RETRATO DE BENITO LYNCH
"Benito era alto, flaco, todo huesos Muy distinguido, con algo de gran señor, Entre los escritores argentinos, escasos hubo Manuel Gálvez |
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Retrato de Lynch por Emilio
Pettoruti
BIOGRAFÍA
En apariencia, la vida de Benito Lynch es asombrosamente
lineal. Geográficamente, se limita a parte de la provincia
y ciudad de Buenos Aires, una
visita esporádica a Uruguay y
muchos años hasta su muerte en la
ciudad de La Plata. Y, sin embargo, es una vida rica en misterio,
a la que faltaron signos exteriores por una dura voluntad de
reserva que aspiraba a hacer de la propia existencia una especie
de gran secreto, íntimo y personal.
El 25 de julio de 1880, en Buenos Aires, en
la residencia de sus abuelos, Ventura Lynch y Bernabela de
Andrade, nace Benito Eduardo Lynch, segundo hijo de Benito Lynch
y Juana Beaulieu. El niño fue bautizado el 2 de junio de
1882. Susana Clauso Royo, valiéndose de ciertos documentos,
sostiene que Benito E. Lynch nació en el Uruguay, en la
residencia de sus abuelos maternos. Esto ha generado un enigma
que parece haber sido resuelto a favor de la nacionalidad
argentina.
SUS RAÍCES
En el siglo XVIII llega a Buenos Aires
Patricio Lynch, señor de Lydican (Irlanda). Se casa con
una distinguida señorita de la sociedad
porteña, con típica modalidad céltica. Al
revés de lo que solía suceder con los emigrantes
del Imperio Británico, la familia
olvida su ascendencia europea y se mezcla decisivamente en la
vida nacional. El hijo de Patricio se incorpora al
ejército y participa en el Cabildo Abierto del 22 de mayo
de 1810 y en la Asamblea de 1813. No es el único miembro
de la estirpe del escritor que muestra el
ardiente amor de los
irlandeses por la libertad:
Pedro Castelli Lynch participa en la Revolución
de los Libres del Sur.
A partir de su fundador, la familia
mantiene una posición holgada en las mejores capas
sociales. Está en sus miembros presente una conciencia de
clase destinada a batir sus últimas olas contra las
rompientes de un tiempo nuevo de
veloces transvases sociales y una potente clase media sin
tradición.
SUS PADRES
Benito Lynch (padre) conoce a una muchacha uruguaya,
fina e inquieta, muy religiosa y con la afición de gustar
de la astronomía. El noviazgo se anuda por un
mutuo amor. Se casan
pronto. El viaje de luna de miel los trae a Buenos Aires,
donde se instalan en la casa de los padres del esposo. A Benito
Lynch (padre) no le gustan las tertulias, el vaivén social
donde está obligada a moverse su joven mujer. Llegan los
hijos, cuatro mujeres y seis hombres. Los varones llevan todos el
nombre paterno de Benito, aunque sea en segundo
término.
Benito Lynch (padre), duramente enamorado de su mujer, hacia
1885, decide alejarse de Buenos Aires.
Lleva a Juana a la estancia El Deseado. Es un campo
áspero, en el partido de Bolívar. El Deseado
soporta el desafío a la soledad angustiosa de la pampa; es
casi un desierto.
Don Benito fue intendente de Bolívar, legislador
provincial, intendente de la ciudad de La Plata, director del
zoológico y fundador del diario El Día.
Estaba habituado a ocupar situaciones destacadas y a la rutina
del mando. Ante los frecuentes regaños paternales, el
paño de lágrimas del niño Benito es su
madre. Casi todas las mujeres del escritor se alzan de esa clara
fuente. Por eso, son un poco irreales y menos perfiladas que los
hombres. La mujer
está sujeta al hombre, como
lo estuvo Juana a Benito Lynch padre.
LA INFANCIA
El país del niño Benito
Los primeros seis años de su vida en
Bolívar coinciden con la presidencia de Julio Roca. La
pampa se abría paso hasta las mismas puertas de Buenos
Aires. Todavía para embarcarse había que usar un
bote, pues no se habían hecho obras portuarias. La
población argentina era de
2.492.000 habitantes. Se iniciaba una era de expansión y
desarrollo
criticada por Miguel Cané que dice: "Nuestros padres eran
soldados, poetas y artistas. Nosotros somos tenderos,
mercachifles y agiotistas. Hace un siglo el sueño
constante de la juventud era
la gloria, la patria, el amor; hoy
es una concesión de ferrocarril para lanzarse a venderla
en el mercado de
Londres".
A pesar del ferrocarril que Dardo Rocha había
extendido hasta 9 de Julio, Junín y Alvear, las comunicaciones
con el mundo exterior no habían aumentado mucho. La
pradera de la pampa bonaerense seguía exclusivamente
dedicada a la ganadería, al extremo que la Pcia de Buenos
Aires producía menos trigo que Córdoba o Entre
Ríos. Patrones y peones, habituales clases opuestas, se
unían en cuanto el extranjero hablaba de las
múltiples posibilidades de un territorio que se negaba a
aceptar métodos
agropecuarios avanzados. En ese contexto, donde regían
leyes
imperiosas que lo subordinaban todo al paternalismo del
patrón, se desarrolla la infancia de
Benito Lynch.
En la estancia
El padre no consigue cerrar el paso del hijo a los
lugares interdictos. Benito se acerca a la cocina de los peones
donde aprende giros y modismos gauchos y relatos. Benito Lynch ya
escritor decía: Tomo mis personajes de la realidad, aunque
acentuando o suavizando rasgos, según mi criterio
estético.
También a la época de la infancia del
escritor corresponde esa afición por los animales, los
caballos en primer término, que le duró toda la
vida. A veces, en la fabulación del escritor, los animales,
asimilados a los conflictos
humanos, hablan. Numerosos animales aparecen
en sus historias, pero la exaltación mayor, el mayor
acercamiento a la estatura humana, Lynch la fábula en
torno a los
caballos. Lo que es más esencial, toda la trayectoria de
la simbiosis Benito-Mario, se hace a través del ciclo del
potrillo roano.
Regreso a la ciudad
Hacia 1890 la familia se
instala en La Plata, fundada hacía ocho años y con
un impulso progresista notable. Tenía esta novedades
extraordinarias, como el observatorio astronómico. Era una
época feliz, con la prosperidad dominada por el signo de
la espiga y el toro. Carne y cereales se canjeaban por
implementos y todavía sobraba dinero para
artículos suntuarios, como teatros o estatuas de
mármol de Carrara.
El padre no quiere hacer de él un gaucho, sino un
hombre
instruido. Este cambio de
domicilio fue el primer dolor de Benito. El encierro en su cuarto
para estudiar con un profesor contrastaban con los cielos
abiertos, el horizonte infinito y la gloria de las mañanas
camperas. El paraíso terrestre que era la pampa
perduró en él toda su vida, con intensa
nostalgia.
Ya lejos del campo, encuentra amigos en la ciudad, se
dedica a hacer deportes (remo, boxeo, esgrima) y
desarrolla una vida social donde se le adentra el lenguaje
porteño. Lo demuestra en el uso de palabras lunfardas en
algunas obras.
El cronista social
Al morir su padre, en 1902, Benito ingresa a la plana
periodística como cronista social del diario El
Día, diario de que su padre tenía acciones.
Cronista social es lo más lejano a su vocación, por
ello, poco tiempo
después comienza a publicar esbozos narrativos,
Cuadritos domésticos, bajo el seudónimo de
Thyon Lebic. Son cuadros de ambiente,
amagos irónicos, en una crítica de costumbres al
modo de Roberto Arlt.
Benito lleva la doble vida de cualquier muchacho en la
etapa de las experiencias, pero sus amoríos
no dejan rastros. Termina por enamorarse de una señorita a
la que todo el mundo llamaba cariñosamente Tita. Es el
principio de un noviazgo formal que no dura demasiado: el
carácter fuerte de Benito lo lleva a chocar con su futura
suegra. Un solo desengaño que resulta enigmático
descifrar, hace que Lynch se instale en la soltería para
siempre. No se sabe que vuelva a estar de novio con una muchacha
de su ambiente. Un
nombre, Saturnina, abre una hendija en las puertas cerradas de
este capítulo en la vida de Lynch. Era maestra, y le
pasaba los borradores a máquina. Y nada
más.
El escritor
Luego de dos años de periodismo
intrascendente, una noche le leyó a
otro redactor del diario El potrillo roano. Lynch
dijo que había escrito es el cuento,
años atrás. Esto sugiere un largo camino de dudas
en una vocación casi desconocida para él
mismo.
Benito Lynch – medio frívolo, medio parrandero,
un poco enamorado, bastante dado a la haraganería y a la
divagación – se veía por primera vez como lo que
iba a ser de manera perdurable: un escritor.
Aunque decía bromeando que su libro
preferido era el diccionario
castellano,
leía mucho. Había aprendido de memoria largas
tiradas de La Eneida o de La Ilíada.
Más tarde también, los pasajes más lindos de
Don Segundo Sombra. Era un autodidacta. Concurrió
al Colegio Nacional de La Plata. A través de sus obras hay
menciones de D’Annunzio, Valle Inclán, Zola, Dumas,
N. Fernández de Moratín, los novelistas rusos, los
viajeros ingleses que habían dado testimonio de la vida y
paisajes argentinos. Admiraba la grandeza de Balzac y se
sentía influido por Daudet y Zola.
Lynch decía que trataba de no escribir nunca "por
escribir". "Cuando termino una novela, la
abandono casi siempre. Por el mayor tiempo posible,
para olvidarme en cierto modo de ella y volver a leerla, ya no
como autor, sino como crítico". Los caranchos de La
Florida la escribió en tres meses y la tuvo guardada
cuatro años.
La brusca fama que rodeó al novelista al aparecer
Los caranchos de La Florida le posibilitaron alabanzas de
Manuel Gálvez, novelista consagrado que se molesta en
tomar un tren desde Córdoba hasta Buenos Aires para
saludarlo personalmente. También es reconocido por
Horacio
Quiroga: "Vaya mi homenaje a su talento, con la seguridad en
mí, de que si algún día hemos de tener un
gran novelista, ése va ser usted". Nada de esto provoca
alegrías exultantes o, al menos, alegría sencilla y
lógica.
No abre su círculo estricto de amigos para incorporar a
algún escritor, la mayoría de aquéllos son
abogados.
Su nombre ha trascendido en España.
También en Italia, donde se
publica traducida Los caranchos de La Florida.No
consideraba la importancia que su obra podía tener, como
esclarecedora de un personaje que habían exaltado
Hernández, Estanislao del Campo, Hudson, Ascasubi,
Obligado, Hidalgo y Güiraldes. "Elegí al gaucho como
personaje esencial de mis obras porque ya es un tipo hecho,
completo".
El solitario
A partir de 1923, en que deja la redacción del diario, cada actitud de
Lynch demarca un avance en el duro aprendizaje de la
soledad. Las transformaciones del país lo dejan
indiferente. Opina como un buen conservador de la época de
Roca. No hay eco en toda su obra de las consecuencias de la
Ley
Sáenz Peña (voto secreto y obligatorio):
movilización popular y el acceso a la presidencia de
Hipólito Yrigoyen.
Después de la muerte de
los padres, la casa de La Plata se fue despoblando. Juliana, la
segunda hija, se había ido al casarse. Tres años
después moría en el Sur, tal vez asesinado,
Leopoldo, el compañero de la infancia.
Benito se refugió en ese reducto, arreglaba la
mayoría de sus asuntos por correspondencia. Tuvo en el
patio de la casa varios animales, hasta
un yacaré.
A ratos parecía interesarse más por el
cuervo o el carpincho que había llevado a su casa que por
la gente que lo reconocía en la calle, cuando
salía. Lo perturbaban con su deseo constante de saber
cosas sobre su técnica literaria y, lo más
intolerable, sobre su vida. Prefería las tertulias de El
Día, donde alentaba a los periodistas jóvenes o
recordaba con cariño a quiénes lo habían
ayudado en sus comienzos de escritor. Aunque sus libros estaban
cargados de indicios de intimidad, detestaba ventilar cosas
íntimas o meramente personales en el transcurso de un
coloquio insustancial.
A partir de la publicación de El inglés
de los güesos (1924) – obra luego adaptada para teatro y
después llevada al cine – se
sitúo consagrado definitivamente entre los escritores de
primer rango. Formó parte de la Comisión de Autores
de la Primera Exposición del Libro
Argentino. Algunos, hablando de Horacio
Quiroga, dicen que ha sido igualado por Lynch en la
difícil técnica del relato breve. Esta le da una
ubicación literaria privilegiada, si se tiene en cuenta
que Quiroga no ha conocido rival como cuentista.
Con el general Uriburu en el gobierno, estaban
de nuevo en el poder los
conservadores, sector con el que tenía afinidad – por
razones de clase, ambiente y
tradición – Benito Lynch. Al decidirse la creación
de la Academia Argentina de
Letras, se lo elige como integrante; pero, Lynch renuncia por
escrito a ocupar un sillón.
En 1935, se suicida su hermano Armando y dos años
más tarde, muere su madre, lo que aumenta su soledad y su
dolor. Cada gesto lo interna más en la soledad, a
excepción de las visitas y los juegos con sus
sobrinos nietos. Algunas salidas al cine, al
Jockey para jugar a la brocheta o a conversar con sus amigos.
Nunca apuesta por dinero; su
hermano Roberto, jugador, ha perdido así su estancia. No
bebe alcohol, sino
té con limón y mucho mate. Dice que después
de los cincuenta años ningún hombre
debía comer carne. También predica contra el
cigarrillo. Mantiene su afición por la lectura de
libros de
historia, de
viajes, y
relee los clásicos. Cuando asiste a conferencias o
conciertos en el Jockey, se ubica en lugares apartados del
salón principal, hasta donde llegan los
altavoces.
En su sesión del 11 de agosto de 1938, el Consejo
Superior de la Universidad
Nacional de la Plata, le otorga el título de doctor
honoris causa. La consagración universitaria le plantea un
problema: el presidente del Consejo es su amigo, y en materia de
amistad, Lynch
tiene una delicadeza infinita. Luego de leer los fundamentos de
la honorífica decisión acepta. La aceptación
supone no tener que ir a recibir el diploma. En 1941, con la
publicación en La Nación de Medallas de oro,
Nuestra novela y Cartas y cartas, se despide de la
literatura. Es un
enigma su corte de amarras con lo que, de alguna manera,
había sido su razón de vivir.
Últimos años
Al aislamiento de B. Lynch contribuyen en gran medida
una sordera y la creciente disminución de la vista. Esto
le provoca que lo atropelle un tranvía; víctima de
una conmoción cerebral es internado hasta que en algunos
días se recupera. Tres años después, se
interna muy enfermo aquejado de cáncer al estómago.
El 23 de diciembre muere en el sanatorio donde se hacía
asistir.
Lo habían llamado maestro de las letras
aquí y en el extranjero; pero, a diferencia de sus
contemporáneos, desdeñó ejercer esa autoridad.
Hubo en él un afán claro de disminuir su personalidad
de escritor. Lo demuestran su rechazo a invitaciones para
enseñar, su negativa a cobrar derechos por las
traducciones de sus cuentos y
novelas. A un
pariente cercano que lo había encontrado corrigiendo sus
libros, le
había comentado: "Cuando uno es joven publica con mucha
audacia. Los años demuestran los errores, inclusive
idiomáticos."
LA TEMÁTICA DEL NUEVO
GAUCHO
En su evolución, el regionalismo abandonó
su posición nacionalista pasatista para enfocar
realísticamente los temas rurales. Un viaje al
país de los matreros de Fray Mocho abrió el
camino que siguieron Payró, Quiroga, Fausto Burgos, Juan
Carlos Dávalos, etc. El gaucho nómade, cantor,
valiente, ya pertenecía a la mitología argentina. En la
nueva narrativa el hombre de
campo es un paisano trabajador, sojuzgado a sus patrones,
afincado en límites precisos, tan falto de sentido de la
propiedad como
su antecesor, porque igual que aquel no tiene nada; pero es
respetuoso de la propiedad de
los otros.
Benito Lynch es el escritor que en forma más
perseverante se dedica a narrar la vida de estos gauchos
sedentarios, la de las estancias y la de los dueños de las
estancias. Es el novelista de la etapa posroquista: al final del
siglo XIX y principios del
siglo XX, pues aunque nunca precisa las fechas, éstas se
descubren por la problemática – enfrentamiento de la vieja
estancia criolla con la nueva, europeizada, valoración del
gringo y desprecio del nativo – , por ciertos detalles
significativos – la instalación de molinos, el
ferrocarril- y por los años que Lynch vivió en el
campo.
Desde 1903 a 1941 publicó treinta y cuatro
cuentos, seis
novelas y
alrededor de ciento quince relatos. Algunos fueron recogidos en
libros, pero la mayoría andan todavía desperdigados
en diarios y revistas. Toda su obra tiene el signo común
del ambiente y la
temática rurales, con excepción de algunos cuentos y de
la novela
Las mal calladas (1923).
LA OBRA DE BENITO LYNCH
LAS NOVELAS Y LOS
CUENTOS
Su ciclo novelístico se abre con Plata
dorada (1909). Lo mejor de esta narración es la
primera parte, fuertemente sentimental y autobiográfica,
cuando el protagonista abandona la estancia para irse a estudiar
a Buenos Aires y cuando describe las impresiones que le producen
la ciudad y el colegio. En lo demás es titubeante, a veces
incoherente; los personajes no viven por cuenta propia sino como
meros títeres en manos del autor.
Hay un gran salto entre este libro y el
segundo, Los caranchos de La Florida (1916). Aquí
el novelista define los personajes en unos pocos trazos y luego
éstos se mueven lógicamente, resolviendo los
conflictos de
acuerdo a sus motivaciones y a su propia personalidad.
La anécdota simple narra el enfrentamiento de padre e
hijo, los caranchos, por una mujer. El padre
ejerce una autoridad
omnipotente que nadie osa discutir. Como padre, porque la familia
está rígidamente constituida. En todos los estratos
sociales, sea el de los estancieros, sea el de los peones, los
padres mandan y los hijos obedecen; el diálogo no existe.
Y como patrón, porque la propiedad de
la tierra se
extiende sobre los hombres. El régimen es feudal. La
obediencia se asienta en el miedo y en el
conocimiento de que no hay escapatoria, ya que el poder
político y la justicia
también pertenecen al patrón, o a su
clase.
En Raquela (1918), Lynch desarrolla su
esporádica veta irónica hacia un suave humorismo.
Por eso, esta novelita tiene final feliz. Aquí asoma la
habitual frustración de la pareja; al comienzo, Raquela
lucha contra sus sentimientos porque ella no es una pobre
muchacha ignorante e ingenua, es la hija del estanciero y tiene
conciencia de que
no puede, no debe enamorarse de un hombre que no
sea de su clase.
En El inglés
de los güesos (1924) el punto de vista se invierte: el
campo juzga a la civilización urbana representada por
Mister James. Él les causa gracia, a veces lástima,
otras odio, pero nunca admiración o envidia. El mundo del
inglés,
la civilización urbana, no tienen nada que ver con ellos.
Lynch toma abiertamente partido por el mundo primitivo a
través del personaje de La Negra. Nos presenta la
civilización urbana como un duro trajinar, un esfuerzo
constante, en aras de alguna idea abstracta como el bien de la
humanidad, o el progreso personal o el
progreso, con el olvido de la felicidad. Sólo los seres
primitivos, simples, son capaces de amar con el amor
verdadero. El amor
apasionado de La Negra responde a un carácter impulsivo
que no varía. Su incapacidad para el dolor, que a veces
parece humorística, termina arrastrándola al
suicidio.
La última novela de Lynch,
El romance de un gaucho (1933), es la más elaborada
de su producción. Es muy extensa, supera las
quinientas páginas y su lectura se
hace monótona por dos razones: 1) porque los conflictos de
doña Cruz y su hijo y de éste y doña Julia,
se plantean en toda su amplitud en los primeros seis
capítulos, mientras los cincuenta restantes los ahondan en
un sentido vertical, sin aportar cambio alguno,
y 2) porque está escrita en lengua
gauchescha y , por lo tanto, los recursos
expresivos que maneja el relator son muy limitados;
limitación que se agrava por la razón primera: que
la novela es
una introspección. En una advertencia previa, Lynch
atribuye la novela a un
viejo paisano que conoció en su infancia (un
recurso usado por muchos autores). La tarea de Lynch se
habría limitado a arreglar errores de vocabulario, a poner
el título y a ordenar los trozos. El tema central es
el amor y el
rencor, la historia de malos entendidos
y disputas de doña Cruz y su hijo Pantaleón Reyes.
El tema derivado, pero a la vez motivación
del central, es el amor
imposible de Pantaleón por doña Julia Fuentes. Las
personalidades de madre e hijo son las más vigorosas de
la novela, y
en la obra total de Lynch las mejor construidas y las
únicas capaces de evolución en el proceso
narrativo.
En 1931, Benito Lynch publicó un folleto, El
estanciero, donde distingue dos clases de propietarios
rurales: el señor y el gaucho. En el juego de
contrastes, se advierte cómo los segundos están
condenados a desaparecer porque se aferran a lo conocido,
desprecian las novedades, pero lo que es peor, se despreocupan de
la suerte de sus campos. La derrota del estanciero gaucho en la
obra de Lynch se produce por su incapacidad para comprender el
cambio y
adaptarse a él, por su suicida manera de oponer una
estructura
regida por valores
morales a otra regida exclusivamente por los valores
económicos.
Pero la mayor parte de la producción de Lynch, escritor
prolífico, permanece desconocida para el gran
público. Sus cuentos,
alrededor de ciento quince, aparecieron en viejos ejemplares de
los diarios El Día de La Plata y La
Nación de Buenos Aires y de las revistas Caras y
Caretas, Plus Ultra, Mundo Argentino, El
Hogar y Leoplán, todas de Buenos Aires. Pocos
de sus cuentos
están reunidos en volúmenes; de ellos los
más conocidos son "Palo verde", "El antojo de la patrona",
"La evasión", "El nene", "El paquetito", "Locura de
honor", etc. Muchos tocan los temas del amor y del
honor, ya con patetismo, ya con humor, pero con predominio de la
visión humorística -una risa agria- sobre la
patética que, en cambio,
singulariza a las novelas.
Más desconocidos aún son sus intentos teatrales
nunca representados.
Un comentario sobre su obra más
difundida
Considerando que El inglés
de los güesos (1924) fue luego adaptada para
teatro y
después llevada al cine, merece
un comentario especial.
Con recuerdos de su niñez campera y detalles que
le sugirió la lectura del
"Diario de un viaje de un naturalista alrededor del mundo"
de Charles Darwin,
concibió Benito Lynch ese puesto de la "Estancia grande",
vecino a la laguna de los Toros, y siempre azotado por un
terrible viento "propiciador de catástrofes".
Desde la población de Juan Fuentes
divisamos un sector central de la campaña de Buenos Aires,
el consabido de las novelas de
nuestro autor, cuadriculado en estancias y puestos de nombre y
linderos conocidos, y encerrados con alambrados "de siete hilos"
que cada cual vigila celosa y agresivamente. En nada recuerda esa
visión del campo actual, al de las tierras sin
dueño, donde nadie arraiga, idealizado por la literatura gauchesca; y muy
poco se parecen a sus antecesores literarios, airadamente
individualistas, los paisanos de Lynch, que viven en la tarea
dura y laboriosa de cada día, sin protestas y sin
demasiadas esperanzas, como piezas de una estructura
social y económica que han recibido y no sueñan en
modificar.
En esa conformidad de los que poco desean florece
Balbina, símbolo puro y hermoso de la vida agreste, que
reproduce hasta la exaltación virtudes que el autor hecha
de menos en las gentes de la ciudad lejana: es impetuosa y
brusca, como su madre Doña Casiana, graciosa como su
hermano Bartolo, honrada y sencilla como su padre, el
habilísimo trenzador: ninguno de ellos sabe más de
lo que necesitan para vivir en la lucha diaria del campo. Esos
tipos rurales no se embellecen en manos del novelista: en las
estancias no se ignoran las maldades de la ciudad, que se
practican violentamente, sin artificio: en un puesto vecino,
hierve la malevolencia en la familia de
Deolindo Gómez; de otro próximo viene Santos Telmo,
el gauchito "retobado" que busca infructuosamente en el amor de la
Negra el calor del
hogar que no ha conocido, y apuñala, empujado por celos
infundados.
Tal como lo ha imaginado el autor, Mr. James, el
imprevisible huésped del puesto de "La Estaca", no puede
sino marcharse, aunque esté enamorado de la Negra: si se
dejara llevar por sus sentimientos, que a él debía
parecerle debilidad culpable, sacrificaría su carrera
universitaria, traicionando así una misión que
la sociedad le ha
confiado. Ante esas obligaciones
sociales poco significan el dolor individual de su
renunciamiento, y el de la joven simple que vive de la
espontaneidad de los afectos primitivos.
Mr James es el agente del egoísmo y de la
crueldad armada para el progreso colectivo. Llega a entender la
lengua
conmovedora de los afectos aunque no le está permitido
ceder a ellos. No engañara a Balbina por honradez, ni se
desviará del camino que su educación y su clase
social le han señalado. Balbina, imagen del amor
en su pureza y generosidad natural, no conoce otras razones que
las del corazón.
Ambos representan dos órdenes de vida que el autor
considera inconciliables y siempre en pugna: el de la inteligencia
fría del hombres instruido en los libros y el de la
afectividad exclusiva de la niña inculta.
Para que la oposición sea terminante se han usado
los términos extremos: así la plantea el novelista
porque es su experiencia que le dice que la vida es duelo mortal
entre la fortaleza de los más y las debilidades de los
menos. Desde la primera página deja adivinar su
parcialidad en el debate:
multiplica los rasgos caricaturescos del futuro vencedor a quien
ve por fuera con ojos de paisano, con simpatía
irónica, admirado de que ese sabio ignore tanto saber
vulgar; y ensalza la gracia y la belleza de la víctima en
tal forma que el desenlace puede parecer forzado. El autor
explica los motivos del alejamiento del protagonista, pero sin
justificarlo, criticando el programa
utilitario que debe cumplir sin concesiones.
Lynch insiste en un tema repetido por la literatura del siglo XIX. A
partir del Romanticismo, se
hacen cada vez más frecuentes las protestas de escritores
y artistas contra las doctrinas materialistas y utilitarias que
crecen y llegarán a imponerse a mediados del siglo con el
transformismo científico y evolucionismo
filosófico.
En la ciudad que se mueve Lynch sufre de las
consecuencias de estas doctrinas, por ello, se vuelve a sus
recuerdos de niñez campestre para crear otro mundo,
también real, pero más grato, donde resaltan los
seres excepcionales que no se determinan por otras leyes que las de
la naturaleza.
Sin embargo, las virtudes de su obra no es de
carácter filosófico, sino literario:
composición muy cuidadosa, con gran delicadeza en los
pormenores, en lo que se dice y en lo que se calla y sugiere;
exactitud y propiedad
verbal, que se despliega en numerosos diálogos, verdaderos
remansos en la acción, siempre rápida;
originalísima visión de la vida en la estancia y de
sus tipos sociales característicos.
El inglés
de los güesos responde a las exigencias del realismo
literario: el autor describe y cuenta como si estuviera presente;
pocas veces explica, para no traicionar la superior verdad de los
hechos. Acepta como certidumbre la apariencia de las cosas sin
conjeturas ambiciosas. Preceptos que la literatura europea de la
segunda mitad del XIX aplicaba derivada de los métodos
experimentales de las ciencias
naturales.
Esto implica que de los personajes ofrezca
frecuentemente las manifestaciones exteriores, las acciones y los
gestos, interpretados con gran prudencia; y diálogos en
estilo directo o que se relacionan fielmente en estilo indirecto
libre , el protagonista piensa en voz alta.
Las escenas son dramáticas. El lector parece
estar siempre en el teatro de la
acción, viendo y oyendo a los personajes que se mueven
dentro de un escenario reducido que, apenas es necesario
describirlo en párrafo aparte. Salvo episodios
complementarios (Cap. V, VI, XII, XIV, XX y XXII) todo ocurre en
el puesto de "La estaca", en la casa o en sus
inmediaciones.
"EL POTRILLO ROANO"
En 1931, Benito Lynch publica De los campos
porteños. Allí agrupa una serie de cuentos como
La espina de junco y El angelito gaucho. El tercer
cuento de este
volumen es un
clásico de la narrativa nacional. y Lynch recuerda al
petizo roano que fue su compañero de juegos en la
infancia. La
acción está centralizada en El potrillo
roano que le sirve de título. Es la iniciación
del afligido Mario en los misterios del destierro, la vastedad de
la pampa amenazadora y la inminente pérdida de un ser
amado, próximo a ser sacrificado por la sentencia
inapelable de la justicia
humana, representada por un padre temido, harto de las
depredaciones del potrillo.
COMENTARIO
El cuento
está dividido en siete partes. En la primera el narrador
presenta al protagonista y al potrillo, al cual logra tener
después que su madre lo alienta con la idea de llevarlo a
la estancia. El pequeño, todo inocencia y dulzura
está embelesado con la visión de "un caballo
proporcionado a su tamaño"(II)
Pero, este potrillo destroza plantas, pisa
pollitos recién nacidos lo que lo hace "odioso" para
algunos. El padre le recomienda a Mario que lo cuide, que lo ate
de noche. Esto último, a veces, Mario lo olvida(III). Una
mañana, después de ver las audacias del roano, el
padre amenaza a Mario con echárselo al campo. Aquí
el narrador pregunta retóricamente, se involucra en una
reflexión sobre lo que palabras tales significan para un
niño de ocho años. "¡El campo!…¡Echar
al campo!… El campo es para Mario algo proceloso, infinito,
abismal; y echar el potrillo allí sería tan atroz e
inhumano como arrojar al mar un recien nacido"
Una mañana de febrero la madre despierta a Mario
con la novedad: el potrillo desatado ha pisoteado el
césped de los canteros, derribado una enredadera y
arrancado de raíz matas de claveles (IV). Mario,
desesperado intenta volver atrás, reparar el daño
que ha hecho su "nene"(V).
El padre cumple con lo prometido. Mario, con un estado de
conmoción y dolor dispuesto a obedecer a su padre… "…
Como sonámbulo, como si pisase sobre un mullido
colchón de lana, Mario camina con el potrillo del cabestro
por medio de la ancha avenida en pendiente y bordeada de
altísimos álamos, que termina allá, en la
tranquera de palos blancuzcos que se abre sobre la inmensidad
desolada del campo bruto…" Mario se desplaza atormentado,
oprimido "porque del otro lado está la conclusión
de todo, está el vértice en el cual … se van a
fundir fatalmente, detrás del potrillo roano, él y
la existencia entera".
La madre advierte el malestar del niño y convence
al padre para que otorgue el perdón. El padre accede,
pero, cuando su hermano Leo va a detenerlo, Mario se "desploma
sobre el pasto" antes de llegar a la tranquera (VI).
Después de algunos días sus atribulados
padres, alegres por su recuperación física, permiten la
entrada del potrillo en su cuarto. El final es feliz: Mario
recupera su salud y su potrillo
(VII).
Mario es el personaje autobiobráfico de Lynch,
que aparece creciendo a través de otros relatos, durante
sus años en la estancia El Deseado (en Bolívar). El
pequeño Mario-Benito siente a la pampa como algo abismal,
enorme para su pequeño tamaño. En los relatos, las
temblorosas reflexiones de una criatura traen la misma sustancia
desértica, atemorizante, que circula en las páginas
de Mansilla o Hernández.
Los otros personajes: Leo, la madre, el padre, se
relacionan casi con exactitud a la realidad. La madre se muestra,
quizás, como era dona Juana de Lynch: mujer de hogar,
cariñosa, comprensiva y compasiva. El padre se presenta
rígido, la autoridad
máxima que, a diferencia de la madre, trata de "usted" al
pequeño – y a todos – lo que supone una distancia que se
relaciona con temor y respeto. La
severidad del padre se atenúa en la última parte
cuando el narrador lo describe "con los párpados
enrojecidos y la cara pálida" como padre, al fin, que ha
visto a su hijo en peligro. Su hermano Leopoldo, un año
menor que él, fue su gran camarada de la
infancia.
El relato es está hecho en presente (Modo
Indicativo) como si el narrador estuviera relatando los hechos al
mismo tiempo que
ocurren. Este recurso le confiere una sensación casi
cinematográfica de animación, de suspenso, en
ocasiones, que hace atractivo el relato. En el narrador predomina
el "mostrar" más que el "decir". Es un narrador
simbiotizado con el personaje, a veces se confunde el pensamiento de
Mario con el del narrador. Es omnisciente. La narración en
tercera persona limita,
detiene la simbiosis total.
La prosa es límpida, ceñida, mientras el
narrador utiliza un registro
literario, una lengua sobria
y general (que llamaríamos estándar), los
personajes se comunican en una lengua rural
(dialecto) y en un registro
coloquial, familiar sin caer en vulgaridades. La lengua se
adecua a cada personaje. Se hace más vulgar con aires de
lunfardo cuando habla el hombre que
le regala el roano.
Hay una abundancia de adverbios (de modo, casi siempre)
y gerundios en los que se muestra el
ánimo del personaje: …Leo se defiende bravamente…
…Mario esperando pacientemente… …Mario contemplando
platónicamente… …El mocetón se alza ligeramente
de hombros…
Este cuento,
después de muchos esfuerzos para convencer a su autor, fue
traducido al inglés por Gertrude M. Walsh y formó
parte de la colección Cuentos criollos, publicada en
Boston. Lynch accedió cuando le dijeron que era una obra
destinada a estudiantes universitarios, que perfeccionaban sus
conocimientos de literatura hispanoamericana;
pero, se negó a recibir derechos de
autor.
El potrillo roano es un cuento que
deja un sentimiento de ternura como la infancia inocente. Que
puede ser leído por niños y adultos; pero, que a
los adultos nos conduce a recordar aspectos de la psicología infantil y
a repensar cómo impactan, en la mente de un niño,
actitudes y
palabras de los "grandes". Implica el reconocimiento del valor que un
animal, una mascota o hasta un objeto, un juguete, tienen para
"alguien" que proyecta en ellos su infancia. Hablando en
términos de "competencia
hermenéutico-analítica" diríamos: el
valor
significativo que un niño otorga a una unidad discreta
como un potrillo.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
PETIT de MURAT, U. "Genio y figura de Benito Lynch".
Edit. Universitaria de Buenos Aires, 1968.
REVISTA CAPÍTULO. Historia de la Literatura
Argentina. Centro
Editor de América
Latina.
Sandra Fernández
Prof. de Castellano,
Literatura y Latín
Título: "Lo autobiográfico en la obra de
Benito Lynch"
Categoría: Literatura