Junto con la llegada de los primeros
conquistadores al Nuevo mundo, se presentaron los primeros
misioneros, conjunto de santos y rebeldes, llenos del santo
espíritu de Dios y con la idea fija de transformar al
cristianismo y
llevar la salvación que la Santa Iglesia
Católica tenía preparada para todos los
infieles.
Soldados, aventureros y diversos grupos de
sacerdotes y religiosos, cayeron en el continente recién
descubierto por Colón. Grande fue su sorpresa al
percatarse y conocer las diferentes religiones de las tierras
que iban siendo descubiertas y conquistadas. Quedaron asombrados
no sólo de la riqueza de ciertos panteones ( Aztecas de
México,
Mayas de
Yucatán, Incas del
Perú), sino de encontrar en las múltiples religiones de este Nuevo
Continente insospechado poco antes e incluso aislado del mundo
antiguo, no solo creencias y prácticas semejantes a otras
de la mitología clásica, sino leyendas y
tradiciones, como por ejemplo, las relativas al diluvio,
que no sabían que existiese fuera de la Biblia. Y su
asombro llegó al colmo al enterarse de que ciertas
particularidades que ellos creían exclusivas del culto
católico que con tanto celo se disponían a
implantar, particularidades que estaban seguros de haber
sido inventadas por la Iglesia, por
ejemplo, la confesión, eran cosa establecida y
practicada hacía siglos en el nuevo, inmenso, desconocido
y misterioso continente. También conocían la
existencia de Vírgenes – Madres: como la
Coatlicue, que había concebido por obra de la
divinidad, y la Mujer Blanca, de
Honduras.
Sin contar que existía por todas partes el
sistema dualista,
es decir, el de dioses y demonios, seres, espíritus,
principios o
entidades diametralmente opuestas, y por ello enemigos,
productores del bien y otros del mal, como entre los persas
estaba Ariman y Ormazd o Dios y el Diablo entre los
cristianos.
¿ Cómo podía ocurrir cosa tan
insólita y sorprendente ? Respecto a ciertas leyendas, eco
lejano de inmensos acontecimientos planetarios o de cataclismos
acaecidos en nuestro globo en épocas remotas, aún,
bien que no sin sorpresa, podía explicarse la
coincidencia. Para justificar otras, hubiera habido que admitir,
cosa muy improbable, que un grupo
relativamente reducido de individuos, pero ya con una base
sólida y un abundante caudal de mitos,
habíase extendido por el mundo llevando con ellos sus
creencias y leyendas, que
había ido luego transformándose de acuerdo con los
climas, los lugares, las necesidades y los
tiempos.
Mas esta hipótesis, aunque pudo pasar por un momento
por la mente de alguno de aquellos celosos y admirables
misioneros, sería desechada al punto. ¿ Cómo
hubieran podido los hombres primitivos , inermes ante los grandes
obstáculos naturales, cruzar un mar que en pleno siglo XVI
ofrecía aún tantos peligros, riesgos y
dificultades ?.
En cuanto al aspecto relativo a la identidad de
ciertas prácticas que creían exclusivas de la
religión
que ellos se proponían implantar, de esto ni trataron de
hallar la causa, como es muy probable. Debieron limitarse a hacer
un razonamiento mental semejante al de Simón de Monfort,
al hacerle la observación, pues había mandado
pasar a cuchillo a todos los habitantes de Béziers:
hombres, mujeres y niños ( hecho ocurrido el 2 de julio de
1209), que algunos de ellos no eran herejes, respondió
lleno de celo: "Que mueran todos. Dios en el cielo
separará los católicos, si los hay, de los malditos
albigenses". Pues bien, ellos se dirían más o
menos lo mismo.
No obstante, el problema no era difícil de
resolver reduciéndole a su expresión más
natural y sencilla. Descontando que, como en muchos otros lugares
de la Tierra, el
totemismo era la base, por así decirlo, de todas las
religiones
americanas, hubiera bastado considerar cómo han nacido las
creencias religiosas para comprender que la raíz de todas
es la misma. Y que luego sus variaciones, sus prácticas,
sus leyendas y sus
mitos no son
sino producto del
medio y de los siglos. de la geografía y del
progreso. Así como que el unguento de ilusiones, leyendas,
mitos y
fantasías de tipo religioso en todas partes es igual: la
fe destinada a aliviar temores y crear
esperanza.
Por ello considero oportuno revisar lo que la
fantasía americana, en función de la necesidad y
del tiempo, han
producido como tradiciones en este continente. Es decir, las
variaciones introducidas por los años en ese fondo
común constituido allí, como en todas partes, por
los grandes fenómenos de la naturaleza y por
los cataclismos primitivos, primeras causas, en todas partes, del
miedo a lo desconocido, y con ello del sentimiento
religioso.
Iniciemos pues con el estudio de los Aztecas. .
.
Podemos decir que un hecho que se considera
común en todas las religiones
politeístas fue siempre la tolerancia
respecto a los dioses extranjeros, por lo que cada vez que un
pueblo dominaba a otros, asimilaba a los dioses de los vencidos
en su panteón, con objeto de que le fuesen propicios en el
suelo que
acababan de conquistar. terreno que creían, pensando con
buena lógica,
que antes que a ellos pertenecía a los dioses que
allí dominaban. Las religiones
monoteístas, por el contrario, al creer que el
único dios verdadero era el suyo y todos los demás
invenciones de la fantasía, o de los demonios,
lógicamente también ( este lógicamente es
según su lógica
) tenían que perseguirlos. A causa de lo cual las
atrocidades, violencias y crímenes cometidos en nombre de
los dioses únicos fueron siempre monopolio, no
hay más remedio que confesarlo, de las religiones tenidas
como más perfectas. ( Como ejemplo tenemos la forma en que
se extendió el islamismo a sangre y fuego o
las cruzadas católicas de los siglos XI al
XIII).
Así las cosas, los Aztecas
mexicanos, aunque era un pueblo esencialmente conquistador, no
era fanático exclusivo de sus dioses, sino más bien
anexionador de divinidades, natural es que ofrezca en su religión, tal como se
le conoce, o sea, tal cual estaba cuando Cortés se
presentó en el siglo XVI, una extremada complejidad. No
obstante pueden distinguirse de un modo general en su
panteón dos grandes series de divinidades: unas en
relación con la caza y con la guerra y las
otras en relación con la agricultura.
El gran dios mexicano de la guerra era
Huitzilopochtli ( "El dios de la guerra de los
chichimecas era Mixcoatl, dios cazador y guerrero. El de
los tlaxcaltecas, Camastli, así cada tribu
tenía su dios. Xipe era el dios de los sacrificios
por excelencia, bien que todas las divinidades guerreras fuesen
sanguinarias y exigiesen sacrificios humanos. Xipe era, no
obstante, un dios intermedio: mitad guerrero, mitad
agrícola."). Este dios era la divinidad tribal de los
aztecas. La
tradición decía que por orden suya su pueblo
había emprendido la migración
que les condujo al borde del lago de Texcoco, donde fundaron su
capital.
Se le conocía también con el nombre
de Mexitl, de donde la palabra México,
lugar dedicado a Mexitl. Solía representársele
esquemáticamente mediante un águila,
símbolo azteca de la fuerza y de la
intrepidez guerrera, así como del Sol mismo. Por ello la
abundancia de estos animales en los
blasones y escudos de armas de los
guerreros. Huitzilopochtli, etimológicamente quiere
decir pájaro mosca izquierdo. Debe tenerse en
cuenta que el lado izquierdo , en la concepción
cósmica de los aztecas
correspondía al Sur. Sin duda, además
Huitzilopochtli era una forma del sol, puesto que cuando se le
sacrificaban víctimas los corazones eran expuestos al
sol.
Lo de pájaro mosca venía de la
siguiente leyenda, la cual parece indicar que antes de llegar a
ser el dios de la guerra fue un
dios totémico, un colibrí:
Huitzilopochtli había sido concebido por
la Virgen – Madre Coatlicue ( la del traje tejido con
serpientes), que era ya madre de una hija y de numerosos hijos,
llamados los Centzon-Huitznahuas ( los cuatrocientos
meridionales). Coatlicue, estando un día orando en el
templo del Sol, recibió del Cielo una corona de plumas de
colibrí. La puso sobre su seno y quedó encinta del
dios de la guerra. La
hija, furiosa, pues creía deshonrada a su madre,
instigó a los Cuatrocientos Meridionales ( es decir, las
estrellas meridionales, enemigas del Sol) para que la matasen.
Pero Cuatlicue pudo librarse de ellos y dar a luz a
Huitzilopochtli, que por cierto, nació enteramente armado,
como la Atena griega; revestido con una armadura azul, con la
cabeza y la pierna izquierda adornadas con plumas de
colibrí y una jabalina azul también en la diestra (
signo de habilidad). Al punto, precipitándose sobre su
hermana, la mató; luego y sirviéndose de
Xiuhcoaltl, la serpiente de fuego, su atributo distintivo,
exterminó a los Centzon-Huitznahuas y a cuantos
habían complotado contra su madre.
Se solía representar a este dios como un
guerrero con la parte alta de la cara pintada de negro, cubierto
con una armadura de plumas y llevando en la mano izquierda un
escudo y en la derecha el xiuhcoaltl. En su calidad de dios
tribal, le estaba dedicado el templo de México.
Los corazones de las víctimas que eran sacrificadas en su
honor, eran puestos en recipientes de piedra llamados
quanhxicalli, "recipientes del águila",
alusión a una de las formas del dios. Tal vez una
divinidad más antigua que él ( cuyo hermano era
Tezcatlipoca, "espejo brillante", dios del invierno y no
se sabe el porqué, también de la justicia) era
sin duda Quetzalcoaltl, la serpiente emplumada, que los
aztecas debieron de encontrar ya al conquistar México.
Decíase que esta serpiente había tenido que
retirarse ante el ataque de los aztecas, acabando por embarcarse
para ir hacia los países del Este, al otro lado del
Atlántico. Pero que un día volvería a tomar
el desquite. Esta antigua creencia no dejó de ayudar mucho
a Cortés, que al tener noticia de la tradición, la
empleó y la explotó para sus alianzas con las
tribus enemigas de Moctezuma cuando su prodigiosa conquista de
México.
Tezcatlipoca( espejo humeante) era el dios
del Sol; personificaba el sol del
verano, que madura las cosechas, pero que trae también la
sequedad y la esterilidad. Como dios de la tarde, era asimilado a
la Luna. Recibía diversos nombres, según las
fiestas en que era invocado , algunas de las cuales le estaban
consagradas en su calidad de dios
de la música
y de la danza. Era
invisible e impalpable, apareciendo, a veces, a los hombres, bajo
la forma de una sombra fugitiva, de un monstruo espantoso o de un
jaguar. Según una leyenda, Tezcatlipoca erraba por
las noches bajo la forma de un gigante, envuelto en un velo
ceniciento y llevando su cabeza en la mano. Cuando los temerosos
le veían morían, pero el hombre
bravo le agarraba y le decía que no le soltaría
hasta por la mañana. El gigante suplicaba que le soltase y
maldecía. Si el hombre
conseguía retener al monstruo hasta el alba, éste
entonces cambiaba de humor, le ofrecía riquezas y poderes
invencibles con tal de que le dejase partir antes del amanecer.
El hombre
victorioso recibía entonces del vencido cuatro espinas
como prenda de su victoria. Luego el hombre
valiente le arrancaba el corazón y
se lo llevaba a su casa. Pero al desdoblar la tela en que lo
había metido no encontraba sino plumas blancas o una
espina, o ceniza, o harapos. Los aztecas le temían
más que a todo otro dios y le ofrecían
también sacrificios sangrientos. Cada año, el
más hermoso de entre los jóvenes cautivos era
escogido para personificarle. Le enseñaban a cantar, a
tocar la flauta, a llevar flores y a fumar. Le vestían
suntuosamente y ponían ocho pajes a su servicio.
Durante todo el año le prodigaban toda clase de honores y
placeres. Veinte días antes de la fecha dispuesta para el
sacrificio le daban como mujeres a cuatro jóvenes, que
personificaban a cuatro diosas. Luego empezaban una serie de
fiestas y danzas. Llegado el día fatal, el joven dios era
conducido con gran pompa fuera de la ciudad y sacrificado en la
última plataforma del templo. De un solo golpe con un
cuchillo de obsidiana, el sacerdote le abría el pecho y le
sacaba el corazón
palpitante, que ofrecía al Sol.
Tezcatlipoca era el gran enemigo de
Quetzalcoatl, cuyo mito parece
evocar una gran lucha étnica. Tezcatlipoca no pensaba sino
en la destrucción de los de Tulla, es decir, de los
tolteques, de los que Quetzalcoatl era el dios más
importante antes de llegar a ser, luego de la caída de los
tolteques, una de las principales divinidades
aztecas.
Un día los de Tula vieron entrar en la
ciudad tres brujos, uno de los cuales no era otro que
Tezcatlipoca bajo la apariencia de un hermoso joven. Este
consiguió seducir a la sobrina de Quetzalcoatl, hija del
rey Uemac, lo que le permitió extender el Tula el gusto a
la desobediencia a las leyes y el vicio.
En una gran fiesta bailó y entonó un cántico
mágico. Pronto fue imitado por un gran número de
tolteques, a los que condujo a un puente, que hundiéndose
bajo su peso, hizo caer a la mayor parte al río, donde
fueron convertidos en piedras. Poco después se
mostró a los tolteques haciendo bailar mágicamente
en su mano a un muñeco. Maravillados se amontonaron de tal
modo para ver mejor el espectáculo prodigioso, que muchos
murieron asfixiados. Entonces les dijo que debían matarle
por los males que había ocasionado. Le mataron, en efecto,
mas al punto su cuerpo empezó a exhalar tal olor, que
muchísimos de los tolteques morían. En fin, tras
muchas pérdidas, consiguieron sacarle fuera de la ciudad
cuando ya casi la había arruinado.
Tezcatlipoca era representado con cabeza de oso y
ojos muy brillantes. Llevaba en la cara rayas amarillas y negras.
Su cuerpo era negro también y sus tobillos estaban llenos
de campanillas. provocaba discordias y la guerra. Pero
también era dispensador de riquezas. Los aztecas le
atribuían el poder de
destruir el Mundo si le placía. Como la mayor parte de los
otros dioses, resucitó y volvió del cielo a
la
tierra.
Quetzalcoatl ( serpiente – pájaro),
dios del viento, amo de la vida, creador y civilizador,
patrón de todas las artes e inventor de la metalurgia,
era en un principio una divinidad del Chilollán; pero
expulsado por las maquinaciones de Tezcatlipoca, resolvió
irse a Tlapallán, tras la ruina de Tulla. Quemó sus
casas, hechas de plata y de conchas, enterró sus tesoros y
se lanzó por el mar del Este, precedido de sus servidores,
transformados en pájaros de vivo plumaje, tras prometer a
su pueblo volver. Desde entonces, centinelas colocados en la
costa acechaban la llegada del dios.
Quetzalcoatl era representado como un viejo de
larga y blanca barba y vestido con un traje muy amplio. La cara y
el cuerpo pintado de negro. En la cara una careta de hocico
puntiagudo de color
rojo.
Al estar preparando este trabajo llegó a
mis manos un artículo periodístico publicado en el
periódico Reforma en su suplemento
dominical " El Ángel".
" Quetzalcoatl ocupa un lugar único en
la historia y la
imaginería mexicanas. Su figura múltiple recorre
todas las épocas y en cada una brilla con luz propia. Su
primera aparición es imborrable: nace con la actual era
del mundo y es uno de sus creadores. Un mito hecho de
mitos.
Según las cosmogonías más
antiguas, Quetzalcoatl nació cuando no había
luz ni
movimiento ni
vida en el mundo, e instauró un orden fundamental en el
cosmos. Separó el cielo de la tierra, y
él mismo se convirtió en uno de los árboles
que sostenían la bóveda celeste. En la
tradición maya es el Primer Padre, el ordenador del cosmos
y el dios del maíz, la deidad que creó el alimento
de los seres humanos y produjo la vida civilizada. Varios textos
y pinturas describen su maravilloso viaje a la Primera Verdadera
Montaña, el lugar donde se guardaban los alimentos
fundamentales. Cuentan cómo Quetzalcoatl, armado de un
hacha con forma de relámpago, golpeó la
montaña de los mantenimientos y de la abertura que hizo
brotó el maíz y los bienes que
desde entonces alimentan a los seres humanos.
En los testimonios mayas que narran
la saga de Quetzalcoatl, los principales acontecimientos de su
vida están vinculados con el ciclo vegetal de la planta
del maíz. Siguiendo la práctica de los campesinos
cuando inician la siembra y remueven la tierra para
depositar en ella la simiente. Quetzalcoatl fue primero sembrado
en la tierra; es
la primera semilla que se introdujo en el seno de la tierra. Pero
como los dioses creadores no advirtieron a los señores del
inframundo de esta intromisión en sus dominios, no
acordaron con ellos los sacrificios que habrían de recibir
a cambio de
procrear la vida en su interior, éstos retuvieron la
semilla y se negaron a que fructificara en la superficie
terrestre. El Popol Vuh, libro sagrado
de los mayas, narra
que al observar esa resistencia los
dioses celestes enviaron al inframundo a dos héroes
dotados de poderes sobrenaturales, los Gemelos Divinos.
Los gemelos descendieron al interior de la tierra,
enfrentaron a los temibles señores del
Xibalbá, los vencieron e hicieron retornar al dios
del maíz a la superficie terrestre. El episodio más
dramático del mito es
el renacimiento
glorioso del dios del maíz, quien brota del interior de la
tierra
llevando con él las mazorcas preciosas, con cuya masa los
dioses modelaron a las mujeres y a los hombres de la nueva era
del mundo. Como se observa, en su versión más
antigua, el mito de
Quetzalcoatl es una cosmogonía agrícola, un canto a
los poderes reproductores del cielo y de la tierra, y una
apología de la agricultura
como sustento de la vida civilizada.
En la tradición del área del Golfo de
México, Quetzalcoatl asume otra apariencia: es
Ehécatl, el dios del viento, la potencia que
barre los cuatro rumbos del cosmos para que por ellos corran los
aires que provocan la precipitación de la lluvia. Su
aparición ordena el cosmos, el espacio terrestre y el
tiempo. Sus
templos eran redondos y por ellos viajaban los diferentes
vientos. En Cholula, sus seguidores edificaron un templo
altísimo y la fiesta que lo conmemoraba reunía
peregrinos de las regiones más apartadas de
Mesoamérica.
En los códices y relatos mixtecos,
Quetzalcoatl aparece bajo la advocación de Ehécatl,
el soplo vital que le infundió movimiento al
cosmos. Su calidad divina se
manifiesta al nacer; pues brota de un pedernal y una de sus
primeras tareas es separar el cielo y las aguas de la tierra. Su
aparición se asocia con el surgimiento de la tierra
mixteca, el nacimiento de los primeros linajes en la legendaria
región de Apoala, el descubrimiento de las plantas
útiles y del fuego, y la celebración de las
ceremonias dedicadas a reverenciar a los dioses y los ancestros.
Es un héroe cultural de naturaleza
divina, un dispensador de los bienes
fundamentales y el ancestro tutelar del pueblo
mixteco.
Varios siglos más tarde, cuando ya
habían desaparecido los reinos de la época
Clásica que contaban que la creación del cosmos
había sido obra del dios del maíz, se fundó
un estado
poderoso en el norte de Mesoamérica, poblado por gente
nómada y guerrera y por antiguos habitantes del Altiplano
Central. Ese reino tuvo por capital Tula o
Tollan, la celebrada ciudad gobernada por el rey y supremo
sacerdote Quetzalcoatl. Los relatos toltecas le atribuyen a
Quetzalcoatl la creación del legado cultural que
fundó la vida civilizada en Mesoamérica: la
invención de la agricultura,
el calendario, la escritura, la
astronomía, la astrología, la
medicina y las
artes y oficios útiles. Es decir, este mito legitima
el asentamiento de los guerreros norteños en las tierras
de los antiguos agricultores y transforma sus creaciones
culturales en legado tolteca.
La celebración del dios y héroe
cultural de Tula se confundió con la imagen de un
personaje llamado Ce Ácatl Topiltzin
Quetzalcoatl, que quiere decir Uno caña ( su fecha de
nacimiento), nuestro señor Quetzalcoatl. Su legendaria
biografía
señala que llevó el mismo nombre que el dios y
sacerdote, hizo hazañas guerreras, gobernó Tula en
su máximo esplendor, perdió el trono y por
último, abandonó su reino, huyendo con una parte de
sus fieles hacia el oriente.
La literatura más
extensa sobre Topiltzin Quetzalcoatl se refiere a su gobierno en Tula
y celebra la fundación de un reino que ejercía el
poder sobre
innumerables pueblos. Los textos narran que Tula era la
metrópoli donde abundaban las riquezas y confluían
los bienes de la
civilización. En ese reino el poder
político estaba unido al religioso en la persona de
Topiltzin Quetzalcoatl. A Tula acudían los señores
de las provincias vecinas y ahí Topiltzin les asignaba su
rango y les imponía las insignias del poder. En
signo de acatamiento, los jefes de los distintos reinos le
ofrendaban tributos muy
ricos y regalos suntuosos.
Repentinamente, este reino feliz fue abatido por los
poderes malignos del dios Tezcatlipoca, quien hizo que
Quetzalcoatl huyera hacia oriente. Unos textos dicen que al
llegar a un lugar de la costa del Golfo de México,
Quetzalcoatl se incendió y más tarde renació
convertido en Estrella Matutina o Señor del Alba. Otros
cuentan que al salir de Tula inició una dilatada
peregrinación por las regiones de Puebla, Oaxaca, Tabasco,
Chiapas y Yucatán, y se internó en las tierras de
Guatemala, El
Salvador y Nicaragua. En cada uno de esos lugares dejó una
huella inolvidable de su presencia.
Múltiples testimonios registran la
penetración en el sur del País de grupos de
ascendencia tolteca, junto con el arribo de un personaje que
reproduce los rasgos del legendario rey, supremo sacerdote y
héroe cultural de Tula. En muchas ciudades su emblema, la
Serpiente Emplumada, adorna los monumentos más
significativos. En Chichén Itzá es el emblema que
identifica a los personajes que encabezan acciones
bélicas. En Cacaxtla, la Serpiente Emplumada identifica a
los dirigentes de esa ciudad. En Xochimilco, la Serpiente
Emplumada ondula en el monumento que se levanta en la plaza
central. Asimismo, diversos textos yucatecos, quichés y
cakchiqueles dan cuenta de invasiones procedentes del Altiplano
Central dirigidas por personajes que ostentan el nombre de
Kukulkán, Gucumatz o Nacxit, que son
otras tantas apelaciones del legendario Topiltzin Quetzalcoatl.
Como se advierte, el mito de la Tula maravillosa y del legendario
Quetzalcoatl legitiman la expansión de un pueblo
conquistador, que desde el siglo IX al XII impuso su dominio en Tula y
en la Península de Yucatán, donde grupos toltecas y
mayas fundaron
Chichén Itzá, la metrópoli
sureña.
Cuando Hernán Cortés llegó a las
playas de Veracruz, buena parte de las diversas imágenes
que a lo largo del tiempo se
habían reunido en Tenochtitlán, la ciudad edificada
en medio de la laguna, que era entonces una metrópoli
cosmopolita y un centro receptor de múltiples tradiciones.
En el panteón mexica, Ehécatl -el dios creador de
los códices mixtecos- tenía un alto lugar, aunque
crecientemente disputado por Tezcatlipoca y Huitzilopochtli,
deidades nahuas. Su extraño templo redondo ocupaba un
lugar privilegiado frente al Santa santorum de
Tenochtitlán, el Templo Mayor.
En el centro ceremonial de Tenochtitlán, los
mexicas habían construido un templo para albergar las
efigies de los dioses conquistados, de tal manera que la variedad
de deidades nahuas se imbricó con los dioses,
símbolos y discursos
teogónicos de otros pueblos y culturas. Así, a las
propias relaciones de Quetzalcoatl con otros dioses del
panteón nahua, se agregaron nuevas conexiones con deidades
de panteones diferentes. El Quetzalcoatl mexica recibió
los atributos y significados del Quetzalcoatl venerado en Cholula
y particularmente la rica simbología de la Estrella
Matutina y la Estrella Vespertina que estaba en uso en diferentes
regiones, de modo que, Xólotl,
Tlahuizcalpantecutli y otros avatares de Venus se sumaron
al Quetzalcoatl de los aztecas.
En la cosmogonía nahua, Quetzalcoatl es uno de
los dioses que intervienen en la creación del cosmos y del
sol, y es asimismo el dios que desciende al inframundo, rescata
los huesos de la
antigua humanidad y forma con ellos a las mujeres y a los hombres
del Quinto Sol. Como sus antecesores mayas y mixtecos,
es el dios dispensador de la civilización, el reciclador
del tiempo, el
discernidor del movimiento de
los astros y de los destinos humanos. El calendario y la Escritura, los
dos saberes supremos que ordenaban los conocimientos
fundamentales de Mesoamérica, eran actividades vinculadas
al dios Quetzalcoatl y estaban a cargo de los dos más
altos sacerdotes, quienes llevaban asimismo el título de
Quetzalcoatl.
Al lado de las representaciones del dios, los
testimonios mexicas destacan la imagen de
Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcoatl como el fundador
del reino soñado. Del mismo modo que en la
mitología mexica Tula es el arquetipo de la ciudad y el
reino ideal, Topiltzin Quetzalcoatl es el paradigma del
gobernante, el creador de las insignias, investiduras y
símbolos reales, el primer rey de la legendaria Tula, el
fundador del poder tolteca,
antecesor del poder mexica.
La conquista española y la invasión de
nuevos dioses y símbolos religiosos no segaron la vida de
Quetzalcoatl. Por el contrario, la multiplicaron. Con las cenizas
y los recuerdos de los antiguos dioses, los sobrevivientes
indígenas compusieron un nuevo mito de Quetzalcoatl: el
antiguo héroe cultural fue transformado en un
mesías redentor. Varios testimonios relatan la historia de un Quetzalcoatl
que había prometido regresar de su exilio, formar un
ejército indígena dotado de armas
invencibles, hacer la guerra a los invasores blancos y restaurar
el antiguo reino de los señores naturales.
Por su parte, los frailes evangelizadores y los
nacidos en México de ascendientes europeos, crearon el
mito de un Quetzalcoatl cristiano. Fray Toribio de Benavente, el
célebre Motolinía, inició esta
transformación cuando aseveró que Quetzalcoatl era
"hombre honesto
y templado", y dijo que fue él quien "comenzó a
hacer penitencias y ayuno y disciplina".
Bartolomé de las Casas dio un paso más en esta
conversión cuando afirmó que Quetzalcoatl, el dios
de Cholula, era un hombre blanco,
de ojos grandes, largo cabello negro y barba redonda. El dominico
Diego Durán completó esta identificación en
su Historia de las Indias, donde escribió que
Quetzalcoalt había sido en realidad un mensajero de
Cristo, puesto que había difundido los signos de la
verdadera religión y
había profetizado la llegada de los
españoles.
La interpretación de Durán no
admitía la idea de que los indios de la Nueva España
pudieran haber sido olvidados por los señalados para
propagar la palabra de Cristo. Según su
interpretación, el apóstol de los indios
había sido Topiltzin, " el cual aportó a esta
tierra, y según la relación [ que] de él se
da […] también sabemos haber sido predicador de los
indios". Así, por medio de esta transmutación,
Quetzalcoatl adquirió los rasgos de un apóstol de
Cristo, mientras que otros pensaron que Dios había
utilizado ese engaño para atraer a los indios a la
verdadera fe. Como lo ha mostrado Jacques Lafaye, la "idea que
pronto tendió a imponerse fue que Quetzalcoatl era el
apóstol Santo Tomás y que todas las
analogías [ de las ] creencias del antiguo México
con el cristianismo
derivaban de una pretérita evangelización de
América
y de la degradación ulterior de la doctrina". Sobre estas
bases se afirmó la idea de que Quetzalcoatl fue un dios
blanco, procedente de un país remoto, cuyo mandato era
difundir la civilización en las incultas tierras de
América.
Desde entonces, Quetzalcoatl se convirtió en
la presencia más ubicua y carismática de la
mitología mexicana. Adquirió las cualidades de
la
metamorfosis, la resurrección y la
multiplicación sin límites. Su figura, radiante o
premonitoria, pudo atravesar simultáneamente diferentes
tiempos o viajar por múltiples espacios. En los
años críticos de indefensión o quebranto,
asumió los rasgos del profeta: anunció regresos
triunfales y la instauración de un nuevo reino. En las
épocas de construcción y estabilidad se
convirtió en símbolo de civilización y en
emblema de una identidad
ancestral.
Poco antes de que estallara el movimiento de
independencia,
fray Servando Teresa de Mier revivió la leyenda del
apóstol y del héroe legendario. A su vez, muchos
indígenas y mestizos entendieron que en esos años
se cumplía un ciclo más de las revoluciones del
tiempo y que
esa anudación de los años anunciaba el regreso de
Quetzalcoatl. A lo largo del siglo XIX su figura invadió
los terrenos de la poesía,
la música,
el drama, la literatura y la pintura. En
estas artes, como antes en el mito, adquirió otros
perfiles y vivió nuevas reencarnaciones. Con el triunfo de
la Revolución de 1910 y la eclosión de
la pintura mural,
Quetzalcoatl se convirtió en uno de los personajes
predilectos de los muralistas. José Clemente Orozco y
Diego Rivera plasmaron dos interpelaciones poderosas de
Quetzalcoatl, y más tarde cada pintor construyó su
propia versión de este personaje.
En la segunda década del siglo actual, Manuel
Gamio, el fundador de la arqueología mexicana,
exhumó en la ciudad sagrada de Teotihuacán el
templo más antiguo que se conoce dedicado a la Serpiente
emplumada. Nunca imaginó que con esa obra iniciaría
otro interminable debate sobre
esa entidad prodigiosa, y abriría la puerta a una
sucesión de cambiantes interpretaciones. las encontradas y
fantásticas elecubraciones que cada generación de
arqueólogos produjo de esta figura, pronto fueron
superadas por las fabricadas por historiadores, escritores,
practicantes de ciencias
ocultas, astrólogos, periodistas, antropólogos de
las más variadas escuelas y aficionados a la historia y la
arqueología.
En las últimas décadas, la literatura sobre
Quetzalcóatl adquirió dimensiones inabarcables. Los
psicólogos encontraron nuevas versiones del complejo de
Edipo al analizar la
personalidad incestuosa y esquizofrénica de
Quetzalcóatl. En la iconografía popular, aun cuando
la Virgen de Guadalupe y el Enmascarado de Plata mantienen el
primer lugar en cuanto al número de veces que su imagen se
reproduce, Quetzalcóatl se imbricó con las imágenes
de los santos, vírgenes, profetas, héroes
culturales, videntes y ancestros de toda laya.
Como ocurre con otros grandes mitos, el de
Quetzalcóatl se ha vuelto un mito universal, imposible de
reducir a una sola explicación, irrefrenable y
polisémico. Cada nueva interpretación da pie a
nuevas hipótesis y suscita otras réplicas
que a su vez conducen a nuevas disquisiciones. Al reencarnar en
cada época bajo nuevas apariencias y simbolismos, y al
reproducirse con la máxima plasticidad, adquirió la
libertad
suprema: la de ser cada vez una personalidad
distinta y mudable."
Entre los dioses de la agricultura,
el más importante era Tlaloc ( pulpa de la tierra),
dios de las montañas, de la lluvia y de los manantiales.
Pertenecía originariamente a los otomíes, y era
representado también pintado todo de negro, pero llevando
una corona de plumas blancas empenachada de otra verde. Entre sus
atributos estaba la careta de serpiente con dos cabezas. Habitaba
en la cima de las montañas, y su casa, Tlalocán,
estaba llena de alimentos. En
ella habitaban las diosas de los cereales, muy particularmente
del maíz. Tlaloc, antiguo dios de Teotihuacán, se
caracterizaba por sus ojos inmensos y por sus largos dientes. Era
el dios de la lluvia, de las aguas, del trueno, y de las nubes y
por ello habitaba en la cima de las montañas.
Otro dios de la lluvia era Xipe, invocado con el
título de el Bebedor Nocturno. Para que concediese
la lluvia se le sacrificaban cautivos, que eran atados a postes y
acribillados a flechazos. Su sangre, que
caía en tierra, como la lluvia, debía de atraer a
ésta. Tlaloc por su parte, tenía cuatro grandes
artesas de las que sacaba cuatro diferentes clases de agua: una
buena ( la útil al campo), la de la primera artesa. La de
la segunda hacía nacer las telas de araña y
provocaba las enfermedades de los
cereales; la de la tercera se transformaba en granizo y la de la
cuarta hacía morir todos los frutos. Era, pues, un dios
bueno y malo a la vez. Y precisamente porque era temido, era
venerado. Su culto era el más bárbaro y sanguinario
de todos. Incontables niños de pecho le eran sacrificados.
Cuando eran sus fiestas los sacerdotes iban en busca de
víctimas tiernas, compraban los bebés a sus madres
y los echaban a un lago donde los dejaban que se ahogasen. Luego
los cocían y se los comían. Si los niños
lloraban, los espectadores se regocijaban, pues las
lágrimas anunciaban según decían, la lluvia.
De las veinte grandes fiestas, cinco eran dedicadas a Tlaloc y a
su mujer,
Chalchiutlicue (la que tiene una falda de piedras verdes),
que simbolizaba el agua en
movimiento,
los torrentes y los ríos. Durante estas fiestas, los
sacerdotes se zambullían en el lago e imitaban los
movimientos y el croar de las ranas, con objeto de atraer ellos
mismos a la lluvia. Era asociada también a Tlaloc su
hermana Chicomecoatl ( Siete Serpientes), a la que
representaban con espigas de maíz en las manos. Era diosa
de la fertilidad. La serpiente, cuando no tenía plumas,
correspondía siempre al agua y a la
fertilidad agraria.
Otra diosa agraria adorada especialmente en Cuohnahuac (
hoy ciudad de Cuernavaca), era Xochiquetzal, esposa del
dios del maíz, Centeotl. Presidía la
aparición de las flores y las fiestas musicales.
Aún hay que citar, entre los dioses del maíz y de
la tierra, a Tlazolteotl, la Venus mexicana, por la
posesión de la cual los Olímpicos mexicanos se
hicieron una guerra terrible. Y lo curioso era que además
de presidir el amor
sexual, presidía también la confesión y la
penitencia. Porque uno de los aspectos religiosos de los aztecas
que más sorprendió a los conquistadores
españoles, como ya he mencionado líneas arriba, fue
la existencia en México de las mortificaciones en
expiación por las faltas y la confesión.
Esta confesión se hacía en un día
determinado. El sacerdote con el que se practicaba
absolvía al que se confesaba no solamente ante dios, sino
ante la justicia
humana. Pero esta absolución total no podía ser
dada sino una vez. No solía ser solicitada, además,
sino por los ancianos. En cuanto a mortificaciones, además
de ayunos rigurosísimos, se extraían sangre de
diversos órganos ( lengua,
orejas, piernas) y se atravesaban las carnes con espinas de
maguey. decíase que Tlazolteotl habíase casado con
Tlaloc, el dios de la lluvia, pero luego le había dejado
para irse con Tezcatlipoca, divinidad del invierno. La
significancia de este mito es clara. Sobre la Venus mexicana hay
la siguiente leyenda: Un cierto Jappán, queriendo
llegar a ser el favorito de los dioses, abandonó a su
familia y
todos sus bienes,
decidido a llevar, en el desierto, vida de eremita. Allí,
sobre una roca muy alta permaneció día y noche
entregado a la devoción. Los dioses, queriendo poner a
prueba su virtud, ordenaron a un demonio Yaotl ( el
enemigo), que le tentase y, de sucumbir, que le castigara. Yaotl
hizo desfilar ante él a las criaturas más hermosas,
invitándole a descender de su roca, pero todo fue en vano.
La diosa Tlazolteotl, interesada en aquel juego,
mostróse a Jappán, que ante su mucha hermosura
quedó todo turbado. -"hermano Jappán, le dijo la
diosa- maravillada de tu virtud y contristada a causa de tus
sufrimientos, quiero reconfortarte. ¿ Cómo llegar
hasta ti con objeto de poder hablarte más
cómodamente ?" El eremita, no dándose cuenta de que
era un lazo que le tendía, bajó de su roca y
ayudó a la diosa a subir en ella. Y al hacerlo la virtud
de Jappán cayó. Al punto acudió Yaotl, que
pese a todas sus súplicas, le cortó la cabeza. Los
dioses le cambiaron en escorpión y avergonzado
corrió a esconderse bajo la piedra teatro de su
derrota. Luego el demonio-verdugo fue a buscar a la mujer de
Jappán, Tlahuitzin ( la inflamada), la trajo junto
a la piedra donde estaba escondido su marido, le contó lo
que había pasado y le cortó también la
cabeza. De ella nació otra variedad de escorpión
color de fuego.
Uniéndose a su marido bajo la piedra, dieron nacimiento a
escorpiones de diferentes colores. En
cuanto a Yaotl, estimando los dioses que se había excedido
le transformaron en saltamontes.
Uno de los últimos dioses citados en este
apartado será, saltándome otros dioses que
podrían parecer más importantes a los entendidos, a
Xiuthtecuhtli, dios del fuego, representado como un viejo
lleno de arrugas; Mictlán, el Plutón
americano, rey de los muertos; a Ixliltón, el
Asklepios azteca, y al Mercurio Mexicano, Yacatecuhtli,
dios de los comerciantes.
Las concepciones de los aztecas, relativas al Universo
reflejaban sus gustos trágicos y su inclinación a
los sacrificios y prácticas sangrientas. La
creación del Mundo había empezado por el sacrificio
voluntario del dios Nanahutzin ( dios de la
sífilis, como Amimitl lo era de la
disentería), que se arrojó a una hoguera.
Quetzalcóatl había sacrificado a su hijo, que tras
ello tornóse en Sol. Cuatro edades o soles se
habían sucedido, cada una de ellas terminaba por un
cataclismo. Al final de la primera los hombres habían sido
destruidos por los jaguares. la segunda, por el viento. La
tercera acabó mediante una lluvia de fuego. la cuarta, en
diluvio. Nuestra Era, colocada bajo el signo de Nahui
Ollín ( Cuatro Movimientos), perecerá mediante
temblores de tierra. Los primeros sacrificios los habían
hecho los dioses para alimentar al Sol con sangre de
corazón.
El mundo subterráneo comprendía nueve
pisos; los cielos, trece, superpuestos. En fin, práctica
esencial en la religión de los
aztecas eran, como ya he indicado varias veces, los sacrificios
humanos, costumbre que fue en aumento a medida que la
civilización progresaba. Esto, la abundancia de dioses y
su complicado ritual dio nacimiento a un cuerpo sacerdotal muy
numeroso, a cuya cabeza estaban dos grandes sacerdotes, que
llevaban el nombre de Quetzalcóatl. A sus órdenes
se escalonaban una jerarquía complicada y una escuela encargada
de la formación de novicios. Había, además,
brujos y magos que, mediante remuneración,
predecían el porvenir, curaban las enfermedades y hacían
otros servicios
análogos.
En fin, otra religión –
mitología más, que prueba también en
qué modo estas dos palabras son difícilmente
separables, pues como se puede dar uno cuenta, no solamente hasta
la aparición de las llamadas grandes religiones ( las
debidas esencialmente a los místicos geniales), las
creencias estaban constituidas por puros amontonamientos de
mitos, sino que estas mismas doctrinas imaginadas por un hombre ( o por
un cuerpo de ellos, como el judaísmo, obra de los levitas
judíos) tuvieron como base y fundamento mitos, milagros y
dogmas; es decir, toda suerte de fábulas y mentiras
tejidas pronto en torno de sus
figuras centrales. Las dos más personales de ellas, el
budismo y el
islamismo, la primera fue al punto prostituida por los
discípulos y continuadores de su fundador. En cuanto a la
segunda, ¿ no empieza acaso con una tremenda
fábula: las famosas entrevistas de
Mahoma en una cueva del monte Ira con el arcángel Gabriel,
que por encargo de Dios ( Alá) le decía lo que
tenía que enseñar a sus compatriotas ?.
Pero esto será tema de otra
reflexión. . .
Trabajo realizado por:
Dr. Angel Ricardo Guevara Hdz.