inferioridad
    del otro, que ya es parte de la percepción
    nominada con el lenguaje,
    se limita el ingreso a la nacionalidad. Y a la partición
    debida de los bienes (en la idea de lo debido se mantiene latente
    el conflicto).

    Sin embargo, es también en el lenguaje
    donde es posible crear la base de la tolerancia. El
    ejercicio del diálogo, este situar palabras sobre la mesa
    buscando puntos en común, amplia el espacio vital
    nacional, no en términos de extensión sino de real
    crecimiento y progreso. Porque no se trata de adquirir espacio
    vital sino de poner a producir el que se tiene. No es el desierto
    seco (con sus violencias) el que avanza y crece sino el desierto
    que se siembra. De hecho, las naciones no son sujeto de espacio
    sino de uso del espacio. Y el espacio vital es entendible bajo
    supuestos de civilización, entendiendo por civilizado el
    individuo que reflexiona y tolera, que pacta y logra del pacto un
    bienestar común. Pero estos supuestos de
    civilización, fundamentados en el lenguaje y
    el
    conocimiento que éste encierre, siguen enmarcados
    dentro de la utopía Frente a lo que vemos hoy, pareciera
    que el lenguaje
    siguiera nominando y definiendo objetos de supervivencia y de
    guerra. Y al otro en calidad de enemigo (los nuevos
    bárbaros, "identificados" a través de la fealdad –
    que es un subjetivismo- en el cuerpo y en el traje), enemigo que
    se caracteriza porque es pobre y no carga consigo algo escaso
    para intercambiar y que representa aquello a lo que tememos:
    la
    muerte.

    Acotación:…………………………………………………………………………………………………
    En América
    Latina la formación de la nación todavía
    está en proceso. Por
    esta razón asistimos a un espacio vital entendido en la
    búsqueda de espacio físico que asegure una tenencia
    de la tierra y unas fronteras seguras contra aquellos que han
    sido desplazados de sus territorios iniciales. Es espacio vital
    para aplicar la violencia
    legal (la del Estado a favor de unos pocos económicamente
    estables) al inferior económico. Es conflicto sobre el que
    se legisla y no se cumple. El lenguaje en
    Latinoamérica es retórico y críptico, como
    lo fue en España
    hasta franco. Lenguaje que
    permite todas las interpretaciones posibles y, por lo tanto,
    todas las violentaciones. No hay ley, existe una
    interpretación legal que se opone a lo que es justo
    .

    …………………………………………………………………………………………………………………

    El espacio vital social.

    Los seres humanos hemos construido sociedades
    para lograr entendernos y entender lo que nos rodea. Y estas
    sociedades
    crecen mediante el debate (la
    discusión política), los deberes pactados y los
    derechos resultantes de ese cumplimiento. La sociedad es lo que
    nos hace socios, partícipes y actuantes. También lo
    que permite delinear un futuro colectivo. Las sociedades,
    entonces, para poder funciona, establecen la ley, aquellas
    normas
    precisas (y pactadas como buenas) que definen la calidad del
    comportamiento
    dentro el entorno social. La ley establece las jerarquías,
    las instituciones y las acciones
    (previo conocimiento y
    entrenamiento)
    posibles para una optimización del espacio vital
    construido: la sociedad, entendida a través de sus pactos
    (sociedad
    civil), de sus ritos (comportamiento
    vico – para sostener la imagen de la
    sociedad y generar identidad- y urbanidad: comportamiento ritual
    con el otro) y de sus logros. Podríamos decir entonces que
    en el principio social fue la ley, la norma, nacida de unas
    creencias comunes (de no haber sido así no se hubiera
    podido pactar) y de unos intereses que delineaban progreso para
    todo el colectivo.

    Pero esa ley, en lugar de ser el fiel de la
    balanza, se convirtió en paradigma. Y
    que cada vez que se revisa, siempre llega tarde a la realidad que
    acontece. Es que actúa sobre lo conocido y no sobre lo que
    acontecerá. La ley no prevé que las costumbres son
    mutantes, que la moral
    varía (o témpora o mores) y al presentarse
    estos cambios la ley deja su condición de línea
    rectora para convertirse en objeto de represión bajo la
    excusa de salvaguardar las costumbres. Costumbres que
    varían y enfrentan espacios vitales sociales: lucha de
    clases, violación de la ley, ruptura ética.
    Parodiando a Rousseau,
    podría decir que el hombre nace bueno, pero la estaticidad
    de la ley lo corrompe. Y lo corrompe porque su espacio vital no
    crece y entonces hay un ahogo y, como consecuencia, una salida
    violenta.

    La ciudad, símbolo y construcción de
    la sociedad, se ha tenido siempre como un espacio de
    protección. Ya en la antigüedad, los hombres se
    refugiaban en las ciudades. Entraban allí y se ajustaban a
    unos deberes (comportamiento, pagos de impuestos) y a
    cambio
    recibían la protección del señor de la
    ciudad, afincado en un castillo elevado desde donde lo
    podía dominar todo. Un todo era fácil de controlar
    dentro de la muralla y desde las torres y las almenas. Pero
    cuando la ciudad pierde su demarcación física, cuando
    comienza a girar alrededor de una plaza (como en el caso de las
    ciudades latinas, donde la ciudad crece alejándose del
    poder central o se extiende siguiendo una calle (la ciudad
    sajona, en la que sucede algo similar a la ciudad latina), el
    control se hace
    más difícil. En la ciudad primera comienzan a
    construirse otras micro-ciudades, pero no aisladas de la ciudad
    inicial sino creadas dentro de ellas. Esta unidades culturales
    (no subculturas, como la intolerancia ha querido denominarlas),
    se definen en condiciones sociales (clases), de oficios
    (actividades industriales y comerciales), religiosas etc. y,
    aunque hacen parte de la nacionalidad, tienden a separarse de
    ella por su ejercicio de costumbres. La ley comienza a no ser
    para todos, ya por desconocimiento de la ley (no hay presencia de
    ella) o porque la ley desconoce las nuevas entidades sociales y
    no actúa debidamente sobre ellas. O actúa dando lo
    que en principio es básico (servicios
    públicos, permisos de establecimiento), pero no
    permitiendo que se avance para que eso básico se sostenga
    y sea la base para el progreso de lo social (La educación se detiene,
    las posibilidades de trabajo disminuyen, la protección
    buscada cada vez es más escasa, el ejercicio del poder
    más violento etc).

    ¿Por qué se viola la ley?
    ¿Por inconformidad?, ¿porque lo legal no es lo
    justo? ¿Por qué el Estado
    miente y destruye la moral con
    sus actuaciones? Creo que la ley se violenta por enfermedad (en
    el caso de los criminales natos), por iras mal contenidas (una
    pelea, unos celos), por desesperación (no hubo otra
    alternativa), por variadas situaciones se enfrenta un sujeto con
    la ley (aquello de que la ocasión hace al ladrón
    etc.) Pero, en el caso de conflicto, la ley se viola por estado
    de pobreza y
    desamparo, por agresión de las instituciones del Estado y
    la sociedad establecida como legal y que atenta contra el
    individuo. Y lo que es peor, por sentimiento de pobreza, lo que
    hace ver peor la situación vivida. Aclaro: la pobreza es la
    carencia, el sentimiento de pobreza es saber
    que uso pocos mal utilizan lo que por derecho me pertenece y
    ahora me hace falta: el espacio, los alimentos, el
    descanso, la libertad, el
    ejercicio del cuerpo, la belleza. También nace el
    sentimiento de pobreza debido a
    la incapacidad que tiene la mayoría de acceder a la
    oferta cada
    vez más creciente de bienes materiales que
    trascienden lo básico y se fundamentan en deseos
    psicológicos cada vez más laberínticos y
    difíciles de satisfacer, y de sitios de honor. Antes de
    que la sociedad luciera los bienes en la calle (cosa que
    todavía no seda en el mundo islámico), el pobre
    superaba su pobreza en el momento en que se sentía con lo
    necesario básico. Y comenzaba su riqueza cuando agregaba
    algo de más a lo necesario: dos gallinas, tres sombreros,
    un pantalón de más, un par de monedas guardadas en
    un frasco. El pobre mismo medía su riqueza en la
    intimidad. Pero cuando ese pobre vio a otros que exageraban su
    riqueza, que lucían lo innecesario, que gastaban a manos
    llenas en escenarios nunca imaginados, el pobre asumió el
    sentimiento de pobreza, la burla a sus esfuerzos, a su trabajo, a
    sus sueños. Y se sintió más pobre de lo que
    en realidad era. Entonces nació la ira y la
    frustración. Y la violentación de la ley. Cuando
    Trotsky asegura que el estado no
    es otra cosa que el ejercicio desmesurado y legal de la violencia, su
    posición nace de lo visto en la Rusia de los zares, de los
    visto en Europa, de lo
    visto en México.
    Los poderosos desfilando por las calles para demostrar su poder
    y, así, sembrar un sentimiento desmesurado de pobreza: la
    humillación.

    En la sociedad primaria conformada por principios
    básicos, éstos comienzan a resquebrajarse cuando se
    hace ostentación de la riqueza y de un poder que recuerre
    cada vez más a la mentira. Al ser testigos de la riqueza
    lucida, se cuestiona la ética de los que ostentan, la
    moralidad (¿dónde queda la austeridad pactada para
    tener siempre existencias comunitarias?), el ejercicio del poder.
    Ya no es el héroe, es el dueño de los bienes de
    capital o el
    político corrupto que se ha nutrido de las arcas comunes.
    Y si bien el hombre pobre, que es el más común y
    numeroso en la sociedad (esa es la fuerza
    productiva), se refugia en la religión o en sus micro
    unidades culturales, evitando en lo posible asistir al desfile de
    la ostentación, al final termina teniéndola en la
    nariz. Ya no es el rico quien la ostenta, ahora es su vecino que
    ha violado la ley y viene hasta él y luce los resultados
    de esa violentación. Nada tenía que perder y ha
    ganado. También la hija del vecino que permite que otros
    violen la ley en ella, violación que le permite
    ostentaciones. Y así muchos, ya en calidad de esclavos
    serviles, de renegados del grupo, de espías en el grupo.
    La micro unidad cultural, entonces, se reciente y trata de
    defenderse de los elementos exógenos que la agreden. Pero
    no es luchando contra los propios sino contra la causa prima, la
    otra sociedad, la que no le ha permitido la intimidad alegre del
    logro obtenido ni la belleza de la estética, la que le ha
    señalado como siervo y con la riqueza le demuestra que
    jamás podrá salir de ahí. Los grupos
    sociales altos, apoyados por la legalidad, ejercen el
    clasismo y el racismo,
    establecen la estética y sofistican la idea de placer. Y
    el marginal, responde con violación de la ley. Con
    conocimiento
    de esta situación, Rawls, en su propuesta de la justicia,
    propone como solución la equidad, es decir, unos
    principios igualitarios que acerquen a los hombres y no, como
    sucede hoy, los alejen. Alejamiento que se produce cuando
    aparecen la ostentación y el sentimiento de
    pobreza.

    Los miembros primarios de una sociedad, primero
    los patricios y luego los plebeyos arribistas, acaban generando
    un interés
    propio sobre los intereses colectivos: esto lo da el ejercicio
    del poder y el deseo de evadir deberes para sólo
    usufructuar derechos. Quién más goza de derechos,
    más poder representa. Y como para el ejercicio de un
    país de jáuja personal es
    necesario que los deberes los asuma otro, comienza la
    explotación social. Explotación que aprovecha los
    tiempos de escasez, cuando la mano de obra en oferta es
    mayor que la demanda, para
    establecer salarios
    mínimos y así obtener unos niveles de rentabilidad
    más altos para quienes contratan y reparten de acuerdo con
    los presupuestos
    legales. De esta manera, a más de trabajo, se logra
    diferenciar mucho más las micro unidades culturales. En
    este punto, la sociedad se divide en dos: la que ostenta la
    riqueza y las que asume de manera más cruda el sentimiento
    de pobreza. La ciudad poli-dividida, la sociedad desmoronada, el
    conflicto en orden. Y en contra del poder, que ven como un
    generador de males y no de bienes. Y este conflicto se convierte
    en lucha de clases, en resentimiento, en enfrentamiento de
    conocimientos, en diferencias de lenguaje, en
    ideas encontradas y dispuestas al combate, a la búsqueda
    de un espacio vital dentro del modelo social
    que en lugar de brindar oportunidades las
    quita..

    En las sociedades de
    los santos padres (los cuáqueros y otros similares), en el
    ghetto judío, en la Antioquia austera y en la ciudad
    islámica, la ostentación de la riqueza se llevaba a
    cabo al interior del hogar, lejos de las miradas de otros. De
    esta manera, el sentimiento de pobreza que pudiera recibir alguno
    en la calle era mínimo. Y ese otro, que no era agredido
    con la ostentación, se sentía en la posibilidad de
    crecer. Además, existía un lugar donde todos eran
    iguales: la sinagoga, la mezquita, el templo. Allí todos
    eran iguales y sociales. Carentes del sentimiento de pobreza, el
    orden tenía un sentido. Y hablo de orden en
    términos de construcción social, de reconocimiento
    en el otro y su trabajo. Pero esas fueron sociedades
    extrañas, fundadas de acuerdo con una ética con
    mano de hierro (muy
    similares en su funcionamiento a las sociedades maffiosi), muy
    distintas a la auto-estructuración social que habitamos
    hoy. Auto-estructuración, digo, ya que la sociedad actual
    se ha ido construyendo sobre interese propios y está
    cifrada en la diferencia y en la conflictividad, y en paradigmas
    legales y sociales que no se ajustan a la realidad de las micro
    unidades culturales que ya son parte de la nueva sangre social, de
    sus venas y arterias, de su cerebro. Las
    sociedades cambian en la medida en que los individuos aumentan.
    Ahora, si los que aumentan son los desprotegidos y los burlados,
    la sociedad inicial está en peligro. Claro que por ahora
    se defiende con la represión y los ejércitos
    privados. Pero, ¿y cuando aumenten los pobres en la
    puerta, señor conde? Que para acabar con todos no da el
    tiempo…

    Acotación:…………………………………………………………………………………………………

    La sociedad es el modelo de
    la familia y
    no como hasta ahora se había pregonado, que la familia era
    el modelo social. No lo es por la sencilla razón de que la
    vida ya no se logra al interior del hogar sino fuera de
    éste. No vivimos ya en casas que se auto abastecen, hoy es
    necesario salir a abastecerse afuera. Y afuera es la lucha y el
    conflicto, que unos lucen lo que otros ven con rabia. Y no es ira
    nacida de la envidia sino de la valoración de lo lucido,
    que a veces con el dinero que
    vale un solo evento social se lograría la solución
    esencial de los problemas
    básicos de un colectivo. Decía hace unos
    años Jaime Sanín Echeverri (hombre conservador y
    cristiano, burgués y con buena posición
    política) que la próxima revolución
    la iban a hacer los capitalistas. Con esta palabras quería
    decir: la base se tomará la cúpula, tanto la desea
    y tanto castigo por ostentación y legalidad ha recibido de
    ella. Y no se sabe qué pasara, porque los malos ejemplos
    cunden. Malos ejemplos para los que se niegan a aceptar las
    mutaciones que sufren las morales generales y las
    micro.

    El ejercicio del poder, cuando es desmesurado y no
    está debidamente auditado, comienza a desconocer los
    caminos éticos y morales pactados. Se miente y
    engaña desde el poder y lo político se vuelve
    politiquería. Y el concepto de lo
    equitativo se pierde, generando otro concepto de
    justicia.
    Planteado en otros términos, frente a la inmoralidad, lo
    justo se enfrenta lo legal. Y fundamentados en una justicia que
    acrecienta el poder de la sociedad y el del Estado, el pacto
    social se corrompe y se legitima lo inmoral (que es una forma
    criminal) y la amoralidad ( desconocimiento intelectual
    premeditado de la moralidad).

    …………………………………………………………………………………………………………………

    El hombre en conflicto:

    A. El problema básico del hombre
    moderno, su motor de
    conflicto, es la carencia de espacio vital para un debido
    desarrollo de su identidad y de una moralidad que le permita
    hacer de esta vida la mejor vida posible, no a través del
    almacenamiento
    desmesurado de bienes y dinero sino
    mediante un pacto que le asegure su condición de ser
    político, es decir, de poderse mover dentro de lo diverso
    obteniendo lo necesario y sin ser agredido moral ni
    legalmente. En otros términos, el hombre busca la
    legitimación de su libertad, no
    de manera anárquica ni de especulación, sino a
    través del conocimiento
    que le permita estar en la construcción de una verdad y en
    los cimientos de una moral. El hombre requiere, más que
    nunca, ser integrante de una nación que le asegure su
    condición de ser humano. Y no lo que vemos hoy, gente a la
    defensiva y al ataque.

    Y este conflicto de la modernidad (o de la
    posmodernidad,
    si se quiere) es un conflicto social y urbano. Lo rural, aunque
    en existe como clasificación geofísica, en
    términos políticos ya es una mera referencia de la
    historia. Aquella grandes sociedades rurales del siglo 19, ahora
    son extensiones de la urbe, de la civitas. Tendríamos que
    halar de lo rural-urbano. El mismo Estado, que es una
    concepción urbana, dirime sobre estos sectores desde la
    realidad ciudadana y no desde la realidad rural, obligando al
    campesino a ser un ciudadano atrasado, pues lo estatal le llega
    con criterios modernos sin que él (el campesino, el
    inmigrante) haya asumido la modernidad. Lo
    urbano implica actitudes y
    tiempos urbanos para el Estado y su
    gobierno, lo que
    lleva que no se gobierne sobre la totalidad (que maneja otros
    tiempos y otras espacialidades). Y esta urbanización de lo
    político (sobre todo en Latinoamérica) ha llevado a
    que se aplique la modernidad (lo
    nuevo en términos globales y de metrópolis
    desarrolladas) sin que se tenga un pensamiento actual ni una
    educación
    moderna que clarifique los nuevos conceptos o al menos la
    visión urbana del Estado. El método
    supera la aplicación. Y lo que es peor, como el método se
    ajusta a una casuística determinada y particular, cuando
    se aplica como fórmula global rebota. Es por esto que los
    conflictos
    siguen vivos y crecientes, porque son atacados con
    genéricos y no con tratamientos locales y acordes con la
    realidad.

    La concepción de un mundo urbano,
    cuando realmente las urbes siguen teniendo una buena cantidad de
    micro culturas campesinas o que se mantienen como tales porque
    las oportunidades soñadas no se dieron (frustración
    de los inmigrantes, casi todos provenientes de pequeñas
    aldeas, que al no lograr el objetivo de
    ser ciudadanos se refugian en su moral anterior), crea un
    enfrentamiento con la concepción de realidad que asume el
    Estado. Y genera violencia en
    la ciudad, porque la moralidad de lo rural-urbano (cifrada en
    buena parte en supervivencias) es muy diferente a la moralidad de
    lo urbano, donde la idea de progreso político y
    económico excluye a la mayoría. Y esta
    mayoría, para sobrevivir, viola la ley y genera violencia o
    costumbres permisivas que acabarán legitimando ciertas
    actitudes
    cuasi delincuenciales, como aquellas de la que "el vivo vive del
    bobo", lo que ya implica una permisividad que conduce al delito en calidad
    de acto cuasi- heróico. Visto desde otro ángulo,
    cuando el ejercicio urbano del poder excluye a un grupo (o lo
    detiene), la inteligencia
    práctica del excluido vuelve a los ejercicios primitivos
    de la caza. Y en esta cacería (lograr lo que se pueda)
    nace y se cría el conflicto. Nace y se cría con
    base en una nueva moralidad, no aceptada por el Estado, pero
    legitimada por la comunidad en la que se da.

    Ahora, en este mundo urbano, el ser humano se
    vuelve cada vez más anónimo y sus actos apenas si
    se reconocen. Es masa productiva, masa desempleada, masa
    deportiva, masa que se desplaza dentro de la urbe buscando
    empleos adicionales que le permita superar el sentimiento de
    pobreza. Y como el sentimiento se incrementa con las nuevas
    ofertas y ostentaciones, las frustraciones son mayores y el
    sentido de retaliación (resentimiento) social aumenta
    porque la idea de progreso, desvirtuada por las tendencias
    (paradigmas de
    moda: dinero
    fácil, reconocimiento fácil) que publicitan los
    medios de
    comunicación, minan la moralidad pactada de un
    progreso continuado y no nacido del azar (como los medios lo
    proponen: cantantes, futbolistas, artistas, argumentos de
    telenovelas etc). Y este exceso de información (no de conocimiento) para el
    consumo y
    legitimación del ocio de las clases poderosas, que se
    apoya en imaginarios ordinarios, es un ingrediente poderoso en la
    situación y ubicación del hombre en
    conflicto.

    Acotación:………………………………………………………………………………………………….

    La modernidad urbana
    de América
    latina, es una modernidad de
    papel y avisos
    luminosos. Esta modernidad, legitimada por la información natural (lo que exhibe delante
    de nosotros) dentro de nuestra propia casa o en el entorno
    cercano, nos muestra los
    paradigmas a
    seguir o al menos a desear; paradigmas la mayoría de las
    veces inmorales (como se aprecian en los telenoticieros,
    telenovelas y películas de violencia) y en algunos casos
    amorales (cuando no se sujetan a la realidad pactada que
    vivimos). En la urbe moderna latinoamericana, la
    civilización la estamos confundiendo con libertad de
    consumo, con
    honores altamente perecederos, con crecimiento de una
    minoría que ostenta el poder y la represión legal a
    favor. Ya la urbe no es un centro donde se accede al conocimiento
    (como lo era el siglo pasado), sino un centro donde se ofrecen
    cosas para comprar, sitios para visitar, gente con poder que ver.
    Y el sueño de un sitio donde trabajar, no se ve o requiere
    de ayuda especializada (clientelismo) para conseguirlo. Nuestras
    ciudades modernas dan miedo, para quien llega a ellas y para
    aquel que las habita. Son un sitio donde el espacio vital se
    reduce a la par que el poder se vuelve más ostentoso,
    mentiroso y represivo. Y como anotara Octavio paz,
    sólo crecen en miseria. Y en todos los conflictos que esta
    genera.

    …………………………………………………………………………………………………………………

    B. Pero el conflicto del hombre no es meramente
    urbano, aunque su espacio urbano es el que lo lleva a
    inmiscuirse en acciones conflictivas que, al crecer, se
    convierten en conflictos nacionales. Y para controlarlos, es bien
    sabido que la estrategia
    política utilizada (para resolver conflictos internos) es
    crear conflictos externos. Así, cuando la comunidad
    desunida y conflictiva ve que está siendo agredida desde
    el exterior, de inmediato se une, deja sus rencillas y asume el
    reordenamiento moral. De esta manera las tensiones internas se
    desplazan hacia el fantasma exógeno que la agrede. De esta
    forma, el Estado represor se convierte en Estado conductor. Y
    así asistimos a las guerras en el
    Medio oriente, en la Ex Yugoslavia y en África. Y a las
    que vendrán en nombre de los fundamentalismos religiosos y
    políticos, del agua (a medidos de este siglo era el
    petróleo), de la tierra y sus ventajas comparativas
    (recursos y
    reclamo de pago de deuda externa).
    Estas guerras, que
    comienzan siendo internas y nacidas a consecuencia del uso y
    propiedad de
    los bienes de capital (que
    son los que generan el empleo y la
    circulación de dinero), se
    trasladan al exterior y, en a agresión de una
    nación a otra, las frustraciones se subliman mediante el
    uso de las armas. El en otro
    nacional y agresor "justificado" (porque son ellos los que me
    quitan el trabajo,
    los que no me permiten vivir tranquilo, los que drogan a mis
    hijos etc), se combate al Estado. Pero no se le dispara a
    él sino a la proyección de él representada
    por y en el otro. Combatiendo al malo señalado, combato a
    mis temores y las acciones indebidas que el Estado tuvo para
    conmigo. Esto en el caso de que el estado logre liderar la
    acción hacia el exterior, que donde esto no se logre, la
    acción se torna anárquica y revolucionaria (como
    aconteció en la Rusia de 1905-17).

    Decía Mijail Bakunin que una revolución
    por de avanzada que sea, cuando se toma el poder, debe tornarse
    conservadora para mantenerlo. Y bajo esta premisa, se legitima de
    nuevo la represión. Y el hombre sigue en conflicto,
    enfrentado al poder y a quienes lo representan, a las leyes que no
    cubren con su acción a la totalidad y a las instituciones
    que en lugar de ser políticas
    se politizan. Y es esta politización (sinónimo de
    ineficiencia y corrupción), la que alienta los
    desplazamientos humanos y, en la actualidad, el mercado de las
    armas. Porque
    cuando el hombre se desplaza y termina viviendo en condiciones de
    paria (amontonado, promiscuo, frustrado) asume su
    condición de cazador primitivo y de jefe devorador de
    elementos prohibidos o, al menos, de retador de ellos. Como en el
    Señor de las Moscas, de William Golding, el ser humano,
    cuando asume condiciones cuasi imposibles de vida, torna a la
    horda y el liderazgo en
    ella lo tienen quienes demuestran valor con las
    armas y a la
    vez asumen contacto con divinidades infernales que dotaran de
    poder a la comunidad hórdica para ir contra aquellos que
    la generaron. Comunidades así ya las vemos en América
    Latina y en ciudades como Los Ángeles y New York
    (también en otros sitios en Europa y Asia), donde los
    desplazados sociales (desempleados, frustrados urbanos, enfermos
    mentales permitidos, gente sin futuro, drogadictos y rechazados)
    asumen el horror y lo acaban legitimando como moral
    básica. Es que ya nada peor les puede
    pasar.

    C. La libertad es un
    concepto que en ocasiones toma tinte de quimera: se lo puede
    pronunciar, pero es muy difícil de concebir (Baruj Spinoza
    habla de cómo podemos pronunciar círculo cuadrado,
    pero nos es imposible entenderlo). Y en lo que toca al conflicto,
    la libertad
    social es algo que en lugar de facilitar la moral, la
    agrede. La libertad está unida a la ley, esta regida por
    ella. Y por los intereses de quienes se ajustan a lo legal. Por
    ejemplo, yo soy libre de ir a trabajar, de encontrar un trabajo,
    pero no tengo donde ir ni cómo ejercerlo. Soy libre de
    ocupar un espacio, pero el espacio es de otro. Soy libre de
    desplazarme, pero las fronteras detienen mi desplazamiento. Y
    así a la N. En tiempos de la esclavitud negra
    (también la hubo blanca, pero las condiciones
    históricas y morales fueron distintas), el esclavo que era
    liberado recibía la libertad con miedo. Sabía que
    ya era libre, pero esa libertad le negaba el espacio y la
    alimentación. Era libre, pero su
    condición era la del otro, la del marginado, la del
    sospechoso. Esto, que es historia, vuelve a repetirse no ya con
    tintes raciales sino sociales: el desposeído es libre,
    pero su libertad lo pone en problemas:
    para los otros, los poseedores, es feo, sospechoso, ignorante,
    peligroso. Entonces, para liberarse del problema, se convierte en
    lo que el otro piensa de él. Y asume la condición
    inmoral, conflictiva. Condición de la que los medios hablan
    y exageran, llevándola a umbrales de heroicidad. Y cuando
    aparece el héroe, nacen los mitos y
    comienza a construirse una sub- moralidad que es aceptada y
    legitimada por quienes encarnan el conflicto habido en la
    aceptación de ser un problema. Y en esa sub- moralidad, se
    ejerce la libertad de riesgo, que al
    menos es una libertad que no se teme porque genera "honores" y
    riquezas.

    Es evidente que los medios de
    comunicación, en su afán de informar a
    cómo de lugar y con tintes novelísticos, han
    ayudado a conformar y robustecer las morales de los sujetos en y
    de conflicto, sobre todo entre los desprotegidos sociales que, al
    informarse de las acciones atrevidas de sus héroes y
    líderes, asumen un paradigma que
    les dice que están en igualdad de
    condiciones para lograr el objetivo, que
    sólo se requiere decisión y valentía. Y, al
    ismotiempo, los medios,
    legitiman el poder del conflicto, llevando a que la sociedad
    protegida (sino política al menos económicamente)
    entre en posición defensiva, reafirmándose el
    conflicto sobre el que se informa más de manera emocional
    que racional. Y sobre el que se actúa ídem. Ernst
    Cassirer, en El Mito del
    Estado, asevera que los mitos entre
    más irracionales (en el desarrollo del conflicto la
    irracionalidad está presente) más credibilidad
    tienen. Algo similar aseguraba Indro Montanelli en la Historia de
    Roma: cuando se
    reacionalizaron los mitos romanos,
    comenzó la decadencia.

    La visualización del conflicto. La
    negociación.

    A lo largo de este ensayo, he
    sostenido la tesis de que
    los conflictos nacen de la carencia de espacio vital y espacio
    social, y de un ejercicio del poder fundamentado en la legalidad
    y en la ostentación y no en la justicia. Con
    Rawls, afirmo que todo conflicto es un problema de equidad y es
    en busca de la equidad a donde deben apuntar los esfuerzos del
    Estado si se quiere crear una identidad y una nación
    sólida, ética y con una fuerte base moral . Y con
    Baruj Spinoza, asumo que la tolerancia (la continuidad del
    conocimiento en nosotros y en el otro) es única actitud
    posible para delimitar el conflicto y reducirlo a un punto
    controlable y funcional para las partes que
    negocian.

    En primera instancia, un conflicto se visualiza a
    través de actores (agentes del conflicto), factores
    (causas del conflicto), situaciones (realidades del conflicto) y
    escenarios (espacios en conflicto). Y de un mapa histórico
    que detente las raíces de la actitud
    conflictiva, porque los conflictos no aparecen por
    generación espontánea sino que tienen un soporte en
    la historia de las partes que asumen la negociación. Las
    causas, aunque a veces se las hace aparecer como coyunturales,
    tienen un referente pasado: historia de los actores, un
    inconsciente colectivo, una moralidad que se representa y otra
    que fue representada (memoria e
    incertidumbre), unos pactos éticos y unas rupturas habidas
    en él y un lenguaje
    utilizado como definición del mundo y su valoración
    en el yo, el tú y el él. Y estas constantes de
    análisis también tocan a la
    situación y el escenario.

    Un conflicto antes que visualizarlo como un
    problema, es necesario verlo como la resultante de unos hechos
    sucedidos, de un espacio vital violentado y de un pacto
    ético roto. De lo contrario, será imposible
    negociar en términos de tolerancia, entendiendo por
    tolerancia en la negociación aquella actitud (virtud,
    porque con base en ella se obtienen logros) que no asume verdades
    absolutas. Las verdades absolutas (que filosóficamente no
    lo son porque estarían negando la posibilidad de avanzar
    en el conocimiento), han sido siempre factor de enfrentamiento
    entre los hombres. La verdad, la debemos entender como un hilo
    conductor de la moralidad de un colectivo, como un pacto de
    realidad subjetiva que permite funcionar como motor de
    costumbres y variables de
    progreso. Ahora, esta verdad se comparte con base en la
    tolerancia y al ser compartida se negocia para que las partes en
    conflicto se nutran de ella (de la verdad mía y la del
    otro). Con base en este presupuesto (la
    verdad compartida), crearíamos las verdades normativas,
    estas que dan una solución al conflicto porque nos
    permiten acceder a una realidad común. Verdades normativas
    que harían parte de un pacto ético para una moral
    que vaya en beneficio de todos (y los que ellos representan en
    términos de espacio y tiempo) los que se han sentado a
    negociar y a compartir manejos políticos y ejercicio del
    poder como soporte de Estado. Toda negociación, entonces
    se fundamenta en un nuevo orden nacido del pacto y no de la
    destrucción del otro ( ya la historia nos habla de los
    fracasos de la paz de la victoria, donde los vencedores acaban
    siendo asimilados de manera – las más de las veces brutal-
    por los vencidos. Los bárbaros y Roma, los nuevos
    bárbaros y Occidente).

    La inteligencia
    no es exceso de información sino buen manejo de la
    información (convirtiéndola en conocimiento para la
    solución de problemas) y
    comprobación de ésta. Bertrand Russell, en El
    Conocimiento Humano, determina que la idea de progreso se
    fundamenta en el conocimiento positivo, en aquel que se sacude el
    empirismo a
    través de la comprobación de causas y efectos para
    que las situaciones erradas no vuelvan a producirse. A lo largo
    del tiempo histórico, hemos asistido al esquema ensayo error y
    en la actualidad, dada la información acumulada, podemos
    ya determinar las causas y razones que llevan al conflicto en el
    hombre. Tenemos memoria e
    imaginación. Y esto es lo que se requiere en una mesa de
    negociación. Memoria, para
    determinar orígenes y desarrollo del conflicto,
    también de los pactos éticos y las instituciones
    que hacen posible una moral. Imaginación, para creer en la
    eticidad del otro. Eticidad que se dará si se cumplen los
    pactos.

    Acotación:………………………………………………………………………………………………….

    En Latinoamérica, donde las negociaciones
    tienen más publicidad que
    contenido y los objetivos a
    cumplir se confunden con deseos, el conflicto es creciente porque
    lo negociado no se cumple como es debido. Y no se cumple porque
    las leyes
    están por debajo de los intereses personales y del Estado
    mismo, que carece de medios
    eficientes (políticos, económicos y represivos)
    para cumplir con lo que pacta. Esta situación, nacida de
    los primeros días de la conquista y la colonia, donde se
    obedecía pero no se cumplía dada la incapacidad
    para imponer la ley, sigue vigente hoy en día. En muchos
    casos no se discute la buena fe de algunos gobernantes, pero son
    sólo eso, buena fe. De aquí que sea la misma
    sociedad civil (la Iglesia, los
    ciudadanos) los que busquen una solución pactada a los
    conflictos. Solución que se fundamente en lo justo y, como
    resultado, se enfrenta a lo legal. Asistimos entonces un
    círculo vicioso donde para cada solución existe un
    problema, una discusión en torno a lo legal y a la
    interpretación de lo legal, que cuando afecta al grupo
    dominante, de inmediato genera reacción en términos
    violentos.

    …………………………………………………………………………………………………………………

    El mundo moderno, que cada vez más liberal
    debería ser más permisivo (con base en Rorty y
    Rawls), ha creado enormes conflictos como el generado por el
    neo-liberalismo,
    política
    económica que tiene por objetivo
    crecer los mercados de las
    empresas
    multinacionales a costa de las empresas
    (desprotegidas técnica y financieramente) de las naciones
    donde ingresan, lo que como consecuencia ha generado más
    pobreza y desempleo. Y
    más quiebras de estas mega empresas
    colonizadoras, víctimas de su propia ofensiva comercial,
    pues al empobrecer los mercados donde
    actúan su inversión se viene al traste (la
    desazón bursátil de 1998 nace de que las acciones
    de estos emporios comerciales cayeron a consecuencia de carencia
    de demanda para
    su oferta). Como
    respuesta al neoliberalismo, la Unión
    Europea comienza a socializarse (Francia,
    Alemania etc)
    para detener al generador de conflictos y crear unas políticas
    realmente liberales y justas que permitan el ejercitar una
    equidad acorde con los nuevos presupuestos
    morales y éticos: un espacio vital sin
    agresión.

    Toda negociación apunta a mejorar las
    condiciones del individuo y del entorno. Y a sostenerlas. Cuando
    esto se presenta, existe una sociedad civil y un real Estado que
    vigila para que el pacto no se rompa, no reprimiendo sino
    ajustándose a unas normas de
    derecho
    natural, es decir, adaptándose a la movilidad y
    vitalidad de las costumbres. A la libertad que para el bien
    común ejerce el individuo que accede todo el tiempo al
    conocimiento (el guerrero ilustrado), el tolerante que se
    reconoce en el otro en la construcción de la
    verdad.

    Fin.

    Escrito en Medellín a finales de septiembre
    de 1998. Y creyendo en las virtudes de la
    tolerancia.

     

     

    Autor:

    Jose Guillermo Angel

    jgangel[arroba]janua.upb.edu.co

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